Diferencia entre revisiones de «Catalina de San Juan»

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Revisión del 17:35 24 feb 2019

Aldonza Carrillo
Nombre Catalina de San Juan
Orden Jerónimas
Títulos Correctora del Convento Concepción Jerónima de Madrid; priora del Convento de San Pablo de Toledo
Fecha de nacimiento Hacia 1495
Fecha de fallecimiento Hacia 1565
Lugar de fallecimiento Toledo, España

Vida impresa

Ed. de Lara Marchante Fuente; fecha de edición: mayo de 2018

Fuente

  • Sigüenza, Fray José de, 1605. “Libro Segundo de la Tercera parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo”, Tercera Parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, doctor de la Iglesia, dirigida al Rey, Nuestro Señor, Don Felipe III. Madrid: Imprenta Real, 505, 509-511.

Vida de Catalina de San Juan

CAPÍTULO LI

[505] De otras muchas siervas de Dios que han florecido con gran ejemplo en el mismo Convento de San Pablo

[…] Las dos, tía y sobrina, María del Sepulcro y Catalina de San Juan, fueron escogidas para fundar la casa y la religión señalada que desde ella se ha guardado en la Concepción Jerónima de Madrid. [1] Cuando María del Sepulcro fue a fundar aquel convento llevó consigo a la sobrina, niña de once años, mas tan aventajada y de tanta habilidad para las cosas del coro y culto divino que se le pudo fiar el ser correctora. Cuando volvió la tía a ser priora de San Pablo, su propia casa, tornose con ella, y por ser tan señalado el discurso de su vida, quiero detenerme algún tanto en ella.

Era lo primero de claro linaje, sobrina del patriarca don Fernando Niño, arzobispo entonces de Granada, después patriarca de Jerusalén y obispo de Sigüenza [2]. Llamábase doña Sancha de Guzmán, y después en la profesión Catalina de San Juan. Como se crio desde [510] niña en el monasterio, quedose con sinceridad y humildad de aquel niño que puso el Señor por ejemplo de nuestra virtud cristiana en el Evangelio, y así no parecía en ella la humildad virtud adquirida sino naturaleza; con ser tan hábil y para tanto, no echaba ella de ver que era para nada, y así acudía a todos los oficios humildes del convento, como si no naciera para otra cosa, y que aquello se había nacido para ello, con no poca admiración de todas sus hermanas; aunque no quiso, la fueron levantando a mayores ejercicios.

Hiciéronla maestra de novicias, y pudiera serlo de muchas; después la hicieron vicaria y deseaban por instantes verla priora, y se tenían por dichosas en que las gobernase alma tan pura, tan santa, y tan discreta. Llegó el punto, hiciéronla priora, y ni pocos ni muchos lo fue veinte y cuatro años; sustentó aquel convento en suma paz y religión, sin olvidarse punto de su humildad primera, que había sido la compañera inseparable del discurso de su vida; los mismos oficios y ejercicios hacía que cuando novicia, y de la misma suerte y con el mismo semblante iba a fregar a la cocina que a la silla del coro y del capítulo, desde donde gobernaba y reprehendía; ni era nadie parte para estorbarle esto, porque se caía allí como en su centro el peso y inclinación de su alma.

Aprovechó mucho a aquel convento, en temporal y espiritual, porque cuanto sus deudos le daban, que era mucho, todo lo aplicaba a la comunidad; aun hasta aquello que con sus manos trabajaba convertía en los menesteres que se ofrecían a su convento, y, a costa que las hijas no padeciesen mengua, se quedaba ella muy pobre. Junto con esto era cosa admirable la mucha oración que hacía, las noches solía pasar de claro en este santo ejercicio sin perdonar aquel cuerpo delicado, ni en los calores del verano ni en los hielos y fríos del invierno, que tiene Toledo de todo con extremo. De igual medida y rigor era en otras penitencias, ayunos de pan y agua, disciplinas duras y sangrientas; no faltó punto de Maitines, y tan poco sueño que ponía admiración.

Cuando cometían las súbditas alguna culpa que merecía castigo, disciplinábase por la culpada con tanto rigor que temían por esto mucho hacer cosa por donde viese esto, sintiendo en el alma la pena que la santa tomaba por sus defectos: extraña y nueva manera de corregir; y, cuando había reprehendido alguna en capítulo con alguna más aspereza, enviábala después a llamar a su celda y consolábala, dándole a entender cómo lo que había hecho era malo, y que no se excusaba por el oficio, y el ejemplo de las demás hacer aquello, y mostrábale también el gran fruto de la paciencia en estas reprehensiones, pues por ella olvida Dios nuestros defectos y los da como pasados en cosa juzgada.

Con esto era amada de todas tiernamente; afirman también della que jamás se halló en palabra suya mentira, ni vuelta de hoja, sino una verdad constatadísima, gran pureza y sencillez cristiana, porque hay muchos que, aunque no mienten, dicen unas verdades tan cautelosas artizadas o disfrazadas que parecen a los oráculos de Delphos, y alguna vez sería menos daño decir alguna mentira que estas verdades tan albardadas o emborrizadas: la verdad ama mucho la claridad y la desnudez, y la que no es así, no es verdad. No consintió jamás que en su presencia se murmurase del au-[511] sente, antes quería que, por la misma razón de ausente, se hablase bien de todos, y por esto aborrecía a las que vía que eran inclinadas y no se iban a la mano en este defeto. Si discurriese por todas sus virtudes sería largo: su mansedumbre, benignidad y sufrimiento fue extremado, porque, aunque algunas veces venía alguna religiosa o con más brío o menos modestia de la que era razón (no puede faltar algo desto entre tantas y en tanto tiempo) no fue parte para sacarla de su paso, ni alterar aquella igualdad de ánimo que Dios puso en ella: decía que no era mucho sufrir y pasar algo desto a quien considerase lo que el único Señor y Maestro sufrió por enseñarnos a ser piadosos y sufridos con nuestros hermanos.

Una cosa de particular excelencia refieren della: que, con ser de tan claro y caudaloso entendimiento para gobierno de sus súbditas y del estado espiritual, para las del mundo padecía una santa ignorancia, y no sabía más dellas que cuando era niña en los brazos de su tía: argumento claro cuán poco se le dio de cuanto hay en la tierra, como cosa que no le hacía al caso para la vida del alma que iba buscando.

En su presencia no se había de oír palabras vanas, de risa, de donaires y chistes, y otras cosas que llaman agudezas o vivezas, que en los monasterios suelen ser de no pequeño inconveniente y daño; todo quería que estuviese lleno de espíritu, santidad, modestia, porque el Esposo no se ofendiese viendo en sus esposas alguna nota de fealdad y menos recato de honestidad virginal. Tenía en su compañía una sobrinica que la crio desde niña de tres años, de quien se concebían ya grandes esperanzas; llevósela nuestro Señor, y fue uno de los recios, entre otros, que en esta vida tuvo: harta parte para acortarle la salud, y aun la vida, pues dentro de tres meses se fue a tenerla compañía siendo de setenta años.

Entendiose claro que Nuestro Señor le dio muchos días antes clara noticia de su tránsito. La fiesta de nuestro Padre San Jerónimo comulgó en el coro, y dijo que aquella era la postrera vez que allí había de comulgar. Enfermó de allí a tres o cuatro días, y díjole a su confesor cómo el Señor la llamaba, que no tenían que hacer otra mayor diligencia que encomendarla a Dios con mucho cuidado. Estando ya muy mala, y al parecer en lo último, encendieron las candelas benditas que tenían allí aparejadas: dijo que las matasen, que aún no era tiempo; hiciéronlo así, pasáronse algunas horas, y tornáronlas a encender, porque parecía estaba ya acabando; consintiolo y luego, con gran entereza y sosiego de todo el cuerpo, dio el alma al Señor, que tan linda y hermosa se la había dado, y fue a gozar del premio de sus buenas obras. […]

[1] La Concepción Jerónima fue fundada en 1504 por Beatriz Galindo. En 1509 las religiosas entraron en el nuevo convento.

[2] De este personaje sabemos que murió en 1552.