Catalina de los Reyes

De Catálogo de Santas Vivas
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Catalina de los Reyes
Nombre Catalina de los Reyes
Orden Jerónimas
Títulos Beata y monja del Convento de San Pablo de Toledo
Fecha de nacimiento Finales del siglo XV
Lugar de fallecimiento Toledo, España

Vida impresa

Ed. de Lara Marchante Fuente

Fuente

  • Sigüenza, Fray José de, 1605. “Libro Segundo de la Tercera parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo”, Tercera Parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, doctor de la Iglesia, dirigida al Rey, Nuestro Señor, Don Felipe III. Madrid: Imprenta Real, 505, 512-514.

Vida de Catalina de los Reyes

CAPÍTULO LI

[505] De otras muchas siervas de Dios que han florecido con gran ejemplo en el mismo Convento de San Pablo

[…] Catalina de los Reyes tiene cosas particulares en su vida y en el discurso de su religión que no podemos echarles tierra ni sepultarlas en olvido. Fue primero de las beatas, y después dio con las demás la obediencia a la orden, y en uno y en otro estado procedió valerosamente; en lo que principalmente se ocupó fue en loores divinos: treinta años fue correctora del coro, grande habilidad para esto, y así con gran voluntad y amor se ejercitaba en enseñar a leer y contentar a las que tenían falta desto, rogándoles con mucho afeto lo aprendiesen con gana, pues el principal ejercicio de las esposas de Cristo habían de ser las continuas alabanzas del Esposo. Sacó muchas y muy aventajadas discípulas, no solo en [513] esto, más aun en el espíritu, enseñándolas a cantar dentro del alma y en el corazón, como lo enseñó el apóstol, y así les declaraba a las novicias y a otras muchas cosas de los salmos según Dios le administraba, que a quien de veras y con fe le pide esta ciencia jamás la niega, ni falta un Filipo que enseña lo que tenemos gana de entender.

Afirman della que jamás estaba fuera o ausente de la presencia divina, puesta en oración y consideración de los misterios de nuestra salud: que le hizo Nuestro Señor muchos y muy extraordinarios favores, visiones y revelaciones grandes. Mostrósele una vez puesto en la cruz, cual ella le traía siempre en su pensamiento, haciendo aquella reconciliación de unas enemistades tan sangrientas entre Dios y los hombres; otra vez vio a la santísima Virgen, con el hijo tierno en sus brazos, y que entrambos se le reían y se le mostraban amorosos, y desta manera recibió otros regalos.

Preguntaba algunas veces a las hermanas que estaban con ella si veían algo, pareciéndole a ella tan claro lo que se le mostraba en aquellas visiones imaginarias que entendía lo vían todas. Estaba una vez pensando profundamente en el misterio de Dios trino y uno, era en la misma fiesta de que era ella muy devota. Mostrole Dios algún relieve o semejanza de su gloria; como reverberó aquella luz en su alma resultó también alguna brizna o centella en el rostro, y puso en él tan extraordinaria mudanza y diferencia que cuantas la miraron conocieron claro que el Rey soberano hacía en ella algún sobrenatural efecto. Jamás pudieron sacarle nada, y aquel secreto, como discreta, guardole para sí, y así hacía en otros muchos casos semejantes, que es liviandad derramar fuera lo que no se dio sino para que luciese dentro. Fue maestra de novicias, después vicaria, y en los postreros tercios de la vida la hicieron priora, todo muy contra su voluntad mas todo tan bien hecho, que quedaron sus cosas como por regla para las que después vinieron. Como le faltaban ya las fuerzas cuando era priora, y no podía acudir a las cosas con el fervor y puntualidad que quisiera, íbase a quejar a Nuestro Señor del agravio que padecía y de las faltas que hacía a su parecer en el oficio. Hablaba con mucha sinceridad y llaneza con su Señor y sin advertir si la oían o no, y así se la ponían a escuchar algunas, porque se edificaban mucho de verla puesta en estas razones con Dios, unas veces excusándose, otras acusándose y otras rogando supliese las faltas que hacía, pues ni había entrado en aquello por su voluntad, ni tenía habilidad ni fuerzas para más.

Cuando llegó al paso postrero, tuvo muy recios debates con el Enemigo; respondíase a veces, él argüía, ella sustentaba (peligrosa conferencia con tan agudo dialéctico a quien no tuviera tan buenos descargos y soluciones); no mostraba tenerle ningún miedo, antes le reprehendía y baldonaba. Decíales a sus hijas que echasen agua bendita, y señalaba el lugar hacia dónde; preguntábanle si se iba o estaba, respondía con extraña seguridad “sí” o “no” cómo era la apariencia. Al punto de expirar dijo el Credo con tanta entereza y vivo sentimiento como cuando estaba sana, y en acabándolo se fue a ver aquello que con tan viva fe había creído, el día de la Santa Virgen Inés, para decir con ella: Ecce quod desideraui iam video, &c.

Fue notable el aparecimiento que la santa hizo de allí a algunos días a una monja que ella amaba mucho por ser gran religiosa: llamábase Paula de los Ángeles. Estando esta religiosa una noche en su celda se representó delante en una nube muy clara; era el Viernes Santo de aquel año mismo, [514] hablole con mucha familiaridad y gracia, díjole muchas cosas: lo primero, que ella iba a la gloria y que Nuestro Señor había usado con ella de gran misericordia por lo que le había servido en el coro los años que fue corretora. Preguntole Paula si había estado en purgatorio por el tiempo que había sido priora, respondió que no se le había hecho cargo desto porque en la enfermedad que tuvo se descontaron los defectos que había cometido, mas que por otras culpas de que no había satisfecho había estado treinta días en purgatorio; diole luego cierto aviso para una monja que ella había criado y querido mucho, encargándole que tuviese cuenta con lo que se le avisaba. Díjole también cómo agradecía mucho el gran cuidado que las religiosas habían tenido de encomendarla a Dios, y hacer por ella muchos sufragios, y que ella en la gloria rogaría por ellas a Nuestro Señor. Tan despacio y con tanta llaneza permitió el Señor que revelase esta santa su gloria. Casos raros, y que no se han de creer livianamente, sino cuando los testigos son de mucha aprobación de vida, y que no cojean con las cosas reveladas en lo que es conforme a nuestra profesión cristiana.