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Juana de la Cruz

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| Fecha de fallecimiento || 3 de mayo de 1534
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| Lugar de nacimiento || Azaña, [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:ToledoToledo]
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| Lugar de fallecimiento || Cubas de la Sagra, antiguo [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:ToledoToledo], Madrid
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| Canonización || 3 de mayo
* Señor san Acaçio y sus compañeros, guarda de la casa con un santo ángel de los muy altos, a quien Dios tiene dado para guarda d’ella, lo qual se vio por experiencia quando los comuneros venían a robar la casa y vieron, antes que llegassen, muchos cavalleros armados alrededor d’ella, hasta encima de los tejados, y como esto vieron se fueron huyendo, diziendo: “¡Qué poderosa debe de ser esta casa, que tanta guarda tiene!”. Y nuestra madre santa Juana dixo cómo aquella cavallería era celestial, que Nuestra Señora avía imbiado para la defensa de su santa casa.
 
* El ángel san Laruel es provincial, y nuestra madre santa Juana le llamava, hablando d’él, algunas vezes [fol. 31r] ‘Su Hermosura’ y otras ‘el Señor Duque’. Y quando venía del Cielo a traer las quentas, lo echaban de ver las religiosas en la fragancia de olor que avía en la casa, y dezía: “El Señor Duque ha venido”. Y entonces iban a la cámara adonde estaba nuestra madre santa Juana y miraban el cofrecito, y hallaban cómo las avía ya traýdo. Y también echavan de ver quándo venía el Señor Duque por ellas, y iban las religiosas a ver el cofrecito y no las hallaban allí. El bendeçir el Señor las quentas a nuestra madre santa Juana duró muchos años por orden de su santo ángel. La santa estaba tullida y sobre un altar que ella tenía en su celda estaba un cofrecido, y deçíales a las monjas que truxessen quantas quentas quisiessen y las metiessen en él y le cerrasen con llave. Hazíanlo assí y llevábansela, y passado algún tiempo, quando era la voluntad de Dios, olían los olores ya dichos, aunque estubiessen en differentes officinas las religiosas, y venían corriendo adonde estava la santa tullida y dezíanle: “O, señora, ya ha venido el Señor Duque, no es posible menos porque hemos olido sus olores”. Y la santa sonrreýase y dezía: “Sí, mis amigas, [fol. 31v] abrí el cofrecito y veréis las grandezas de Dios”. Y las monjas entonces abrían el cofrecito y no hallaban las quentas, y dando muchas gracias a Dios, tornávanle a cerrar vaçío y llevávanse la llave, porque lo quería ansí la santa. Y quando el Señor era servido, passados algunos días o horas, tornaban las religiosas a oler los olores celestiales, y todas venían con mucha devoción y abrían el cofrecido, y hallaban las quentas y, alabando a Dios, poníansele a la santa sobre la cama, y ella iba repartiendo las artas de quentas a cada una, y traýan muy grande fragancia de olor. Junto con las quentas ponían ‘Agnus Deies’ y crucifixos y otras imágenes, y junto con las quentas lo llevava el ángel. También ponía la santa, por mandado del ángel, unos torçales de hilo, y bolvían anudados, hechos nudos a modo de cordón de nuestro padre san Francisco; unos venían más gordos y otros más delgados y algunos más flojos, y dezía el ángel: “Juana, toma allá estos nudos, y estos más floxillos te digo cierto son hechos por mano de los más altos serafines, y los demás han anudado los ángeles y an estado en manos del mismo Dios, y los ha bendecido con las quentas y te los imbía para bien de las almas. Y yo te digo que todas [fol. 32r] las personas que con fe viva las truxeren serán favorecidos de Dios en esta vida, y en el Purgatorio experimentarán sus virtudes, y en el Cielo serán señalados con particulares resplandores, y sus cuerpos, en el día del Juicio, ternán gozos accidentales, por haver estado estas preciosas quentas en el Cielo y en manos de Dios y de los ángeles y de la misma Madre de Dios”. Las primeras quentas que llevó el ángel al Cielo fue el rosario de la santa, y luego las monjas que lo supieron pidieron a la santa Juana intercediesse ubiesse aquella misericordia para sus rosarios. La santa, llena de charidad, pidió a su querido Esposo para todas. Y ansí mercaban rosarios de muchos colores, unos blancos, otros negros y pardos, y de açabache y palo e de differencias de colores. Y d’esta suerte ay quentas de muchas differencias, todas bendecidas del poderoso Dios, el qual dixo a la santa Juana y al ángel san Laruel que las que tocaren a ellas tendrán las mismas bendiciones que las originales (que echarán demonios de los cuerpos de los hombres y librarán de sus açechanças, darán salud corporal y espiritual), y que las truxessen con devoción, y que [fol. 32v] rezando en ellas por los que están en peccado mortal su Magestad yrá disponiendo aquellas almas, para que salgan d’él por la virtud que ha puesto en estas quentas.
'''Del nacimiento de la madre Juana de la Cruz'''
En el Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz está el cuerpo de la madre Juana de la Cruz, abadesa que fue del dicho convento y muy gran sierva de Nuestro Señor, la cual fue natural de un pueblo que se llama Azana, tierra del arzobispado de [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:ToledoToledo], cerca de la dicha ciudad, en la tierra que llaman la Sagra de [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:Toledo Toledo]. Nació en el año de la encarnación de 1481 años y en el bautismo le pusieron por nombre Juana. Sus padres fueron muy buenos cristianos y virtuosos y de gente muy honrada; su padre se llamaba Juan Vázquez y su madre Catalina Gutiérrez y tuvieron otros hijos muy virtuosos y algunos dellos fueron religiosos de muy aprobada vida. La bendita madre Juana de la Cruz fue dotada de mucha gracia y hermosura corporal; criola su madre a sus pechos, porque en naciendo tomó con ella mucho amor; era muy graciosa y mansa y decía su madre que no tan solamente no padecía pena ni trabajo en criarla, mas sentía consolación y notable alegría en sí todas las veces que la tomaba en sus brazos, aunque estuviese muy triste y angustiada. Tenía muy claro entendimiento y tan grande conocimiento de Dios que, aunque de poca edad, siempre tenía su pensamiento y ocupaciones en cosas celestiales y en hacer nuevos servicios a su esposo Jesucristo, a quien se consagró desde niña. Nunca la vían jugar ni ocupada en cosas de vanidad ni desaprovechada ni hablar palabras vanas, de manera que sus padres y parientes y personas que la conocían [512] se maravillaban mucho de las grandes virtudes que veían en ella resplandecer. Estando un día asentada a la puerta de la casa de su padre pasaba el santísimo Sacramento por allí, que le llevaban a un enfermo, y como sus padres la tenían tan bien impuesta en las cosas de Dios y de su santa fe católica, se levantó con mucho fervor a mirar y adorar al Señor, que llevaba el clérigo en sus manos, y vido que iba sobre la custodia Nuestro Señor Jesucristo en forma de niño vivo y muy resplandeciente y por entonces no dijo nada, pensando que todos veían lo que ella veía; pero Nuestro Señor, que es dador de las gracias y descubridor de los secretos que Él se sirve de manifestar, tuvo por bien de traer tiempo en que estas y otras maravillas y grandes misterios que en su sierva había obrado desde su niñez fuesen vistos y conocidos, sin ser en su mano podellos encubrir.
=== Capítulo II ===
Llegado el tiempo en que había pasar desta vida la madre de la bendita niña Juana de la Cruz, acordándose de una promesa que tenía hecha en una enfermedad suya, de llevar a su hija con su pelo de cera a velar al Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz, rogó a su marido que lo cumpliese por ella y él le prometió de cumplirlo lo más presto que pudiese; y cuando esto se trataba entre los dos estaba presente la sierva de Dios Juana de la Cruz, la cual deseaba mucho que se cumpliese aquella promesa; y como quedase en casa de su padre, con la edad crecían en ella muy grandes fervores y ansias de ser religiosa por más servir a Dios, y creciendo en edad empezaba a poner por obra sus fervorosos deseos del servicio del Señor. Tenía una tía, hermana de su madre, doncella y de muy santa vida, en quien Nuestro Señor mostró muy claros y manifiestos milagros y maravillas, con la cual se consolaba y comunicaba mucho. En este tiempo su tía se metió a monja en Toledo en el Monasterio de Santo Domingo el Real, en el cual vivió y acabó su vida muy santamente. La bendita Juana de la Cruz sintió mucha soledad en faltarle tal compañía y quisiera [513] mucho irse con ella a ser religiosa, pero su padre y abuela no se lo quisieron conceder, diciéndole que tenía poca edad y no podía llevar las asperezas de la religión. Viendo ella que aprovechaba poco el rogarlo, calló por entonces y pensaba entre sí: “Ir yo a ser religiosa a aquel monasterio porque estaba allí mi tía no es perfección, más quiero ir a cualquiera otro monasterio por solo Dios y su amor, y servirle y aplacerle”. Y este deseo crecía en ella cada día y la tía desta bienaventurada era muy santa y muy regalada de Dios y tenía muchas revelaciones, y en una le dijo Dios que su sobrina había de ser muy gran persona y de muy singulares gracias y dones espirituales; y contó esta revelación a la priora de su monasterio, la cual con mucho cuidado y diligencia procuraba y deseaba que viniese a ser monja a su casa y pedía con muchos ruegos a sus padres y parientes se la diesen para monja, en lo cual jamás quisieron los padres consentir. Lo cual visto por la priora y monjas del dicho monasterio, procuraron por otras vías haberla y en todo este tiempo no cesaban las monjas de suplicar a Nuestro Señor trujese a su casa aquel precioso tesoro, lo cual no se hizo porque Dios tenía determinado otra cosa. En este tiempo esta bendita doncella fue llevada a casa de unos tíos suyos, que la amaban y querían como hija natural, y le dieron el gobierno de toda su casa y bienes y ella les era muy obediente. Era muy honesta y prudente en todas sus obras y muy caritativa para los criados de la casa y personas que en ella trabajaban, y cuidadosa y diligente en los trabajos corporales y administradora en las cosas de Dios. Daba muy buenos consejos: era muy humilde y tenía la voluntad muy aparejada para hacer penitencia y la tomaba sobre sí con mucha alegría y la ponía por obra; y en sus ayunos fue muy abstinente, que su comer era pan y agua y no comía más de una vez al día y esta no todo lo que había menester; y no solamente ayunaba con solo pan y agua, más se estaba dos y tres días sin comer ni beber alguna cosa, y esto hacía ella muy de ordinario y con muy gran secreto. Todas las veces que ella se podía desocupar para rezar y contemplar, hacía oración muy fervorosa, bañada en lágrimas salidas de su corazón y lloradas con compasión a la Pasión [514] de Jesucristo Nuestro Señor, y, hecha de otra manera, la tenía no por tan acepta para ser recebida delante del acatamiento divino. Era rigorosa para su cuerpo porque traía junto a sus carnes un cilicio, hecho de unas cardas que buscó ella muy secretamente y las deshizo, y todas las púas y puntas cosió en una cosa muy áspera y aquello traía junto a sus carnes. Andaba de continuo dolorosa y toda llagada y muy alegre y consolada, porque tenía de continuo dolores que ofrecer al Señor en reverencia de los que padeció por nos redemir y salvar. Cuando trabajaba dábase mucha prisa porque los dolores y heridas fuesen mayores. Siempre esta sierva de Dios ofrecía tres cosas a Dios: trabajo corporal, hecho muy alegremente con la caridad del prójimo; la segunda, sacrificio de sangre y dolores, que le causaban las cosas ásperas y crueles que traía junto a sus carnes; la tercera, los pensamientos siempre puestos en Dios y en las cosas celestiales. Hacía también siempre muy ásperas disciplinas, dándose con muy gruesos cordeles; dados en ellos muy grandes nudos, dábase con estos tan cruel y despiadadamente hasta que salía sangre y se hacía muy lastimosos cardenales y heridas. Tenía tan gran silencio que nunca hablaba palabra que no fuese de Dios o que no la pudiese excusar. Andando por casa o haciendo labor de manos, dábase secretamente en los merecillos de los brazos, y en cualquier parte de su cuerpo que ella podía, muy recios pellizcos. Y cuando había de hacer algún trabajo al fuego o al horno, se destocaba y arremangaba mucho los brazos por hacer penitencia y quemar sus carnes y ofrecerlas a Dios en sacrificio; y el día que no hacía alguna cosa destas, no se tenía por digna de comer el pan ni de hollar la tierra que Dios había criado. Era tan amiga de oración, silencio y recogimiento, que buscaba siempre como estar en larga y fervorosa oración y para esto parecíale que el silencio y reposo de la noche era tiempo muy convenible, y cuando la gente estaba recorrida y dormiendo, quedábase ella en la cámara donde dormía, rezando. De que veía muerta la candela en el tiempo de las noches frías y largas del invierno, para hacer mayor penitencia se desnudaba delante de unas imágenes, quedándose en el silicio muy áspero [515] que continuo traía, y ansí estaba de rodillas en oración hasta que sentía que la gente de unas dos o tres criadas de casa con quien ella dormía era ora que se levantasen: entonces por no ser sentida íbase a acostar. Y una vez aconteció, queriéndolo Dios ansí porque fuese conocida, que sus compañeras lo sintieron que se iba a acostar cuando quería amanecer, y sentían cómo iba muy fría, que solo el frío que llevaba en sus carnes las despertaba; y ellas le dijeron muchas veces que por qué no se acostaba cuando ellas, que qué hacía o dónde venía a tales horas. La bienaventurada respondió que alguna necesidad tenía de venir donde venía. Como ella continuase este ejercicio, díjolo una de ellas a su ama, la cual se angustió mucho y mandó a aquella criada que con cuidado y secreto viese dónde iba su sobrina a aquellas horas y qué hacía. Luego la noche siguiente, la criada, viendo que la sierva de Dios no estaba en la cama, acordó de ponerse a la puerta de la cámara donde dormían con intención de cerrarla, pensando que la bendita Juana de la Cruz había salido fuera. Y con este pensamiento llegó a la puerta y hallola cerrada, y como estaban a escuras no la vía y estaba en oración delante de las imágenes y pusose junto a la puerta por verla cuando fuese a salir; y estando allí por algún rato, oyola llorar y gemir, y la moza, por certificarse, quitose de la puerta y fuese adonde ella estaba en oración, descuidada que nadie la oía ni aguardaba, y fue a asir della y sintió cómo estaba de rodillas desnuda y envuelta en un áspero silicio. De lo cual la bienaventurada sintió gran tribulación por ser vista; y la criada, maravillada, disimuló por entonces y dijo a su señora cuán bienaventurada criatura era su sobrina y en cuán santos y provechosos actos la había hallado.
 
Desta manera su buena vida fue divulgada y se conoció por todas las personas de la casa y aun por otras muchas, de lo cual ella recebía muy gran pesar y buscaba en su pensamiento dónde se podría apartar a poder hacer sus ejercicios sin ser vista; y acordose que en aquella casa de su tía en unos corrales había un palomar tapiado y sin tejado y tomó una Verónica en que ella tenía muy grande devoción y pusola en un pedazo de terciopelo, y doblada [516] traíala consigo, y todas las veces que podía se iba a aquel palomar y ponía la Verónica en una parte y con unas cadenas que ella tenía allá escondidas hacía muy ásperas disciplinas y andaba de rodillas, desnudas las rodillas sobre las guijas y cantos hasta que se le desollaban; y con muchas lágrimas y gemidos andaba desta manera con la más prisa que podía, considerando que iba por los lugares santos y por donde habían llevado a crucificar a Nuestro Señor Jesucristo. Y andando ella con esta contemplación, se le apareció Jesucristo Nuestro Señor apasionado como cuando llevaba la cruz a cuestas y la miraba sus ojos de misericordia. Un viernes santo quisiera ir a la iglesia y ver el monumento, y su tía no le dio licencia porque en aquellos tiempos no se acostumbraba salir las doncellas de casa, sino en los días de fiesta a oír misa. Y ida la tía y la demás gente a la iglesia, quedose ella en casa acompañada del dolor y compasión que aquel santo día representa y hincose de rodillas delante de un crucifijo con muchas lágrimas, compadeciéndose de lo que en tal día su Dios y Señor había padecido; y fue tanta el agua que de sus ojos manó, que mojó la tierra, y del dolor que sintía en su corazón cayó en el suelo como muerta; y estando con esta compasión vido la imagen del santo crucificado muy apasionado y llagado y aparecieron allí todas las insignias y misterios de la Pasión y las tres Marías muy llorosas, cubiertas de luto; y tantos fueron los misterios que allí vido y sintió y lo mucho que lloró y se traspasó su corazón, que quedó tal que parecía muerta, y su gesto tan difunto y desmejado que, cuando sus tíos y la gente de casa vinieron, se maravillaron mucho de verla tan demudada y le preguntaron qué le había acontecido y apremiaronla que comiese y no ayunase aquel día a pan y agua, y ella les suplicó no le quitasen su devoción, que muy bien podía ayunar y muy bien dispuesta se hallaba. Y viendo la humilde doncella cómo no se podía encubrir su virtud, dábanle pena tres cosas: la una, no tener tiempo y libertad para servir a Dios, como ella deseaba; la segunda, que era conocida de todos la gracia y mercedes que Dios le hacía; la tercera, el gran deseo que tenía de ser religiosa, no verle cumplido. De manera [517] que ya públicamente con muchas lágrimas y fervor lo pedía a su padre y tíos, los cuales nunca condencendían con su petición, y su tío que la había criado, como haciendo burla, le dijo: “Mi sobrina quiere ser monja por ser santa”. Y ella respondió con mucha humildad: “Pues si lo fuere por la gracia de Dios, rogare a Dios por v. merced”. Y por entonces no les importunó más, no perdiendo la esperanza que Nuestro Señor se lo había de otorgar, pues ella se lo suplicaba sin cesar; y con esta esperanza un viernes santo fuese al palomar y, entrando en él, puso la santa Verónica y sacó la cadena que tenía escondida y hizo una áspera disciplina, porque todas las veces que ella iba allí, primero se disciplinaba que hiciese oración; y hecha esta disciplina, hincose de rodillas y derramando muchas lágrimas empezó a decir mirando la santa Verónica: “O muy dulce Señor mío, suplico a Vuestra Majestad por reverencia de los misterios que hoy día viernes santo vos, mi Señor, hicistes y por los dolores y tormentos muy crudos que por me redemir y salvar padecistes, que me concedáis esta merced que muchas veces con importunidad he pedido: que merezca yo ser vuestra sierva en la religión y que esta merced no se me niegue en este santo día”. Y estando en esta oración la sierva de Dios, le fue revelado que había Dios oído su petición y recibido su buen deseo, y lo tomaba por obra muy aceptada y le placía de la recibir por esposa y concederle la religión, con condición que ella pusiese la diligencia que para alcanzarlo viese que había menester; y desde aquella hora buscaba y procuraba en su corazón cómo y de qué manera saldría secretamente, que ninguna persona la viese ir al Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz, que allí la alumbraba el Espíritu Santo fuese.
Procuraba esta madre de, en amaneciendo, ahora estuviese en el coro, en los oficios divinos o en otra cualquier parte o en ocupación [525] o trabajo corporal, de aparejarse para comulgar espiritualmente, pues no podía recebir el Santísimo Sacramento cada día y hora como ella deseaba; porque era tan devota del Santísimo Sacramento del altar y de le gustar continuo que nunca otra cosa quisiera hacer día y noche, sino hartar su alma deste manjar del Cielo. Y por el mesmo Señor fue revelado a todas las monjas del convento por palabras que la oyeron estando elevada, enajenada de sus sentidos: que tanto era el gozo y gusto que esta bendita sentía en el Sacramento que comulgaba y recebía a Dios espiritualmente y sentía gran favor del Señor y consolación de su alma, y daba las gracias a Nuestro Señor por tan copioso beneficio.
 
Estando esta bendita en la casa de la labor, víspera de los apóstoles S. Pedro y S. Pablo, vido una visión de todos los doce apóstoles, como cuando uno acaba de espirar, y luego vido doce sepulcros abiertos y muy hermosos y que salían dellos los doce apóstoles vestidos de blanco y ellos más albos que la nieve, y levantábanse puestas las manos como que adoraban al Señor y le daban gracias; y ella muy maravillada desta visión deseaba saber por qué parecía que salían los santos apóstoles de los sepulcros como difuntos, estando ya todos en el Cielo glorificados y no habiendo muerto ninguno dellos de su muerte natural, mas de muy crueles martirios por amor de Dios. Estando en este pensamiento y deseo, vido todos los apóstoles vestidos muy ricamente, coronados y cubiertos todos de pedrería y muy alegres y gloriosos, y Nuestro Señor en medio de ellos, dándoles muy grandes premios y gozos y galardones por los trabajos y buenas obras que por su amor estando en el mundo habían hecho. Ansimismo le fue mostrado cómo levantarse los santos apóstoles de los sepulcros era significación que todos habemos de ser muertos y resucitados cuando Dios nos llamare a juicio; y cómo Nuestro Señor Jesucristo hace fiesta y llamamiento en el Cielo de todos los santos apóstoles juntos el día que es fiesta de cualquiera de ellos; y cómo la Iglesia militante, ansí como la triunfante, los días de las tales fiestas siempre hacen memoria de los martirios y muerte de los santos que padecieron por amor de Dios y de la vida eterna y bienaventuranza [526] que por ello les da el Señor, y a todos y cualesquier Órdenes de santos y santas, cuando es fiesta de uno o de una en especial, junto con él a todos los de aquella Orden les hace fiesta en general. Decía muchas veces que, cuando comía o bebía, tomaba gusto en aquel manjar corporal porque sabía ella Dios era todas las cosas y en todas ellas le podía hallar, y con este pensamiento en contemplación que siempre tenía puesta en Dios, en cada bocado que comía y trago que bebía hallaba dulzura y gustos divinales. Muchas veces, estando comiendo se arrobaba en espíritu; y esto de arrobarse creció en ella tanto la gracia que adonde quiera que aquella gracia le tomaba se quedaba como muerta, aunque muy hermosa, ora fuese en el coro o en el refitorio o en otro lugar de la casa, a cualquier hora del día o de la noche que era la voluntad de Dios, y muy a menudo; y no estaba elevada poco tiempo, mas tres horas, cinco y siete y doce, y esto al principio de sus elevaciones. Y andado el tiempo diole Dios muy copiosa esta gracia, porque estaba elevada un día y una noche y algunas veces cuarenta horas. La primera vez que el convento vido elevada a esta religiosa, había siete años que estaba en el monasterio y todas las religiosas vieron en ella muy nuevas mudanzas porque la vieron propiamente como difunta, ansí en el gesto, ojos y labios, como en el descoyuntamiento de todos sus miembros, lo cual nunca más tuvo en semejantes raptos, antes en ellos estaba muy hermosa y colorada. Después que volvió en sus sentidos, importunáronla mucho las religiosas les dijese qué había sentido o visto en aquel rapto y ella por entonces no les dijo nada hasta saber la voluntad de Dios; pero pasados algunos días, de voluntad de Dios les dijo: “Señoras, quiero satisfacer a vuestro deseo, pues deseáis saber qué es lo que vi y sentí aquella vez que decís que estaba en el cuerpo muy demudada, a manera de muerta. Yo me vi en un lugar oscuro, donde hube mucho temor, y apareció allí un ángel que alumbró aquellas tinieblas y me dijo: ‘No temas’. Y me fueron reveladas muchas cosas, especial el favor que los ángeles hacían a los que están en el purgatorio hasta que, saliendo de allí, gozan de Dios. Este ángel tiene oficio de ayudar a las ánimas de purgatorio, yéndolas a visitar y consolar [527] por los merecimientos y Pasión de Jesucristo y méritos de su Santa Madre. Y muchas veces va a la ayuda y socorro de las ánimas y personas que están en pasamiento, llevando consigo otros muchos ángeles que le ayuden a defender aquella persona que en tan gran batalla está de tentaciones de los demonios, y las acompaña hasta que son juzgadas y tiene cuidado dellas hasta que estén en descanso y este mesmo oficio tienen otros muchos ángeles”. Estas y otras muchas cosas decía esta bendita a las monjas, importunada de ellas y con licencia de Dios notificadas por su ángel.
Había en el monasterio una monja enferma, que estaba ética y algo penosa y asquerosa, a la cual servía esta bendita venciendo con mucha alegría todas las cosas que se le ofrecían en el tal ejercicio de caridad, con el espíritu de su mortificación, por muy graves y repugnantes que fuesen. Vino a ella una religiosa, con mucho frío y dolor de estómago, y díjole: “Señora, por caridad que pidáis para vos un trago de vino, diciendo que lo habéis menester para algún dolor que tenéis y dármele heis a mí, que traigo un gran dolor de estómago y no lo oso pedir” (en aquel tiempo no sabían las mujeres qué cosa era vino) y ella dijo que lo [529] haría y, considerando que decir tenía dolor de estómago por entonces que no diría verdad, y dejarlo de pedir era falta de caridad, suplicó a Nuestro Señor por qué ella pudiese decir verdad y la religiosa recibiese refrigerio en su necesidad: Nuestro Señor lo proveyó de manera que esta bendita no mintiese. En la vida del Padre fray Pascual Bailón, cuyo cuerpo está en San Francisco de Villareal de Valencia, se cuenta d’él las grandes diligencias y trabajos que pasó por no decir una mentira ligera, que no pasaba de pecado venial, lo cual es contra tanto como en estos tiempos se miente porque no se sabe decir verdad. Y ansí sucede a los mentirosos lo que dice Aristóteles, que cuando digan verdad no los crean, aunque hay quien nunca la diga. Muchas veces aparecieron ánimas de difuntos a esta bienaventurada, pidiéndole hiciese diligencias con deudos suyos para que hiciesen obras satisfatorias y cumpliesen obligaciones que tenían para por estos medios ser libres del purgatorio, lo cual ella siempre hacía. Las cuales ánimas le tornaban a aparecer y le decían cómo eran libres de las penas de purgatorio y le daban gracias por haberlas ayudado.
 
Vino a esta bendita un religioso muy tentado de que no rezaba las horas canónicas ni ninguna cosa de las que tenía obligación, diciendo que Dios no tenía necesidad de sus rogaciones; la cual hizo oración por él y le respondió: “Padre, verdad es que Dios no tiene necesidad de las oraciones de las criaturas que Él crió; empero, que todas las criaturas racionales que Él crió tienen necesidad de la ayuda de Dios y de le servir para agradarle: ansí como de necesidad y fuerza es obligado cualquier labrador pechero de pagar a su rey y señor el pecho que es obligado y le debe y si esto de su grado no lo hiciere, será castigado, ansí el religioso, si no pagare a Dios lo que le debe rezando las horas canónicas y lo que es obligado, será castigado de la mano de Dios”. Deseaba padecer muchos trabajos por Dios y suplicábalo a Nuestro Señor y ansí permitió que los demonios la azotasen muy crudamente y las señales le duraron mucho tiempo y la de uno le duró toda su vida. Y lo mesmo se cuenta haber sucedido al glorioso S. Gerónimo. También le dio Dios de ordinario un dolor [530] de cabeza que la atormentaba en gran manera y todo lo llevaba con gran paciencia. Era devotísima de la santa cruz y enseñó a las monjas una adoración en esta manera: “Adórote, cruz preciosa; adórote, santa cruz de Dios; adórote, santo madero; adórote, trono de Dios; adórote, escaño de sus pies con el cual justiciará y pisará los pecadores y les hará ver y conocer cómo solo Él es el Señor y Criador del Cielo y de la tierra y juez de los vivos y de los muertos; adórote, galardón de los justos por el cual se salvan y justifican; adórote, deleite de los ángeles; adórote, penitencia de los pecadores; adórote, tálamo de Dios, en el cual está puesta su corona real; adoro los clavos, tenazas, martillo, escalera y lanza; adoro al Redentor en ti puesto; adoro a mi Salvador; adoro su santo rostro; bendigo, glorifico y adoro sus santos miembros todos, desde las uñas de los pies y plantas hasta encima de la cabeza, que son los cabellos: adórote, árbol santo de la vera cruz”.
'''De cómo esta bendita pasó de esta vida'''
Siendo esta bendita de edad de cincuenta y tres años, los cuales había vivido muy bien y muy ejemplarmente a honra y gloria de Dios y salvación y mérito de su alma y aprovechamiento de sus prójimos, vivos y difuntos, como su historia da testimonio dello, quiso el poderoso Dios que después de la Dominica del Pastor, año de 1534, se le agravasen a esta sierva de Dios sus enfermedades, sobreviniéndole otra de nuevo, la cual fue que no pudo orinar en catorce días, y publicándose su enfermedad entre algunas personas muy generosas, devotas suyas, fue luego proveída con mucho deseo de su salud de médicos y de las cosas necesarias para su cura. Y los médicos juntos y concentrados le hicieron muchas y grandes experiencias, y ella, tomando por la consolación de las monjas que se lo rogaban todo lo que los médicos le mandaban, aunque era contra su voluntad, y algunas veces con rostro como de ángel y semblante muy gracioso [533] que reía con las monjas y les decía palabras de muy grande amor y también a los médicos, se mostraba muy agradecida a su trabajo. Y viendo ellos que su mal iba empeorando y que era mortal, dijéronlo a las religiosas, las cuales con muchas ansias comenzaron a invocar la misericordia de Dios haciendo oraciones y derramando muchas lágrimas y sangre, haciendo procesiones con gemidos y sollozos, que parece querían expirar, suplicando a Nuestro Señor no quisiese su Majestad quitarles tan grande amparo, consolación y ayuda para su salvación como tenían en la madre Juana de la Cruz. La cual con muy grande fervor pidió le trujesen su confesor, que se quería confesar y aparejarse para morir, y ansí lo hizo, que confesó y comulgó con admirable devoción y se despojó como muy pobre y perfecta religiosa, y pidió la extremaunción; y todos los días que estuvo enferma de la enfermedad que murió, no pasó noche que no se arrobase, pero no le fue descubierto el secreto de su muerte hasta tres días antes de su bienaventurado fin. Y aunque con mucha flaqueza, no faltándole caridad y compasión de sus hermanas, contoles algunas cosas de consolación que en sus raptos había visto. Y acercándose el día de su glorioso fin tuvo una revelación jueves en la noche, vigilia de los apóstoles San Felipe y Santiago, en la cual conoció que era la voluntad de Dios llevarla desta vida; y súpolo en espíritu, por cuanto aquella mesma noche estuvo elevada desde las once hasta la una, y en esta elevación vido a los gloriosos apóstoles San Felipe y Santiago. Y hablando con su santo ángel le dijo viese cuál estaba y le suplicaba rogase al Señor por ella y por las religiosas de su casa y por sus hermanos y parientes y amigos y por todas las personas que a ella se encomendaban; y la respuesta fue: “Bienaventurados son los que viven y mueren en Dios y malaventurados se pueden llamar los que viven fuera de Dios; esfuérzate y ten paciencia, y encomiéndate a Dios y confórmate con su santa voluntad, y arrepiéntete de tus pecados y de las cosas que pudieras haber hecho en su servicio y no las has hecho”; la cual dijo: “Tan tarde me lo decís”. Y respondió: “No es tarde, que tiempo tienes para lo poder hacer; tú, amiga de Dios, confórtate [534] con todo lo que Nuestro Señor quisiere hacer de ti y suplica a su Divina Majestad se cumpla en bien y salvación tuya la sentencia que está dada, y tiempo es ya, amiga de Dios, de gozar de las cosas prometidas y a Dios pedidas y por Él otorgadas”. Y suplicó esta madre a los gloriosos apóstoles San Felipe y Santiago rogasen a Dios por ella, que no deseaba la muerte por impaciencia, sino muerte con penitencia, contrición y arrepentimiento de sus pecados, y que fuese en ella cumplida la voluntad de Dios. Los santos apóstoles le dijeron: “Ansí tiene de ser para ser la muerte buena y inocente y sin pecado, y ahora es tiempo de padecer los penitentes y amigos de Dios para que después gocen de los gozos del Cielo”. Todo esto pasó estando esta sierva de Dios elevada, y tornando en sus sentidos llamó a una religiosa parienta suya, que desde niña se había criado en el monasterio y ella le tenía mucho amor, y díjole: “Hágoos saber, hermana, que según me ha sido revelado he visto que es la voluntad de mi Señor Jesucristo que muera desta enfemerdad, de lo cual yo mucho me he consolado”. Y contole la sobredicha revelación y díjole muchas cosas de gran dotrina, aconsejándola tuviese paciencia y se conformase con la voluntad de Dios. Y luego, viernes por la mañana, día de los apóstoles San Felipe y Santiago, entrando el médico a visitarla, dijo que le quería hablar en secreto y, llegándose cerca de su cama, le dijo: “Señor, ruégoos por amor de Nuestro Señor que no me curéis ya más ni hagáis algún beneficio, porque yo sé que tengo de morir desta enfermedad y todo aprovechará poco, sino es darme más tormento; y paréceme que todo mi cuerpo le meten en un grano de mostaza y allí le aprietan según que yo siento”. Y ansí estuvo todo aquel día con alguna fatiga causada por la enfermedad. Y como se divulgase mucho que estaba tan al cabo de su fin, muchas señoras generosas deseaban estar presentes a su glorioso tránsito y ansí lo pusieron por obra; y no todas llegaron a tiempo, a causa que algunas venían de lejos, sino fue una muy ilustre señora muy devota suya que se llamaba doña Isabel de Mendoza, hija del conde de Monteagudo, mujer de don Gonzalo Chacón, señor de Casarrubios, que llegó a tiempo [535] y estuvo presente a todas las cosas y maravillas que pasaron en su bienaventurado tránsito y tuvo muchas lágrimas de devoción. Y esta señora, después de viuda, fue monja en el Monasterio de la Concepción de la Puebla de Montalván.
El mesmo día de los apóstoles, antes de vísperas, estando en sus sentidos, vido algunas cosas, las cuales ella no dijo claramente, aunque mucho se lo importunaron y rogaron. Este mesmo día, ya que quería anochecer, le dieron la santa unción, la cual recibió con muy gran devoción, y desde a un rato dijo con gran gemido y contrición: “Ay, ay de mí, cómo me he descuidado”. Pasada una hora, después de recebida la santa unción, le sucedió una indisposición, que pensaron era desmayo, y viéndolo el médico dijo que no tenía pulsos, que verdaderamente se moría, y estuvo ansí un rato; y tornando sobre sí, comenzó a hablar con buen semblante, en lo cual conocieron había sido arrobamiento. Y destos tuvo muchos aquella noche y empezó a hablar, diciendo lo que había visto, como quien responde a lo que le decían, y parecía a todos los que la veían que lo que hablaba eran respuestas que daba a quien hablaba, e dijo como persona muy admirada: “O, qué cruel espada, tenédmele, tenédmele, no me mate con ella”. Y ansí estuvo sosegada un gran rato en silencio, como persona que veía grandes cosas. Y después dijo con gran sosiego y manera pacífica: “Tened ese cuchillo, tenedle”; y alzando un poquito la voz, decía: “Llamádmela, llamádmela que se va”. Y preguntándole a quién habían de llamar, respondió: “A la santa Madalena”; y diciéndole qué Madalena, dijo: “La que estuvo al pie de la cruz, que viene del sepulcro”; y decía: “Ay, ay, amiga de mi alma”. Preguntándole si estaba allí la Madalena, respondió que sí; y de rato en rato decía, a manera de mucho deseo: “Pues vamos, Madre de Dios, vamos”, y esto decía muchas veces; y algunas veces añadió: “Vamos a casa, vamos, Madre de Dios, que es tarde”. Y con manera de ahínco y esfuerzo fervoroso decía: “Echalde de ahí, echalde de ahí, ¿por qué me dejáis?”; y parecía que estaba angustiada y que peleaba con el demonio y para esta pelea la dejaron sola; la cual venció poderosamente, según pareció la plática que ella tenía con el demonio, [536] que ansí como Dios le dio gracia de fortaleza que en su vida le venciese, ni más ni menos en la hora de la muerte no la desamparó, que maravillosamente quedó vencedora. Y volviendo la plática a las religiosas, dijo: “Señoras y hermanas mías, levantadme de aquí, daré mi alma a Dios en sacrificio”. Dende a poco comenzó a decir apriesa, como quien habla con otras personas: “Buscádmele, buscádmele a mi Señor, ¿por qué me le llevastes?, dejádmele ir a buscar, aunque estoy descoyuntada”; y con gran fervor decía: “Mi Señor, la misericordia sobre la justicia: Jesús, y qué angustia”. Y muy fatigada, volvió el rostro a las religiosas, e díjoles: “Amigas, ayudadme a rogar”; y dijeron: “Señora, ¿qué quiere que roguemos y pidamos?”. Respondió que misericordia y piedad, que la misericordia era sobre la justicia. El médico que la curaba, viendo todas estas cosas, dijo con gran devoción y lágrimas: “Bienaventurado colegio que tal alma como esta envía el Cielo; por cierto, señoras, creo yo que serán mayores los favores que desta bendita recebirán desde el Cielo que los que han recebido en la tierra, aunque han sido muchos”; y respondió la bienaventurada: “Podrá ser”. Y todo esto pasaba estando sin pulsos en ninguna parte de su cuerpo, y estándola todos mirando empezó a mascar, como persona que comía con mucho favor, y cesando le dijo el médico: “Señora, parece que come”. “Es verdad”, dijo ella, “sí”. Tornándole a preguntar que quién se lo había dado y qué era, respondió que cierto manjar, y dijeronle: “con tal manjar muy esforzada estará”, y dijo: “Sí, estoy”. Y tomándole el médico el pulso dijo que se le había tornado muy esforzado y grande, que parecía de nuevo le habían dado vida porque había más de cuatro horas que estaba sin él y desde el día de los santos apóstoles no había pasado ninguna sustancia. Y después de todo esto comenzó a decir con muy alegre gesto: “Amigas mías y señoras mías, llevadme, llevadme”; y entendieron que hablaba con santas vírgines; y de a poco rato dijo con gran reverencia: “O, Padre mío”, y las religiosas pensaron que lo decía por el glorioso Padre San Francisco. Y cuando esto pasaba, ya venía el día y era sábado, y todos los que allí habían estado aquella noche, ansí a las religiosas como a las personas de otra manera, no se les hizo o pareció ser aquella [537] noche una hora. Estando ansí esta sierva de Dios, dijo: “Ea, pues, Jesús, vamos de aquí”; “vamos presto, Señora mía”; “vamos, vamos mi Redentor”. Entonces las religiosas se levantaron con muchas lágrimas y grandes sollozos y le besaron las manos con mucha devoción y ella las bendijo presentes y ausentes. Y tornó a decir: “Vamos, vamos, Redentor mío, vamos de aquí”. Y llegándose el médico a esta bienaventurada y hablándola, recibió el aliento que de la boca le salía y dijo a los que allí estaban no podía conocer ni alcanzar qué olor fuese, salvo que olía muy bien, de lo cual estaba admirado porque hasta aquella hora había tenido mal olor en el aliento, que le procedía de la corrupción de los humores, y entonces le tenía bueno. Y todos los que estaban allí que oyeron esto al médico se allegaron con mucha devoción y, recibiendo el huelgo, conocieron no ser de los olores deste mundo, y toda su persona estaba con grande olor y hermosura. Y desde el sábado a la tarde hasta el día siguiente domingo después de vísperas, día de la Invención de la Santa Cruz, no habló; y antes que entrasen por la puerta de su celda se olía los maravillosos olores que de ella salían.
El día siguiente lunes, como fuese casi hora de vísperas y todos los campos estuviesen llenos de gente, clamando que les mostrasen el cuerpo que se le dejasen tocar, los padres que allí se hallaron, por satisfacer a su devoción, tomaron el cuerpo y sacáronle fuera con mucha reverencia, donde todos le pudiesen ver; y viendo la gente cómo le sacaban, eran tan grande los clamores y gemidos que todos daban con muchas lágrimas que se oían muy lejos de allí; y llegando todos a prisa, los religiosos que guardaban el cuerpo no consentían [539] tocasen sino en el hábito; y sintiendo el muy suave olor que del cuerpo salía, con mucha admiración daban gracias a Dios y ponían encima rosarios y otras cosas que traían, en las cuales se pegaba el mesmo olor. Y consolada la gente, tornaron el cuerpo al monasterio a hora de Completas; a la cual hora llegaron correos de grandes señoras rogando que detuviesen el cuerpo hasta que ellas le viesen y ansí se hizo. Y hecho el oficio, los religiosos se fueron a sus monasterios y dejaron el cuerpo por enterrar y ansí estuvo por cinco días, no perdiendo el buen olor que d’él salía. Y venidas las señoras, a cuya instancia el cuerpo estaba detenido, viéronle y tocáronle y se consolaron mucho de ver las maravillosas que Dios mostraba en él. Pareció era bien porque la gente gozase desta reliquia, se enterrase en la Iglesia y capilla del Santísimo Sacramento, pero las religiosas no consintieron sacar el cuerpo del monasterio y hubieron de entender en ello los prelados, y húbose de hacer lo que las monjas querían porque era más justo, y pusiéronle en una parte donde las religiosas comulgaban, en un hoyo pequeño, cuanto cupo el ataúd, encima cubierto con yeso; en el cual lugar el tiempo que allí estuvo manifestó Nuestro Señor la santidad desta su sierva, sintiendo muy suaves olores.
 En la ciudad de [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:Almería Almería] había una grande religiosa, que tenía revelaciones muy verdaderas y el Señor le comunicaba muchos secretos: llamábase María de San Juan, natural de la villa de Casarrubios del Monte, la cual con otras había ido al Monasterio de Torrijos a fundar al Monasterio de la Concepción de Almería, en tiempo de doña Teresa Enríquez, señora de Torrijos. Y esta religiosa María de San Juan tenía gracia de arrobarse, y las dos se habían hecho hermanas espirituales y se comunicaban mucho. Y yendo dos padres de la Orden de S. Francisco, que el uno de ellos había sido provincial de la provincia de Castilla, persona de mucha autoridad y letras, a tratar y negociar con la madre María de San Juan, a un mes que había pasado desta vida la madre Juana de la Cruz, y preguntándole el dicho prelado, que le dijese del estado del ánima de la madre Juana de la Cruz, respondiole con mucha alegría: “Tiene tanta y tan grande gloria como el poderoso Dios les da a sus escogidos y los méritos [540] de la madre Juana de la Cruz merecían”. Y contó cómo el día de San Juan Evangelista, a seis de mayo, tres días después de la Invención de la Cruz, día en que la madre Juana de la Cruz pasó desta vida, se la mostró Dios muy diferente de cómo la solía ver y que, admirada de aquello, le fue respondido que ya estaba desatada de las cadenas de la carne y en gloria para siempre, y que Dios dio lugar que la hablase y le dijo que había tres días que había pasado desta vida y en ella había tenido su purgatorio, y que no le dieron lugar para que le dijese más y quedó ella muy consolada.
Algunos años después, se hizo un arco muy bien labrado en una pared que divide la capilla mayor del claustro del monasterio por la parte del evangelio, y se puso una reja muy bien labrada, toda dorada muy fuerte y recia, que cae a la parte de la capilla, y por la parte del monasterio se pusieron unas puertas muy fuertes y allí trasladaron el cuerpo de esta sierva de Dios, el cual pusieron en una caja muy bien guarnecida por de dentro y por de fuera; y esta caja pusieron en una área muy grande, muy cerrada con diversas llaves y barreteada muy fuertemente; y ansí por la parte de la iglesia gozan della todos los que entran en la dicha iglesia y por parte de dentro la gozan las religiosas. Setenta años después que la pusieron en este lugar, dos reverendísimos generales de la Orden de San Francisco en diversos tiempos quisieron ver el cuerpo porque habían de ir a Roma y tratar con Su Santidad de su canonización, para lo cual se hacen diligencias; y, aunque con trabajo, la abrieron el arca, por estar muy barreteada por todas partes. Abrieron la dicha arca y el cuerpo fue hallado como si acabara de morir, sin tener ninguna parte resuelta; y estaba vestida de damasco pardo porque ciertas señoras que se hallaron a esta traslación la pusieron en aquella forma. Y por secreto que esto se trató, fue tanta la gente que acudió que, por condescender con la devoción de todos, mostraron el cuerpo por la reja de donde está tan entero como cuando murió. Repartidas algunas reliquias suyas, como de sus tocados y sobretocas, para repartir a señoras en la Corte y en otras partes, se tornó a poner con la mesma decencia y seguridad que antes; y siempre Nuestro Señor hace muchos [541] milagros y maravillas en aquella santa casa de Nuestra Señora de la Cruz.
En materia de milagros se debe advertir cómo se hacen, porque unas veces los [543] hace Dios súbita e instantáneamente y otras más de espacio y en tiempo, como consta de lo que San Marcos cuenta en el cap. 8., que, trayendo a Cristo un ciego, suplicándole que le diese vista, poniéndole las manos le preguntó que qué vía, y dijo que vía unos hombres como árboles que andaban, dando a entender que no vía perfetamente. Donde Erasmo sobre el mesmo lugar dice que aquella palabra, ambulantes, tiene de ir con los hombres y no con los árboles, porque el árbol en el griego es neutro y no puede convenir con el ambulantes, que es como si dijera: “Veo andar los hombres como árboles”. Y segunda vez le tocó Cristo y vido perfetamente y con más perfección que si viera por naturaleza. Pues las obras de milagro, según todos, más perfetas son que no las naturales. Y ansí en este milagro se ve cómo Cristo no le hizo en un punto, como cuando Cristo entró en casa de San Pedro y su suegra estaba enferma de grandes calenturas y los discípulos le rogaron que la sanase, y mandó a la calentura que la dejase y en un punto fue sana: que son milagros que los teólogos llaman por otros términos, milagro en el modo, porque muchos sanan de calenturas, pero no en un punto. La razón desta diversidad de sanar Dios en un punto, o en tiempo, dicen algunos que es conforme la disposición que cada uno tiene para recebir aquel beneficio; y ansí unos le reciben en poco tiempo, otros en mucho. Y aunque esta razón es buena para que todos se dispongan para que Dios los sane en el alma, pues es dotrina cierta que a quien Dios sana en el cuerpo también sana en el alma, lo cual de ley común no se hace sin disposición, la razón de la diversidad de milagros es porque Dios es autor de la naturaleza, y el modo con que obra ese le dio Dios, la cual obra por movimiento, que no puede ser sino es en tiempo, sucediendo uno a otro, como se ve en la producción y obras de la naturaleza, como un hombre que nace niño y poco a poco con el tiempo se hace hombre, lo mesmo es en un árbol y en cualquiera otra cosa. Y para darnos a entender en los milagros, que es autor de la naturaleza, hace algunos poco a poco, procediendo como la naturaleza. Y también para dar a entender que es sobre naturaleza y no está atado a las leyes della, hace milagros en un punto, como es la resurrección de Lázaro y otros semejantes, la cual la naturaleza [546] no puede hacer. Lo mesmo pasa en las cosas espirituales porque, como dice el maestro de las sentencias, no ató Dios su virtud a los sacramentos de tal manera que no pueda justificar sin ellos, pues es sobre los sacramentos, aunque autor dellos.
 
De lo dicho se entenderá la razón de estar algunas personas en los santuarios teniendo novenas, y otros treintanarios y otros más y menos, como acontece en este santuario de Nuestra Señora de la Cruz, que unos sanan de sus enfermedades a tres días, otros a cuatro, otros a nueve, y otros a más, y otros a menos y otros en llegando; lo cual todo resulta en honra y gloria de Dios, de quien son las maravillas y milagros. Si es según la diversidad de disposición de cada uno, de Dios es la disposición; y ansí a Él se debe la gloria; si es porque se quiere mostrar hacedor de la naturaleza y sobre ella todas las criaturas, cada uno en su modo le alabe y glorifique. Y también acontece que algunos no alcanzan el beneficio que desean y esto porque les conviene mejor la indisposición que tienen, que no su pretensión, como se cuenta del glorioso apóstol S. Pedro: que santa Petronilla su hija estaba tullida en una cama, yendo S. Pedro con unos discípulos suyos a comer le dijo que se levantase y les aderezase la comida, y acabado de comer dijo que se volviese a la cama tullida, y los circunstantes dijeron a S. Pedro que quien daba salud a tantos y libraba de tantas enfermedades por qué consentía que su hija estuviese de aquella manera, y respondió S. Pedro: “Todo lo que decís es verdad, pero a Petronilla le conviene más la enfermedad, que la salud”. Y ansí porque a muchos necesitados y enfermos no les conviene tener salud, no se la da Dios; y, pues lo hace por más bien suyo, deben de estar muy contentos y consolados, tanto como aquellos a quien Dios se la concede, pues lo uno y lo otro es lo que les conviene; y los que van sanos procuren no ofender a Dios porque no les acontezca lo que Cristo dijo al paralítico, que pues iba sano, no pecase, no le aconteciese otra cosa peor que la enfermedad que había pasado. Todos procuren ser devotos de la madre Juana de la Cruz, pues, a los que lo son, hace Dios muchas mercedes en esta vida y en el siglo que esperamos.
Otros muchos milagros y grandezas hay desta sierva de Dios, referirse han en libros que desto se harán en particular.