María de Ajofrín

De Catálogo de Santas Vivas
Revisión del 16:01 19 jul 2018 de Anaritasoares (discusión | contribuciones) (Capítulo 69. Hablando de una carta que enbió el Cardenal a la dicha María de Ajofrín)
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María de Ajofrín
Nombre María de Ajofrín
Orden Jerónimas
Títulos Beata del Monasterio del Convento de San Pablo de Toledo
Fecha de nacimiento Hacia 1455
Fecha de fallecimiento 1489
Lugar de nacimiento Ajofrín, Toledo, España
Lugar de fallecimiento Toledo, España

Contenido

Vida manuscrita

Ed. de Celia Redondo Blasco

Fuente

  • Escorial. C-III-3. fols. 192r – 231v.

Criterios de edición

Al tratarse de un testimonio único se ha optado por unos criterios de edición conservadores.

  • Se puntúa y acentúa siguiendo las normas establecidas por la RAE.
  • Se conserva la -l- geminada en humilldad y la s líquida en Spíritu Sancto, así como la alternancia entre v y b en su valor consonántico; también se mantiene la h- aunque sea anti-etimológica en hedad.
  • Se han respetado los latinismos como oratión.
  • Se han repuesto vocablos o grafías con corchetes ([ ]) cuando resultaba patente que no aparecían por un descuido del copista (en caso de duda, se ha respetado su ausencia).
  • Se conserva dello, desto, pero se separa mediante apóstrofe cuando la forma aglutinada incluye el pronombre personal masculino singular: d’él.
  • Se ha conservado el uso de qu por cu (qual) y la grafía de la nasal n antes de la bilabial (grupos -np- y -nb-: honbre).
  • En cuanto al grupo de sibilantes, se mantiene ç ante a, o, y también ante e, i. Se respetan, también, los grafemas z, s/ss ante las distintas vocales.
  • Cuando la n se encuentra acompañada por vírgula se ha reproducido como ñ.

Vida de María de Ajofrín

[Fol. 192r] Sigue la vida de la bienabenturada virgen María de Ajofrín, la qual fue una bendita muger, según paresçe en las revelationes y secretos ocultos que Nuestro Señor le quiso revelar.

Per homnia que feneçiste para ser amaes Deum [1]

[Fol. 192v] Non omnia posumus homnes

Aquí ay tres historias: la primera, la de María de Ajofrín; la segunda, la del Santo Niño de La Guardia; la tercera, de doña Mari García, fundadora de Santo Pablo qaes questio prima homo natus de mulier [2].

[Fol. 193r] Aquí comiençan las revelaçiones y vida, así secretas como manifiestas, que Nuestro Señor por la su acostunbrada clementia muchas vezes obró e mostró en las sus siervos. De las quales por la su gran virtud, muchas no acostumbradas, quiso poner y dar en la su sierva y bienabenturada María de Ajofrín según el suçeso que adelante se seguirá, la qual vibió y murió en el monasterio de la casa de doña María García en la cibdad de Toledo. E fallesció en la dicha cibdad, año del nacimiento del Salvador de mil y cuatrocientos ochenta y nueve años, sábado, a diezsiete días del mes de julio [3], quando andava la pestilentia en la dicha cibdad, a las tres de media noche, e fue sentido en su fallecimiento un olor celestial, lo qual fue dicho por la hermana maior, e fue enterrada en el Monasterio de la Sisla a las vísperas en el capítulo.

Como por la voz de Nuestro Redentor es escrito en el Evangelio que la nuestra luz alunbre delante los hombres por que ellos viendo en nós las santas obras glorifiquen a Dios y sea glorificado el Padre Celestial, que es en los Çielos, no para que seamos vistos e alabados delante del Señor, quias son las maravillas e poder, el qual es maravilloso en los sus santos e inspira en las sus Escripturas espíritu de vida según la Divina Providentia, quando quiere e como quiere, porque todas las cosas que tenemos las recibimos dˈÉl según el Apóstol dize «todos somos dˈÉl llamados para ser obreros en la su viña», que es en la su santa Yglesia, la qual á de ser luz a todos los cristianos, según el partimiento de las sus graçias e dones a que cada [fol. 193v] uno dio, para que, con ello, fielmente trabajando, doblados y con usuras en fin de la vida, gloria suya y provecho nuestro, de nós los reciba. E por temor de no ser condenados con el siervo malo e sin provecho, que ascondió en la tierra el marco de su Señor, por el qual fue condenado con el gran derecho del ensalçamiento de la honra del Rei Soberano, e a provecho e enmienda de nuestras vidas, yo, el mui indigno siervo de los siervos de Dios, fray Juan de Corrales, prior de la Sisla de Toledo, recontaré e diré a honra y gloria de su Soberano Rei Dios, Nuestro Señor, las maravillas y secretos ocultos y manifiestos que por mis ojos vi y con mis manos traté y a personas dignas de fe y dignas de gran memoria oí, las quales Nuestro Señor quiso poner y demostrar en una pobreçilla sierva suia, virgen santa llamada María de Ajofrín en el monasterio y casa de doña María Garçía en la cibdad de Toledo.

Capítulo 1. De cómo fue llamada desde su niñez al serviçio de Dios

En la villa de Ajofrín, villa de la cibdad de Toledo, fue un varón que llamavan Pedro Martín Maestro y a su mujer Marina Garçía, los quales siempre temieron mucho al Señor, andando siempre en sus mandamientos. Y estos ubieron abundançia de los bienes temporales, de los quales naçió esta santa virgen, la qual el Señor, dende su niñez, para sí quiso y por destino llamola dándole grandes honras de amor con su santa ynspiración. E como sus padres e parientes la quixeron casar, e de muchos [fol. 194r] fuese pedida para casarse con ella, nunca ella consintió en ello, antes baronilmente resistió al mundo y a los parientes.

E porque no pudiese ser quitada del amor divino, siendo chica y de tierna hedad, sin consejo ni ayuda humanal,1 hizo al Señor voto de entrar en relixión. E tanta fue la fuerça que a los padres y hermanos hizo, que de todos fue aborrezida, e sobre aquesto lo hizieron la madre y hermanos mui gran sentimiento. E siendo de quinze años, su padre, con gran dolor, la sacó de su casa e la traxo a la cibdad de Toledo. E como entrase en la iglesia maior de la dicha çibdad, e no sabiendo qué se hazer, mandose llevar por inspiración divina al monasterio de doña María García, en el qual siempre conversó con mucha humildad e santidad, menospreciando mucho a sí mesma, e fue humillde con los humilldes, haciendo al Señor siempre de sí continuo sacrifiçio. Sin querer ella su deleite e afiçión fue siempre en la horación muy ferviente en el amor del Señor, derramando sienpre muchedumbre de lágrimas de sus ojos, con muchos suspiros, teniéndose por la más pecadora e indigna de las mugeres.

Capítulo 2. De una visión que le fue demostrada cuando con devotión quiso confesar

Viviendo como dicho es en esta santa conversatión algún tienpo, pasados más de diez años de su conversión, fue puesta sobre ella la mano del Señor. [fol. 194v] El qual quiso en ella e por ella demostrar los sus secretos e maravillas, algunos de los quales fueron vistos e manifiestos a muchas personas.

La qual, alunbrada del padre de las lunbres, con grandezas de ser tenplo verdadero de Dios, deseó mucho hazer confessión general de sus pecados; e como por esto se afligiose con lágrimas continuas e rogativas, deseando saber si sus pecados eran perdonados, aceptó el día de la confessión. E como entrase en el confesionario, a do todas se suelen confesar, estaba allí fuera la imagen de Nuestra Señora con el Niño en sus braços e derrubándose delante della, con muchas lágrimas y devotión, rogávale mucho la quisiese oír e ganasse perdón de todos sus pecados. E como con atentión estubiesse orando, súbitamente vio una gran claridad que alunbró la imagen y parte de la carilla, y en la claridad de la lunbre vio cómo Nuestro Señor, estando en los braços de la madre, alçó la mano contra ella como quando el saçerdote absuelve a la penitente. De la qual visión fue mui espantada e turbada y con mui gran fatiga i trabaxo hizo su confessión lo mexor que pudo, la qual hecha, como tornose a hazer oratión a la imagen susodicha, vio la misma claridad que vio al principio e la mano del niño que primero avía visto, de lo qual quedo mui consolada e confortada. E esto siempre lo tuvo en el coraçón çelado, que a ninguno lo dixo sino a mí e me certificó que desde entonçes le quedó tan gran movimiento en el corazón que se le quería salir del cuerpo.

E como esta santa mujer rogase muchas vezes por el estado [fol. 195r] desta santa madre Yglesia, una noche quedó sola en el coro de la iglesia orando al Señor, e como rezase con atención, vio la arca en que está el corpus cristi ençendida en llama de fuego con gran claridad. E ardió por el espaçio de una hora, la qual, como acabase la oraçión, luego se amató y ella quedó mui espantada y atemorizada.

Capítulo 3. Cómo el día de la resurretión comulgó un cordero vivo, tamaño como una abexita, en semejanza de pan

Sábado Santo, víspera de la resurretión del Señor. Como desease mui mucho recibir el sacramento de la santa eucaristía, toda la noche de la fiesta no durmió ninguna cosa, antes se anduvo por toda la casa de lugar en lugar llorando y orando al Señor, demandándole limpieza y aparexo para reçebir tan alto sacramento. E como vinise el tienpo de la santa comunión y fuesse ayuntada con las otras hermanas delante del altar, recibió el santíssimo sacramento en semexanza de un cordero vivo en speçie de pan. E como lo recibiesse en la boca, sintió luego bullir e que andava de un cabo a otro como cosa viba, e ovo mui gran pavor, e tragolo con temor, e luego sintió cómo se le puso encima de las telas del coraçón y tanta fue el alegría y consolaçión que ovo, que diez días con sus noches no durmió, llorando y orando, y luego fue robada en espíritu.

Y dende entonçes se quedó [fol. 195v] que cada y quando que recibié el santíssimo sacramento se traspasaba y era rrobada en spíritu sin ningún sentimiento, quando más y quando menos, según adelante se dirá. E desde aquel día que comulgó el cordero, según dicho es, le dio el Señor este don y graçia, que cada y quando que comulgava le quedava un dulçor en el coraçón y en la garganta y en la boca. Según me dixo muchas vezes que no se le quitaba aquel dulçor por quarenta horas e me dixo que podía vibir en ese tienpo sin comer, e que muchas vezes lo hiziera si no fuera por cuitar la singularidad de los que lo viesen y entendiesen.

Capítulo 4. De cómo fue robada en spíritu e cómo Nuestra Señora le puso el niño en las manos sobre un paño de seda

El día octavo de la Resurretión fue robada en spíritu y vio cómo vino a ella un barón mui recto reverendo y honesto en hedad, vestido de una capa de seda colorada y díxole: «Ven, que te llama la reina»; y ella, pensando que la llamava la reina terrenal, no quiso yr con él. Él díxole otra vez: «Ven, que te llama la Reina del Çielo». E fue con él e fallose en una iglesia fuera de la çibdad, a do estaba Nuestra Señora, la Virgen María, con su hijo en los braços. E como la vio, hincóse de rodillas delante della y aquel honbre que la llamó, de la capa colorada, púsole un paño de seda en las manos. E Nuestra Señora puso el niño encima del dicho paño e dióle Nuestra Señora a otro honbre de menos hedad que fuese con ella e la acompañase, e díxole a ella la reina del Çielo: «Ve con estos varones a donde quiera [fol. 196r] que fueren».

E aquel varón de la capa colorada iva delante un poco, como que iva a buscar posada, e entrando a la çibdad llamava a las puertas que estaban çerradas y dava tres golpes a cada puerta e deçía estas palabras: «Abrí, que viene el Señor a posar en vuestra casa». E ninguno le abría e los que tenían las puertas abiertas corriendo las iban a çerrar, y deçían que no podían entrar allí porque estaban mui negociados con muchos libramientos, e otros decían que estaban mui depriessa e que no los podían reçebir. E desta manera anduvieron toda la çibdad que en ninguna casa hallaron posada. E bueltos por do fueron toparon con dos mugeres que iban caballeras en dos asnos e dos clérigos con ellas, e dixeron los dos clérigos a la muger que llevaba el niño en los braços: «Nosotros os acoxiéramos, mas vamos mui depriessa, mas mientra que venimos entraos en este establo». Y así le tomaron a Nuestra Señora el Niño de las manos de la dicha su sierva y con muchas lágrimas deçían así aquestas palabras: «Venido es el tienpo en el qual tan gran deshonra es venido a [e]l [5] Hijo de Dios, mas ia tienpo es que enbíe el Señor su ángel con azotes y aún que fiera a unos [6] y a otros con espada, e a otros con pena de fuego». E dize más esta santa mujer: que vio treçientas ánimas salidas de los querpos e no fueron más de tres al purgatorio de todas ellas, y las demás todas fueron al infierno. ¡Mas ay de aquellas que son pribadas de tan gran hermosura [fol. 196v] como es la magestad del Señor, e los sacerdotes que son dignos de maior reverencia que los ángeles, e por sus vicios son metidos en las honduras de las penas perdurables por su gran desconocimiento y vicios malos!

Capítulo 5. De çinco procesiones que vio salir a una yglesia en la qual solamente fue celebrada una missa

El día de la Açensión del Señor, después de dicho el oficio de los maitines e ido el convento a reposar, esta sierva de Dios se quedó sola en la iglesia, como siempre solía hazer. E como se llegase cerca del altar maior codiciando de hartarse de las migaxas que caían de la mesa de los ángeles en tan santa solenidad, con coraçón limpio e boluntad mui atenta, estando rezando fue robada en spíritu.

E fue llevada en un campo mui spacioso, hermoso e deleitable. La qual sierva de Dios toda estaba en sí misma admirada mirando que era lo que avía, y vido un gran claustro de mui altas paredes fecho de piedras mui labradas e polidas, y era de tan gran altura quanto los ojos humanos podían mirar; y dentro en él no vio nada entonces, pero después, mirando, vio que tenía çinco puertas de bidrio de colores moradas. En cada puerta era pintada la encarnaçión del Señor y la salutaçión del ángel. En cada una de las dichas puertas salía la muy maravillosa proçesión de mui reverendos sacerdotes, [de] sobrehumana natura, e cada una de las procesiones [fol.197r] llevava una cruz colorada como de oro, con candeleros de oro, y los ministros llevavan capas como convenía a la procesión.

Y estaba en medio del campo una casa mui hermosa, ansí como hecha materialmente, mui blanca, e de ninguno de aquellos era conocido aquel lugar. Al qual lugar todas aquellas procesiones fueron mui hordenadamente, y entraron dentro, y mirando al altar todos se inclinaron e se echaron en tierra cantando gloria in excelsis deo. El qual canto acabado, todos estuvieron en silençio, tanto que no se mirava uno a otro. Y en el altar estava Nuestra Señora, la Virgen María, en cuerpo y en ánima, teniendo en sus manos el su Santo Hijo vibo, ansí como lo parió. E Nuestra Señora deçía a altas vozes con lágrimas, y demostrava el su santo hijo al pueblo, y deçía: « He aquí el fruto de mi vientre, tomaldo e comeldo, que en çinco maneras es cada día cruçificado en las manos de los malos sacerdotes; la una es por la mengua de la fe; la otra es por la cobdiçia; la otra por la luxuria; la quarta por la ignoratia de sinples y necios sacerdotes que no saben discerner inter lopran & lepran [7]; lo quinto por la poca reverentia que facen al Señor, después que le an reçebido». E dixo más Nuestra Señora: «Más sin reverentia es comida la carne de mi hijo de los indignos sacerdotes que el pan que es dado a los perros».

Y estas cosas de todos oídas, vino un sacerdote honrado por canas y hedad, mucho más que los otros, e vistiose para dezir missa, e como hordenadamente procediesse llegando al lugar para tomar la hostia para consagrar, Nuestra Señora le dio el su Hijo que [fol. 197v] tenía en los sus brazos, el qual se tornó en ostia. Como el saçerdote lo levantase en alto, fue visto como el rraio de sol y poco a poco se deshizo la ostia y se subió al Çielo. E recibiola el padre en su seno, e fueron hechos una mesma cosa e fue dicha una box del padre: «Aqueste es mi Hijo mui amado». Entonces, un saçerdote difunto, que fue cura de aquella casa de doña María García, conocido desta sierba de Dios, llegose a ella y díxole: «Esto que as visto hazer de la santa ostia significa aquellos que tan solamente reciben la forma del sacramento, e no la virtud y mérito del sacramento». E díxole más el saçerdote a esta santa virgen: «Ve y di por horden todo lo que viste a tu confesor para que lo diga al deán y al capellán maior para que de todos sea sabido, porque no carezcan estas cosas de mui grandes méritos». Y así desaparecieron todos.

Capítulo 6. Del gran temor que quedó en su corazón y las dudas que le acaezieron

Como aquesta santa virgen tornase en sí, tomó [cómo] aquesto podía ser, e que por ventura no fuese engaño del Enemigo que se transfigurava en ángel de luz. E sufría mui grandes angustias de todas partes: de la una parte, sentíase mui indigna para ver y dezir tan grandes cosas; e de la otra parte, afirmava [8] y dezía que en cosas tan maravillosas en ninguna manera podía pensar que el Enemigo pudiese poner asechanzas.

[Fol. 198r] Y afligida qué haría acordado, y pareciole más seguro no decírselo a ninguno. E como fuese a confesar, dixo a su confesor todo lo que avía visto, e como el confesor lo oió no le dio crédito, antes la menospreçió, que fue cosa de mucha admiratión, e prudentemente lo disimuló cómo que no entendía por no creer de ligeras fantasías de mugeres, con esperança que avría fin este negoçio para ser de ello más certificado.

Capítulo 7. De cómo vio a nuestro Señor correr sangre de sus piernas

Después desto susodicho, en el día del vencimiento de la cruz, acabados de dezir los maitines, ya que rompía el alva, según aquella me dixo, quedose sola esta santa virgen en la iglesia echada de brazos delante del altar. Y como fuese robada en spíritu, apareciole Nuestro Señor en figura de hombre e tenía la cara mui espantosa, e tenía vestida una sobrepelliz y una estola al cuello, y corríale mucha sangre de las piernas. Y el Señor allegose a ella, que estava de brazos delante el altar, e fízola alzar la cabeza y díxole así: «Como me ves corriendo sangre, ansí ando por las iglesias desde esta hora hasta que tañen a la plegaria». Y acabando de dezir esto, desapareçió.

Capítulo 8. De cómo se vido puesta en una tormenta [9]

El día de San Agustín, con mucha atención rogava al Señor esta santa virgen por todos. [Fol. 198v] Después de algunos días, fue otra vez traspasada en sueño y viose puesta en alto y colgada de las manos en un madero, en una gran altura, quanto la vista humana podía alcançar, e fuele dicho divinamente: «Aquí estarás, habla que prometas de dezir y recontar todas las cosas que viste y oíste». De lo qual ella no curó.

Capítulo 9. De cómo vido carne y sangre en la boca de la Verónica que tenía pintada

El día de San Agustín, con mucha atención rogava al Señor por todos los sacerdotes. Y como estuviese rezando y mirase a una Verónica que tenía en un libro pintada, por el espaçio de una hora vido en ella y sobre ella gran resplandor, y vio carne y sangre. Y desde que vio esta vissión tan maravillosa, ansí se le cerró el estómago, que desde aquel día en sanidad ni enfermedad nunca jamás quiso comer carne, ni se la quería tener el estómago; su manxar era pasas y cosa de dieta. La qual Verónica le tomó su confesor e la sierva de Dios fue mui maravillada desto, e puesta como fuera de sí. E aflixiose mucho por todas maneras de penas por que el Señor más manifiestamente le descubriese esta palabra e le mostrase quál era su voluntad.

Capítulo 10. Cómo Nuestra Señora le mandó que rebelase las cosas que avía visto

En fin del mes de setienbre caió esta santa virgen en una mui gran enfermedad y no aviendo esperança de vibir, ni menos de salud, salvo para ir a la güesa. [Fol. 199r] Y fue traspuesta ansí, como muerta, por espacio de tres horas, e las hermanas de la casa que estaban presentes dávanle tormentos por que despertase, y echávanle agua hirviendo sobre los pies, que casi los quemaron.

La qual, estando ansí, sin ningún recordamiento, fue robada en spíritu al capítulo primero, adonde vio el claustro e proçessiones. Y como fuese por el camino, vio cómo encontró con el Enemigo, e quisose llegar a ella; y ella vio luego a Nuestra Señora que enpuxó e increpó al Enemigo con su mano propia. Y la Señora tomola por la mano y metiola en el dicho claustro, dentro del qual vio salir las primeras dichas proçesiones, y díxole Nuestra Señora: «Este es el lugar a do te fue mandado que dixeses aquellas cosas que avías visto, pero otra vez de parte de Dios tomando, que lo que entonzes y agora as visto lo digas y requentes a tu confessor y no se lo ascondas, y él se lo diga a los otros varones católicos suso nombrados, y ellos lo digan al arçobispo y sea sabido por todas las partes de la santa Yglesia, y sea sonado y divulgado». Y díxole más Nuestra Señora: «Ya el hijo de Dios no puede sufrir las injurias y escarnios que le son hechos en la Iglesia por los malos sacerdotes». Estas e otras cosas muchas que esta sierva de Dios vido y hoió ella misma las siente, y otro ninguno no lo puede dezir ni sentir.

Capítulo 11. Cómo dixo todas estas cosas a su confesor Juan Velma

Como dixese todas estas cosas a su confessor, [fol. 199v] él se demostró con prudentia, madureza de corazón, y dixole: «Ya é mirado todas las cosas que me avéis dicho y todo el proçeso, y esto a basta a mí para lo creer, mas enpero para que io lo aia de dezir y revelar como vos dezís a aquellos venerables barones, y que para ellos y otros sea manifiesto y dibulgado, para que de ello venga remedio y reparo, y para que estas cosas no sean vistas ni juzgadas como cosas locas y vanas, como se deçía de las Marías que anunçiaron la resurrectión del Señor, mui manifiesto es ser neçesario que vos deis señal para ser creída que venga de la mano de Dios, que así como los judíos pidieron señal a Jesús excelentísimo Señor Nuestro del Çielo para creer bien». Así dixo el saçerdote: «Pido yo a vos señal del Çielo para conozer la verdad de aqueste hecho y para que mexor sea creído lo que puede ser dubdoso; por ende, concertad vos esto con el Señor».

Y como la sierva del Señor oviese estas cosas, fue mui turbada y dio muchos suspiros y gemidos, y propuso en su corazón de responderle por carta, lo que después así cunplió.

Capítulo 12: De las cosas que divinamente halló escritas en su regazo

Como de las cosas susodichas su corazón estuviese mui turbado, sentíase muy afligida y quebrantada, y andava de lugar en lugar por toda la casa. Y no pudiendo hallar lugar de consolatión, como pasase por un lugar a do estava una ventana, según ella me dixo, vio estar en ella un [fol. 200r] pliego de papel blanco. No sabiendo quién lo avía puesto y tomolo y metiose en un sótano do algunas vezes poníen la leña, y asentose mui afligida, y arrimose a una pared, y vio súbitamente una claridad que resplandezía y daba el resplandor en el papel, y ella me dixo que no sabe quién le tomó su mano y escribió dos cosas: la una, para el qura; y la otra, para los venerables a quienes tal cosas se avían de dezir, siendo muy clara verdad y cosa mui cierta y manifiesta que ella nunca supo escribir, ni ai en todo Toledo quien tal letra hiciese. Y esta es manifiesta verdad, y como las cartas fuesen escritas, hallolas ella cabe sí y desapareçió la claridad.

Y dobladas las cartas, metióselas en las mangas, y como fuese a sacar una caldera de agua de una tinaxa, una carta caió dentro y detúbose en el ayre y no llegó al agua. Y una destas cartas ubo y tiene el capellán maior con mucha veneratión y onra, según el qual me dixo que poniéndola sobre tres enfermos de diversas enfermedades, luego fueron sanos.

E como ella diese estas cartas al dicho su confesor, él fue muy maravillado,1 maiormente porque sabía que ella no sabía escrebir, ni avía persona en la casa que tal letra hiziese, de lo qual se pondría afirmar ser escritas divinamente y no humanal. Y hovo mui gran espanto en su coraçón, e vio en su carta cosas que otro no las sabía sino él, mas ni por esso no tubo osadía para lo divulgar porque no avía llegado el tienpo que el Señor avía puesto y dudava como Santo Tomás.

Por poder [fol. 200v] quitar la dubda a todos, y como el dicho confesor no tuviesse lugar para la hablar, escribióle a ella diziendo que no podía creer que ella escribiese aquellas cartas, con intentión de sacarla a público e a manifiesto. De lo qual, ella uvo gran sentimiento y dolor, y tuvo esto por mui malo y áspero, y quexose de ello al Rei del Çielo.

Y así como ella era mui inocente, y como después se hablasen ella y su confesor, la sierva del Señor, fuerte así como león, lo increpó mui duramente de tal dureza e incredulidad de su coraçón, mostrándole por razones mui claras que creiese sin dubda que ninguno escribió las cartas sino ella por su mano con el ángel. Y desde allí propuso ella en su corazón de rogar al Señor que por su misericordia tuviesse por bien de la librar de tan grandes afrentas, y propuso en su voluntad de no hablar más destas cosas; y así lo hizo. Y suplicaba al Señor con gran firmeza y afinco que pusiese al dicho su confesor alguna evidente señal porque creiese, si fuese capaz de la ver, y si no fuese digno, le diesse duro azote por que creiesse.

Y la dicha santa virgen calló por nueve meses, mas su coraçón dava de sí mui claras llamas, lágrimas y lloros, suspiros y gemidos sin quento, a los quales no faltó la divinal clementia ¡O, quánto es el Señor piadoso! A los santos, y a los que presumen de sí abaxa, y a los humildes levanta.

Vençido el Señor por su plegarias y llenas su orexas de las sus [fol. 201r] rogativas, plúgole de la visitar en muchas maneras. Quiso que fuese parçionera e mediadora de los tormentos y passión que su hijo, Jesucristo Nuestro Señor recibió e pasó en la su santa pasión con señales mui manifiestas, las quales no fueron vistas en nuestros tienpos ni en muchos de los santos, según que adelante se dirán.

Capítulo 13. De cómo se propuso de no dar aquellas cartas a ninguna persona

Como ella viose aquella maravilla de la una carta que caiera en la tinaxa y no se moxara, pensó de no la dar a nadie. Y una noche tornose a aquel sótano con intención de la trasladar como ella supiese, y llevó papel y una ollita con lunbre para encender una candela que llevava muerta, y luego súbitamente se encendió sin llegar a la lunbre. Y así como enpezó a escrevir la carta, vínose tanta sangre de nariçes que no se pudo restañar por espacio de una hora, y puso la carta en las sienes y luego cesó la sangre. Y el día de la Conceptión de Nuestra Señora, estaba una niña muerta más avía de siete horas, y ella enbió aquella carta con mucha fe para que se la pusiesen, y luego que se la pusieron resuçitó y enpezó a bostezar, y bibió después por luengo tienpo. Y una mujer, tenía el pecho abierto, e como se la pusiesen enzima, luego fue sana. Y un clérigo iva a Santiago y llevava consigo la dicha carta con mui grande devozión, y caió en un brazo de mar e toda la ropa se mojó, mas la carta nunca se moxó.

Capítulo 14. De la comunión que hizo el día de los Santos y de las penas que le fueron dadas

[fol. 201v] El día antes de la Fiesta de todos los Santos rogó a la hermana maior que ansí como comulgasse la pusiese en una casa adonde no oviese ninguno conoçiendo por spíritu lo que le avía de venir. Y como recibiesse la santa comunión antes que sestias pusiesse, tan grande fueron los sus lloros y suspiros y golpes del coraçón, que en sí mesma sintió que ninguna criatura humana lo podría sentir. Y hizo tan grande fuerça en sí misma por que las cosas que sentía de dentro no fuesen sabidas ni oídas, ansí como la cuba hierbe sin respiradero que mui de ligero rebienta, ansí ésta rebentó por encima de la cabeza, y lo que no pudo salir por la boca salió por las llagas que encima de la cabeza le fueron hechas. Y en la frente le apareció una tan cuchillada que pareçía ser abierta con navaja, la qual estubo muchos días abierta, y de muchos fue vista, y nunca recibió benefiçio ninguno de medicina humana. Y abriósele el celebro por parte de detrás, y partiósele el cafeo por medio quedando el quero de ençima sano (lo qual yo i otras persona emos tratado e conoçido), lo qual nunca se le çerró.

Y sintió dello tan gran dolor y pena que le llegó a par de muerte, lo qual vieron los testigos que adelante se dirán, y notario. Y como esto fue hecho, acabada la comunión, luego fue traspuesta fuera de desí y pribada de todos los sesos humanales y estuvo allí por espaçio de quarenta horas. Y en este tienpo que estubo ansí, aviendo las hermanas conpasión della, probaron de dalle algunos tormentos, metiéndole plumas en las narizes hasta arriba, que le hizieron llagas de dentro, y en las manos, y en los pies, y en todos los otros mien- [fol. 202r] bros le daban pena por la hazer tragar alguna cosa de comer, y tanta fue la fuerza que le hizieron que le quebraron una muela. La qual, estando en este tan gran tormento, la noche de los Finados dio muy grandes gemidos, por tres vezes u quatro, e hizo mui grande estremecimiento en el cuerpo. La qual, estando ansí, fue llevada al trono del Rei Celestial a do vido cosas de gran espanto, que lengua humana no puede dezir, e vido un rei mui espantable estar en un mui gran trono, ante el qual estaban muy grandes gentes de diversas calidades e de maravillosa hermosura, y el rei tenía atravesado en la boca un cuchillo agudo de entreanbas partes, y fue dicho a ésta: «Pobreçilla, ¿ves el quchillo que está de anbas partes agudo, que está en la boca del rei Sepas que significa la grande yra que tiene sobre la Iglesia y sobre los prelados y rexidores della». Y fuele dicho: «Ve y di aquellos varones lo que te à sido mandado, que porque echan en olvido y son negligentes en qumplir lo que les es dicho y demostrado, no curando de la vox divinal, como si fuesse cosa de los honbres amenázolos una vez y dos, so pena de la divinal sentencia, que dexadas todas las cosas, luego tomen camino e lo digan al arçobispo de la iglesia. E venga por sí mesmo e ponga gran remedio en aquellos çinco pecados suso escritos, conviene a saber: en la mengua de la santa fe, y en la cobdiçia de la luxuria, y en la ignorancia y mengua de reverentia, en los quales pecados cada día es blasfemado y crucificado Nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios y que destruyga [fol. 202v]1 las herexías desta cibdad y de los clérigos, y haga çerrar las misas que dizen en casa de los legos porque es gran deshonra y escarnio al qulto divino. Y esta señal del cielo te da porque seas creída en estas cosas que has visto y en las pasadas, y este quchillo que es en la boca de Dios poderoso traspasará tu coraçón y ará en él llaga, y saldrá sangre biba que será verdadero testimonio a todos, y tú serás remediadora y parçionera en la passión del hijo de Dios».

Y así fue luego hecho. Y luego halló ençima del coraçón tan gran dolor que dezir no se puede, e de tan gran abertura y grandeza era la llaga que pudiera caber por ella la cabeza del dedo pulgar de un honbre. Y duró abierta esta llaga veinte días enteros y los viernes corría mucha más sangre que todos estos días. Y con paños puestos en la llaga, corría sangre hasta la pierna, en la qual llaga nunca apareçió gota de materia, ni tampoco se puso medicina humana, sino los paños linpios, unos ensangrentados y otros puestos. Y la sangre era tan limpia y viba y tan colorada, que no podía ser más, como lo demuestran los paños que tenía en la llaga, los más de los quales están en mi poder.

La qual llaga quiso absconder la santa virgen, y callolo todo lo que pudo y fuese dicho divinamente que lo dixesse y demostrase a las señoras matronas, la hermana maior y doña Teresa, a las quales mostró los paños sangrientos. Y como desto fuessen maravilladas, llamaron en secreto al confesor, el qual puso silencio en la casa quanto pudo y ninguno de fuera lo supo. Y abiendo reçelo en dicho clérigo, no fuesse alguna cosa [fol. 203r] fingida, por quitar toda dubda mucho trabaxó por saber la pureza de la verdad y vió la dicha llaga y creió y fue lleno de mui gran maravilla y en quanto él pudo lo tuvo secreto, mas revelolo a testigos mui honrrados y dignos de toda fe, que dello fielmente diessen testimonio. El uno era el deán de Toledo, y el otro, el capellán maior Señora Minaia, y el dicho cura y las dos matronas de la cassa y con ellas un notario público de la cibdad, para que con todos diesse testimonio verdadero. Las quales seis personas por sus ojos lo vieron y con sus manos la llaga palparon, la qual estaba reçiente y sangrienta, y lo paños sangrientos, como ellos lo manifiestan. Y el propio capellán maior sacó de la llaga con sus propias manos gran copia de hilas en biba sangre vañadas, las quales están en mi poder.

Y todos miraron con gran diligentia que aquella llaga era divinal y no humanal, la qual sierba de Dios sufrió con gran tormento e pena, así de dentro como de fuera. Y estando ella en su cama, tan honestíssima que cosa de su cuerpo no se bio mas que la llaga por una sábana abierta, la qual llaga vieron todas las personas susodichas; y estuvo abierta, como dicho es, por el espaçio de veinte días, y ella se çerró sin medicina humana. Y quedó la señal de la abertura en el lugar a do estaba la llaga, a la qual duró el dolor muchos días.

Capítulo 15. Del dolor que sintió en los pies y en las manos, como si por ellas se fueran metidos grandes clavos semejantes a los de Nuestro Señor

Como la sierva del Señor estuviesse mui afligida de las cosas susodichas, estando echada en la su cama con muy gran dolor maiormente del costado, me dixo cómo sintió [fol. 203v] que alçaban el cuerpo del Señor en el altar por el son de las canpanillas, y hizo fuerza a la flaqueza y levantose de la cama y hincó las rodillas a un ymagen de un cruçifixo que tenía allí pintado en un papel, horando con gran fervor de corazón. Y fue tan grande el dolor que sintió en las manos y en los pies y amortiguamiento en los braços y piernas que dezir no se puede, como si se fueran con grandes clavos traspasadas las palmas. Y como estuviesse con aquella angustia, pareçiole que le transpasaban la mano izquierda, y tan grande fue el dolor que sintió, que puso el dedo pulgar de la mano derecha en la palma de la mano izquierda y mui sabiamente la ascondió que nadie lo viesse, traiendo la mano cubierta con un paño de lino, sin ninguna medicina humanal, la qual llaga tuvo por el espaçio de quarenta días y quedó la señal en la mano, la qual ella me mostró y io la vi con mis ojos.

Capítulo 16. De la corona de dolores que sintió en su cabeza en remenbranza de la corona de Nuestro Señor

Por que suçesivamente sintiose en su cuerpo las insignias y dolores de la passión del Señor, allende de los tormentos que en la cabeza tenía, supitamente sintió un mui grande y n[u]ebo dolor, y manifiestamente fue visto de gruessas gotillas en manera de tachones le çercaron la cabeza en derredor; y por cada una de ellas sentía que le metían un clabo de fuego que le duró muchos días como quiera que le trían e ponían por la dicha cabeza e llagas mediçinas de diversas maneras, mas nunca ninguna le aprovechó porque no era razón que las cosas [fol. 204r] hechas por la mano de Dios recibiessen sanidad con yndustria humana.

Capítulo 17. De cómo divinalmente fue robada en espíritu y cómo fue azotada

Como de estos tomentos susodichos el cuerpo estuviesse mui flaco y atormentado, no contento el Señor del trabajo susodicho, diole otro tormento grave para que remediasse al Señor y fuese mandado divinalmente que todas las cosas que avía visto revelase a las personas susodichas. El primero día del año, que es el día de la çircunçissión, y ella conoçiendo ser tan indigna y ser nada delante del Señor, respondió que tal cosa no haría y que antes consentiría la muerte que façerlo, y decía que quién era ella para facerlo ni dezir tales cosas, que más pareçía escarnio que no verdadero testimonio.

Y ese dicho día hizo voto en la iglesia y prometió de no lo dezir a ninguna persona, e la noche siguiente fue robada en espíritu y fue llevada delante de un gran juez, de cara mui espantable, delante del qual estaban muchos, y de un braço la tomó el ángel San Miguel y del otro la tomó San Juan Evangelista, a los quales ella sentía gran devoçión. Y como el juez gravemente la reprehendiesse de su dureza y desobediençia, mandó a un ángel que le açotase; la qual fue tan duramente açotada por las manos y espaldas y los demás mienbros del cuerpo, que apenas cabía ninguna cosa entre uno y otro mienbro del cuerpo y no parecieron llagas ningunas ni ronchas, mas todo el cuerpo estaba maçerado, lo qual todo le duró en el cuerpo quince meses, poco más o menos, lo qual no leemos de santo ninguno que tal pasase.

Esto nunca le dixo a ninguna persona y como la hermana maior le metiesse la mano para endereçarle una toca, halló con [fol. 204v] la mano las dichas señales y fue maravillada, y reprehendiéndola mucho pensando que ella se matava con cruel penitençia, por la qual ella le ubo de confesar la verdad de todo lo que acaeçiera. Y ansí fue conpulsa a lo revelar según arriba es dicho.

Capítulo 18. De cómo fue llevada a purgatorio y de las cosas que en él vio

En el transpasamiento que estuvo traspasada de las quarenta horas, quando le fue dada la llaga del costado, dixo esta santa virgen que la llevaron por las penas del purgatorio, en el qual vio tan orribles penas y tormentos que ninguna lengua humana las puede dezir ni esplicar, que tan grandes penas y tormentos sufrían los que allí estaban de mui dolorosos gritos y gemidos , bozes y llantos, y muchas figuras de diversos animales mui fieras y espantosas y abominables, que no ai hombre que las pueda ver que no muera luego de espanto, y antes fallecerían las lengua y tienpo que materia de dezir.

Y de las penas que aí dize que vio muchos gusanos, mui grandes, de diversas maneras, los quales corrían la tierra, que apenas cabía entre ellos la planta del pie. En los quales vio uno de largo de un palmo de un honbre y de anchura de tres dedos, y este tenía ronchas de fuego por el cuerpo y traía unas uñas mui grandes. Y deste gusano tan solamente preguntó al ángel que estas cosas le mostrava, y respondiole: «Este es el gusano que roe la conçiençia, que quando el hombre vibe y comete algún mal, entonçes ponesele la conçiençia entre el seso, y la conçiencia remuerde e quita que no se haga el mal que dize el alma a la razón. Y dízele: «Malo es esto que quieres hacer». Y muchas veces es cegada [fol. 205r] y vencida la rrazón por la cobdiçia del pecado. Y esse es aquel gusano que roe la conciençia y roe las entranas y aqusa el ánima,1 y esta es una de las maiores penas que sienten los danados, porque pudieran hazer bien como ficieron mal, y por sus culpas merecieron tan gran pena». Y uno de aquellos gusanos allegávase a ella abierta la boca, y quisola morder en el pie, mas los que estaban con ella no le consintieron morder, mas tan solamente permitieron que el gusano mordiesse tan solamente debaxo del dedo meñique, y sacó con la uña un pedazo de la carne del pie. Y ansí lo tiene mordido y hecho un hoio en el pie.

Capítulo 19. De cómo en las dichas penas del purgatorio vio un clérigo penar

Andando esta virgen por el purgatorio vio un clérigo, que era vibo y era cura de ánimas, en una pena de gran afliçión y vio que una grande serpiente mui espantosa que tenía dos cabezas lo tenía atado y1 cercado alrrededor, y ponía la una boca en el espinazo y la otra apegada en el estómago. Y cerca del clérigo estaba un gran dragón mui orrible y espantable, el qual tenía encima de el espinazo una esportilla en la qual estava un niño que dava mui grandes clamores y gritos, demandando justiçia al Señor de la pena que sufría y esperaba sufrir por la culpa de aquel clérigo. Y como esta santa virgen preguntase qué pena era aquella, fuele respondido: «Aquel es un niño que por culpa de aquel [fol. 205v] sacerdote murió sin baptismo siendo él su cura y demanda d´él a Dios justicia». Ella, estando mui espantada, hizo horaçión por aquel clérigo y dende a ocho días, otro día, estando diciendo missa aquel saçerdote, en acabando de alzar, fue traspuesta y vio aquel sacerdote que tenía ceñida al cuerpo una mui grande serpiente con tres cabezas: la una se comía el corazón, la otra, la lengua y la otra las espaldas. Y aquel niño clamava ante él y dezía: «Por tu causa no veo al Señor y por ti morí yo sin baptismo y soi apartado de tan gran bien y deste gran cargo no alcanzarás perdón».

Y desde a tres días, esta sierba de Dios llamó al saçerdote y díxole lo que vio, y él se espantó tanto que se le quitó la habla por espaçio de media hora. Y ella, de que le vio tan sin esfuerzo, esforçole, y él díxole que estaba mui espantado coómo aquel secreto le avía mostrado Dios, y conoçió ser verdad esto, así como otras cosas muchas que ella le dixo en que ofendía mucho a Dios. Y confesó este sacerdote a esta santa muger que otro día, quando volvió la hoja del misal, vio en el santo crucifixo çinco gotas de sangre. Y dende çinco años murió el sacerdote, día de San Miguel y encomendole ella mucho al Señor; y dos días antes de San Francisco hovo ella un gran miedo, que le pareçía que estava cerca della un mui gran bulto. Y el día de San Francisco, a la mañana antes que fuesse el día, viole mui espantable y díxole cosas mui señaladas que estaban entre él y otra persona en secreto, las quales supieron ser verdad.

[fol. 206r] Capítulo 20. De cómo vio que llevavan el cuerpo de Nuestro Señor a un herexe

Entre otras cosas que la santa contó que escribir no se podían, me dixo lo siguiente: En el día de San Marçial Apostol, acabados los maitines, fue llevada en espíritu, e viose con otra su hermana que llevava por compañía, que pasavan por la iglesia maior, e vio toda la clereçía con gran solenidad que llevavan el sacramento a un enfermo, y saliendo por la puerta que va a un mercado apareçió a esta santa muger un mançebo mui fuerte vestido con unas vestiduras blancas, cavallero en un cavallo blanco, y díxole con palabra mui acelerada: «Corre, ve y di a los señores clérigos que tornen con la eucaristía a la iglesia porque aquel enfermo a quien la llevan es herexe». Y fue ella corriendo, y como buscase alguno de los que ella conoçía para se lo dezir, no halló a ninguno, y encontró con un reverendo señor, al qual dixo esto, y díxole aquel señor: «Calla y no oses decir tal esa, por ventura no nos maten a todos». Y díxole aquel que estava en el cavallo, mui feroz: «No sea en vos ninguna dubda ni temor y en todas maneras se torne el corpus cristi porque aquel honbre es herexe», y dixo a la santa virgen: «Y aquesto te será en señal que te digo la verdad: que verás hoi en la misa destilar sangre de la ostia». Y ansí se tornaron para la iglesia.

Y después de esto, en este día, vio esta santa virgen en la missa con los ojos abiertos la ostia llena de sangre [fol. 206v] en las manos del sacerdote, quando levantava la ostia al pueblo para que la adoren con devotión los cristianos.

Capítulo 21. De otra revelaçión que vio estando delante de Nuestra Señora en la iglesia maior

El día de la concepción de Nuestra Señora, estando esta virgen del Señor esa noche mui ahincadamente rogando por la clereçía de la Santa Iglesia, fue robada en espíritu y puesta en los amortiguamientos que suele; y pareciole que estava en la iglesia maior y veía a Nuestra Señora viva en carne, puesta en mui gran altura, y ella estaba cerca de Nuestra Señora, acompañada de San Miguel y San Juan Evangelista. Y desde aquella altura hasta abaxo avía gran profundidad y decendían cinco cordeles y atrechos1, puestas penas de fuego mui espantables, y debaxo un poço negro y hondo.Y aquel pozo tenía una boca de la qual salía un río, en el qual río estaban tres animales mui crueles. Y por aquellos cordeles venían muchos clérigos, entre aquellas penas, dando muchas vozes a Nuestra Señora, y desque caían en pozo perdían la forma de hombres, y los que pasan en el río luego son tragados de las animalias.

Y viendo esta virgen estas cosas, suplicava a Nuestra Señora que uviesse misericordia dellos; y como quiera que avía mançilla de todos, pero en particular la avía de un gran prelado que veía ir en las penas con los otros, con maior pena i tormento se afligía delante de Nuestra Señora que por reverentia de aquella hora [fol. 207 r] en que fue hecha arca y silla de la Santa Trinidad, que le plega de sacar a aquel prelado de las penas en que va. Y ella, hoídas estas cosas con muchas lágrimas y devoción, rogó a Nuestra Señora por él y repondiole Nuestra Señora que ansí como San Gregorio forçó la voluntad de Dios sacando a Traxano del infierno, por esta causa quedó con el dolor del estómago. Y ansí quedara esta virgen, por las plegarias que hizo por aquel prelado, abierto el çelebro de la cabeza en testimonio para que lo viese el pueblo que avía forçado la voluntad de Dios. Y preguntó la santa virgen a los señores sobredichos que por qué le aconsegavan a ella que rogase a Nuestra Señora por el salvamiento de aquel prelado, e por qué no se lo rogavan ellos y respondieron ellos que más poder tenía ella o qualquier que con firmeza y devotión rogase al Señor para forçar su voluntad que ninguno de los que estavan con Él en el cielo, porque los que estavan en la gloria saben la su voluntad del Señor y no irán contra ella.

Capítulo 22. De cómo le apareció Nuestro Señor en figura de niño visiblemente

Como esta sierva de Dios estuviesse enferma en la cama en la Quaresma, deseava mucho recibir al Señor, y no lo pudiendo aver por no ser singular, afligiosse mucho, y rogaba al Señor con lágrimas, deseando poderse levantar a oír missa. Y a la hora del alva, sintió cabe sí un niño mui hermoso, y como lo vio turbose y no osó llegar a él. Y tan maravilloso lo vio, que se le turbó la habla, y como pudo demandole [fol. 207v] si era San Miguel, y el niño meneó la cabeza y no la respondió; y preguntole si era San Francisco y él sonriyose. Y preguntole quatro vezes que le dixese su nombre y Él dixo: «Yo soi mui poderoso y el mi nombre es mui maravilloso». Y allegose a ella el santo niño i diole paz en su boca y púsole la mano en la cabeza y díxole: «Sana eres de todas tus enfermedades, levántate e irás a missa». Y desapareció; y ella, quedando llena de gran consolaçión y alegría espiritual, levantose y hallose sana de todas sus enfermedades, maiormente de las calenturas que tenía y del dolor de la cabeza que padezía y de postillas que tenía dentro de las narizes. Y más me dixo esta santa virgen, que sintió el dolor en los pies y en las manos como si fueran clavos.

Y desde aquel día, particularmente los viernes, sintie gran dolor en los dichos mienbros, desde la mañana hasta después de vísperas, que no pudíe hazer nada con las manos, ni comer ningún mangar hasta después de vísperas, que se le avía quitado el dolor.

Capítulo 23. De cómo recibiendo el cuerpo del Señor fue llena de resplandor visiblemente y fue sana de sus enfermedades

En el año de ochenta y çinco enfermó esta santa virgen, en el mes de agosto, de ericiaones1 y calenturas, y pasada la octava de nuestro Señor San Xerónimo, caió en la cama con dolor de costado, y echaba sangre por la boca, y aborreciendo todo consejo de médicos, atreviosse a tomar çinco píldoras y sintiose puesta en [fol. 208r] la hora de la muerte.

Y en aquellos días pareció arrincársele el ánima, y pusose sobre la llaga del corazón e apareciose la mano de San Miguel que se la tenía allí apretada. Y ella estava mui desfallecida porque avía muchos días que no comía y avía tenido muchas cámaras de sangre, y la mano del ángel que tenía encima del coraçón le dio esfuerço para hablar y confessar y recebir los santos sacramentos, y rogó a la hermana mayor enviase que por mí para que la pudiese remediar y dar los savramentos. Esto fue un sábado, en el qual, pensando ella cómo yo le avía de ir a dar los sacramentos, que deseava ella mucho ya ser salida de aquesta vida y del tormento de la carne y con mucho ahínco encomendava al Señor de la casa de la Sisla y de doña María Garçía, y vio en visión a un religioso de la dicha casa, que iba a decir misa en el dicho monesterio. Y cuando llegó a las palabras de la sacra diçe que vio en aquel traspasamiento que tenía cómo nuestra Señoría dava a aquel relixioso con mucha alegría el niño que tenía en los braços y vio cómo el sacerdote lo partió en tres partes, y era el Santo Niño vivo y alegre en cada parte, y de ambos braços le sustentavan los ángeles con mucho resplandor en el altar, y veía a Santa Caterina y a Santa Bárbara que le dezían: «Mañana, lunes, a las nueve horas recibirás el Señor en este resplandor que aquí ves y serás sana».

Y ansí fue, y como yo la fuese a confesar [fol. 208v] fui della mui rogado que no me partiesse de la cibdad hasta otro día, porque si el Señor la llevase fuesse presente a su muerte e que si aquella noche no muriese del todo quedaría sana. Lo qual todo ansí fue hecho, y como recibiesse de mi mano la santa comunión y me bolviese con el santo sacramento para se lo dar, vio en mis braços y en mis pies un mui gran resplandor; y como una niña de quatro años que apenas pudié hablar estaba allí con su madre, vio con sus ojos aquel resplandor, lo qual dixo a su madre, con mui gran ahínco, cómo viera en mis manos y en mí y en la santa muger mui gran resplandor, ansí como el sol que está en el cielo. Lo qual, como su madre viesse, lloró muchas lágrimas con devotión y no fue mui gran maravilla que la inocencia de tan tierna hedad viesse con ojos corporales, los que nosotros pecadores así ver ni comprehender podemos, lo qual dixo la niña muchas vezes todo lo que viera.

Y como recibió el cuerpo del Señor con grandes lloros, luego fue robada en espíritu y perdió todo el sentido, y estuvo nueve horas sin ningún sentido. Y como fuesse despertada como por fuerça y abriese los ojos, empezó aquel verso: «Benedic anima mea domino», y todos los dolores y enfermedades que antes tenía, de todos se halló sana y libre, así de dentro como de fuera, pesándole mucho, porque tornaba a esta vida. Y como io la importunase que tomase algún mantenimiento para dar vida a la vida humana, ella me respondió que no avía voluntad de tomar ningún manjar [fol. 209r] porque por el espacio de quarenta días desde que recibía el santíssimo sacramento, con la suavidad y dulçor que sentía, vivía sin manjar humano. Y más me certificó que vio un sacerdote que avía dicho missa en su capilla, y quando salió del vestuario para el altar, le ponía Nuestra Señora, la Virgen María, encima de su cabeza muchas guirnaldas de flores y de rosas y clavelinas, de lo qual ella recibió gran consolación.

Capítulo 24. De cómo con su mano sanó una herida de la qual corría mucha sangre

Estando una de las hermanas de la casa puniendo una sarga en una pared, subió en una escalera a poner un clabo con un medio ladrillo para lo hincar, y calló el ladrillo y dio a una de las hermanas en la cabeza, que estaba cabe de la escalera, el qual se hizo tan gran golpe y llaga que la corrió mucha sangre. Lo qual, como esta sierba de Dios lo viesse, fuese para ella y puso su mano derecha encima de la llaga diciendo tres vezes el nombre de Jesús, y hinchósele la mano y dedos de sangre y cessó de correr y no salió más y juntósele quero con cuero sin otra medicina.

Capítulo 25. De cómo sanó a su madre de una gran enfermedad

En el lugar de Axofrín, como un hermano de esta sierba de Dios corriese un cavallo, caió el caballo con él y ansí el cavallo como el caballero quedaron [fol. 209v] mui atormentados de la caída, y tanto fue, según él me dixo, que la silla se hizo pedazos. Y el dicho su hermano uvo gran pasión en los ojos y como su madre estuviese mui triste por la muerte de otro su hijo, que poco avía que era muerto, y supiese lo que había acaecido, al segundo doblole el dolor y tan grande fue que se le torcieron los ojos y boca en gran grado. Y como dende algunos días, esta sierva de Dios supiese lo que a su madre avía acaecido, uvo de ello mucho pesar y fuese para el altar de Nuestra Señora, lo qual mandó hacer la dicha su madre, y suplicole con muchas lágrimas por la salud de su madre.

E inspirada divinalmente, respondió a quien le traxo estas nuebas que el domingo siguiente sería sana por la virtud divinal. Y ansí fue hecho.

Capítulo 26. De la claridad divinal que le fue mostrada en el mes de noviembre, año ochenta y çinco

Como estuviese esta santa muger de contino mui fatigada de muchas y mui continuas enfermedades, acostada en su cama, fue forçada y robada en espíritu el día de Santa Cecilia. Como contemplase en aquel tan gran milagro que Nuestro Señor hizo a Santa Çeçilia, que les truxo dos coronas, una a ella y otra a Valeriano el santo ángel del Çielo, y como estuviera hablando con ellos, levantose esta santa muger ençima de la cama y pusose a horar con devotión [fol. 210r] a una imagen de Nuestra Señora que está frontero en la pared, y como con atención hiziese oratión, las manos levantadas súbitamente, vio una gran claridad en la imagen a quien orava, en sí misma i en las manos que tenía alçadas.

Y como estuviese algún espacio ansí transpusose y estuvo ansí hasta que vinieron algunas hermanas que la hallaron, y disimuló con ellas, que a ninguna lo dixo hasta que conmigo habló con deseo mui grande de que ninguno lo supiese.

Capítulo 27. De las cosas que vido y le fueron mostradas la vigilia de la Santa Natividad de Nuestro Señor

Después de lo susodicho, açercose la fiesta del Nacimiento del Señor y ella, estando acostada en su cama y mui afligida y con grandes dolores en el cuerpo, según sus pocas fuerzas pensó de se aparejar para recibir el Santísimo Sacramento. Y el jueves de la fiesta vínose tan gran dolor al celebro y tan grandes golpes de coraçón que según me dixo parecía1 que se le salía el ánima del cuerpo.

Y aquel día y el viernes siguiente no comió sino unas pocas de pasas, y el sábado reconciliose para comulgar. Y este día vio la imagen de Nuestra Señora, que está en el altar, por tres veces sudar gotas de agua y fue llena de maravilla, y llegose a la imagen y limpió el sudor, y con ello labó su rostro. Y como fuese a comulgar y la comulgase, el capellán maior de la santa iglesia como se volviese con el santo sacramento para se lo dar y ella no pu-[fol. 210v]-diese tener los llatidos [sic] del corazón, dio un gran resuello y vio levantadas en la patena las formas, y aparecieron luego tres ángeles visiblemente que pusieron las formas que no volaron fuera, que cierto caerían en el suelo si por ellos no fuera, y lo mexor que pudo recibió en santo sacramento con mui gran divinidad, como otras vezes.

Y ansí se fue a la cama con su fatiga y dolores mezclados con gran suavidad de la dulcedumbre del Señor y suavidad de las cosas celestiales que avía visto y gustado. Y ansí estuvo hasta las diez de la noche.

Capítulo 28. De los secretos celestiales que visiblemente le fueron mostrados en la santa noche de Navidad

Como tañesen a maitines en todas las iglesias, no se pudo sufrir a quedar en la cama y cobradas nuevas fuerzas, enferma y flaca, con el çelo de tal fiesta del nascimiento del Salvador levantose mui alegre de la cama y fuese para el coro, a do se avía de hazer el ofiçio, y contemplando en el glorioso nascimiento de Nuestro Salvador, estuvo mui atenta para conoçer la medianoche, porque avía oído que en aquella hora avía nacido el Redentor. Y el altar de Nuestra Señora, a donde está su imagen de bulto, estaba mui compuesto de çirios y candelas, y una cama mui adereçada con mui ricos paños y almohadas, y un niño mui chicito de vulto mui conpuesto. Y estava en una cuna delante de la dicha Señora, y como fue la media noche y esta sierva de Dios estuviesse de rodillas, con lágrimas y gemidos sin quento, [fol. 211r] vio con los ojos corporales decendir mui gran resplandor delante del altar, y alderedor d’él vio a Nuestro Señor vivo y en carne, la más vella criatura que en el mundo fue vista, y con gran resplandor, que excedía a la lunbre del sol; y vinieron tantos ángeles a lo adorar y servir y a le dar cantos de gloria mui suave, que decir no se puede ni escribir.

En la qual adoración pasó más de media hora y luego vio con sus ojos cómo los pastores, ençendidos de amor, le vinieron a adorar y estuvieron ansí mui gran espacio. Y estos partidos, vio venir los tres reies magos con muchas y diversas conpañas e instrumentos y traían muchas tronpas que deçir no se puede. Y venían con ellos tres soles mui resplandecientes y llegando al altar todos tres se hizo uno, y con gran acatamiento y reverençia, con sus dones en las manos, llegáronselos a ofrecer y a adoralle, el qual dicho niño era ya maior que cuando lo vido la primera vez. Vio cómo la imagen de Nuestra Señora, que estava en el dicho altar, se rio tres vezes contra el Niño.

Y hecha la adoración, con gran reverençia y acatamiento, amonestados por un ángel, se bolvieron por otro camino a su tierra. Y estos partidos, vio cómo Herodes mandava buscar al niño para lo matar, y luego vio cómo Nuestra Señora, con el infante en brazos y el santo Joseph, se ivan huyendo a Exito. Y luego tras esto, vio cómo la gente de Herodes andava matando los inocentes y cómo las madres los escondían en quebas acallándoles [fol. 211v] y dándoles de mamar por que callasen; y los niños daban tan grandes gritos que parecía llamavan a los enemigos que los fuesen a sacar y matar, a los quales matavan de diversas muertes y mui cruelmente. Y duraron estas maravillas y secretos celestiales en los ojos de aquesta sierva de Dios desde las doze de medianoche hasta las tres horas siguientes, de la qual visión ella quedó tan espantada y fatigada, y tan consolada en el coraçón, con gemidos y suspiros continuos que deçir no se puede, y apretávase mucho consigo, por que ninguna hermana supiesse, salvo la hermana maior, que estava con ella y la consolava quanto podía y le deçíe que no se afligiesse tanto.

Y ansí no nunca lo supo ninguna de las hermanas, y ansí es su voluntad que ninguna lo sepa. Y muchas vezes me dixo que quería más la muerte que esto fuesse sabido.

Capítulo 29. De lo que vio en la missa del gallo este mismo día

Como estas cosas fuesen acabadas, vino el capellán maior de la santa iglesia con deseo de hazer al Señor serviçio y dar consolaçión a aquellas siervas de Dios que esperaban su venida, el qual avía reconciliado muchas hermanas y las comulgó en esta santa misa. Y traxo consigo cantores que se oficiassen la misa, y como saliesse revestido al altar, luego aquella sierva de Dios vio claramente dos hachas de fuego de resplandor ençima del altar, y de cada una de ellas salían çinco raios que iban derechos a do estaba esta sierva de Dios [fol. 212r] hincada de rodillas, y no le impedían nada para ver las cosas que se hazían en el altar.

Y como celebrase la misa con gran solenidad y los santos se empezasen, vio esta sierva de Dios tanta multidud de ángeles que descendían al altar que cubrían al sacerdote desde los pies hasta la cabeza, y subían y descendían con gran gozo y alegría. Y quando uvo de alçar al Señor, los ángeles le levantavan los brazos y le aiudavan a decir el Pater Noster, y al tiempo que se dezíe esta sierva de Dios fue mui fatigada y dio consigo de brazos en el suelo. Y duró en aquel gozo, mezclado con muchas lágrimas, hasta las doze de medio día, de manera que estuvo catorze horas, después de las diez que tañeron a maitines, de rodillas, que de allí no se movió en tan clara y maravillosa visión para glorificar y ensalçar el nombre del Señor y acrecientamiento de nuestra fe, que nunca oí ni leí que con los ojos corporales ninguna persona tales cosas viesse y le fuesen demostradas, en lo qual es mucho Nuestro Señor de loar y glorificar en las sus grandes maravillas, las quales haze y hizo a do quiere y como quiere.

Y pasadas las doze horas después de mediodía, mui fatigada, algunas hermanas ansí la llevaron a su cama, y a la tarde, por satisfacer a los ruegos que le fueron hechos, comió un poco de carne de membrillo. Y ansí estuvo lunes y martes hasta el miércoles, que comió un güebo, en lo qual parece que la fuerça del manjar celestial le dava vida contra natura; [fol. 212v] y para dezir estas cosas se hizo mui gran fuerza porque le avía yo mandado por obediençia que a ninguno las dixese salvo a mí, que ninguna cosa me encubría de las que el Señor le mostraba, y rogome con grande ahínco que ninguna persona del mundo de mí lo supiese, deseando mucho la muerte y verse ya fuera de la vida.

Capítulo 30. de las cosas que esta santa virgen vio con sus ojos çinco días antes de la Natividad

Como toda la gente estuviesse afligida por la hambre, que no avía harina ninguna por la muchedumbre de las aguas que los ríos traían, esta virgen, según me dixo, fue mui afligida y estuvo una noche que no durmió. Y estando todas durmiendo se levantó, que ninguna lo sintió, y subiose a un terrado desde donde se parecía el río, y estando el cielo estrellado bendixo el río, y después metiose en un retraimiento, que es un lugar mui espantado, en el qual ay unas imágenes del tiempo antiguo, y púsose a horar a la medianoche en aquella oscuridad, en manera de cruz de braços en el suelo, y estuvo ansí mui gran rato, haciendo de sí gran sacrifiçio al Señor de mui atenta oraçión, con lágrimas rogando a la Madre de Dios que amansase su ira. Y sintiose esta sierva de Dios estar en el aire levantada de la tierra. Y a cabo de rato vio venir un poco claridad, con la qual vio [fol. 213r] todas las imágenes que estavan pintadas mui celaramente. Y como viesse gran pavor, ofreció al Señor muchas plegarias, y como estuviesse en aquesta pena, súbitamente vio otro mui gran resplandor que resplandecía sobremanera, y apareciose Nuestra Señora descabellada de sus cabellos, con ojos mui llorosos y mui triste, y le dixo: «Sepas que todas las aguas que son venidas por tan largos días avían de caer en tres días y la maior parte dellas sobre esta cibdad, en que muchas gentes perecierán por los sus grandes pecados que en ella se cometen cada día y Dios es mui ofendido dello. Y por las plegarias que as hecho por este pueblo, al Señor y a mí me as rogado que por la gran piedad y dementia que ubo en enbiar su hijo Nuestro Redentor a nos redimir y salvar, quisiesse aún piedad de todos y yo supliqué al Señor que tu petición fuese oída y Él la oió y su ira se aplacó, y io, por piedad que tengo al pueblo cristiano, vengo a ti qual ves».

Y como la dicha virgen estuviesse con los ojos abiertos y manos alzadas, y coraçón mui espantoso, d’Él apareció la vissión y ella caió de bucos en el suelo, y ciertas horas estuvo sin sentido y amortiguada y devantose mui esforçada del cuerpo y del ánima de tan espantosa visión. Y de tan gran admiración quedó mui consolada y ninguna de las hermanas lo sintió.

Capítulo 31. De cómo fue mostrada una gran señal del Çielo en esto

[fol. 213v] La fama desta santa mujer, como ella quisiese que fuese tan oculta, no se pudo enpero que algunas personas devotas no uviesen de saber la fama de su santa vivienda, una de las quales fue el Señor obispo de Badaxoz que a la saçón era deán de Toledo. El qual con ella habló muchas veces y fue testigo de la llaga en el costado; el qual le rogó que rogase al Señor por una discordia que avía en la corte, a do estaban los Señores reies y el cardenal de España. La qual, obedeciendo lo mandado, se echó en oratión con gran ahínco y voluntad.

Y en las otavas de la pascua florida, que fue en el mes de marzo de ochenta y seis, ella se levantó de mañana y se subió en un terrado en la casa a do morava Doña Mari Garçía, e rompiendo el alva se puso allí en oratión y vio unas nuves mui coloradas que corrían por el cielo hazia Oriente, y antes que el sol saliese vio un gran resplandor en el cielo a do el sol avía de naçer. Y salió el sol, i ella le miró con ojos claros e sin enpacho de la claridad, lo qual es contra natura humana, que hombre ninguno no puede ver. Y dentro en el sol, vio un grande agujero que entrava al cielo, del qual salían grandes raios de claridad hazia muchas partes, y dentro del aguxero vio con ojos claros una cruz de oro mui resplandeciente, la qual cruz y raios estuvieron en el sol desde que salió hasta que hizieron clamores para tañer a terçio y luego desaparecieron; i vio en el aire, no mui lexos de sí, una persona que se pareció como la luna que peleava con otras [fol. 214r] y otros con ella, y pasándose algún rato volviéronse las espaldas el uno a otro. Y como viese una de las hermanas, quitose luego de allí y no pudo más conocer la dicha vissión. La qual dicha sierva de Dios tiene miedo de hablar, y me certificó que mirando muchas veces una Verónica, que está en el altar, vio salir raios de claridad y continuamente ve un resplandor a do está el corpus cristi, y muchas vezes ve visiblemente el santo sacramento no le estorbando las plantas ni las otras cosas en que está encerrado y enbuelto. Y una vez, alçando el sacerdote el sacramento, vio un dedo de carne puesto en la ostia, y otra vez vio en el sacramento un escudo blanco con las çinco plagas de Nuestro Señor, de lo qual tuvo miedo y gran temor.

Y en esto parece ser mui grande la virtud del Señor y la pureza de su ánima, que con los ojos corporales pueda ver cosas tan palpables y celestiales para honra y gloria de su santo nonbre.

Capítulo 32. De las cosas que esta virgen vio y le fueron mostradas en el santo sacramento

Jueves, día de la octava de la Ascensión del Señor del sobredicho año. Como no uviese quién díxole missa aquel día en la casa, ella fuese al oratorio, y como estuviesse orando con atençión, vio con ojos claros el santo sacramento, que estava encerrado dentro del arca, levantado dentro del arca con gran [fol. 214v] resplandor, la qual lo adoró con mui gran gozo. Y estuvo reçando allí por algún espacio de tiempo y esto le á acaecido otras vezes quando no avíe misa, lo qual le puso mui grande espanto y transes1 Y luego, el día de san pua2 como el capellán díxole misa mayor y uviese[n] de comulgar muchas hermanas, y como se volviese con el sacramento para dárselo, vio en la manga del dicho saçerdote media ostia de las que comulgavan, y resplandecía como una estrella, de lo qual fue mui maravillada. Y como comulgasen las dos primeras hermanas, desapareció la estrella y el resplandor que pareçiera en la manga. Y luego le caió gran sospecha de lo que fue, y pensó que se le avía caído al saçerdote, y como se quitasen las que comulgavan, ella, con aviso, fuese a poner en aquel lugar a do desapareçiera la visión. Y como hincase las rodillas, vio estar en la grada del altar la dicha partícula del sacramento tan resplandeciente como una estrella, y estando el saçerdote vuelto al altar, y como se volbiese otra vez con el sacramento a comulgar a las segundas y llegase a ella para dalle el sacramento, ella le hizo señal para que se apartase y él, no lo entendiendo, pisó el sacramento y ella tornole a hazer señal con la mano más reciamente, y como él mirase abaxo y viese la parte de la ostia, abaxose y tomola con reverentia y desque esto vio esta santa muger fue tan atribulada y angustiada [fol. 215r] del coraçón que por algunos días no se levantó ni quería hablar ni comer.

Y en aquel día de la comunión envió a rogar a la hermana maior que no quitase aquella alhonbra do caiera el sacramento. Y estando las hermanas recogidas, ella se levantó como pudo y fue a las gradas de dicho altar, y en aquel lugar do ella comulgara vio dos reliquias que se avían quebrado de la dicha partícula, resplandeçiendo así como estrellas, de lo qual uvo mui gran pavor, y derramando muchas lágrimas y suspiros, fue tan grande la angustia que pasó en su coraçón, por no saber qué hazerse y por no ser descubierta, que no tuvo más remedio sino, con la maior devotión que ella pudo, abaxarse y tomarlas con la lengua. Y ansí las comulgó y sintió tan grande dulçor y suavidad que no se puede decir ni escrevir.

Y ençendida con el amor y çelo del Señor subió al altar y desenbolvio los corporales y lixula3 y palia por ver si podría hallar la partícula que el saçerdote alçó del suelo, y no la pudiendo hallar tornó a coger los corporales y tornose mui triste y desconsolada. Y echada en su cama, su consolación era gemir y llorar con grandes llatidos que el coraçón le dava, sintiendo mui gran dolor en él y en el lugar adonde se le abrió la llaga. Fue tan grande le dolor que se le hinchó la carne y el pecho hasta la garganta.

Y ansí estuvo algunos días, mui desconsolada, no pudiendo dormir, ni quería que le hablasen, lo qual ninguna de la casa lo supo, ni la hermana mayor [fol, 215v] salvo que la casa penava con su pena. Y duró esto hasta que yo estuve con ella, y con grandes gemidos y miedo me lo dixo, y tomó algunas fuerças para comer deseando con gran ahínco ser fuera de aquesta vida.

Capítulo 33. De cómo apareció a esta santa mujer el ánima de su capellán finado y de las cosas que le dixo

El día de San Francisco, año de ochenta y seis, esta santa muger sentía cabe sí un bulto y sonbra que estava adonde ella estava, y con el gran miedo que tuvo conjurolo que ni hablase ni la viessse. Y a la postrera noche sintiole a par de la cama, y ella no durmió con el miedo que tenía, y dos horas después de la media noche, estando sin ningún sueño, abraçada con un libro que tenía de devotiones y con el gran pavor que tenía, estava puesta hazia la pared y el espíritu llegó a ella y meneola como quien quiere despertar a quien duerme, y ella con el temor que tenía no lo quería hablar, y haziéndole señales con gemidos. Esto por dos vezes duró hasta las quatro después de la medianoche, y entonçes ella volviose del otro lado para se levantar e ir a su capilla a orar, y luego el espíritu le habló y dixo ansí: «Esforçaos y no os vais de aquí, que también se sirve de vos Dios aquí. Y por la caridad del Señor vos plega de me oír, porque seis noches ha que ando aquí penando y por sentiros con tan grandes fallecimientos; y por [fol. 216r] daros fatiga demandoos mucho perdón de muchos enojos que vos é hecho y de una carta que vos escribí, la qual fue causa de daros mui grande trabaxo y turbaçión. Y por muchas buenas amonestaçiones y consejos que me distes acerça del buen regimiento que yo debía tener en la gobernación de aquesta casa, los quales dichos consejos con gran osadía y menospreçio no creía y menospreciava, no temiendo que érades sierva de Dios y de su manos. Y muchas veces os demandé con gran sobervia que demandásedes señales a Dios del cielo, y puso el Señor en mis manos lo que no eran mis ojos dignos de ver, y por esto vos digo que os esforcéys mucho y que lo que os fue mandado que manifestásedes al Señor cardenal no lo dexéis por ninguna pena temporal ni por no ser vista ni conocida, y si esto no cumplís antes de un año seréis azotada del Señor mui gravemente; y por que no penséis que soi vissión engañosa ni fantasma, yo soi vuestro padre cura y capellán desta casa, que poco á que falleçí, y vos digo que digáis al prior de la Sisla y a la hermana maior desta casa que por la caridad del Señor me perdonen en qualquiera manera que los aia enojado, y otrosí me quieran perdonar sis mil maravedís que doi en cargo a esta casa de un libro que vendí, lo qual todo demando en limosna me lo quieran perdonar y todo lo otro que les tengo a cargo. Y yo vos ruego, por la caridad de Dios, que me hagáis decir [fol. 216v] cinquenta misas porque el Señor me saque de pena».

Y esto dicho, desapareció, y la dicha sierva de Dios, quitada la habla, quedó amorteçida por espaçio de quatro horas y lo primero que le dixo este espíritu fue esto: «Y vos roga a Dios por mí». Y desde a pocos días viniendo de oír missa del coro, sintió que uno la travava del braço mui recio y le puso la otra mano en la espalda, como persona que la quería aiudar, y ella dexose caer diciendo tres veces Jhesús, y sintió el cuerpo mui desconcertado y ansí la llevaron luego a la cama, y hizo luego dezir las misas e no sintió más entonces.

Me dixo esta santa muger lo que arriba es escrito, que muchas vezes cuando ora al altar, ve visiblemente el sacramento como si no tuviose cobertura alguna, y siente muchas vezes gran dulçor por grande espaçio de rosas y lilios y flores, que decir no se puede, lo que la recibe gran fuerça y consolación, ansí spiritual como corporal.

Capítulo 34. De la claridad que vio dos vezes en la iglesia maior día de Santa Caterina

El año de ochenta y seis, estando esta bendita virgen en el oratorio rezando sus orationes en la noche de la fiesta de Santa Caterina, en la qual tiene mui grande amor, y como con atención estuviesse de rodillas delante de la su imagen y la capilla estuviose oscura, súvitamente apareció gran claridad y alunbró a la virgen Caterina [fol. 217r] y al Niño Jesucristo que estava pintado cómo ponía el anillo de su dedo a la virgen Santa Caterina, de lo qual esta santa virgen fue llena de grande gozo; la qual claridad estuvo allí por algún espaçio y luego tornose a escurezer como estava de antes. Y la noche siguiente, como se levantasse después de maitines a orar en el coro, halló la lánpara muerta y no sabiendo qué hazerse, fue a llamar a una de las hermanas que estava acostada y díxole que la fuese a ençender. Y tornose al coro como de primero y estando la iglesia mui escura, súpitamente vio una centella de fuego que salía del arca del corpus cristi y fue encendida la lámpara con tan gran claridad que resplandeçió toda la capilla, y como vino la hermana que de ella fue llamaday viesse tan gran claridad, fue mui espantada y comenzó a decir: «Milagro es este y no se puede encubrir». Y ansí quedó esta santa virgen en el oratorio llena de mucha consolaçión.

Capítulo 35. De lo que acaeció en la imagen del Niño Jesús

Como otro día adelante estuviose rezando en el oratorio y tuviese consigo dos libros en donde tenía sus orationes, demandó a una hermana que le truxese la imagen del Niño Jhesús, que estava en el altar de Nuestra Señora, el qual estava vestido de una ropilla que le abían hecho hasta los pies. Y como el dicho Niño le fuese entregado, tomolo con devotión y púsolo de pie encima [fol. 117v] de un libro. Y como por algún espaçio con alegría y devotión le hiziese oratión con artas lágrimas, alçó la ropilla por besalle los pies, y vio como uno de los pies se bullía y meneava como si estuviera en carne, y alçóse un poco el pie para que se le pudiese besar. Y como le besase con devotión quedose el pie levantado y no se baxó jamás. Y como pusiese el pie del Niño en una gran hinchazón que tenía en el ojo, luego fue abierta, la qual cosa luego fue divulgada en la casa, y el niño quedose con el pie levantado.

Capítulo 36. De cómo fue robada en espíritu y vio un ánima cómo fue llevada a juicio

En la santa iglesia de Toledo uvo un canónigo honrado y discreto y barón de mui noble condición, y de todos mui amado y querido y limosnero, que quanto tenía gastava en casar uérfanas con deseo de hazer tesoro en el cielo, adonde son las verdaderas riquezas. El qual se llamava Don Diego de Villaminaia, que era capellán maior de la iglesia maior, y como Nuestro Señor le quisiese galardonar de sus trabaxos en fin del mes de março, año de ochenta y siete, enfermó de calenturas y a los treinta días del dicho mes fallesçió, en quio fallescimiento casi toda la cristiandad uvo sentimiento, del qual cupo gran parte a la casa de Doña María García, por las grandes limosnas y bienes que les hazía, ansí corporales como espirituales, y era tenido como padre de toda la casa. [fol. 218r] Y todas las hermanas estaban en el coro, con ellas María de Axofrín, y como doblasen las canpanas en su fasllecimiento, luego la dicha María de Axofrín fue robada en espíritu y vio cómo San Juan Batista y nuestro padre San Xerónimo y Santa Caterina llevaban el ánima del dicho capellán maior a juicio delante de la Magestad divinal, en un gran canpo mui deleitoso, en el qual estaban muchas ánimas loando al Señor. Y fue acusada delante del Señor cómo tenía cargo de un finado, el qual le avía dexado por albaçea de su testamento y no lo avía hecho hazer cumplir, y como quiera que el capellán maior en su testamento dexó mandado que se cumpliese aquel cargo, mas como nuestro Señor sea justiciero, mandó que el ánima del dicho capellán estuviese detenida en aquel lugar y no entrase en la gloria del Çielo hasta que fuese satisfecha la demanda del dicho defunto.

Y como la dicha María de Axofrín vio esto, quedó fuera de sí con mui gran pena mezclada con grande alegría de lo que viera, que aunque su ánima no estava en la gloria çelestial, estava enpero en un lugar seguro. Y caió luego en la cama con mui grande amortecimiento, que muchas vezes pensaron que se muriera. Y ninguna de la casa supo esto sino io.

Capítulo 37. De cómo Nuestro Señor mostró a esta santa mujer el principal de los testigos a quien le plaza que sea revelado lo que avía visto

Un día del Corpus Cristi, recibiendo esta santa mujer al Señor, fue puesta en aquel traspasamiento que solía [fol. 218v], y pareciole estar en la iglesia maior y veía en la proçessión de la clereçía al Señor en unas andas vibo, con muchedumbre de ángeles y muchos santos que cantavan cantos mui dulces al Señor. Y el Señor señaló a uno y nonbrole por su nonbre y díxole estas palabras: «A este le señalo para que manifiestes todo lo que te mandé». Y luego el día de Nuestra Señora de agosto, recibiendo el Señor esta devota mujer, fue puesta en traspasamineto y pareciose que estava en la dicha yglesia, y vio a Nuestra Señora viva, y en toda la iglesia cantavan o gloriosa domina. Y este sobredicho prelado estava hincado de rodillas, y la Gloriosa Señora le ponía una corona de oro en la cabeza y un báculo de oro en la mano y decíanle estas palabras: «Por la limpieza de tu vida a mí eres mui agradable para que seas pastor mui escogido y io seré siempre contigo».

Capítulo 38. De cómo por sus orationes sanó a la hermana maior del mal del costado

Tres días antes de la fiesta de San Lorenço, estando enferma la hermana maior de dolor de costado, desahuziada de los físicos, con el sarrillo levantado que se finava esta santa mujer, de que la vio en la agonía de la muerte, fuese a la capilla a una hora de la noche y estuvo ante el altar de Nuestra Señora hasta las doze con muchas lágrimas, rogando mui afincadamente a Nuestra Señora que no quedase ella guérfana [fol. 219r] de tan gran bien, y que se la quisiese dar sana y viba. Y desde a poco viole sudar el rostro y pensando que se le antojava, atreviose a llegar a su rostro, y a limpiarlo con su toca tres veces el sudor, y lavose los ojos y la cara con ello, y de placer que uvo tornole a mandar la salud de su hermana y oió una boz que dixo: «Otorgada es la vida para consolaçión y remedio tuio». Y luego fue puesta en transpasamiento por dos horas y vio a San Lorenço como mozuelo de quinze años, vestido con vestiduras resplandecientes, y llevava en la mano una buxta de oro y poníasela en la cabeza y en el costado a la enferma, y santiguávala con su mano.

Y desque tornó esta santa mujer de aquel transportamiento, con mucho placer fuela a ver y hallola durmiendo, de reposo. Y desque despertó sintió grande alivio de la enfermedad.

Capítulo 39. De como por sus orationes fue librado un hermano suio de las prisiones en que estava

Estando en prisiones un hermano de esta santa mujer, orava ella a Nuestra Señora en su altar con grande ahínco. Y apareciole al preso la imagen de Nuestra Señora y sacole los hierros de los pies y díxole que por el ahínco y la fe desta santa mujer, y de otras que por él en aquella casa rogaban, sería libre de aquella prisión. Y entonces durmiose [fol. 219v] y veníanse delante de aquella imagen y esta su hermana y otras tres hermanas haciendo oratión por él y, como Nuestra Señora, presentava al niño velas y flores y una candela encendida. Y esto era sábado otavario de la Asumptión de Nuestra Señora y él hallose libre de las prisiones y de grande hichazón que tenía en los pies de los hierros. Y luego otro día, vínose a la casa adonde estava esta santa mujer a ver la imagen y contar este miragro.

Y aquella hora que él señaló se halló que ella y otras hermanas hazían oratión señalada por él, y de que vio la imagen, con muchas lágrimas prometió de traer cera que ardiese ante ella todos los sábados mientras viviese. Y acaeció que un sábado, mientras maitines, estaba la candela en un candelero y llegose esta santa mujer y otras al altar para dezir el antífona de benedita y salía del pie del candelero humo, como de incensario, y violo primero ella y dixo a las otras, y a la una le dio olor de encienso, y a la otra de flores, y a la otra un olor mui suave, y a otra, que estava en el sicoro, olor de pan tostado.

Y dende a nueve años la víspera de Nuestra Señora de agosto, traiendo este su hermano çera para alunbrar la imagen, como avía prometido, plugo al Señor que en el camino súpitamente fallesçió. Y estando esta sierva de Dios mui angustiada de la muerte, rogó a Nuestra Señora que ella mostrase a algún saçerdote de los que dieron misa por él, si estava en carrera de su salvatión.

Y el día octavo en que fallesçió, a las dos horas después de medianoche, [fol. 220r] estando1 esta santa con muchas lágrimas delante la imagen de Nuestra Señora rogándole que pues ella le avía salvado de la prisión, que ella le plugiose demostrarle si estava en carrera de salvatión. Y vio el rostro de la imagen alegre, como de persona viba, y pareçía que quería hablar, y ella del gran gozo que tuvo enpezó a llorar y dos hermanas que lo sintieron llevánronla a la cama, y arrimada la cabeza a las almohadas, estando allí las hermanas con candelas ençendidas, sintió a sus espaldas un huego como de persona, y como estava hablando con ellas, no curava de mirar a aquel lugar donde aquello sentía. Y dende a poco uvo gran miedo y parávasele la lengua y sentía tan grande angustia que quería amortecer, y volvió la cabeza y vio un pedazo tan grande como de una almohada, como de nuves quando haze nublado. Y allí dentro, el rostro de su hermano mui alegre y díxole que a la ora de la muerte se viera en gran peligro, mas que Nuestra Señora fue allí con él y dixo cosas señaladas que tenía de cargo e que estava en purgatorio.

Capítulo 40. De una visión que vido jueves de la çena en el arca del monumento

Juebes de la cena, acabado de cenar, el Señor paresciole a esta santa mujer que sentía en el monumento una paloma que reboloteava. Después de tinieblas estando todas en la disciplina, y ella estava entre ellas puesta en cruz, porque estava enferma y avíanle man- [fol. 220v] dado por obediencia que no se diciplinase, y cantaba con ella el salmo de miserere mei con mucho plazer de verse entre aquellas sus hermanas, y vio salir de el arca del monumento ansí como estrella, resplandeçiente que veía por encima dellas hasta adonde ella estava. Y tan cerca estava de la santa que paresçía que podía llegar a ella con la mano, y mirava ella con mucho plazer y devotión esto, y quando hizieron señal para que las disciplina çesase, tornose la estrella al monumento y metiose dentro en él.

Capítulo 41. De otra vissión que vio en el Viernes Santo

El Viernes Santo siguiente, estando diçiendo la pasión, fue puesta en traspasamiento hasta el sábado a la misa, en la ora que el viernes adoraban la cuz, y pareçióle que estava en un campo y veía al Señor cómo le descendía de la cruz, y de cada una de las manos, cuando le desclavaban, salía un resplandor mui claro, más que el sol, y de todas la heridas del cuerpo y de la llaga del costado, a manera de un baso de oro que estava lleno de agua y revertía en manera de caños y dava en las faldas de Nuestra Señora. Y veía cómo le ponían en el monumento y cómo Nuestra Señora se partía con San Juan y la Madalena y los otros que la acompañavan, y entravan en el cenáculo donde el Señor cenó con sus discípulos.

Y después de esto, el día de Pascua, y otros días señalados, vio ese mesmo resplandor en la ostia, y en la víspera de Nuestra Señora de março, [fol. 221r] cuando tañían a vísperas, vio ençima del altar súpitamente el bulto de Nuestra Señora a un cabo y, del otro, el ángel de la custodia, donde estava el santo sacramento y salía un gran resplandor que cubría todo el altar y sintieron muchos olores de rosas.

Capítulo 42. De otra vissión que vio en el cielo el día que los reies se partieron para la guerra [21]

Rogando esta sierva de Dios por sus altezas y por todos los que con ellos iban que fuesen sus intenciones en su serviçio y les diese victoria a las doze del día, vio en el Çielo una abertura que salían della muchas llamas de fuego. Y conoció en el espíritu que muchos de los que allí iban yban en pecado mortal y que con mucho trabaxo a[l]cançarían el real1. Y ansí fue.

Capítulo 43. De cómo le apareçió la calavera

En el mes de julio de ochenta y nueve, quando entró la pestilencia en Toledo, fue herida una de las hermanas que llamavan Sancha Díaz, sobrina del vicario de la Sisla. Estando mui fatigada, una de las hermanas, movida a compasión, rogó a esta santa mujer, que estava rezando en un libro, que rogase por la enferma. Y ella estuvo un poco, y súpitamente fue hecha en el libro donde estava rezando una calavera de muerto, y bolviose a las hermanas que la rogaban y díxoles: “No qures della, que vedes aquí [fol. 220v] que esta es su calavera”. La qual calavera estuvo allí algunos días hasta que la enferma fallesçió.

Capítulo 44. De cómo sanó un canónigo de Toledo de una grande enfermedad

Un canónigo de Toledo estava enfermo y súpolo esta santa mujer, y movida a conpasión enbiosele secretamente una granada con una mujer devota de la casa, la qual el canónigo resçibió con mucha devotión y la comió, y en comiéndola, luego tuvo salud y se levantó y fue luego a dar graçias a la dicha casa de Doña Mari García.

Capítulo 45. Esto que se sigue acaesçió en tiempo del padre Fray Diego de Santo Domingo, siendo prior de la Sisla

En el año de 1488, después de Pascua de Resuretión, me dijo esta santa mujer que estando un día en su capilla orando, contemplando en la encarnación de Jesucristo y pensando cómo la umanidad era unida con la divinidad en una persona, vio visiblemente cómo vino una luz mui clara que encendió el çirio pascual, y le pareçía que su ánima rescibía mucha consolatión en esta vissión y que çesó de pensar en la sobredicha visión.

Ansímesmo ese mesmo año, después de la fiesta de Nuestro Señor, le acaeció que como quedase el corpus christi en el altar para que lo adorasen, como es de costumbre en muchas casas [fol. 222r] de nuestra orden, y ella, movida con gran devotión al santo sacramento, estando las hermanas comiendo, quedose orando en su capilla, y como sintiese que la buscavan para darla de comer, fuese al bistuario, que está cerca del altar, adonde acostumbran a bestirse los sacerdotes para celebrar, y comenzó a orar con gran fe y devotión. Y estando mui grande espaçio de tiempo casi absorta en este deseo y devotión, vidose alcada de tierra casi dos codos, y que salían de la ostia unos raios mui claros a manera de cordones y se ponían en los lugares que Nuestro Señor fue crucificado en el costado, y en las manos y en los pies.

Y de allí en adelante se le fue acrecentando más y más de recebir al santo sacramento y tan crecido fue el deseo que deçía que se le quería salir el corazón del cuerpo. Y como yo estuviese en la examinación en los procesos de la Inquisitión de Toledo, rogome que la confesase y comulgase, porque no podía sufrir el dolor del corazón. Y io, movido a conpasión, dexé todos los negocios y fuila a confesar, y como se empeçase a confesar fue robada en espíritu, de manera que padescía el cuerpo sin el alma.

Y este robamiento le acaeçió quatro o çinco vezes, y rogé a una hermana que llamase a la hermana maior para que viese cómo estava traspasada. Y como la dicha hermana maior viniese dijo: «Mandalde en virtud de santa obedientia que requerde y os hable», que luego lo hará. Y yo hize ansí, y díxome: «Perdoneos Dios padre». Y a la postrimera vez [fol. 222v] de su traspasamiento sentí como resollo que suele salir de los costados de hombres feridos con lanza, y recordela en la forma sobredicha y pregúntele si tenía el costado abierto como solía. Y después de muchas importunidades díxome que sí tenía y que la comulgase, que luego se le cerraría. Y hízelo ansí, y antes que la comulgase díjome que la maldición de Dios y de sus santos fuese sobre mí si en su vida yo descubriese lo susodicho.

Y esta sierva de Dios comulgó antes de las nueve, y luego fue robada en espíritu y estuvo traspuesta hasta las seis después de mediodía, que cierto estuviera más si no le mandara por obedientia que recordase. Y recordando tenía tan gran gozo que paresçía que venía de algún lugar grande. Y como otro día deseose yo saber qué era lo que sentía en aquellos robamientos, sentía ella mui gran pena en que la inportunaba, que me lo dijese por el mérito de la santa obedientia, y díjome que cada vez que era robada que la llevavan a una güerta muy hermosa en que estava un altar, y allí veía a Nuestro Señor con muchedumbre de santos y ángeles y que allí conocía las maldades grandes que en el mundo se hazían y sabía grandes secretos de concientia, maiormente de los viçios y pecados que en la cibdad eran cometidos. Y estando con esta sierva de Dios, entre otras cosas que me dixo para mi consolación fue una que me dixo que estuviose fuerte en las batallas del Señor porque avía de pasar muchos trabajos [fol. 223r] por el su amor.

Y dende a pocos días en la noche de la vigilia de los gloriosos apóstoles, San Pedro y San Pablo, sentime mui fatigado de manera que paresçía que quería reventar, y como fuese a decir missa a las dichas beatas, sentime luego mejor. Y dije misa, y víneme a comer, y como me asentase a la mesa, comiendo el primero bocado, diome dolor de costado en la parte derecha, y por no contristar a los guéspedes que estaban a la mesa sufrí el dolor hasta que acabaron, y luego tomé algún reparo para el dolor y fuime a la cama, y estando en ella acordome que esta sierva de Dios me avía dicho que avía de pasar muchos trabaxos. Y luego, a la ora me levanté con mucha pena diçiendo en mí mesmo: «Los buenos cavalleros no suelen morir en la cama». Y ansí, con mi dolor fuime con compañía onesta a donde estava la sierva de Dios, y ella començóme a consolar; y ella hízome la señal de la cruz en las espaldas, sobre el manto, y no lo viendo yo, la segunda vez, hizo otra señal de la cruz y comencé a juzgarla en mí mesmo y notarla de liviana, que nunca le avía visto hazer otro tanto, que apenas avía visto la boca, tanto andava de cubierta con su mantillo, y tornó otra tercera vez a hazer la señal de la cruz y díjome: «Sano sois, pero no en vuestra fe, porque vos no creístes que os avía de sanar y burlastes de mí en vuestro coraçón. Verdad es que yo no os sané, mas la virtud de la cruz obró en mi fe y no por la vuestra causa, que sois mui incrédulo y no os pese dello porque creer de ligero es cosa mui peligrosa».

[fol. 223v]Y dichas estas cosas, sentí gran alivio del dolor del costado, salvo que me quedó en la espalda derecha por algunos pocos días el amortiguamiento de la carne en do estava el dolor. Y ansí fui sano por los méritos y orationes de esta santa. Y en este tiempo me dixo esta sierva de Dios que viniese a este monasterio y pusiesse recabdo en la casa porque andavan dos personas por cometer un pecado, y io hízelo ansí y puse guardas diligentes. Y dende a pocos días hallaron dos mozos que querían cometer el pecado de la manera y forma que ella me lo avía dicho. Y fueron despedidos de la casa, y cierto ella sabía mui grandes secretos de las conçiençias que sobrepujavan el juicio y poder humanal.

Y en el mes de julio deste dicho año, después de Santiago, me dixo esta sierva de Dios algunos negotios de la Inquisitión, diciéndome que Nuestro Señor le avía aparecido de forma humanal, como cuando estava atado a la columna, y que le avía mostrado las espaldas cómo le corría la sangre y que le dijo: «Hija mía, quál me ponen los herejes cada día, y di esto al deán de Toledo y al prior de la Sisla, que están en la Inquisitión». Y ansí fue hecho, que estas más palabras con otras muchas dixo al dicho deán en mi presentia. Y en este dicho año me escrivió una carta en que me dijo que avía avido muchas conpasión de la fatiga que pasé en el camino cuando yba a la Inquisitión a tierra de Burgos, maiormente el martes que ella dijo. [fol. 224r] Y ansí fue cierto que aquel martes que ella dixo, yo pasé los puertos llenos de nieve, y nevava y llovía mucho, y después desto me dijo que ella iba conmigo entonçes aunque no la veía en medio de León levé1 a do estava exsaminando los procesos de los herejes de Toledo. Otros muchos milagros à hecho Dios Nuestro Señor por los merecimientos de esta sierva y io no e mereçido de los ver; quien los à visto da testimonio dellos.

Capítulo 46. De cómo vio una gran claridad en día de la Natividad de Nuestra Señora por setiembre

Como un día este dicho religioso hablase con ella mui familiarmente, dijo ella por le consolar algo de lo que Nuestro Señor hazía por ella, y como estuviese mala y hinchada, de la garganta en la cama, vino la fiesta de Nuestra Señora de setiembre y como viose que no podía comulgar con las hermanas que avían de comulgar, aquel día mesmo levantose de la cama para oír missa, y otro día estava con mucho dolor en su coraçón. Y como las hermanas se levantasen a maitines y lo viese ella, dixo con mucho dolor de su coraçón: «Señora Gloriosa Virgen María, Madre de Dios y de los que te llaman y an en ti esperança, yo no soi digna que esté en los tus maitines, ni menos que pueda oi comulgar con las hermanas». Y como dijese estas palabras, vio una claridad sobre ella y sanola del todo, y fuese con las hermanas a maitines y comulgó con ellas el día siguiente.

[fol. 224v] Capítulo 47. De cómo sanó a un enfermo de una enfermedad que se dize modorra

En el año de Nuestro Señor de mil y quatrocientos y noventa en Jarahiz, lugar de la Vera de Plasentia, en el mes de noviembre, día de San Martín, vino una enfermedad a Francisco Díaz, natural de dicho lugar, de la qual enfermedad vino tanta flaqueza que recibió los sacramentos con estrema unción. Y puesto en tan estrecha necesidad y teniendo ya la candela encendida que se finava, yo Martínez Díaz, clérigo y capellán perpetuo de la iglesia de la Virgen María, siendo presente y sintiendo muchas angustias en el su fallesçer, porque era primo mío, a la saçón vino Juana Martínez, mujer de Antón Cervote que Dios perdone, y viéndome afligido díxome: «Conpadre, ya sabéis la enfermedad que yo tengo y tenía en esta mi pierna y este dicho año, quando vino aquí mi hijo Fray Gabriel, profeso de San Xerónimo de Madrid, que es dicho el paso y me informé d’él de una santa religiosa que falleció en Toledo, en el monasterio que fundó Doña Mari Garçía, y está sepultada en el monasterio que dicen de la Sisla y à mostrado el Señor por ella maravillosas cosas. y cómo fue mui gran servidora de Dios y me prometiese con gran devotión y mui verdadera fe de ir a visitar su santo cuerpo y estuviese sin dubda, que por sus santos méritos, abría salud --loores sean dados a Dios y a su Bendita Madre-- yo fui sana, prometeldo vos a esta santa y plaçera, a Dios, de libralo». Y luego [fol. 225r] respondió: «Soi pecador para ello, mas confiando en la clementia de Nuestro Señor, y en la piedad de Nuestra Señora, la Virgen María, madre suia, yo le prometo, si escapare de esta enfermedad, de llevarle a ver y visitar el su santo cuerpo de la dicha santa, y llevarle una libra de cera para le ofrecer». El qual voto hecho--sean dadas gracias a Dios y a Nuestra Señora--luego fue mejorando y tuvo mucha salud.

El qual enfermo y io vinimos a visitar esta santa María de Ajofrín con mucha salud y cunplimos nuestro voto. Y porque esto es verdad, yo el dicho Martín Díaz, clérigo, estoi presente oi sábado, a siete del mes de maio dentro del dicho monasterio, manifestando este tan gran milagro, alcançado por méritos de la bienaventurada María de Ajofrín. Y escrebí de mi mano todo lo sobredicho por más lo corroborar, y confirmé de mi nombre, oi sábado del sobredicho año de 1490, Martínez Díaz, clérigo capellán de dicho lugar [24].

Capítulo 48. De las cosas que Nuestro Señor á demostrado por esta su sierva después que fallesçió, y muchas por negligentia no se han escrito, más las que se han escrito son las siguientes:

De cómo sanó a un enfermo por su orationes

En la cibdad de Toledo estava un canónigo enfermo de calenturas y tan fatigado que le avían dado muchas purgas, y estando esperando el pasamiento de la vida enbiava a los monesterios a se encomendar y ia no avía remedio. Y estando ya oleado, envió a este [fol. 225v] monesterio de la Sisla a encomendarse a la bienaventurada virgen María de Ajofrín con mucha devotión. Y estando durmiendo de noche, el dicho canónigo avía de tomar a la mañana una purga, y apareciose la dicha María de Ajofrín, y despertando, sintiose aliviado. Viniéndole a dar la purga dijo que no la quería recebir, sino que le diesen de comer. Y luego se levantó y enbió a este monesterio para que colgasen a do estava enterrada la dicha María de Ajofrín una candela y una cabeza de cera, y después vino él, dado gratias a Dios, y dijo missa.

Capítulo 49. De cómo sanó a Don Alonso, hijo de la Condesa de Paredes

En el mes de setiembre, año de mil y quatrocientos y ochenta y nueve, enfermó Don Alonso, canónigo, hijo de la Condesa de Paredes, de calenturas continuas y fiebre mui grande en la cabeza. Y estando ya oleado y muy propinquo a la muerte, envió a este Monesterio de la Sisla a se encomendar a esta bienaventurada virgen María de Ajofrín, y fuele llevada una almohada en que avía fallesçido la dicha virgen, y luego fue sano y vino a este monesterio y tuvo novenas, y ofreçió una imagen de cera y una casulla.

Capítulo 50. De cómo sanó una mula de un fraile de Guadalupe

En este mesmo tiempo, dos frailes de Guadalupe yban camino y caió una mula y lisiiose mui mal [fol. 226r] en tal manera que no podía moverse, y encomendáronla a esta bienaventurada Santa María de Ajofrín. Y luego fue sana de todo punto y ellos con mucho placer hizieron hazer una imagen de çera y enbiaron a este monesterio.

Capítulo 51. De cómo sanó a un tollido

A nueve días del mes de setienbre año de 1499 años, vino a este monesterio un hombre que avía por nombre Juan de Pastrana y su mujer, y truxeron un niño, su hijo, que avía nonbre Nucho Sebastiano, los quales moran en Toledo. Y el niño avía grandes días que estava malo y tullido, y su padre avía gastado en físicos lo que tenía y no lo avían podido sanar; y encomendáronlo el padre y la madre a María de Ajofrín y velaron una noche en la iglesia y ubo salud a gloria de Nuestro Señor. Y fue dicha una missa.

Capítulo 52. De cómo sanó a una mujer que estava malas de un çaratán en la teta

En este tiempo, una mujer que se llamava Juana de San Migel, beata de la tercera regla de San Francisco, moradora en Toledo, estava mui mala de un çaratán que tenía en una teta, y avían çinco años que se le curavan físicos y todos ellos no avían podido sanalle. Y ya desahuizada dellos, algunas personas le aconsejaban que por que no muriese le fuese cortada la teta con consejo de los médicos. Y con esto tenía calenturas con-[fol. 226v]-tinuas seis meses, avía y ella viéndose en esta angustia, oída la fama desta santa mujer, fue a visitare su cuerpo al Monesterio de la Sisla y entrando do estava enterrada, sintió un olor celestial que salía de la sepultura, y ella con mucha devotión y lágrimas echóse sobre la sepultura rogándole la quisiere aiudar, y por su ruego sanar. Y luego fue sobre ella la mano de Dios y fue sana.

Capítulo 53. De cómo sanó a una niña que tenía tiña

Esta sobredicha beata tenía una niña enferma de tiña y encomendola con devotión a la dicha María de Ajofrín. Y luego fue sana por los sus ruegos.

Capítulo 54. De cómo sanó a una mujer que estava enferma de los pechos

A dicho monesterio vino una mujer a bisitar el cuerpo de María de Ajofrín y hazer oratión a él, la qual mujer se llamava Marina Álvarez, y dijo que ella estava enferma de los pechos de tal manera, que ya estava oleada y los físicos le avían dado dos captiverios de fuego y estava mui fatigada. Y fuela a visitar García Sánchez de Pastrana y le dijo que se encomendase a María de Ajofrín, el qual le llevó su Vida y se la leió, y ella con mucha devotión fue a la casa de Doña Mari Garçía y allí le fueron puestos sobre los pechos unos paños que fueron de la sobredicha virgen, y luego reventó la inchazón y fue sana de la dicha enfermedad sin ninguna física, ni menos mediçina.

[fol. 227r] Capítulo 55. De cómo sanó a un relixioso que tenía una enfermedad en un ojo

A ocho días del mes de otubre del dicho año, vino a este menesterio un fraile professo del Monesterio del Paso, que es San Xerónimo de Madrid, que avía por nonbre Fray Gabriel de Coacos de la Vera de Plasentia, y dijo que estando enfermo de una hinchazón que tenía en un ojo, el qual le tenía mui malo, y aviéndoselo de abrir con botones de fuego, un día antes se encomendó a esta santa mujer, y ovo remedio y se le abrió la hinchazón y luego estuvo bueno.

Capítulo 56. De cómo sanó una mujer tullida

Este dicho fraile fue a su tierra y halló una su hermana tullida y él díjole y contole lo que le avía acaeçido de la dicha enfermedad que avía tenido. Y tomando su hermana mui gran devotión a la dicha María de Ajofrín, hincose de rodillas en su casa y enpeçó a orar, rogando a Nuestro Señor que por méritos de aquella, su sierva, que ansí abía acorrido a su hermano, la quissiese a ella acorrer y sanar, que estava tullida. Y aiudándola a esto una niña que tenía chiquita, a la qual mandó que orase con ella. Y acabada la oratión, cosa de mui grande maravilla, fue sana del todo y enbió al Monesterio de la Sisla unas piernas y un rollo de çera, dando muchas gratias a Nuestro Señor dador de todos los bienes.

Capítulo 57. De cómo sanó un hombre que estaba hinchado

En el mes de otubre dese mesmo año, un mozo que estava en la cozina, que se llamava Rodrigo, estava hinchado [fol. 227v] de una enfermedad que avía pasado, y fue con devotión al sepulcro donde estava enterrada esta sierva de Dios. Y fuéronle puestos unos paños que fueron de la dicha santa y súpitamente fue sano y no sintió más fatiga de la dicha hinchazón.

Capítulo 58. De cómo sanó a una niña

En el mes de noviembre del dicho año estava una niña mui fatigada de calenturas y su madre encomendola a esta dicha santa, y luego fue sana y hizo a Dios muchas gracias traiendo la dicha niña al sepulcro.

Capítulo 59. De cómo sanó un escudero

El día de San Martín de dicho mes, vino aquí un escudero burgalés, el qual estando de calenturas y mui gran dolor de cabeza, en Toledo oió decir de la fama desta santa mujer y encomendose a ella con mucha devotión y uvo salud. Y vino con alegría a hazer oratión, el qual ofreció una cabeza de çera.

Capítulo 60. De cómo sanó un niño

Un hijo de Garci Sánchez de Pastrana, estava a la muerte de calenturas, y el padre encomendolo con mucha devotión y vino a velar a este monesterio, y uvo salud por ruegos desta santa mujer.

Capítulo 61. De cómo sanó a una mujer

El mes de diciembre dese mesmo año enfermó una mujer de Toledo y estava mui fatigada, y vino a este monesterio a hazer oratión y fue sana. Y traxo una ymagen de çera dando muchas gratias a Dios.

Capítulo 62. De cómo sanó un niño

Un niño estava mui fatigado de calenturas [fol. 228r] y su madre encomendole a esta santa mujer y uvo salud. Y trúxole a su sepultura y ofreció un bulto de çera.

Capítulo 63. De cómo sanó un enfermo

Martín de Rojas estava enfermo de muy grandes calenturas y encomendose con devotión a esta santa virgen. Y veló una noche y diole Nuestro Señor salud y puso una candela de çera en su sepultura.

Capítulo 64. De cómo sanó un hombre que traía hinchada la cara

Víspera de Nuestra Señora de la Candelaria, vino un hombre que avía por nombre Miguel Hornero y traía hinchada la cara y un ojo, y vino con intención de encomendarse a esta santa virgen. Y llegando al sepulcro fue luego sano, que no le pareçió ninguna cosa de hinchazón.

Capítulo 65. De cómo sanó a un mozo que traía hinchada una pierna

Un mozo de los frailes de Gaudalupe hinchósele una pierna y fue llevado a su sepulcro y hecha oratión, luego fue sano del todo.

Capítulo 66. De cómo libró una mujer preñada

Una muger de Pedro de Toledo Pedrero estava preñada, y llegada a la ora del parto atravesosele la criatura en el cuerpo y estava, según natura, para fallesçer, y fue encomendada a esta santa, y pusieronle unos paños desta dicha santa y luego echó la criatura.

Capítulo 67. De cómo sanó un niño

Aquí vino Alonso del Ágila y truxo un su hijo, el qual venía con calenturas, y puesto al sepulcro, luego se enfrió y se le quitaron a gloria de Dios.

[fol. 228v] Capítulo 68. De cómo una carta quemada, fue sana por su orationes

Una vez estava la bienaventurada María de Ajofrín escribiendo una carta para el cardenal de España Don Pedro de Mendoza, y ella la notava y otra hermana la escribía, la qual avía por nonbre Inés de San Nicolás. Y como ya la uviesen escrito y no tuviesen salvado pare le echar, llegáronla al fuego para la enjuagar, y tanto la llegaron que se quemó, en la manera que la avía de tornar a trasladar. Y sintiendo desto enojó la escribana por quanto era mui gran carta. Díxole esta santa mujer: «Ydos vos agora y no aiades turbation». Y tomó la carta y echola en un arca, y otro día fue la dicha escribana para trasladar la dicha carta, y al tiempo que la fueron a sacar halláronla sana.

Y en diez y seis de abril de 1490 años fue sacado de la sepultura en que estava el cuerpo desta santa mujer, a ruego de la Condesa de Fuensalida y el clavero de Calatrava y Don Alonso de Silva, y fueron hallados sus güesos parecer manar un licor a manera de aceite y dieron suaves olores, lo qual sintió el prior Fray Juan de Corrales y otros muchos religiosos y seglares. Y mandó el prior llamar al convento y tañer los órganos y las canpanas, y el dicho Don Alonso de Silva traxo una arca guarneçida de seda, por dentro y candelas para todos los frailes. Y mui honradamente con cruz, y cirios y ministros, los sacerdotes la llevaron con mucha alegría cantando te deum laudamus. Y fue pedida agua, y luego llovió después tan abundantemente que claramente paresció a todos que por sus méritos el Señor lo hazía. Y fueron remediados los panes, al qual sea gloria, amén.

[fol. 229r] Esta santa mujer estuvo en la iglesia para la mostrar a los que venían treçe días, y fue después sepultada en la sepultura que edificó la dicha condesa a la mano derecha de la iglesia. Y Santos Fernández de Xara ¿oleado, estando a la muerte y oleado, fue prometido a esta santa virgen por Juana Martínez, la de Antón Sánchez, y alcançó salud. Y el dicho con su mujer vino a cunplir el voto, que fue esto martes a cinco de maio del dicho año; afirmose ansí ser verdad, estando presentes Antón Nejas y su hermano Martín de Cálix, y Fra Migel de Ocaña, y Fra Alonso de San Migel, y el dicho prior. Y el conde de Oropesa enbió aquí un su hijo y una su hija a visitar y a velar a esta santa mujer. Y dixeron los que venían con ellos que los susodichos hijos del conde avían estando mui enfermos y que la hija avía estado en el artículo de la muerte, y que más la tenían por muerta que por biba; y que la encomendaron sus padres a la dicha María de Ajofrín, y que avía tenido salud, amos a dos, los quales ofrecieron una imagen de platea y una palia y una cruz de oro broslada y tres imágines de cera, a veinte días del mes de novienbre del año de 95.

Y Pedro de San Pedro, vezino deToledo, truxo aquí un bragero de un niño, el qual estava quebrado, el qual avía sanado la hermana1 maior Catalina de San Lorenço y dixo que, entre muchas virtudes que tenía esta santa virgen, era una la humilldad, que como estuviese con su regimiento [fol. 229v] los viernes que tiníen culpas, las hermanas venían a ella, la dicha María de Ajofrín, y le rogaba que la mandasen comer en tierra y pasasen sobre ella las hermanas.

Capítulo 69. Hablando de una carta que enbió el Cardenal a la dicha María de Ajofrín

«Devota y mui amada hermana, con vuestra carta y con lo que el padre prior de la Sisla me dijo, uve gran consolación Nuestro Señor Dios que os puso en tal estado, os deje acabar en su serviçio, y a mí de graçia que pueda hazer su voluntad y poner en obra lo que vos me aconsejáis. Y ansí os pido que lo demandéis a Nuestro Señor y a la Bienaventurada Madre suia, y en vuestras orationes me enconmiendo, y porque yo hablé al padre prior, no digo aquí más. Primero de enero. Cardenal».

Después de la muerte de María de Ajofrín, murió dicho cardenal, el qual estuvo enfermo muchos días, en los quales hizo por su ánima muchas obras pías, y mandó después de su muerte se hiziesen aquí, en Toledo. Y murió el padre en estos tienpos santamente. Y se cumplió lo que dixo María de Ajofrín en la revelatión quando le puso Nuestra Señora el niño en las manos sobre un paño de seda, y le dijo que vería gran mortandad en todos estos reinos. Y aquí se cunplió lo que dijo, que feriría el ángel a unos con açote y a otros con espada, y los otros con pena de fuego; a los que firió el ángel con azotes cunpliose: que se entiende de las hanbres [fol. 230r] que uvo en todos estos reinos; a los que fería el ángel con espada, cunpliose: que uvo en todos estos reinos mui gran mortandad; a los que firió el ángel con pena de fuego, cunpliose: porque vinieron muchas bubas sobre muchos honbres y mugeres, los quales no podían ser sanos por los físicos.

Fin de los mirragros que hizo la bienabenturada María de Ajofrín a honra y gloria de Dios Nuestro Señor, por quien se hacen todas las cosas

Traslado de una carta del cardenal Don Pedro González de Mendoza, Arçobispo de Toledo, para el prior de la Sisla sobre la visión que vio María de Ajofrín en el capítulo que habla quando vio a Nuestra Señora en la iglesia maior, lo qual está a diez hojas de este libro. «Venerable padre y especial amigo, esta noche pasada, a las dos de medianoche, tomé letura que me dexastes, y nunca la partí de mis ojos hasta que capítulo por capítulo la leí toda. Que magis admiror, si cordi meo a desil ut niquit in his Revelationibus exercendis tardius duo dubitarum ultimum vidi fillud celesti nisi nimum nota vii confirmatur de tales testigos, varones y mugeres, a quien toda fe se deve dar; y a qualquiera dellos yo la daría aunque solo fuese, quánto más a todos juntos, excepto a la hermana maior que por tener el cargo que tiene [fol. 230v] está aprobada de suio. Y también conozco al prior que es hombre de bien y digno de fe. Y maravillome de tantas visiones yn spirítu y corpore, y principalmente me maravillo en mujer hallarse tanta dureza y no querer decir lo que tantas vezes sintió, maiormente siendo mandada por quien todo lo manda. Los quales señal de su gran humilldad, y del menospreçio que tenía de la gloria mundana. Allende desto, venerable prior, por mi parte para lo que me toca, dalde las gracias; y Dios, Nuestro Señor se las dé, y la pena que pasó le sea endoblada gloria, y siendo alguna cosa que io pueda hazer por su consolación, ofrécesela vos de mi parte mui enteramente y recomendadme a ella rogándole que me aia por encomendado, rogando a Nuestro Señor me deje acabar en su santo serviçio, y encomendalde ansimesmo ruege por el estado de la Santa Yglesia y destos reinos, reies y príncipe, y por la reina, Nuestra Señora, que es sostenimiento y justiçia y paz dellos, que les dé vida y esfuerço para llevar adelante los trabajos que pasan sobre ellos y conservarlos. El quaderno os enbío, el qual será secreto y ansí va atado que persona sino io no sea visto ni sabrá, ni se vos permite. Válete en Jhesucristo. Fecha: oi martes a çinco de dizienbre. Cardenal».

Hablado del testimonio que da el notario que se halló presente a ver la llaga del costado de la bienaventurada María de Ajofrín, el qual está signado y firmado de su nonbre.

[Fol. 231r] «Deçente y cosa conveniente es escrevir por memoria las buenas obras y vidas de las personas que nos precedieron, porque podamos por los buenos ejemplos de aquellos obrar siempre bien e nos esforçemos siempre a apartarnos del mal. Cosa cierta es que, si lo preçioso no fuese apartado de[l]lo, no falsa cuncupiscencia loca, no bastante deste temperar sería demergida por discurso mui ligero en un escuro hundimiento. Por tanto, yo, Garçía de Borlanja, capellán de la serenísima reina Doña Isabel, notario y arçobispal, afirmo y doi fe que en el año de la Natividad del Señor de 1484, a diezinueve de noviembre, casi seis horas después de mediodía, por ruego y instançia de Juan de Biezma, que entonces era rector de la casa de Doña Mari Garçía, entré en la dicha casa para que notase lo que viese, y ansí notado lo guardase. Después pasados algunos días, aunque no muchos, quise demostrar lo que avía visto al reverendo prior de la Sisla, Fray Juan de Corrales, considerando aquel dicho del eclesiástico en el cap. Xi, que provecho ai en el tesoro abscondido. Por el qual dicho por muchas vezes me mandó que aquello que avía visto se lo diese por escrito, más yo por entonces no pude satisfazer a su voluntad por muchas ocupaciones que tenía aunque, allende de lo tener escrito en el coraçón, lo tenía en mi protocolo hasta diez días de noviembre del año de nuestro Señor de 1496, y es que el dicho Juan de Biezma me metió en un palaçio de la dicha casa, en el qual estaban los reverendos Señores, Don Pedro de Préxamo, deán de Toledo, y don Diego de Vidaminaia, capellán maior en el coro de [fol. 231v] la santa iglesia de Toledo, y dos o tres religiosas de la dicha casa. Y vi una cama en aquel palaçio que estava una donzella que verdaderamente parecía bulto de ángel y tenía una llaga en el costado, donde Nuestro Redentor fue herido, tan grande como un real, y no tenía hinchazón y careçía de toda putrefaçión, y tenía un color mui fino ansí como grana Y después que todos lo vimos y uvimos mirado, a poco de rato habló aquella doncella estas palabras: “Dios, Nuestro Señor vos lo demande sino pusiéredes aquello en executión”. Y ansí espantado me aparté dende y me torné a salir, en fe de lo qual lo signé y firmé de mi nonbre, que fue hecho en Toledo, año mes y día». Quibus supra graciamus aff notarial por terceras nonas augusti.

Per labor inprobus homnia vincit

Fray Bonifacio de Chinchón [27]

Per hec est que nesçivit torf in delicto [28]


[1] Frase latina de difícil lectura.

[2] Folio escrito por otra mano.

[3] Subrayado: ‹fallesció en la dicha cibdad, año del nacimiento del salvador de mil y cuatrocientos ochenta y nueve años, sábado, a diezsiete días del mes de julio›.

[4] Tachado: ‹aiuda›.

[5] Tachado: ‹mundo›.

[6] Tachado: ‹azotes›.

[7] Frase latina de difícil lectura.

[8] Tachado: ‹herexía›.

[9] Tachado todo el capítulo.

[10] Tachado: ‹en demás›.

[11] Repetición de: ‹truyga›.

[12] Tachado: ‹y esta›.

[13] Tachado: ‹cerrado alderredor›.

[14] Palabra no clara.

[15] Palabra no clara, seguramente ‹erupciones›.

[16] Repetición: ‹parecía›.

[17] Palabra no clara.

[18] Palabra no clara.

[19] Palabra no clara.

[20] Repetición: ‹estando›.

[21] Tachado: ‹De cómo le apareció la calavera›.

[22] Palabra no clara.

[23] Palabra no clara.

[24] Rúbrica.

[25] Tachado: ‹dicha›.

[26] Rúbrica.

[27] Mancha de tinta; frase latina de difícil lectura.

Vida manuscrita

Ed. de Celia Redondo Blasco y Rebeca Sanmartín Bastida

Fuente

  • Cruz, Juan de la. 1591. Historia de la Orden de S. Hierónimo, Doctor de la Yglesia, y de su fundaçión en los Reynos de España. Esc. &-II-19 fols. 258v-267v.

Criterios de edición

Dado que se trata de una copia manuscrita de la segunda mitad del siglo XVI que bebe de fuentes más primitivas, los criterios de edición son conservadores. Se mantienen los grupos cultos, que podrían mostrar el uso eclesiástico o de las fuentes consultadas:

  • s líquida en spirituales
  • formas cultas como –mpt- en Redemptor, -th- en tesoro, -ct- en sancta
  • consonantes geminadas, ll, ff

Se respetan las oscilaciones y variantes de las sibilantes.

Se mantiene la oscilación i/y y v/b y se regularizan las alternancias gráficas sin valor fonético: i/j, u/v.

Se conserva dello, desta, etc., pero se separa mediante apóstrofo cuando la forma aglutinada incluye un pronombre personal: d’él.

La puntuación y la capitalización han sido modernizadas, si bien se mantiene el uso del paréntesis para indicar observaciones digresivas según el original.

Vida de María de Ajofrín

Capítulo undécimo

[Fol. 258v] De la vida sancta y maravillosa de María de Ajofrín, religiosa en el monasterio de Sant Pablo de Toledo

La hystoria desta bienaventurada María de Ajofrín se halla escripta en algunas partes, tomado de lo que fray Joan de Corrales, prior del Monasterio de la Sisla de Toledo, recogió, vió, tractó y entendió de personas de autoridad y credo, [fol. 259r] que por ser tantas y tan largas las maravillas que se hallan, y milagros que Nuestro Señor obró por esta su sierva, los que las han puesto antes de agora en hystoria han procurado abreviarlas, tomando lo más essençial y verdadero. Y ansí se hará aquí, aunque la manera de la scriptura de los unos no parezca conformar en el dezir y hablar con la de los otros, que no será de inconveniente trocar los lugares y dezirlo por otros términos, no saliendo de la verdad que ello tiene y se le debe dar.

Fue natural María de Ajofrín de un lugar çerca de la çiudad de Toledo que se llamava Ajofrín, hija de padres onrrados, temerosos y siervos de Dios que se llamaban Pedro Martín y Mariana Garçía, ricos y prosperados de bienes temporales. Desde su niñez se le vio grandíssima inclinaçión a las cosas del serviçio de Dios y una prudençia y agudeza de spíritu que ponía admiraçión. Muchos la miravan y muchos la querían y amavan por sus inclinaçiones tan virtuosas y endereçadas al Çielo, y la demandavan y pedían a sus padres en casamiento, y la sancta donzella, que lo entendía, resistía con ánimo varonil a todos los que hablavan en esta materia, porque en ninguna cosa sentía gusto sino en oýr cosas graves y spirituales. En estos pensamientos se ocupava mucho, y con ellos renovava mill deseos, mill propósitos de juntarse con Dios y mejorarse cada día más en su amor y serviçio. Para excusar la inquietud que para esto le causavan las pláticas de los casamientos, sin consejo ni pareçer humano (aun siendo pequeña) hizo voto de guardar su limpieza y entrar en religión, de lo qual tuvieron gran sentimiento sus padres (que es offiçio de la carne y sangre por el apartamiento de los hijos que en vida se entregan a la muerte de la religión), mas como la vieron con tanta entereza en este propósito, que no la podían apartar d’él padres, ni hermanos, ni parientes, ni halagos y regalos con grande desgraçia y aborreçimiento de todos, la llevó su padre a la çiudad de Toledo, por importunaçión [fol. 259v] suya, siendo ya de quinze años.

Entraron en la iglesia mayor, sin saber dónde yr otra parte, y por orden del spíritu sancto, tuvieron allí noticia del monasterio de las beatas de la Orden de Sant Hierónymo que se dize de Sant Pablo, que, aunque no tenían estrecho ençerramiento de monjas religiosas, tenían la de mucha observançia y guarda de religión. Inspirada la sancta donzella que aquella era su vocaçión y lo que buscava para su deseo de servir a Nuestro Señor, fuesse luego al monasterio, y las religiosas d’él la reçibieron con grande alegría y voluntad, admitiéndola a su compañía y al hábito. Puesta en este estado tan deseado y pedido a Nuestro Señor, todo su cuydado, deleite y regalo ponía en ocuparse en los exerçiçios sanctos y en la oraçión y meditación, derramando multitud de lágrimas de los ojos, con grandes sospiros y gemidos, tiniéndose por la más vil peccadora y indigna de todas las mugeres. Quien labra una gran casa o torre abre los çimientos conforme a la grandeza del edifiçio, y sin ellos no se haze nada, y ansí es menester sacarlos para la perfectión de la vida christiana, que es la mayor y más alta fábrica de quantas acá se entienden. Esto hace la humildad, y desta gran virtud hazía provissión María de Ajofrín, de manera que, en su reputaçión y estima, no hallava en el monasterio persona más baja ni menos ser ni más nada que ella, y lo mostrava en su persona, vestido y pensamiento, y en los exerçicios humildes y bajos y en los demás exerciçios que havía desta manera en el monasterio. Lo que en su alma hazía grande impressión eran las palabras divinas, donde quiera y como quiera que las oyese, y todo era muestra que quanto tratava y pensava era cómo más amar a Dios y sentir de sí misma ser nada, y estimar y preçiar a todos mucho y amarlos en Dios y por Dios.

Pasados más de diez años de su recogimiento en el monasterio, quiso hazer una confessión general de toda la vida pasada, y tomó tan de veras y con tantas lágrimas de congoja y afflictión quererse asegurar si avía hecho lo que devía en aquella preparación para que Nuestro Señor le perdonase sus peccados que, [fol. 260r] entrando el día de su confessión en el confessionario, se derribó en el suelo delante de una ymagen de Nuestra Señora, que estava allí con su hijo benditissímo en los braços, al qual pedía por su intercessión de su santíssima madre le declarase si quedaría con seguridad de la vida pasada con aquella confessión y se le perdonarían todos sus peccados. Súbitamente, estando en esta oraçión con mucha ternura y lágrimas, vio una gran claridad que çercava la imagen, y que el sacratíssimo niño levantava la mano a la manera que el sacerdote la pone quando absuelve. Espantada de ver esta maravilla, y muy turbada en su spíritu, se puso a hazer confessión lo mejor que pudo, y, acabada, volvió a hazer oraçión a la imagen, y vió la misma claridad y la mano del niño alçada, con que quedó bien esforçada en el fervor y amor de Dios y guardó el secreto de la visión, que no lo descubrió sino a solo el prior fray Joan de Corrales, çertificándole que desde aquella hora le quedó tan gran movimiento en el coraçón que, de los golpes que sentía que le dava, a tiempos le pareçía que se le quería salir del cuerpo.

Muchos regalos tuvo de aý adelante de Nuestro Señor, y no muchos días después, quedándose una noche sola en el coro orando por el estado de la Yglesia, vio que de la custodia donde está reservado el sanctíssimo sacramento salía grandíssimo resplandor, que duró por el spaçio de una hora, mientras ella estava con fervor en la oraçión, y, acabada, no apareçió más aquella celestial claridad.

Estos son los regalos que Dios haze a los que de veras le buscan con amor divino que les sale del alma, y les manifiesta cosas maravillosas de su gloria, certificándoles con ellas quán agradables le son sus intercessiones y oraçiones y quán poderosos para alcançar quanto se pide y desea, que son dardos o saetas, como los doctores las llaman.

Haviendo de reçibir el día de la Resurrectión el santíssimo sacramento, hizo tanta preparaçión el sábado sancto antes que en toda la noche no durmió ni descansó, velando, orando y llorando, y por toda la casa buscava los rincones para hallarlos como los hallaba buenos para su oración, demandando limpieza a Nuestro Señor para llegarse a recebir [fol. 260v] tan gran bien y thesoro inestimable del alma. Venida la hora de la comunión, llegó con las otras hermanas a comulgar y reçibió el sanctíssimo sacramento [1]; causole tanta devoçión, contento y alegría este admirable y divino sacramento [2] que luego se elevó, y quedó como absorta y muerta, y por quinze días continuos con las noches no durmió, pasando todo este tiempo en llorar y orar. Quedole desde este día que cada vez que se llegava a recebir el santíssimo sacramento se quedava elevada y enagenada de los sentidos exteriores, y con un [3] grande dulçor maravilloso en el coraçón, en la garganta y en la boca que le durava por quarenta días.

Aunque todo su quydado era encubrirse, que no lo supiessen ni entendiesen las hermanas, era trabajo escusado querer cubrir el sol quando está más claro en medio del día, y así lo veýan y entendían todas, y que todo el resto de la noche velava, oraba y llorava, si no era algún pequeño espaçio que tomava para repararse el sueño. Al mismo prior manifestó estas maravillas del santíssimo sacramento, y que los días que sentía el divino y celestial dulçor los pudiera pasar sin comer ni tomar cosa alguna de mandamiento, si no fuera por huyr de la singularidad y juizios que suelen tener los hombres.

Capítulo duodécimo

De otras cosas maravillosas que acaescieron a esta sierva de Dios y la manifestación de la llaga en el costado

Creçía tanto esta sancta donzella en el amor de Dios, verdadero esposo suyo, que cada día le comunicava grandes dones y hazía muchos favores y mercedes, y entre otras conoçió por spíritu lo que en una fiesta de Todos los Santos le había de succeder después que huviese reçebido el santíssimo sacramento y previsto [fol. 261r] que se pusiese cuydado en llevarla luego a una parte secreta y escondida (pero nunca tan escondida y secreta que no viniessen a descubrirla, porque muchas vezes el Çielo tenía este cuydado de mostrarla con luz visible), rogando a la madre del monasterio que diesse cargo a quien la llevase antes que se arrobase y transportasse reçibiendo el santíssimo sacramento. No fue menester esta diligençia porque fueron tantos los lloros y gemidos de los grandes dolores que sintió en el coraçón en reçibiendo el santísssimo sacramento y antes que se traspusiesse, que no pudo excusar que no se entendiesse con quánta fuerça se hazía a pasar aquellos dolores y tormentos. Aquí se enagenó como solía y le fueron descubiertos algunos secretos de descuydos de personas particulares que ella procuró se emendasen con avisos y amonestaçiones que hizo a quien tocava, como negoçio que era de Dios, que es el que sabe, penetra y conoçe los coraçones.

Tenía ya esta sancta muger tanta privança con Nuestro Señor, y era tan ençendida su charidad y amor en servirle con perseverançia, que le fue parte para declararse en su favor más particularmente su Magestad Divina con asombro de todos y en don y señal de su passión y llaga en el costado, que a pocos se a concedido. Hallose un día en el costado una abertura que cupiera por ella el dedo pulgar de un hombre, que le causó grandes dolores por veinte días con la llaga abierta, de la qual los viernes corría más sangre que los otros días (aunque en todos corría alguna) y nunca pareçió en ella materia ni se applicó mediçina ninguna mas de paños limpios, quitando unos y puniendo otros, y éstos quedavan tan roxos como un carmesí, que mostravan bien quán viva sangre era la que salía y sin corrompimiento alguno.

Con los grandes dolores que la sancta donzella padeçía, le faltavan las fuerças para llevar tanto trabajo y no cessava de pedir a Nuestro Señor su ayuda y favor en ello, y divinalmente le fue revelado que aquella maravilla la descubriese a la priora del monasterio y a otra religiosa que se dezía Theresa, a las quales, quando vieron la llaga y los paños vañados en [fol. 261v] sangre les causó admiraçión, y ellas lo dixeron al confessor de la casa, que estuvo bien incrédulo y duro en creerlo. Y quisieralo deshacer dando a entender que era imaginaçión y engaño de mugeres, mas quando lo vio con los ojos quedó espantado y maravillado, y no fue en su mano dejarlo en secreto, sino dezirlo y revelarlo a personas principales, como fueron don Pedro Préxano, deán de Toledo, y a Diego de Villaminaya, capellán mayor del coro de la santa yglesia, que dieron dello fee y testimonio habiéndolo visto.

Entraron, pues, estos dos eclesiásticos en el monasterio, y el confesor de las religiosas, Juan de Viezma, llevó a Graçián de Berlanga, capellán de la Reyna Doña Ysabel y capellán apostólico y de la audiençia Arçobispal, y todos juntos, con la priora y religiosa Theresa, vieron la llaga y la tocaron, y el capellán mayor tomó un paño vañado en sangre y, mirándole todos con cuidado, les pareçió que la llaga de donde salía era causada divinalmente y no con occasión de arte humana.

El notario escribió el testimonio que aquí va ynserto, sacado letra por letra del original, que yo he visto en el archivo del Monasterio de la Sisla de Toledo, firmado y sellado del mismo notario, que es el que se sigue:

“Deçente e cosa convenible es escribir por memoria las buenas obras e vidas de las personas que nos preçedieron, por que podamos por los buenos exemplos de aquellos obrar siempre bien e nos esforçemos apartar siempre del mal. Cosa çierta es que, si lo preçioso no fuesse apartado de lo no tal, la concupisçiençia loca non bastante desetemperar, sería demergida por curso muy ligero en un escuro tragamiento. Por tanto, yo Graçián de Berlanga, capellán de la sereníssima reyna Doña Ysabel, nuestra señora, notario apostólico e arçobispal, affirmo y doy fee que en el año de la Natividad de Nuestro Redemptor e Salvador Jesuchristo de mill e quatroçientos e ochenta y quatro, diez y nuebe de noviembre, quasi seis horas después de mediodía, por ruego e a instançia de Juan de Biezma, que entonçes era rector de la casa de Doña Mari Garçía, entré en la dicha casa para que notasse lo que viese, e así notado lo guardase. Después, pasados algunos días (aunque non muchos), quise demostrar lo que avía visto [fol. 262r] al reverendo padre prior de la Sisla fray Juan de Corrales, considerando aquel dicho eclesiástico en el capítulo quarenta y uno: que provecho ay en el thesoro escondido, etc., el qual dicho señor muchas bezes me mandó que aquello que avía visto que ge lo diesse por scripto, mas yo por entonçes no pude satisfaçer a su voluntad por muchos negocios que me çercavan, ca ello non me davan lugar, aunque allende de lo tener scripto en el coraçón lo tenía en mi protocolo, fasta diez días de noviembre del año del Señor de mill e quatroçientos e ochenta y seis, y es que el dicho Joan de Biezma me metió en un palaçio de la dicha casa, en el qual estavan los reverendos señores don Pedro de Préxano, deán de Toledo, e don Diego de Villaminaya, capellán mayor del coro de la sancta iglesia de Toledo, e dos o tres religiosas de la dicha casa. E viendo en una cama que en aquel palaçio estava una donzella, que verdaderamente pareçia bulto de ángel, y tenía una llaga en el costado donde Nuestro Redemptor Jesuchristo fue ferido, tan grande como un real, e non tenía finchazón y careçía de toda putrefaçión, tenía un color muy fino, ansí como grana, e después que todos lo uvimos mirado, a poco de rato fabló aquella donzella estas palabras: ‘Dios Nuestro Señor vos lo demande si no pusiéredes aquello en execuçión’. Y ansí espantado me aparté dende y me torné a salir, en fee de lo qual lo firme y signé de mi nombre, que fue hecho en Toledo, año, mes, día, quibus supra. Graçianus notarius apostólicus”.

Padeçía la sierva de Dios grandes dolores de la llaga, y no solo la atormentava esto sino el mostrarla, estando en la cama cubierto su cuerpo, rostro y manos honestíssimamente, y sólo se veýa la llaga por una sábana abierta a la parte del lado. Pasados los veinte días se le çerró la llaga sin benefiçio ni mediçina alguna corporal, y quedó la señal de la abertura con algún dolor en aquel proprio lugar, y como tenía impresso en su coraçón [fol, 262v] el nombre dulçíssimo de Jesús, y no se le caýa de la boca, favoreçíasse mucho d’él en estos trabajos, y regalábase en estremo con él, mas mucho más la regalaba su Magestad Divina con tan estremados dones y benefiçios de las llagas de su passión, que no la quiso decorar con sola la del costado, sino que, levantándose con la mucha flaqueza que tenía para ponerse en el suelo de rodillas o ençima de la cama, por devoçión de adorar un crucifixo al tiempo que oyó la rueda de las campanillas de la yglesia quando alçavan el santíssimo sacramento en una missa, sintió tan gran dolor en los pies y en las manos que le pareçía que en aquellos lugares le ponían rezios y gruesos clavos.

Como estuviese en esta pena y en la consideraçión de aquellos altíssimos misterios, pareçiole que le traspasaban la mano yzquierda, y fue el dolor tan vehemente que se puso el dedo pulgar de la mano derecha en la palma de la yzquierda, y apretando con el gran dolor que sentía rebentó la sangre, de que ella quedó bien admirada. Procuró encubrirlo con estremado gozo de regalo tan singular de Dios, y traýa la mano cubierta con un lienço sin poner otra medicina, y durole quarenta días, y después de pasados que sanó le quedó señal en la mano izquierda, que fue la que rompió en sangre. Y porque sucessivamente sintiesse en su cuerpo las insignias y dolores de la passión de Nuestro Señor Jesuchristo, sin los tormentos que de ordinario tenía en la cabeça, sintió en ella súbitamente un nuebo y gravíssimo dolor, que le pareçía que le ponían una guirnalda o corona que le çercava la cabeça alrededor y le entraban por ella puntas de clabos con tormento suyo exçesivo, cayéndole gotas de sangre. Aplicábanle diversas medicinas, y ninguna le era de provecho ni era razón que lo fuese, ni que las llagas hechas por la mano del Señor se curasen con la industria humana, y quando su Magestad fue servido y tuvo por bien, le alçó los dolores a su sierva y quedó con entera sanidad de las llagas de la cabeça y costado.

Capítulo décimo tercio

[Fol. 263r] De muchas mercedes y fabores que alcançó de Nuestro Señor esta su sierva

Christo Nuestro Señor tiene prometido en su evangelio que se nos hará merced de todo quanto pidiéremos orando, con que esto sea pidiéndolo en su nombre al Padre. A esta sancta le acaesçió así muchas vezes quando se hazía como deseaba, porque lo que pedía en sus oraçiones yva en camino al serviçio que se debe a Dios y a la manifestaçión de su grandeza y gloria (y esto era pedir en nombre de Jesuchristo). Sería cosa muy larga dezir todo lo que a este propósito se halla en lo que el prior de la Sisla escrivió, vio, y entendió desta sierva de Dios, y lo que en sus oraçiones, ruegos y interçessiones alcançó de Nuestro Señor a muchos, para provecho y remedio de sus almas y salud de los cuerpos: alguna parte se dize en la crónica que escribió Pedro de la Vega, y por aquello se podían entender las grandes maravillas que Dios obró con ella y las que de él alcançó, y las muchas y grandes revelaciones que tuvo de cosas particulares y el bien que se siguió dellas. Mucho engrandeçe Nuestro Señor a los justos, y está tan atento a las oraçiones y peticiones que muestra lo mucho que pueden con él y quán grandes effectos hacen, como se vio en las de su esposa María de Ajofrín, que no le salieron en vano. Eran tan fervosas y vehementes que se arrebatava y quedaba sin sentido, como muerta, por grande espaçio, y algunas vezes le acaesçía esto estando presente el prior que escrivió su vida, y una vez le dixo al prior la hermana maior o priora que le mandase por obediençia que despertase y vería la fuerça y virtud que tiene el precepto de la sancta obediençia en tiempos semejantes. El prior siguió el pareçer de la priora, y fue cosa maravillosa que, mandándola con precepto despertar, volvió luego a su sentido y mostró sentimiento grande como que la uviesen quitado de su contento y regalo.

[Fol. 263v] De grandes effectos eran las oraciones desta sancta virgen, y ellas eran las armas con que se valía y en ellas buscava el remedio en todas las cosas. Una vez se vio muy affligida por la grande hambre que havía en la ciudad a causa de las muchas aguas y mucha creciente del río, que no dava lugar a las moliendas. Çinco días antes de la solemníssima fiesta de la Natividad de Nuestro Redemptor, no durmió en toda una noche entera, y viendo que la hazía clara y serena, se subió a un terrado donde veýa el río, y haziendo sobre él la señal de la cruz y bendiçiéndole, se bajó luego a un secreto oratorio y derribó en el suelo a orar, puestos los brazos en cruz. Detuvose grande espaçio en esta manera de oraçión y penitencia, supplicando a la sacratíssima Virgen María, Nuestra Señora (en quien tenía singular devoçión y la tenía por particularíssima señora y abogada) pusiesse su intercesión y pidiesse a su hijo benditíssimo que no mirase a los peccados de aquel pueblo, sino a su misericordia, y súbitamente vio en el oratorio un gran resplandor, apareçiéndole la madre de Dios que le dixo: “Las aguas que en tantos días as visto avían de caer en muy pocos; y la mayor parte en esta çiudad por los pecados que en ella se cometen, mas por tu interçessión y supplicaçión mía, ha alçado Nuestro Señor la mano de su yra”. A todo esto, estava la sierva de Dios María de Ajofrín atenta, los ojos abiertos y las manos alçadas, viendo a la Sacratíssima Virgen María y oyendo sus palabras divinas y regaladas, hasta que se desapareçió, y en ese punto cayó en el suelo la bendita donzella y estuvo algunas horas sin sentido. Quando bolvió en sí, se levantó con un maravilloso esfuerço del cuerpo y del alma, y ninguna de las hermanas entendió este acaesçimiento, ni le descubrió sino al prior de la Sisla.

El deán de la santa yglesia de Toledo, que vio la llaga en el costado, con la fe y confiança que tenía en las oraçiones desta bienaventurada, le pidió hiziese oraçión por la paz de çientos de personas discordes de la corte, y la sierva de Dios se subió al mismo terrado una mañana antes del día, en las octavas de la Resurrectión el año mill y quatrocientos y ochenta y quatro, y mirando [fol. 264r] el çielo y suplicando a Nuestro Señor por la paz de aquellos cavalleros cortesanos vio un gran resplandor en el lugar donde naçía el sol, y estúvole mirando hasta que fue hora que saliese el sol, y mirávale sin ningún impedimento tiniendo los ojos fixos en él. Vio ansimesmo el sol que tenía una abertura y ventana, que pareçía más adentro el çielo y salían d’él mayores rayos de claridad y una cruz de oro resplandeçiente, y vio uno en el ayre muy lexos de sí (que le pareçía como la luna) que peleava con otro, y pasado algún espaçio bolviéronse las espaldas el uno al otro. Esta vissión vio hasta aquí, y no pasó delante porque subió al terrado a aquella hora una de las hermanas religiosas, mas puédese creer que por su oraçión se allanó aquella discordia de los cavalleros cortesanos, pues al cabo se hizieron las pazes.

Estando, otra vez, el día del triumpho de la cruz cerca del alva rezando y mirando al çielo y pensando en las grandezas d’él, vio unas llamas, de aý a una hora abierto el çielo, y que por allí salía el sol y se conoçían todas las hermosuras del Çielo. Y luego, otro día, a la hora de terçia, estando en una ventana rezando en un libro, vio cerca de sí un rostro como el de la luna, con muy gran resplandor, y dentro d’el como dos formas de hombres que peleaban el uno contra el otro, y que caýa mucha gente muerta. Dize el prior, que escrivió su historia, que este día prendieron los moros al Conde de Çifuentes.

Una noche de la Natividad de Nuestro Redemptor anduvo con grande consideraçión, atençión y cuydado de saber el tiempo y hora de la medianoche quando Jesuchristo, Nuestro Señor, naçió. Tuvo gran confiança de recebir aquel regalo y merced y púsose a orar delante del altar de Nuestra Señora, que estava muy adereçada y compuesta sobre él su ymagen y una cuna con un niño pequeño adornado con algunas riquezas, y estando en este su deseo, con lágrimas y gemidos vio con los ojos corporales baxar sobre el altar gran resplandor y a Nuestro Señor en figura de niño que naçía de la Virgen María, y cómo le adoraron los ángeles y pastores, y desde algún espaçio llegaron los tres Reyes con tres soles de gran resplandor delante, que, llegando al altar todos tres, [fol. 264v], pareçieron uno. Pareçiole que esta vissión se detuvo desde las doze hasta las tres, y a esta hora començó la primera missa el capellán mayor de la yglesia y vio, quando salía vestido, que sobre el altar estavan dos antorchas de fuego con gran resplandor, y que los Reyes llegavan a donde ella estava, y no se impedían ninguna cosa para ver los misterios de la missa.

Vio también que cubrieron al sacerdote gran multitud de ángeles, al tiempo que dezía los sanctus, y que quando alçava el santíssimo sacramento le ayudavan a sustentar los braços, y quando llegó el pater noster esta sierva de Dios cayó en el suelo por no poder ya sufrir estar de rodillas, y estuvo de aquella manera hasta las doze del día, gozando de aquellos misterios divinos.

La santa María de Ajofrín (como la voluntad agena era la suya) declaró al prior de la Sisla todas estas particularidades por tenérselo mandado por obediençia, y esta la forçava y compelía a manifestar lo que ella no quisiera. Son tantos los secretos celestiales que se hallan que le fueron mostrados que sería cosa prolixo ponerlos todos, pues querer hablar en su trato, conversaçión, charidad y menospreçio sería lo mismo. Ella era humildíssima, que en el vestido y trato de su persona lo mostrava bien, y se conoçía en las obediençias y en todas las otras occupaciones y exerciçios humildes, y entre todas era la que con mayor llaneza se mostrava humilde, sirviendo y obedeciendo. Si acaso en el monasterio havía entre ellas differencias (que entre las religiosas ordinariamente son todas niñerías y cosas de poco momento), María de Ajofrín era la que las concordava, porque de aquellas cosas pocas no viniessen a mayores pesadumbres y se abrasase un monte con una çentella.

Buenas prendas tiene de ser hija de Dios la que tiene el alma tan pacífica como esto, que como el mismo Dios dize en el evangelio, naçe todo esto de la charidad, reyna y señora de todas las virtudes. Esta sancta la tenía bien raygada en su coraçón y aposentada con mucha riqueza de adereços de adorno y serviçio, como a madre de todas las otras sanctas virtudes.

Capítulo décimo quarto

[Fol. 265r] De algunas cosas que tuvo spíritu de prophezía María de Ajofrín, y de su bienaventurada muerte

Entre otros muchos dones que del Çielo tuvo esta sancta virgen, fue uno el spíritu de prophezía y de hazer milagros, que aunque ni lo uno ni lo otro son señales çiertas de tener a Dios en el alma como esposo y como amigo, pero a quien lo es (y tan de veras le amare como esta sancta le amava) suélense hazer muy de ordinario estos favores y merçedes. Començávase a poner y plantar en la ciudad de Toledo la Sancta Inquisición en aquellos días, y esta bienaventurada muger dixo al prior de la Sisla algunos secretos tocantes al Santo Officio de que se maravilló mucho, y como le preguntase que cómo savía aquello, que se le hazía grave y difficultoso creerlo, respondiole que Nuestro Señor le avía aparecido atado a la columna muy llagado y açotado y le dixo que aquello le causavan cada día los herejes, que lo dixese al prior de la Sisla, que es uno de los que entienden en la Inquisiçión, y pusiesen remedio en ello. El prior le dio crédito y lo comunicó con el deán de la sancta yglesia de Toledo, y en presencia de los dos lo bolvió la sancta donzella a dezir, y añadió otras muchas cosas que eran tocantes al Santo Offiçio, amonestándoles de parte de Dios que proveyesen en lo que era su serviçio y dearraygasen las heregías.

Otra vez vio en spíritu que llevavan de la yglesia mayor el sanctíssimo sacramento con gran solemnidad para darle a un enfermo herege, y divinalmente le fue mandado que diesse luego aviso a los clérigos que se bolviessen, y ansí lo hizo con toda diligençia. El ángel que le mandó esto le dixo después, para certificar la visión, que en aquel día vería en la missa distilar gotas de sangre de la hostia consagrada, y así acaesçió, que con los ojos claros y abiertos vio en las manos del saçerdote la hostia consagrada llena de sangre [fol. 265v] al tiempo que la alçó al pueblo para que la viesse y adorasse.

Dos moços livianos tractavan de hazer algún desconçierto en el monasterio, y por spíritu del Çielo lo entendió la sierva de Dios y embió a llamar al prior de la Sisla, y díxole que pusiese con tiempo remedio en el desconçierto que tratavan aquellos moços desasosegados, y el prior lo hizo, y halló ser verdad todo lo que la sierva de Dios le havía dicho.

Reçebía gran pesadumbre esta religiosa quando se offreçía salir a hablar con personas de fuera de la casa (aunque fuessen religiosos), y quando la importunaban y no se podía excusar abreviava las pláticas y las palabras con todos, personas graves y de auctoridad, y que no lo fuessen. Un religioso deseava mucho hablar con ella por solo oýa de su virtud y sanctidad, y anduvo en esto muchos días y tiempo sin poderlo alcançar, y la sierva de Dios, que ya lo sabía, le dio un día audiencia y le dixo en las primeras palabras: “Bien sabía que ha días que me queríades hablar y la causa también, y que tal día començastes tal escriptura y no la acabastes con quanta priessa os distes hasta la noche, quando tuvistes más lugar”. El religioso, espantado de las verdades que le dezía, pidiole encaraçidamente le dixese cómo lo sabía. Díxole que lo vio en spiritu, y más le dixo, que avisase a otro religiosos que él conocía que mirase en el desasosiego que traýa en su conçiençia, y que si avía hecho alguna offensa pidiese perdón de ella porque de otra manera ni saldría del trabajo ni satisfaría a Dios ni a los próximos.

No fueron estas solas la que por spíritu de prophezía entendió y manifestó María de Ajofrín, sino otras muchas, las que por sus oraçiones hizo Nuestro Señor cosas maravillosas. Sanó a la madre priora de una grave enfermedad, y a su misma madre sanó y libró de otra por sus sanctas oraçiones, y a un hermano libró también de la cárcel, puniendo en todo por intercesora a la Sacratíssima Virgen María, Nuestra Señora, a quien ella acudía con gran confiança. Sería la hystoria desta sierva de Dios muy larga si en particular nos detuviésemos [fol 266r] a decir todas las cosas que se hallan de sus maravillas, revelaçiones y milagros, que apenas comulgó vez que no fuesse alçada y arrabatada en spíritu y viesse y entendiesse grandes secretos.

Llegole la hora de la muerte (bien deseada por ella) y enfermó el año mill y quatroçientos ochenta y nueve, aviendo pestilençia en la çiudad de Toledo, y a los diez y ocho días del mes de julio, que fue sábbado, murió muy sanctamente a las tres horas de la medianoche, habiendo reçebido los divinos sacramentos con grandíssima devoçión. El mismo día, a la hora de las vísperas, la enterraron en el capítulo de la Sisla de Toledo, adonde en aquellos días se enterravan las religiosas de Sant Pablo. Sintiose en su muerte un olor suavíssimo y çelestial, como lo testificaron todas las hermanas religiosas que se hallaron presentes. Hizo Dios por ella algunos milagros, y entre otros fue que en el mes de septiembre siguiente del mismo año, estando muy enfermo (y aun dada la extrema unctión) Don Alonso, hijo de la condesa de Paredes y canónigo de la sancta yglesia de Toledo, se encomendó a la bienaventurada María de Ajofrín, y trayéndole una de las almohadas que tenía en la cama al tiempo que murió, se sintió (en puniéndosela sobre sí) con grande mejoría y fuera de peligro. No fue desagradeçido el canónigo Don Alonso a este beneficio, que, en levantándose de la enfermedad, fue a la Sisla de Toledo a visitar la sepultura desta sierva de Dios, y le offreçió de sus dones, y estuvo allí nueve días continuos en hazimiento de graçias.

En el mismo mes y año fueron a la Sisla de Toledo un hombre que se dezía Joan de Pastrana y su muger con un niño tullido, que, después de aver gastado en su cura con médicos y en medicinas la hazienda que tenían, no se veýa en él mejoría alguna. Encomendaron los padres con mucha devoçión a esta virgen la salud de su hijo velando una noche su sepultura, y el niño tuvo entera salud, y hizieron los padres graçias a Nuestro Señor por este benefiçio que les vino por la intercesión de aquella su sierva. En este mismo tiempo [fol. 266v] Joana de Sant Miguel, beata de la tercera regla de Sant Françisco que vivía en la çiudad de Toledo, tenía un çaratán en la teta, y como en çinco años no sentía mejoría con quantos beneficios le avían hecho los médicos y çirujanos y le aconsejaban que les dejase cauterizarla y cortarla quando no ubiese otro mejor remedio, ella, temiendo el tormento y peligro que le podría succeder, acordó de irse a la Sisla de Toledo y visitar la sepultura de María de Ajofrín, creyendo que por su intercessión alcançaría la salud que deseava. En entrando en el capítulo donde estava la sepultura, sintió un olor çelestial, y luego se derribó sobre ella con muchas lágrimas y devoçión, rogando le quisiese alcançar de Nuestro Señor se sirviese darle salud de aquella tan penosa enfermedad que padecía. No pasó mucho tiempo quando fue oýda y sintió cumplida sanidad.

Otro canónigo de la sancta yglesia de Toledo estava muy enfermo y casi para morir, y mientras más benefíçios le hazían los médicos se hallava peor; encomendose con mucha devoçión a la sancta María de Ajofrín, y mandó yr a visitar su sepultura en su nombre, y que le traxesen un poco de la tierra della. Traýda, se la puso al cuello, y aquella noche, estando durmiendo, le appareçió la sierva de Dios, y quando despertó se halló sano. A la mañana le daban una purga, que estava ordenada de médicos, y él dixo que no la avía ya menester, sino que le diessen de comer, que estava sano y bueno. En levantándose, fue a la Sisla a visitar el sepulcro desta virgen y a hazer gracias a Nuestro Señor, y offrecer sus offrendas.

En el año de mill y quatro çientos y noventa Francisco Díaz, vezino de Xaraiz, estava bien al cabo de la vida y reçebido el sacramento de la extrema unctión, de que tenía mucha pena un clérigo tío suyo, y acordándose que avía oýdo los milagros que hazía la sancta María de Ajofrín, luego le encomendó con mucha fee y devotión la salud del enfermo su sobrino, prometiendo que si la tuviesse lo llevaría a visitar su sepultura. El enfermo tuvo luego salud, y los dos, tío y sobrino, fueron a la Sisla de Toledo a hazer graçias a Nuestro Señor y a esta sancta por su intercesión, y el clérigo escrivió por su mano este [fol. 267r] milagro en el mismo Monasterio de la Sisla el año de mill y quatro çientos y noventa y uno, a siete días del mes de mayo, certificando ser verdadero y que como lo dezía avía succedido.

Otros muchos milagros hizo Nuestro Señor por mereçimientos desta su sierva con personas que visitavan su sepulcro o se encomendavan a ella en diversas partes, por lo qual se acordó que su cuerpo fuesse trasladado del capítulo a la yglesia del monasterio, a un sepulcro que le hizo una señora devota y prinçipal que era Condesa de Fuensalida. Hízose la traslaçión el año de mill y quatroçientos y noventa y çinco, en veinte y çinco días de abril, hallándose presentes, con el prior del monasterio fray Juan de Morales y los religiosos, el clavero de Alcántara y Don Alonso de Silva con otras personas, donde luego que abrieron la sepultura sintieron todos tanta suavidad de olor que salía de la huessa como si se abrierauna arca llena de todas las flores olorosas que naturaleza produze, y sus huessos pareçía que estavan vañados en un liquor a manera de óleo.

Mandó el prior que la translaçión se hiziese con la mayor solemnidad que pudiesen, y se tañesen los órganos y las campanas y fuesen todos con velas ençendidas en las manos y en una processión bien conçertada y ordenada.

Levantaron el cuerpo, que estava en una arca aforrada en seda que dio Don Alonso de Silva, y llegaron con él a la capilla mayor de la yglesia, donde, después de haver dicho allí algunas oraciones, le dexaron a un lado del altar mayor, descubierto por espaçio de treze días. En este tiempo pidieron a Nuestro Señor muchas veces que se sirviese embiar agua a la tierra por intercessión de su sierva, que havía gran necessidad. Y llovió en grande abundançia con que se remediaron los temporales que estavan a punto de perderse, y todos entendieron que les avía Dios hecho esta misericordia por honrrar aquella bendita sierva suya. Pasados los treze días, pusieron el cuerpo en el sepulcro [fol. 267v] nuebo que para esto se avía aparejado, baxo del altar colateral de Nuestro Padre Sant Hierónymo, que está a la mano derecha del altar maior, y dentro de la rexa, y allí es visitado y honrrado de muchos, y fue premio mereçido a su humildad, porque, como dio testimonio Chatalina de Sant Lorençio, priora y hermana maior del monasterio de San Pablo, era esta bienaventurada María de Ajofrín de tanta humildad y menospreçio de sí misma que la importunava y pedía muchas vezes que la reprehendiesse y penitençiase delante de todas, mayormente en los capítulos que se tienen en los viernes, mandándola comer en el suelo y hazer otras penitençias humildes que las religiosas suelen hazer en público para exerçitarlas, que en esto la ocupase y exerçitasse y en la guarda de la perfecttión de los padres antiguos que tenían en amar a Dios y despreciarse a sí mesmos. Con ser tan humilde era honestíssima, tanto que pocas personas (aun de las que conversaban con ella) podían dar testimonio de su rostro, que le traýa de ordinario y casi siempre cubierto con un velo que dejava caer hasta los pechos.

Conclúyese la historia con esto: que la sancta María de Ajofrín se subió derechamente al Çielo con el vestido de oro recamado que el psalmo quarenta y quatro dize, donde está gozando de la perfectión de las virtudes, y del Señor de las virtudes, criador y salvador nuestro, Jesuchristo.

[1] Tachadas tres líneas a continuación hasta la siguiente palabra transcrita. [2] Palabras tachadas a continuación. [3] Palabra tachada a continuación.

Vida impresa

Ed. Lara Marchante Fuente

Fuente

  • Sigüenza, Fray José de, 1605. “Libro II de la Historia de la Orden de San Jerónimo”, Tercera Parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, dirigida al Rey, Nuestro Señor, Don Felipe III Madrid: Imprenta Real, 465-497.

Vida de María de Ajofrín

CAPÍTULO XLIV

[465] La vida de la sierva de Dios María de Ajofrín, religiosa de San Pablo de Toledo

Si no estuviera la vida desta santa, tantos años ha, escrita y predicada por otros, y Nuestro Señor en vida y en muerte no hubiera calificado y, como si dijésemos, sellado su santidad con tantas maravillas, no me atreviera a poner la mano en ella y pasara en silencio casos tan maravillosos, porque, aunque no soy de los muy incrédulos ni de aquellos que se ríen de todas estas visiones y revelaciones, especialmente en mujeres, que por su flaqueza están tan sujetas a recebir engaños, no soy tampoco de los que lo creen todo y se les antoja milagro cualquier cosilla.

Estos extremos, sin duda, son dañosos y aun peligrosos, y no sé cuál más, porque el uno parece temerario y poco pío, y el otro da ocasión con su facilidad que pierda el crédito y reverencia aun lo más verdadero y calificado. Confieso que en aquellos primeros tiempos de la Iglesia, y en aquellas primicias del espíritu, se halla poco o nada destas cosas, y la santidad y milagros con que Dios confirmaba su fe y la autoridad de sus ministros (estas son las dos principales razones o fines de los milagros) eran muy diferentes en aquella feliz era, y que algunos centenares de años después, cuando florecieron tantos mártires y, tras ellos, tantos y tan ilustres confesores, y Dios tenía poblados los desiertos de tan admirables hombres, tampoco se hallaba nada desto, y si se ha escrito algo (no faltaron entonces algunos hombres varones que sembraron muchas niñerías) tuvo siempre poco crédito.

De doscientos años poco más a esta parte, ha habido algunas mujeres santas con quien parece que [466] Nuestro Señor ha querido (digámoslo ansí, aunque con miedo y reverencia) mudar estilo, facilitarse tanto con ellas y allanar el trato de suerte que no haya sino encoger los hombros y dejar el juicio y determinación dello a la Iglesia que, como a su esposa querida, no le encubre los secretos de su pecho. Junto con esto (que también aprieta mucho), parece que ha querido hacer excepción de la regla de su Apóstol, que no permite que las mujeres enseñen en la iglesia, y ha permitido (como algunos dicen) que dejen estas santas muchas epístolas y libros grandes de revelaciones y doctrinas para enseñamiento de los fieles, cosa que en ninguna de aquellas sanísimas hembras que florecieron de mil años arriba, nunca la vimos ni tenemos, sino es de alguna cosa de ingenio, que ya saben los que algo han leído que son. Todas estas razones hemos de tragar y atravesar por todo con sumisión de la regla que he dicho, y decir que no se ha abreviado la mano del Señor.

Esto he dicho antes de entrar en la vida desta santa, que sin duda me hace gran admiración. Diré con la mayor fidelidad que pudiere lo que ya otros han publicado, y lo que en un cuaderno antiguo de mano he hallado, que en sustancia todo es uno. El original de todo, o la mayor parte, fue el padre fray Juan de Corrales, religioso desta Orden, profeso y prior de la Sisla de Toledo, hombre docto y gran fraile, y que confesó a esta santa casi todo el tiempo en que Nuestro Señor la hacía las mercedes que diremos; y ansí dice en la última cláusula del Prólogo que hizo en la relación de su vida desta suerte: “Yo, el muy indigno siervo de los siervos de Dios, fray Juan de Corrales, prior de la Sisla de Toledo, recontaré a honra y gloria del soberano Rey Dios, Nuestro Señor, las maravillas y secretos que por mis ojos vi, y por mis manos traté, y oí a personas dignas de fe y de gran memoria, las cuales Nuestro Señor quiso poner y demostrar en una pobrecilla sierva suya, llamada María de Ajofrín, virgen y santa, en el Monasterio y Casa de doña María García, en la ciudad de Toledo”. Ajofrín es una villa junto a Toledo; vivía allí un varón honrado, llamado Pero Martín Maestro, con su mujer, Marina García, temerosos de Dios, de vida honesta, abundantes de bienes temporales. Entre otros hijos, tuvieron una hija que llamaron María, de gran hermosura en el cuerpo, y tanto mayor en el alma que luego, desde sus primeros años, se le conoció la quería Dios para su esposa. Apenas sabía hablar, ni decir las cosas por su nombre, ya sabía rezar y poner las manos delante de las imagines, y hacer otras santas niñerías, regalo entonces singular de sus devotos padres, que se regocijaban en las almas, viendo los tempranos y santos ensayos de aquel angélico.

Como fue creciendo, comenzaron muchos a amarla y desearla, y ansí se levantaba muchas veces plática, entre sus padres y otros del pueblo, de su casamiento. Como la santa estaba prevenida de otro más divino amante y tenía puesto en su voluntad, entendiendo los rumores y tratos tan anticipados de sus casamientos, con un impulso divino la doncella santa hizo, siendo de trece años, voto de virginidad y de entrar en religión, que ya este principio y acto tan heroico descubre y promete mucho. Tratábanse los casamientos de cada día con más calor; los padres y hermanos la daban prisa, [467] y los parientes, todos la importunaban. Resistió a todos varonilmente, declarando sus votos y sus deseos, cosa que lastimó mucho a sus padres, y sobre esto padeció y sufrió por el amor de tal Esposo, grandes encuentros, palabras y aun obras pesadas, porque todos eran contra ella. Al fin pudo tanto que su padre, aburrido, enojado y lastimado en el alma, importunado della, la sacó de su casa, siendo ya de quince años, vínose a Toledo con ella, sin saber adónde había de parar, ni donde había de sacrificar una hija tan querida. Entró en la iglesia mayor, rezaron allí entrambos.

Rogó ella a su Señor y Esposo la llevase adonde Él fuese servido. Púsole en el corazón que se fuese a la compañía de aquellas religiosas que se llamaban jerónimas, en el Monasterio de doña María García. Díjoselo a su padre, llevola allá, entregola allí y volviose a su casa lleno de tristeza, viendo que dejaba como sepultada la prenda que más en sus entrañas tenía. Puesta la sierva de Dios donde tanto deseaba, no cabía de gozo, viendo el ejercicio de aquellas santas, y procuró imitar todo cuanto excelente de virtud y perfección consideraba en cada una.

Señalose siempre en humildad y obediencia: parecíale que, en comparación con sus hermanas, no merecía besar el suelo donde pisaban. No tenía otro gusto sino cuando se ofrecía ocasión, y ella se las buscaba, de emplearse toda en su servicio. En pudiendo retirarse a algún rincón, allí levantaba el alma y los ojos al Esposo de su alma, y le importunaba con lágrimas y suspiros pusiese en ella sus ojos de misericordia; su deleite y sus regalos eran la oración y meditación. Ansí pasó una vida santísima, callada y humilde de diez años de religión, teniéndola todas, las otras hermanas, en nombre de religiosa perfecta, y que caminaba por un camino muy seguro, aunque con grandes ventajas de otras compañeras, porque en todo este tiempo no se vio en ella cosa digna de reprehensión, sino de grande y conocida virtud, principios legítimos para las mercedes que Dios había de hacerle.

Pasados estos diez años como temerosa de Dios, cuidadosa de su salud, determinose a hacer una confesión general, como si quisiera comenzar una vida nueva (propio de los santos imaginar que cada día comienza), y el Señor, que también quería comenzar a señalarse en el amor que tenía a su sierva, puso en ella tanta compunción y lágrimas, que bastaban a lavar otra alma por grandes manchas que tuviera.

Al punto de entrar en el confesionario, derribose en tierra delante una imagen de nuestra Señora, que tenía su hijo en los brazos, y allí, con grandes ansias y suspiros, suplicó al Señor le perdonase sus pecados, y a la madre, de clemencia, que le alcanzase el perdón de su hijo. Estando ansí orando, con este vivo afecto, vio que súbitamente la imagen se llenó de luz divina, que alumbraba también parte de aquel aposentillo; y en la claridad de la imagen vio cómo el niño, desde los brazos de su madre, levantaba la mano hacia ella, de la forma que el sacerdote la extiende cuando absuelve al penitente. Espantase desto la santa doncella, que es propio de vírgenes prudentes temer visiones extraordinarias. Quitose de allí y fuese a los pies del confesor, no imaginando mas de que podía ser antojo o gran flaqueza. Hizo su confesión lo mejor que pudo. Al salir, tornó a hacer oración a la imagen y súbito tornó [468] a esclarecerse, y el niño, sacerdote eterno, tornó a levantar la mano como en forma de absolución. Y esto puso alegría y consuelo grande en el alma de la sierva de Dios, que entendió, con mucha certidumbre, Nuestro Señor le perdonaba sus pecados. Tuvo esto en secreto mucho tiempo, que jamás lo reveló a nadie, sino solo a su confesor, fray Juan de Corrales, a quien manifestó que, desde aquel día, le quedó en el corazón un movimiento tan grande que le parecía le quería algunas veces saltar del pecho. De allí a pocos días, quedándose sola en el coro una noche, haciendo oración por el estado de la Iglesia con grande afecto y devoción, vio encenderse una llama de fuego grande en la Custodia del Santo Sacramento, y ardió por espacio de una hora poco menos, de que quedó en extremo maravillada.

Había de comulgar el día de la Resurrección del Señor con las otras hermanas, y la noche antes andaba nerviosísima, con aquel deseo de recebir al Esposo, orando y llorando sin enjugar las lágrimas, suplicándole le diese digna disposición para recebir tan alta Majestad, y sentir los frutos de su gloriosa venida. Fue, pues, con las otras hermanas a comulgar, y recebió el Santo Sacramento, a su parecer en forma de un corderito vivo: cuando lo tenía en la boca, se bullía y meneaba. Tragolo con el mayor temor y reverencia que pudo, y sentía luego que se le puso sobre las telas del corazón. Allí, sintió tanta alegría, reposo, dulzura y consuelo que en diez días con sus noches no durmió ni pegó los ojos, destilando dellos continuas lágrimas de alegría. Desde entonces, las veces todas que comulgaba, se trasportaba o enajenaba de los sentidos como se entraba allá, dentro el alma, con todas sus potencias, a hacer estado a la Majestad de su Rey y Esposo, y junto con esto le quedaba un dulzor extraordinario, y de otra quintaesencia en la boca, garganta y corazón, que le duraba un espacio de cuarenta días, que del supremo gusto del alma quería Dios le alcanzasen aún en esta vida tales relieves al cuerpo. Certificaba la santa al prior que si no fuera por evitar la singularidad, no comiera en todo este tiempo, ni a su parecer tenía necesidad dello. Hacésenos a nosotros estas cosas como imposibles porque estamos muy lejos dellas.

El día octavo de la Resurrección, estando orando, vio cómo vino a ella un varón anciano, de aspecto venerable, cubierto de una capa de seda colorada y le dijo:

“Ven conmigo, que te envía a llamar la Reina”. Estaba a aquella sazón la Reina, doña Isabel, en Toledo, y como entonces salían estas religiosas de casa, con compañía honesta, entendió que la Reina la enviaba a llamar, y rehusaba de ir a allá. El varón le tornó a decir: “Ven hija, que te llama la Reina del Cielo”. Entonces, se fue con él, y hallose en una iglesia, fuera de la ciudad, donde vio a Nuestra Señora con su hijo en los brazos. Púsose de rodillas, delante della, y aquel hombre anciano que la había llevado llegó y púsole un paño de seda en las manos, y la santa Reina le puso luego a su hijo encima, y mandando a otro hombre, de menos edad, que la acompañase junto con el otro que la había llevado allí, le dijo la Señora del Cielo: “Ve con mi Hijo donde fueren estos dos varones”.

El que llevaba el vestido colorado iba como por guía, delante, como buscando posada. Entraron por la ciudad, y llamaban a las puertas que estaban cerradas, diciendo: [469] “Abrid, que viene el Señor a vuestra casa”, y ninguno quería abrirles. Y si algunos tenían las puertas abiertas, acudían de prisa a cerrarlas, respondiendo unos y otros que pasasen de largo, porque estaban embarazados y no había posada. Anduvieron desta suerte poco menos toda la ciudad, sin hallar donde los acogiesen. Tornáronse por donde habían ido, encontraron en el camino con dos mujeres caballeras en dos asnillos [4], que las acompañaban dos clérigos, y estos les dijeron: “Nosotros os acogiéramos si no fuéramos deprisa, mas en tanto que volvemos, recogeos en ese establo”.

Ansí, se tornaron al templo donde la Virgen estaba, y tornando a recebir a su hijo de la mano de su sierva, le dijo: “Llegado es el tiempo en que es tan menospreciado el Hijo de Dios, y ansí también se ha llegado el tiempo en que Él herirá por su ángel: a unos, con duros azotes, a otros, con espada aguda, y a otros, con fuego. Mas, ¡ay de los perlados de la iglesia, a quien el Señor hizo pastores de su grey, y de las almas que compró tan caras, que traen vestidos de ovejas y corderos y son dentro lobos rabiosos robadores, que no tratan sino de beber la sangre de los súbditos! Procuran con toda su ansia honras y dignidades, no para servir con ellas a Jesucristo, mas para sus gustos y deleites”.

Con esto, le desapareció aquella visión. Tornó la santa en sí y estuvo pensando en lo que había visto, lastimada en el corazón de lo que oyera a la Reina del Cielo. No tardó mucho tiempo el castigo amenazado y merecido. Vino luego una gran carestía de hambre, cerrose el Cielo y no llovió para que se pudiesen coger los frutos. De allí se siguió luego una gran pestilencia. Entró en España aquella enfermedad tan asquerosa y fea de las bubas, que con el tiempo se le ha perdido el miedo, y ansí se vieron el cuchillo, el fuego y el azote que se le reveló a la santa puestos en ejecución, para que se entienda que no fue antojo la visión, pues es esta la verdadera prueba y señal por donde Dios nos manda que las examinemos.

El día de la Ascensión de aquel mismo año, quedándose en el coro, como tenía de costumbre después de Maitines, llevada del afecto y amor de Jesucristo, se llegó a cerca del altar mayor, y allí fue levantada en espíritu y la mostró Nuestro Señor una visión maravillosa:

Pareciole que la habían llevado a un campo espacioso, lleno de verduras y deleites; en medio d’él estaba un claustro grande, de paredes muy altas y de ricas piedras labrado. Vio que tenía cinco puertas como de vidrio o cristal, y en cada una estaba entallada la encarnación de Nuestro Señor, la Salutación del Ángel a la Virgen. Vio luego que salía, por cada una de las puertas, una procesión solemnísima de sacerdotes, vestidos de majestad y gloria, y caminaban a una casa hermosamente labrada, que estaba en aquel mismo campo. Entraron todas las procesiones dentro y se postraron delante del altar, cantando el himno Gloria in excelsis Deo. Acabado, estuvieron todos en gran silencio, y con tanta compostura y reverencia que no se miraban unos a otros. En el altar estaba la Santísima Virgen, con su Hijo en los brazos, y estas no eran figuras pintadas, sino vivas en cuerpo y alma, como si fuera en el mismo Cielo donde reinan. Comenzó la señora Soberana a decir en voz alta y lastimera, mostrando su Hijo al pueblo que allí estaba junto: “Veis aquí, hombres, el fruto [470] de mi vientre, tomadlo y comedlo. En cinco diferentes maneras es cada día crucificado por las manos de los malos sacerdotes: la primera, por mengua de fe; la segunda, por la codicia de los bienes de la tierra; la tercera, por el vicio torpe de la lujuria; la cuarta, por ignorancia, que ni saben lo que a sus ministerios conviene ni los misterios que tratan, ni procuran entender sus obligaciones; y la quinta, por la poca reverencia que tienen a su Dios y mi hijo, después que le han recebido. Ansí le tratan, como si fuese el pan que echan a los perros”. Habiendo dicho esto, llegó un sacerdote que parecía de mayor autoridad y reverencia que los otros, y vistiose para decir la Misa. Cuando llegó al punto de consagrar la Hostia, nuestra Señora le puso en las manos su Hijo, y luego quedó como en forma de Hostia. Levantolo en alto para que lo adorasen todos, y parecía como un rayo de Sol, y poco a poco se fue subiendo al Cielo, hasta que el Padre Celestial lo recebió en su seno, y sonó una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado”. Entonces, un sacerdote de los que allí estaban, que había sido capellán de aquella Casa de doña María García, y había fallecido algunos días había, se llegó a ella y le dijo: “Esto que aquí has visto tiene gran misterio, y significa a los que celebran este santo Sacramento de tal suerte que, aunque receben la verdad y la forma del Sacramento, no participan el fruto. Mira que cuentes todo lo que aquí has oído”. Y en estas últimas palabras, desapareció la visión.

Vuelta en sí, la santa comenzó a pensar en lo que había visto, y púsole mucho miedo, pensando no fuese alguna ilusión del enemigo que le había puesto aquello en la imaginación, porque de todo punto se tenía por indigna de cosas tan altas; por otra parte, dentro de sí misma, le parecía que tenía aquello una certeza tan grande que no pudiera el demonio entremeterse en cosa tan admirable. Ni sabía si lo diría o callaría. Al fin, se determinó de no decirlo a nadie sino a su confesor, debajo del sello de aquel Sacramento, pensando que se comprendía en él. El confesor quedó admirado cuando lo oyó, y aunque entendió que aquella visión venía de buenos principios, porque tocaba en lo fino, y declaraba la raíz de la corrupción de las costumbres del pueblo y de las faltas de los que habían de ser espejo de la iglesia, cosas que el demonio no había de procurar se enmendasen, con todo eso, mostró no hacer caso dello y la reprendió, diciendo que eran burlerías, antojos y fantasías de cabezas flacas de mujeres, quedando a la mira y ver en qué paraba el caso. Estas fueron las primeras cosas que pasaron por esta santa Virgen, que las refieren otros cortamente, y yo las relato con la fidelidad que las escribió su confesor, fray Juan de Corrales.

CAPÍTULO XLV

[5] Prosíguese la vida de la santa virgen María de Ajofrín, y las cosas admirables que Nuestro Señor obró en ella

El mismo año luego adelante, día que se celebra en Toledo, y agora en toda España, el Vencimiento de la Cruz, quedándose en oración después de Maitines, cuando ya quería romper el alba, estando postrada delante del altar y roba- [471] da en espíritu, le apareció Nuestro Señor, llegose a ella y la mandó levantar; vio que venía cubierto con una alba o sobrepelliz y una estola al cuello, y por las piernas abajo le corría mucha sangre, y díjole ansí: “Como me ves, corriendo sangre, ando por las iglesias desta ciudad, desde esta hora hasta que tañen a la plegaria de a medio día”, y dicho esto, desapareció. Considerando la santa estas cosas, hacía con ardientes suspiros oración a Nuestro Señor por el estado de los sacerdotes, entendiendo cuánto le ofendía el descuido de sus vidas. Entre otras veces, el día de San Agustín, estando rezando en una imagen de Nuestro Señor, que llamamos Verónica (teníala en un libro), se llenó la imagen de una claridad grande, y luego la vio convertida en sangre. Diole esto gran dolor y turbación, no sabiendo qué hacerse, ni qué quería el Señor darle a entender en esto, teniendo siempre algún recelo de si esto era algún engaño del enemigo. Sucediole de aquí que, desde aquel día, jamás pudo comer bocado de carne ni entró hasta que murió cosa della en su estómago, y su manjar fue pasas o alguna otra fruta con el pan.

En fin de Setiembre de aquel año cayó muy enferma: llegó a punto de muerte al parecer de los médicos. Estando ansí, en el extremo de la vida, fue arrebatada en espíritu y quedó como muerta espacio de tres horas. Mandó el médico que le diesen algunos garrotes y le hiciesen mal para volverla de aquel paroxismo. Hiciéronle llagas en los pies, y en las piernas y en otras partes, pretendiendo despertarla o ponerla en acuerdo. En este tiempo fue llevada a aquel claustro donde vio primero salir las procesiones. Caminando para él, le salió el demonio al encuentro y quiso llegarse a ella para que no pasase. Llegó nuestra Señora y reheprendió al enemigo, rempujándole con su mano propia; y tomola luego por la mano y llevola al claustro, donde vio salir otra vez las mismas procesiones, y díjole la Reina del Cielo: “Este es el lugar donde te fue mandado que dijeses lo que habías oído y visto, y ansí otra vez te mando que lo que entonces y agora ves lo digas a tu confesor, y él lo diga a otras personas fieles, al deán y capellán mayor de la iglesia desta ciudad, y ellos lo digan al arzobispo, y se divulgue en toda la la Iglesia, que mi hijo está muy indignado por las injurias y escarnios que le hacen los que indignamente tratan sus misterios y Sacramentos”.

Desaparecida la visión y vuelta en sí, hallose sana. Díjolo todo a su confesor, y como hombre prudente se detuvo, y, aunque no se mostró tan duro ni tan incrédulo como la primera vez, le dijo: “Cuando yo diese entero crédito a esas cosas, ¿cómo lo creerán, (decidme, hermana) esas personas a quien queréis que se diga? Menester es, a mi parecer, alguna seña o alguna manera de certeza, para que ni se rían de vos ni de mí, teniéndonos por livianos”.

Como oyó esto la santa, afligiose mucho y por entonces no le respondió nada, pensando de responderle en una carta y buscar quién se la escribiese. Pasando acaso por un lugar de la casa donde estaba una ventanilla, vio en ella un pliego de papel y tomolo. Metiose en un sotanillo obscuro donde algunas veces ponían leña. Sentose [9] allí con harto deseo de hallar quién la escribiese su carta, porque ella no sabía, ni en su vida tomó pluma en la mano. Estando desta suerte, sin saber qué hacerse, vio que súbitamente resplandecía el papel y, sin saber quién ni cómo, [472] sintía que le tomaron la mano y se la meneaban como para escribir; y escribió dos cartas: la una para su confesor, que a esta sazón era el cura o capellán de aquella casa, que se llamaba Juan de Velma [7], y la otra para el deán y para el capellán mayor de la iglesia. Escritas las cartas, desapareció la claridad, plegolas y púsoselas en la manga. Fue luego a hacer los oficios y ministerios en que andaba siempre como monja humilde ocupada, barrer, fregar y otras haciendas semejantes. Sacando agua de una tinaja para llenar una caldera, cayósele la una de las cartas dentro y detúvose en el aire antes de llegar al agua. También parecerá esto menudencia y cosa de aire a los censores rígidos, sin acordarse que también fue menudencia que la cuchilla del hacha que se le cayó al discípulo de Eliseo en el agua vino nadando a enastarse en el palo que tenía en la mano el Profeta.

Vino una destas cartas a manos del capellán mayor de Toledo y probó muchas veces la virtud que tenía dentro, porque la puso sobre algunos enfermos harto lastimados y tuvieron luego salud.

Cuando el cura vio las cartas, quedó maravillado, porque sabía muy cierto que la santa en toda su vida había escrito letra, ni tomado péñola en la mano, ni en aquel convento había quien hiciese tal letra, y tras esto leyó cosas en la carta que para él venía de que tenía evidencia, que solo Dios y él la sabían, y ansí estaba espantado y temeroso, entendiendo que habían escrito por modo más que humano. Con todo, no osaba dar parte dello a ninguno, sospechando siempre que le habían de tener por hombre demasiado crédulo y vano.

Determinose por entonces de callar, y respondiole por escrito, que él había recebido las cartas, aunque entendía que no tenía ella intento que se manifestasen ni saliesen a público, y ansí determinaba de guardarlas. La santa se afligió con esta respuesta; viendo la dureza y incredulidad de su confesor, querellose a Nuestro Señor dello.

Vinieron después los dos a hablarse y, aunque ella era como una cordera mansa y humilde, entonces se mostró enojada, y le reprendió duramente, llamándole pertinaz y cabezudo, pues a tan evidentes cosas no asentía. Hízole algunas razones harto perentorias, con que le convencía y mostraba que aquellas cartas habían sido escritas divinalmente. Desde aquel día, rogó la santa a Nuestro Señor que le hiciese merced librarle de aquellos negocios y encomendase su causa a otra persona que tuviese más autoridad y le diesen más crédito: pleito y petición muy ordinaria en los ministros humildes que el Señor ha escogido para remediar cosas graves, como si fuesen ellos los que lo han de hacer, y no la virtud divina que entonces resplandece más, cuando no hay de qué poderse gloriar la carne. Con esta determinación estuvo nueve meses, que, aunque tuvo algunas visiones y revelaciones, no descubrió jamás ninguna. Pasaba con el discurso de su vida humilde adelante, ejercitándose en el servicio de las hermanas, velando en continua oración y lágrimas, rogando a Nuestro Señor se apiadase de los que tan a su costa había redemido, y también rogaba a Nuestro Señor quitase la dureza de su confesor, para que le diese crédito o le diese alguna seña tan cierta que no pudiese dudar.

Guardó la santa la carta que se detuvo en el aire sin llegar al agua, teniendo gana de quedarse con ella, y enviar un traslado. No osaba darla a nadie que la trasladase, y pensó que sería bien [473] trasladarla ella, mal o bien, como pudiese, enseñándose a escribir con tan buena materia. Para esto, se encerró en un aposentillo y llevaba una ollilla con lumbre, para encender allí dentro una candela; en entrando, se encendió la candela por sí misma, sin llegar a las ascuas. Comenzó a probar y querer trasladarla, y sobrevínola un flujo de sangre a las narices que, en mucho rato, no la podía restañar. Púsose la carta en las sienes, pareciéndonle que cuanto más iba, más se iba abriendo la vena, y al punto se le restañó. Ansí se salió de allí, sin probar el traslado de la carta, y hizo Nuestro Señor con ella notables maravillas.

Estaba una niña de una mujer vecina allí muy mala: muriose el día de la Concepción de Nuestra Señora, y la santa, cuando lo supo, condolida de su madre, que la quería mucho, envió que pusiesen aquella carta encima del cuerpo de la niña. Pusiéronla y resucitó después de haber pasado siete horas que era muerta. Otra mujer tenía un pecho abierto y muy lastimado, que se le iba cancerando; pusiéronle en el la carta, y al punto fue sana. Un c1érigo principal de Toledo, a cuyas manos vino después la carta, fue a Santiago de Galicia en romería: llevábala con mucha fe y devoción en su pecho. Pasando cierto brazo de mar, cayó del barco en el agua, mojose cuanto llevaba hasta la camisa. Escapó con la vida y la carta salió enjuta, porque debía de estar escrita al olio de la caridad de Dios.

Ya la santa, entre sus hermanas, era conocida por cosa muy excelente, y con las muchas veces que la habían visto fuera y enajenada de sus sentidos conocían, aunque ella lo disimulaba y encubría, que Nuestro Señor le hacía grandes mercedes, y el discurso de su vida daba buen testimonio de todo. Prevínola Nuestro Señor y diole aviso que el día de Todos Santos quería comunicarle sus secretos y misterios, y hacerla particionera de los dolores de su Pasión. Parece ser esto ansí, porque ella misma le dijo a la priora, que entonces no llamaba más de hermana mayor, que en el punto que acabase de comulgar el día de Todos Santos, e llevase antes que fuese arrobada en espíritu y pusiese en algún aposento de la casa, donde no la viese nadie. Fue el caso que en el punto que recebió el cuerpo de Nuestro Señor, antes de padecer el arrobamiento de lo que allí se le reveló, luego fueron tantos los gemidos y sollozos, y tan fuertes los golpes del corazón que dentro sentía que, que sin duda, fue milagro no espirar en aquel instante. Puso tanta fuerza y estribo tan fuertemente para callar y no dar gritos, diciendo lo que sentía, y aquel fuego y hervor del alma encendió y subió la sangre con tanto calor y ímpetu a la cabeza que vino a reventar por la frente y por las sienes, y se le vio una cuchillada en ella, como si se la cruzaran y abrieran con una navaja. Estuvo ansí muchos días abierta y la vieron muchas personas, y lo que de todo punto excede a cuanto podemos imaginar es que por el resto y cerco del celebro se le cortó el casco de tal suerte que, quedando por defuera sano el pellejo, se sentía la división con los dedos, y lo tentaron diversas personas; la cuchillada que era más visible se estuvo ansí muchos días, sin recebir beneficio ni medicina ninguna. Sintió desto tan extremado dolor que fue milagro no morir y, de hecho, de suyo la llaga y rotura era mortal, sino que el mismo que la heriría la sustentaba, para mostrar en ella la grandeza de sus maravillas.

Después de haber comulgado fue luego robada en espíritu y tan ajena de [474] todos los sentidos que, en cuarenta horas, no sentía cosa criada, aunque las hermanas hicieron demasiadas pruebas en ella, porque, temiendo no se les quedase ansí, porfiaron de tornarla en acuerdo, dándole muchos tormentos en las manos, pies y narices, y hicieron tanta fuerza por abrirle la boca que le quebraron una muela. Estuvo toda la noche de los Finados desta suerte; por tres o cuatro veces dio algunos aquejados gemidos, con notable estremecimiento del cuerpo.

Reveló después a su confesor que el tiempo que estuvo ansí vio cosas espantables que no las puede ni sabe decir la lengua. Vio a Nuestro Señor Jesucristo sentado en un trono de gran majestad y delante d’Él, gran multitud de gentes. En la boca tenía un cuchillo de dos filos muy agudo, y oyó que le decían que aquel cuchillo que el Señor tenía en la boca era la ira contra los malos ministros y pastores de su iglesia. Mandáronle que dijese esto a los varones que le habían señalado y los reprendiese, porque le echaban en olvido y eran negligentes en cumplir lo que se les había mandado, y hacían poco caso de la voz divina; que los amenazase con pena de la sentencia del Cielo, sino lo pusiesen luego por obra; que avisasen también al arzobispo y le dijesen viniese por sí mismo a poner remedio en aquellos cinco pecados de que Nuestro Señor tan gravemente estaba ofendido: falta de fe, codicia de las cosas del mundo, lujurias y sensualidades, ignorancia de las cosas divinas, y poca reverencia en ellas. Maldades y culpas en que cada día era como de nuevo Jesucristo crucificado, y que pusiese eficaz remedio en destruir y extirpar las herejías que en aquella ciudad iban sembrándose, y que no permitiese que se dijese misa en casa de personas seglares, porque había tanto exceso en esto que ya cualquier hombre particular quería que le dijesen misa junto a su cama, cosa de gran escarnio y menosprecio de las cosas sagradas.

“Y para que seas creída, se te dará esta señal del Cielo, que este cuchillo que está en la boca de Dios traspasará a tu corazón, y hará en él una llaga de donde saldrá sangre viva, que será verdadero testimonio a todos, y tú serás participante y como un trasunto en quien se verán las llagas y los tormentos que el Hijo de Dios padeció en su Pasión”.

Acabando de decir esto, se sintió luego herida y con tan gran dolor en el corazón que no se puede explicar, y en él una llaga tan grande que a lo que se veía por de fuera podía caber por la cuchillada la cabeza de un grande dedo pulgar. Mostrase abierta esta llaga veinte días enteros, y los viernes corría sangre en más cantidad que los otros días; y aunque le ponía algunos paños para restañarla no bastaba, porque corría hasta los pies. Viose ser hecha esta herida sobrenaturalmente, porque ni nunca se enconó, ni se mudó la carne circunstante, ni hizo materia, ni mostro género de corrupción alguna, aunque estuvo tantos días abierta, ni se le hizo género de remedio, ni aplicó alguna medicina. La sangre era tan limpia que parecía como de un palomino. Poníanle cantidad de paños, remudándolos; todos quedaban hechos sangre.

Quiso al principio la sierva de Dios esconderla, y hizo las diligencias que pudo, mas fuele dicho que la manifestase a sus superioras, a la patrona, y a la que llamaban hermana mayor. Mostró los paños sangrientos aunque con harta vergüenza; maravilláronse de caso tan [475] extraño. Espantadas ello y de la llaga, enviaron a llamar luego al confesor. Él, como prudente, puso todo el silencio que pudo a todas las hermanas, y recelándose no fuese esto alguna ilusión diabólica o otro fruncimiento humano, procuró informarse de todo el suceso. Vio la llaga, y quedó suspenso y como atónito; fuese a dar parte del caso al deán de Toledo, hombre de letras y prudencia, y al capellán mayor, don Diego de Villaminaya [8]. Parecioles que no se divulgase el caso hasta que se diese bastante testimonio y se averiguase con la mayor certeza que fuese posible. Acordaron los tres, el deán y el capellán mayor y el cura o capellán, de llevar consigo un notario, persona de confianza, y fueron todos cuatro al monasterio. Hablaron con la hermana mayor, diciendo era menester que certificarse del caso, y que se hiciese aquello de manera que constase con mucha firmeza.

Mandáronla a la santa que se acostase y, cubierta honestamente con una sábana, abrieron por la parte del costado cuanto fue bastante para ver la circunferencia de la llaga y buena parte del pecho. Halláronse presentes estos cuatro varones, y la hermana mayor con la patrona de la casa, y todas seis personas vieron atentamente el costado herido y abierto, y lo tocaron con sus manos, estando la llaga tan viva y tan reciente que salía della sangre purísima, y el propio capellán mayor sacó con sus mismos dedos gran copia de hilas llenas de sangre. Advirtieron que aquella herida no se había podido hacer humanamente. Acordaron que el notario diese testimonio dello. Y porque este se guarda original en el archivo del Convento de la Sisla, de Toledo, me pareció ponerle aquí ad verbum, por ser tan notable el caso. Dice desta manera:

“Decente e cosa convenible es escribir por memoria las buenas obras e vidas de las personas que nos precedieron, porque podamos por los buenos ejemplos de aquellos obrar siempre bien, e nos esforcemos a apartar siempre del mal. Cosa cierta es que si lo precioso no fuese apartado de lo no tal, la concupiscencia local, no bastante de se temperar, sería demergida por curso muy ligero en un oscuro tragamiento. Por tanto, yo, Gracián de Berlanga, capellán de la serenísima Reina doña Isabel, nuestra señora, notario apostólico e arzobispal, afirmo e doy fe, que el año de la Natividad de Nuestro Redemptor e Salvador Jesucristo, de mil cuatrocientos y ochenta y cuatro, en diecinueve de noviembre, casi seis horas después de mediodía, por ruego e instancia de Juan de Biezma, rector de la Casa de doña María García, entré en la dicha casa, para que notase lo que viese, y ansí notado lo guardase. Después pasados algunos días, aunque no muchos, quise demostrar lo que había visto al Reverendo, padre prior de la Sisla, fray Juan de Corrales, considerando aquel dicho del Eclesiástico, en el capítulo 41: ‘Que provecho hay en el tesoro escondido, etc.’ El cual dicho señor muchas veces me mandó que aquello que había visto que se lo diese por escrito; mas yo, por entonces, no pude satisfacer a su voluntad por muchos negocios que me cercaban e a ello no me daban lugar; aunque allende de lo tener escrito en el corazón lo tenía en mi protocolo hasta diez días de noviembre del año del Señor de mil cuatrocientos ochenta y seis. Y es, que, el dicho Juan de Biezma me metió en un palacio de la dicha casa, en el cual estaban los reverendos señores don [476] Pedro de Prejano, deán de Toledo, e don Diego de Villaminaya, capellán mayor en el coro de la santa iglesia de Toledo, e dos o tres religiosas de la dicha casa, e viendo en una cama que en aquel palacio estaba una doncella que verdaderamente parecía bulto de ángel, y tenía una llaga en el costado donde Nuestro Señor Jesucristo fue herido tan grande como un real, e no tenía hinchazón y carecía de toda putrefacción: tenía un color muy fino, ansí como grana, e después que todos lo hubimos mirado, a poco de rato habló aquella doncella estas palabras: ‘Dios Nuestro Señor os lo demande si no pusiereis aquello en ejecución’. Y ansí, espantado, me aparté de allí, e me torné a salir; en fe de lo cual lo signé y firmé de mi nombre que fue fecha en Toledo, año, mes, día quibus supra. Gratianus, notarius apostolicus”.

Cosas son estas ocultas y divinas; yo confieso que no sé qué decirme a ellas, aunque no faltan ejemplos harto parecidos a este en los Profetas del Viejo Testamento a quien Dios de hecho mandó profetizar y decir con sus mismas penas las cosas que quería reprender a su pueblo, y los castigos que por sus culpas quería darles. Mas esto es para otro lugar, que excede los lindes de historiador.

CAPÍTULO XLVI

Padece la sierva de Dios María de Ajofrín mucha parte de los dolores y tormentos que Nuestro Señor sufrió en su Pasión, y otras visiones admirables

Pasados veinte días que bastaron para dar firme testimonio, en que sentía la sierva de Dios intensísimos dolores en el corazón, se cerró la llaga por sí misma, sin haberse puesto en ella ningún género de medicina, quedando allí una señal harto clara y visible de la herida, no en forma de cicatriz, sino como un rubí hermosísimo. No le cesaron por esto los dolores, hasta que después de muchos días Nuestro Señor la sanó del todo.

Estando así en la cama, porque la graveza del dolor no la dejaba fuerzas para levantarse, oyó un día las ruedas de las campanillas que tañían en la iglesia al tiempo que alzaban. Esforzose como pudo para levantarse y ponerse de rodillas delante de una imagen de nuestra Señora que tenía allí pintada en un papel, orando con hervoroso espíritu, y fue tan grande el dolor que sentía en las manos y en los pies, y tanto amortiguamiento de brazos y piernas, que hizo mucho en no dar dolorosos gritos; puesta en esta recia angustia, le pareció que le traspasaban la mano izquierda, y el dolor fue tan penetrante como si le atravesaran un clavo por ella. Puso luego el dedo pulgar en ella, porque las hermanas que allí estaban no le viesen la herida que de hecho Nuestro Señor le mandó dar, disimulándola después con revolverse un paño en la mano, y trajo esta llaga con harto intensos dolores más de cuarenta días, y quedó después la señal. Esta llaga no la mostró a nadie sino a su confesor fray Juan de Corrales, que afirma la vio por sus ojos; y porque Nuestro Señor sucesivamente regalando a su sierva quería sufriese los dolores que Él en su Pasión había sufrido, fuera del dolor gravísimo que siempre sentía en la cabeza desde el rompimiento primero, sintió un día súbitamente un dolor nuevo, tan vivo y tan agudo como si por el contorno della la metieran clavos [477] agudos ardiendo, y saltaron luego por todo el cerco gotas vivas de sangre. Duró esto muchos días, y poníanle las hermanas algunas cosas medicinales para mitigar la fuerza del dolor, aunque no servían de nada, porque heridas del Cielo no se curan con socorros de la Tierra.

Estaba el cuerpo de la tierna y santa doncella con todas estas tan amorosas y santas heridas y con la fuerza de los dolores muy consumida, y con todo eso, queriendo el Esposo Soberano hacerle mayores favores, y que el discurso de sus penas se fuesen retratando en ella, el primero día del año siguiente, que es su santa Circuncisión, le fue dicho que revelase y dijese lo que se le había mandado a las personas que le habían señalado. Respondió la sierva de Dios que ella no podía hacer aquello porque era una criatura vil y desechada, y antes parecía burla y escarnio que testimonio de Dios, y que no lo haría. Acerca deste rehusar y escusarse desta santa, y de otros muchos que en la Santa Escritura hallamos haber hecho esto mismo, se ofrecía una excelente consideración; si las leyes de la historia nos dieran licencia para divertirnos a ella, no faltara ocasión donde decirla.

Luego a la noche, estando en oración fue arrobada en espíritu, y lleváronla delante del tribunal de un juez, que se mostraba con rostro y semblante airado y espantoso. Reprendióla duramente porque no quería obedecer a sus mandamientos, y mandola azotar a un ángel por inobediente; los azotes fueron tantos y tan duros, que le quedó todo el cuerpo magullado; alcanzábanse los unos a los otros, sin haber cosa que no estuviese como molida, aunque por de fuera ni se vían ronchas ni cardenales, porque la mano sutil del ministro desta justicia sabía lastimar lo de dentro, dejando la corteza santa. Este dolor y quebrantamiento le duró poco menos año y medio, callándolo la santa, sufriendo por el amor grande de su Esposo y Señor las heridas y azotes de su mano.

Acertó una vez que tenía la toca mal puesta y la hermana mayor quiso aderezársela; metió la mano por el cuello y las espaldas, hallola tan lastimada y magullada la carne, que, entendiendo ella se había puesto así disciplinándose, la reprendió mucho por hacer aquello con tanto exceso; la sierva de Dios confesó la verdad del caso, de que quedó maravillada, confirmándose ser así, porque sin mostrarse por de fuera señal alguna, tenía todo el cuerpo parejo de la misma suerte magullado, cosa que no se podía hacer con azotes de manos humanas.

Cuando estuvo la primera vez transportada por espacio de cuarenta horas, y recibió la llaga del costado, dijo la sierva de Dios que la llevaron por el purgatorio, donde vio penas y tormentos terribles, que no se pueden explicar con nuestra lengua, donde no se oían sino lloros, gemidos, gritos y alaridos temerosos, y figuras de animales extraños, fieros, espantosos, jamás vistos ni imaginados en la Tierra, y que con sola su vista bastaría a quitar la vida al más valiente. Dijo que vio muchas diferencias y maneras extrañas de gusanos, y estaba todo el suelo tan lleno de1los que apenas había dónde asentar el pie. Entre otros, vio uno del tamaño de una cuarta de vara, y de anchura de tres o cuatro dedos, cubierto de unas conchas de fuego y unas uñas fuertes y agudas; deste gusano preguntó la santa al ángel que la iba guiando qué era, y la respondió que aquel gusano era el que llaman de la concien- [478] cia, que está oyendo el alma del cuitado pecador antes y después que acometa el mal, y después que el hombre muere es lo que más le atormenta, viéndose sin remedio y que estuvo tan en su mano no hacer el mal que la conciencia decía que no hiciese. L1egábase uno de aquellos gusanos, abierta la boca. y quiso morderla en el pie, si no se lo estorbara el ángel, y solo permitió que le tocase en lo bajo del dedo meñique: llegole con una uña y sacole un pedazo de la carne con excesivo dolor.

Pasando más adelante por aquel lugar del purgatorio, vio un c1érigo que aún era vivo, cura de una iglesia a quien ella conocía, en una pena de gran aflicción. Tenía ceñida por el cuerpo una fiera serpiente de dos cabezas: con la una boca le roía el espinazo y con la otra el estómago; y junto d’él, un dragón espantoso, que tenía encima del lomo una esportilla, y en ella un niño que daba grandes gritos, demandando justicia al Señor de la pena que sufría y había de sufrir para siempre de no ver a Dios, por la culpa de aquel c1érigo. Preguntó esta santa al que la guiaba qué era aquello, y respondiole que aquel niño no fue bautizado por culpa de aquel c1érigo, que era su cura, y demanda a Dios justicia de un mal tan irreparable. Espantase mucho la sierva de Dios desto, y hizo oración por él, y sucedió que, estando él diciendo misa de allí a ocho días, en acabando de alzar, fue esta virgen robada en espíritu, y vio que aquel cuitado cura tenía ceñida al cuerpo una serpiente con tres cabezas: una le comía el corazón, la otra la lengua y la otra las espaldas, y el niño daba gritos delante d’él, y decía: “Por su causa no veo a Dios; por ti no recebí el agua del bautismo; por ti me quedé hijo de Adam y no llegué a tan gran bien como ser hijo de Dios, y no alcanzarás jamás perdón de tan grande cargo”.

De allí a poco más de a tres días, esta santa llamó al cura y le dijo todo lo que había visto, de que quedó el pobre hombre tan espantado que perdió el habla por más de media hora. Cuando ella le vio tan derribado, esforzole lo mejor que pudo, animándole a que hiciese penitencia. Él le dijo que se maravillaba mucho cómo había entendido cosas tan secretas, porque junto con aquello le había amonestado se enmendase de otros pecados muy graves en que ofendía mucho a Nuestro Señor. Conociolo él todo, entendiendo que Dios le había revelado a su sierva el estado de su alma. Después descubrió este sacerdote a la santa que, estando otro día diciendo misa, cuando volvió la hoja del canon vio en ella cinco gotas de sangre, y fue caso cierto que él murió de allí a cinco años, día de San Miguel. Rogó ella al Señor con gran afecto por el ánima de aquel clérigo y dos días antes de la fiesta de San Francisco, estando sola la santa, tuvo grande miedo, pareciéndole que estaba junto a ella un bulto grande y no sabía qué era, y el día del mismo santo, antes de amanecer, se le representó muy espantable y le dijo cosas extrañas, que habían pasado entre él y otra persona en secreto. Todo esto parece que eran tristes señales de su salvación y que hubo falta de verdadera penitencia: negocios secretos que se quedan para Dios.

Como el padre fray Juan de Corrales viese tantas y tan claras señales que estas cosas eran divinas y que no podía ya padecerse engaño en ellas, pues se habían hecho tantas pruebas y confirmaciones, y la causa era tan grave y importante, y tan para el servicio de Nuestro Señor, como la enmienda de los vicios, pecados y herejías que en [479] aquella ciudad entonces se sembraban por los judíos y moros, cosas tan dignas de remedio, asegurose no podía ser que el demonio, adversario de Jesucristo, pretendiese por este ni por otro medio, el remedio dellas, pues según la sentencia del Señor no querrá dividir ni destruir su Reino. Ansí determinó de dar larga noticia y relación destos sucesos al arzobispo de Toledo, que a la sazón era el cardenal don Pero González de Mendoza. Díjole todo lo que había entendido hasta aquel punto de palabra, y dejole una relación que había escrito de todo ello. El arzobispo tornó atentamente a leer todo el discurso, y respondiole con esta carta:

“Venerable padre:

Esta noche pasada, a las dos después de medianoche, tomé esta lectura que me dejastes y nunca la partí de mis ojos, hasta que capítulo por capítulo la pasé y leí toda, que en ella no quedó letra que no la leyese, y lo que más me maravilla es que ansí se me pegó al corazón que no dude della cosa alguna. Como quiera que soy tardío en dar crédito a estas revelaciones, y al cabo vi el testimonio del notario y la confirmación de los testigos, varones y mujeres, a quien toda fe debe dar y a cualquiera dellos yo la daría, aunque fuese solo, cuanto más a todos juntos, a los cuales yo conozco, excepto a la hermana mayor, que por tener el cargo que tiene está aprobada de suyo. Conozco bien al notario, que es hombre de bien, y digno de fe.

Maravíllome de tantas visiones en el cuerpo y en el espíritu, y maravíllome mucho más hallarse en mujer tanta dureza, en no querer decir lo que tantas veces vio y sintió, mayormente siéndole mandado por quien todo lo manda y rige, lo cual es señal de su grandísima humildad y del menosprecio que tiene de la gloria mundana. Por lo que a mí me toca, le dad vos padre por mí las gracias, y Dios Nuestro Señor se las dé, y la pena que padece le será en ciento doblada gloria; y si hay alguna cosa que yo pueda hacer por consolación suya, ofrécesela vos de mi parte muy enteramente, y recomendadme a ella, rogándole que me tenga encomendado en su oración, rogando a Nuestro Señor me deje acabar en su servicio y hacer en esta vida su voluntad”.

Recibió la sierva de Dios este recado del arzobispo y escribiole ella una carta; y sucedió que después de habérsela escrito una hermana, y notándola ella, queriéndola enjugar, porque no tenían salvados que echarle, llegáronla demasiado a la lumbre. Quemose parte della, de suerte que era necesario tornarla a escribir; la secretaria, que se llamaba Inés de San Nicolás, se afligió, porque la carta era larga. Díjole María de Ajofrín: “No se aflija hermana, vamos, que otro día se hará”.

Echó la carta en una arquilla que tenía. Volvió la escribana otro día para trasladarla, y al tiempo que la sacaron del arca, la hallaron sana, y la envió con el mismo padre fray Juan de Corrales. Recibió esta carta el Cardenal, aunque no supo lo que con ella había pasado, y respondiole desta manera: “Devota y muy amada hermana:

Con vuestra carta y con lo que el padre prior de la Sisla me dijo, hube gran consolación Nuestro Señor Dios, que os puso en tal estado, os deje acabar en su servicio, y a mí me dé gracia que pueda hacer su voluntad, y poner en obra lo que vos me aconsejáis, y ansí os pido que lo demandéis a Nuestro Señor y a su bienaventurada Madre, y en vuestras oracio- [480] nes, y a vos me encomiendo, y porque al padre prior de la Sisla hablé largo, no digo aquí más, sino que Nuestro Señor os conserve en su gracia”.

Como esta santa se trataba tan mal y hacía tantas penitencias, allende de los dolores que en si sentía de las llagas con que probaba los que el Señor había padecido por ella, caía enferma muchas veces. Estaba una cuaresma mala en la cama y deseaba entrañablemente comulgar. No osaba pedir le trajesen el Cuerpo del Señor, por no parecer singular. Con esto estaba grandemente afligida, y rogaba a Nuestro Señor, con muchas lágrimas, se apiadase della y le diese salud para levantarse a oír misa y comulgar. A la hora del alba vio junto a sí un niño muy hermoso. Turbose la santa y no osaba llegarse hacia él, porque era de tan gran belleza que le ponía admiración, y se le turbó el habla. De allí a un poco, algo más esforzada y vuelta en sí, le preguntó con mucho temor si era señor San Miguel, de quien la santa era muy devota. El niño, con singular donaire y gracia, meneó la cabeza, como diciendo que no, sin hablarle palabra. Tornole a preguntar si era señor San Francisco y sonriose el niño, haciendo también semblante que no era. Preguntole algunas veces, con mucha reverencia, que le dijese su nombre, entonces le respondió: “Yo soy muy poderoso y mi nombre es de grande majestad”, y diciendo esto, llegose a ella, diole paz en el rostro, y púsole la mano en la cabeza y díjole: “Sana eres de tu enfermedad, levántate y irás a misa”. En diciendo esto desapareció, quedando la santa tan llena de alegría y de consuelo en el alma, que le pareció estaba como en gloria. Levantose y hallose sana de la enfermedad que entonces padecía y de un intenso dolor de cabeza, que estas eran enfermedades suyas, porque de los dolores que sentía en pies y manos, y en los otros lugares de las llagas, antes de allí adelante sintió más intenso dolor que nunca, porque la parecía que la lanzaban clavos por ellas, y, desde aquel día, sentía los viernes mayor dolor en todas estas partes, desde la mañana hasta después de vísperas.

El año de ochenta y cinco padeció otra enfermedad grave. Diéronle primero unas recias calenturas, y después en las octavas de la fiesta de nuestro padre San Jerónimo le sobrevino un dolor de costado muy agudo, echando por la boca cantidad de sangre, y ella, sin consejo de médicas, se atrevió a tomar unas píldoras con que llegó a punto de muerte. Y pareciole que se le arrancaba el alma de todos los miembros, y solo hacía asiento en el principio vital, que es en el corazón, donde siempre perseveraba la llaga, aunque por de fuera no había quedado sino la señal. Estando ansí, apareciole una mano que conocía en visión era del arcángel San Miguel, apretándole con ella el corazón y la llaga. Con el esfuerzo que con ella sintió pudo hablar, confesarse y recebir el Santo Sacramento, porque, como no había comido en muchos días y las evacuaciones de cámaras y sangre habían sido tantas, estaba de todo punto consumida.

Rogó a la hermana mayor que la llamasen al padre prior de la Sisla para que la confesase y diese los sacramentos. Era esto sábado. Venida la noche, estaba la santa pensando cómo había de recebir a Nuestro Señor muy alegre, porque entendía que había de partir de este mundo, y encomendaba con mucho hervor al Señor los dos monasterios, el de la Sisla y el [481] de doña María García.

Estando ansí, fue arrebatada en espíritu, y vio al religioso que le había de venir a comulgar que le decía misa, y cuando llegó a las palabras de la consagración, Nuestra Señora, que estaba en el altar, le daba el Niño que tenía en los brazos, y el sacerdote le dividía en tres partes, quedando en cada una alegre, vivo y entero. Había en el altar grande resplandor y los ángeles sustentaban al sacerdote por los brazos. Vio allí a las dos santas vírgenes: Santa Catalina y Santa Bárbara, llegáronse a ella y le dijeron: “Mañana, lunes, a las nueve horas, recebirás a Nuestro Señor en este resplandor que aquí ves y serás sana”. Ansí fue como las santas se lo dijeron. Vino el prior de la Sisla a confesarla y rogole mucho que no se tornase al monasterio hasta otro día, porque, si Nuestro Señor la llevase, se hallase presente a su muerte; y si aquella noche no moría, quedaría sana del todo, y ansí sucedió.

Queriendo recebir el Santo Sacramento el lunes de mañana de mano del prior, al punto que se volvió a ella con la Hostia en la mano para comulgarla, vio en el pecho y manos del prior un resplandor muy crecido y permitió el Señor que también lo viese una niña de hasta tres años, poco menos, que apenas hablaba y estaba allí con su madre, y dijo con palabras claras que vía en las manos del sacerdote y en la enferma una gran claridad que parecía el sol. Y no la vio ninguna otra persona de las que allí estaban. En recibiendo el santísimo cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, fue robada en espíritu, perdió el sentido y quedó en un éxtasi soberano por espacio de nueve horas. Procuraron despertarla las compañeras contra el mandamiento del Esposo, que veda no quiten a su querida esposa deste sueño hasta que ella quiera despertar. Y vuelta en sí, abrió los ojos y dijo aquel verso y principio del salmo: “Benedicat anima mea Dominum, & omnia quoe intra me sunt nomini santo eius”. Y luego se halló sana de todos los dolores y enfermedades que antes padecía.

Pesole mucho de tornar a esta vida, porque tenía ardientes deseos de salir de la cárcel deste cuerpo. Importunábanle mucho que tomase algún mantenimiento, porque estaba muy flaca y había días que no comía cosa ninguna. No quiso, diciendo que no tenía necesidad, porque habiendo comulgado no le era cosa difícil sustentarse cuarenta días con sola la suavidad que aún corporalmente sentía. La vigilia de Navidad estaba esta santa enferma en la cama, porque casi nunca traía salud. Padecía a esta sazón grandes dolores en el cuerpo, y con todo se esforzó lo más que pudo, y aparejábase para comulgar. Sobrevínola tan gran dolor de cabeza, y padecía tan fuertes latidos y golpes en el corazón le parecía querérsele despedir el alma. Reconciliose, y fue a comulgar: decía la misa el capellán mayor de la Iglesia de Toledo, y cuando se volvió con el Santo Sacramento para dárselo, ella, con el fuerte deseo, lanzó un aquejoso suspiro y levantó las formas, de suerte que sin duda cayeran en el suelo, sino que vio cómo llegaron con gran presteza tres ángeles, y las detuvieron en la patena. Desde allí se tornó a la cama con tan intensos dolores en cuerpo como llena de suavidad en el alma.

Vino la noche, y cuando [482] oyó tañer a Maitines en las iglesias, ardía de devoción y deseo de hallarse en ellos, y esforzose como mejor pudo, no sufriéndole la devoción estar en tan santa noche del nacimiento del Señor en la cama. Levantose y fuese a la iglesia: estábase allí, puesta de rodillas, derramando lágrimas de sus ojos, contemplando aquel divino nacimiento. Vio cerca de la medianoche, con ojos corporales, de[s]cender un resplandor soberano en el altar, y a Nuestro Señor, en figura y talle de niño más resplandeciente que el Sol, cómo nacía de la Virgen Madre, y cómo se derribó luego gran multitud de ángeles a adorarle y cantarle himnos de gloria. Duró esta adoración media hora; acabada, vio entrar los pastores muy alegres. Estuviéronse allí algún espacio y fuéronse, y de allí a un poco entraron los Magos de Oriente, y venían con ellos tres soles de grandísima claridad, y llegando al altar, le pareció que todos tres se hacía uno. Los reyes y todos los que con ellos venían adoraron con profunda reverencia al niño y le ofrecieron sus dones, y por este mismo orden vio los demás misterios que en el nacimiento de Nuestro Señor pasaron, porque duró la visión desde las doce de la noche hasta las tres de la mañana.

A las tres vino el capellán mayor de la Iglesia de Toledo, con deseo de hacer algún servicio a aquellas siervas de Dios, y decir la misa primera de aquella santa noche y comulgarlas. Trajo consigo músicos de la iglesia para que la oficiasen. Al punto que salía vestido al altar, vio luego esta sierva de Dios dos antorchas de un fuego y resplandor extraordinario encima del altar, y de cada una salían cinco rayos que venían hasta ella. Celebrose la misa con grande solemnidad, y cuando comenzó Los Santos, vio descender sobre el altar tanta multitud de ángeles que cubrían al sacerdote desde los pies a la cabeza. Subían unos y bajaban otros con grandes muestras de extremada alegría y, cuando hubo de alzar, los mismos ángeles le levantaban los brazos; cuando llegó al Pater Noster, ya la sierva de Dios no se pudo sostener sobre las rodillas, y con el ansia y vehemencia del espíritu, cayó postrada en el suelo, aunque tenía el alma llena de un gozo divino.

Estuvo desta manera postrada hasta las doce del día, sin moverse de aquel lugar; dadas las doce estaba muy fatigada, porque había estado allí desde la diez de la noche. Levantáronla algunas de aquellas hermanas, y lleváronla a la cama, y a la tarde, por satisfacer a los ruegos dellas, comió un poco de carne de membrillo, y sin tomar otra cosa alguna pasó lunes y martes, y el miércoles comió solamente un huevo, donde se vía harto claro que el manjar divino la sustentaba contra toda la condición de la carne. De todo esto no descubrió cosa alguna a persona viviente jamás sino solo a su confesor, que era el prior de la Sisla, que le tenía mandado, por obediencia, no le encubriese cosa alguna de cuanto el Señor le mostrase.

CAPITULO XLVII

Prosiguen se las revelaciones y visiones grandes que mostró el Señor a su sierva María de Ajofrín, y las cosas señaladas que por ella hizo

[483] Ya que me determiné a escribir la vida desta santa, acuerdo de decir las más notables cosas que Nuestro Señor le mostró, y las obras milagrosas que por ella hizo, aunque atrancaré algunas por no parecer menudo. El año de mil cuatrocientos y ochenta y seis, creció por el mes de diciembre con las continuas aguas el río Tajo en tanta pujanza que, en muchos días, no pudieron moler los molinos. Padecíase grande hambre por la falta de las moliendas Sintió la santa mucho la aflicción del pueblo. Estuvo una noche con gran desasosiego, que no podía dormir con la pena que esta falta de pan para los pobres le daba. Levantose de la cama, sin que alguna de las hermanas la sintiese; subiose a un terrado de donde se descubría el río, alzó sus ojos al cielo y echole su bendición, y tornose a un aposentillo secreto y apartado, donde estaban unas imágenes viejas, y púsose a orar extendiendo los brazos en forma de cruz, tendida en el suelo, pegando el rostro con la tierra. Era cerca de la medianoche, y oró al Señor y a su Santa Madre tuviesen por bien apiadarse de los pecadores y amansar el rigor de su ira. Sintió luego que estaba levantada en el aire, y de allí a un poco, vino una claridad que alumbró el aposentillo, y vio las imágines que allí estaban pintadas, tuvo miedo y comenzó a llamar al Señor en su ayuda. De allí un poco, vio otra más excelente claridad, y vio luego a la Virgen santísima, Nuestra Señora, con el semblante triste y el cabello revuelto y los ojos llorosos, y díjole a la sierva de Dios: “Sepas, hija, que todas las aguas que han caído por el discurso de tantos días habían de haber caído en tres, y la mayor parte dellas sobre esta ciudad, donde pereciera mucha gente por los grandes pecados que en ella hay, con que es mi hijo gravemente ofendido; y por las oraciones que has hecho por este pueblo al Señor y a mí, yo le presenté tus ruegos; por ellos se ha movido su clemencia y amansado su saña, y yo, por la piedad que tengo al pueblo cristiano, vengo a ti cual me ves”.

Dicho esto, desapareció la visión, y la santa quedó como atónita, caída de rostro en el suelo, donde estuvo como amortecida y sin sentido algún rato. Levantose luego llena su alma de gran admiración y consuelo, alegre y confortada en el espíritu. No descubrió esto jamás a ninguna de sus hermanas. Comenzó luego a serenarse el suelo y a enjugar el aire. Cesaron los nublados y el río se tornó a sus canales, y hubo luego pan por las oraciones de la santa, aunque no sabía aquel pueblo de dónde le venía tanto bien, que ansí acontece muchas veces, y nosotros, como gente de poca fe, lo echamos a las conjunciones de la luna y a otros astros, habiéndonos dicho Dios que no temamos de las señales y estrellas del cielo, sino a los pecados que son la causa de los castigos que de allá nos vienen, y de aquí se había de tomar la razón de los reportorios y pronósticos que tan vanamente se han multiplicado estos años en España, quiera Dios no sepa a paganismo.

Uno de los que tenían mucha noticia de la santidad de María de Ajofrín era el deán de Toledo, que después fue obispo de Badajoz, y uno de los testigos de la llaga de su costado. Habló muchas veces con esta santa doncella, y entre otras le rogó una vez suplicase a Nuestro Señor pacifi- [484] case la discordia que había entre ciertos personajes de la Corte, porque de sus discordias se seguían grandes daños en el Reino y podían cada día ser mayores. Obedeció la santa a sus ruegos y púsose en oración una mañana en el terrado de aquella casa, antes que saliese el sol (era en las octavas de la Resurrección el año de ochenta y seis); estando allí, vía hacia aquella parte donde rehía el alba un resplandor extraordinario; cuando comenzó a despuntar el sol le estuvo mirando tan sin embargo de la fuerza de sus rayos, como si fuera otra estrella. Dentro del cuerpo solar, le pareció vía un agujero por donde se parecía lo de más adentro del Cielo, y de allí salieron grandes rayos de claridad a diversas partes, y dentro, una cruz de oro muy resplandeciente, que se la estuvo mirando hasta que tañeron a prima. Vido también en el aire, no muy apartado della, uno que le parecía del color de la luna, que peleaba contra otro. Pasado algún espacio, volviéronse los dos las espaldas y cesó la pelea. Subió a esta sazón una de las hermanas, y ella se levantó de donde estaba, y así no vio el fin desta visión, mas viose el efecto, porque aquellos personajes discordes desistieron de su enemistad y contienda, y vinieron a ser amigos.

Otra vez, estando rezando en un libro a una ventana que salía al aire claro, a hora de tercia, vio muy cerca de sí un rostro como de luna espantable y temeroso, y dentro de su cerco, dos que peleaban fuertemente, el uno contra el otro, y cayó mucha gente de sus escuadrones muerta. No pudo entender lo que aquello significaba, hasta que después vino la triste nueva de la prisión del Conde de Cifuentes, cuando le cautivaron los moros en las entradas del Reino de Granada, como se ve en la Historia de los Reyes Católicos.

Estaba una vez una de las hermanas de la misma casa poniendo a enjugar una saya en una pared donde alcanzaba el sol, subió en una escalera para clavar un clavo que llevaba para colgarla; llevaba un ladrillo para esto, cayósele de la mano y dio de canto en otra religiosa que tenía la escalera, y hízole una mala herida en la cabeza, de donde le corrió mucha sangre. Hallose cerca esta sierva de Dios y, condolida della, acudió luego, y con piedad y devoción púsole la mano en la herida, diciendo tres veces “Jesús”: hinchole la mano y los dedos de sangre, y apretándole un poco, bendíjola, y luego cesó la sangre, y sanó la llaga en breve espacio, sin ningún otro remedio ni medicina.

En el mismo pueblo de Ajofrín, corría un caballo, el hermano desta santa trabucó en la carrera, y dieron él y el caballero una peligrosa caída: con la fuerza del golpe se hizo la silla pedazos y el mozo quedó atormentado, de donde le sucedió un grande corrimiento y pasión de ojos. La madre d'él y desta santa estaba muy triste, porque había pocos días que había enterrado otro hijo; cuando le dieron la triste nueva de lo que a estotro le había acaecido, fue tan grande el dolor y la turbación que se le torció la boca y los ojos: era grande lástima verla. Dieron noticia a la santa de lo que había sucedido a su madre, y lastimase mucho de la desgracia. Fuese luego a un altar de Nuestra Señora, que su misma madre había mandado hacer, y rogó allí a la santisíma Reina fuese servida de darle salud. Tuvo respuesta dentro de su corazón de que su pe- [485] tición era oída, y díjoles a los que le trajeron la nueva dijesen a su madre que tuviese esperanza en Nuestro Señor, y le hiciese gracias por todo, que el domingo siguiente sería sana por merced de Dios. Ansí fue que, sin otra medicina, el domingo mismo quedó tan sana como antes estaba.

El mismo año de mil y cuatrocientos y ochenta y seis, murió el cura o capellán de aquella casa, que se llamaba Juan de Viedma que, como dijimos, había confesado muchas veces a esta santa. El día de San Francisco sintió que estaba junto della un bulto que le ponía gran temor; quiso levantarse de donde estaba acostada y la sombra le habló y dijo: “Esforzad y no hayáis temor, ni os vais de aquí; y por la caridad del Señor os plega de oírme, porque seis noches ha que ando aquí penando, y por sentiros con tan grande desfallecimiento y no daros pena no me he osado descubrir. Pídoos perdón de muchos enojos que os di, y de aquella carta que os escribí, que fue causa de daros mucha pena y turbación en pago de las santas amonestaciones que me hicisteis, y de los buenos consejos que no supe recebir para el gobierno desta casa, y yo los despreciaba con altivez y atrevimiento, sin mirar que, como sierva de Dios, me decíades de parte d'Él lo que tanto me importaba; y también os pedí algunas veces, con gran soberbia, que mandásedes señales a Dios, y puso el Señor en mis manos lo que no eran dignos de ver mis ojos. Por esto, os digo que os esforcéis mucho y no dejéis de manifestar al Cardenal lo que os fue mandado que le dijeses, ni temáis trabajos temporales, ni el ser conocida, porque si no lo hiciéredes, seréis azotada del Señor rigurosamente, y porque no penséis que soy alguna ilusión o fantasma engañoso, sabed que yo soy el cura y capellán desta casa, que sabéis cuán poco ha que pasé desta vida, y os ruego digáis al padre prior de la Sisla, y a la hermana mayor que, por amor del Señor, me perdonen en cualquier suerte que los haya ofendido, y también tengan por bien perdonarme seis mil maravedís, que soy en cargo a esta casa, y un libro que vendí, y que me hagan decir cincuenta misas de limosna, y vos, rogad por mí, porque el Señor me saque desta pena. Dicho esto desapareció, y la santa quedó suspensa, y casi sin habla. Estuvo ansí cuatro horas poco menos, y después puso diligencia en que se cumpliese todo lo que le pidió, rogando a Nuestro Señor por su alma con ferviente corazón.

El día que murió el capellán mayor de la Iglesia de Toledo, don Diego de Villamiñaya, de quien he hecho memoria por veces, estaba toda la ciudad de Toledo muy triste por la falta que les hacía un hombre tan pío y limosnero, padre de todos. Gastaba cuanto tenía con pobres y huérfanas, y favorecía todas las casas de piedad y religión; y a la Casa de doña María García le cabía desta pérdida mucha parte por las continuas buenas obras espirituales y corporales que d'él recebían, porque era como un patrón y protector de toda aquella santa congregación.

Murió entre las diez y las once del día, al punto que estas siervas de Dios y la santa, María de Ajofrín, estaban en la misa. Cuando comenzaron a hacer clamor en la iglesia mayor, fue arrobada en espíritu la santa, y vio cómo San Juan Bautista y el sagrado dotor, nuestro padre [486] San Jerónimo, y Santa Catalina, llevaron el ánima del capellán mayor a juicio delante de la Divina Majestad, donde tenía su trono en un hermoso campo, lleno de frescura y gloria, donde había infinitas almas, dando loores al mismo Señor. Allí vio cómo fue acusado delante del juez de un cargo que tenía a un difunto que le había dejado por su testamentario, y no había cumplido su testamento. Respondió al cargo que él dejaba ordenado en su testamento que aquella obligación se cumpliese, y luego el juez soberano dio por sentencia que su ánima fuese detenida en aquel mismo lugar, y no entrase en la Gloria hasta que fuese cumplida y satisfecha la manda. Como la santa oyese esto, quedó como fuera de sí, llena de dolor mezclado con alegría porque, aunque estaba detenida aquel alma de no ver a Dios, estaba al fin con tanta seguridad de su bienaventuranza. No osó descubrir a ninguno esto, sino solo al prior, que le tenía mandado no le encubriese nada. Informose él mismo si quedaba esta manda en el testamento, halló ser ansí, y puso gran diligencia en que se cumpliese con presteza, cosa de que esta santa ninguna noticia tenía, sino que el Señor fue servido manifestárselo para el bien de aquel alma.

Cayó mala la hermana mayor del convento el día de San Lorenzo [6] de un dolor de costado que la puso en lo último, tanto, que los médicos la desampararon: levantósele el pecho y daban ya todos por concluida su vida. Sentía mucho nuestra santa la pérdida de su superiora, que era mujer santa y de prudencia y gobierno. Cuando la vio ansí, fuese a la iglesia a las ocho o a las nueve de la noche, y púsose a orar delante el altar de Nuestra Señora; y estuvo allí hasta las doce, rogando con muchas lágrimas a la santísima Reina fuese servida darle salud, porque no quedase ella desamparada de tan buena madre.

Estando ansí, en su importuna petición y lágrimas, vio que el rostro de la imagen se cubría de sudor; pensó que se le antojaba y que las lágrimas que ella tenía en los ojos le parecía que estaban en el rostro de la Virgen; para ver si era ansí, atreviose a llegar con su toca y limpiarle el sudor, y por tres veces hizo esto, de tal suerte que quedando la toca humedecida se lavó los ojos y la cara con ella; del placer que tomó, tornó con más confianza y alegría a rogar por la salud de la hermana mayor. Oyó luego una voz que le dijo: “Otorgada le es la vida, por tu consuelo y remedio”. En oyendo esto, quedó robada en espíritu y vio, estando ansí, al glorioso mártir San Lorenzo, en semblante de mancebo hermosísimo, vestido como diácono, con grande claridad y resplandor: llevaba en la mano una bujeta de oro, y llegose a la cama donde estaba la enferma y púsosela en la cabeza y en el costado, santiguola con su mano y luego se fue.

Cuando volvió en sí la sierva de Dios de aquel trasportamiento, fuese muy alegre a ver la enferma y halló que dormía reposadamente; cuando despertó se sentía tan aliviada de su aprieto, que le pareció no tenía mal ninguno, y ansí fue porque luego estuvo buena. Y claro está que dirían los médicos que la enfermedad se había terminado bien y que, por la ayuda de los medicamentos que la habían aplicado, la naturaleza había vencido al mal, y no les iría a la mano la que con sus lágrimas le había alcanzado la salud, porque, como virgen prudente, callaba, que es de locas ir a buscar el olio de los loores vanos del mundo. Solo lo reveló a su [487] confesor, por la obediencia que le tenía puesta, de que hago muchas veces memoria, porque, si no fuera por ella, todo esto quedara sin saberse. Estaba un hermano desta santa preso, harto apretadamente, con muchas prisiones. Rogaba a Dios por él y encomendó otras hermanas que le ayudasen también con sus oraciones, pidiendo a la Virgen santísima, delante de su imagen, que le librase de aquel aprieto. Apareció al preso la imagen misma de la Reina soberana, y quitole las cadenas y grillos de los pies, y díjole que, por las continuas oraciones de su hermana y de otras siervas de Dios de aquel monasterio, sería libre de aquella cárcel.

Adurmiose el preso y, cuando despertó, hallose fuera de la cárcel y sin prisiones, y sanó de la hinchazón que tenía en un pie, por hierros apretados que había tenido. Vino al monasterio donde estaba su hermana, y contó el milagro, y en viendo la imagen la conoció, y dijo que aquella era la imagen que le había libertado; según el tiempo que señaló, se verificó que era al mismo punto que su hermana y las otras religiosas estaban orando por él delante de aquella imagen. Viendo tan extraña maravilla, se ofreció con promesa de traer cera para que ardiese todos los sábados delante della, en tanto que viviese.

De allí a ocho o nueve años, viniendo un sábado a cumplir su voto, trayendo la cera a la imagen, súbitamente en el camino cayó muerto. Cuando su hermana lo supo, recibió notable tristeza y pena, por ser la muerte subitánea y sin recebir los Santos Sacramentos. Rogaba por él con muchas lágrimas a Nuestro Señor, y hízole decir las misas que pudo. Suplicábale a la santísima Virgen delante de aquella, su imagen, que pues vivo le había librado de aquella prisión y cárcel del cuerpo, muerto le librase de la cárcel eterna, y le mostrase si estaba en lugar de salud.

Estando una vez entre otras haciendo oración delante la misma imagen, el día octavo después que murió, a las dos horas de la noche, vio el rostro de la imagen más alegre que otras veces, y que le parecía como vivo, y como con semblante de quererle hablar. La santa, con el alegría que recibió desto, comenzó a derramar muchas lágrimas y comenzose a trasportar. Estaban allí con ella dos hermanas, y como sintieron esto lleváronla a la cama. Estándose allí con ella, con dos candelas encendidas, vuelta en sí, razonando con las compañeras, sintió a sus espaldas como un huelgo de persona, aunque muy fría. Como hablaba con las hermanas, no curó de volver a mirar qué era. Diole luego un espeluzamiento grande, y volviendo la cabeza, vio como un pedazo de nube obscura, y dentro, el rostro de su hermano con semblante alegre. Hablole y díjole cómo a la hora de su muerte se vio en grande aprieto, mas que Nuestra Señora vino y le ayudó a salir d’él. Declarole ciertas obligaciones que tenía, rogándole pusiese cuidado para que saliese dellas, y que estaba en penas de purgatorio detenido; diciendo esto, desapareció.

CAPÍTULO XLVIII

Otras muchas visiones y revelaciones de esta sierva de Dios, en que se mostró claro tener espíritu profético

Fueron sinnúmero las visiones y revelaciones que esta sierva de Dios tuvo, y sin duda que se echa de ver [488] era de gran pureza y virtud, porque ninguna cosa destas la altivecía, ni se estimaba por eso en más, antes andaba siempre puesta en un continuo menosprecio de sí misma. Afirmaba la hermana mayor, que se llamaba Catalina de San Lorenzo, mujer de gran valor y prudencia, que ninguna religiosa igualaba a esta santa en cosas de humildad, y cuanto más el Señor la levantaba con sus favores y visiones maravillosas, tanto más se derribaba ella a los pies de todas.

Excelente prueba de todo esto tenía seguros y buenos fundamentos; decía también esta superiora que le pedía muchas veces esta santa que la reprendiese en capítulo los viernes y la mandase postrar a la puerta d’él, por que todas las hermanas la pisasen cuando entraban o salían. Era, junto con esto, pacientísima en las enfermedades continuas que padecía, caritativa y amorosa con las otras. Y lo que es más fina prueba de su santidad es tener por tan suyos los males ajenos, condolerse tanto de los otros, y sentir tan en el alma los daños comunes porque los altivos, soberbios y hipócritas todo lo hacen, y todo lo convierten en su gloria vana y en sus particulares intereses, que quien les mirare un poco a las manos presto les conocerá en palabras y en obras que se buscan a sí mismos, frutos por donde nos enseñó el Señor a conocer tan malas plantas, pues de las espinas y cambrones no se cogen uvas ni higos.

Hase visto también en este discurso, con mil ejemplos, que tuvo esta sierva de Dios espíritu de profecía y, para confirmación desto, pondré aquí algunos de los muchos que se escriben en la relación del padre fray Juan de Corrales, prior que también afirma que no los escribe todos.

Comenzose en aquel tiempo la Inquisición en la ciudad de Toledo, y descubrió esta sierva de Dios al mismo prior, que era uno de los que estaban señalados para el examen de los procesos de los herejes y judíos, grandes y extraños insultos que cometían, y otros particulares avisos y secretos que no era posible saberse sino por revelación divina.

El año de mil y cuatrocientos y ochenta y ocho, después de Pascua de Resurrección, estando un día orando en la capilla de su monasterio y pensando cómo se había hecho aquella tan admirable unión de la divinidad y humanidad en una persona del verbo eterno, vio bajar una luz muy clara y encendió el cirio pascual. Daba una luz tan excelente que recibía su alma notable consuelo, que fue mostrarle con aquel símbolo alguna cosa de lo que en su pecho trataba, como otro tiempo a Moisén el fuego que vio arder en la zarza. Estando aquel mismo año el Santo Sacramento en el altar en las octavas de la fiesta del Corpus, como se acostumbra en muchas casas de la Orden, estando las hermanas comiendo, quedose ella allí orando; buscábanla para que comiese, y retirose en un aposentillo que servía de vestirse allí los sacerdotes para decir misa, y orando con intensísimo afecto, sintiose levantada del suelo como una vara, y pareciole que salían de la custodia unos hilos de oro y llegaban hasta ella, y se remataban en sus manos, pies y costado, y desde aquel punto fue tan grande el deseo que tuvo de recibir a Nuestro Señor que le parecía se reventaba del pecho el corazón, y envió a rogar al prior, que estaba en la Inquisición, ocupado en las causas de aquel tribunal, que en todo caso viniese a confesarla y comulgarla, porque no tenía otro remedio el mal de su corazón, de que si se tardaba moriría.

El [489] prior se desembarazó lo más presto que pudo, fue allá y, en comenzando a confesarse, fue arrobada en espíritu. Mandole por obediencia que despertase y volviese en sí, y al punto tornó. Preguntole si tenía abierta la llaga del costado, como otras veces, y después de muchas importunaciones le confesó que sí, rogándole que no descubriese esto en tanto que viviese, y la maldición de Dios le viniese si no lo guardase. Acabose al fin de confesar y comulgó a las nueve de la mañana, y luego fue arrebatada en espíritu, y estuvo ansí hasta las seis de la tarde, y estuviera más si no le mandaran, por obediencia, recordar. Cuando volvió en sí, mostró el rostro alegre, como si viniera de algunos particulares gustos y recreos.

El prior tuvo gana de entender lo que había visto en aquel rapto; preguntóselo, y sintió grande pena en que la apretase para que se lo descubriese. Dijo al fin, compelida por obediencia, que la habían llevado a un campo fertilísimo, donde estaba un altar, y allí vio a Nuestro Señor cercado de muchedumbre de santos ángeles, y que allí vio la multitud de maldades y pecados que se cometían contra la bondad divina, y muy particularmente los que se hacían en la ciudad de Toledo. Y díjole también al mismo prior que tuviese buen ánimo y no desmayase en el servicio de Dios, porque había de padecer muchos trabajos y dolencias. De allí a pocos días que fue, en la Vigilia de los apóstoles San Pedro y San Pablo, se sintió malo y, en acabando de decir misa a aquellas hermanas, se fue a comer. Luego le dio dolor de costado y por no entristecerlas no quiso quejarse, ni decirles nada. Acabó de comer, y fuese luego a echar en la cama. Estando allí, se acordó de lo que la santa le había dicho, que había de padecer trabajos y dolencias, que tuviese buen ánimo, y corrido de haberse rendido tan presto, dijo entre sí mismo: “Los valientes soldados no han de morir en la cama”; diciendo esto, levantose y fuese a donde estaba la sierva de Dios. Comenzole ella a consolar y, sin que él lo viese, disimuladamente, le hizo una cruz con su dedo en las espaldas sobre el mismo manto que tenía cubierto, aunque sintió que le había tocado. Hízole luego otra vez la señal de la cruz en la misma parte; aquí ya sintió lo que había hecho, y como el prior era hombre entero y lleno de severidad, tuvo aquello por liviandad y alguna manera de atrevimiento, particularmente porque jamás le había visto hacer cosa semejante, porque certifica que nunca la había visto el rostro, por andar siempre muy cubierta con un mantillo. Llegó la tercera vez la santa, y hízole otra cruz y díjole: “Andad padre, que ya sois sano, aunque no por la virtud de vuestra fe, pues no solo no creísteis que os había de sanar, antes os reísteis y burlasteis de mí en vuestro corazón, y aunque es bueno y seguro y de hombres enteros no creer fácilmente, no es cordura burlar de la fe ajena”.

Sintiose luego aliviado del dolor, aunque para memoria le quedó por muchos días el amortiguamiento de la carne en el mismo lado. Díjole también a vueltas de aquellos días, estando allí con ella, que fuese presto a su convento, y remediase cierto daño que querían hacer unos mozos. Fue el prior, y con el aviso de la santa procuró hacer Inquisición de lo que había, con el mayor secreto y recato que pudo, y halló ser así, que querían cometer una travesura muy escandalosa. Despidiolos del convento, y ansí quedó remediado sin llegar al efecto. Tanta noticia le daba Dios de las almas ajenas.

[490] Luego, el mes de julio siguiente, le dijo al mismo prior otras muchas cosas de gran secreto. Entre otras, que Nuestro Señor Jesucristo se le mostró de la manera que le pusieron cuando le ataron y azotaron en la columna, en casa de Pilatos, y le dijo: “Mira, hija, cuál me ponen cada día los herejes, díselo al deán de la iglesia de Toledo y al prior de la Sisla, que entienden en los negocios de la Inquisición, porque pongan remedio en ello”. Ansí lo hizo, porque estas mismas palabras les dijo a entrambos juntos.

Mandáronle al Padre fray Juan de Corrales, prior de la Sisla, que fuese a hacer ciertos negocios de la Inquisición a tierra de Burgos. Era invierno y pasó en los puertos y en los caminos muchas aguas y nieves, viéndose algunas veces en peligro. Escribiole la santa una carta, consolándole y contándole por tan menudo los pasos malos, los peligros y los días más trabajosos, condoliéndose d'él con tanta puntualidad como si se hallara allí presente. Un religioso de nuestra Orden, varón espiritual, tuvo gran deseo de hablar con esta santa por las muchas cosas que de su virtud y santidad había entendido; pidió licencia y, al fin, a cabo de algunos días, se la dieron. Vino a hablarla y a las primeras palabras le dijo la santa: “Bien sé, padre, que ha muchos días que trabajáis por hablar conmigo y la causa también de donde os nace, y sé también que tal día (señalándolo), escribisteis cierta escritura y no la acabastes, aunque os distes mucha prisa y la venistes a acabar a la noche”.

Maravillose el religioso de oír cosas tan secretas suyas, que entendía no las podía saber sino Dios y él. Preguntole cómo las sabía. Respondiole que todo lo había visto en espíritu. Estuvieron después platicando en cosas espirituales. Acabada la plática, cuando ya se quería partir, le dijo: “Padre, decid a tal religioso de vuestra casa (nombrándoselo por su nombre) que mire cómo anda, porque está muy atribulado y afligido en su espíritu, y si ha hecho cosa que no deba, pida perdón della, porque si esto no hace, jamás podrá salir deste trabajo en que está”. Sabía bien este religioso a quién ella decía esto, el trabajo y la aflicción en que el otro estaba, y aun a otros era harto manifiesta, y maravillose mucho cómo podía tener ella noticia de esto, y vio que, si no era por espíritu profético, no podía alcanzarlo.

Estaba a esta sazón el general de la Orden haciendo Inquisición contra unos religiosos del linaje de los judíos que habían recebido allí el hábito, hombres perversos y que pretendían más dañar y engañar a otros que hacer ellos la vida que profesaban de fuera, siendo perniciosísimos judaizantes enemigos de Jesucristo y que burlaban desvergonzadamente de los sacramentos, en especial de la Eucaristía y la Penitencia. Y entre otros testigos que fueron preguntados en la causa, fue esta sierva de Dios uno, y leí yo en el proceso un dicho suyo en que descubrió cómo, estándose confesando una vez con uno destos, no permitió el Señor que fuese engañada y le descubrió la burla y el escarnio que aquel fraile judío estaba haciendo de su confesión, poniéndose a oírla de confesión en una postura tan deshonesta que sola ella bastara para quemarle mil veces. Estaba esta sierva de Dios otra vez comunicando con otro religioso de esta Orden, de gran ejemplo (aunque estas hablas eran muy raras y las más breves que ella podía, y solo con personas graves), y vino a decirle cómo conocía él un religioso de santísima vida, a quien Nuestro Señor hacía muchas mercedes, por la gran pu- [491] reza de su alma. Preguntole ella quién era y cómo se llamaba, el religioso no se lo quiso decir porque el otro le había rogado que, en tanto que él viviese, ni descubriese cosa suya a hijo de hombre. Entonces ella le dijo: “Pues, padre, bien se yo cómo se llama y quién es: lllamase ansí (y nombrole), tiene mucha parte con el Señor, por ser verdadero religioso, y tiene un alma muy puesta en lo que toca al servicio de Dios y de los hermanos”. Maravillose de oírle esto, preguntole cómo lo sabía, y díjole que Nuestro Señor se lo había revelado allí, porque él no se lo quiso decir.

Estando otra vez elevada en espíritu, vio cómo sacaban el Santo Sacramento de la iglesia mayor, con grande acompañamiento, para comulgar a un enfermo, y llegose a ella un mancebo vestido de ropas blancas y en un caballo blanco, y díjole con palabras airadas: “Corre, ve y di a los c1érigos que se tornen con el Sacramento a la iglesia, porque aquel enfermo a quien se le llevan es hereje”. Fue ella y díjolo a uno de aquellos que ella conocía, y respondiole él: “Calla, no oses decir tal cosa que nos matarán a todos”. El del caballo blanco se llegó y le dijo: “No tengas miedo y di en todo caso se torne el Santo Sacramento a la iglesia, porque aquel hombre es un pernicioso hereje”; y vuelto a la santa le dijo: “En señal que lo que te digo es verdad, verás hoy en la misa destilar sangre de la Hostia”; y los que llevaban el Santo Sacramento se tornaron a la iglesia, y ella vio después, estando oyendo misa, la Hostia llena de sangre cuando la levantaba el sacerdote, para que la adorase el pueblo; esto pasó todo en espíritu.

Estaba esta santa una vez rezando en el oratorio y tenía allí dos librillos por donde leía algunas devociones, y rogole a una hermana que le trajese la imagen de un niño Jesús que estaba en el altar de Nuestra Señora. Tenía el niño una ropita larga que le habían hecho las religiosas. Trajósele y tomole ella con grandísima devoción; púsole encima del libro, y allí le estaba adorando con grandísima ternura, derramando gran copia de lágrimas a sus pies. Fue la santa a cabo de un grande rato a alcanzar la ropilla para besarle los pies y el Niño alzó el pie como si fuera vivo, para que pudiese besárselo; besósele ella con grandísima ternura y quedose el pie ansí alto, que jamás se tornó a bajar, cosa que la vieron todas las religiosas con grande admiración, aunque como prudentes jamás quisieron mostrarlo a nadie, porque no las juzgasen por vanas y fáciles en estas cosas. Tenía esta sierva de Dios una postema en uno de los ojos, que le daba notable pena. Puso el pie que levantó el Niño encima d’él y, al punto, se abrió y fue sana a vista de todo aquel convento de religiosas. El mes de julio de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve entró la peste en la ciudad de Toledo. Fue herida una de las hermanas de aquel convento, que se llamaba Sancha Díez, sobrina del vicario de la Sisla de Toledo. Queríanla mucho las otras, y rogáronle a esta sierva de Dios que hiciese oración por ella a Nuestro Señor. Estaba a la sazón rezando en un libro, púsose luego en oración por ella, ansí como estaba sentada, y vio súbitamente una calavera de difunto encima del libro. Volviose a las hermanas y díjoles: “No os fatiguéis por su salud, el Señor quiere llevársela, veis aquí su calavera”. Y ansí fue, que de allí a muy poco murió.

Un canónigo de la Santa Iglesia, hombre espiritual y devoto, enfer- [492] mó gravemente; súpolo la santa y, entendiendo que era persona espiritual, hizo oración por él a Nuestro Señor, y enviole de secreto una granada con una mujer de la misma casa. Recibiola el canónigo con devoción, sabiendo quién se la enviaba comió della y, al punto, estuvo sano y bueno. Levantose y fue a hacer muchas gracias a Nuestro Señor, porque había oído las oraciones de su sierva y dándole salud. Estaba otra vez esta santa, en la fiesta de Nuestra Señora de septiembre, enferma y padeciendo con larga paciencia sus continuas dolencias; tenía entonces una esquinencia o angina peligrosa en la garganta y, como vio que las otras hermanas iban al oficio divino, y se levantaban a Maitines y habían de comulgar a la misa, afligiose, viéndose privada de tantos bienes espirituales y que no podía acompañarlas en tan santas estaciones. Estando ansí con estas ansias en la cama, un poco antes que tañesen a Maitines sintió gran dolor y ansia en su corazón. Tañeron luego y ella, no pudiendo sufrirse, comenzó a hablar con la Santísima Virgen Madre, y díjole: “Virgen gloriosa, madre de mi Señor, amparo de los que te llaman y en ti esperan, no soy digna de estar en la compañía de mis hermanas, ni gozar de los Maitines, ni de comulgar con ellas, mas tú por tu misericordia usa conmigo de tus continuas misericordias”. En diciendo esto vino una claridad del Cielo sobre ella y, al punto, se sintió sana. Levantose y fuese a Maitines con las otras siervas de Dios, y comulgó otro día con ellas, con grande admiración de todas, sabiendo la hinchazón grande que tenía en la garganta.

No acabaría si menudease en la infinidad de visiones y revelaciones que esta sierva de Dios tuvo, pues apenas comulgó vez que no fuese elevada sobre sí y le demostraba Dios grandes secretos. Bien veo que es una extraña manera de proceder y fuera del curso ordinario que ni lo alcanzan nuestras reglas ni discreciones; y que nunca se allanó tanto Dios con sus mayores profetas según lo que hallamos escrito en el texto sagrado, mas yo refiero, como dije al principio, lo que otros han dicho, y aun no tanto, porque son infinitas las cosas deste jaez. Estas que he referido fueron las más públicas y que palpablemente vieron muchos. Aunque algunas se refieren aquí, y otras he callado que, o no las entendieron bien o no las escribieron como ella las reveló, y ansí parece que tienen algunos inconvenientes, especialmente en las visiones imaginarias, que las relaciones no se aciertan a hacer como ello se demostró en lo secreto del alma, y muchas cosas no se sabe cómo fueron, y ansí padecen muchas dudas y dificultades que se salen mal dellas, y la mejor solución es decir que no se entendían bien o se refirieron mal.

CAPÍTULO XLIX

La muerte de la santa María de Ajofrín. Y algunos de los muchos milagros que Nuestro Señor obró por ella después de su muerte

Llegó el tiempo deseado para esta santa en que Nuestro Señor quiso sacarla deste mundo y llevarla al descanso de su gloria porque, aunque recebía por una parte singulares y altos consuelos de [493] [10] la mano del Señor, por otra la afligía y labraba con muchas angustias y enfermedades, principalmente con el ansia de verle y gozarle sin enigmas y sin velo, que es la cosa que más aflige el alma de los que, en esta vida, han comenzado a gustar la suavidad de aquel siglo bienaventurado, como lo deseaba el Apóstol, porque el peso y la carga deste cuerpo es gran estorbo para aquellos puros y divinos sentimientos y alborozos del alma.

Cayó, pues, enferma el mes de julio, el año de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve, cuando andaba en lo más vivo la peste en la ciudad de Toledo, aunque no le tocó a la santa, sino de otra enfermedad ordinaria se la llevó Dios, el sábado diecisiete del mismo mes, a las tres de la mañana, habiendo estado con la misma quietud que si estuviera durmiendo.

Enterráronla aquel mismo día, a hora de Vísperas, en el capítulo del Monasterio de la Sisla, porque, como dije en otra parte, se enterraron mucho tiempo las religiosas de San Pablo en el Monasterio de la Sisla. Al tiempo que falleció, se sintió en todo el convento un olor de gloria, y todas las hermanas afirmaron que era cosa tan extraordinaria que parecía estaban gozando las flores del Paraíso. Comenzó luego Nuestro Señor a sellar con infinidad de maravillas la santidad de su sierva, para que con ellas se entendiese que los avisos que, por medio della, había dado al pueblo y principalmente a los sacerdotes descuidados, eran verdaderos, de autoridad y importancia, y que para siempre se estimasen en mucho y tuviesen reverencia y devoción a la santa. De muchos diré algunos en este capítulo, si pudiese con ellos despertar la tibieza desta religión a que tuviese en más sus cosas y procurase levantar la memoria desta santa y la de otros muchos que se han criado en el encerramiento de sus claustros, que con tanta razón pudieran ponerse en los calendarios de toda la iglesia. Luego como pasó desta vida a la eterna esta santa, adolecía un canónigo de Toledo con unas fiebres continuas, que poco a poco le iban consumiendo; los médicos hacían sus diligencias (que muchas veces valdría más que no las hiciesen): sangráronle y diéronle una y otra purga. Vino al fin a términos que le querían dar la Extremaunción, porque no se terminaba la dolencia, ni daba señal alguna de salud. Él, viéndose en este extremo y deseando guardarse para otra vez, deseando más tiempo para hacer penitencia, envió por todos los monasterios que le dijesen misas y le encomendasen a Dios. Tenía noticia de la santidad y vida de María de Ajofrín, cómo Nuestro Señor había hecho por ella, aún viviendo, muchos milagros. Envió a la Sisla de Toledo a los religiosos que le encomendasen muy de veras a aquella sierva de Dios que tenían en su compañía. Hiciéronlo y aquella noche le apareció la santa, prometiéndole sanidad y amonestándole que de allí adelante pusiese mucho cuidado en mejorar la vida. Cuando despertó, pareciole que se sentía muy aliviado, entendió que aquello no había sido sueño, sino veras. Entraron a la mañana los médicos y los de su casa para darle cierta bebida con que descargase algo la malicia de la fiebre. No quiso tomarla, diciendo que él se sentía sin necesidad y que le diesen de comer, porque no era día de los que los médicos llaman críticos para tan notable mudanza. Comió con buen semblante y gana: levantose luego y envió a la Sisla, en reconocimiento de la me- [494] dicina que de allí le había venido, un cirio grande y una cabeza de cera, para que la colgasen delante la sepultura de la santa, y luego, de allí a poco, vino él y dijo misa en hacimiento de gracias.

El mismo año le dio una grave enfermedad de fiebres continuas a don Alonso, hijo de la Condesa de Paredes, que también era canónigo de Toledo, y tan recio dolor de cabeza que se le saltaban los ojos. Apretábale de tal suerte el mal que se tuvo por cierta su muerte. Andaba la fama de los milagros de la santa ya por toda la ciudad y crecía la devoción en ella. El canónigo y la condesa, su madre, enviaron a pedir a los religiosos afectuosamente rogasen por él a la santa. Hiciéronlo ansí, y junto con esto le enviaron una almohada que llevaba puesta debajo de la cabeza cuando la llevaron a enterrar. Pusiéronsela encima y luego se sintió sano, con gran admiración y aplauso de todos. Levantose de la cama y fue a la Sisla. Tuvo allí novenas, haciendo infinitas gracias a Nuestro Señor. Ofreció una figura de cera y una casulla para que dijesen misa.

Estaba en San Jerónimo de Madrid, que entonces se llamaba del Paso, un fraile lego que se llamaba fray Gabriel, de Cuacos, junto a Plasencia; hízosele una hinchazón en un ojo muy peligrosa, tanto que trataban de abrírsele con un botón de fuego con harta duda que le había de perder. Temiendo el fraile lo uno y lo otro, y teniendo noticia de las maravillas que Nuestro Señor obraba por su sierva María de Ajofrín, encomendose a ella, rogándole con mucha devoción, pues socorría a tantos, le ayudase en aquel aprieto, porque estaban ya para darle el botón de fuego. Sintió luego el socorro de la santa. Resolviose la hinchazón milagrosamente sin ninguna medicina, con una presteza milagrosa, quedando el ojo sano y claro. Sucedió luego que este religioso fue a su tierra, y halló a una su hermana tullida de una pierna. Contole lo que a él le había acontecido encomendándose a esta santa y, dándole noticia de los muchos milagros que hacía, refirió el que habría obrado con él.

La hermana concibió luego grande fe y esperanza que había de sanar por los méritos de esta santa, pues había ansí acurrido a su hermano. Rogole con muchas lágrimas se apiadase della y le sanase su pierna. Tenía allí una niña de seis a siete años, y díjole: “Niña, tú también me ayuda, ruega a esta santa que me sane”. Hincose la niña de rodillas y puso sus manecitas rogando lo que le decían que hiciese; caso de extraña maravilla, que antes que se acabase la oración, fue sana de todo punto con grandísimo regocijo de todos cuantos estaban presentes; viendo milagro tan palpable, rompieron en voces de alabanzas divinas. Envió luego al monasterio dos piernas de cera y otro rollo grande della, en testimonio desta maravilla y de su agradecimiento.

Sucedió luego, tras esto, que llegó esta mujer a un pueblo que se llama Jarayz, que está allí junto; y fue a visitar a un hombre honrado del pueblo que se llamaba Francisco Díaz, primo hermano del capellán del mismo pueblo, que se llamaba Martín Díaz. Estaba el hombre muy enfermo, y tanto que le habían oleado. Tenía la candela en la mano, poco menos muerto. El capellán estaba muy angustiado porque quería mucho a su primo; díjole la Juana Martínez, que ansí se llamaba la hermana del fraile: “Señor capellán, bien sabéis cuán mala y cuán perdida estaba yo desta pierna”. Contole los milagros que la santa había hecho con [495] ella y con su hermano la sierva de Dios, María de Ajofrín, y otras muchas maravillas que Dios había obrado por ella, conforme se las había referido su hermano, y persuadiole al enfermo y al capellán hiciesen voto que, si Nuestro Señor por intercesión de aquella santa le diese sanidad, que irían a visitar su santo cuerpo. El clérigo respondió: “Yo soy pecador y no merezco que Nuestro Señor me haga tan señalada merced, mas yo prometo, si le da salud, de llevarle a visitar su santo sepulcro en estando para ello”. Caso admirable: apenas había acabado de hacer el voto cuando el enfermo cobró evidente mejoría y luego, en breve, fue sano, y vinieron entrambos a cumplir su voto, ofreciendo cierta cantidad de cera, y el capellán dejó en el Monasterio de la Sisla un testimonio firmado de su nombre, en que refiere todo el discurso destos tres milagros.

Una beata de la tercera regla de San Francisco, llamábase Juana de San Miguel, estaba afligida de un zaratán que se le había hecho en una teta; había cinco años que andaba en manos de físicos y no la habían dado remedio alguno; el último que querían intentar, porque se le canceraba y corría riesgo de la vida, era cortársela; venían en ello los médicos, no sabiendo qué hacerse. Juntábase con esto una calentura que le había sobrevenido del dolor y de la corrupción del pecho, al fin estaba ya como hética y sin ninguna esperanza de remedio humano. Llegó a su noticia la fama destas maravillas que la santa hacía, y cobró alguna esperanza de sanar por su intercesión: fuese a la Sisla y, al punto que entró en el capítulo donde estaba enterrada la sierva de Dios, sintió un olor celestial que salía, a su parecer, de aquella parte donde estaba la sepultura. Llegose con mucha devoción y lágrimas, y postrose sobre la misma sepultura, rogando a la santa la socorriese en tan gran necesidad: oyó la santa su ruego, y fue de tal manera, que antes que de allí se levantase se sintió sana de todos sus males. Maravilla evidentísima que provocó a muchos a hacer a Nuestro Señor infinitas gracias.

Otra cuitada mujer natural, también de Toledo, padecía el mismo mal de pechos, y había llegado tan adelante su trabajo que le habían dado en ellos algunos botones de fuego y puéstola en el artículo postrero de la vida; llegola a visitar un hombre honrado, contole los milagros desta santa y leyole parte de su vida, que ya se publicaba por toda la ciudad; concibió la afligida mujer grandes esperanzas de salud; hízose llevar a la casa de doña María García, donde la santa había vivido, porque a la Sisla era imposible llegar, que muriera en el camino. Llegada allí, encomendose a ella, sacáronle las hermanas unos paños que habían sido de la santa, pusiéronselos en los pechos y, al punto, reventaron las postemas, y luego del todo sanó sin otra medicina. Y desta manera hay infinidad de maravillas que nunca acabaría si las quisiese referir por menudo.

Como se multiplicaban los milagros tanto, y la fama crecía por todo el Reino, pareció a muchas personas devotas era cosa justa que el cuerpo de la santa fuese trasladado del capítulo donde le habían puesto a la iglesia del monasterio, donde tuviese lugar más decente y el pueblo pudiese gozar más cómodamente de llegar a su sepultura; los que más [496] de veras trataron esto fueron la Condesa de Fuensalida, y el clavero de Calatrava y don Alonso de Silva. Hablaron al prior, fray Juan de Morales, y propúsose al convento, y vinieron todos en ello con mucha voluntad; viendo cuán manifiestamente el Señor se señalaba en engrandecer a su sierva, don Alonso de Silva trajo una arca guarnecida por de dentro de seda, en que fuese puesto el cuerpo.

El año de 1495, a veinte y cinco de abril, poco menos seis años después de su muerte, abrieron la sepultura, estando presentes todos estos señores y otras muchas personas principales, y gente devota, y los religiosos del convento. En descubriendo el santo cuerpo, salió un olor celestial que puso alegría, admiración y consuelo en todos. Manaba dellos un licor, como de aceite, que también despedía de sí una fragrancia suavísima. Viendo esto el prior, mandó tañer las campanas; pusiéronlos en el arca, y con mucha lumbre de hachas y cirios llevaron en el arca el santo cuerpo, cantando el himno Te Deum Laudamus, y otras antífonas alegres; la Condesa de Fuensalida había hecho labrar un sepulcro a su costa en el cuerpo de la iglesia a la mano derecha.

Estaba la tierra muy necesitada de agua, pidieron a Nuestro Señor, por la intercesión de su sierva, tuviese por bien socorrerlos, porque los panes se iban ya a perder, y luego llovió en gran abundancia, entendiendo todos que, por los méritos desta santa, Nuestro Señor se apiadaba dellos. Tuvieron el cuerpo sin enterrar en la iglesia trece días, porque era tanto el concurso de la gente y los que venían atraídos de la devoción que pareció así justo para cumplir con ella. Obró también allí el Señor muchas maravillas por su santa. El Conde de Oropesa envió a su hija y a su hijo para que velasen en la iglesia al sepulcro desta santa, y los criados que venían con ellos afirmaron que entrambos habían estado muy enfermos, que la hija había llegado al punto de la muerte; teniéndola ya sus padres por muerta, la encomendaron con mucha devoción a esta santa, y a entrambos les dio salud. Ofrecieron una imagen de plata, y una palia rica para el altar, una cruz bordada muy rica, y tres imágenes de cera, en testimonio y gratitud del beneficio recebido.

Llegó también luego un hombre de Jarayz, que se llamaba Santos Fernández, que estando a la muerte y oleado se encomendó como pudo, dentro de su corazón, a esta santa, y recibió luego salud repentina y de todo punto milagrosa. Vinieron él y su mujer luego a cumplir el voto, y dieron testimonio dello delante de muchas personas.

No quiero alargarme más en referir milagros; una cosa diré que me parece lo confirma todo, por ser la única prueba que Dios nos dejó para conocer los verdaderos profetas y distinguirlos de los falsos, que ninguna cosa dijo esta santa haber de acaecer que no viniese como lo dijo y profetizó.

Sucedió luego la peste que hemos dicho; hubo también notable carestía de pan, que morían las gentes de hambre, y viose en España en aquellos tiempos, la primera vez, aquel afrentoso y endiablado mal de las bubas, que entonces y muchos años después (hasta que ya le hemos domesticado) fue muy temido y con razón. Donde se cumplió el amenaza que Dios hizo a su pueblo por esta su sierva, y los cuchillos que vio en la boca de Dios y el ángel que hería con azote y con espada [497] y con cuchillo. En el mismo estado nos vemos ahora, en este año de 1599, poco más de cien años después de la muerte desta santa, pues casi no hay pueblo en Castilla que no esté herido de peste, y el hambre alcanza ya a todos, y no nos despiertan de nuestras culpas los continuos azotes del Señor, señal que ha llegado nuestra dolencia a poco menos que insensibilidad y dureza, plegue a Él que no sea señal de reprobación.

[4] En el texto original figura como “ansillos”, lo corrijo como errata probable.

[5] Se repite el capítulo XLIV en el texto, por lo que todos los capítulos que editamos de la vida de esta santa, desde el presente, cuentan con un número más que en la edición de Sigüenza empleada, corrigiendo la errata.

[6] Figura en el texto original como “sentase”, corregimos la posible errata.

[7] El apellido del capellán o cura de la casa, Juan de Velma, varía a lo largo de la narración de la vida de María de Ajofrín, ya que este figura como Biezma en este mismo capítulo, página 475, y como Viedma, en el capítulo XLVII , página 485.

[8] El apellido de Diego de Villaminaya es modificado en la narración de la vida de esta santa más adelante, pues aparece como Diego de Villamiñaya en el capítulo XLVII, página 485.

[9] En la edición aparece como San Lorencio.

[10] Figura como la página 494.