María de la Cena

De Catálogo de Santas Vivas
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María de la Cena
Nombre María de la Cena
Orden Jerónimas
Títulos Beata del Convento de San Pablo de Toledo
Fecha de nacimiento 1430
Lugar de fallecimiento Toledo, España

Vida impresa

Ed. de Lara Marchante Fuente; fecha de edición: mayo de 2018

Fuente

  • Sigüenza, Fray José de, 1605. “Libro Segundo de la Tercera parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo”, Tercera Parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, doctor de la Iglesia, dirigida al Rey, Nuestro Señor, Don Felipe III. Madrid: Imprenta Real, 505-506.

Vida de María de la Cena

CAPÍTULO LI

[505] De otras muchas siervas de Dios que han florecido con gran ejemplo en el mismo Convento de San Pablo

[…] Otra María, por apellido de la Cena, floreció por este mismo tiempo: fue criada de la Condesa de Fuensalida, de quien hicimos memoria, aunque mejor la llamaremos discípula o compañera porque salió tan aventajada en virtudes que se le conoció bien la escuela y la compañía en que había andado. Fue de mucha humildad y, aunque hizo profesión con las demás, cuando se incorporaron en la Orden y dieron la obediencia al General, jamás quiso tomar velo, teniendo consideración a la afrenta y al dolor que sintió su Señor y Esposo cuando le coronaron de espinas, de que era esta sierva de Dios muy devota.

Sus más altas ocupaciones en el ministerio de aquel convento fueron: barrer, fregar, coger basura y otros tales ejercicios, para que, decía ella, que se había nacido y aun no era buena para ellos. Andaba en ellos con tanta consideración y espíritu que se le conocía bien podían fiársele otros mayores, y en medio dellos hallaba coro y oratorio, sabiendo que el propio y más bien labrado templo de Dios y el santuario más recóndito es el alma del cristiano, especialmente si ha llegado a aquel estado que una vez haya entrado en él el Sumo Sacerdote, con sangre o con muerte de aquella [1] vítula o becerra rufa. Ayunaba todas las Cuaresmas a pan y agua, y destas y de otras semejantes abstinencias y rigores vino a enfermar y tener muchos ajes. Lo que le daban y cuanto podía granjear y trabajar con sus manos, que jamás se le vieron caídas ni flojas, todo lo empleaba en la Sacristía y en la fiesta del Santo Sacramento, donde tenía depositados sus amores y como tan enamorada siempre andaba pobre, efeto propio del amor, que todo lo desprecia y todo lo da, hasta que se da a sí mismo el amante. Así le aconteció a esta santa que, cuando no tuvo más que dar, con alegre y seguro corazón dio el alma a su esposo Jesucristo, y Él, en recambio de tan precioso don, le dio el Reino que le tenía prometido. […]

[1] “vítula” viene de vitulus, becerro en latín.