Diferencia entre revisiones de «Inés de las Dueñas de Zamora»

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[[Archivo:Juan_López,_1613,_Tercera_parte_historia_general_santo_domingo.jpg|miniatura|250px|right| Juan López, 1613. ''Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores''. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba. (Fuente: Imagen propiedad de la Universidad Complutense de Madrid. CC BY 4.0 [Digitalizado por Google])]]
  
 
* [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:Juan_López López, Juan], 1613. “Libro primero de la tercera parte de la historia general de Santo Domingo”, ''Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores''. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba, 241-244.
 
* [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:Juan_López López, Juan], 1613. “Libro primero de la tercera parte de la historia general de Santo Domingo”, ''Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores''. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba, 241-244.

Revisión actual del 16:11 22 mar 2024

Inés de las Dueñas de Zamora
Nombre Inés de las Dueñas de Zamora
Orden Dominicas
Títulos Monja del monasterio de Santa María de las Dueñas de Zamora
Fecha de nacimiento Finales del siglo XIV
Fecha de fallecimiento ¿Primera mitad del siglo XV?
Lugar de nacimiento Zamora
Lugar de fallecimiento Zamora

Vida impresa

Ed. de Bárbara Arango Serrano y Borja Gama de Cossío; fecha de edición: octubre de 2023.

Fuente

Juan López, 1613. Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba. (Fuente: Imagen propiedad de la Universidad Complutense de Madrid. CC BY 4.0 [Digitalizado por Google])
  • López, Juan, 1613. “Libro primero de la tercera parte de la historia general de Santo Domingo”, Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba, 241-244.

Contexto material del impreso Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores.

Criterios de edición

Esta crónica está escrita por Juan López, obispo en la ciudad italiana de Monopoli. En la tercera parte se incluye la vida de santos de la orden, se aborda la fundación de los diferentes conventos en los dos primeros siglos de los dominicos en Castilla y se añade la vida de destacadas religiosas, aunque se hace referencia también a las religiosas que viven en las fundaciones hasta la publicación de la crónica en los conventos fundados.

Aquí nos encargamos de las religiosas que viven en los siglos XV-XVI cuyo foco de actuación es anterior a 1560 (aunque mueran después de esta fecha), es decir, antes del auge de Santa Teresa. Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo: se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.) y se eliminan las consonantes geminadas. Además, se expanden las abreviaturas, aunque algunas como N. S. (Nuestro Señor) o N. P. S. (Nuestro Padre Santo) se respetan en el texto. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza y se adaptan las normas acentuales a sus usos actuales. Finalmente, se moderniza también la puntuación, la acentuación y el uso de aglomerados.

Vida de Inés de las Dueñas de Zamora

[241]

Capítulo LV

De la bienaventurada soror Inés y de otras religiosas de esta santa casa [1]

[…] Siendo priora de esta casa la Infanta Doña Blanca (como queda dicho) entre las personas que, con su ejemplo y virtud, aficionó a tomar el santo hábito de la religión en ella, fue una niña llamada Inés, que en sus tiernos años, como a la gloriosa virgen y mártir Santa Inés, la escogió el Señor por esposa suya. Con ese espíritu vino ella a esta su casa. Era maestra de novicias, una religiosa muy observante y cuales la busca la orden para criar las nuevas plantas de la religión, que en sus principios importa mucho el acertar a guiarlas para que después lleven el fruto de virtud que se pretende. Acertó admirablemente la maestra de novicias a criar a soror Inés, acomodándose con sus tiernos años, ejercitándola en mucha oración, que es el ejercicio de virtud más conveniente para aquella edad, y la niña aprovechaba en él con singular ejemplo de todo el convento. Cuando llegó el día de darla la profesión y velo, representándola su maestra lo que había de profesar y el velo que como esposa de Cristo había de recibir, la dijo: “Hija Inés, mira que mañana te has de desposar con Cristo Nuestro Señor, y que conviene que negocio tan grande se haga con mucho apercibimiento y con gran cuidado que, siendo la venida incierta, si te hallase dormida has de pensar que corrido se volvería al Cielo y sería una pesada burla para quien interesa tanto en este celestial desposorio con que has de quedar rica y de buena ventura. Tenerla has muy grande si te halla velando en presencia de esta santa imagen (que era una que las monjas tenían en el coro con su hijo en los brazos). Por este medio te has de valer y alcanzar lo que deseas”. Hízolo así, y no como niña, sino como mujer, y muy mujer, enten- [242] dió la importancia de lo que su maestra la decía. Puesta de rodillas, suplicaba instantemente al esposo que se sirviese de admitirla a la honra y lugar que ocupan las que recibe por esposas suyas, y que la dé un anillo que sea señal de la merced recibida y conocimiento de la obligación en que quedó “de no admitir en mi corazón otro amor, siendo toda del que se ha servido de desposarse con mi alma y echar de ella el amor de todas las cosas terrenas”. Estando continuando su oración con mucho espíritu, el santo niño se descolgó de los brazos de su madre y llego a la novicia y la puso el anillo en el dedo, favor que, por grande encarecimiento, refieren las historias de las bienaventuradas Santa Inés y Santa Catalina, vírgenes y mártires.

Con este tan singular regalo, quedó regaladísima la novicia, tan aficionada y tan llevada del amor de su celestial esposo que, dende en adelante, todo cuanto los mundanos llaman grandeza era de ninguna consideración para ella. Con el cuidado que la maestra estaba de lo que podía haber acontecido a una niña que, vencida del sueño, se quedara dormida, y representándosele no fuese su desdicha la que la de las vírgenes locas dice el Evangelio, se fue para ella, preguntándola de la manera que había pasado aquella noche y si la había pasado toda en vela. Respondió que sí, diciendo: “No he dormido madre, sino velado, que me ha importado mucho el cumplimiento de vuestro consejo, porque ha venido el Esposo y me ha dado este anillo (y mostrósele) con que he quedado muy rica y de buena ventura”. Con este anillo vivió la monja toda la vida, con las obligaciones en que tal don le había puesto, el cual le conservó muchos años en esta santa casa y, como era venido del Cielo, no sabían cómo se llamaba la piedra que en él estaba engastada, ni de qué color era. Con el tiempo desapareció, sin saber el cómo, llevándole a los enfermos. Con estas arras que la dio su Esposo y con el soberano desposorio que con ella había concluido el Rey del Cielo, quedó tan llena de gracia y de dones divinos que, como otra Inés romana, vivió consagrada a todo el servicio de su Esposo, con olvido de todo lo que no es esto. Nunca perdió de vista el nombre del Esposo. En el corazón tenía puesta su memoria, allí se encaminaban sus pensamientos y deseos, sin que en su alma entrase ninguno que fuese de la Tierra. Vivía tan santamente que sus ejercicios todos eran coro, oración, arrebatamientos, ayunos, abstinencias, penitencias y mortificación, abrasado siempre el corazón en holocausto, dándole todo entero a Dios, teniendo a buena dicha que se quisiese servir de él. Tuvo continua guerra con el demonio, que la hace sangrienta a los que se tienen por esposas de Jesucristo. Representábasele con figuras horribles, que, cuando el cobarde no puede más, ni hacer el daño que querría, busca invenciones que al cabo se resuelven en humo. Con todo eso, esta sierva de Dios tenía en el coro una arca llena de joyas que eran cilicios, cadenas y disciplinas, y andaba hecha sangre. Aquí se acogía a valerse contra estos embustes del demonio, como de enemigo capital suyo y de las armas con que los siervos de Dios le hacen guerra, que para él son veneno las disciplinas, cilicios y cadenas, que le matarían de rabia si la perpetuidad de su estado diera lugar a ello.

Su tránsito fue tan glorioso como su vida y su muerte preciosa en el acatamiento de Dios, acompañada de favores del Cielo. Enterráronla en el monasterio de San Frontes, donde vivían las religiosas. Dejaron en su santa sepultura una rejuela por donde sacaban la tierra que cubría su cuerpo virginal, con que se remediaban muchos enfermos, socorriéndose de aquellos polvos, sirviéndose el Señor de remediar sus necesidades por aquel camino. Con la tierra donde estuvo puesto lo interior del cuerpo del bienaventurado San Raimundo, sana Dios muchas [243] enfermedades y lo mismo hace con la que sacan los fieles de una capillita del monasterio de Caleruega donde nació el glorioso Santo Domingo. Ese mismo privilegio quiso el Señor que tuviese la tierra donde estaba el cuerpo de esta su sierva. Tuvo un tullido muchos años tan acabada salud que le traían en un carretón por no poderse menear. Lleváronle a la sepultura de esta santa monja, por la rejuela tocó la tierra, suplicándo la favoreciese la santa, y al punto cobró salud y se levantó y dejó el carretón para siempre. Diole Dios gracia particular contra los endemoniados, que como había rendido a Satanás tantas veces en vida, esa virtud tenía cuando los espiritados llegaban a su sepultura, y así traían muchos a ella y, llegando a poner las manos o pies en ella, huía el demonio y quedaban libres, que en las cenizas de esta santa Virgen puso Dios fuerza contra la del Infierno.

Había en el convento una religiosa que, aunque lo era mucho y tenía por tal a soror Inés, no la reverenciaba como a santa ni su fe llegaba a tenerla por tal. El día que trasladaron su cuerpo desde San Frontes a la casa donde ahora están, cuando llegó el arca en que los religiosos la traían, salieron todas las monjas con mucha devoción a recibirle cantando el Te deum. Esta religiosa se quedó rezando en el coro que, aunque la rogaron que saliese como todo el convento a recibir aquellas santas reliquias, respondió que tenía a soror Inés por buena monja, mas no por santa. Esta soror María Henríquez (que así se llamaba esta religiosa) muchos años había estado enferma de un cancro o zaratán en el pecho, y había crecido tanto que era como una buena manzana. Los médicos la tenían desahuciada, juzgando la enfermedad por incurable; sobre negocio desesperado, un gran cirujano se ofreció de hacer la experiencia de abrirla el pecho y ella se resolvió de ponerse en tan rigurosa cura, pues aventuraba el ganar mucho, acertando a salir con ella y perder poco, no teniendo por otra vía esperanza de vivir. Hallándose las cosas en este estado, sucedió la traslación que se ha dicho y pusieron el cuerpo de la sierva de Dios en la capilla del Espíritu Santo adonde ahora está. Una grande amiga de la enferma tenía mucha pena de los cauterios que había de padecer su amiga, y lo que más se debía sentir es que con tan extraño martirio no se aseguraba la salud. Con este cuidado, sacó un hueso del cuerpo de la santa y llevósele, pensando que, por este camino, se vencería su incredulidad y se valdría de las oraciones de soror Inés. No fue así, porque, aunque puso el hueso en el pecho del zaratán, sería con tan poca fe, que ni suplicó por el favor de la sierva de Dios, sino que, llevándole a la celda, le puso en el arca. Pasando por la capilla donde estaba la santa, comenzó a sentir nuevos movimientos en el alma, reduciendo el Señor su dureza a mejor estado, y, como en el alma sintió nueva mudanza, acompañose de nuevos principios de salud. Con esto, se entró en la capilla y, puesta de rodillas delante del sepulcro de soror Inés, condenando su dureza, la pidió perdón de su obstinación e incredulidad, con tan grande abundancia de sus suspiros y lágrimas que a las voces y ruido se juntó buena parte del monasterio. Comenzó a cubrirse la enferma de un sudor tan copioso que el cuerpo todo corría agua. Con esto la llevaron a su celda y, cuando cesó este sudor, la dureza del pecho quedó tan blanda como un poco de agua y sintió notable mejoría. El día siguiente, que era cuando la habían de dar el cauterio, vino el cirujano a hacer la cura. Diole cuenta la portera de todo lo que Dios había hecho en la persona de la enferma por intercesión de soror Inés y, pareciéndole que no era posible lo que le habían referido, quiso hacer experiencia y ver el estado en que se hallaba el zaratán. Viole y halló que se había ablandado su dureza como está dicho y [244] así se fue sin tocarla ni aplicarle medicina alguna, y, sin hacer otra diligencia, se resolvió de todo punto el zaratán, y la monja quedó sana y trocada la incredulidad en conocimiento de la santidad de soror Inés.

Soror María de Arévalo, religiosa de la misma casa, de una enfermedad quedó tan tullida que no podía andar sino con dos muletas. Quísose valer de la intercesión de soror Inés. Ofreció una novena, y el primer día que la comenzó, hallándose en su capilla, tuvo un gran sudor que la obligó a irse a su celda. Lo mismo sucedió todos los días que duró la novena hasta el fin del último día y, con el mismo sudor, se sintió sana. En testimonio de lo cual dejó las muletas en la capilla.

Enfermó en esta ciudad doña María de Ayala, mujer de Hernán Gómez, caballero principal. Fue la enfermedad una grave apoplejía que la puso en grande aprieto e hicieron muchos remedios sin que ninguno le aprovechase. Pidió una reliquia de esta bendita monja y, llevándosela, la recibió devotamente; luego quedó sana. Su marido, en memoria y fe de este milagro, hizo pintar un crucifijo y a la sierva de Dios puesta de rodillas ante él, el cual se puso en su capilla. El Conde de Alba de Liste, don Diego Henríquez, mayordomo mayor de la reina doña Margarita [2], nuestra señora, de una grave enfermedad llegó muy al cabo de la vida. Era este señor amadísimo en toda la ciudad y así se hicieron particulares diligencias con Nuestro Señor, pidiendo su salud en procesiones públicas. Lleváronle muchas reliquias sin que con ninguna de ellas sintiese mejoría. Creciendo el peligro cuando más saltaba la esperanza de cobrar salud, lleváronle una reliquia de soror Inés y, en tocándola, comenzó a mejorar y cobró en breve tiempo salud.

Diole a la madre María de Barrientos, religiosa de esta casa, una perlesía tan recia que la tomó toda la cabeza y un lado con un terrible temblor de todo el cuerpo y tan gran flaqueza que no podía hablar palabra. Afligidas las religiosas, viendo sin remedio a su hermana, la llevaron delante del cuerpo de la sierva de Dios, y, haciendo oración por ella, se la ofrecieron. Fue Dios servido que luego cesó el temblor y, poco a poco, fue mejorando hasta que cobró el hablar y entera salud. Otra religiosa sanó milagrosamente de una hinchazón muy peligrosa por la intercesión de la santa. Otros muchos milagros se refieren de la sierva de Dios, que por abreviar se dejan.

Notas

[1] Se refiere al convento de Santa María de las Dueñas de Zamora.

[2] Se trata de la reina Margarita de Austria, hija de Maximiliano II de Habsburgo y su esposa, María de Austria y Portugal. Se ve, por lo tanto, que los milagros de Inés ocurren años después de su fallecimiento.