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María de Ajofrín

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Capítulo décimo tercio
[Fol. 263v] De grandes effectos eran las oraciones desta sancta virgen, y ellas eran las armas con que se valía y en ellas buscava el remedio en todas las cosas. Una vez se vio muy affligida por la grande hambre que havía en la ciudad a causa de las muchas aguas y mucha creciente del río, que no dava lugar a las moliendas. Çinco días antes de la solemníssima fiesta de la Natividad de Nuestro Redemptor, no durmió en toda una noche entera, y viendo que la hazía clara y serena, se subió a un terrado donde veýa el río, y haziendo sobre él la señal de la cruz y bendiçiéndole, se bajó luego a un secreto oratorio y derribó en el suelo a orar, puestos los brazos en cruz. Detuvose grande espaçio en esta manera de oraçión y penitencia, supplicando a la sacratíssima Virgen María, Nuestra Señora (en quien tenía singular devoçión y la tenía por particularíssima señora y abogada) pusiesse su intercesión y pidiesse a su hijo benditíssimo que no mirase a los peccados de aquel pueblo, sino a su misericordia, y súbitamente vio en el oratorio un gran resplandor, apareçiéndole la madre de Dios que le dixo: “Las aguas que en tantos días as visto avían de caer en muy pocos; y la mayor parte en esta çiudad por los pecados que en ella se cometen, mas por tu interçessión y supplicaçión mía, ha alçado Nuestro Señor la mano de su yra”. A todo esto, estava la sierva de Dios María de Ajofrín atenta, los ojos abiertos y las manos alçadas, viendo a la Sacratíssima Virgen María y oyendo sus palabras divinas y regaladas, hasta que se desapareçió, y en ese punto cayó en el suelo la bendita donzella y estuvo algunas horas sin sentido. Quando bolvió en sí, se levantó con un maravilloso esfuerço del cuerpo y del alma, y ninguna de las hermanas entendió este acaesçimiento, ni le descubrió sino al prior de la Sisla.
El deán de la santa yglesia de Toledo, que vio la llaga en el costado, con la fe y confiança que tenía en las oraçiones desta bienaventurada, le pidió hiziese oraçión por la paz de çientos de personas discordes de la corte, y la sierva de Dios se subió al mismo terrado una mañana antes del día, en las octavas de la Resurrectión el año mill y quatrocientos y ochenta y quatro, y mirando [fol. 264r] el çielo y suplicando a Nuestro Señor por la paz de aquellos cavalleros cortesanos vio un gran resplandor en el lugar donde naçía el sol, y estúvole mirando hasta que fue hora que saliese el sol, y mirávale sin ningún impedimento tiniendo los ojos fixos en él. Vio ansimesmo el sol que tenía una abertura y ventana, que pareçía más adentro el çielo y salían d’él mayores rayos de claridad y una cruz de oro resplandeçiente, y vio uno en el ayre muy lexos de sí (que le pareçía como la luna) que peleava con otro, y pasado algún espaçio bolviéronse las espaldas el uno al otro. Esta vissión vio hasta aquí, y no pasó delante porque subió al terrado a aquella hora una de las hermanas religiosas, mas puédese creer que por su oraçión se allanó aquella discordia de los cavalleros cortesanos, pues al cabo se hizieron las pazes.
Estando, otra vez, el día del triumpho de la cruz cerca del alva rezando y mirando al çielo y pensando en las grandezas d’él, vio unas llamas, de aý a una hora abierto el çielo, y que por allí salía el sol y se conoçían todas las hermosuras del Çielo. Y luego, otro día, a la hora de terçia, estando en una ventana rezando en un libro, vio cerca de sí un rostro como el de la luna, con muy gran resplandor, y dentro d’el como dos formas de hombres que peleaban el uno contra el otro, y que caýa mucha gente muerta. Dize el prior, que escrivió su historia, que este día prendieron los moros al Conde de Çifuentes.
La santa María de Ajofrín (como la voluntad agena era la suya) declaró al prior de la Sisla todas estas particularidades por tenérselo mandado por obediençia, y esta la forçava y compelía a manifestar lo que ella no quisiera. Son tantos los secretos celestiales que se hallan que le fueron mostrados que sería cosa prolixo ponerlos todos, pues querer hablar en su trato, conversaçión, charidad y menospreçio sería lo mismo. Ella era humildíssima, que en el vestido y trato de su persona lo mostrava bien, y se conoçía en las obediençias y en todas las otras occupaciones y exerciçios humildes, y entre todas era la que con mayor llaneza se mostrava humilde, sirviendo y obedeciendo. Si acaso en el monasterio havía entre ellas differencias (que entre las religiosas ordinariamente son todas niñerías y cosas de poco momento), María de Ajofrín era la que las concordava, porque de aquellas cosas pocas no viniessen a mayores pesadumbres y se abrasase un monte con una çentella.
Buenas prendas tiene de ser hija de Dios la que tiene el alma tan pacífica como esto, que como el mismo Dios dize en el evangelio, naçe todo esto de la charidad, reyna y señora de todas las virtudes. Esta sancta la tenía bien raygada en su coraçón y aposentada con mucha riqueza de adereços de adorno y serviçio, como a madre de todas las otras sanctas virtudes.
==Capítulo décimo quarto==

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