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Juana de la Cruz

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Capítulo XXIV
Permitía Nuestro Señor, por la virtud y sanctidad de esta bienabenturada, que las personas que le heran muy devotas y se le encomendavan en su ausençia a ella y a su sancto ángel, fuesen rogadores ante la Magestad Divina, la viesen algunas vezes en su tribulación; en espeçial algunas religiosas estando en sus monasterios, no haviéndola visto en su vida, mas del conoçimiento que tenían de su sanctidad, por la qual la comunicavan espiritualmente por cartas, encomendándose a su sancto ángel. E a ella le pareçía la vían delante de sí, y en ese ynstante se les desa- [fol. 113v] pareçía, y dezían la figura de su gesto y cuerpo, las quales señas serán verdad assí como lo dezían.
Acaesçió que enfermó una gran señora en el palaçio del emperador, estando la corte en Madrid, que se llamava Doña Ana Manrique, la qual tenía gran devoçión y crédito con las graçias que conoçía que Dios havía puesto en esta bienabenturada; , a causa la amava mucho, e la tenía por su madre espiritual, y se comunicava con ella assí con cartas como por visitaçión con su propia persona. Y estando enferma de un peligroso dolor de costado, hizo ella luego mensagero a esta sancta virgen, diziendo quán mala estava, de las quales nuevas la bienaventurada se compadesçió, y con entero cuydado rogó por su salud. Y llegada esta señora al punto de morir, resçividos los sacramentos de la sancta madre Yglesia, teniéndola ya por muerta, plugo a Dios por su misericordia y ruegos de esta sancta virgen dalle mexoría. Y de que estuvo algo aliviada de su enfermedad, embió mensajero con carta a esta sancta virgen, que por madre tenía, diziendo por su letra que estava mejor de su enfermedad, lo qual creýa y savía también como ella, que la havía ydo ha ver en espíritu y la havía dado salud con el poder de Dios; y esto no le negase, pues savía dezía verdad, que la havía visto y conoçido el día seteno de su dolor de costado. Haviendo resçivido la sancta unçión, desauçiada de los físicos, estando muy congojada haçia la noche, ençendida ya candela, assentada en la cama, le pareçió por la delantera de la cama haverla visto, con su ábito y escapulario e tocas, subir sobre su cama, pasando por ençima de su persona, y la tomó por las espaldas, y la apretó en espeçial en el lado, donde tenía el dolor; y con gran plazer, havía dicho ante todos, lo más alto que pudo: “Havéys visto a mi madre Juana de la Cruz, verdaderamente ella es, que yo he sentido me a tocado por las espaldas, y súpitamente se me a quitado el dolor. Y desde aquella hora estoy mejor, y puedo comer, y voy cobrando salud. A Nuestro Señor muchas graçias por ello. Y vos, madre mía, no me neguéys esta verdad que digo y por tal la tengo pública”.
Y la bienabenturada se maravilló de lo que esta señora le scrivía, y dixo no creyese en tal cosa [fol. 114r] como aquella. Y enportunada de las religiosas les dixese cómo havía sido, pues en la corte estava público, respondioles: “No penséys, amigas, salió de mí esta caridad de yr a ver aquella señora, sino de mi sancto ángel, porque estándole yo suplicando rogase a Dios por su salud, dixo: ‘Bien será que la vamos a ver, pues es tan tu devota, y está agora en tan estrema necçessidad, que para el tiempo de las neçessidades es el socorro de las buenas amigas’. Y assí fuymos a verla. Y quería anocheçer quando fuymos, que en su cámara ya tenían ençendidas candelas, y mandome mi sancto ángel subiese sobre su cama y la tomase por las espaldas, y la sanctiguase en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Spíritu Sancto, y también la sanctiguó mi sancto ángel. Y si ella sanó, fue porque ella sanctiguó. Y estoy maravillada permitir Nuestro Señor me viese ella a mí, y no a mi sancto ángel, que yo creýdo tenía no me havía visto. Ya que veníamos de ver a esa señora, mostrome en la misma villa de Madrid un hombre que estava espirando. Y en acabando de espirar, vi cómo vinieron los clérigos con la sancta cruz, y entraron en la casa del difunto a encomendarle el cuerpo. Y yo pregunté a mi sancto ángel quién hera aquella persona difunta. Respondiome: ‘Persona es que te pesará arto dello’. E no me dixo más. Y tornando yo en mis sentidos, conoçí era nuestro devoto Gonçalo de Durango, y por eso dixe entonçes hera difunto”.
Estando una religiosa en pasamiento, la qual hera del monasterio y compañía de esta bienabenturada y havíanla sacado a fundar otra casa y murió allá; y estando ya çerca del fin de su vida, tenía muy gran desseo de ver a esta bienabenturada, porque la amava mucho, por la graçia de Dios que morava en ella. Y estando con este desseo, dixo como a manera de alegría: “Ela, ela allí, a mi madre Juana de la Cruz”. Y diziéndole que no lo creyese, que antojo hera, respondió: “Por çierto no se me antoja, que muy bien la conozco, y conozco ser verdad en lo mucho que mi ánima se a consolado con su vista”.
Acaesçió por el mes de julio que, estando al torno el padre confesor del monasterio donde morava esta bienabenturada, vino por el campo un carnero dañado de rabia, [fol. 114v] y entró hasta donde él estava, y con mucha ansia le hirió con los cuernos, hechándole mucho bafo y espumajos. Y como estava solo, no se podía defender d’él. E ydo el carnero huyendo, que no pudo pareçer más, el padre, por entonçes, no hizo caso de lo que havía pasado. Y estando después assentado a la mesa para comer, vínole un gran temblor y miedo de la rabia que traýa el carner, y desmayósele el coraçón. Y assí le llevaron a la cama, muy fatigado. Y saviendo la sancta virgen en la dispusiçión del padre y la causa de que le havía venido, pesole mucho, y embiole a dezir que se esforçase, que no sería nada, que ella ternía cuydado de rogar por su salud; el qual se consoló con estas palabras, y dixo, lo que le huviesen de dar de comer, lo llevasen a esta bienabenturada y lo santiguase. Y assí lo hizieron quatro o çinco días, y él siempre yba empeorando, hasta tanto que confesó, pensando que se havía de morir, y ella siempre le dava esperança de salud, teniendo cuydado de rogar a Dios por él. Y assí fue como ella dezía: estuvo bueno. Y recobrada la salud el padre confesor, dixo la sancta virgen: “Dios alumbró al padre de embiar a que sanctiguase yo lo que él havía de comer, que el Señor, por su misericordia, me a dado graçia sera compañera con sancta Quiteria para el mal de rabia”.
Una religiosa tenía un zaratán en el pecho, tan grande como el puño, muy peligroso. Y esta bienabenturada rogó mucho a Dios y a su bendita Madre por ella, y al cabo de un mes, se halló sana como si nunca le huviera tenido, lo qual se tuvo por milagro. Y a otra religiosa se le hizo una muy mala, nasçida en el brazo. Y abriéndosele un phísico para sacársela, ya que hera sacada y la llaga yba çerrando, la qual no estava sana, porque le havía caýdo fuego de Sant Margal sant Marzal en la llaga, lo qual el físico que la curava no havía conoçido, ni otra ninguna persona lo savía, sino esta bienabenturada, que rogando por esta enferma a su sancto ángel, le dixoél: “El más “Más mal tiene, ¿qué piensas tú?. “Ruegas Ruegas solamente por la llaga, y ale caýdo en ella fuego de Sant Margalsant Marzal, y es tan reçio, que si Dios no lo sana por milagro, morirá en treynta días”. Y oyendo esto la sancta virgen, se angustió mucho. A algunas religiosas del monasterio, y en el braço de la enferma, pareçía tener aquel mal, porque se le haçían empollas ençima de la señal de la llaga. Y esta [fol. 115r] bienabenturada, rogando mucho por ella a su sancto ángel e a otros sanctos de la corte çelestial, que rogó la ayudasen a rogar a Nuestro Señor, Su Magestad sanase la tal persona de tan cruel enfermedad, plugo a su divinal clemençia oýr los ruegos de esta sancta virgen, por los quales fue librada la enferma de aquella enfermedad.
Otra religiosa tenía muy malas las ençías de la boca y gran dolor en las raýzes de los dientes y muelas. E fue muy angustiada a esta bienaventurada, la qual savía mejor su enfermedad que ella, que la tiene. Y en viéndola, le dixo: “Ven acá, amiga, ¿cómo nunca me havéys dicho que estáys mala de la boca? Arta pena tengo yo dello, e rogado por vos a mi sancto ángel, y él también ruega a Dios por vos os dé salud”. La religiosa, agradeçiéndole el cuydado que de su salud que tenía, diole quenta de su mal, y rogole la sanctiguase y mandase hazerle alguna mediçina, que ella tenía esperanza en Nuestro Señor que por sus ruegos sería sana. La sancta virgen le respondió: “Ya es algo tarde para curaros, porque os a caýdo cançer en las enzías y raýzes de los dientes. Mas no os entristezcáys, que poderoso es Dios para daros salud, y vuestra fee, devoçión lo mereçiera”. Y mandole haçer una muy liviana cosa, y en muy breves días cobró muy entera salud.
Otra religiosa tuvo muy gran dolor de una espalda e lado por çiertos meses, y le dava muy grande pena. Y mexorando de este dolor, entró en el offiçio de la coçina, y con el trabajo, tornole el dolor muy más reçio, y con tan grande ardor que pareçía se le quemava el lado y, con ello, muy gran dolor de caveça, en manera que con mucho trabajo hizo aquel día el offiçio de la coçina. Y de que huvieron comido las monjas, fuese a la çelda de esta bienabenturada, e díxole quán mala yba. Y haviendo mucha compasión della, [fol. 115v] preguntole si havía comido. Respondiole la religiosa: “No, no he comido, que los dolores no me dexan”. La sancta virgen le mandó, con mucha caridad, que se asentase a par de su cama y hechase la caveça ençima, y travajase por dormirse. La religiosa lo hizo ansí, y de que despertó, vido que estava elevada la bienabenturada, y hallose ansí sin niungún ningún dolor en el lado e caveza, e con tan buena dispusiçión y salud que fue muy alegre a hazer el trabajo de la coçina.
Yendo otra religiosa cargada, llevando çierta cosa, cayó entre unas piedras y desconçertose un hombro muy malamente. Y doliéndole mucho, fuese a esta bienabenturada y díxole cómo se le havía desconçertado un hombro y no podía menear el braço del gran dolor que tenía en él. Díxole la sancta virgen: “Amiga, traygan quien os le adobe”. Y no quiriendo la religiosa que viniese ninguna persona, respondió, diziendo: “Solamente quiero le sanctigue ella el hombro, y le tocase en él con sus manos”. La bienabenturada le dixo: “Por cumplir con vuestra devoçión, yo lo haré, aunque sea con trabajo mío”. Y llegándose la religiosa a ella, descubrió el hombro, : tocola en él con sus manos muy tullidas dos o tres veçes, nombrando el nombre de Jesús. Díxole; díxole: “tened “Tened esperanza en este sancto nombre que aquí havemos nombrado, que sanar es en su virtud”. Y assí fue, que luego otro día pudo mandar el braço sin ningún dolor ni lisión. Y de esta manera y de otras muchas hizo Dios, por esta sancta virgen, muchos milagros.
===Capítulo XXV===

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