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Beatriz de Silva

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Aunque ya con razón pudieran cesar las competencias y debates, todavía (aunque estaba esta bienaventurada enterrada) tornaron [476] las monjas de Santo Domingo a porfiar por llevar las reliquias a su casa y monasterio. A esta sazón llegó el padre fray Juan de Tolosa, y mostrándoles con mucha prudencia cómo no tenían razón en lo que pedían, hízolas apartar de su demanda a las dichas monjas, ansimismo a los frailes de Santo Domingo, que andaban pretendiéndolas. De manera que las religiosas compañeras de la dicha doña Beatriz de Silva quedaron en su libertad. Y desde aquel día se llamó el Monasterio de la Santa Concepción de Nuestra Señora, conforme a la Bula del señor Papa Inocencio Octavo y comenzaron a vivir según el Orden y Regla que la Bula les concedía, aunque las dejaron mucho sin desasosegarlas.
Acerca desto conviene que se sepa que, un día, siendo viva la bienaventurada doña Beatriz de Silva, yendo a Maitines (como tenía de costumbre) halló la lámpara muerta, y poniéndose en oración, viola manifiestamente encendida y luego oyó una voz (según ella después descubrió) que bajamente le dijo: “Tu Orden ha de ser como esto que has visto, que toda ha de ser deshecha por tu muerte”. Y ansí como la Iglesia de Dios fue perseguida en sus principios y después vino a florecer y a ser muy esclarecida, también tu Orden será ahora perseguida y luego verná a florecer y ser multiplicada por todas las partes del mundo; y será esto tanto, que en su primer tiempo no se edificará ningún convento de otra Orden, mas primero será perseguida de amigos y enemigos; y habrá en ella tanta tribulación que muchas veces llegará a ser asolada. Todo esto se ha visto a la letra porque, luego que la Orden comenzó en la ciudad de [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:Toledo Toledo], hubo en ellas tantas revueltas y grandes persecuciones que es maravilla cómo pudo perseverar, lo cual sucedió de la manera que aquí contaremos.
Después que las dichas religiosas compañeras de doña Beatriz de Silva quedaron en Santa Fe, que ya se llamaba de la Concepción, apartáronse de la obediencia del diocesano y sometiéronle a la Orden de nuestro Padre San Francisco, debajo del gobierno de fray Juan de Tolosa, que era entonces custodio de Toledo. Y en tiempo que allí estuvieron, que fue seis o siete años, hubo entre ellas algunas discordias porque sucedieron grandes tribulaciones y desasogiegos. Estaba cerca deste Monasterio de la Concepción otro que se llamaba San Pedro de las Dueñas, de la Orden de San Benito, adonde estaban unas monjas, aunque no eran reformadas. Era en esta sazón vicario provincial desta [477] provincia de Castilla fray Francisco Jiménez, el cual era confesor de la Reina doña Isabel y reformador general de todas las órdenes en los reinos de Castilla, por concesión del Papa Inocencio Octavo. Este cargo tuvo toda su vida, desde que fue electo. Y ansí, con parecer de la Reina, pasó las monjas que estaban en Santa Fe al Monasterio de San Pedro de las Dueñas, adonde quedaron juntas las unas y otras. Y por una Bula que para esto se trujo del Papa Alejandro Sexto, concedida el año de 1494, las monjas de San Pedro dejaron su hábito y Orden que antes guardaban y tomaron el de la Concepción y la forma de vivir de las monjas della. Y después, por autoridad apostólica, ansí las monjas de San Benito del Monasterio de San Pedro, que están súbditas a la Orden del Cístel, como las de la Concepción, recibieron la Orden de Santa Clara, por cuanto no se les había concedido esto, más de que estuviesen debajo de otra Orden aprobada. Hecho esto, el sembrador de cizaña metió entre ellas tal discordia que por tres veces se vino a despoblar casi el monasterio, no quedando en él sino muy pocas monjas, siendo perseguidas de todos, ansí de sus amigos como de los que no lo eran. De suerte que pasó este negocio de la forma y manera que le fue revelado a la dicha doña Beatriz de Silva, llegando cerca a punto de perderse esta Orden. La cual fue determinado por el dicho padre fray Francisco Jiménez, como reformador general de las Órdenes, se quitase del todo, por parecer convenir para sosiego del dicho monasterio. Más porque Nuestro Señor tenía para honra de su Madre ordenada otra cosa, fue servido dar orden que dentro de pocos días tornasen al dicho monasterio las monjas que d’él habían salido. Y de allí adelante estuvieron con mucha paz y sosiego y en mucho amor y amistad las unas con las otras.
<strong>De cómo se trujeron al Monasterio de la Concepción los huesos de la bienaventurada doña Beatriz de Silva</strong>
Este Monasterio de la Concepción de [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:Toledo Toledo], ansí como es cabeza de los que desta Orden se han fundado, por el consiguiente resplandece en grande religión y santidad y en todo género de virtud. Una de las cosas de grande estima que en este monasterio hay es estar en él los huesos de la bienaventurada doña Beatriz de Silva, los cuales están en el Coro, a la mano derecha en un hermoso lucillo, y tiene encima las imágenes de Santa Ana y de nuestro Padre San Francisco y de San Antonio de Padua, que, siendo viva la dicha doña Beatriz, había dicho deseaba mucho estas imágenes estuviesen sobre su sepultura después de muerta. Los huesos desta sierva de Dios fueron trasladados del Monasterio de la Madre de Dios de Toledo, que es de monjas de la Orden de Santo Domingo, al de [480] la Concepción, y la razón porque estaban allí es esta: doña Beatriz de Silva era tía de la priora y supriora del Monasterio de la Madre de Dios. Y cuando la Casa de San Pedro de las Dueñas se vino a despoblar (como arriba se dijo), entre las monjas que se salieron, fue una dellas doña Felipa de Silva (que a la sazón era abadesa y sobrina de la dicha doña Beatriz) con otras ocho monjas con intento de ir a Portugal, aunque después volvió a Toledo y murió en el Convento de Santa Isabel y llevó consigo los huesos de su tía doña Beatriz, que estaban en San Pedro de las Dueñas, adonde los habían llevado cuando se pasaron de Santa Fe. Pero, yéndose la dicha doña Felipa a despedir de la priora y supriora del dicho convento de la Madre de Dios, que eran sus primas, parecioles a ellas que era inconveniente llevarse los huesos consigo por no saber dónde habían de parar. Y ansí por su consejo los dejó a guardar en el dicho monasterio hasta ver lo que Dios hacía dellas. Plugo a Nuestro Señor dar orden volviese la dicha doña Felipa de Silva con las demás al Monasterio de San Francisco, que ahora se llama de la Concepción. Y puestas en quietud y sosiego, enviaron a rogar al Monasterio de la Madre de Dios les diese los huesos de su fundadora que allí tenían, lo cual por ruegos ni por otro medio alguno lo quisieron conceder. Viendo esto el abadesa, doña Catalina Calderón envió sus recaudos a Roma y hecha relación desto al Papa, dio su Santidad un breve, mandando, so graves penas y censuras, que dentro de tres horas después de su notificación, diesen los dichos huesos a las monjas de la Concepción. Y en cumplimiento deste mandato los dieron dentro del término señalado, los cuales, llevados al Monasterio de la Concepción, se pusieron en una arca mientras que el luzillo se labraba. Y después de acabado, pasándolos a él sintió el hombre que en esto entendía gran fragancia de olor de grandísima suavidad, el cual, apartándose, luego dijo llamasen a algún sacerdote para que tratase aquellos huesos porque sin duda eran de santos según el buen olor que dellos salía. Llamaron luego al confesor de las monjas para que los pusiese en el luzillo; y ansí el confesor como las monjas que allí se hallaron sintieron tan suave olor que todos sus sentidos fueron maravillosamente recreados y recibieron también en el alma muy grande consolación. Desta manera tuvo por bien Nuestro Señor mostrar cuán agradable le había sido la santa conservación de su sierva y la devoción singular que a la Purísima Concepción de su Madre había tenido, en cuya persona [481], es dicho en el Eclesiástico, según lo aplica la Iglesia, que los que sacaren a luz sin pureza, alcanzarán la vida eterna.

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