Leonor Venegas

De Catálogo de Santas Vivas
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Leonor Venegas
Nombre Leonor Venegas
Orden Dominicas
Títulos Monja del convento de la Tercera Orden de Santo Domingo de Córdoba
Fecha de nacimiento Final del siglo XV
Fecha de fallecimiento 1556
Lugar de nacimiento Córdoba
Lugar de fallecimiento Córdoba

Vida impresa

Ed. de Bárbara Arango Serrano y Borja Gama de Cossío; fecha de edición: octubre de 2023.

Fuente

Juan López, 1613. Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba. (Fuente: Imagen propiedad de la Universidad Complutense de Madrid. CC BY 4.0 [Digitalizado por Google])
  • López, Juan, 1613. “Libro primero de la tercera parte de la historia general de Santo Domingo”, Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba, 230-235.

Contexto material del impreso Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores.

Criterios de edición

Esta crónica está escrita por Juan López, obispo en la ciudad italiana de Monopoli. En la tercera parte se incluye la vida de santos de la orden, se aborda la fundación de los diferentes conventos en los dos primeros siglos de los dominicos en Castilla y se añade la vida de destacadas religiosas, aunque se hace referencia también a las religiosas que viven en las fundaciones hasta la publicación de la crónica en los conventos fundados.

Aquí nos encargamos de las religiosas que viven en los siglos XV-XVI cuyo foco de actuación es anterior a 1560 (aunque mueran después de esta fecha), es decir, antes del auge de Santa Teresa. Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo: se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.) y se eliminan las consonantes geminadas. Además, se expanden las abreviaturas, aunque algunas como N. S. (Nuestro Señor) o N. P. S. (Nuestro Padre Santo) se respetan en el texto. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza y se adaptan las normas acentuales a sus usos actuales. Finalmente, se moderniza también la puntuación, la acentuación y el uso de aglomerados.

Vida de Leonor Venegas

[228]

Capítulo LIII

De algunas siervas de Dios de la Tercera Orden de Santo Domingo en la ciudad de Córdoba

[…] [230] […] Entre todas estas señoras beatas, la que más se señaló en santidad y en otro cualquier género de virtud fue doña Leonor Venegas [1], de la cual se dicen muchas y muy grandes maravillas y que tuvo tan particulares revelaciones que, si en los que la alcanzaron y en los confesores que la confesaron hubiera cuidado de hacer memoria de todas y escribirlas, se pudiera hacer un gran volumen. Pero diremos lo que se ha podido saber de algunas personas pías y de otras que hoy viven y con ella trataron y comunicaron. Fue esta santa hija de muy nobles padres, naturales de esta ciudad de Córdoba, de los cuales descienden los señores de Luque y Hernán Núñez, casas muy principales en Córdoba. La cual, aunque en su mocedad fue [231] muy hermosa y por extremo galana, pero siempre muy virtuosa y honesta, muy devota y temerosa de Dios y que frecuentaba muchas veces los divinos Sacramentos, pero, queriéndola el Señor traer a mayor perfección y hacerla una grande santa, sucedió que, siendo muy moza, concertaron sus padres de casarla con un caballero de esta ciudad y, hechos los capítulos y los conciertos del casamiento, sucedió que al caballero le diesen otra señora con más dote que a ella le daban sus padres, por la cual el casamiento se desconcertó y el caballero se casó con la otra. Sintió esto la buena doncella grandemente, que solo por mayor dote dejasen por otra, siendo de tan buenas partes calidad y hermosura como hemos dicho, y, de pena, cayó en una muy grave enfermedad que le puso en tanto extremo y aprieto que para morir le llevaron el hábito de nuestra orden. De esta enfermedad fue Dios servido de sacarla para, por estos medios no conocidos a los hombres, hacerla tan grande como santa como fue después. Cuando se vio sana y libre de tan grave enfermedad, habiéndole Dios mudado sus propósitos, pareciole que, pues el esposo temporal le dejaba por dineros, buscar el esposo de su alma, que es Cristo Nuestro Señor, dándose a él muy de corazón y muchas veras. Para lo cual le pareció buen medio tomar el hábito de la Tercera Orden de Nuestro Padre Santo Domingo, que es el de las beatas; encomendando esto muy de veras a Dios en sus oraciones, al fin se determinó en pedirlo y lo recibió por manos del padre prior de este convento, el cual fue para ella de mucha alegría espiritual y contento, y, así como se vio con hábito de penitencia, pareciole era bien conformar el hecho con el nombre y así comenzó con tantas veras a ejercitarse en obras de penitencia, no solo a guardar el rigor de la religión, en comida, vestido, ayunos y los demás rigores de la orden, sino que comenzó a tener tan rigurosa abstinencia que no comió otra cosa hasta la muerte sino hierbas cocidas, comiendo muchos días solo pan y agua. Vino a ser esta abstinencia tan rigurosa que se le vinieron a cerrar las ventanas de las narices sin poder resollar, diciendo los médicos que la causa de esto era la sequedad del cerebro, causado por la mucha y rigurosa abstinencia que tenía. Andaba siempre descalza y la cama, luego que tomó el hábito en su mocedad, fue el duro suelo con una piedra a la cabecera y, por algunas enfermedades y achaques, andando el tiempo, descansaba en una tarima de madera con una alfombra encima y de ella usó toda su vida, así en salud como en cualquiera enfermedad hasta que en ella vino a morir. Traía siempre un cilicio que era un rayo de hierro casi de una cuarta en ancho muy apretado con sus carnes, y tanto que, después de muerta, cuando se le quitaron, arrancaron con él algunos pedazos de carne que entraban por los agujeros del rayo. Y después de ya muerta, le llevaron a un niño que se estaba muriendo y, en poniéndoselo, volvió en sí, quedando luego bueno y sano, lo cual se atribuyó a milagro por estar el niño acabando y ser la salud tan repentina. Tomaba muchas y muy frecuentes disciplinas y las ordinarias eran tres cada semana hasta derramar la sangre y bañar con ella el suelo.

Fue de muy grande caridad para con los pobres, pues, habiéndoles dado toda su hacienda que heredó de sus padres en buena cantidad, hilaba todos los días de trabajo dos onzas de algodón, cosa que parece imposible para una mujer ocupada en cosas tan diferentes de penitencias y otras cosas muchas a que acudía, con que sustentaba en su casa cuatro pobres enfermos y les hacía las camas y los consolaba con palabras de edificación y exhortación a tener paciencia en sus enfermedades. Otras muchas veces, estando en casa de sus padres, donde estuvo lo más de su vida, salía por un postigo falso de noche a los hospi- [232] tales y llevaba a los pobres algunas particulares limosnas y algunas veces ropa para las camas, hasta echarse un colchón a cuestas y llevarlo a un hospital, por hacer la obra de caridad más en secreto, lo cual hacía ella contra voluntad de sus deudos, y, así, cuando llegaba a [2] esto a su noticia, la reprehendían y reñían, pero no por eso dejaba la santa beata de ocuparse en estas y otras semejantes obras de caridad y limosna.

Yendo un día de la Ascensión a la iglesia, encontró en la calle con un pobre que le pidió limosna con grande encarecimiento, representándole mucha necesidad y pobreza, al cual socorrió con la limosna que entonces pudo, significándole que, de muy buena gana, le diera más si al presente tuviera. Fuese el pobre y, estando ella en la iglesia en misa, lo vio en la capilla mayor, el cual en su presencia súbitamente desapareció, de donde se colige haber sido el pobre a quien dio la limosna Cristo Nuestro Señor, que se le había aparecido en figura de hombre necesitado.

Frecuentaba muchas veces la oración y, casi todas las noches, gastaba en ella de rodillas en su oratorio, y, siempre que estaba en la iglesia, estaba en ella con grandísima devoción y muchas lágrimas, lo cual fue causa de que Dios le revelase grandes y particulares cosas.

Tenía esta santa costumbre a todas las personas con quien hablaba y trataba, al cabo de la plática, pedirles rezasen por ella a Nuestra Señora un Ave María. Visto esto por una familiar suya, díjole que para qué pedía a todos indiferentemente rezasen un Ave María, pues habría muchos que estaban en pecado mortal, las oraciones de los cuales no le serían de provecho, de lo cual la santa se afligió grandemente, proponiendo de allí adelante no pedir el Ave María. En este tiempo, fue un día al convento de Nuestra Señora de las Mercedes, que está extramuros de esta ciudad de Córdoba y vio, en un muladar que estaba en el campo, una mujer cubierta con un manto que, de entre la basura del muladar, socavaba unos copitos de nieve albísima y limpia, guardándolos en el cabo del manto, y no sabiendo que fuese aquello, pidió en la iglesia de dicho convento a Nuestro Señor le descubriese lo que significaba aquella visión, a la cual le fue respondido que aquella mujer que cogía los copos de nieve era ella que, de entre el muladar de muchos pecadores a quien pedía las Ave Marías, sacaba algunas de personas que estaban en gracia del Señor y representábanse por los copos de nieve, por ser en los ojos de Su Majestad más puras y limpias que la misma nieve, diciéndole también no dejase, de allí adelante, de pedir las Ave Marías, como en efecto lo hizo.

Fue una vez esta santa al convento de la Madre de Dios, que es de los terceros de la Orden de San Francisco, que estaba entonces extramuros buen trecho de la ciudad, a visitar una imagen de Nuestra Señora que allí tenían los frailes de mucha devoción, la cual mudaron ya a otro sitio donde ellos fundaron convento más cerca de la ciudad. Con esta imagen tenía la santa particular devoción y, estando de rodillas, le pidió con encarecimiento el buen suceso de un negocio que trataban unos deudos suyos, para lo cual le habían pedido sus oraciones. La santa imagen le respondió que no tratasen de aquel negocio porque no les está bien, ni saldrían bien de ello. Así lo hicieron por su consejo los deudos y no trataron más de él.

Sucedió una vez que las mujeres de su casa hicieron por donde un hermano suyo se enojase grandemente contra ellas, el cual era muy colérico y, con mucha cólera que tenía, desnudó una espada y fue tras ellas dando voces y diciendo que las había de matar. Visto esto por la santa, se fue a su oratorio e, hincada de rodillas delante de un crucifijo, con breves palabras, aunque muy de corazón dichas, pidió a Nuestro Se- [233] ñor compusiese la ira y cólera de su hermano, no hiciese algún disparate. Como con mucha razón se podía temer (cosa maravillosa), acudió Dios a la oración de su sierva y, súbitamente, le dio a su hermano en el brazo y mano derecha un tan grande y repentino dolor que se le cayó la espada de la mano sin poder menear el brazo. Dio grandes gritos quejándose del dolor, a los cuales salió su hermana del oratorio diciéndole que Dios le había enviado aquel dolor para templar su ira que tan sin razón contra sus criadas tenía, que se moderase y compusiese, que el que se lo dio sería servido de quitárselo, y así fue que, quitando el enojo, juntamente se quitó el dolor y pudo mandar el brazo como antes.

Tuvo esta santa don de profecía y, así, dijo muchas cosas que después sucedieron; en particular, cuando el Emperador Carlos Quinto hizo jornada a Argel, dijo esta santa que se había de perder en ella y no solo lo dijo a su confesor y a otras personas particulares, sino también al cabildo de esta ciudad, diciéndoles avisasen a su Majestad no intentase esta empresa, porque se había de perder en ella. Y más dijo, que Dios le había mandado lo avisase, y por eso lo hacía, pero deudos suyos que había en el cabildo contradijeron esto y así no se dio cuenta de ello a su Majestad, y en la jornada le sucedió todo lo que la santa había profetizado.

Queriendo poner pleito su sobrino don Alfonso de los Ríos por el mayorazgo del pueblo de Hernán Núñez contra Magdalena de los Ríos, su prima, que lo poseía, le dijo esta santa que no pusiese pleito ni gastase su hacienda, porque si no era por sentencia divina no alcanzaría el mayorazgo, pero que confiase en Dios, que él vendría a ser señor del lugar. Sucedió todo así, porque se casó su prima, señora que era de Hernán Núñez, con un caballero de esta ciudad llamado don Diego Alfonso de Sosa y no tuvo hijos, y, viviendo algunos años, aunque pocos, murió doña Magdalena y su madre de ella en una noche; y, no dejando herederos, entró en el mayorazgo don Alfonso de los Ríos, su sobrino, y hoy lo posee un nieto suyo y así fue Dios servido de cumplir la profecía de su santa. A otro deudo suyo, siendo muy niño, que aún no tenía uso de razón, le vio un día sentado en una silla de fuego y, abrasándose en las llamas que salían de ella, muy cercado de demonios que atizaban el fuego y cercaban al desdichado que estaba en medio de él. En lo cual conoció la santa mujer la vida estragada llena de culpas merecedoras de todas aquellas penas que había de vivir aquel su pariente, lo cual ella sintió amargamente, haciendo grandes demostraciones con lágrimas que derramaba muy de ordinario por aquel niño a quien quería mucho. Con el discurso del tiempo, se probó cuán verdadera fue su visión y profecía, pues fue aquel caballero uno de los hombres de más estragada y escandalosa vida que en este siglo se vio y castigado del Cielo con grandes enfermedades causadas de sus vicios. Una deuda suya y otra amiga muy particular se casaron en un tiempo, a las cuales dijo esta santa que se pusiesen bien con Dios, porque del primer parto habían de morir entrambas, lo cual sucedió así como lo dijo, y la amiga suya, pasado el recio parto, otro día estuvo algo mejor de suerte que parecía ya escaparse de la muerte y, llegando a oídos de la santa, dijo al mensajero que, de su parte, dijesen a la parida que no se descuidase en tratar de su alma, porque, sin duda, moriría de aquel parto. Sucedió todo así y otro día murió.

Otras muchas cosas profetizó esta santa y otras muchas revelaciones [234] tuvo que, por descuido de los religiosos que en aquel tiempo eran, no se autorizaron y escribieron y así no se tiene de todas memorias; las que se ponen aquí son de personas que trataron con ella y tuvieron de estas muy cierta noticia, dejándonoslas escritas para honra de Dios que es maravilloso en sus santos.

Finalmente, esta santa fue devotísima de la Pasión de Nuestro Señor y, en memoria de ella, todos los viernes confesaba y comulgaba y otros días no comía cosa alguna, sustentándose solo con las especies sacramentales; cuyas confesiones eran tales que los confesores apenas hallaban en ella materia de absolución. Porque los trabajos son el crisol donde se prueba y purifica el oro de la virtud y la santidad de los siervos de Dios, no quiso Nuestro Señor le faltasen a esta santa, porque desde el principio la crio para sí. Fue, pues, perseguida de algunos deudos suyos, a los cuales, por ser tan nobles y, por consiguiente, muy asidos a la vanidad del mundo, les pesaba en el alma de verla tan humilde y ocupada en cosas tan bajas, como era visitar hospitales, curar pobres y hacerles las camas y otras cosas de esta manera, y así se lo estorbaban todo cuanto ellos podían, diciéndole sobre ello palabras afrentosas y de pesadumbre. Pero todo lo llevaba la santa con mucha alegría y consuelo espiritual que Nuestro Señor le daba en sus trabajos. No dejaban también de perseguirla otras muchas personas que, de sus relaciones y santidad, hacían burla, y llegó esto a tal punto que le pusieron muy mal con el reverendísimo general fray Francisco Romeo Castillón, que vino en aquel tiempo a esta ciudad, procurando desacreditarla con él, y ella acudiendo al único refugio que es la oración, pidiendo a Nuestro Señor declarase la razón que ella tenía en todo y la poca que los que la perseguían tenían para ello. Fue servido Dios de oírla, pues todos de allí adelante conocieron el mal que habían hecho y la razón que había de estimarla y preciarla como a tan santa y sierva de Dios.

Finalmente, acercándose ya el día de su muerte, en el cual se da los justos el premio de su trabajo, sucedió que, viniendo un día a este convento de San Pablo, entrando por la puerta baja, levantó los ojos a unas imágenes que están pintadas sobre la segunda puerta después del compás donde se le representó Cristo Nuestro Señor crucificado, de sus llagas corriendo sangre, y la compañera, con gran temor, dejando a la santa, se volvió. Ella dijo: “Ya Nuestro Señor me quiere llevar de esta vida”, ora fuese porque allí se lo reveló, ora porque antes le hubiese dado esta señal de su cercana muerte. Y así fue que, después de pocos días, murió un pobre a quien ella curaba y sustentaba y, recién muerto, oyó una voz la santa que le llamó y, amortajando el difunto, se le pegó una enfermedad de modorra que él había tenido, la cual la derivó en la pobre cama que atrás hemos dicho. Y, visto ser la enfermedad mortal, se dispuso recibiendo los Santos Sacramentos, y en muy pocos días pasó de esta vida a la vida eterna y bienaventurada. Fue su dichosa muerte a diez de mayo del año de mil y quinientos y cincuenta y seis. Luego que se supo su muerte en la ciudad, fue sin número la gente que acudió a visitar su santo cuerpo, que no se pudo enterrar en tres días. Y, con ser verano y hacer algún calor, no dio el cuerpo de sí mal olor, sino estaba con la disposición y semblante que si entonces acabara de morir. Túvose por particular milagro que, cuando a este convento trujeron a enterrar su cuerpo, al entrar en la iglesia, casi de repente, se juntaron allí cantidad de niños de seis años abajo, con cañas verdes en las manos, que entra- [235] ron delante del cuerpo muy alegres y contentos por la iglesia quedándose allí hasta que la enterraron. Visto esto por los religiosos, como habían conocido su gran santidad, les pareció no sin particular moción del Cielo (según se puede presumir), no ser acertado a tan grande santa hacer el oficio común, que suelen a los difuntos, y así, acordaron de enterrarla con el oficio que conforme a nuestro ordinario se hace a los niños. Fue su cuerpo sepultado en el capítulo de este convento, en la sepultura que está junto a la campanilla con que tañen a capítulo, donde es hoy día tenida y estimada de esta ciudad por santa, y, así en vida como después de muerta, la gente de su tiempo no saben otro nombre sino doña Leonor, la santa. Para responder a la objeción que algunos han hecho, poniendo sospecha no solo en las revelaciones de esta santa señora, sino también en la entereza y santidad de su vida, es de advertir, por remate de su historia para cerrar las bocas a los calumniadores, lo que a ella le pasó: que al principio de estas revelaciones, le pusieron algunas personas graves miedo si aquellos favores que recibía del Cielo eran ilusiones del demonio, y así hizo a Nuestro Señor particulares oraciones, pidiendo a Su Majestad fuese servido de declarar una cosa tan confusa. Y, estando un día en oración, pareció una paloma blanca y negra encima de su cabeza, la cual vieron todos los de su casa y oyó entonces una voz que le dijo que todas las revelaciones que tenía eran ciertas y verdaderas, y que, sin temor alguno, las mandase escribir. Así fue que, desde entonces, todo lo que Dios le reveló con grande diligencia y cuidado se escribía.

Notas

[1] Al margen derecho: “Doña/Leonor/Vene-/gas”.

[2] Errata; sería “llegaba esto”.