Diferencia entre revisiones de «María de la Corona»
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* [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:Juan_López López, Juan], 1613. “Libro tercero de la tercera parte de la historia general de Santo Domingo”, ''Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores''. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba, 242-245. | * [http://catalogodesantasvivas.visionarias.es/index.php/Categor%C3%ADa:Juan_López López, Juan], 1613. “Libro tercero de la tercera parte de la historia general de Santo Domingo”, ''Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores''. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba, 242-245. |
Revisión actual del 16:15 22 mar 2024
Nombre | María de la Corona |
Orden | Dominicas |
Títulos | Priora del monasterio de la Madre de Dios de Sevilla |
Fecha de nacimiento | Finales del Siglo XV - principios del XVI |
Fecha de fallecimiento | 1564 |
Lugar de nacimiento | ¿Sevilla? |
Lugar de fallecimiento | Sevilla |
Contenido
Vida impresa
Ed. de Bárbara Arango Serrano y Borja Gama de Cossío; fecha de edición: octubre de 2023.
Fuente
- López, Juan, 1613. “Libro tercero de la tercera parte de la historia general de Santo Domingo”, Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba, 242-245.
Criterios de edición
Esta crónica está escrita por Juan López, obispo en la ciudad italiana de Monopoli. En la tercera parte se incluye la vida de santos de la orden, se aborda la fundación de los diferentes conventos en los dos primeros siglos de los dominicos en Castilla y se añade la vida de destacadas religiosas, aunque se hace referencia también a las religiosas que viven en las fundaciones hasta la publicación de la crónica en los conventos fundados.
Aquí nos encargamos de las religiosas que viven en los siglos XV-XVI cuyo foco de actuación es anterior a 1560 (aunque mueran después de esta fecha), es decir, antes del auge de Santa Teresa. Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo: se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.) y se eliminan las consonantes geminadas. Además, se expanden las abreviaturas, aunque algunas como N. S. (Nuestro Señor) o N. P. S. (Nuestro Padre Santo) se respetan en el texto. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza y se adaptan las normas acentuales a sus usos actuales. Finalmente, se moderniza también la puntuación, la acentuación y el uso de aglomerados.
Vida de María de la Corona
[242]
Capítulo XXIII
De soror María de la Corona, gran sierva de Dios y de la santidad
[…] Otra madre que murió más vecina a estos tiempos fue de las más prodigiosas que en ellos se han visto. Aunque el olvido ha nacido del poco cuidado que las religiosas de esta casa han tenido en publicar las cosas memorables de sus hermanas. Ha sido singular el cuidado de señalarse en virtud, olvidadas de todo lo que era reducirlas al conocimiento de los presentes o memoria de los venideros. La que hay en esta casa de sus virtudes es muy admirable y la opinión que de ellas se ha conservado. Acompañó el lustre de su nobleza con gran demostración de santidad. Fue hija de Hernando Arias de Saavedra, señor de la villa del Viso y hermana de don Juan de Saavedra, primer conde del Castellar [1]. Llamábase doña Blanca de Guzmán; siendo de cinco o seis años, se salió de casa de su padre, como si en aquella edad pudiera haber oído el ejemplo que de la bienaventurada Santa Catalina de Siena dicen las historias que, de esa edad o poco más, dejó la casa de sus padres y partió de Sena con pensamientos, aunque de niña, muy grandes, de hacer vida y acabarla en los desiertos. Con este intento salió doña Blanca de casa de sus padres en tan tierna edad que se le antojó que, con un pan solo, podía hacer su jornada. Andando en su busca, la hallaron y, queriendo saber adónde encaminaba sus pensamientos, respondió que al desierto. Eran sus padres cristianos, por cuya cuenta corre el ayudar las santas inclinaciones de los hijos (cosa que no todos aciertan a hacer, queriendo más presto encaminar los hijos a las cosas de su gusto que del servicio de Dios). Y, viendo las que en esta jornada había descubierto doña Blanca y la instancia que hacía la niña en tomar otra manera de vivir, hiciéronla monja en esta casa y tomó por nombre soror María de la Corona, que lo fue de todo su linaje, acompañando la nobleza con gran santidad. Fue maravillosa su vida. Desde aquella edad, era la primera en todos los ejercicios de mortificación y humildad, la que con más cuidado servía a las enfermas, la que con más puntualidad y llaneza acudía a la cocina y a los oficios más viles que hay en [243] los monasterios, no teniendo por tales los que se hacen en la casa de Dios, donde el servir es reinar, y lo que parece vileza es más grandeza que aquella que los mundanos tienen en mucho. Era dulce de su condición natural que, en las comunidades, hace a los religiosos muy amables.
Su penitencia parecía increíble. Nunca tuvo cama, sino una por cumplimiento. Antes de maitines, se arrimaba a ella un rato y después de maitines no salía del coro. Ayunaba siempre y la comida era de manera que el semblante era de mujer que se regalaba. Vivía atenta a no comer cosas que la diesen gusto; que si alguna vez la daban algo que fuese bueno, lo mezclaba con ceniza o con agua de manera que le supiese mal. Hacía esto con tanta disimulación que apenas lo echaban de ver las religiosas que estaban a su lado en el refitorio. Una noche de la Navidad, deseaba mucho sentir el frío que imaginaba que el Señor habría tenido la noche que nació en el desabrigo del portal de Belén, puesto en un pesebre y envuelto en unas pobres mantillas. Pareciole que sería buen medio para saber por experiencia algo de lo mucho que habría sentido el Niño irse a una pila de agua donde estuvo un grande rato desnuda. No faltaron testigos que la vieron y, aunque no se conoció en particular quién fuese la monja que hizo tan extraordinario ensayo, siempre se tuvo por suyo, y el temblor con que estuvo en maitines dio muestras de lo que había pasado, oyéndole juntamente con esto decir muchas veces: “Señor mío, niño recién nacido, ¿quién supiese qué frío sentistes con tanto desabrigo pasado en tan riguroso tiempo?”. Estas y otras cosas semejantes son de las que se han de maravillar los hombres que, si algunas de ellas no se han de condenar por demasías, se ha de creer que las hicieron con inspiración particular del Espíritu Santo, y que no se deben ni pueden traer en consecuencia, que será hierro manifiesto arrojarse a algunas cosas de esta calidad. Sus disciplinas eran muy ordinarias y tan rigurosas que sucedió algunas veces alzarla el escapulario sin que lo sintiese y verle el corpiño señalado de la sangre. De muchas de las cosas de la sierva de Dios se tiene poca noticia, pero de una se conserva la memoria perpetuamente, que pasó en esta manera: enterrose un caballero en esta casa y, entretanto que no se cumplía con la limosna de las misas y de la sepultura, un capellán suyo, por haber los curadores de los hijos del difunto llevado toda la hacienda a su casa, se determinó de dar en resguardo una prenda y fue que, en una capilla de la casa, había quedado una imagen de Nuestra Señora, pero desnuda, que aquellos a cuyo cargo estaba la hacienda no dejaron ni aun estaca en pared, como dicen. Este rico tesoro llevaron al monasterio envuelto en unos manteles del altar. Vino la imagen y la sacristana la tomó del torno y la encerró en un cajón de la sacristía sin que persona lo supiese, y, en sueños, vio la madre María de la Corona la imagen que la decía: “¿Por qué me dejas encerrada en este cajón? Que, aunque estoy con esta pobreza, soy la Madre de Dios”. Por la mañana, se fue a la sacristana y pidió que le diese una imagen que tenía encerrada en un cajón de la sacristía. Hízole maravilla la demanda, por ser el caso secreto, que no le había comunicado con nadie, y no quería confesar lo que había sucedido. La madre hizo instancia en que le diese la imagen que tenía, y la dio las señas del rostro y vestido. Porfió la sacristana, asegurando que no abriría el cajón si primero no le decía cómo había sabido un caso tan secreto. Con el deseo de ver la santa imagen, la reveló el sueño y, por decir mejor la revelación, abrazose con ella y llevola a casa de novicias, que era maestra de las nuevas que allí se criaban. Púsole un altar lo mejor que pudo, que pobreza de aquel tiempo no dio lugar a mucha grandeza. Estaba en una mesilla de cadena que- [244] brada y atada con un cordel. Sucedió que, dentro de tres o cuatro días, una niña novicia volvió acaso el rostro a la imagen y comenzó a gritar: “Madre maestra, que se desciende Nuestra Señora”. Levantose la sierva de Dios y, pareciéndole lo mismo, abrazose con la imagen, y, en levantándola de la mesa, se quebró. Este caso fue principio para que la imagen se comenzase a tener en grandísima veneración y con esta se conserva en la capilla del Santísimo Sacramento que está en el coro bajo, y se han visto muchos milagros, sacándola en procesión en ocasiones que se han ofrecido.
Una cosa muy singular se cuenta de esta sierva de Dios, que causó mucha admiración en las monjas, y fue que a cualquiera persona que encontrase, fuese la que fuese, la hacía una inclinación con grandísima humildad y reverencia. Y, preguntándole la causa, respondía: “Si este respeto debemos a cualquiera imagen de santo, cuánto más se debe al ángel de la guarda que sabemos que está con cualquiera cristiano”. Era piadosísima, y todos los trabajos y enfermedades de sus hermanas eran de grandísima lástima para ella. Con solo su cuerpo era tan rigurosa que jamás le dio una hora de descanso. Con todo eso, siempre andaba alegre, que es lo que del bienaventurado Santo Domingo se escribe, que el testimonio de la buena conciencia, que causa una gran serenidad en el alma, envía rayos al rostro y representación alegre con una religiosa modestia.
Siendo priora, mandó por obediencia a una monja lega que los viernes después de maitines se fuese con ella a un lugar muy apartado y la atase a una columna que allí estaba, y la azotase con un cordel mojado que tenía para esto. Continuose este ejercicio algunos viernes y uno, la pobre religiosa lega se cayó desmayada, que no fuera mucho caerse muerta, viéndose obligada a hacer una rigurosa carnicería en una monja noble, delicada, santa, y que era fuerza hacer este oficio en lugar y tiempo que aún los hombres animosos tienen miedo. Pensar la súbdita que había de hacer justicia de su perlada, y la que nació de los terrones de la que era señora, pudiera acabar la vida; no murió, pero quedó sin aliento y espíritu y, la madre María de la Corona, congojadísima, pensando que viéndose atada y desnuda la hallarían las religiosas en aquel estado, cosa que por muchos y buenos respetos ella no quisiera por todo cuanto había en el mundo. Fatigada con esta pena, suplicaba al Señor se sirviese de volver a su compañera los sentidos. Cumpliose su deseo, desatola, suplicándola que no la hiciese ejecutora de aquella justicia, que sería ponerla en nuevo riesgo y en nuevo peligro, obligándola a hacer una cosa tan fuera de razón. Viendo la superiora que era muy grande la que decía, puso fin a lo que había comenzado. De todo esto dio cuenta la religiosa después de la muerte de la madre María de la Corona. Un año antes de su dichoso fin, la apretó tan reciamente una enfermedad de modorra que el médico la tuvo por mortal y así le mando luego dar todos los Sacramentos. Rogó que no la ungiesen y, replicándola que el médico la daba pocas horas de vida, sonriose, estilo muy ordinario en la sierva de Dios, y dijo: “Quisiera yo harto que él hubiera acertado esta vez, pero lo cierto es que yo no me muero”, y luego comenzó a mejorar. Una noche, por enero, después de maitines, visitando a una hermana suya que estaba muy enferma, diose un golpe en un cajón que allí estaba y lastimose de manera que de una sien le comenzó a correr sangre. Cubriola como pudo y visitó la enferma y volviose al coro. Antes de prima, volvió a rezar las horas con la enferma y, después, se iba al coro. Estando allí en misa, echó de ver una monja que estaba llena de sangre y muy tur- [245] bada le preguntó la causa. Dijo: “No es nada, mi alma, dime un golpe esta noche y si lo dijera, luego no me dejarán venir a despedir de Nuestro Señor”. Lleváronla luego a la cama y, en viéndola herida, el cirujano, que era penetrante y que tenía malas calidades, la desahució, habiendo hecho el aire que había recibido incurable la llaga. Alegrose mucho la santa con las buenas nuevas y comenzó a tratar de su muerte con un término tan particular como quien estaba de camino para la casa de su padre, que tal muerte reciben los santos con esta seguridad, libres de las grandes congojas de los malos.
Era tanta la opinión que de su virtud tenían las monjas que venían a negociar con ella y tratar los negocios que tenían en corte, que así lo decía la santa y las oía con tan buena gracia que, si alguna después de haberla hablado se detenía mucho, la decía: “Hija mía, ya ella ha negociado dejar llegar otra”. Sentía mucho una hermana suya la partida de la santa y, consolándola, la dijo: “Yo suplicaré al Señor que os lleve presto”. La hermana respondió: “No me querría morir agora si Nuestro Señor fuese servido”. La santa mujer replicó: “¿Ah, sí, madre? Pues preste paciencia porque ella vivirá y deseará morirse”. Cumpliose la profecía, porque vivió muchos años; después, cargada de muchas enfermedades y trabajos, repetía muchas veces el pronóstico de su hermana. Queriendo dar el viático a la madre María de la Columna, al tiempo de abrir el sagrario, se quebró la llave. Viendo que se detenían, envió a saber la causa y respondiéronla lo que se ha dicho y dijo con mucha paciencia: “Hoy que es mi día, quería el demonio estorbarme este bien, y no saldrá con ello porque podrán abrir y yo esperar”. Y así fue que abrieron y recibió los Santísimos Sacramentos con grandísima devoción y consuelo. Diole luego un dolor en un pie tan recio que, con ser grande su sufrimiento, hacía grandes lástimas. Quisieron llamar al médico y dijo: “No es menester, que yo entiendo la causa del dolor”, y, apretada, confesó que había suplicado a Dios la diese a sentir lo que en alguna de sus llagas había padecido y eso creo que es. Y así lo entendieron las monjas, porque luego se le hizo una llaga en el pie, la cual manó sangre hasta que la enterraron, que fue muchas horas después de muerta, con maravilla no solamente de las monjas sino de un gran médico, que dijo que era suceso fuera de todo el orden de la naturaleza y caso milagroso. Murió año de mil y quinientos y sesenta y cuatro, el día octavo de los Reyes.
Notas
[1] El condado de Castellar fue concedido por Carlos I a Juan Arias de Saavedra el 10 de noviembre de 1539.