Diferencia entre revisiones de «María de Toledo»

De Catálogo de Santas Vivas
Saltar a: navegación, buscar
m (Capítulo XIV y último. Religión del convento de Sancta Isabel de los Reyes. Señoras religiosísimas y principalísimas que le han ilustrado)
m (Vida impresa (5))
Línea 403: Línea 403:
 
===Capítulo IX. Ejercicios espirituales. Retiramiento del trato de la gente, ilustraciones de Dios en él===
 
===Capítulo IX. Ejercicios espirituales. Retiramiento del trato de la gente, ilustraciones de Dios en él===
  
Dejaban libremente a Doña María sus devotos padres, contentos de tenerla en su compañía, que hiciese lo que su fervoroso espíritu la dictaba; y ella se dejaba llevar de la aura suave del divino tan apaciblemente que ni ''[63]'' la fragilidad, de que por naturaleza estaba rodeada, aun ligeramente la impedía, ni ella tenía quietud sino cuando acudía a todo lo que la piedad la representaba. Como era su acción admirable, era su contemplación inimitable: hermanaba el cuidado de Martha con el reposo de María, de suerte que, en la misma solicitud más fervorosa, oraba con quietísima perfección. Para este fin acudía cada noche descalza (que nunca se defendieron del rigor del frío, desde la muerte de su [fol. 21r] marido hasta la suya, sus tiernos pies con abrigo alguno) en compañía de una buena mujer imitadora de su fervor a los Maitines, en que la sancta Iglesia de Toledo canta las alabanzas de Dios, y después dellos las continuaba ella por gran parte del día en altísima contemplación, de adonde salía como encendida en amor de Dios, deseosa del provecho de sus próximos, y destos tomaba motivos para hallar mejor a Dios, alternando siempre desasosiego tan sosegado. Mas deseosa de mayor perfección, dejando prevenido el cuidado de las necesidades ordinarias a que siempre acudía, a personas de conocida confianza, determinó de retirarse de todo el trato del mundo, y por espacio de un año no salió de la iglesia, ni communicó con persona alguna, sino con su devota compañera Juana Rodríguez (que este era su nombre, y de cuyas virtudes daremos muestra en su lugar) y con su confesor. Era este un religioso de San Francisco de grande espíritu, a quien Dios había escogido para enderezar en su servicio esta sierva guía. Obedecíale ella como a quien el mismo Dios le había dado para que fuese intérprete de su voluntad con ella. Preparábase para [fol. 21v] la oración con asperísimas penitencias, teniendo ya aun por regalo el vestido vil en que muerto su marido mudó sus galas, trocando este en un riguroso cilicio, en que desde los pies hasta el cuello tenía enterrados sus miembros. Era el lugar de su sueño la dureza y frialdad del suelo; su ayuno, continuo, y la frecuencia de los sacramentos a arbitrio del religioso Fray Pedro Pérez (que así se llamaba su confesor ''[64]''); había los años antes conmulgado cada ocho días, cosa maravillosa en aquellos tiempos. Mas después, todas las veces que su confesor lo ordenaba, y lo ordinario a tercero día, se llegaba humilde a recibir este augusto sacramento con la mayor preparación que criatura humana puede alcanzar. El espacio que había de una comunión a otra partía en dar gracias a Dios por la merced de la pasada y en examinar su consciencia para la venidera: el día della se abstenía de todo género de manjar, contenta con sustentar levemente la fragilidad del cuerpo con moderada agua y pan, acudiendo a su necesidad los demás días con algunas hierbas desabridas, que servían más de dilatar penosamente la muerte que de tener en pie la vida. Esta era la suya en este [fol. 22r] tiempo si trabajosa según la carne, gozosísima según el espíritu, pues al paso que era aquella macerada, este era alentado. Comunicose Dios Nuestro Señor con esta sierva suya muy como su regalado, descubríala los misterios que no es lícito a los mortales aun pronunciar sin menos purificación que la del propheta. Fueron tantos los favores que recibió del Cielo, que su confesor la obligó a dejar a la posteridad admiración sus maravillas. Mas ¡oh, pecados nuestros! ¿Que a qué sino a ellos se puede atribuir la pérdida de escritos de tal mano, de ejemplos de tal vida, de favores tan celestiales? ''Mas vos, Señora, que por obediencia los escribistes, restituidlos a nuestro ruego: si por nuestros pecados desmerecimos gozarlos, dádnoslos para que con su enseñanza emendados los merezcamos''. Confío en la bondad de Dios que, como es admirable en sus sanctos mientras le sirven, lo será mientras le gozan, y permitirá que se descubra este thesoro a nuestra ciudad, que mereció ser el sitio donde se obraron tantas maravillas. Mas para que por falta de noticia no falte la diligencia que es justo poner en la busca de papeles tan importantes, referiré las palabras del original [fol. 22r] antiguo manuscripto de la vida y milagros de la religiosa señora, de que sacaron sus relaciones todos los que escriben della ''[65]''.  
+
Dejaban libremente a Doña María sus devotos padres, contentos de tenerla en su compañía, que hiciese lo que su fervoroso espíritu la dictaba; y ella se dejaba llevar de la aura suave del divino tan apaciblemente que ni ''[63]'' la fragilidad, de que por naturaleza estaba rodeada, aun ligeramente la impedía, ni ella tenía quietud sino cuando acudía a todo lo que la piedad la representaba. Como era su acción admirable, era su contemplación inimitable: hermanaba el cuidado de Martha con el reposo de María, de suerte que, en la misma solicitud más fervorosa, oraba con quietísima perfección. Para este fin acudía cada noche descalza (que nunca se defendieron del rigor del frío, desde la muerte de su [fol. 21r] marido hasta la suya, sus tiernos pies con abrigo alguno) en compañía de una buena mujer imitadora de su fervor a los Maitines, en que la sancta Iglesia de Toledo canta las alabanzas de Dios, y después dellos las continuaba ella por gran parte del día en altísima contemplación, de adonde salía como encendida en amor de Dios, deseosa del provecho de sus próximos, y destos tomaba motivos para hallar mejor a Dios, alternando siempre desasosiego tan sosegado. Mas deseosa de mayor perfección, dejando prevenido el cuidado de las necesidades ordinarias a que siempre acudía, a personas de conocida confianza, determinó de retirarse de todo el trato del mundo, y por espacio de un año no salió de la iglesia, ni communicó con persona alguna, sino con su devota compañera Juana Rodríguez (que este era su nombre, y de cuyas virtudes daremos muestra en su lugar) y con su confesor. Era este un religioso de San Francisco de grande espíritu, a quien Dios había escogido para enderezar en su servicio esta sierva guía. Obedecíale ella como a quien el mismo Dios le había dado para que fuese intérprete de su voluntad con ella. Preparábase para [fol. 21v] la oración con asperísimas penitencias, teniendo ya aun por regalo el vestido vil en que muerto su marido mudó sus galas, trocando este en un riguroso cilicio, en que desde los pies hasta el cuello tenía enterrados sus miembros. Era el lugar de su sueño la dureza y frialdad del suelo; su ayuno, continuo, y la frecuencia de los sacramentos a arbitrio del religioso Fray Pedro Pérez (que así se llamaba su confesor ''[64]''); había los años antes conmulgado cada ocho días, cosa maravillosa en aquellos tiempos. Mas después, todas las veces que su confesor lo ordenaba, y lo ordinario a tercero día, se llegaba humilde a recibir este augusto sacramento con la mayor preparación que criatura humana puede alcanzar. El espacio que había de una comunión a otra partía en dar gracias a Dios por la merced de la pasada y en examinar su consciencia para la venidera: el día della se abstenía de todo género de manjar, contenta con sustentar levemente la fragilidad del cuerpo con moderada agua y pan, acudiendo a su necesidad los demás días con algunas hierbas desabridas, que servían más de dilatar penosamente la muerte que de tener en pie la vida. Esta era la suya en este [fol. 22r] tiempo si trabajosa según la carne, gozosísima según el espíritu, pues al paso que era aquella macerada, este era alentado. Comunicose Dios Nuestro Señor con esta sierva suya muy como su regalado, descubríala los misterios que no es lícito a los mortales aun pronunciar sin menos purificación que la del propheta. Fueron tantos los favores que recibió del Cielo, que su confesor la obligó a dejar a la posteridad admiración sus maravillas. Mas ¡oh, pecados nuestros! ¿Que a qué sino a ellos se puede atribuir la pérdida de escritos de tal mano, de ejemplos de tal vida, de favores tan celestiales? ''Mas vos, Señora, que por obediencia los escribistes, restituidlos a nuestro ruego: si por nuestros pecados desmerecimos gozarlos, dádnoslos para que con su enseñanza emendados los merezcamos''. Confío en la bondad de Dios que, como es admirable en sus sanctos mientras le sirven, lo será mientras le gozan, y permitirá que se descubra este thesoro a nuestra ciudad, que mereció ser el sitio donde se obraron tantas maravillas. Mas para que por falta de noticia no falte la diligencia que es justo poner en la busca de papeles tan importantes, referiré las palabras del original [fol. 22v] antiguo manuscripto de la vida y milagros de la religiosa señora, de que sacaron sus relaciones todos los que escriben della ''[65]''.  
  
 
“Este confesor era un sancto varón que se llamaba Fray Juan Pérez, de la Orden de nuestro Padre San Francisco, el cual la mandaba por sancta obediencia que todas las cosas que Nuestro Señor communicase con su alma en aquel tiempo, que todo lo pusiese por escrito y se lo diese a él, y primero lo communicaban entrambos, y lo mismo hacía a su compañera. Y así, fueron cosas maravillosas las que Nuestro Señor communicó con esta su sierva en aquel año, y todo lo que escribió lo teníamos en esta casa de Sancta Isabel, que nos lo dio su confesor con todo lo que más escribió en todo el tiempo que estuvo en la religión: y todo así como lo teníamos, la mayor parte dello llevó el arzobispo de Toledo Don Francisco Jiménez, cuando su Señoría Ilustrísima fue a Orán, que entonces vino a ver el cuerpo desta bienaventurada sancta y a encomendarse mucho a ella y a todo el convento, y demandó su vida para vella, y sus revelaciones. Diéronselo todo y Su Señoría se lo llevó y nunca más lo tornó, y así tornamos a escribir la vida por dos veces, y de las cosas que estaban escritas por su propria mano, no quedaron sino muy pocas, y veniendo aquí a ver su cuerpo una señora que se llamaba Doña Leonor, nuera del duque [fol. 23r] de Alba, demandola para verla y se la llevó y nunca más la volvió, y desta manera se nos perdieron todas las revelaciones que Nuestro Señor quiso mostrar a esta sancta ánima; así no podemos escribir sino lo que por nuestros ojos vimos”. Hasta aquí son las palabras del original [66]. Tuviéramos sin duda otras maravillas de Dios que loar, como las que en las revelaciones de las sanctas Gertrudis, Brígida, Catherina de Sena, y vida de la beata Madre Virgen Theresa de Jesús, y otras de otras sanctísimas y purísimas almas consuelan nuestra fragilidad, y animan nuestra tibieza, si las desta devotísima señora pareciesen. ¡Oh, hágalo su Divina Majestad como conviniere más para su servicio!
 
“Este confesor era un sancto varón que se llamaba Fray Juan Pérez, de la Orden de nuestro Padre San Francisco, el cual la mandaba por sancta obediencia que todas las cosas que Nuestro Señor communicase con su alma en aquel tiempo, que todo lo pusiese por escrito y se lo diese a él, y primero lo communicaban entrambos, y lo mismo hacía a su compañera. Y así, fueron cosas maravillosas las que Nuestro Señor communicó con esta su sierva en aquel año, y todo lo que escribió lo teníamos en esta casa de Sancta Isabel, que nos lo dio su confesor con todo lo que más escribió en todo el tiempo que estuvo en la religión: y todo así como lo teníamos, la mayor parte dello llevó el arzobispo de Toledo Don Francisco Jiménez, cuando su Señoría Ilustrísima fue a Orán, que entonces vino a ver el cuerpo desta bienaventurada sancta y a encomendarse mucho a ella y a todo el convento, y demandó su vida para vella, y sus revelaciones. Diéronselo todo y Su Señoría se lo llevó y nunca más lo tornó, y así tornamos a escribir la vida por dos veces, y de las cosas que estaban escritas por su propria mano, no quedaron sino muy pocas, y veniendo aquí a ver su cuerpo una señora que se llamaba Doña Leonor, nuera del duque [fol. 23r] de Alba, demandola para verla y se la llevó y nunca más la volvió, y desta manera se nos perdieron todas las revelaciones que Nuestro Señor quiso mostrar a esta sancta ánima; así no podemos escribir sino lo que por nuestros ojos vimos”. Hasta aquí son las palabras del original [66]. Tuviéramos sin duda otras maravillas de Dios que loar, como las que en las revelaciones de las sanctas Gertrudis, Brígida, Catherina de Sena, y vida de la beata Madre Virgen Theresa de Jesús, y otras de otras sanctísimas y purísimas almas consuelan nuestra fragilidad, y animan nuestra tibieza, si las desta devotísima señora pareciesen. ¡Oh, hágalo su Divina Majestad como conviniere más para su servicio!

Revisión del 19:58 19 dic 2021

María de Toledo
Nombre María de Toledo
Orden Franciscanas
Títulos Beata, monja, prelada, abadesa y fundadora del monasterio Santa Isabel la Real de Toledo
Fecha de nacimiento 1437
Fecha de fallecimiento 1507
Lugar de nacimiento Toledo
Lugar de fallecimiento Toledo


Contenido

Vida manuscrita

Ed. de Sergi Sancho Fibla; fecha de edición: junio de 2021.

Fuente

  • Yanguas, Lucas de, 1684. Breve catálogo de los siervos de Dios así religiosos como religiosas de la Tercera Orden que han fallecido con singular opinión y fama de muy virtuosos en la santa Provinxia de Castilla. Ms. C/12 del Archivio Generale dell’Ordine dei Frati Minori AGOFM, Roma, fols. 8v-13v.

Criterios de edición

El texto se ha actualizado a las normas de ortografía vigentes. Esto conlleva la normalización de las grafías h, b/v, j/g, i/y; los cambios de qu a cu. Sin embargo, se han conservado el laísmo (muy presente) y un más escaso leísmo. En cuanto al grupo de sibilantes, se han normalizado tanto las -ç- como las -sc- y -ss-. Tanto la puntuación como la acentuación han sido normalizadas. También lo ha sido el uso de las mayúsculas y la separación o unión de palabras. Los nombres propios de personajes y lugares han sido modernizados para facilitar su reconocimiento. La-u- intervocálica y la v han sido unificadas como “v”, así como las diferentes grafías de la s.

Vida de María de Toledo

[Fol. 8v] Entre las personas ilustres en sangre y nobleza que, dejadas de las pompas del siglo, esmaltaron el oro de su calidad con la pobreza y humildad del sayal grosero y pobre de Nuestro Padre San Francisco, fue una de las que más créditos han dado a la religión seráfica y más frutos para el Cielo la muy ilustre y venerable señora Doña María de Toledo. La cual fue hija legítima de Pedro Suárez de Toledo y de Doña Juana de Guzmán, señores de la villa de Pinto. Nieta de Garci Álvarez de Toledo y bisnieta de Don Garci Álvarez de Toledo, rebisnieta de Fernando Álvarez de Toledo y cuarta nieta del maestre de Santiago, tercero Señor de Oropesa, cuya ascendencia de la Casa de Toledo tiene dignamente asegurados los créditos de la nobleza desde el conde Don Pedro en tiempo del rey Don Alonso el Sexto, honrándose con los escaques blancos y azules de su divisa los duques de [fol. 9r] Alba, condes de Oropesa, marqueses de Salvatierra y otros ilustrísimos estados, materia en que no es necesario alargarse más, por ser tan notoria dentro y fuera de estos reinos de España. Nació Doña María en la imperial ciudad de Toledo, siendo entre tantas grandezas que la ilustran no la menor haber sido patria de tan prodigiosa y santa matrona. Su nacimiento dichoso fue por los años de 1435, siendo pontífice Eugenio Cuarto y rey de Castilla y León Don Juan el Segundo. Nació para mucha gloria de Dios esta sierva y para ejemplar de virtudes. Su niñez comenzó a dar muestras de lo que había de ser en edad perfecta, siendo sus entretenimientos pueriles hablar de la vida de los santos, el rosario, las devociones, las limosnas y misas. Con la edad iba cobrando más fuerza su virtud y, al paso de esta, el amor de sus padres, que entre lo noble de su sangre hacían lugar a la piedad cristiana. Apenas supo discernir la vanidad y la virtud cuando se declaró parcial de la virtud y opuesta a la vanidad: despreciaba sus pompas, ofendíase de las galas, siéndole uno de los principales motivos a aborrecerlas conocer el perdimiento de tiempo que ocasionaban.

Cuando ya Doña María había tomado el gusto al trato interior con Dios, se le hacía poco el tiempo para asistirle. Comenzó desde sus tiernos años a ejercitar la misericordia con los pobres, dejando su comida con que algunos aliviasen su necesidad. Así iba dando principio a la tarea religiosa de sus ejercicios tan sin darlo a entender en su familia que hasta de su madre se recelaba porque no se los impidiese el cariño, o porque sólo lo supiese el Señor por quien los obraba. A sus solas se quitaba las galas que era preciso usar según las obligaciones de su estado. Dejaba el lecho en dejándola recogida [sic] y pasaba largos espacios en dulces coloquios con Dios por medio de la oración. Bien conocían sus padres que la virtud iba tomando entera posesión del alma de su hija y hacíanse desentendidos por no verse obligados a ponerla leyes en sus ejercicios y, aunque sentían sus retiros, sus virtudes los [fol. 9v] doblaban el gozo y, al paso de mirarla con tan ventajosas prendas, deseaban ver de ellas buen gozo, dándola un esposo digno. Pero ella, que ya tenía hecha su elección de su esposo divino, se desconsolaba mucho sólo con oír pláticas en orden a matrimonio, que es lo que pretendían sus padres.

Persuadíanle con razones y ejemplos de muchas santas que ha habido en la iglesia sin que el estado de casada las quitase ser muy virtuosas. Viendo sus padres que, dejada a su albedrío, se frustrarían sus deseos, la manifestaron su voluntad, con que se dio por vencida su constancia por no faltar a su gusto porque los amaba y veneraba juntamente. Y entre los muchos señores que solicitaban tan ilustre prenda, le cupo la dichosa suerte de ser su esposo al ilustre Garci Méndez de Sotomayor, Señor del Carpio. Y ajustadas, celebradas las bodas dejando la casa de sus padres, partió al lado de su esposo a la Andalucía.

Esmerose Doña María en las perfecciones que cabían en aquel estado, siendo su estudio servir con primor y, en primer lugar, al divino Dueño de las almas, sin hacer la menor falta a su esposo. Su cuidado era socorrer a los pobres, remediar a los huérfanos y pacificar sus vasallos, sin que acertase a dar gusto a su marido en cuanto obraba: disposición pudo juzgarse de la divina providencia por que no se le pegase el afecto de las criaturas. No tenían sucesión, de donde nacieron más crecidos los disgustos, y noticiosos los padres de Doña María del estado en que se hallaba, alcanzaron licencia para volvérsela a su casa, que concedió con facilidad su marido, por el mucho desazón que tenía. Y, llegando a Toledo, fue recibida con alegría común de sus padres y de su patria, y a poco tiempo de haber llegado tuvo noticia cómo su esposo había muerto, nueva que lastimó su corazón y que llevó con cristiana conformidad, creyendo que Dios la había librado de aquel vínculo para que atendiese a su servicio con mayor desembarazo.

Hallándose en su viudez temprana, comenzó a darse con más veras al ejercicio de las virtudes. Visitaba los hospitales de la ciudad donde hacía con los pobres cuanto dictaban los fer- [fol. 10r] vores de la cristiana misericordia, empleando en su beneficio no pocas veces hasta las tocas que cubrían su cabeza. A su costa se daban dotes a las huérfanas, de su casa salía la comida y el vestido para los pobres vergonzantes, de su hacienda se pagaban las deudas de los que padecían en las cárceles por ser pobres, enviaba rescate a los cautivos y, no contento su espíritu con las obras corporales de misericordia, pasaba a sacar del estado de la culpa a muchas almas. A los enfermos que visitaba exhortaba a recibir los sacramentos y no se proponía obra de virtud a que no estuviera pronto su ánimo, disponiéndolo Dios blandamente que sus padres no la fuesen a la mano.

Al paso de lo activo corría lo contemplativo en esta sierva de Dios, a cuyo fin (en compañía de la devota Juana Rodríguez, discípula de su fervor de quien se hace mención en el año de 1505) [1] iba descalza todas las noches de los maitines de la Santa Iglesia de Toledo, donde perseveraba en oración por largos espacios, encendiéndose en el trato del Criador, para salir a beneficiar las criaturas. Su fervor llegó a tanto en orden a contemplar los beneficios y perfecciones divinas que, dejando encargado a personas de confianza el socorro de los pobres de que cuidaba, se retiró a la santa iglesia sin que saliese de sus puertas de día ni de noche en el espacio de un año, en el cual no comunicó con persona alguna, sino con Juana Rodríguez su compañera, y con su confesor, el Padre fray Pedro Pérez de la Orden seráfica, cuya virtud, letras y prudencia se dio bien a conocer en el gobierno y dirección de Doña María. Preparábase esta sierva de Dios para la oración con disciplinas rigurosas, el sueño corto le tomaba sobre la tierra sin otro abrigo. Habíase ya desnudado el monjil y vestídose un saco tosco que la servía de cilicio. El día de comunión no comía más que pan y agua, y los demás días al pan añadía alguna hierba. Así debilitaba la carne y así crecía su espíritu. Hízole Dios señalados favores que escribió por manda- [fol. 10v] to de su confesor. Perdiolos su convento de Santa Isabel y siempre se llora en él descuido tan notoriamente culpable, sirviéndole de castigo de haberlos dado en confianza la pena de estar sin ellos.

Revélala Dios la restauración del Reino de Granada, viéndola derramar tantas lágrimas repetidas por la conversión de tantas almas engañadas por el pérfido Mahoma. A instancia de la Sierva de Dios, a quien habían llamado los Reyes Católicos a Segovia, instituyeron el Santo Oficio de la Inquisición, crisol de nuestra santa fe. Y, habiéndolo conseguido por la estimación que los Católicos Reyes hacían de sus prendas y virtudes, sin que sus ruegos fueran bastantes a detenerla en Segovia, volvió a Toledo a proseguir sus ejercicios, de donde había faltado seis meses; y luego que llegó, pareciendo a su espíritu que caminaba a lentos pasos, dejó la casa nobilísima de sus padres y se entró a servir en el hospital de la Misericordia, por estar donde con más facilidad pudiese ejercitar la suya, supliendo con esta mayor continuación lo que había faltado en los seis meses de ausencia.

Tomó en el hospital para su habitación un aposentillo tan estrecho y oscuro que más parecía sepultura de muertos que aposento de vivos. Acomodó para su carne unas pobres pajas, para cobertor una manta de pelos de cabra y la almohada de lo mismo. Su hábito era un saco de jerga que ajustaba a las muñecas y cintura con una soga. Cubría la cabeza con un pedazo de estopa, todo acomodado para la decencia de la honestidad y todo indicio de su penitencia y del desprecio del mundo. Ejercitaba con los pobres todos los ejercicios de enfermera y de criada: todo el día los asistía, toda la noche los velaba, hacía muchas veces la cama al que veía con inquietud, lavábales las bocas, limpiábales las llagas, aconsejaba y fervorizaba a los moribundos, alumbraba a los que agonizaban, sazonábalos la comida, dándolos por su mano las substancias y, los ratos que la permitía esta tarea, se retiraba a la oración, a las disciplinas y otros ejercicios a su aposentillo, hasta que al ser de día los volvía a visitar y a ejercitar [fol. 11r] su piedad con ellos, limpiando de sus aposentos todo lo que les podía ser molestia y mal olor.

Al ejemplo raro de esta señora se debió la istitución de la célebre Hermandad que se fundó en Toledo del Hospital de la misericordia, sentando plaza de cofrades los más nobles de la ciudad y, para que se ayudase al socorro de los pobres, de más de las limosnas asignó Doña María de sus bienes veinticinco mil maravedíes de juros perpetuos. Del hospital salía esta sierva de Dios con su compañera por las calles y plazas de Toledo, donde se vio tan venerada y conocida a pedir limosna para su hospital, volviendo a él cargada de todas las cosas que compraba para los pobres sin rehusar dejarse ver cargada de escoba, de vidrios, mantas y otras cosas necesarias, para los enfermos. Encontrábanla sus deudos, que humanamente disgustados la volvían el rostro, mirándola como a quien les parecía era lunar feo de su nobleza y sólo se contentaban con juzgarla por loca. A la opinión de los demás se hacía también Doña Juana de Guzmán, su madre, poniendo los medios que se le ofrecían a su caridad para reducirla a su casa, donde la curase su locura, mas nada bastaba a entibiar la llama de su amor y de la caridad encendida que se había apoderado de su corazón, y se juzgaba dichosa de que se ofreciesen muchos de estos lances para parecer algo por su amado Jesús.

La continua tarea de estas molestas ocupaciones, sus vigilias y ayunos continuos tuvieron tanta fuerza que ocasionaron en la sierva de Dios una enfermedad tan recia que ya los médicos perdieron la esperanza de su mejoría, y así solo la recetaron se le diesen los santos sacramentos y, habiéndolos recibido con mucho consuelo de su alma, quedó difunta al juicio de los circunstantes, sin señal alguna de vida y con todas las demostraciones de difunta, y, divulgándose que era muerta María la Pobre (que este era ya en estos tiempos su nombre), fue en toda la ciudad común la tristeza y el desconsuelo. En particular llegando a su madre esta noticia, ya no disgustada sino afligida de oír decir que ya habían sacado el cuerpo de su hija de su celdilla a la capilla de Gaitán [fol. fol. 11v] que era la del hospital, y que se trataba de darla sepultura, salió apresurada de sus casas, y viendo a su hija muerta, llevada del afecto de madre, sehincó de rodillas delante de una imagen de Nuestra Señora pidiéndola con fervorosas lágrimas restituyese la vida a su hija, pues era fácil a su intercesión; y, tomando a la imagen el santo niño Jesús que tenía en los brazos, la dijo: si no me dais la hija que os ruego, yo no he de volver a vuestro hijo, a cuya devota sinceridad y tiernas lágrimas inclinada la madre de clemencia restituyó a la vida a la difunta. Abrió los ojos, meneó los miembros y reconociose viva con universal gozo de los que se hallaron presentes, en especial de su madre, y con orden de los médicos, que declaraban convenía así para su convalescencia, sacando a la sierva de Dios con grave sentimiento suyo del hospital, la llevó a su casa con el gozo de quien consideraba que la recibía de nuevo.

Convalesció Doña María, siendo su salud tan milagrosa como la cura de su enfermedad y, conociendo que la segunda vida se le debía únicamente a Dios, determinó que Su Majestad fuese único empleo. Quisiera volverse con sus pobres, mas no se lo permitían los médicos ni su confesor. Dábase continuamente a la contemplación a título de faltarle las otras ocupaciones, resolvió a ir en peregrinación a visitar aquellos Santos Lugares en que obró nuestro rescate. Contradecíanla los suyos esta determinación piadosa, mas ya estaba enseñada a no hacer aprecio de sus contradicciones. Y así, a pie, descalza, y sin humano abrigo estaba ya para comenzar su jornada con su compañera, y, poniéndose en oración, pidiendo al Señor que fuese su guía, salió de ella mudados los intentos y cedió su voluntad a la divina.

Continuando su oración aquellos días, pedía con mucho fervor a Dios la diese a entender cómo le sería más agradable y entendió con luz superior que Su Majestad se daría por servido que fundase un convento de religiosas, donde muchas almas consagradas a perfecta religión serían a Dios de especial culto y de agradable servicio.

Diose por entendida a la divina voluntad [fol. 12r] y viniendo a este tiempo a Toledo los Señores Reyes Católicos, gustosos del empeño de Doña María, la dieron para fundación del convento las casas en que hoy está fundado, en cuya recompensa, a devoción de la reina, se puso el convento a la advocación de Santa Isabel de Hungría. Y tomando los Reyes Católicos el convento a su protección, se comenzó a llamar de Santa Isabel de los Reyes. Dio Doña María para esta fundación toda su hacienda, resignando a este fin en los Reyes más de siete cuentos. Asistieron sus Majestades a la renunciación que hizo la sierva de Dios Doña María de todo lo temporal, y así, entrada en el convento con algunas de sus criadas. Y esto fue el año del Señor del 1477, siendo Vicario Provincial de Castilla el M. R. Padre Fr. Juan de Tolosa, que fue confesor de la Reina Católica. Las casas que dieron a Doña María los Reyes, habían sido de los Señores de Casarrubios y estaban en la parroquia que dicen de San Antolín la cual, a instancia de sus Majestades, el Santísimo Inocencio VIII la incorporó al convento en 3 de octubre del año 1488, cometiendo el negocio el gran Cardenal de España, Arzobispo de Toledo y los beneficios y demás cosas de la parroquia se trasladaron a la iglesia muzárabe de San Marcos.

Algún tiempo estuvo la Venerable Madre Doña María con el oficio de abadesa y prelada de su nuevo convento, guardándose en él la Tercera Regla de nuestro Padre San Francisco, hasta que deseosa la venerable señora de estrecharse a Dios con más fuertes lazos, habiéndolo comunicado con aquel gran Príncipe de la Iglesia Don Fray Francisco Ximénez de Cisneros, Arzobispo de Toledo, tomó para sí y su convento la clausura y Regla de la gloriosa Santa Clara. Habiendo sido el Cardenal quien solicitó su petición y se la propuso al Santísimo Inocencio VIII, que la despachó benignamente por medio del Cardenal Julio, Obispo de Ostia, y la intimó en Toledo aquel gran varón el Doctor Francisco Álvarez de Toledo, Maestre escuela de la Santa Iglesia y la data de la última es año de 1481, en 18 de noviembre, Pontificatus Innocentii anno 1º. Profesó la venerable abadesa los cuatro votos de la [fol. 12v] Regla de Santa Clara, en cuya observancia fue puntualísima y sin defecto alguno toda su vida.

Fue devotísima de la sagrada comunión, disponiéndose cada día con más estudio de virtudes al paso que la frecuentaba más. Los días de comunión, con ser tantos, no comía bocado hasta la noche, y entonces hacía su comida de unas pocas almendras. Mandola un prelado que moderase estos ayunos y que siempre tomase algo de lo que la ponían como a las demás en la mesa, y solía cumplir este mandato, tomando una almendra o una pasa. Las demás penitencias suyas eran admirables. Hizo tejer una túnica de cerdas y lana de cabras, y de esta usaba cogiéndola desde el cuello a los pies y la traía apretadísima al cuerpo. Tomaba disciplinas con instrumentos de hierro en que derramaba mucha sangre y andaba llena de llagas. Era muy caritativa para con las enfermas y la primera en los oficios más humildes. Tenía todas las noches dos horas de oración antes de maitines, asistía a ellos, y después hasta la mañana no salía del coro.

Hallábase la pobre de Cristo interiormente tan asistida de consuelos y quisiera ayudar a su esposo a sentir sus dolores. Pidioselo con sumisión e hízola ese favor enviándola una prolija y penosa enfermedad que, por espacio de un año, la atormentó con exceso sin que la calidad de este achaque llegase a noticia de la humana medicina. Decía, significando lo que padecía, que los huesos y nervios la parecía desencajarse todos de sus lugares sin poderse menear, si no por mano ajena. No se le oyó en este tiempo la menor queja, y si alguna vez al ruego de sus hijas decía algo de sus males, luego las pedía perdonasen el mal ejemplo de su impaciencia. No le estorbaban estos dolores el trato interior con Dios, llenándole de suavidades y, aunque el cuerpo padecía, el alma gozaba. Ya se llegaba el tiempo en que la sierva de Dios pasase a la posesión de la corona, que ganó en tanto años de vida de perfección. Agravándosele cada día sus desmedidos dolores y reconociendo que eran las aldabadas con que la llamaba el esposo a entrar a las eternas bodas, por no morir fuera de la comunidad pidió la llevasen al dormitorio. Y, habiéndole dado una ardiente calentura, recibió todos [fol. 13r] los sacramentos. Estuvo dos horas recogida en sí, sin admitir alguna comunión humana. Volviose a sus hijas y exhortolas con grande espíritu a la unión fraternal y observancia de su profesión. Hiciéronla algunas preguntas y de sus respuestas se conocieron los amores que Cristo Señor Nuestro y su Santísima Madre la hicieron, visitándola y asistiéndola en aquella hora; y despidiéndose de sus hijas y diciéndolas “quedad en paz”, cerrando los ojos como para tomar el sueño, sin más movimiento dio su bendita alma a su esposo y señor, un lunes al amanecer en que se cumplía un año de su enfermedad. De edad de 70 años y 30 de religión, a tres de julio de 1505.

Llenose la estancia de celestial olor y su cuerpo quedó con admirable claridad y hermosura. Llenose de lágrimas el convento, de tristeza la ciudad y la comarca, y todos acudían al convento aclamándola por santa. Oyose en el punto que expiró suave música de extraordinarias voces y lo mismo sucedió al levantar el Santísimo Sacramento de la misa y al llevarla en hombros los religiosos a la bóveda del entierro. La muerte se ocasionó últimamente de landre, a cuya causa echaron sobre el cuerpo y rostro cal viva, mas pasados dos meses, reconocidas de este yerro las religiosas, con licencia que pidieron para ello el día de San Mateo de aquel año sacaron del coro el cuerpo, hallándole tan entero y tratable como cuando estaba vivo. Sólo el rostro tenía de color más moreno, ocasionado de la cal que la habían echado. Volviéronle a la bóveda hasta el día de la traslación de San Luis y le colocaron en una concavidad sobre la puerta del coro; y en el año de 1574, siendo Provincial de Castilla el R. P. fr. Juan de Alagón, se puso en el hueco del altar que hay en el coro entre las dos rejas, con la misma incorrupción y flexibilidad de miembros.

A la hora en que dio su alma a su criador la Venerable Madre María la Pobre, estaba en oración un devoto religioso vicario del convento de la Madre de Dios de nuestro Padre Santo Domingo de la misma ciudad de Toledo, el cual vio en espíritu una festiva procesión de ángeles y santos, y en medio, entre las gloriosas Santa Clara y Santa Isabel, a la dichosa pobre adornada de celestiales atavíos, y le fue significado quién era y cómo aquellos ata- [fol.13v] víos se le habían dado en premio del desprecio del mundo, y toda aquella gloria por sus singulares virtudes, por las cuales era llevada a la gloria de la eternidad con tan solemne pompa, y que aquel día había sido uno de los más célebres que se habían gozado en la celestial Jerusalén. Y en esta conformidad lo contó el devoto Padre a las religiosas del convento de Santa Isabel, afirmándolo y certificándolo para gloria de su abadesa y para su edificación.

Ha obrado, por la intercesión de esta sierva de Dios, Su Majestad muchos milagros, dando salud a diversos enfermos encomendándose a sus méritos, y así mismo por medio de sus reliquias volvió a la vida un niño y una mujer, que estaban dejados por muertos, y cada día se experimentan, a la invocación de esta sierva de Dios, repetidas maravillas. Escribió su vida con su acostumbrado y primoroso estilo el doctor don Tomás Tamayo de Vargas, cronista de estos reinos y la sacó a la luz dedicada a la majestad católica del Rey Don Felipe tercero, año de 1616 [2].

Notas

[1] El autor se refiere aquí al año de la muerte de Juana Rodríguez, dato que podría haber recogido (“se hace mención”) de la Crónica de Marcos de Lisboa (1570).

[2] Se refiere a la vida de Tamayo de Vargas, también publicada en el Catálogo: Tamayo de Vargas, Tomás, 1616. Vida de Doña María de Toledo, señora de Pinto, y despues Sor María la Pobre, fundadora y primera Abbadessa del Monasterio de Sancta Isabel de los Reies de Toledo. Toledo: Diego Rodríguez.

Vida impresa y manuscrita

Ed. de María Aboal López (impresa) y Verónica Torres (manuscrita); fecha de edición: octubre de 2020 y junio de 2021.

Fuente

  • Pisa, Francisco de, 1605. Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo e Historia de sus antigüedades y grandeza y cosas memorables que en ella han acontecido, de los Reyes que la han señoreado y gobernado en sucesión de tiempo, y de los arzobispos de Toledo, principalmente de los más celebrados, Toledo: Pedro Rodríguez, Imprenta Real, fols. 275r, 276v-277r.
  • Pisa, Francisco de, 1612. Apuntamientos para la segunda parte de la Historia de Toledo. Biblioteca de Castilla-La Mancha, Ms. 193, fols. 78-81.

Criterios de edición

Aunque esta vida en el libro impreso forma parte de una enumeración de santos y, por tanto, no es propiamente una hagiografía, la recogemos aquí para que quede constancia de su inclusión en esta obra del siglo XVII. Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo, es decir, se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.), las sibilantes y se eliminan las consonantes geminadas. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza, así como la acentuación y puntuación, que se adapta a la actual. No obstante, se ha mantenido la escritura de “monesterio” y la no separación en “deste”.

En cuanto a la continuación manuscrita de la misma obra, aparece en un manuscrito del siglo XVIII con este título: “En este libro se contienen los Apuntamientos para la segunda parte de la Historia de Toledo que prometió escribir el Doctor Francisco de Pissa Decano en las Facultades de Santa Theologia, y Artes Liverales, y Cathedratico de Escriptura en la Insigne Universidad de Toledo: fechos y ordenados por el mismo, en el año de 1612”. El relato aparece así en Los apuntamientos para la segunda parte de la Historia de Toledo de 1605. La alusión a María de Toledo se integra en el apartado correspondiente al monasterio Real de Santa Isabel. Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas, es decir, se moderniza la ortografía (b/v, j/g, qu/cu, etc.), así como el uso de mayúsculas y la acentuación y puntuación, que se adapta a la actual.

Vida de María de Toledo

(1605)

[Libro Quinto]

[Fol. 275r]

Capítulo XXXVI

Catálogo o lista de santos propios de esta ciudad de Toledo

[…]

[Fol. 276v] […] Doña María de Toledo, que se quiso nombrar sor María la pobre, monja y abadesa del hábito y Orden de Santa Clara de la observancia, en el monesterio de santa Isabel de los Reyes, que ella fundó en esta ciudad en unas casas grandes que los Reyes Católicos le dieron para este efecto, junto a la iglesia parroquial de San Antolín en esta ciudad; falleció a tres de julio de mil y quinientos y siete. Clareció en milagros; su [fol. 277r] cuerpo está enterrado y se muestra entero en el coro de las monjas deste monesterio.

(1612)

El monasterio Real de Santa Isabel

[Fol. 78] Asimismo, cae en este distrito de la parroquial de San Antolín el monasterio Real de Santa Isabel de los Reyes, que es de monjas de Santa Clara, fundado desde su principio por doña María de Toledo, la [que se] quiso nombrar Soror Ma- [fol. 79] ría la Pobre por menosprecio del mundo, hija de Pedro Suárez de Toledo y de doña Juana de Guzmán, su mujer, Señores de Pinto. La cual fundó este monasterio por los años del señor de 1477, en el cual vivió otros 30 años santamente haciendo Nuestro Señor por ella muchos milagros así en su vida como en su muerte, de que se tiene noticia y están autorizados, y de ellos se hará mención en un cuaderno aparte. Su cuerpo está sepultado en el coro de las monjas tan entero como se puso al principio.

Y fue así que teniendo esta santa propósito y devoción de fundar un monasterio de monjas con la [fol. 80] advocación de San Francisco, siendo ella de la Orden Tercera del mismo santo, viniendo a esta ciudad los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, y sabido por ellos el santo propósito de doña María, para ayudarla en su buen deseo la hicieron merced y gracia de aquellas casas reales, que eran suyas, y por memoria y devoción de Santa Isabel de Hungría, que era también de la Tercera Orden del santo, fue dedicado el monasterio a esta misma santa, y se llama de Santa Isabel de los Reyes, esto es, de los Reyes Católicos, cuyas eran las casas.

Asimismo, los dichos señores Reyes Católicos con autoridad apos- [fol. 81] tólica y del arzobispo de Toledo, dieron a las monjas la iglesia de San Antolín, que era parroquial, como está dicho, y les venía muy a cuento a las monjas para su iglesia. De este monasterio se hallará escrito en las Crónicas de San Francisco, 3ª parte, lib. 8, cap. 15, y la Vida de esta santa María la Pobre escribe el reverendísimo fray Francisco Gonzaga, obispo que al presente es de Mantua, en la 3ª parte de la Historia Seráfica en la provincia de Castilla, tratando de este monasterio de Santa Isabel.

Vida impresa (1)

Ed. de Verónica Torres Martín; fecha de edición: noviembre de 2020

Fuente

  • Alcocer, Pedro de, 1554. “Libro segundo, en que particularmente se escribe el principio, y fundamento desta sancta ygleia de Toledo…”, Hystoria, o descripcion dela Imperial cibdad de Toledo. Con todas las cosas acontecidad en ella, desde su principio, y fundacion. Adonde se tocan, y refieren muchas antigüedades, y cosas notables de la Hystoria general de España, Toledo: Juan Ferrer, fols. 106v col. b - 107r col. b.

Criterios de edición

El relato aparece en el libro segundo de la Historia, o descripción de la imperial ciudad de Toledo, impreso en 1554, en el que se describe la fundación de los monasterios, hospitales y lugares píos de la ciudad de Toledo. La vida de María de Toledo se integra en el decimoquinto capítulo, en el que se ejemplifica la fundación del monasterio de Santa Isabel de los Reyes.

Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por ello, se ha decidido respetar la morfología de las palabras con interés morfológico o fonológico con la intención de no perder los valores fonéticos, léxicos y sintácticos de la época. Asimismo, se han conservado las grafías de sibilantes por tratarse de un impreso de mediados del siglo XVI. Además, para facilitar la localización del texto, se indica el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).

Vida de María de Toledo

Capítulo XV

Del monesterio de Santa Isabel de los Reyes

[fol. 106v col. b] El devoto monesterio de Santa Isabel de los Reyes de esta ciudad de Toledo, que es de monjas de la Orden de Santa Clara, fue en su principio fundado por doña María de Toledo, hija de Pero Suárez de Toledo y de doña Juana de Guzmán, su mujer, señores de Pinto. La cual, siendo desde sus tiernos años empleada en servicio de Nuestro Señor con grande y maravilloso hervor de devoción y queriendo al fin de sus días perficionar este amor y gran desseo del servicio de Dios, fundó este católico [1] monesterio en el año del Señor de 1477 años, siendo ella de edad de 40 años, en el cual vivió santamente treinta años, haziendo Nuestro Señor por ella muchos miraglos, assí en vida como en muerte. Siendo, pues, esta señora de edad de 39 años, hubo una grande enfer- [fol. 107r. col. a] dad en la cual fue divinalmente amonestada que fundasse un monesterio adonde mejor pudiesse salvar su ánima y la de otras. Lo cual de tal manera inprimió en su coraçón que nunca de él se apartó, y, como Dios nuestro Señor había de ser tan servido de ello, ordenó cómo este su santo desseo hubiesse efecto y casi [2] acaeció que, viniendo por estos días a esta ciudad los Reyes Católicos y sabiendo el santo propósito de esta doña María, quisieron como católicos favorecer y ayudar su buen desseo. Para ayuda del cual le hizieron merced de aquellas casas, adonde hizieron el monesterio de Santa Isabel, que eran suyas de ellos. Y por esto, en memoria de esta Católica Reina, tomó tal nombre. Recebida esta donación, esta religiosa mujer començó a entender con gran diligencia en la obra de esta santa casa, a lo cual le ayudó con gran cantidad de dineros doña Juana de Toledo, su hermana. Y siendo acabado este monesterio, la dicha doña María de Toledo se encerró en él con otras dos religiosas de honesta vida en el año susodicho y, aun de más de estas dos religiosas, recibió después otras algunas por amor de nuestro Señor y por la bondad que en ellas conocía.

Y el cuerpo de esta santa mujer está en el coro de las religiosas tan sano y entero como cuando allí se metió. Y, habiéndoles dado los Reyes Católicos a estas santas vírgines esta dicha casa, les dieron también por autoridad apostólica y arçobispal la iglesia de S. Antolín, que era parroquial y les venía muy a propósito para su iglesia y la perroquia [3] que en ella estaba se passó a la iglesia de S. [fol. 107r col. b] Marcos, que era muçárabe, adonde agora está, y esto fue casi tres años después que en esta casa entraron. Está sepultada en el coro de estas religiosas la reina princesa doña Isabel, hija mayor de los Reyes Católicos, que fue primero casada con el príncipe don Alonso de Portugal, que murió en Santarén de caída de un caballo, y después con el rey don Manuel de Portugal, que por muerte del dicho príncipe heredó aquel reino. La cual, aunque murió en Çaragoça, se mandó traer a esta santa casa y que la sepultassen en el coro en una sepultura llana y humilde entre las religiosas. Y, entonces, sacaron de él a doña Inés de Ayala, que estaba en él sepultada (desde antes que estas religiosas tomassen la possesión de esta iglesia), y la pusieron a la mano derecha del altar mayor con un letrero por do parece que esta señora fue mujer de Diego Fernández, mariscal de Castilla, y agüela de la reina doña Juana de Aragón, madre del Católico Rey don Fernando.

Notas

[1] Aparece escrito “cathoiico”.

[2] Posible errata por “así”.

[3] Se respeta la oscilación vocálica al escribir esta palabra y sus derivaciones.

Vida impresa (2)

Ed. de Sergi Sancho Fibla; fecha de edición: julio de 2021.

Fuente

  • Lisboa, Marcos de, 1570. Tercera parte de las Chrónicas de la Orden de los Frayles menores del Seráphico Padre S. Francisco (…) nuevamente ordenada y sacada de los libros y memoriales de la Orden (…). Salamanca: En casa de Alexandro de Cánova, fols. 210r-212r.

Criterios de edición

La primera y la segunda partes de esta crónica se editaron en portugués por primera vez en 1557 y 1559 respectivamente. Sin embargo, esta tercera parte fue publicada en Salamanca en 1570 directamente en castellano. Es posible que primero fuera redactada por Marcos de Lisboa en portugués y que se tradujera para esta edición, pero la publicación lusa fue posterior y no existe rastro del original.

El texto se ha actualizado a las normas de ortografía vigentes. Esto conlleva la normalización de las grafías h, b/v, j/g, i/y; los cambios de qu a cu. Sin embargo, se ha respetado la morfología de las palabras de interés fonológico o etimológico (mayormente latinismos) y de fácil comprensión. También se han conservado el laísmo (muy presente) y un más escaso leísmo. Se ha mantenido el uso de “cúya” en función de pronombre interrogativo: “sin saber cúya era”.

En cuanto al grupo de sibilantes, sólo se mantiene la -ç- y la -sc-, y se respetan los grafemas -s-/-ss-. También se han conservado “desto”, “desta”, “della”, pero “d’él” se ha separado mediante el apóstrofo. La grafía x se ha respetado como sonido dorsopalatal fricativo: dexar, exemplo. En cambio, la i como fonema /j/ se ha modernizado para facilitar su comprensión. Tanto la puntuación como la acentuación han sido normalizadas. También lo ha sido el uso de las mayúsculas y la separación o unión de palabras. Los nombres propios de personajes y lugares han sido modernizados para facilitar su reconocimiento. La -u- intervocálica y la v han sido unificadas como “v”.

Por último, por su posible interés para los estudiosos de la historia del libro, las abreviaturas han sido desarrolladas, en la medida de los posible, mediante el uso de cursivas (incluso & y &c). En el caso de “f.”, se ha optado por “fray” en vez de “frater” por el uso que hace el texto de la misma palabra. El uso de la cursiva se ha conservado, ya sea en los latinismos, las citas o en los títulos de obras. Además, las citas, originalmente también en cursivas, se reproducen entre comillas. Finalmente, los números en romano han sido conservados, pero se han eliminado los puntos que los circunscriben.

Vida de María de Toledo

[Fol.210r]

Capítulo XIII. Vida de la bienaventurada soror María la pobre, fundadora, del monasterio de Sancta Isabel de Toledo de la Orden de Sancta Clara

[1] En la ciudad de Toledo resplandesció maravillosos rayos de virtud y sanctidad la muy illustre y bienaventurada doña María de Toledo, que soror María la pobre se quiso nombrar por menosprecio del mundo, y fue fundadora y primera abbadessa del monasterio de Sancta Isabel en la dicha ciudad de la Orden de Sancta Clara. Fue la vida desta sierva de Dios como un espejo y traslado de la muy santa vida de sancta Isabel, hija del Rey de Hungría [2], de la Tercera Orden del padre Sant Francisco, por tanto con mucha razón puso su nombre y título al monasterio que edificó. Era la sierva de Dios de la muy illustre sangre de los Duques de Alba y de los condes de Oropesa, hija de Pero Suárez de Toledo y de doña Juana de Guzmán, señores de Pinto, y muy temerosos de Nuestro Señor. Desde sus tiernos años ansí començó a ser ferviente en el amor de la castidad que tuvo firme propósito cuanto le fuesse possible de nunca casar. Su coraçón assí era lleno de compassión y piedad de los pobres que en ninguna cosa mayor consolación sentía que en les hacer limosnas y les acudir a sus necessidades, y algunas veces quitando su proprio menester. Huía de las vanas occupaciones y regocijos de las otras doncellas, y todo el tiempo que podía se recogía al oratorio donde su madre oía missa, y allí se occupaba en devotas oraciones. Siendo casada por obediencia de su padre, constreñida con un caballero de Andalucía Señor del Carpio, vivió con él siete años con mucha paciencia, suffriendo muy grandes trabajos. Y no habiendo hijos, habiendo liçencia de su marido se devolvió a Toledo a casa de su madre, adonde poco tiempo después de venida tuvo nuevas que se marido era muerto. Viéndose, pues, la sierva de Dios en la libertad que su espíritu siempre había desseado, para toda se dar al servicio de Nuestro Señor, luego dexó los trajes seglares, y se vistió del hábito del padre Sant Francisco muy grossero y vil con túnica de paño baxo, y movió a todas sus criadas a vestirse del mesmo hábito. Menospreciado desta manera el mundo, començó con mucho hervor a exercitarse en las obras de misericordia y charidad del próximo, que es el cierto y derecho camino de subir a la alteza de la divina charidad. Como otra sancta Isabel, visitaba los hospitales, era presente a los entierros de los pobres, visitaba los pobres en las cárceles, procuraba saber de las personas pobres envergonçadas, y doncellas huérfanas, y como madre proveía las tales personas en sus necessidades. A los enfermos especialmente servía y curaba con mucha diligencia y hervor de charidad, y con entrañas de gran piedad muchas veces les lavaba las llagas, y con ferviente charidad las besaba, gastando en esto muchas veces las tocas de su cabeça, otras veces las daba a pobres, y también sus vestidos, volviendo sin ellos para su casa. [Fol. 210v] Después de la muerte de su marido, siempre anduvo descalça hasta su muerte, por mayores fríos y nieves que hubiesse. Levantábase todos los días a los maitines de la Iglesia mayor con su compañera Juana Rodríguez, que hallaba siempre muy prompta y ferviente para semejantes obras, y estaba al officio de los maitines con grande silencio en oración. Huía siempre de todas las conversaciones y compañías, para que más libre y continuamente se pudiesse occupar a la oración. Tuvo siempre por su confessor a fray Pedro Pérez frayle menor de la observancia [3], varón docto, y muy espiritual por cuya doctrina la sierva de nuestro Señor se regía y aprovechaba en los exercicios espirituales. Traía siempre muy áspero cilicio vestido, y con muy duras disciplinas affligía su cuerpo, para que castigado fuesse más subjecto al espíritu. Con gran reverencia y devoción, se aparejaba para recebir el Sanctíssimo Sacramento, y recebíalo cada tres días, o a los ocho días cuando más tarde, y en el día del recibimiento del Señor, no comía más que pan y agua. Por estos sanctos exercicios y trabajos con que buscaba a su amado Señor Jesu Christo, era muchas veces de su Divina Clemencia visitada, y algunas veces con divinas revelaciones alumbrada, y le eran reveladas cosas por venir, las cuales por mandado de su confessor descubría, por ser provechosas a las almas. Fuele revelado que el Reino de Granada había de ser tomado por los Reyes Cathólicos, y también la reformación que se había de hacer en los frayles conventuales en sus conventos. Y siéndole revelado los grandes peccados que los christianos convertidos de los judíos y moros cometían contra la fe, descubriolo a los Reyes Cathólicos, y por su consejo fue ordenado que hubiesse el officio de la Sancta Inquisición en España, y otras muchas cosas para honra y servicio de Nuestro Señor.

Capítulo IIII. De otras sanctas obras y exercicios desta sierva de nuestro Señor

[4] Crescían en la sierva de Nuestro Señor con las grandes y nuevas mercedes divinas sus muy grandes desseos y hervores de servir a Nuestro Señor en sus pequeñitos siervos y necessitados, y siempre le parescía tener hecho nonada en el servicio de tan grande Señor a quien tanto debía. Por tanto, con mucho hervor se occupó en el servicio del grande Hospital de la Misericordia, donde de día y de noche servía a los enfermos, con grande humildad e increíble charidad. Y por que ninguna hora pudiesse faltar su servicio, tomó una casita y aposento dentro en el hospital, donde, acabados los servicios de los enfermos, de noche muy tarde se recogía y estaba en oración hasta los maitines. Y tomando algún poco sueño, luego se volvía a servir y a curar los enfermos en todos los servicios viles y trabajosos, haciendo consigo mesma en este tiempo increíbles mortificaciones y asperezas. Por su exemplo incitados los nobles de Toledo, ordenaron cofradía, en la cual por su orden cada uno sirviesse su semana dentro en el hospital, como hoy día se hace. Después que la ferviente sierva de Christo dio sus rentas y cuanta hacienda tenía el dicho hospital, començó con su compañera a pedir limosnas en la ciudad por las puertas para los enfermos, y las que pedía llevábalas ella mesma y muchas veces iba bien cargada y administrábalas a los enfermos. Y porque no dormía el enemigo de nuestra salvación, en este tiempo levantó contra la sierva muy grandes persecuciones de sus proprios parientes y deudos, y de su madre que le era muy contraria por verla en obras tan viles occupada, affrentándose y habiendo su santa vida por deshonrra. Mas la ferventíssima sierva de Nuestro Señor, con mucha paciencia y alegría de su alma, recebía todas las persecuciones e inju- [fol. 211r] rias que se le hacían. Después destos trabajos le añadió Nuestro Señor otros, que cayó en muy grave enfermedad, y su madre la llevó para su casa, donde llegó a recebir todos los sacramentos, y aparejarse con mucho fervor para ir a ver a y gozar de aquel altíssimo Señor a quien su alma tanto amaba. Mas Nuestro Señor, como buen amigo, quiso dar más coronas de merescimientos a su verdadera sierva, y diole salud y nuevos desseos de toda se entregar a su amor y servicio. Y supplicando ella y su devota compañera con fervientes oraciones a Nuestro Señor les enseñasse en qué estado y vida sería dellas más servido, fueles por el Señor revelado que era su voluntad edificassen un monasterio de monjas adonde sus almas y de otras muchas se salvassen.

Capítulo XV. Cómo el monasterio de Sancta Isabel fue edificado por esta sierva de Christo

[5] Por la divina providencia, que no puede faltar a los sanctos desseos de los siervos de Dios, en este tiempo vinieron a Toledo los Reyes Cathólicos, y como tuviessen mucha devoción a la sierva de Christo, y conosciessen el sancto desseo que tenía, le dieron para este effecto unas casas muy grandes en Toledo, donde se edificó el monasterio de la Orden de Sancta Clara, de muy perfecta observancia, y le fue puesto nombre de Sancta Isabel de los Reyes. En la edificación deste monasterio, doña Juana de Toledo, hermana desta sierva de Christo, también de muy sancta vida, gastó mucha cantidad de dineros. Acabado pues el monasterio, la sierva y esposa de Christo María pobre, tomó el hábito y Regla de Sancta Clara, con otras muchas que la siguieron, y fue abbadessa del dicho convento. En este estado de más perfectión, levantada la esposa de Christo como en más altos desposorios divinos, en los cuales, dexando el mundo, el alma se aparta a la soledad en secretos y angélicos exercicios de su amado, y con su coraçón oye y conversa a su Esposo Jesu Christo, assí cresció en perfectión y sanctidad de vida, que a todos puso en grande admiración. Y fue visto de todos y conoscido que Nuestro Señor concedió a su bienaventurada sierva que representasse al mundo la vida admirable de Sancta Clara, cuya regla y estado había professado. [6] La orden de la vida desta esposa de Christo en la religión fue andar vestida de una túnica de muy áspero cilicio, su hábito y manto eran de muy vil saco remendado, su lecho una tabla, o algunos pocos de sarmientos, la cabecera una piedra o palo. Después de maitines nunca dormía más, hasta la prima siempre estaba en oración, y desta conversación divina se mostraba siempre en su cara, y resplandecía maravillosa y angélica alegría. No comió carne ni gustó jamás vino, mas continuamente ayunaba, y sobre esto tres días en la semana no comía sino pan y agua, y algunas veces, la Cuaresma de San Miguel Archángel toda la ayunaba a pan y agua, la cual es cuarenta días que se acaban en la fiesta de San Miguel de Septiembre, y siempre comía de los pedaços de pan que quedaban de las otras monjas. Comulgaba muchos días, con mucho hervor de espíritu, en los cuales días no comía más que unas pocas de passas, o cosa semejante muy tarde. En su conversación era muy benigna a todas las monjas, y si por necessidad reprehendía a alguna, no se recogía a la noche, sin la dexar alegre y consolada. En los servicios del convento era siempre la primera, y con tanta charidad servía a las enfermas que con su presencia y charidad muchas veces las sanaba de sus enfermedades. Y cuanto de más edad, tanto más se augmentaba y crescía el espíritu de la sierva de Christo en más fuerças y mortificaciones de la carne. Porque después de muchos años acrescentó al áspero cilicio [7], una túnica muy cruel texida de cerdas de puerco, y pelos de cabras. Muchas veces era visitada de su [fol. 211v] amado esposo Jesu Christo, con muy suaves y divinas consolaciones, y veíanse muchas veces en ella señales de estas visitaciones. Una vez, día de la transfiguración de Nuestro Señor, la vio una monja con cara tan resplandesciente como el sol, y el día siguiente, preguntando a la esposa de Christo, con mucha importunación, qué visitación del Señor había recebido aquella fiesta, con mucha humildad le descubrió que Nuestro Señor le revelara la gloria de su transfiguración, como si ella presente fuera en el monte Tabor, cuando el Señor delante de sus apóstoles se transfiguró. Otra vez un viernes de la Cuaresma, ayuntándose todas las monjas para la disciplina acostumbrada, fue vista la esposa de Christo de una monja, que tenía la cara tan resplandesciente y salían de su rostro rayos tan claros y derechos a los ojos de aquella monja que la veía que quedó espantada y casi perdió el sentido. Y preguntada después de la merced que había recebido de Nuestro Señor, y con ruegos constreñida, dixo que el Señor le comunicara entonces aquella immensa charidad suya con que se dexó atar y açotar a la columna.

Capítulo XVI. De la muerte de la bienaventurada sierva de Christo María pobre

[8] Llegándose pues ya la esposa de Christo al fin del presente destierro, començó a ser atormentada de muchas y graves enfermedades porque, como de antes no había querido tener contentamiento sino en la cruz y passión de Nuestro Señor Jesu Christo [9], assí siempre le pedía le quisiesse communicar los dolores de su sanctíssima Passión [10]. Cuyos devotos y fervientes desseos oyó el amantíssimo Señor, y concedió a su amada esposa que participasse de sus dolores porque también meresciesse participar mucho de su gloria. Tan grandes y terribles dolores sintió que parescía en todos los momentos serle sacado los huessos y las entrañas, y destos dolores mortales fue un año todo atormentada continuamente, sin nunca en ella ser vista señal ni palabra de impaciencia o turbación. Mas llena de muy suave alegría del espíritu, continuamente alababa a nuestro Señor y, como olvidada de sí mesma y de sus dolores, hacíase llevar a visitar las otras enfermas, y assí las consolaba y confortaba que parescía vivir más la esposa de Christo en regalos que en tormentos. En el cabo del año cresciole la calentura muy aguda y subiole el frenesís a la cabeça y, aunque perdió el uso del entendimiento, ningunas palabras salían de su boca sino muy sanctas, y ansí decía: “In pace in idipsum dormiam et requiescam. In manus tuas domine commendo spiritum meum. Vias tuas domine demonstra mihi. Hac requies mea in seculum seculi”. Y passados tres días tornó en sí, y pidió y recibió con mucha devoción todos los sacramentos y después de esto vivió dos días, confrotando siempre las monjas en el servicio de Nuestro Señor y de su sanctíssima madre, y de Sant Juan Baptista, y de la corte celestial. Finalmente fue oída de las monjas que estaban con la sierva de Christo una voz que la llamaba [11], y las monjas, con muchas lágrimas demandando la bendición a su sancta madre, y rogando ella a Nuestro Señor por sus hijas, sentiendo la voz del esposo celestial que la llamaba, respondió: “En paz con vos, Señor mío, dormiré, yo descansaré para siempre”. Y luego, con alta voz se despidió de sus hijas diciendo: “Hijas mías, quedaos con la paz del Señor”. Y muy quietamente passó su sancta alma al Señor en el año de mil y quinientos y siete, un sábado después de la fiesta de Sant Pedro y Sant Pablo, teniendo setenta años de su edad, y treinta de religión. Después de su bienaventurada alma salir del cuerpo, tanta suavidad de [fol. 212r] admirable olor sintieron las monjas que sin duda alguna creyeron ser esto señal de la sanctidad de la esposa de Christo [12], y de la compañía de la corte celestial que la vino a recebir, y llevar a la gloria de Christo su Esposo y Señor. Fue también muy clara señal de esta honra con que el Señor quiso llevar a su esposa la música y melodía celestial que luego de todas fue oída, la cual excedía a toda música humana, y tres veces fue oída de las monjas: a la muerte de la sancta esposa del Señor, y a la missa que por ella fue celebrada, y cuando su cuerpo fue llevado a la sepultura. En este tiempo que la sierva de Christo passó al Señor, estaba en oración un padre de Sancto Domingo, confessor de las monjas de la Madre de Dios, de la mesma Orden de Sancto Domingo en Toledo, y llamábase fray Jordán, el cual vio una muy larga processión [13], y al cabo della iban las bienaventuradas sancta Clara y sancta Isabel, y llevaban en medio a la bienaventurada sierva de Christo muy ricamente vestida, y con una diadema, y corona en la cabeça de gran resplandor, y de su cara salían rayos como del sol. Vio y conosció este devoto religioso a todas aquella santas almas con muy grandes fiestas y alegrías subir y entrar en los cielos, y luego se vino al monasterio de Sancta Isabel y contó esta revelación a las monjas. El cuerpo desta sancta religiosa se muestra hoy día entero y tratable y blando, ni cessa la divina clemencia de obrar allí muchos milagros, en diversas enfermedades por los merescimientos de su santa sierva.

[14] Un clérigo tollido de ambos pies encomendose devotamente a nuestros Señor por los merescimientos de su santa sierva, y luego alcançó salud.

Una mujer sanó de la mesma enfermedad, tocando la túnica de la sierva de Dios.

Muchas casadas estériles alcançaron de nuestro Señor tener hijos, encomendándose a esta su santa sierva.

Una mujer ciega cobró la vista, y otras muchas alcançaron salud de sus enfermedades, por los merecimientos desta gloriosa esposa de Nuestro Señor Jesu Christo, María pobre en las tierras, mas bienaventurada en los cielos.

Notas

[1] [Nota al margen] Memoriales de Toledo.

[2] [N. al m.] Nota.

[3] [N. al m.] Fray Pedro Pérez, varón spiritual.

[4] [N. al m.] Memoriales. Nota.

[5] [N. al m.] Memoriales.

[6] [N. al m.] Cómo ordenó su vida en la religión.

[7] [N. al m.] Nota.

[8] [N. al m.] Memoriales.

[9] [N. al m.] Nota.

[10] [N. al m.] Petición de los amigos de Dios.

[11] [N. al m.] Fue llamada de nuestro Señor.

[12] [N. al m.] Señales de la gloria de la sierva de Christo.

[13] [N. al m.] Visión du su gloria.

[14] [N. al m.] Milagros.

Vida impresa (3)

Ed. de Mar Cortés Timoner; fecha de edición: mayo de 2021.

Fuente

  • Villegas, Alonso de, 1588. Addicion a la Tercera Parte del Flos sanctorum: en que se ponen vidas de varones illustres, los quales, aunque no estan canonizados, mas piadosamente se cree dellos que gozan de Dios por auer sido sus vidas famosas en virtudes... Huesca: Iuan Perez de Valdiuielso. Fols. 60v col. a – 61v col. b.

Criterios de edición

El relato conforma el apartado 204 (“Vida de soror María la Pobre, monja de Sancta Clara”) de la Adición de la Tercera Parte del Flos sanctorum de Alonso de Villegas impreso en 1588.

Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por ello, han sido eliminadas las duplicaciones de consonantes: cc/c, ff/f, ll/l, ss/s y, además, se ha suplido “ph” con “f”, “ps” con “s”. Sin embargo, se respetan los grupos consonánticos -nc- (sancta), -pt- (Baptista) y -bj- (subjeto), y las contracciones. Además, se mantiene la conjunción copulativa “y” ante palabras iniciadas con el sonido vocálico “i”. Asimismo, para facilitar la localización de los textos, hemos indicado el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).

Vida de María de Toledo

[fol. 60v col.a - 61v col. b] [1] Hablando el real profeta David, en diversas partes de sus Salmos, en persona del Hijo de Dios, Jesucristo Nuestro Señor, se llama pobre, y fuelo tanto que quiso un día reclinar su cabeza su Majestad, teniéndola herida y lastimada, y no tuvo sino un duro madero. Y antes lo había Él mismo dicho: “Las zorras del campo tienen cuevas y las aves del aire nidos, y el Hijo del hombre no tiene en que recline su cabeza”. Considerando esto, una bienaventurada mujer señora de grande linaje y muy rica se hizo pobre por imitar a Cristo. Y fuelo tanto que tomó por apellido el nombre de Pobre, como parecerá en su vida colegida [2] de memoriales antiguos del monasterio de Sancta Isabel de Toledo que ella fundó y de las crónicas de Sant Francisco, y es en esta manera:

Doña María de Toledo, que soror María la Pobre se quiso nombrar por menosprecio del mundo, fue de la muy ilustre sangre de los duques de Alba y de los condes de Oropesa, hija de Pero [3] Suárez de Toledo y de doña Juana de Guzmán, señores de Pinto, y muy temerosos de Dios. Siendo de pequeña edad, mostrábase muy recogida y honesta. Su corazón se enternecía tanto con los pobres que de ninguna cosa mayor consuelo tenía que en les hacer limosnas y remediar sus necesidades. Hiciéronla fuerza sus padres que casase, y casó con un caballero de la Andalucía, señor del Carpio, y vivió con él siete años sufriendo grandes trabajos pacientemente. Y no teniendo hijos y alcanzando licencia de su marido, se volvió a Toledo, a casa de su madre, donde tuvo nuevas, poco después de su venida, que su marido era muerto.

Viéndose libre para darse toda al servicio de Nuestro Señor, dejó los trajes seglares y vistiose el hábito de Sant Francisco, muy grosero y vil con túnica de paño bajo, y persuadió a sus criadas se vistiesen de la misma manera. Y como otra sancta Isabel hija del rey de Hungría, a quien imitó mucho esta sierva de Dios, comenzó a ejercitarse en obras de misericordia. Iba a los hospitales, hallábase a los entierros de pobres, visitaba los encarcelados, procuraba saber de las personas envergonzantes y doncellas huérfanas y remediaba todo lo que podía. Servía a los enfermos con mucha diligencia y fervor de caridad: lavábales las llagas y besábaselas gastando las tocas de su cabeza en esto y, a las veces, les daba sus proprios vestidos, volviendo a su casa [fol. 60v col. b] sin ellos. Desde que supo la muerte de su marido, anduvo descalza hasta que ella murió, por mayores fríos y nieves que hubiese. Levantábase de noche y, con otra señora viuda que la acompañaba, iba a maitines a la iglesia mayor, y oíalos con mucha devoción y atención. Tuvo por su confesor a fray Pedro Pérez, fraile menor de la observancia, varón docto y muy espiritual, y por su doctrina se regía la sierva de Dios en sus ejercicios espirituales. Traía siempre un áspero cilicio, y con duras disciplinas afligía su cuerpo para que estuviese más subjeto al espíritu. Era grande la reverencia y devoción con que se aparejaba para recebir el Sanctísimo Sacramento, y recibíale a tercero día o a los ocho [días] cuando más tarde. Por estos sanctos ejercicios y trabajos con que buscaba a su Amado Jesucristo, era muchas veces de su Divina Clemencia visitada y descubríale algunas cosas que estaban por venir, las cuales, por parecer de su confesor, declaraba, siendo provechosas a las almas. Y, entre otras, siéndole revelados algunos pecados gravísimos que muchos cristianos convertidos de judíos y moros cometían contra la fe, descrubriolo a los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, y fue gran parte para que los Reyes, con celo sancto de la honra de Dios, para remedio desto introdujesen el Sancto Oficio de la Inquisición, como le introdujeron en España.

Crecían cada día más los fervorosos deseos del servicio de Dios en su sierva y, para ponerlos en obra, ocupose un tiempo en servir a los enfermos de un ilustre hospital, que está en Toledo, llamado de la Misericordia. Tomó allí aposento para mejor de día y de noche servirlos, como lo hacía, con humildad y caridad grande. Ya tarde, se encerraba en aquel recogimiento y estaba en oración hasta los maitines y, tomando algún poco de sueño, luego volvía a servir y curar los enfermos en todos los servicios viles y trabajosos, haciendo consigo misma, en este tiempo, increíbles mortificaciones y asperezas. Y, por su ejemplo incitados, los nobles de Toledo ordenaron cofradría en la cual por su orden cada uno sirviese su semana dentro del hospital, como hoy día se hace. Había dado la sierva de Dios su hacienda al mismo hospital y, visto que ni esto ni los proprios que él tenía bastaban para los enfermos que venían a él a ser curados, salió con la otra su amiga, la cual se llamaba Juana Rodríguez, a pedir limosna por la ciudad de puerta en puerta, y volvía bien cargada a sus enfermos. De aquí se le levantó [4] grande persecución de sus parientes y de su propria madre, [fol. 61r col. a] que le era muy contraria por verla ocupada en obras tan viles, afrentándose y teniendo su sancta vida por deshonra. Mas la sierva de Dios recebía con mucha paciencia y alegría de su alma todas las persecuciones y injurias que se le hacían, añadiéndosele a estos trabajos otro [trabajo], que cayó en una grave enfermedad, y su madre la llevó a su casa, donde recibió los sacramentos y se aparejó para la partida. Mas Nuestro Señor quiso dar más coronas de merecimientos a su verdadera sierva, y diole salud y nuevos deseos de se entregar toda en su amor y servicio. Y suplicando ella y su devota amiga con fervientes oraciones les enseñase en qué estado y vida sería dellas más servido, fueles por el Señor revelado ser su voluntad que edificasen un monasterio de monjas donde sus almas y de otras muchas se salvasen.

A este tiempo, viniendo a Toledo los Reyes Católicos, como tuviesen mucha devoción a la sierva de Cristo y conociesen el sancto deseo que tenía, diéronle para este efecto unas casas grandes que estaban junto con la iglesia parroquial Sant Antolín, en la misma ciudad. Y allí se edificó el monasterio del Orden de Sancta Clara de la Observancia, y le fue puesto nombre de Sancta Isabel de los Reyes. Y en la edificación desta casa gastó mucha cantidad de dineros doña Juana de Toledo, hermana desta sierva de Dios, también mujer de muy sancta vida. Acabado, pues, el monasterio, la sierva y esposa de Cristo, María la Pobre, tomó el hábito y regla de Sancta Clara, con otras muchas que la siguieron, y fue abadesa del dicho convento. Y en este estado de más perfección levantada, como en más altos desposorios divinos, en los cuales, dejando el mundo, [5] el alma se aparta a la soledad en secretos y angélicos ejercicios de su Amado, y con su corazón oye y conversa a su Esposo Jesucristo, así creció en perfección y sanctidad de vida que a todos puso admiración. Y fue entendido de muchos que Nuestro Señor concedió a su bienaventurada sierva que representase al mundo la vida admirable de Sancta Clara, cuya regla y estado había profesado.

El orden de vida desta esposa de Cristo en la religión fue andar vestida de una túnica de muy áspero cilicio, su hábito y manto eran de muy vil saco remendado, su lecho una tabla o algunos sarmientos, la cabecera una piedra o palo. Después de maitines dichos a la medianoche, no dormía, sino perseveraba en oración hasta la prima. Y esta conversación divina se parecía [6] en su rostro, en el cual resplandecía maravillosa y angélica alegría. No comía carne ni gustaba jamás vino, ayunaba continuamente, y tres días en la semana a pan y agua, y lo mismo la Cuaresma. Y siempre comía los pedazos de pan que dejaban las otras monjas. Comulgaba muy a menudo y, en tal día, no comía sino ya tar- [fol. 61r col. b] de unas pocas de pasas o cosas semejantes. En su conversación era afable, mostrando apacible rostro a todas las monjas y si, por necesidad, reprehendía a alguna, no se recogía a la noche sin la dejar alegre y consolada. En los servicios del convento era siempre la primera, y con tanta caridad servía a las enfermas que, con su presencia y amorosas palabras, muchas veces las sanaba de sus enfermedades. Y cuanto de más edad tanto más se augmentaba y crecía el espíritu de la sierva de Dios porque, después de muchos años, acrecentó al áspero cilicio una túnica muy cruel tejida de cerdas de jabalí y de pelos de cabras. Muchas veces era visitada de su Amado Esposo Jesucristo con muy suaves y divinas consolaciones, y desto daba indicios su rostro, como un día de la Transfiguración, que se le vido una monja tan resplandeciente como el sol y, importunada, dixo con mucha humildad que Nuestro Señor le revelaba la gloria de su Transfiguración como si ella presente se hallara en el monte Tabor, cuando delante de sus apóstoles se transfiguró.

Llegándose a la sierva de Dios el fin de su destierro, comenzó a ser atormentada de muchas y graves enfermedades. Un año padeció terribles dolores que parecía, en todos los momentos, serle sacados sus huesos y las entrañas sin nunca ser vista en ella señal de impaciencia o turbación, mas llena de muy suave alegría en su espíritu alababa a Nuestro Señor. Y como olvidada de sus dolores, se hacía llevar a visitar las otras enfermas, y así las consolaba y confortaba que parecía vivir más la esposa de Cristo en regalos que tormentos. A cabo del año creciole la calentura muy aguda y subiole el frenesís [7] a la cabeza. Y aunque perdió el uso del entendimiento, ningunas palabras salían de su boca sino muy sanctas, puesto que las decía en latín, que ella no entendía, como eran estas: “Iin pace in idipsum dormiam et [8] requiescam: In manus tuas domine commendo spiritum meum: Vias tuas domine demonstra mihi: Hac requies mea in seculum seculi”. Pasados tres días tornó en sí, pidió y recibió con singular devoción todos los sacramentos. Y después desto, vivió dos días confortando siempre las monjas en el servicio de Nuestro Señor y devoción de su Sanctísima Madre y de Sant Juan Baptista y toda la corte celestial. A este tiempo fue oída de las monjas que estaban con la sierva de Dios una voz que la llamaba, y con muchas lágrimas pidieron la bendición a su bendicta madre. Y rogando ella a Nuestro Señor por sus hijas, sintiendo la voz del Esposo celestial que la llamaba, respondió: “En paz con Vos, Señor mío, descansaré para siempre”. Y luego con voz alta se despidió de sus hijas diciendo: “Hijas mías, quedaos con la paz del Señor”. Y muy quietamente pasó su bendita alma al Señor en el año de mil y quinientos y siete, un sábado después de la fiesta [9] [fol. 61v col a] de Sant Pedro y Sant Pablo, en tres días de julio, teniendo setenta años de edad y treinta de religión. Sintiose, luego que murió, un olor suavísimo en aquel aposento y una música tan suave que excedía a todo lo que humanamente puede entenderse, no faltando algunas revelaciones en personas de sancta vida por las cuales se entendió la gloria de su bendita alma.

El cuerpo desta ilustre religiosa se muestra entero, tratable y blando en el coro de las monjas de su monasterio de Sancta Isabel. Las cuales tienen algunos testimonios de [fol. 61v col. b] milagros que obró Dios por los merecimientos desta su sierva, como de un clérigo tollido de ambos pies que fue sano, y del mismo mal fue sanada una mujer tocando su túnica. Y otra cobró vista. Y muchas casadas estériles alcanzaron de Nuestro Señor tener hijos encomendándose a su sierva María la Pobre. Estos milagros, con la vida desta sancta, se refieren en la tercera parte de las crónicas de Sant Francisco, libro octavo, capítulo [10] trece y catorce. Y en la historia de Toledo de Pedro de Alcocer, libro 2, capítulo 15, se escribe su vida. [11]

Notas

[1] En el lateral izquierdo (fuera de la caja de escritura) podemos leer: “En. 3. de Iulio. Ef. 24. 39. 69. 85. & I08. Matth. 8.”

[2] En el margen: “Authores.”

[3] Se conserva “Pero” aunque, posteriormente, en el texto aparece la modernización del nombre.

[4] En el texto: “levento”. Subsanamos la errata y acentuamos según los criterios de edición.

[5] En el texto “a alma”. Se corrige la incoherencia sintáctica.

[6] Es decir, se “aparecía” o “reflejaba”.

[7] Actualmente, “frenesí”: CORDE. http://corpus.rae.es/cgi-bin/crpsrvEx.dll [Consulta 5 de mayo de 2020].

[8] Se ha suplido el signo tironiano por la conjunción copulativa “et” pero se ha conservado la puntuación. “En paz me dormiré y descansaré. Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu. Señor, muéstrame tus caminos. Este es mi reposo por los siglos de los siglos.”

[9] En el margen derecho leemos: “Año de 1507.”

[10] En el texto “capit.”

[11] En el catálogo, Verónica Torres ha editado la biografía que aparece en la obra de Pedro de Alcocer. Ver Vida Impresa (1)

Vida impresa (4)

Ed. de Pedro García Suárez; fecha de edición: diciembre de 2016.

Fuente

  • Salazar, Pedro de, 1612. Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado Padre San Francisco, Madrid: Imprenta Real, 359-367.

Vida de María de Toledo

Capítulo XXIIII

[359] Del nacimiento y crianza de doña María de Toledo, fundadora del Monasterio de S. Isabel la Real de Toledo

Fue doña María de Toledo, natural de la ciudad de Toledo, hija de Pedro Suárez de Toledo y de su mujer doña Juana de Guzmán, Señores de Pinto. Era Pedro Suárez de los señores de Alva y de Valdecorneja, y de los señores de Oropesa, linaje antiquísimo en España y de gran nobleza. Eran estos señores Pedro Suárez y su mujer muy cristianos y devotos. Y ansí parece que, premiando Dios sus buenas obras y virtudes, les dio a doña María de Toledo por hija. La cual desde muy tierna edad dio muestras de la gran perfección que había de tener en el discurso de su vida. Lo primero que podemos decir de su niñez es que desde muy pequeña fue aficionada a los pobres, y usó con ellos de mucha caridad. Fue desde que tuvo uso de razón muy inclinada a guardar limpieza y pureza virginal. Y ansí había propuesto firmemente de guardarla toda su vida. Ejercitose en esta tierna edad en hacer todas las limosnas que podía a los pobres, y todo lo que le daban para almorzar [360] y merendar, lo daba por amor de Dios. Las vanidades y niñerías de aquella edad siempre las aborreció, y como si fuera una mujer anciana y muy prudente, se ocupaba en obras santas. Cuando se podía esconder de su madre, íbase a un oratorio donde sus padres oían misa, y allí se estaba rezando y encomendándose a Dios muy de veras, y ansí alcanzaba de su divina Majestad, grande aumento de virtud y devoción. Llegada a edad de poderse casar, fue tanta la importunidad y instancia que sus padres en esto le hicieron que hubo de consentir en lo que le pedían, y mudar el propósito de la virginidad en santo y honesto matrimonio. Casáronla sus padres con García Méndez de Sotomayor y de Haro, Señor del Carpio. Estuvo con su marido siete años, y nunca parió, y después alcanzó licencia de su marido y vínose a Toledo a ver a sus padres; y pocos días después tuvo nueva cómo su marido había muerto: y en sabiéndolo hincose de rodillas, y dio gracias al Señor por verse libre para poder muy de veras ocuparse en su servicio. Y luego dejadas las vestiduras preciosas, se vistió de una túnica de paño, y de un hábito a manera de religiosa de San Francisco; el cual vestido era muy áspero y vil; y persuadió luego a todas las mujeres que estaban en su compañía a que hiciesen lo mismo. Desde entonces comenzó determinadamente a darse y ejercitarse en obras de misericordia. Visitaba todos los hospitales y hallábase en todos los enterramientos de personas pobres: acudía muy de ordinario a las cárceles y buscaba pobres vergonzantes y huérfanos, a todos los cuales servía y daba lo necesario, como verdadera madre de todos. También redemía cautivos, y los muchachos echados a las puertas de las Iglesias hacíalos criar a su costa, y después los ponía a oficios con que todos se remediasen. Pero entre todos estos santos ejercicios, en el que más de veras se empleaba era en curar enfermos pobres, a quien trataba con verdadera caridad y piadosas entrañas: a los cuales muchas veces les curaba las llagas, y lavaba los pies y se los besaba, y con muy suaves palabras los consolaba; y en otra cualquier cosa que veía tenían necesidad, y ella podía remediarla, lo hacía con muy gran diligencia y solícito cuidado. Anduvo siempre descalza después de la muerte de su marido, y aunque hiciese muy recios fríos, y los inviernos rigurosos y ásperos, jamás se calzó. Iba a Maitines cada noche a la Iglesia Mayor de Toledo, acompañada de una mujer amiga suya, que se llamaba Juana Rodríguez; la cual [361] halló muy pronta y aparejada para cualquier ejercicio de virtud y penitencia. Estuvo dentro en la Iglesia Mayor de Toledo un año, sin salir della ni comunicar con persona ninguna, salvo con su familiar amiga Juana Rodríguez y con su confesor, que era un fraile de san Francisco, llamado fray Pedro Pérez. Hizo esto para poderse dar con más devoción y espíritu a la contemplación y meditación. Había esta señora escogido al dicho fray Pedro Pérez para su confesor, por ser gran religioso y muy docto, con cuya doctrina y ejemplo hizo grande aprovechamiento en el camino de la perfección, al cual había dado la obediencia y la guardaba muy de veras. Andaba en este tiempo vestida de un muy áspero silicio, y con crueles disciplinas afligía su cuerpo delicado, para hacerle sujeto al espíritu. Comulgaba al tercer día, y lo más largo de ocho a ocho días, y esto era con tanta preparación y reverencia cuanta le era posible. El día que comulgaba ninguna otra cosa comía más de pan y agua. Sentía en los tales días muchos regalos de la divina clemencia en tanta abundancia que su espíritu era lleno de divinas consolaciones y alumbrado con celestiales revelaciones. Revelole nuestro Señor muchas cosas, las cuales por mandado de su confesor dejó escritas, y entre ellas era una, que el Reino de Granada vendría a poder de cristianos. También que los conventos de frailes menores claustrales y de las monjas habían de ser reformados. Revelole también nuestro Señor las grandes maldades y abominables herejías que los cristianos destos reinos cometían por la comunicación y trato que tenían con los moros y judíos que en ellos vivían. Pues manifestando esta santa mujer estas cosas a los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel (con quien tenía mucha autoridad y crédito), llamáronla a Segovia, adonde entonces ellos estaban. Y tratando con ella estos negocios y pidiéndole su parecer, determinaron se pusiese en España el Santo Oficio de la Inquisición. Y ansimismo ordenaron otras muchas cosas tocantes al servicio de nuestro Señor.

Capítulo XXV

De cómo doña María de Toledo, después que volvió de Segovia, no quiso tornar a casa de su padre, y se fue al Hospital de la Misericordia

Alcanzada licencia de los Reyes Católicos en Segovia, vínose a Toledo; no quiso tornar [362] en casa de su padre. Y después de haber puesto en estado las mujeres y criadas que tenía, ofreciose toda al servicio de Nuestro Señor, y fuese al Hospital de la Misericordia para emplearse de día y de noche en servicio de los enfermos. Y era cosa de admiración el cuidado y solicitud que en ello ponía, acudiendo a todas las necesidades dellos, a los cuales trataba con mucha benignidad y regalo; solo era para sí misma muy áspera, siendo para todos misericordiosa. La camisa que traía era un saco de sayal o xerga muy áspero. La cama era unas pajas, y la manta con que se cubría era pelos de cabra, y de lo mismo era el almohada. Tenía una celda muy pequeña, donde, después de haber acabado de curar y visitar los enfermos, estaba toda la noche hasta Maitines en oración. Y después de haber dormido un poco levantábase muy de mañana y limpiaba los servicios de los enfermos; y en cuanto podía regalaba y consolaba los enfermos. De donde manó que los Caballeros de Toledo hiciesen una Cofradía en la cual cada uno sirviese una semana en el Hospital de la Misericordia, lo cual ha permanecido hasta el día de hoy. Pasó muy adelante la cristiandad desta mujer, acompañada de muy grande humildad, porque queriendo con más abundancia regalar y servir a los enfermos, después que había dado al hospital y a la capilla d’él todo cuanto tenía, comenzó a pedir por amor de Dios (con su compañera Juana Rodríguez) de puerta en puerta, y llevaba con mucha alegría (sobre sus hombros) lo que le daban. Levantose por esta causa una grandísima persecución de sus más propincuos parientes, porque se afrentaban de verla andar de aquella manera y huían della por no encontrarla por las calles; y muchas veces le reprendieron y deshonraron: unos la llamaban loca, otros, desperdiciadora y gastadora, otros le decían que afrentaba a todo su linaje. De suerte que todos sus deudos la vinieron a aborrecer; y fue tanto esto que aun su madre (con ser muy cristiana y bendita mujer) no la podía ver. Mas la bienaventurada, deseando conformarse con Jesucristo Nuestro Señor, no solo llevaba esto con mucha alegría, más aun las bofetadas que su compañera le daba, por mandado de su confesor (para ejercitarla en paciencia y humildad), recebía como tesoro divino y precioso. Pasados desta manera tres años, cayó en una gravísima enfermedad; y llegada a lo último de su vida, y recibidos los sacramentos, vino a verla su madre, la cual no le pudo negar el amor y entrañas maternales; [363] y estando allí con ella y puesta de rodillas delante de una imagen de Nuestra Señora que allí estaba, le pedía (con lágrimas y suspiros e instancia de oración) salud para su hija, y muy en breve, como si hubiera resucitado, la vio sana y libre de su enfermedad. Llevola a su casa para que acabase de curar y regalarla en su convalecencia, y dentro de pocos días estuvo de todo punto buena.

Capítulo XXVI

Cómo doña María de Toledo después desta enfermedad tomó el hábito de monja de Santa Clara en el Monasterio de Santa Isabel la Real de Toledo

Después que la santa mujer cobró entera salud comenzó a tratar consigo misma, cómo dispondría de sí de manera que más sirviese a Nuestro Señor: unas veces pensaba ir en romería a Jerusalén, otras buscar otra vida más estrecha, y otras cosas semejantes. Y andando ella y su fiel compañera revolviendo estos santos y divinos pensamientos, pusiéronse en ferventísima oración, suplicando muy de veras a Nuestro Señor les revelase su divina voluntad. Tuvo sobre esto revelación divina, por lo cual entendió que la voluntad del alto Señor era que fundase un monasterio de monjas adonde ella y otras muchas le sirviesen. En este tiempo (por ordenación divina) acaeció que vinieron los Reyes Católicos a Toledo, y la dicha doña María de Toledo comunicó con la reina doña Isabel su determinación y santo propósito; y los Reyes holgaron mucho dello, los cuales le dieron una buena casa que ellos tenían en Toledo, que era el sitio donde ahora está fundada Santa Isabel, que es la Orden de santa Clara, al cual le pusieron este nombre por causa de la reina. Tomó allí el hábito, y con ella algunas criadas suyas, y otras devotas mujeres. Hicieron luego abadesa a la dicha doña María de Toledo, fundadora del dicho convento. El orden de su vida, después de ser monja y prelada, es este: traía de ordinario un áspero cilicio, desde el cuello hasta los pies. La túnica, hábito, y manto, todo era muy vil, roto, y muy viejo. Su cama eran unos sarmientos mal compuestos, o una tabla, y el almohada era una piedra o un madero. Después de Maitines no tornaba a la cama, por quedarse en el coro en oración hasta Prima. Y, del gran consuelo que de la oración sacaba, traía siempre la cara llena de alegría y [364] contento. No comía carne, ni bebía vino, y todo el año ayunaba con mucha abstinencia, y los tres días de la semana ayunaba a pan y agua, y en los otros tomaba algún refrigerio de vianda. La Cuaresma que llaman de los Ángeles solía ayunar a pan y agua. Cada día buscaba las cestillas en que se cogían los pedazos de pan que sobraba a las monjas, y lo que ellas dejaban, buscaba y recogía para su comer. Y cuando no los hallaba, rogaba a la resitolera le diese los mendrugos de pan que habían las monjas dejado. Comulgaba muy a menudo, y el día que recebía al Señor no comía más de unas almendras o pasas después de Vísperas. Los manjares que le daban en la mesa para comer, enviaba a los pobres. Todo cuanto fue en sí remedió las necesidades del prójimo; y ansí a los que llegaban a pedir al monasterio por amor de Dios, o los que en otras partes padecían alguna necesidad, procuraba remediar y consolar. Era humanísima con las monjas; y si alguna vez reprendía a alguna dellas, antes que se recogiese en la noche la hablaba, y dejaba muy consolada y alegre. Era siempre primera en los trabajos y oficios del monasterio, los cuales hacía con mucha diligencia y cuidado. Visitaba y servía a las enfermas con tanto amor y caridad que muchas veces su sola presencia les daba salud. Ansí como iba creciendo en edad crecía en el rigor y aspereza de su cuerpo, añadió al silicio una túnica tejida de cerdas y pelos de cabra para con eso poder ofrecer a Dios su cuerpo más mortificado. Como esta santa mujer era ejercitada muy de ordinario en altas meditaciones, aconteció que un viernes de Cuaresma, juntándose a la disciplina, como acostumbran, la vio otra monja que tenía la cara muy resplandeciente y con gran claridad, de donde salía un rayo de luz muy claro y grande, que la luz se extendía tanto que llegaba hasta la monja que esto vio. Y como le preguntase y rogase, con mucha importunidad, le dijese qué había visto o sentido en aquella hora (porque ella nada decía, sino siendo a ello muy forzada), dijo que había Nuestro Señor permitido que ella gustase en aquel tiempo aquella caridad incomprensible, con la cual quiso padecer tan crueles azotes y inmensos dolores. Otras muchas cosas le acaecieron y muy dignas de memoria, que Nuestro Señor hizo por su sierva, que por abreviar no se relatan aquí, solo diremos lo que en el fin de sus días hizo.

Capítulo XXVII

[365] Del fin de doña María de Toledo, y de los milagros que hizo

Acercándose el fin de la dicha doña María de Toledo, padecía muy grandes enfermedades. Y como el tiempo pasado de su vida no había tenido gloria en otra cosa sino en la cruz de Cristo y en su Pasión, suplicábale que los dolores y tormentos que su divina Majestad había padecido en la cruz permitiese que ella, en cuanto le fuese posible, los experimentase. Oyola el divino Señor, porque desde allí adelante le acometieron tan vehementes dolores que todos los huesos parecía se le quebraban en el cuerpo, y que cada momento la partían por sus coyunturas. Y aunque estuvo un año entero padeciendo estos dolores, nunca de su boca se oyó palabra que fuese impaciente, ni aun dio señal de tenerla: antes muy alegre y regocijada alababa a Dios sin jamás cesar. Y como olvidada de sí, hizo hacer una silla en la cual iba a visitar a las otras enfermas y las consolaba, y holgaba tanto de sus dolores y trabajos de sí misma que más le parecía estar en paraíso y gloria que padeciendo tormentos y dolores. Si alguna vez estando enferma le daban las que servían alguna cosa, y se tardaba algún tanto en tomarla, luego a la hora les pedía perdón con muy grande humildad. Finalmente, al cabo de un año que estaba enferma, le dio una landre y una calentura muy aguda, de que moría mucha gente; y tan grave fue lo uno y lo otro que la sacaron de juicio, pero con todo eso nunca dejó de decir palabras muy benditas y santas, unas veces decía: “In pace in idipsum dormiam et requiescam”, otras: “In manos tuas Domine commendo spiritum meum, vias tuas Domine demonstra mihi. Haec est requies mea in saeculum saeculi”. Después que volvió en su entero juicio pidió los sacramentos, y después de haberlos recebido devotísimamente, vivió dos días, en los cuales de ordinario consolaba y confortaba a sus monjas en servicio de Dios y trataba cosas espirituales y de grande edificación; y mientras duraron estos dos días se le mudaba el color del rostro muchas veces en diversos colores, en lo cual se vio manifiestamente que se le ofrecían graves y muy arduas cosas espirituales. Rogada, y importunada de algunas monjas les dijese lo que había visto, respondió: “Nuestro Señor Jesucristo y su bendita Madre han estado aquí conmigo”. Y importunada que dijese más, [366] dijo otra vez: “Vi al glorioso S. Juan Bautista, y a toda la Corte celestial”. Y al último día desta gravísima enfermedad en la noche, estando todas las monjas alrededor de la cama muy penadas y tristes por parecerles que les faltaba su buena madre, y las más dellas dormidas del mucho cansancio, oyose una voz desconocida que las despertó, y ellas se levantaron, y entendieron que se llegaba la hora. Hincáronse todas de rodillas bañadas en lágrimas y dando sollozos y suspiros, suplicándole les diese su bendición; y ella pidió a nuestro Señor les diese su bendición, y que las conservase en su amor y temor, oyó una voz del Esposo que la llamaba. Y repitiendo aquel verso, “In pace in idipsum dormiam et requiescam”, dio una gran voz, diciendo: “Quedaos con Dios hijas mías, quedaos en paz”, y luego como quien se queda dormida, dio su alma a Nuestro Señor. Fue su fallecimiento sábado, día octavo de los apóstoles S. Pedro y S. Pablo de 1507. Habiendo cumplido setenta años de edad, y treinta de religión, y de la fundación de su monasterio. Había en este tiempo treinta monjas en el convento, las cuales todas sintieron al tiempo que murió esta bendita señora grande fragancia y admirable olor que de su cuerpo salía, que muy cierto creyeron que estaban allí compañías de ángeles y coros celestiales que venían a acompañar a la bendita alma. Confirmó esto un canto celestial que luego sonó tan suave y dulce, con que quedaron todas las monjas muy consoladas. Oyose este canto tres veces. La primera en el aposento donde murió la santa. La segunda en la misa, y la tercera cuando la enterraban. A la hora que murió esta bienaventurada estaba en oración un religioso muy devoto, de la Orden de los Predicadores; el cual era confesor de las monjas del Convento de la Madre de Dios de Toledo, que se llamaba fray Jordán. El cual vio una procesión, y en el fin de la una parte iba santa Clara, y de la otra santa Isabel, y en medio llevaban a esta bendita mujer con grande resplandor, vestida de vestidos riquísimos de tela de oro; sembrados de perlas preciosísimas, con una corona de oro en la cabeza de mucho valor; y la cara llevaba resplandeciente como el sol. Y a todas estas santas conoció el dicho religioso y las miró con mucho contentamiento y regalo de espíritu, que parecía penetrar lo íntimo de los Cielos. Y muy lleno de admiración y gozo, fue al Monasterio de Santa Isabel, y contó por ciento esta visión a todas las monjas. El cuerpo desta bienaventurada se ve el día de hoy entero y tratable, [367] como si estuviese vivo, por cuyos merecimientos se han obrado por la divina clemencia muchos milagros, y sanado muchos enfermos de diversas enfermedades, de los cuales referiremos aquí algunos, para gloria de Dios, y de su sierva. Un clérigo cojo encomendose muy de veras con entero corazón a esta santa, y en un punto se halló sano y libre. Una mujer que estaba muy enferma, en tocándola con un pedazo de la túnica desta santa, luego sanó. Muchas mujeres que estando casadas muchos años y no se habían hecho preñadas, suplicando a esta santa les diese favor para tener hijos, fue Nuestro Señor servido de se los dar; y para esto se ceñían con una medida del largo desta santa mujer. Una señora muy noble tenía una hija que había perdido el juicio, y muy confiada en esta santa, envió a pedir al monasterio le diesen el velo de la cabeza de la santa y una medida de su cuerpo; y habiéndolo traído, el velo puso en la cabeza de su hija, y el cíngulo en el cuerpo, y luego cobró el juicio que tenía perdido, y dentro de pocos días se hizo preñada, que hasta entonces había estado con grande esterilidad. Otra mujer muy principal había cegado cincuenta días había de una grande enfermedad; la cual envió a rogar a las monjas del dicho monasterio que le hiciesen caridad de alguno de los paños que fueron de la bienaventurada santa; las monjas le enviaron un paño que había sido suyo, y la mujer enferma se lo puso sobre la cabeza, y luego cobró la vista de los ojos. Otras muchas personas han sido curadas y sanas de diversas enfermedades tocando al silicio o túnica de la bienaventurada santa. Todo esto ha sido para gloria de Nuestro Señor Jesucristo, que por los merecimientos de su sierva ha obrado tantas maravillas.

Vida impresa (5)

Ed. de Sergi Sancho Fibla; fecha de edición: octubre de 2021.

Fuente

  • Tamayo de Vargas, Tomás, 1616. Vida de Doña María de Toledo, señora de Pinto, y después Sor María la Pobre, fundadora y primera Abadessa del Monasterio de Sancta Isabel de los Reies de Toledo. Toledo: Diego Rodríguez.

Criterios de edición

El texto se ha actualizado a las normas de ortografía vigentes. Esto conlleva la normalización de las grafías h, b/v, j/g, i/y; la -u- con valor consonántico, y los cambios de qu a cu. No obstante, como se verá, en este texto se ha optado por una transcripción más bien conservadora. Se ha respetado la morfología de las palabras de interés fonológico o etimológico (mayormente latinismos) y de fácil comprensión: “embiaron”, “podiendo”, “recebir”, “monarchía”, “escriptura”, “oratión”, b“sanctidad”, etc. , y se han eliminado las dobles consonantes, excepto -cc- antes de e/i, y las nasales. También se han conservado el laísmo (muy presente) y un más escaso leísmo.

En cuanto al grupo de sibilantes, debido a que ya no tienen valor fonético y siguiendo los criterios del Catálogo, se ha actualizado su escritura. En cambio, se han conservado “desto”, “desta”, “della”, pero “d’él” se ha separado mediante el apóstrofo.

La puntuación y la acentuación han sido normalizadas, así como el uso de las mayúsculas y la separación o unión de palabras. Los nombres propios de personajes y lugares han sido modernizados para facilitar su reconocimiento: “Ayala” en vez de “Aiala”, “De Alba” en vez de “Dalva”, etc.

Las abreviaturas han sido desarrolladas. En el caso de “f.”, se ha optado por “fray” en vez de “frater” por el uso que hace el texto de esta palabra. El uso de la cursiva que marca énfasis en el original se ha conservado, aunque no en los diálogos o parlamentos, siguiendo los criterios del Catálogo, excepto cuando se pronuncian palabras latinas. Debemos avisar que en el impreso aparece siempre en mayúsculas el nombre de la protagonista de la hagiografía: “MARÍA la POBRE” así como el de “CHRISTO” o “JUANA RODRÍGUEZ”. Aunque nos hubiera gustado restituir el efecto visual que esta elección gráfica podía provocar en el lector, hemos optado por seguir criterios homogéneos con el Catálogo y hemos sustituido las maýusculas de la palabra por la mayúscula del nombre (por ejemplo, “Pobre”).

Por último, se ha conservado sólo uno de los paratextos: la censura escrita por Francisco de Pisa. Ello responde a la voluntad de hacer manifiesta la relación entre este eclesiástico y Tamayo de Vargas, siendo ambos autores de sendas vidas de María la Pobre.

Vida de María de Toledo

[Portada] Vida de Doña María de Toledo, Señora de Pinto, y después Sor María la Pobre, fundadora y primera abadesa del Monasterio de Sancta Isabel de los Reyes de Toledo

[Fol. (ir)] A la imperial ciudad de Toledo

Como a madre dichosa de tan bienaventurada hija debo justísimamente la relación de su vida, como el afecto con que la escribí en agradecimiento del favor que de todos sus naturales experimentan siempre mis cosas. Significo el deseo de no parecer desagradecido con la confesión de la deuda, y hácese esta gustosamente mayor con la paga de lo que es más suyo: pues nada por tal puede ser más agradable que su mismo nombre que la Descripción de sus maravillas; nada de más autoridad que la Historia de sus arzobispos; y nada de más estima que los Elogios de sus Ciudadanos ilustres en letras; con que, recompensando parte del agrado con que me favorece, pretendo confirmar su excelencia en lo mayor de las naciones extranjeras en lo mejor de la nuestra. Este será el intento, sino el suceso, como ahora dar por seguridad de mis promesas esta, si pequeña prenda de mis deseos, muestra grande de sus obras. Parte corta es de su historia, pero principal. Tal la han calificado muchos escriptores ilustres en religión, doctrina y dignidad: sus pisadas he medido, deseoso de serles, como en el cuidado, compañero en el afecto. El reverendo Padre Fray Marcos de Lisboa, obispo de Porto, mostró el suyo a esta beata señora desde el Capítulo XIII del libro VIII de la III parte de la Chrónica de la Orden de San Francisco. Siguiole, no sin maravilla, en obra tan insigne el doctísimo Tomás Bocio, presbítero de la Congregación del Oratorio, en el Capítulo XXIII del libro XII, signo LVIIl” [1], como el reverendísimo Fray Francisco Gonzaga, obispo de Mantua, III parte Monasteria [2]; Fray Pedro de Salazar, desde el Capítulo XXIV hasta el XXVIII del libro V de la Chrónica de la [fol. (iv)] provincia de Castilla; Pedro de Alcocer, libro I de la Historia de Toledo Capítulo XV; nuestros toledanos piadosos: el Maestro Alonso de Villegas, Flos sanctorum, parte III, el Doctor Francisco de Pisa por tantos títulos de doctrina, religión, ancianidad venerable, parte I de la Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo, libro V, Capítulo XXXVI) y más a la larga en el Tratado del instituto de la Orden Tercera, cuya erudición igual espera presto la luz común. La verdad de tales escriptores apoyan las escripturas, privilegios, institución, donaciones, y otras memorias originales antiguas, que del archivo de Sancta Isabel de los Reyes de Toledo he visto, como también una relación antiquísima de la vida desta señora de mano [3], y sin nombre de auctor, sacada (como se cree) de la que, enseñada del Cielo para solas cosas dignas d’él, escribió su devota compañera, y el ilustrísimo Dominus Fray Francisco Jiménez tuvo en gran veneración [4]. No me ha animado menos otra escrita con tanto acierto como curiosidad por el Dominus Pedro de Salazar y Mendoza, canónigo de la ilustrísima Iglesia de Toledo, y muestra de las grandes obras que España le pide para su mayor ilustración. Auctoridad tan grande ha seguido mi piedad, que no es pequeña aprobación del sujeto, y disculpa del que le emprende, la unida conspiración de tan nobles escriptores. En lo que la averiguación (como en las acciones de la niñez) no puede ser puntual, ley es del historiador referir lo que debió o pudo ser; en lo que fue, hacerlo que campee con el adorno, no que se violente. Tal vez hablan por mí los auctores antiguos por mejoría, no por afectación u ostentación. Tal (aunque con cuidado decoro) doy título de Bienaventurada, de Sancta, a quien atribuyó virtudes o maravillas proprias solamente de los que lo son. No es nuevo, ni digno de censura, pues con los [fol. (iir)] dedicados a Dios nació este nombre. A Israel dice el mismo, “Viri Sancti eritis mihi” [5], “sancti estote”, “quia ego Sanctus sum” [6], y David le alega para su defensa, “Custodi animam meam, quoniam Sanctus sum” [7], y San Pablo llama a los Christianos “Vocatos Sanctos” [8], nombre tan universal que comprehende en la sanctificación a los animales, vasos, vestimentos y lugares consagrados a Dios, como dice Orígenes. La precipitación deste aborto o parto de tres días ocasionó el temor de no verle mal tratar de algún fingido padre, como la Constancia del Gran Justo Lipsio, que deseé gozara la nobleza española por mi medio, y Fray Hernando de Luján de la Orden de la Merced quiso, sin orden mía, prohijar a Juan Baptista de Mesa, hombre no conocido, salió en Sevilla este año otro en reconocimiento de algunas amistades no vulgares con que yo sin conocerle le serví. Saliera con su nombre y el de sus censores, y conociérase, o no desmembrado, y no se desconociera. O no saliera, como la Vida del mismo auctor y Notas a esta obra sacadas de todas las suyas, pues todo se hizo a un fin, y fuera término de honor y christiandad. Lastímame no la pérdida, que estimo en poco, sino la mala correspondencia, que no puedo dejar de sentir mucho y a Dios solo hago juez y vengador de nuestra verdad. También la tardanza de la promulgación de la que sigo en la Defensa de la Historia de España, apoyada con tres sentencias del consejo supremo impedidas de relaciones siniestras, me ha obligado a buscar olvidos, hasta que Dios, en quien solo confío, se sirva de volver por la verdad y piedad de mi causa. Estas son las que me movieron a sacar a luz ahora esta niñería, como las superiores a desear solamente a los ciudadanos desta imperial ciudad por lectores de lo que es tan suyo, como lo confesará agradecido perpetuamente quien para ellos solamente lo escribió.

[Fol. 1r] Libro I. De la vida de Doña María de Toledo'

Capítulo I. Origen, progreso y fin del estado religioso

Con ser la naturaleza del bien si tal [9] que, si fuera capaz de aumento o disminución externa para su perfección la dejara de tener y perdiera el nombre, es cosa maravillosa que no tiene por excelencia igual a la promptitud liberal de su participación con los que le conocen el llevar tras sí los ánimos aun de los que le ignoran. A [fol. 1v] Dios summo y perfectísimo bien pudiera gozar de sí proprio solo en sí sin la compañía de las criaturas, mas como si necesitara su comunicación, no solo gustó de hacer de nuevo a quien vista su hermosura se fuese tras él, sino que dispuso los ánimos de los que poco antes había criado de nada, de suerte que ninguna cosa parece que pretendió más que su unión con ellas. ¡Oh propriedad forzosa del bien, oh fuerza propria del amor, aficionar no solo la voluntad, sino rendir el entendimiento; alcanzar no solo su aprobación, sino su seguimiento! Viose esto desde el principio de las cosas. Dio Dios ser al universo, hizo gobernador d’él al hombre; puso en este su conocimiento, diole con libertad la elección de lo bueno y de lo malo; no sujetó el juicio a la noticia de lo mejor, bastó darle la perfección de ella, sino la sujeción. Negósela el hombre rebelde a su hacedor, sujeto a su apetito. Pudo tal vez la hermosura cierta del bien más que la blandura lisonjera del mal. Huyó de uno llevado de otro. Cooperaron las obras del hombre a la promptitud de Dios y quedó por poses- [fol. 2r] sión y pueblo suyo unido con él y, como agradecido al gusto de su unión, trabajando siempre por no desunirse d’él. Quedó en fin (como transformado en el bien) hecho bueno, dando a este género de gente mejor el mejor principio en el del mundo. Enoch venerando a Dios con culto por religioso especial [10], hicieron lo mismo sus hermanos, hijos de Seth y nietos de Adam, vacando solo a Dios en habitaciones retiradas sin mezcla de la profanidad del vulgo. A su imitación, los hijos de Recab observaban los preceptos de su Padre tan puntualmente [11] que merecieron la alabanza del mismo Dios [12]. Imitaron a los de la ley natural los de la escripta [13], teniendo por guía al Sancto Propheta Samuel, y él por compañeros a los demás prophetas en los puestos señalados de Galgala, Naioth o Ramatá, y riveras del Jordán. Llevó adelante la institución de Samuel el fervoroso Elías, siguió su celo Eliseo, su discípulo, tan fervorosamente que excedió el número de sus secuaces la capacidad del Carmelo, extendiéndose hasta el Jordán, y monte Efraín y ciudades Galgala, Betel, Jerusalén, [fol. 2v] Sarepta, Samaria, Jericó. Conservose este fervor hasta el divino precursor Baptista, cuyas pisadas veneraron los Pablos, los Antonios, los Hilariones, los Macharios, los Pafnucios, y las demás guías de los ejércitos de ángeles humanos, que acompañaban a los celestiales en las alabanzas perpetuas de su Criador [14]. Hallaron ya estos sanctos en la ley de gracia apoyadas estas juntas con el ejemplo de Christo, y seguimiento de sus apóstoles y discípulos, autorizando en varias partes esta profesión personas de conocida nobleza: Techla en Grecia a persuasión de Pablo, Domitila en Roma a la de Clemente, la hija del Rey de Ethiopía a la de Matheo [15], y a ejemplo de todos en Francia, Martha, y otras que en Jerusalén halló la devota Emperatriz Helena. ¿Daremos otro nombre a aquella, si tierna en la fe, fervorosa unión de los que ufanos vivían con sola una alma, con solo un corazón? ¿La fórmula de la renunciación de las cosas del mundo no daba bien a entender cuán desarraigadas vivían dellas? [16] El modo de velar las vírgines, que tuvo principio del de los Apóstoles, y se confirmó el año de CXLVII por Pío I, Pontífice summo, ¿no es buen in- [fol. 3r] dicio desta abnegación de los bienes y gustos de la Tierra por la estima de los del Cielo? Seguían hasta estos tiempos los impulsos de Dios y mandatos de sus superiores estas fervorosas juntas, unas de un modo, otras de otro, y todas perfectísimamente, hasta que la doctrina de San Antonio en Egypto fue haciendo la regla [17], que después escribió en Capadocia San Basilio [18], aprobó en Milán San Ambrosio, y dilató San Augustín en África [19]. Llegó este estado a la última perfección con el ejemplo del glorioso Padre San Benito, y de sus bienaventurados discípulos Mauro y Plácido, y años después con el de Oddón, Abad de Cluní, de Romualdo de la Camaldula, de Juan Gualberto de Valdeumbrosa, Roberto I Estephano del Cístel, Bernardo de Claraval en diversos tiempos, y debajo de la regla de San Benito, y algo después con el de Bruno el de la Cartuja, y el de otros, que con la sanctidad de su vida, como partícipes del primero y summo bien atrahían a otros a él y a sí, deseosos de mayor perfección. No parecían muriendo siempre en cosa mortales. Vivían de milagro transportados en lo que no eran y para quien habían nacido; solo con Dios tenían sustrato, abor- [fol. 3v] recían el de los hombres, como si fueran ellos de otra naturaleza, temiendo que el cáncer de sus malas costumbres no corrompiese la sanidad de la suyas. Este era su intento. Siguiéronle otros con igual celo, si con menos retiramiento, pareciéndoles que el verdadero no consiste tanto en el del cuerpo, como en el del afecto, no tanto en la huida exterior de las cosas ajenas como en la interior de sí proprios, fiando en el que les daba el celo, que les daría valor para hollar sin lesión el fuego mismo y los animales ponzoñosos, por descalzarse de todos los afectos que les podían apartar de su Criador. Unieron a las ciudades, y afuer del Sol, que sin daño suyo ilustra aun las partes más inmundas, despidieron los rayos del fuego divino que, como a Elías, les trahía arrebatados de sí mismo en los corazones más tibios, dejándoles purificados de sus immundicias y hechos cherubines abrasados en el amor de Dios [20]. Juntáronse con los primeros, y como la materia del fuego conserva más en sí el calor junta que esparcida, vino a ser el incendio tal, que ya las ciudades competían con los desiertos. Fueron los primeros auctores deste género de vida † [21] años des- [fol. 4r] pués los bienaventurados patriarchas Domingo y Francisco, y a su imitación los demás, cuyos hijos hoy vemos florecer en virtud y letras para tanto honor de Dios y provecho del mundo: tanto puede la hermosura del bien, que obliga arrebatadamente a que le conozcan; tanto sin conocimiento, ¡que fuerza blandamente a que le sigan!

Capítulo II. Elección de Dios de todos estados para el de la Religión. Nobles en sanctidad y linaje en la de San Francisco. Sujeto y fin deste libro

Quiere Dios que todos le sigan. Repugna la imperfección de nuestra naturaleza depravada por el pecado a la sinceridad perfectísima a que a Dios nos lleva. Vence a veces la carne, muchas el espíritu, quedando [fol. 4v] de sus luchas en Dios gozo del vencimiento deste por nuestro bien, y en nosotros humildad con la fragilidad de aquella, por la obediencia a Dios. De uno y otro resulta gloria a Dios, provecho a nosotros, por llevarnos el conocimiento de nuestra miseria al de la necesidad que tenemos de quien nos da la vida, el movimiento, el ser. Anima Dios la desconfianza de los flacos con la variedad de los ejemplos de otros de su género y, aunque no admite excepción de personas, echa a veces la mano al poderoso del mundo para que su ejemplo mueva a sus iguales y por que se vea que el verdadero poder consiste en la abnegación del falso. Otras la extiende al desecho del mundo para confusión de lo estimado y para que se conozca que su providencia se extiende aun a lo más olvidado. Vense ejemplos de una y otra elección en todas las religiones y no es menor maravilla verse ensalzada la humildad de un pobre en todos los bienes que la fortuna llama suyos que desearse humillar un rico, un noble, un letrado. Es el estado mediano entre los humanos más commún, y así causan menor admiración sus sucesos. Pero ¿a quién no admirará ver postrar a los pies de la hu- [fol. 5r [22]] mildad la grandeza de las Coronas, y desear más vivir sujeto a la voluntad de un solo superior, que ser obedecido de todo un reino? Efectos maravillosos de la excelencia del bien, que atrahe a sí con amoroso imperio los ánimos que llegan a conocerle. Que a la ternura de una doncellica no contraste el regalo, y a los gustos aún lícitos ponga acíbar el conocimiento de Dios, ¿qué puede ser sino fuerza de su bondad? Deja Inés las riquezas de Orechio, su padre, rey de Bohemia [23], y los regalos de Frederico II, emperador de Alemania, su esposo, por seguir al padre y esposo de las almas puras, Christo, debajo de la regla de su Bienaventurado imitador Francisco. No repara Blanca en ser primogénita de Philipo Pulcro, rey de los Francos; olvídase de su padre Rodulpho, emperador, Coleta; no corrompen la constante determinación de Constancia los bienes de Frederico Emperador su abuelo, y amores de Don Pedro, rey de Aragón, su marido; no distrahe la vanidad del mundo a Salomé, hija del rey de Polonia. No entibia el fervor de Isabel la grandeza del Imperio de los Romanos y de Carlos IV, rey de Francia y emperador de Alemania, su marido, no a [fol. 5v] Blanca el Reino de Francia, no a Sancha Roberto, rey de Nápoles, su esposo; no a Doña Leonor de Quiñones, a Doña María de Mendoza, a Doña Ana Ponce de León, y a otras ilustrísimas señoras la delicadeza de su género, la celebración de su hermosura, la riqueza de su patrimonio, y la nobleza de sus padres a que lo pospusiesen todo por Dios a los pies de Francisco, cuyas pisadas tanto procuraron seguir. No últimamente todas estas apariencias del mundo a divertir de sus sanctos propósitos a la ilustrísima Doña María de Toledo por sangre de las más generosas, y por rica de las más hacendadas de España, a que, a ejemplo de las pasadas, le dejase a las venideras de su admirable vida [24]. De los sucesos desta hago humilde relación, no ambicioso, ostentación de sus alabanzas, porque ¿quién podrá dar alcance a la soberanía de sus méritos con la vileza de su insuficiencia? ¿Qué fin el espíritu del sujeto que emprendo infundido por ella o imitado del que hoy admiramos en sus religiosas hijas mal podrán las obras satisfacer al deseo? Vos, señora, celestial espíritu, perdonad la rudeza del estilo por la sinceridad del afecto: y sea género de alabanza vues- [fol. 6r] tra, como ninguna es mayor que no poder ser dignamente alabada [25] sino por vos misma, consentir serlo de quien es tan indigno de toda alabanza. A vuestra piedad será fácil la ayuda, como a mi veneración permitido proponer la hermosura de vuestras virtudes para caudal de los que las imitaren.

Capítulo III. Nobleza de Doña María de Toledo

Los hombres, a quien sola la antigua memoria de sus mayores dan nombre de nobles, son como los cipreses, superiores a los demás, pero sin fructo: son lienzos, que tienen la estimación en los colores, no la alma, de que no son regidos. Es verdad que los fuertes nacen de los fuertes [26], y nunca fue fructo de la generosidad del león el miedo de la liebre; nunca de la grandeza del águila el encogimiento de la paloma y, aunque es insigne la alabanza de la nobleza del linaje, da la me- [fol. 6v] jor ser la de la virtud, porque la una es sin duda ajena, la otra merecidamente propria [27]. Porque al que se da por rico, no a él sino a la fortuna se atribuye; a quien la tiene por valiente, la enfermedad la gasta; a quien por hermoso, la edad la roba; del que la merece por virtuoso, es la alabanza cierta [28], por ser solo de quien lo es, pues posee lo que no heredó de sus mayores, ni pende del caso, ni se muda con la edad, ni se acaba con el cuerpo. Hermosea maravillosamente el oro de la nobleza el esmalte de la virtud y aúnanse tan amigablemente estas dos dotes natural y divina que la virtud ilustra la nobleza y la nobleza hace que capee más la virtud. Es como natural al noble ser bueno, y como violento dejarlo de ser; como accidental al humilde serlo, y natural dejarse arrastrar de su bajeza. Pero si este es virtuoso, es noble; y si al noble corrompen los vicios, falta también la propria nobleza. Mas al que la sangre generosa hace estimado y la virtud heroica venerado, ningún título falta de alabanza, y en los tales, como para ejemplo se cuentan sus virtudes, para calificación dellas no es justo se olvide su nobleza. La de Doña María de Toledo iguala a su virtud, excediendo esta a aquella, que es [fol. 7r [29]] el mayor encarecimiento que dentro de los límites de la verdad se puede hacer. Porque ¿qué sangre hay en España insigne por antigüedad de hazañas, o qué casa ilustre por privilegios de sus mayores que no esté en las venas de Doña María de Toledo, que no reconozca por su igual a la de sus padres? ¿Qué digo en España? En casi la mayor parte de Europa. Porque no solo nuestros Cathólicos Reyes, sino los christianísimos de Francia, emperadores de Alemania, príncipes de Danemarch, Inglaterra, Polonia, y Transilvania, se glorian de deudo tan de honor. Como los Duques de Baviera, Florencia, Saboya, Mantua, Montferrato, Ferrara, Parma, Placencia, Cleves, Juliers, Lorena, Melchemburg, Conde Palatino del Rheno, de Bragança, Medina Sidonia, Gandía, y los Marqueses de Brandemburg y Badena por las líneas reales; como por el apellido de Toledo los duques d’Alba, condes de Oropesa, de Orgaz, marqueses de Villafranca y Caracena; señores de Higares, de las Cinco Villas, de la Horcajada de Galues, Jumela, Biedma, y otras innumerables. De la misma manera se precian de Toledos otros ilustrísimos señores de España, como el con- [fol. 7v] destable de Castilla, el Almirante, los duques de Arcos, de Feria, de Béjar, de Alburquerque, Osuna, Escalona, los Marqueses de Priego, Malpica, Velada, las Navas, Astorga, Moya, Povar, Mirabel, Hardales, Orellana, Algara, d’Este, Fuentes, Santacruz, la Vale Siciliana, Cerralvo, Valle, Cerrato, los Condes de Alba, de Benavente, de Medellín, de Cifuentes, de la Puebla, de Santisteban, de Teba, de Montalbán, de Montijo, Arcos, Añover, Buendía, Fuensalida, Luna, Osorno, de la Gomera, Chinchón, Altamira, Peñaranda.

Otras ilustrísimas casas tienen parentesco cercano con esta, y se glorian de tener sangre de la de Doña María, como en otra parte probaremos más a la larga, que aquí solo pretendemos dar noticia de su mucha nobleza, no deslindar las genealogías de tantos señores, obra para mayores fuerzas y ocupación de más tiempo.

[Fol. 8r]

Capítulo IV. Relación breve de la nobleza de la casa de Toledo

Afuer de los que en la estrecheza de una sola tabla se atreven a abreviar la grandeza del mundo con menoscabo alguno de su variedad [30], bien que sin daño de la verdad, me avendré yo en este Capítulo, reduciendo a relación breve lo que ocupa las mayores a mejores chrónicas de España. No ignoro la diversidad de opiniones que en la antigüedad de la ilustrísima casa de Toledo hay, ni pretendo preferir mi particular sentimiento a las sentencias communes: solo diré en summa lo que tengo por más cierto, como observado de los papeles de más curiosidad que hay en estos reinos.

Aunque la más recebida opinión de la antigüedad desta casa la da por principio al conde Don Pedro en tiempo del [fol. 8v] rey Don Alonso el VI, que ganó a Toledo, no averigua seguramente quién era este conde, ni de adónde vino. Vese la inconstancia destas opiniones en el libro antiguo de los linajes del conde Don Pedro, donde ya le hacen descendiente de los godos, ya hermano de un emperador de Constantinopla: y cuando Fernán Perez de Guzmán lo refiere, duda en la auctoridad del libro adonde lo leyó. Otros le señalan nombre llamándole Paleólogo [31]: pero la diferencia de los tiempos les convence bastantemente, por haber sido este apellido mucho después usado entre los emperadores de Constantinopla; verifícase esto con el nombre de la casa de los Conenos que tenía este imperio en tiempo del rey Don Alonso: de suerte que, si fue cierta esta venida del conde a ayudar al rey no había de ser Paleólogo sino Coneno. A esta duda puede satisfacer una aparentísima conjectura que, sin duda, algún gran señor descendiente de los godos emparentó con alguno de los emperadores de Constantinopla, de quien el conde procedió, pues las opiniones comunes se diferencian en esto. Lo cierto es que el apellido de Toledo excede la antigüedad [fol. 9r] de los condes de Castilla, porque en tiempo del conde Don Sancho se sabe que floreció un caballero, cuyo sepulcro hoy se ve en Oña, llamado Gutierre Rodríguez de Toledo, que fue su camarero mayor, oficio solo dado a grandes señores [32]; y pudo ser que el conde Don Pedro tuviese origen deste caballero Gutierre Rodríguez de Toledo, nombre continuado en muchos deste solar. Es también prueba de su grande antigüedad que el rey Wamba tuviese también este apellido [33], o ya por la ciudad insigne deste nombre, o por deudo con los caballeros desta casa.

De cualquier manera que sea, ningún indicio hay mayor de su antigüedad que la ignorancia de su principio, y colígese bien destas incertidumbres que, cuando ganaron a Toledo los moros, quedó en esta ciudad alguno desta casa entre ellos, como se sabe de los mozárabes que hasta su restitución vivieron en ella; y cuando el rey Don Alonso la ganó, los moros se recelarían de los deste solar por no tener que guardar entre sí mismos, y ellos en tiempo del cerco no osarían vivir entre los moros, y así saliendo fuera de la [fol. 9v] ciudad, y ayudarían al rey como tan grandes y valientes caballeros. Estas, si conjecturas, fundadas en grandes verdades. También se cree haberle hallado en este cerco otro hermano del conde Don Pedro, llamado Gutierre Suárez, de quien descienden los Suárez de Toledo, indicio claro de que serían más los deste apellido en aquel tiempo, que el rey obligado a su ayuda les aumentaría la hacienda y preminencias en la ciudad, en cuya restitución tenían tan gran parte.

Es esta nobilísima casa una de las más extendidas que hay en España, porque fuera de los Álvarez de Toledo, que trahen por divisa los escaques blancos y azules, y son sus estados el Ducado de Alba, marquesados de Coria y Villafranca, condados de Oropesa, Salvatierra, y otros infinitos señoríos, hay otros que se llaman Suárez de Toledo y Garcías de Toledo, con diferentes divisas, y cuyos estados son antiquísimos y riquísimos, y que se cree ser también descendientes del conde Don Pedro; hay también Martínez de Toledo, Gutiérrez de Toledo, Sánchez de Toledo, Díaz de Toledo, y Núñez de Toledo, y [fol. 10r] muchos más que al apellido simple de Toledo no añaden patronímico alguno, como aquel ilustre caballero Juan de Toledo que, en tiempo de los Reyes Cathólicos, se señaló tanto en la empresa de Alhama, y el otro su igual Marcos de Toledo en la de Malta, y otros muchos, que son la principal materia de nuestras historias [34]. A esto general desta casa añadiré con brevedad lo que desde el conde Don Pero hasta Doña María de Toledo nuestra materia he averiguado.

Floreció este conde, como se ha dicho [35], en tiempo del rey Don Alonso el VI, de quien el barrio que hoy llaman de Rey por descender él de los de Grecia, y en que vemos las casas deste apellido, con otros grandes heredamientos, recibió en agradecimiento de lo que en la toma desta ciudad le ayudó. Fue su hijo Illán Pérez [36] primer alcalde mayor de Toledo, electo como sus sucesores a persuasiones de los caballeros castellanos, a quien hizo el rey mercedes en esta ciudad, porque, habiéndose gobernado por las leyes de los godos y que hoy se llaman del Fuero Juzgo las seis parrochias mozárabes que en [fol. 10v] ella se habían conservado, quisieron ser juzgados por las de Castilla. Este caballero casó con Theresa Bermui, de quien tuvo a Pedro Illán [37]; deste y de Urraca Pérez fue hijo Illán Pérez [38]; deste y de Troila Núñez, Don Esteban Illán [39], que tan valerosamente alzando en la torre de San Román que él había fundado, y adonde están sepultados muchos de sus sucesores, pendón por el rey Don Alonso el IX, cuyas rentas llevaba el rey Don Fernando de León su tío, le entregó la ciudad, y venció a Don Fernando Ruiz de Castro y a sus secuaces de suerte que los echó de la ciudad. Y por sus servicios le hizo el rey merced de la tenencia del alcázar, y de otros castillos. El mismo valor mostró echando al rey de Córdoba que, con poderoso ejército, se había entrado en el Reino de Toledo; y replicó al pecho que el rey Don Alonso el IX quiso imponer a la hidalguía, porque mereció que la ciudad conservase su memoria en la representación de su persona armada y a caballo, que, renovada con la renovación de la Iglesia, dura hasta hoy en esta de Toledo [40]. Fue su hijo mayor Juan Estebáñez [41], y deste, Juan Háñez [42]; deste [fol. 11r] García Álvarez [43], que fue el primero que de los descendientes del conde Don Pedro, conservó el nombre de Toledo, aunque en algunas ruinas antiguas se llama Hernando. Tuvo la voz del rey Don Alonso el Sabio, cuando el Infante Don Sancho se apoderó de la mayor parte del reino de su padre, y, puesto en él, murió este caballero [44] y su hermano, Juan Álvarez, con gran dolor de toda la ciudad, por tener por injusta su justicia. Quedó Fernand Álvarez de Toledo, [45] su hijo, que sirvió valerosamente al rey Don Alonso el XI. Sus hijos Don Garci Álvarez de Toledo [46] y Don Fernando Álvarez de Toledo, grandes favorecidos sin mudanza, que no es poca maravilla en aquella era del rey Don Pedro, y en la revuelta deste rey con su hermano Don Henrique, por vía de concierto le hicieron merced de las villas de Oropesa y Valdecorneja con sus aldeas y términos, y el Barco con su tierra, y cincuenta mil maravedís de juro, y después la villa de Jarandilla y la de Cabañas y su tierra, renunciando el Maestradgo de Sanctiago que el rey había dado a Don Garci Álvarez, que fue mayordomo del Infante Don Henrique su hijo, en Don Gonzalo Mejía, por gusto de Infan- [fol. 11v] te Don Henrique; heredole su hermano Don Hernando Álvarez. En el repartimiento de los estados difieren el libro de los linajes del conde Don Pedro y la Chrónica de la Orden de Sanctiago [47], pero lo cierto es que se continuó en sus hijos el señorío destos estados. Fue el primer mariscal, en compañía de Pedro Ruiz Sarmiento, que hubo en Castilla. Sucediole Don Fernando Álvarez, que fue tercer señor de Valdecorneja en tiempo de Don Juan el I y Don Enrique el III. Sucediere Don Fernandálvarez, su hijo, en el de Don Juan el II, de quien recibió la villa de Salvatierra, como su tío Don Gutierre Álvarez de Toledo, I arcediano de Guadalajara, obispo de Palencia, y arzobispo de Sevilla, y después de Toledo, la villa de Alba de Tormes, que después le dio a su sobrino con vínculo de mayoradgo, y el rey le dio título de conde [48]. Ganó de los moros las villas de Benamaurel, Bençulema y Castril, orlando sus armas con las banderas que quitó por su mano a los moros de Écija y Jaén. Fue, pues, Garci Álvarez de Toledo hijo de Don Fernando Álvarez de Toledo, nieto del maestre de Sanctiago, III señor de Oropesa, contando por primero a su padre, y por segundo a [fol. 12r] su tío, viniendo a ser Don Garci Álvarez IV [49] y nieto XI del conde Don Pedro. Casó con Doña Elvira de Ayala, hija de Diego López de Ayala [50], de quien tuvo a Garci Álvarez, que le sucedió [51], a Pedro Suárez de Toledo, señor de Pinto, a Diego López de Ayala señor de Cebolla, de quien descienden los señores destos estados, y a Juan Álvarez, maestrescuela de Toledo. Pedro Suárez de Toledo casó con Doña Juana de Guzmán, de quien nasció Pedro Suárez de Toledo, conmendador de Otos, y a Doña María de Toledo, fundadora del monasterio de Sancta Isabel la Real de Toledo de la Orden de Sancta Clara, y a Doña Leonor de Toledo, en quien quedó la sucesión del estado.

Capítulo V. Nacimiento y niñez de Doña María de Toledo

Doña María de Toledo nació en el corazón de España, la imperial ciudad de su nombre Toledo, colo- [fol. 12v] nia antigua de los romanos, asiento noble de los godos [52], fuerte por sitio, noble por antigüedad, celebrada por sus ingenios, temida por sus armas, respectada por su nobleza, admirada por su poder, feliz por su religión, y felicísima por la muestra que dio della con el fructo desta señora por los años de la redempción del género humano de MCDXXXVII, teniendo la silla de San Pedro Eugenio, IV pontífice máximo, Sigismundo la del imperio de Alemania, y la de España Don Juan el II.

Nació para gloria de Dios, gozo de sus padres, ejemplo de su siglo, admiración de los venideros, y provecho de muchos: porque el nacimiento de los justos es ocasión de la alegría de todos [53], por el bien común que consigo trahe, siendo la justicia virtud común. Y así como en su nacimiento se da con tiempo señal de su vida venidera, se señala la gracia de su futura virtud con la alegría anticipada de los que lo saben. Fueron sus padres Pero Suárez de Toledo y Doña Juana de Guzmán, señores de Pinto, ilustres, como en el linaje, en la religión. De uno y otra, aun en su tierna edad, dio muestras su hija en su inclinación natural a todo géne- [fol. 13r] ro de virtud. Alegró con las gracias mudas de la niñez a sus padres María, pero mucho más con las que, aun balbuciente, daba a entender que conservaba en su corazón para el tiempo que con claridad las pudiese manifestar al mundo. Excedía la gravedad de sus maduros ejercicios la capacidad de sus años tiernos; no daba a la edad aún lo que de derecho era suyo. No había fructo de virtud que en ella no manifestase con anticipación su semilla. Eran sus consejas provocadoras del sueño de los niños, los ejemplos de los sanctos incentivos de la quietud de la gloria; su trato de amigas, el de los que la religión hacía venerables; sus fiestas, la celebración de las de los sanctos; sus juegos, el gozo que a Dios resultaba de sus oraciones; sus ejercicios más de gusto, la misa, el rosario, la abstinencia, la limosna, y todos los que la piedad christiana aconseja para la perfección, y en que pone Dios el sabor del Cielo, que ni el paladar humano sabe discernir, ni de cuyas alabanzas el oído, ni de cuya estima el corazón mortal son capaces. Crecía con el verdor juvenil del cuerpo el fruto maduro del alma, de manera que llevaba tras sí la religiosa vir- [fol. 13v] gen los ojos de todos. Era el amor de sus padres, la alabanza de sus deudos, la estima de sus criados, la admiración de sus vecinos, y todo tal que todos hallaban en ella que amar venerando, y que venerar amando. Era su condición apacible, sus palabras miradas, su alegría grave, su hermosura honesta, su ayuda liberal, su liberalidad prudente, su prudencia sencilla, y todas sus partes como prevenidas del gusto de Dios para sí. Tres cosas campeaban maravillosamente en este como bosquejo de la perfección mayor que había de alegrar los ojos de Dios y atraher los de los hombres: el menosprecio varonil de la vanidad y niñerías del mundo, alegrándose más con el adorno honesto que con las galas profanas del cuerpo, presagio manifiesto de la mudanza rara que después admiró en su vida. La piedad con que acudía a los necesitados, quitándose de su sustento lo que podía entretener la hambre del pobre. El afecto al trato con Dios, para que andaba siempre como falta de tiempo, hurtándole de todas las ocasiones que el gusto la ponía delante. Todos eran ensayos breves de su larga vida: toda centellas, si pequeñas, misteriosas del in- [fol. 14r] cendio, que el amor divino iba fraguando en el corazón deste cherubín para abrasar en él la tibieza del mundo.

Capítulo VI. Cásase a persuasión de sus padres

Como ha de ser la virtud, para su fructo, patente a los ojos de todos los que la ejercitan, estiman para su recreo el retiramiento: considéranse espejos y temen que el aliento los obscurezca; flores, y no quieren que el tacto los robe el olor. Que la vanidad de la vista ajena es mancha, es contagio de la virtud propria. Temen su quiebra los que saben su estima, y así retirados labran en sí lo que, hecho al toque del impulso de Dios, pueda después ser como aprobado por todos, pretendido. Tenía aun de su misma madre encubierta gran parte de los ejercicios que la sinceridad de los que no podía ocultar aseguraba y, aunque obedecía a su gusto co- [fol. 14v] mo al de Dios, por saber que siempre era uno mismo, y no hacía acción que no la regulase con él, previniendo siempre su consejo, en las que sin su consulta hacía, se persuadía fácilmente que, por ser ordenadas a mayor perfección, serían virtualmente incluidas en las que no faltaba la aprobación de su buena madre. Tal vez liberalmente se quitaba el subsidio que a la ternura de la niñez previenen a menudo las madres, compadecida de la necesidad ajena y deseosa de la mortificación propria. Tal, a solas hacía actos de menosprecio de las riquezas temporales por habituarse a athesorar en su corazón las celestiales, quitándose los vestidos que su estado contra su voluntad la forzaba a traher. Tal, los ratos que en la opinión de todos daba al sueño o al entretenimiento daba entretenidísima a la oración, a la meditación. Pero mal puede dejar de dar resplandor la luz sobre el monte, mal encubrirse el fuego en el pecho, mal no derramarse la suavidad del aroma en el sentido de los circunstantes. Guardábase María cuidadosamente, descubríase su virtud sin cuidado. Veneraban sus padres lo que amaban, ufanos de serlo de tan buena [fol. 15r] hija, contemporizaban con sus justos propósitos, y hacía su bondad que disimulasen aun en lo que el amor natural no permitía de aspereza: deseaban fructo igual a ella, viendo dilatada su virtud por la generación lícita en más. Pero ella aborrecía el nombre de esposa, como otras le apetecen, contenta con serlo del que solamente lo es de las almas puras, sabiendo que la hermosura principal de las mujeres es la castidad del cuerpo, que realza sobremanera la pureza del deseo, no la carga que a la del matrimonio sigue, no los temores del parto [54], podiendo gozarse reina de las mujeres esclavas de su apetito, enderezando los ojos del alma a aquella vida donde se hacen gloriosas y verdaderas bodas, donde la concepción son consuelos de Dios; el parto, meditaciones ordenadas a él. A tan piadosas repugnancias hacían fuerza sus padre con su gusto, con sus deseos, advirtiéndola que la virtud de la castidad es en tres maneras: una del matrimonio, otra de la viudez, la tercera de la virginidad [55]; y que no porque se encarezcan las alabanzas de una, se condemna el uso de las otras; porque cada una tiene su profesión: y en nada se ve [fol. 15v] la riqueza de la doctrina de la Iglesia más que en tener a quién preferir, y en no tener a quién desechar, pues alabamos de suerte la virginidad que no vituperamos a la viudez. Así estimamos a esta que no desdoramos el honor del matrimonio. No siendo estos preceptos nuestros, sino testimonios divinos con los ejemplos de María [56], de Anna [57], y de Susanna [58] confirmados. Hacía a la deseosa de su entereza fuerza el imperio amoroso de sus padres, mas respondíales, humilde, que mirasen que, pues la pureza de las vírgenes es un género de parte angélica [59], una meditación de incorrupción perpetua en carne corruptible, era justo la cediese la fecundidad de la carne, la honestidad del matrimonio, y que sin duda tendrán en aquella commún immortalidad alguna cosa más que los demás los que han conservado algo no carnal en la misma carne. No pudieron contrastar los honestos propósitos de Doña María la fuerza de los naturales deseos de sus padres. Inclinó el cuello a su voluntad, creyendo ser la de Dios, y no le rehusó al yugo del matrimonio, que pretendió lo mejor de España tanto por la nobleza de su linaje y por el agrado de su hermo- [fol. 16r] sura, cuanto por la fama de la virtud que ponía a una y otra en su última perfección, y a todos cudicia de su participación. Cupo la dichosa suerte a Garciméndez de Sotomayor, caballero andaluz y señor del Carpio, no menos rico que ilustre, a quien como a carne de su carne y cabeza de sus miembros siguió dejando a sus padres, si llorosos por su absencia, contentísimos por la satisfacción que de su estado nuevo el pasado les prometía.

Capítulo VII. Vida de casada y muerte de su marido, consuelo varonil en esta, y paciencia prudente en aquella

Como fue ejemplo de doncellas Doña María en la casa de sus pares, fue espejo de casadas en la de su marido. Tenía a Garciméndez de Sotomayor por compañero en el estado, no en el deleite, amábale como a hermano, obe- [fol. 16v] decíale como a señor, venerábale como a padre, y regalábale como a esposo. Mas, entre los deleites lícitos del matrimonio, no olvidaba los ejercicios antiguos de la virtud. Antes al paso de los cuidados domésticos nuevos crecía el uso de las ocupaciones virtuosas pasadas, pareciéndole correría por cuenta de su ejemplo la reducción de su marido, la enseñanza de sus vasallos, la crianza (si Dios se los daba) de sus hijos, y las costumbres de sus criados. No había necesidad que no socorriese, no trabajo que no procurase aliviar, no enfermo a que no acudiese, no religioso a que no acariciase, no desnudo que no vistiese, no pobre que no alimentase, no últimamente obra buena que no debiese su ser a sus manos. Teníala el huérfano por madre, el necesitado por hacienda, el enfermo por salud, y todos por todo lo que de la piadosa liberalidad y nobleza virtuosa toma nombre. Regalábase Dios con tan perfectas acciones y regalábala con abundancia de favores. Mas para prueba mayor de los quilates de su virtud tenía el toque de la condición áspera de su marido. Era este caballero menos afable que noble, menos blando [fol. 17r] que virtuoso, menos acariciador de su esposa que estimador de sus raras partes. Era en fin seco de natural, extraño de condición, áspero en las palabras, desapacible en el trato, y corto en el agradecimiento que debía al Cielo por el favor que con compañía tal le hizo. Dependía esto más de su desabrimiento natural que de razón o ocasionada o afectada. Habíalo permitido así Dios para prueba de su querida. Acrisolábala en el fuego lento deste disgusto para que pudiese después parecer la fineza de sus obras a los ojos de los ángeles gozosos, de los hombres imitadores, y de los demonios invidiosos. ¡Oh, sabiduría de Dios, que dispone los medios suavemente ordenados al fin de su gloria y provecho nuestro! Combatían la blandura de Doña María y la aspereza de Garciméndez; la altivez del espíritu deste y la sumisión del de aquella; la piedad de la una y la sequedad del otro; y siempre parecía que, deseando ella no apartarse un punto de su gusto, le daba en rostro con todo cuanto hacía. ¡Tanto puede la desemejanza de los naturales! Mas ella sacaba destos combates victorias de paciencia, y él, sino emien- [fol. 17v] da por ser natural, estima; y Dios el fructo que pretendía en ella de prueba para adelante, y en el de templanza de su condición para el estado presente.

Vivieron siete años desta manera sin el fruto con que a los padres hace Dios llevadera la carga del matrimonio. Esperábanle deseosos de la continuación acrecentada de su casa, pero Dios, que había de hacer otra mayor y mejor, tal como suya, aunque dilataba su gozo particular, prevenía el común. Los padres de Doña María, amorosamente impacientes de la absencia larga de su hija, alcanzando licencia de su marido, con sentimiento de sus vasallos, que temían echar presto menos las obras buenas de su señora, la recibieron en Toledo con regocijo universal de todos sus ciudadanos, que tenían en la memoria las acciones maravillosas de su niñez.

Salen en el mundo a recebir los gustos, las adversidades, y encadénanse, de suerte que el fin del gozo es el principio de la tristeza, y así alternan sin descanso perpetuamente sus acciones. Siguió al gusto que con sus padres Doña María tuvo el dolor [fol. 18r] que con la nueva de la muerte de su marido poco después la dieron, y así postrada a los pies de Dios decía: “Vuestra posesión soy, Señor; Vos me quitáis lo que me distes. No deseo tanto yo mi bien, como Vos le disponéis: hágase vuestra voluntad sin repugnancia de quien es vuestra criatura. Para morir nacimos, para Vos habemos de vivir. Sírvase Vuestra Majestad de tener en su Reino a quien me distes por compañía, y de enderezar mis acciones a que yo os merezca, y pues me habéis hecho libre, queredme para vos, pues es la verdadera libertad vuestro servicio”.

Acompañaban el sentimiento justo de Doña María con el suyo sus padres, pero ella sacaba de las mismas adversidades razones de consuelo para ellos y de provecho para sí, enseñando a tener por bien hecho en las manos de Dios lo que en el sentimiento de los hombres duele, pues quien los hizo para su bien, no les dará cosa que les esté mal. Y el querer atar a nuestro gusto su poder, y escudriñar con nuestro limitado caudal sus soberanos juicios, es sentir arrogantemente de nuestra miseria, bajamente de su soberanía.

[fol. 18v]

Capítulo VIII. Ejercicios corporales de virtud en la viudez

Libre ya de todo lo que la tenía como violenta [60] su fervor, dio principio a la vida para que tantos años antes en tan diferentes estados se había preparado. Desechó las galas que por el gusto de su marido, casada, y de sus padres, doncella, había trahído, y aunque las principales con que se adornaba eran la honestidad y vergüenza [61], quedándose con la perfección destas, trocó la bizarría de las otras en un hábito humilde, dando a su cuerpo en vez de las camisas blandas una túnica de sayal áspera, y de los brocados y sedas de las ropas un saco vil de paño pardo, y a su cabeza un manto tosco todo pobre, si limpio, y más para cubrir los miembros que para abrigallos. Hicieron lo mismo muchas de sus criadas sin dificultad, porque los ejemplos tantas veces como vistos, admirados en su seño- [fol. 19r] ra, las tenían reducidas a su imitación. Que esta es la fuerza blanda de la virtud que no solo aprovecha a quien la ejercita, sino que conduce a sí a quien la ve ejercitar. Eran sus ejercicios ordinarios visitar los hospitales, considerar en cada uno de sus enfermos a Jesuchristo Nuestro Señor y acudir como a él a ellos. Hacíales las camas, quitábales los malos olores, curábales las llagas, y sin horror alguno -antes con particular consuelo del Cielo se las besaba-, proveía de suerte sus necesidades que la sucedió muchas veces dejarles hasta las mismas tocas de su cabeza, volviendo a su casa cubierta con solo el manto. ¡Tal era su fervor! No había huérfana en la ciudad que no hallase padre y madre en ella, saliendo de la hacienda de Doña María el dote de sus casamientos. No fiaba de diligencia ajena el remedio de las necesidades de las personas, a que la vergüenza las hacía mayores, sino por sí misma diligentemente las averiguaba, y por sí misma liberalmente las socorría. Extendíase la luz de su claridad aun adonde la del sol no puede entrar, no dejando en las mazmorras de Argel christiano que no gozase de la libertad por su liberalidad. Confe- [fol. 19v] saban aun no hablando los niños que commúnmente se llaman expuestos, y a quien desampara la piedad de sus padres por necesidad, o por infelicidad, las entrañas de madre que hallaban en esta señora sustentando amas que les alimentasen hasta que ella pudiese en edad mayor aplicarlos al ejercicio, que más le parecía conveniente al servicio de Dios y tal vez ella por su persona los llevaba debajo de su manto hasta que con seguridad los entregaba a quien con regalo cuidase dellos. Iba a las cárceles y componía las deudas, solicitaba las causas de los pobres, aliviaba con liberal socorro la desesperación de los condemnados a mayores penas y procuraba reducir a mejor vida a los perdidos. Compadecíase de los trabajos de todos y, fuera del remedio de su necesidad, acudía a su consuelo con el sentimiento del dolor ajeno como si fuera proprio, que es género de medicina al doliente ver en otro quejas de su congoja [62]. Finalmente, no había estado de gente en la ciudad que no tuviese que agradecer a la piedad desta señora sierva de Dios. El cuidado que ponía en remediar las necesidades de las almas no era desigual al que [fol. 20r] ejercitaba en las de los cuerpos; antes este era en orden a aquel, y uno y otro enderezados al conocimiento y confesión de Dios. Tenía tal gracia con todos que aun los que no querían dejarse obligar a mirar por sí, en tratándoles Doña María, lo quedaban voluntariamente a la entienda de sus vidas. A las mujeres, a quien la fragilidad o necesidad trahían perdidas, hacía confesar, y para emienda de una y otra daba hacienda para vivir honestamente, o ponía en retiramientos religiosos con ayuda suficiente para su vida. Prevenía la seguridad de las consciencias de los enfermos que visitaba con la preparación de lo que más inciertamente es cierto. Acudía a los entierros de los pobres y cumplía con las obligaciones de su alma con el cuidado que si fueran sus padres. A todos enamoraba con su vida, enseñaba con sus palabras, y socorría con su hacienda, y no había parte adonde no regalase la fragancia de sus virtudes.

Capítulo IX. Ejercicios espirituales. Retiramiento del trato de la gente, ilustraciones de Dios en él

Dejaban libremente a Doña María sus devotos padres, contentos de tenerla en su compañía, que hiciese lo que su fervoroso espíritu la dictaba; y ella se dejaba llevar de la aura suave del divino tan apaciblemente que ni [63] la fragilidad, de que por naturaleza estaba rodeada, aun ligeramente la impedía, ni ella tenía quietud sino cuando acudía a todo lo que la piedad la representaba. Como era su acción admirable, era su contemplación inimitable: hermanaba el cuidado de Martha con el reposo de María, de suerte que, en la misma solicitud más fervorosa, oraba con quietísima perfección. Para este fin acudía cada noche descalza (que nunca se defendieron del rigor del frío, desde la muerte de su [fol. 21r] marido hasta la suya, sus tiernos pies con abrigo alguno) en compañía de una buena mujer imitadora de su fervor a los Maitines, en que la sancta Iglesia de Toledo canta las alabanzas de Dios, y después dellos las continuaba ella por gran parte del día en altísima contemplación, de adonde salía como encendida en amor de Dios, deseosa del provecho de sus próximos, y destos tomaba motivos para hallar mejor a Dios, alternando siempre desasosiego tan sosegado. Mas deseosa de mayor perfección, dejando prevenido el cuidado de las necesidades ordinarias a que siempre acudía, a personas de conocida confianza, determinó de retirarse de todo el trato del mundo, y por espacio de un año no salió de la iglesia, ni communicó con persona alguna, sino con su devota compañera Juana Rodríguez (que este era su nombre, y de cuyas virtudes daremos muestra en su lugar) y con su confesor. Era este un religioso de San Francisco de grande espíritu, a quien Dios había escogido para enderezar en su servicio esta sierva guía. Obedecíale ella como a quien el mismo Dios le había dado para que fuese intérprete de su voluntad con ella. Preparábase para [fol. 21v] la oración con asperísimas penitencias, teniendo ya aun por regalo el vestido vil en que muerto su marido mudó sus galas, trocando este en un riguroso cilicio, en que desde los pies hasta el cuello tenía enterrados sus miembros. Era el lugar de su sueño la dureza y frialdad del suelo; su ayuno, continuo, y la frecuencia de los sacramentos a arbitrio del religioso Fray Pedro Pérez (que así se llamaba su confesor [64]); había los años antes conmulgado cada ocho días, cosa maravillosa en aquellos tiempos. Mas después, todas las veces que su confesor lo ordenaba, y lo ordinario a tercero día, se llegaba humilde a recibir este augusto sacramento con la mayor preparación que criatura humana puede alcanzar. El espacio que había de una comunión a otra partía en dar gracias a Dios por la merced de la pasada y en examinar su consciencia para la venidera: el día della se abstenía de todo género de manjar, contenta con sustentar levemente la fragilidad del cuerpo con moderada agua y pan, acudiendo a su necesidad los demás días con algunas hierbas desabridas, que servían más de dilatar penosamente la muerte que de tener en pie la vida. Esta era la suya en este [fol. 22r] tiempo si trabajosa según la carne, gozosísima según el espíritu, pues al paso que era aquella macerada, este era alentado. Comunicose Dios Nuestro Señor con esta sierva suya muy como su regalado, descubríala los misterios que no es lícito a los mortales aun pronunciar sin menos purificación que la del propheta. Fueron tantos los favores que recibió del Cielo, que su confesor la obligó a dejar a la posteridad admiración sus maravillas. Mas ¡oh, pecados nuestros! ¿Que a qué sino a ellos se puede atribuir la pérdida de escritos de tal mano, de ejemplos de tal vida, de favores tan celestiales? Mas vos, Señora, que por obediencia los escribistes, restituidlos a nuestro ruego: si por nuestros pecados desmerecimos gozarlos, dádnoslos para que con su enseñanza emendados los merezcamos. Confío en la bondad de Dios que, como es admirable en sus sanctos mientras le sirven, lo será mientras le gozan, y permitirá que se descubra este thesoro a nuestra ciudad, que mereció ser el sitio donde se obraron tantas maravillas. Mas para que por falta de noticia no falte la diligencia que es justo poner en la busca de papeles tan importantes, referiré las palabras del original [fol. 22v] antiguo manuscripto de la vida y milagros de la religiosa señora, de que sacaron sus relaciones todos los que escriben della [65].

“Este confesor era un sancto varón que se llamaba Fray Juan Pérez, de la Orden de nuestro Padre San Francisco, el cual la mandaba por sancta obediencia que todas las cosas que Nuestro Señor communicase con su alma en aquel tiempo, que todo lo pusiese por escrito y se lo diese a él, y primero lo communicaban entrambos, y lo mismo hacía a su compañera. Y así, fueron cosas maravillosas las que Nuestro Señor communicó con esta su sierva en aquel año, y todo lo que escribió lo teníamos en esta casa de Sancta Isabel, que nos lo dio su confesor con todo lo que más escribió en todo el tiempo que estuvo en la religión: y todo así como lo teníamos, la mayor parte dello llevó el arzobispo de Toledo Don Francisco Jiménez, cuando su Señoría Ilustrísima fue a Orán, que entonces vino a ver el cuerpo desta bienaventurada sancta y a encomendarse mucho a ella y a todo el convento, y demandó su vida para vella, y sus revelaciones. Diéronselo todo y Su Señoría se lo llevó y nunca más lo tornó, y así tornamos a escribir la vida por dos veces, y de las cosas que estaban escritas por su propria mano, no quedaron sino muy pocas, y veniendo aquí a ver su cuerpo una señora que se llamaba Doña Leonor, nuera del duque [fol. 23r] de Alba, demandola para verla y se la llevó y nunca más la volvió, y desta manera se nos perdieron todas las revelaciones que Nuestro Señor quiso mostrar a esta sancta ánima; así no podemos escribir sino lo que por nuestros ojos vimos”. Hasta aquí son las palabras del original [66]. Tuviéramos sin duda otras maravillas de Dios que loar, como las que en las revelaciones de las sanctas Gertrudis, Brígida, Catherina de Sena, y vida de la beata Madre Virgen Theresa de Jesús, y otras de otras sanctísimas y purísimas almas consuelan nuestra fragilidad, y animan nuestra tibieza, si las desta devotísima señora pareciesen. ¡Oh, hágalo su Divina Majestad como conviniere más para su servicio!

Capítulo X. Revelaciones de muchas cosas que succedieron en España. Pónese para remedio de otras la Inquisición en estos reinos por su medio

De las muchas ilustraciones del Cielo que esta sierva de Dios tuvo en el tiempo de su retiramiento nos ha quedado noticia de pocas, pero admirables, y como muestra de las demás y de que confiamos en la bondad de Dios que, para gloria suya y honor desta devota señora y edificación nuestra habemos algún día de gozar. Afligían su corazón piadoso los que, con desacato de Dios, a quien ella quisiera atraher todo el mundo, dentro de España daban el culto que debían a su Criador a los engaños del primogénito de Satanás, Mahoma. Pedía a su Divina Majestad amorosamente la reducción de tantas almas como engañadas se perdían, no su venganza. Oyola el piadísimo Señor y consolola con la promesa del espacio breve que tendría la impiedad imperio en el de Granada. No la dejaban sosegar los graves pecados que, aun entre los escogidos de Dios, se hacían por la mezcla de los judíos y vecindad de los moros en España, revelóselo Dios para su remedio. Diola también noticia de la relajación de la vida re- [fol. 24] ligiosa y ella de todo a los Cathólicos Reyes Don Fernando y Doña Isabel de felicísima memoria, escribiéndosele a Segovia, donde sus Altezas tenían su asiento. Estimaban en tanto la auctoridad desta señora estos gloriosos reyes que no ponían mano en cosa en que ella no hubiese puesto su consejo. Pidiéronla dejase algún tiempo a Toledo y se fuese con ellos. Contemporizó con su gusto por el provecho que esperaba del remedio de cosa de tanta consideración, pospuso su amiga quietud al alboroto de la corte que tanto aborrecía por el bien commún que tanto amaba. Enviaron por ella y por su compañera los reyes y hiciéronlas el recebimiento que para gente venida del Cielo prepararan. Oiánla los devotos reyes como a intérprete de la voluntad de Dios, estimábanla por su nobleza, admirábanla por su vida, llamábanla commúnmente sancta, venerábanla como a tal, y pendían de sus consejos como de oráculo certísimo: deste salió decretada la institución en España del Sancto Tribunal de la entereza de la justicia, de la defensa de la fe, de la Sancta Inquisición, freno de ignorancias libres y de agudezas maliciosas. [fol. 24v] Bramen los herejes de nuestros tiempos contra ella, que como ella es la defensa de la honra de Dios, Dios es el defensor de su justicia. Nada hay en la naturaleza de las cosas tan sagrado a que los sacrilegios no se atrevan, y no porque haya quien temerariamente osado alce la mano contra la altura distantísima de sí, sin poderla ofender dejan las cosas divinas de estar en lo alto; y como las celestiales no pueden recibir daño de las humanas, y el que derriba el templo, o deshace el altar, no daña a la divinidad, así lo que contra la protección del Cielo ignorante, desvergonzada y soberbiamente se intenta, en vano se intenta. Deba, deba España la sinceridad de su fe, el remedio de su contagio en la parte más principal y que no admite achaque, la conservación de su pureza, el ser puesta por ejemplo de religión, el ser (permítaseme decirlo así) verdaderamente cathólica a Doña María de Toledo, a cuyo consejo inspirado de Dios favoreció el poder de los religiosos príncipes Fernando e Isabel, espejos de reyes y ornamento incomparable de los de España, poniendo en ella la Inquisición de que tanto necesitaba. Fuese luego esco- [fol. 25r] cogiendo el trigo de la cizaña que ahogándole amenazaba su perdición. Viose la reformación de los conventos de los frailes menores y monjas claustrales, que esta virtuosa señora había predicho. Confirmose pocos años después la prophecía que de la redución del Reino de Granada tenía hecha, rindiéndose las medias lunas soberbias de los moros a la humildad de la cruz, en que se obró nuestra redempción y veneramos los christianos. ¡Oh, soberanía de los secretos misteriosos de Dios, que oculta a quien confía en su vanidad, que descubre a quien solo le teme! El modo destas revelaciones o ilustraciones divinas fue sin duda por intelectual más perfecto [67], en que Dios da sentimientos interiores de lo que quiere communicar al alma que le merece. Habla Dios al corazón e imprime en él sus secretos, y deja como capaz de tan gran ser la pequeñez nuestra; y aunque la sanctidad consieste más en el cumplimiento puntual de la ley de Dios que en la multitud de las revelaciones, y los más perfectos piden a Dios les lleve por el camino ordinario de sus escogidos, porque tal vez Satanás, transformándose [fol. 25v] en ángel de luz, engañados estimamos el humo de nuestra vanidad por lumbre del Cielo. al que Dios regala con visitas ahora intelectuales, ahora imaginarias, cuando simbólicas, cuando por ministerio de sus ángeles, o como su liberalidad es más servida, él da la aprobación de su virtud y es sancto por el mismo Dios.

Capítulo XI. Deja los reyes en Segovia y la casa de sus padres en Toledo por servir a los pobres del Hospital de la Misericordia. Ejercicios de piedad en esta vida

No pretendía con los reyes más del remedio de algunas cosas que pertenecían a la utilidad commún. Este puesto quísolos dejar, mas ellos pretendían que jamás se apartase de su lado, confiando acertar con su consejo en los negocios más arduos de su reino. Compitió la piedad de los reyes con el amor que Doña María [fol. 26r] tenía a su quietud. Pedía su poder con amor imperioso no les desamparase, respondía la humildad della con entereza cortés que la diesen licencia. Tenían sus acciones por prevenidas con especial orden del Cielo, y así, por no oponerse a sus órdenes, la permitieron la partida durando el recurso a su consejo lo que duró su vida. Volvió a su ciudad, Toledo, después de seis meses que había estado sin tal luz como ennubecida. ¿Quién dirá que el afecto natural no la llevó al instante a los brazos de su madre, que la aguardaba con amor de tal, que la admiraba por sus virtudes con veneración de hija? Pero al que tiran las cosas celestiales falta la sujeción de las terrenas. No la carne, no la sangre la arrastran tras sí; Dios es solo sus padres, Dios sus amigos, Dios todas sus cosas [68]. Trocó Doña María los palacios antiguos de sus mayores por la humildad del Hospital pobre de la Misericordia, los regalos de sus padres por la pobreza de aquella habitación, el ser servida de nobles por servir a los pobres. Recibieron estos como quien había echado menos su regalo personal sino su socorro por mano ajena aquellos meses: alegrose con ellos como si se viera en- [fol. 26v] tre los choros de los ángeles, ofreciéndoles de nuevo, en recompensa de su absencia breve, asistencia (siendo esta la voluntad de Dios) perpetua. Para conseguir mejor este propósito y cumplir la palabra dada a Christo en sus pobres, buscó para su habitación en el mismo hospital una celdica retirada, que podía ser más meditación de la sepultura que habitación para vivir. Su adorno eran unas pajas por cama, una manta y almohada de pelos de cabra para su abrigo, a que correspondía el traje que en este tiempo usaba, cubriendo su cuerpo un saco solo de jerga recogido por la cintura y muñecas con unas sogas, los pies descalzos, a la cabeza revuelto un paño tosco de estopa: todo indicio de su interior menosprecio, contenta solo con cubrir los miembros, dando a los vestidos hechos para la honestidad, no para el deleite, su verdadero oficio. Esta era su habitación, este su hábito. La ocupación, esta. No faltaba en todo el día al lado de los enfermos: a unos hacía las camas, a otros lavaba las bocas, a otros las llagas y, desnuda de la naturaleza delicada de mujer, fervorosísimamente las besaba, teniendo particular gusto con los más [fol. 27r] llagados; por su mano pasaban todas las medicinas, y ella daba ánimo con sus celestiales palabras para no rehusar todo lo que los médicos ordenaban: ella les sazonaba la comida, ella se la partía, ella se la metía en la boca con tanto agrado que por darla gusto los más estragados se animaban, y lo que el deseo natural de la vida no podía con ellos lo alcanzaba, sin dificultad, el ruego amoroso de Doña María. Llegada la noche y cumplidas las obligaciones de los enfermos, retirábase a las nueve a la sepultura de vivos en que vivía, y estaba hasta después de Maitines en oración. Luego, rendida, no vencida, a la necesidad del cuerpo, daba tan escaso tributo al sueño que, como si cometiera un enorme delicto en dejarse llevar d’él, volvía en sí y le desechaba con tanta fuerza que se puede decir que nunca por dormir cerró los ojos, sino que la necesidad por fuerza se los cerraba. Daba por tiempo mal empleado el que no trataba o con Dios o con sus pobres: solo para sí no hallaba tiempo ni le quería hallar. Apenas amanecía cuando volvía a ver sus queridos pobres y a darles con las luces del sol y suya los buenos días. Preguntábales amorosa- [fol. 27v] mente cómo se habían hallado. Al que respondía que no bien, procuraba aliviar volviendo a hacer la cama, dándole con que sosegase. Luego, en general, sacaba, alegrísima de que se sirviese Dios della en ejercicios (según su opinión buena), tan altos los vasos, cuyo olor desapacible podía dar pena o a los enfermos o a los que los visitaban, y por su mano misma los volvía limpios. Y hubo vez que gastó gran parte de la noche en aliviar y componer en la cama a un muchacho enfermo de un mal tan penoso al olfacto como inquieto. Nunca entraba en las enfermerías que no dejase alegres aun a los que la enfermedad no permite tener momento bueno. Trahía de ordinario una cestica en la mano llena de dulces y frutas acommodadas al apetito de los enfermos, y de provecho para las enfermedades: a este daba el azúcar, a aquel el calabazate. Uno le pedía la manzana, otro la granada. A todos acudía con poder de rica y con amor de madre, y siendo los enfermos de ambos géneros más de setenta, ninguno la echaba menos, por tenerla cada uno y ser ella de todos. Llenaban estas ocupaciones el día, y la noche su acostumbrada [fol. 28r] oración y penitencia, si el peligro cercano de algún enfermo no la detenía, de quien no se apartaba cuidando tanto del regalo para la vida como de su buena preparación para su muerte. Dejaba en ocasiones tales de muy buena gana a Dios por Dios. ¡Tal era su fervor!

Capítulo XII. Institución de la Hermandad del Hospital de la Misericordia. Dale renta. Levántansele grandes persecuciones por su modo de vida. ¿Cuál era este?

Mueve [69] el ejemplo de los buenos no solo a otros como ellos para mayor perfección, sino a los malos para su reducción. Era el de Doña María tan eficaz con todos que los más nobles de la ciudad quisieron sino seguir (¿quién puede alcanzar el vuelo de los cherubines?) con iguales pasos su modo de vida, cooperar en [fol. 28v] sus obras buenas lo mejor que pudiesen. Acudían al hospital a aliviar el trabajo que la religiosa señora tenía con el gran número de enfermos, a que otra de menor celo no pudiera satisfacer. Cuales socorrían con limosnas las necesidades de los pobres, cuales por su persona asistían a su comida, componían sus camas y ejercitábanse en todo lo que les era guía fervorosa Doña María. Creció la piedad de los Caballeros tanto que, deseosos de que nunca dejase de ir en aumento, instituyeron por consejo suyo la Hermandad que hoy florece en memoria de su institutora y aprobadora Doña María, y socorro de los necesitados de aquel hospital: y como la institución desta Hermandad se enderezaba a que no faltase quien acudiese al servicio de los pobres, y las limosnas de los que acudían son voluntarias, pareció a la prudente señora que era necesario situar otra forzosa, para que no faltase con qué acudir a su regalo. Para esto le dio de su hacienda veinte y cinco mil maravedís de juros perpetuos y a su ejemplo otros le hicieron donación de otras cuantidades para el sustento de los enfermos. Iba la devoción cada día aumentándose, tomando fuerzas los flacos del ejemplo de quien, sién- [fol. 29r] dolo por su natural, vían tan de diamante para todo lo que era servicio de Dios. Sentía el Demonio tanta bonanza, y procuró inquietarla aprovechándose de los mismos deudos desta señora para su turbación. Salía acompañada de la devota Juana Rodríguez un día cada semana a pedir limosna para su hospital, si deseosa de que todo el mundo por su provecho y bien de los pobres se la diese, contentísima de que para su humillación se la negase. Acudía a las plazas, adonde había más concurso de gente, para tener más ocasión de ejercitar la humildad; volvía de ordinario cargada de todas las cosas necesarias para el sustento de los pobres como para el servicio de la casa. Alegrábase viendo ocupar los lugares que los diamantes y oro habían hermoseado con sogas, escobas y otras cargas deste género, que estimaba más que las joyas de más valor, contenta más de anhelar trabajada debajo de tal peso que lucir bizarra con el de las galas. Topábanla sus deudos, y como quien ignoraba el aumento que con aquel menosprecio venía a su estimación, hacían punto de honra del deshonor que, a su mal parecer, creían tener Doña María. Volvían [fol. 29v] a su casa como afrentados a tomar resolución en su remedio. El sentimiento destos y el natural amor combatían el pecho de Doña Juana de Guzmán, su madre, de suerte que, no podiendo resistir a su piedad, se volvía contra su hija, y la llamaba oprobrio suyo, y en la opinión de todos no la daban otro nombre sino el de loca, intentando por todos los medios posibles estorbarla la prosecución de sus intentos, cuando a título de pródiga la despojaban de su hacienda, cuando al de sin juicio la pretendían recoger. Mas ella, alegrísima de que se le cumpliesen sus propósitos con las ocasiones de sufrimiento, daba gracias a Dios, por quien deseaba padecer mucho más. Presentábansele las afrentas que por ella había sufrido Christo y hallábase en las mayores suyas con aliento para otras más amargas por su amor; suplicaba a Dios que llevase adelante la ocasión de sus ignominias, pero que diese verdadero conocimiento de sí a su madre y deudos. Deseaba igualmente la mortificación propria y el provecho ajeno. Pudo tanto su maravillosa paciencia que obligó a los que la perseguían a desistir de las diligencias, que para disuadirla de sus [fol. 30] intentos intentaban. Quedó otra vez con su primer sosiego y el Demonio desasosegado de nuevo. Para invidia deste y premio della aumentó Dios la liberalidad de sus consuelos con tanta particularidad y abundancia que ya no parecía vivir en carne perecedera, sino en compañía de los que gozosos viven para siempre. Prevenía Dios con sus continuos favores la herencia que en su reino la tenía aparejada, y ella agradecida a tantas mercedes procuraba cada día hacerse merecedora de más.

Capítulo XIII. Enfermedad al parecer de todos extrema. Sánala la Virgen Nuestra Señora

Continuó por espacio de tres años sus fervores en el hospital tan puntualmente que, no bastando las fuerzas humanas a tan gran carga como su celo la hacía leve, se rindió a la enfer- [fol. 30v] medad tan apretadamente que a pocos días la señalaron por horas la vida. Acudieron su madre y deudos al hospital, no valiendo ya contra la piedad natural los enojos pasados y pretendiendo cada uno enriquecer su casa con aquel que ya tenían por thesoro del Cielo poco antes desestimado de su vanidad. Mas nunca consintió que la habitación que había sido testigo de las mercedes que Dios se había dignado de hacerla en la vida lo dejase de ser de las que pensaba recibir en la muerte. Procurando cuanto era de su parte morir como había vivido, pobre, conforme al nombre de que siempre se preció, y a que antepuso el ilustrísimo de su casa, gustando más de ser pobre que Toledo, y alegrándose más de oírse llamar Doña María la Pobre que de los blasones que el nombre de Toledo por tantos títulos ilustre la podía ofrecer. Que la pobreza consiste más en la voluntad que en la naturaleza, y es más verdaderamente pobre el que echa de sí las riquezas que el que nació despojado dellas. Fue la enfermedad apretándola más, y como halló disposición en el sujeto, extenuado con ayunos continuos y penitencias ásperas, apoderose tan imperio- [fol. 31r] samente d’él que ya los médicos humanos, desconfiados de los remedios de la naturaleza, acudieron al señor della, proponiendo lo que ella tanto acostumbraba. Recibió los sacramentos de la communión y extremaunción, y en presencia de sus religiosas compañeras y devota madre quedó, como algunos creían, defuncta. Fue grande el sentimiento no solo de su madre y compañeras, sino de innumerable gente que se había recogido a ver aquel milagro de mujeres, deseosa de participar de alguna partecica de los miembros que ella había corregido al servicio de Dios, de las vestiduras con que se había burlado del mundo. Sacáronla de la estrechura de su celda a la Capilla de Lope Gaitán, que era del hospital, para cuyo regalo eran en otro tiempo las señoras que hoy tienen nombre de beatas cerca d’él, y en cuya compañía estaban las devotas compañeras de Doña María. Tratábase ya de restituirla a la tierra abriendo la sepultura, que había de ser la habitación de su cuerpo hasta la resurección universal. Pero su madre, impaciente de la absencia de su hija por el amor que entrañablemente la tenía, acudió al árbitro de la muerte y de la [fol. 31v] vida, Christo, a quien por intercesión de su clementísima Madre suplicó la volviese la hija que lo era más suya que della misma. Volvíase a la imagen que hoy se venera en la Iglesia destas señoras, decíala: “Perdonad, Señora, al atrevimiento de mis manos por el sentimiento de mi corazón. Madre sois del mejor Hijo, hija era vuestra la que yo parí; o quitáreos el vuestro, o dadme la que, aunque mía, quiero para Vos. Vos no podéis vivir sin el vuestro, yo sin la mía, ¿para qué tengo que vivir? Quitoosle, mientras me la dais”. Agradó a la piadosísima Señora la sinceridad de la piadosa madre y dio de repente (cosa maravillosa) movimientos a los miembros, de que ya estaba apoderado el hielo. Abrió los ojos la que parecía ya defuncta y, como si despertara de un sesgadísimo sueño, alegró con su vista a los que tenían sus luces encubiertas en tinieblas de amarga lástima. Hallose Doña Juana en un instante la vida de su hija, y ella la mejoría y, aunque deseosa de acabarla de cobrar en su apacible estrechura, obedeció al mandato de los médicos, que desesperaban otra vez de su vida si quedaba en el hospital. Pasola su madre a sus casas con gran consuelo de todos los que habían llo- [fol. 32r] rado la falta que su ejemplo había de hacer a todo género de estados, y alegría de su madre que estimaba ya a su hija como mejorada con la vida, que no ella, sino la madre del mismo Dios la había dado de nuevo.

[fol.32v] LIBRO SEGUNDO DE LA VIDA DE DOÑA MARÍA DE TOLEDO

Capítulo I. Apercíbese para ir a visitar los lugares sanctos de Jerusalén. Mándala Nuestro Señora que mude propósito

Como el remedio de la enfermedad de Doña María estaba reservado solo al Cielo y la restitución de su pérdida fue milagrosa, la confirmación de su nueva salud fue también rara porque, habiéndola trahído el mal al estado más riguroso, el remedio la puso en sus primeras fuerzas. Quiso Dios de nuevo como forjarla y hacerla por su mano, para que no reconociendo otro origen le estu- [fol. 33r] viese sujeta como el barro a la del ollero. Podía tener algo de carne y sangre debiéndola a sus padres terrenos, quiso el celestial como despojarla deste afecto por traherla solo a sí. Conociolo ella, siguió la voluntad de Dios y, así aunque agradecida a la piedad de la que antes desta segunda regeneración para Dios llamaba madre, determinó de emplearse tan de veras en el servicio de la que la había dado el nuevo ser que tanto estimaba que no dejó modo de vida de los que la piedad christiana ha elegido para la perfección que no intentase. Parecíale convenir su presencia al remedio y regalo de los pobres, que tanto amaba, y que tanto la echaban menos, que tanto ella estimaba, y sin quien tan sola se hallaba. Hacíala la experiencia esta ocupación de mucho consuelo para su alma, de mucha ocasión para afligir su cuerpo. Volviérase a ella si su natural sujeción la dejara contradecir a las órdenes de sus médicos espiritual y temporales, de aquel por estar persuadido que Nuestro Señor se quería servir desta su sierva en cosas mayores; destos por creer que con los ejercicios pasados peligraría otra vez su salud. Pero su fervoroso espí- [fol. 33v] ritu facilitaba los mayores peligros y el camino que al juicio de otros estaba cerrado en las más invencibles dificultades, a su celo, teniéndolas por fáciles de vencer con la ayuda del que con el celo daba el ánimo, estaba patentísimo. Y su corazón, como capaz de solo el Cielo, intentaba aun cosas mayores que la Tierra. Y ya que oprimida de su peso no podía alcanzar lo que intentaba, intentaba lo que era posible intentarse. ¡Tal era el ánimo que el aliento de nuevo restituido a su cuerpo muerto la había infundido! Todo su más principal intento era la abnegación perfectísima de las cosas temporales por entregarse más de veras a las eternas, y así prudentemente proporcionaba sus acciones exteriores con las que más meditaba en lo interior. Consideraba aquella ciudad celestial, donde eternamente reside el gozo. Sabía que la de Jerusalén era su símbolo, y parecíala que ayudaría la usurpación de la vista de la figura a la contemplación de las grandezas de lo figurado, entreteniendo la esperanza de lo que no podía alcanzar con la posesión de lo que a su valiente espíritu se hacía fácil. Consideraba a su Amor crucificado, y estimulába- [fol. 34r] la el amor de morir por su crucificado [70]. Era la pasión de Cristo su último refugio, su singular remedio. Tenía su cruz por ayuda de sus amigos y por defensa de sus enemigos. Era su principal y más estimada ciencia saber a Christo y este crucificado. Toda últimamente pretendía estar en él y le suplicaba no se apartase della. Hacía con amoroso dolor alarde de los muchos que su Amado había padecido por ella y deseaba, ya que no podía igualarlos, imitarlos. Y parecíale que en parte ninguna podría tener la representación más viva de su terribilidad que en las que el Señor de la Majestad se había humillado a sufrirlos [71]. Y como la naturaleza previene el sentimiento que sin saber cómo experimenta el corazón cuando ven los ojos los lugares, adonde se hallan rastros de los que admiramos, o donde vivieron o estuvieron de asiento, creía ella que aquellos en que se obró nuestra redempción la moverían a sentir lo que es posible a un mortal de lo que sintió el eterno. Determinose, en fin, de ir a Jerusalén sin que la distancia de los lugares, ni incommodidad de los caminos pudiese derribar del propósito de su grande ánimo a la fragilidad de su tierno cuerpo. Pro- [fol. 34v] curó su madre reducirla a lo que su piedad pretendía, asegurándola que no se la había dado Dios para quitársela. Tenían sus deudos por temeridad determinación tan, a su parecer, imprudentemente fervorosa, culpaban su imprudencia y volvían de nuevo a su antiguo sentimiento. Mas en ella, que solo tenía por sus padres y deudos a los que la animaban más al servicio de Dios, no hacían más mella los ruegos de unos y enojos de otros que suelen sentir los montes eternos del aura fácil. Determinada pues de atropellarlo todo, dejó orden para que jamás faltasen sus socorros a la necesidad de los pobres. Puso en estado las mujeres que tenían en su compañía y de quien para que sirviesen más a Dios se había dejado en otro tiempo servir, contenta con la compañía de su fervorosa y semejante amiga Juana Rodríguez, y ambas confiadas en el favor de Dios, que no falta a la invocación de los hijos de los cuervos [72] y puede en el desierto dar abundancia. Sin otro alivio más que el que esperaban de la mano divina, queriendo poner el pie en el camino, se pusieron con toda humildad en su acatamiento ofreciéndole sus deseos, y suplicándo- [fol. 35r] le tuviese por bien de ser su guía sirviéndose de sus obras. Fue esta oración tan fervorosa y tantas las mercedes que Dios les hizo en ella que se determinaron de no llevar adelante su primer determinación por poner por obra la que sabían del mismo Dios que era la suya: ciertas de que a Su Majestad habían sido acceptos sus deseos como si fueran obras, y que el premio merecido destas había alcanzado la sinceridad de aquellos. Porque en los ojos del que todo lo ve son obras la promptitud de hacerlas, la conformidad con su voluntad dejándolas de hacer por las que él gustó, aunque más las sanctifique el celo de los hombres, que debe en todo regularse por el de Dios.

Capítulo II. Fúndase la casa de Sancta Isabel por orden del Cielo y eligen por abadesa a su fundadora

[fol. 35v] Buscaba Doña María todos los modos de provecho para su alma, y parecía en sus ojos menos perfecta de lo que en los de la misma perfección era agradable; y así cuidaba solo de los medios que la podían hacer mejor. Mas Dios, que la quería poner por cabeza de muchas, fiado en el provecho que de su ejemplo había de nacer, la reveló su gusto, mandándola hiciese una casa, donde en su compañía le sirviesen las que él tenía escogidas desde su eternidad por esposas. Fue invencible el gozo que su celo la causó, pareciéndola que, por aquel medio de que Dios se servía que usase, vendrían muchas almas a su conocimiento, y que (como cierta de la perfección con que hasta hoy se vive en su casa) había de ser de gran servicio de Dios y utilidad de los próximos la obra que emprendía. Su madre acompañaba a la admiración de tan repentina mudanza en su hija con la alegría de haberla de tener no, como creía, distintísima de su presencia y sin esperanza de verla más, sino en su ciudad y podiendo gozar perpetuamente de lo que más lucía en sus [fol. 36r] ojos. Era igual el contento de sus deudos y criados que lloraban su absencia como su muerte. Ella y su compañera, cuidadosas de la ejecución de lo que Nuestro Señor las había descubierto era su voluntad, acudían a él con más continua oración, y a esta con preparación más rigurosa. Mas Dios, que se agradaba de su piadosa solicitud, previno al mandato la ejecución, porque cuando solicitaba con más fervor el modo con que se había de poner por obra esta de la Divina Majestad, las humanas vinieron a Toledo, y con su acostumbrada piadosa liberalidad hicieron donación a la que tanto veneraban del sitio que ahora tiene la casa que esta devota señora fundó. Queriendo los Cathólicos Reyes Don Fernando y Doña Isabel dejar a la posteridad no pequeña parte de sus raras alabanzas en confianza del nombre que a devoción de la beata Sancta Isabel de Hungría, cuya sanctidad en el estado y nombre igual veneraba la prudente reina, ponían a aquella casa religiosa por su patrona, y respectada por la protección real, siendo hasta hoy su principal título Sancta Isabel de los Reyes. A las mercedes que sus Altezas habían hecho a esta casa añadió su hacienda Doña María [fol. 36v], pareciéndola que no era suyo lo que no empleaba en la obra que sabía era más del mismo Dios que suya, y que era género de sacrilegio quitar de lo que era posesión declarada por de Dios. Fue tal esta determinación que fueron más de sete qüentos [73] los que resignó en las manos de los Reyes para este fin, no teniendo por vida diferente de la que hasta allí había profesado la que no fuese no con protestación solo de pobreza, sino con efecto. Ayudó a esta piedad la liberalidad de Doña Juana de Toledo, su hermana, matrona de virtuosa prudencia, y ejemplar virtud, y mujer de Diego de Ribera, commendador de Monreal de la Orden de Sanctiago, nuestro patrón, y ayo de la misma Reina Cathólica. Dieron los Reyes posesión desta casa a Doña María, hallándose al acto primero de la abnegación de las cosas temporales que en su compañía hicieron sus criadas, y otras deseosas de imitar a quien admiraban. Fue esto el año después de la revelación en que Dios se había dignado de manifestar su voluntad en la fundación desta casa, y el de mil y cuatrocientos setenta y siete [74]. Estaban las casas que los Reyes la dieron en la parroquia de San [fol. 37r] Antonino o Antolín (como vulgarmente se llama) y habían sido de los señores de Casarrubios. Era esta parroquia una de las latinas de Toledo, pero el papa Innocencio VIII, a instancia de los reyes, la incorporó en el monasterio a tres de octubre del año de mil y cuatrocientos y ochenta y ocho. Hiciéronle relación que ellos habían dado para el convento unas casas suyas y que en la parroquia estaban sepultados algunos de sus predecesores, que era muy estrecho el monasterio, que convenía incorporar en ella parroquia, suprimiendo su nombre, beneficios, y parroquianos, aplicándolos a la muzárabe de San Marcos, o a la de San Bartholomé, vecinas. Cometiose el negocio al gran cardenal de España, Don Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo y, verificada la narrativa, hizo la incorporación. Los beneficios y todo lo que tocaba a la parroquia de San Antolín se trasladó a la de San Marcos, donde hoy está, como más largamente consta de las bullas de Su Sanctidad y diligencias que para acto tal se hicieron, y yo tengo en mi poder.

[fol. 37v]

Capítulo III. Fervor nuevo de la abadesa en su nuevo oficio

Parecía que no podía caber en la perfección de las obras pasadas de Doña María aumento nuevo pero ella, que, al paso de los ejercicios que inspirada de Dios hacía, procuraba regular sus acciones, se persuadía que cada día tenía obligaciones nuevas, y más cuando se vio hecha, bien contra su voluntad, madre de las hijas para quien había Su Majestad hecho fecunda su esterilidad. Era toda espíritu, y así sus conceptos solo eran espirituales. No la debió nada la carne, pues aun en los hijos, si carnales, lícitos no dejó de sí posteridad. Quería que su mayorazgo fuese eterno, no para tiempo limitado duradero. Quiso lo mismo su esposo y señor, condescendió con sus gustos tan suyos, e hízola madre de las que quería para sus hijas. Fue en fin electa por [fol. 38r] abadesa del nuevo monasterio, y como piedra fundamental puesta por seguridad de la firmeza del edificio que tanto agrada al Cielo, como retrato más proprio suyo. Tenía más necesidad de freno que de espuelas su ordinario fervor, pero la obligación nueva y el ejemplo que oficio tal trahe consigo la aumentaba, de suerte que parecía imposible que la fragilidad de un cuerpo de tierra pudiese llevar adelante ejercicios tan no terrenos. Porque su más blando vestido interior era un cilicio de cerdas que apretadamente aprisionaba sus miembros todos desde el cuello hasta los pies, una túnica de sayal, y el exterior un hábito y manto de lo mismo, entero por los pedazos que sustentaban lo que la vejez tenía deshecho. Todo, en fin, cuanto de mayor menosprecio en la vanidad del mundo, tanto de mayor estima en su humildad: los pies descalzos, y la cabeza cubierta con unas tocas de estopa; la cama al principio era una tabla y por descanso de la cabeza un madero, o una piedra, y por abrigo una manta de jerga tosquísima. Cada semana ayunaba tres días a pan y agua, y los demás acompañaba con algunas hierbas esta aspereza [fol. 38v], teníase por indigna de comer lo que para las demás buscaba, y así sus sobras creía que la sobraban, contenta con los pedazos del pan que, o por los suelos hallaba desechado, o en las espuertas de la communidad guardado para el socorro de los pobres, sin partir jamás pan para sí, tal era el menosprecio que de sí tenía. Era la primera en el coro y la última que salía d’él: la primera que echaba mano de los instrumentos humildes de la limpieza de la casa y, como su fervor era grande, sus fuerzas parecían desiguales a las ordinarias de la naturaleza de una mujer flaca, porque acudía sola a lo que todas, previniendo con su ejemplo el gusto que todas debían tener con la que la communidad las encargaba y aliviando a cada una lo que todas querían hacer. De aquí nacía una tan concorde contienda que, deseando cada una vencer a la otra, todas estaban victoriosísimas, y el Cielo tan gozoso de tantos triumphos como la tierra aprovechada con tantos ejemplos. Porque no solo muchas personas de la ciudad, sino de toda la comarca, aficionadas a la mucha que con admiración se contaba de la vida perfectísima de la abadesa y monjas del [fol. 39r] nuevamente fundado monasterio, dejaban gustosísimamente su regalo por esta aspereza, queriendo más en compañía de tal madre y hermanas padecer incommodidades por Dios que gozar en la de sus deudos y amigos de los entretenimientos que a la mocedad el mundo ofrece. Todo este aumento se debía al ejemplo raro que de todas virtudes, la prudentemente bienaventurada prelada, de sí daba a todos.

Capítulo IV. Pónese clausura al monasterio de Sancta Isabel a petición de su abadesa y monjas y hácese de Tercero observante

Vivieron algún tiempo la religiosa abadesa y virtuosas monjas del monasterio de Sancta Isabel la Real de Toledo debajo de la regla de la Tercera Orden del bienaventurado patriarca San Francisco tan religiosamente que parecía [fol. 39v] que la clausura no podría aumentar mayor religión. Porque sin duda este modo de vivir, instituido por el beato sancto celoso del bien de todos estados, y aprobado tan justamente por los vicarios de Christo Honorio III [76], Gregorio IX [77], Innocencio IV [78], Nicolao IV [79], Martino V, Eugenio IV, Nicolao V, Calixto III, León X [80] y otros, y confirmado con la vida ejemplar de tantos siervos de Dios como en él han resplandecido en virtudes y milagros y hoy resplandecen, es utilísimo a la república, y como tal perseguidísimo de los que, o torcidamente o imprudentemente celosos, han querido (como succede a todas las cosas conocidamente buenas) calumniar o estorbar la ocasión de tantos provechos, o ya juzgando apasionadamente por la imperfección de algún flaco del modo de vida de los demás, o ya invidiando tanta perfección, impacientes del resplandor de virtudes tan heroicas, como en este instituto de seglares y religiosos admiran los que con mejores ojos las miran.

La fervorosa abadesa quiso estrecharse más y no dejar aspereza rigurosa en el estado que profesaba que no experimentase, y así de consentimiento de sus súbditas pro- [fol. 40r] puso su voluntad al valeroso y religioso cardenal arzobispo de Toledo Don Fray Francisco Jiménez, el cual, como tan celoso príncipe y tan estimador como conocedor de las virtudes desta bienaventurada señora, condescendió con su petición, la cual, propuesta a la sanctidad de Innocencio VIII y despachada por orden suyo por el cardenal Juliano, obispo de Hostia, y su penitenciario, se intimó en Toledo por el gran benefactor desta ciudad y ejemplo de ricos y nobles el Doctor Don Francisco Álvarez de Toledo, maestrescuela, canónigo desta Iglesia y vicario general deste Arzobispado, a cuyas obras heroicas debe Toledo su mayor lustre, como el aumento d’él a sus descendientes, como consta de las bulas de todo, y de la última despachada el año del nacimiento de Jesu Christo, Nuestro Señor, de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro [81], a diez y ocho de noviembre, que fue el primer año del pontificado de Innocencio. Desta manera quedaron con la clausura que deseaban estos valientes espíritus, que no pretendían otra cosa más que obligarse más a su Esposo Christo, y vacar solo a él con obras dignas d’él, debajo de la [fol. 40v] regla de la bienaventurada esposa suya Sancta Clara, instituida como segunda de las tres que San Francisco sanctísimamente instituyó para provecho de los hombres y alegría de los ángeles.

Capítulo V. De la observación perfectísima de los votos religiosos del monasterio de Sancta Isabel y de la obediencia de su abadesa

No es otra cosa voto que promesa de cosa buena hecha a Dios con deliberación [82], y aunque son varios sus géneros y todos admirables, ninguno es tan perfecto y tan agradable a Dios como el de la voluntad y persona propia, porque los que se hacen de otras cosas son como de fuera, este como de dentro de nosotros mismos. Y aunque el voto es de consejo, no de precepto, ya hecho y acceptado de Dios pasa a ley por la auctoridad del aceptador, y co- [fol. 41r] mo antes es mejor no hacerle que hecho dejarle de cumplir, después es género de sacrilegio y ofensa grandísima de Dios no cumplirle. Y así al que vota y no falta al voto de Su Majestad no menos que a sí proprio, como él se le dio y despojó de sí mismo por ser más de Dios.

Las bienaventuradas religiosas de Sancta Isabel cumplieron con la solemnidad de los que solamente constituyen la religión cumpliéndolos con perfección igual al fervor con que los habían hecho, y dando de cada uno los ejemplos admirables que fueron como sementera de los fructos que duran y durarán en la observancia de su posteridad. Aprendían ellas lo que seguían de su fervorosa abadesa, y esta y ellas como piedras madres deste edificio aseguraban la perpetuidad d’él con lo que dejaban que imitar de sí. Y, como en los votos, la obediencia es la summa y sola virtud [83], porque el ayuno continuo, la oración fervorosa, la penitencia áspera, y finalmente el cumplimiento de todos los preceptos y consejos si se hace a arbitrio proprio, si falta en él la perfección de la obediencia, tiene solo el nombre, no la substancia de la virtud [84], por ser ella como madre [fol. 41v] y guarda de todas las que nos aúnan con Dios. Ella es la salud de todos, la que halla el Reino de los Cielos [85], la que los abre, la que levanta al hombre de la tierra, la cohabitadora de los ángeles y el manjar de todos sanctos. Procuraba ejercitar a sus hijas de suerte que, siendo en todas las demás virtudes consumadísimas, se preciasen de tener por perfección de todas esta. Poníalas a Christo Nuestro Señor, que se humilló hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios le levantó [86], por ejemplo único de su obediencia, advirtiéndolas que el intento del apóstol sancto no fue aquí probar el poder de Christo, sino ensalzar su obediencia [87] y así, ¿si el que era señor y maestro sirvió a sus siervos y discípulos, con cuánta más razón debemos servir a los iguales y mayores, y obedecer a Dios y a sus sanctos aun hasta la muerte? [88] Enseñándonos a los que somos mortales cuanto convenga padecer por la obediencia [89], porque el que era Dios no rehusó morir. Y así aconsejaba a no reparar tanto en lo que se mandaba, cuanto en que se mandaba [90], diciendo que en esto consistía la excelencia desta virtud [91]. Porque si el que se entrega a un maestro de [fol. 42r] las artes que llaman liberales o mechánicas se determina a seguir sus órdenes en todo sin disceptar un punto dellas, con cuánta más eficacia se ha de seguir sin repugnancia alguna al que es artífice y maestro de piedad, y de cuya enseñanza depende el verdadero saber. Porque es gran bien obedecer a los mayores [92], no apartarse del orden de los que tiene Dios puestos para guía de los que le desean agradar, y después de las reglas de las escripturas aprender dellos el atajo de la vida, no dando consentimiento al peor de los maestros, que es la presumpción y juicio proprio. Estos consejos daba la singular prudencia de que Dios la había dotado, y hacía fáciles de seguir su admirable ejemplo, porque con ser superior a las demás en el oficio y en la calidad, era la menor en su estimación y trato. Ninguna cosa hacía que primero no la consultase con todas, deseando que la encaminasen, y sujetándose al juicio de la más mínima, teniendo el suyo, aunque acertadísimo, por descaminado. Obedecía a las que tenían a su cargo los ejercicios ordinarios de la casa, como si ella no se los hubiera encargado. Nunca entró en la sacristía, nun- [fol. 42v] ca en el refectorio, nunca en oficina alguna que primero no registrase su obediencia con la religiosa que cuidaba della. Deseaba summamente descargarse del gobierno de la casa por no hacer acción que no fuese de obediente, y llevábale adelante por sola obediencia, porque a la medida de la desestimación que tenía de sí, era la estima que los superiores tenían della.

Capítulo VI. Pobreza de la abadesa

Nació rica Doña María de Toledo, nació noble. Pospuso la riqueza a la pobreza, y amola de suerte que la antepuso aun a la nobleza, estimando más el título de Pobre que de noble. Fuelo con el afecto aun desde su niñez y, habiendo nacido con ella la nobleza, se puede dudar si primero fue noble que pobre aun en medio de la misma riqueza: ejercitola en su vida no solo desechando de sí lo que era [fol. 43r] proprio, sino amando a los que eran pobres, dando este por indicio exterior del amor interior que tenía a esta soberana virtud. Religiosa ya y obligada a mayor perfección por el voto, no solo le guardaba sincerísimamente, pero exhortaba a su observancia con prudentísimo fervor; decía que no en vano la moneda tenía figura redonda para dar a entender su instabilidad [93]. El ejemplo y consejo de Christo proponía delante a todos para su imitación pues, siendo Señor de la Majestad, no había tenido en qué reclinar su cabeza, y siendo él solo poderoso, se había hecho pobre por el más necesitado [94], y así que ni era vergüenza ni menoscabo de la opinión hacerse por el de rico, pobre [95], el reino de los cielos proponía por primero y summo cuidado a que aseguraba con Christo que seguirían las demás cosas temporales, porque bastantemente es rico el que con Christo es pobre [96], porque a los tales no poseyendo nada, nada les falta. Porque quien nada desea, todo lo tiene con harta más seguridad que aquel a quien nada falta, pues se ve perder el dominio de las cosas [97], mas la resignación valiente de la voluntad no está expuesta a [fol. 43v] los incursos de la Fortuna. Y así, ¿de qué sirve dar el primer lugar en la felicidad a las riquezas, y calificar por último en la miseria a la pobreza? Pues el rostro alegre de aquellas encubre mil amarguras y sinsabores dentro del pecho, y al aspecto poco tratable desta consuela la abundancia de los bienes que satisfacen el corazón. Regalábase tiernamente con su querido Esposo la devota Pobre cuando echaba de ver que le faltaba aun lo necesario para entretener la vida, tanto por su mortificación y ejercicio de pobreza que tanto amaba, cuanto por la experiencia que tenía de la liberalísima providencia de Dios que, ejercitando a una su confianza, remediaba muy como de su mano las necesidades de sus siervas, aun cuando menos esperanza parece que tenían de remedio. Gloriábase del nombre que más apetecía y decía a sus hijas que nombre tal no era indicio de infamia, sino título de honra [98]. Y que así como se menoscababan las fuerzas del cuerpo con las faltas de lo que le es necesario, se restauraban las del espíritu, porque como con el deleite se estraga, con la fragilidad se perficiona. Fuera de que indignamente es llamado pobre [fol. 44r] el que no echa menos nada, el que no solicita lo que otro tiene, el que es rico de Dios, porque más pobre es el que, teniendo mucho, desea más y nadie llega a vivir tan pobre como nació. Las aves no tienen patrimonio y a los animales no reservó la naturaleza hacienda: a los capaces de razón, sí, los cuales tienen tanto della cuanto menos desean. Y así como el que camina anda más cuanto con menos peso, así en este camino de la vida se ha más felizmente el que aligera la pobreza, no el que gime debajo de la carga de los haberes. Y así el menosprecio de las riquezas es utilísimo porque al breve camino de la vida no es alivio sino carga el viático excesivo.

Habiendo dado esta devota señora al monasterio que regía todo lo que o de su hacienda o por su respecto tenía, era increíble el olvido que todas en ella experimentaban de que aquello fue suyo: parecíala que Dios la había hecho administradora de aquellos bienes y que la había de pedir estrecha cuenta de su distribución. Administrábalos, no los usurpaba; tenía su uso, no su propiedad. Daba a Dios lo que él la había dado, desposeíase de lo que no tenía por suyo [fol. 44v] deseosa de tener que darle, si lo permitiera, su deseo de no tener cosa. Tenía por mal empleado el gasto corto que en su persona hacía; siempre, siendo liberalísima con todas, tenía por prodigalidad la escasez a que consigo ejercitaba. Si comía, era de limosna, contenta con las sobras de las demás: si vestía, era lo que todas menospreciaban y si dormía, aun en esta acción tan natural, no cumplía consigo hasta haber cumplido con todas. Tomaba el sueño como por permisión de las demás, no por necesidad suya. Tal era su afecto a la pobreza, tal su ejercicio.

Capítulo VII. Ejemplo y consejos de la abadesa en el voto de la continencia

Como entre las contiendas con que perturba el Demonio la quietud de los christianos son las más duras las de la castidad, en que es continuo [fol. 45r] el combate, rara la victoria, es el voto que della se hace a Dios de los más acceptos a sus ojos. Porque el ser el enemigo que se ha de vencer doméstico, y andar dentro de nosotros y ser necesario huirnos para huirle; el ser, al parecer amoroso, entrar con blandura, y prometer lo que más la carne puede apetecer, pone la dificultad que solo el prevenido por la poderosa mano del Señor puede vencer. Y así, según esta dificultad es su premio, porque todos los de todas las virtudes acompañan al desta: porque la continencia sustenta y tiene en pie, como fundamento solidísimo, todas las virtudes del espíritu [99] y todas ceden al valor desta, porque es el esmalte con que salen los quilates del suyo. Y como esta no consiste solo en la pureza del cuerpo, sino también en la sinceridad del ánimo, y este sea el asiento de todas, ninguna reposa donde la quietud desta no es conocidísima por el sosiego alcanzado de las victorias copiosas que con la resistencia varonil se consiguen del enemigo de nuestra quietud. Era la afición que a esta madre de las virtudes tenía la sancta abadesa tal que desde los pechos de su madre deseó consagrar lo más [fol. 45v] agradable de su cuerpo al esposo de las almas, Christo, y si el precepto de sus padres no pudiera con su obediencia tanto, siguiera solo sola a Christo; sabía que la obediencia es más acepta a Dios que el sacrificio, porque con aquella se ofrece la voluntad propria, con ese, si no se regula con aquella, se ofenden los ojos de Dios, no se regalan. Pero en el estado del matrimonio no se diferenciaba en el afecto a la continencia al de la religiosa y, siéndolo ya y habiendo ofrecidose como tanto había, deseaba por posesión sola de Dios, su más fervorosa exhortación era la que a esta virtud hacía, por saber que la fragilidad con que nacimos, cuanto tiene más de peligro, tiene más necesidad de remedio. Preveníale amorosísimamente aconsejando que la victoria del contrario desta virtud consistía más en la huida que en el seguimiento, porque fuera del acto que se hace del conocimiento de nuestra flaqueza se consigue el fructo que con el vencimiento se pretende y que más puede agradar a Dios. Decía que para conservar con pureza esta resolución, ningún medio era más fuerte que la frecuencia devota de los sacramen- [fol. 46r] tos porque, como con las cosas que la Iglesia tiene señaladas para la expulsión de los espíritus dañados, quedan los lugares afectos libres, así el cuerpo, que el espíritu peor tanto desea inficionar cuanto halla más facilidad con su blandura, queda con el uso destos celestiales remedios que Dios dejó para bien nuestro en su Iglesia como incapaz de todo lo que no es Dios, y casi seguro de que el Demonio le pueda dar asalto con pertrecho tan fuerte. Aconsejaba que, aun después de las mayores victorias se temiese, porque nunca hay mayor peligro que cuando parece hay mayor seguridad. Que el Demonio pretende afear la hermosura de muchos años con la torpeza de un solo instante y deshacer la grandeza de muchas glorias con la vileza de un consentimiento, y que quiere más un vencimiento solo de quien ha alcanzado muchos d’él que muchísimos de quien no se le resiste. Añadía que, aunque la maceración del cuerpo no es remedio total para la sujeción del ánimo, es medio grande para disponerle a ella y, como aconsejaba esto, lo ejercitaba, siendo la aspereza de sus penitencias increíbles, no dejando un solo instante el castigo de su [fol. 46v] cuerpo como freno de sus deseos, sojuzgando continuamente las pasiones aun naturales y lícitas, porque el Demonio no tuviese portillo para las ilícitas en ningún tiempo. Fiaba, aun después de tanta experiencia de la sujeción de sus miembros a la voluntad del espíritu, de sí tan poco que renovaba perpetuamente la oración que a Dios hacía por la conservación de la pureza y continencia. Dios la oía de suerte que, como quien se gloriaba de sus glorias, la daba ocasión de ofrecerle muchas, y ella así, por su ejemplo como por su consejo, prevenía los ánimos de sus hijas solo para Dios, celándolas aun de las conversaciones indiferentes porque, como conocía la depravación de nuestra naturaleza, temía la facilidad con que destas blandamente se pasa a las no permitidas, y una vez lisonjeado el corazón y regalado el apetito con estas, tarde o mal se facilita el paso de extremo tan blando a extremo tan, al parecer, contra nuestro deseo por su aspereza. Templaba el rigor de su recato con las alabanzas que predicaba desta celestial virtud, dando nombre a la que se esmeraba en ella [100] de flor del plantel de la Iglesia, de honor y or- [fol. 47r] namento de la gracia espiritual, de obra de entera e incorrupta alabanza, de imagen de Dios que corresponde a la sanctidad de su Señor de parte más ilustre del rebaño de Christo, por quien y en quien la Iglesia se regocija, y en cuya continencia la fecundidad de nuestra madre la Iglesia florece gloriosamente. Pues cuanto la copia de los continentes es más numerosa, tanto es más copioso el número de los gozos della porque, como las bodas de la Tierra llenan la Tierra, las del espíritu el Paraíso [101].

Capítulo VIII. Frecuencia de los sacramentos y devoción al sanctísimo de la eucharistía, y abstinencia rara de la abadesa

El más eficaz consejo de la beata Pobre Sor María era su ejemplo, y su principal estudio era la experiencia del provecho que de los ejercicios vir- [fol. 47v] tuosos sacaba, y así el remedio que tenía por más eficaz para la pureza y el que aconsejaba con tantas veras ponía por obra con igual devoción. Tenía la increíble al augustísimo sacramento de la eucharistía [102], por saber que de su uso nace la posesión de la eternidad, y así solía decir que, así como los que incautamente beben veneno, procuran extinguir su fuerza dañosa con la bebida de otro medicamento saludable, y por convenir que a semejanza del tóxico entre en las entrañas la medicina [103] y no deje parte en el cuerpo donde no communique su ayuda, así conviene que procuremos expeler el veneno con que nuestra naturaleza se relaja, tomando el medicamento con que se fortifica, para que la ponzoña del uno se remedie con tiempo con la fuerza contraria y saludable del otro. Y que este medicamento no es otro que aquel cuerpo que, siendo vencedor de la muerte, es causa principal de nuestra vida. Porque así como una pequeña parte de levadura hace semejante a sí toda la masa [104], aquel cuerpo que Dios favoreció entrando immortal en el nuestro le muda y transforma en sí todo. E así la preparación que para [fol. 48r] llegarse a esta celestial mesa hacía, si no igual a la que a su dignidad se debe, la mayor que a criatura humana y por la participación frecuente de Dios ya más que humana es posible. No comía bocado hasta la noche el día (con ser tantos) que commulgaba, pareciéndola no ser justo que otro manjar corruptible acompañase al eterno y, cuando por cumplir con la obligación de viviente acudía a su sustento, era tan parcamente que se contentaba con el limitado número de unas pasas o almendras, pidiendo licencia para dar aquel día lo que la communidad la daba a los pobres que, por desgracia, la fortuna había hecho de honrados, ridículos [105]; y ya solo su honra, según la opinión y estimación del vulgo, consistía en su vergüenza. Moderaba aun esta moderación cuando ayunaba la Cuaresma que llaman de los Ángeles con tanto rigor que no entraba en su cuerpo más que pan y agua fuera de los domingos, que, a persuasión de todas, comía algún bocado de pescado, y los días que recibía a Nuestro Señor solamente bebía a la noche con unos granos de anís, que más por medicina que por manjar la obligaban a tomar. Vino una destas Cuaresmas a visitar la casa el gran príncipe [fol. 48v] y religioso capitán de la Iglesia Don Fray Francisco Jiménez Cardenal y Arzobispo de Toledo, y suplicole la vicaria ordenase por obediencia a Sor María la Pobre, su abadesa, remitiese algo del increíble rigor de sus penitencias. Hízolo el religiosísimo prelado encargando a la abadesa no se dejase llevar tanto del espíritu que estragase del todo el cuerpo, sino que comiese alguna cosa más de lo que hasta allí, y no dejase de echar mano de lo que la pusiesen delante. Ella obedeció guardando su abstinencia porque, cuidando la religiosa a cuyo cuidado estaba el refectorio del número de las pasas, almendras y avellanas que para su sustento la ponía, cuando las alzaba, hallaba solo menos una pasa, una almendra, una avellana, cosa al parecer increíble, y que sola la ayuda de Dios puede hacer que obre quien es mortal y tiene necesidad de sustento para no morir. Con abstinencia tan excesiva andaba tan alentada que parecía que solo con no comer vivía, y que lo que a otros quita la vida, a ella se la daba. ¿Mas, qué maravilla? No el pan es sustento solamente de los hombres, sino las palabras de Dios son manjar para los que las [fol. 49r] oyen para obedecerlas, y cuánto más el pan de los ángeles, el maná celestial [106], el sustento preparado sin trabajo, que tiene en sí todos los deleites [107] y la suavidad de todos los sabores. Este la confortaba de suerte que, como acostumbrada a él, no se acordaba de otro alguno. Tenía hecho el paladar a los regalos eternos y no arrostraba los corruptibles. La comida que aligera el alma a los gozos de la gloria la sustentaba, no la que cargando el cuerpo impide todas las operaciones mejores: ¿Qué maravilla, quien solo aspiraba a Dios, no gustase si no espirar lo que era Dios? Oh, alma bienaventurada, ¿a quién no la carga del cuerpo, no la conversación de los mortales, no la habitación de la tierra pudieron apesgar, distraher, entretener jamás; solo la parte superior, la contemplación celestial, el trato de Dios rigieron, ocuparon, agradaron?

Capítulo IX. Virtudes varias perfectísimas de Sor María la Pobre

Era la vida desta religiosa señora las delicias de Dios, por parecer que en su alma había su poderosa mano plantado todo género de virtudes, y hecho jardín de buenos ejemplos sus perfectísimas acciones. Porque ninguna dejaba de llevar los ojos de los hombres, indicio claro que agradaba a los de Dios, que siempre la virtud, aun de los que la aborrecen, es con veneración interior conocida. Porque ¿a qué piedra no deshiciera el rigor que esta delicadísima señora, y por la quiebra ordinaria de salud flaquísima, usaba consigo? No contenta con las asperezas otras veces ponderadas, hizo tejer una túnica de cardas y lana de cabras para alivio del cilicio que trahía debajo hasta cerca del suelo, tan apretadamente aplicado a las carnes que parecía más cuero dellas que vestidura. Eran las disciplinas tan rigurosas que estremecían las columnas del edificio y, con la blandura que del hierro grueso y mal labrado se puede esperar, y tan copiosos los arroyos de la sangre que con ellas de sí despidía, que cada una [fol. 50r] parecía haber sacado las últimas gotas de su cuerpo y no dejar más que sacar a la siguiente penitencia. Esta era continua por caer sobre las llagas recién hechas la aspereza del apretado cilicio, y renovarlas con todos los movimentos del cuerpo cada instante. Era tan del Cielo su caridad y humildad que ningún día dejaba de ejercitar una virtud y otra visitando amorosamente las enfermas, haciéndoles las camas, aderezándoles los aposentos, y abatiéndose a los ministerios más bajos, aunque necesarios para la limpieza y aseo de los enfermos. Y si alguna vez la obligaban por algún achaque forzoso a entrar en la enfermería, nunca entraba en la cama, solo el remedio de su salud consistía en el regalo que hacía a las demás que estaban en ella, no admitiendo jamás cosa para sí hasta saber que las demás tenían todo lo que les era necesario. Era la primera que laudaba las túnicas de las demás religiosas, la que primero acudía a la cocina, la que primero echaba mano a la escoba y la que a todos los ejercicios de mortificación y humildad acudía primero con emulación tal que a las más perfectas dejaba que imitando admirar y a las [fol. 50v] menor que admiradas imitar. La que consigo era áspera, con las demás era clementísima, tenía don del cielo en dar consuelo a las afiligidas y parecía que para estas ocasiones la inspiraba Dios las palabras más de consuelo que la elocuencia o prudencia humana no pudieran alcanzar. Tenía cada noche dos horas de oración antes de maitines y, hallándose a estos con la communidad, a cuyos ejercicios acudía siempre, aunque más ocupada la primera, se quedaba en el coro sin volver al dormitorio y, cuando la necesidad forzosa del sueño la apretaba demasiado, parecía no consentir con él pues sin hacer movimiento, ni prevenirse par algún descanso, le esperaba en la silla sin que las inclemencias de los tiempos fríos o calurosos la obligasen a abrigarse o aliviarse, si ya alguna vez no cuidaba en el rigor del frío alguna monja de aplicarla, cuando sentía que estaba rendida al sueño, algún manto. Volvía del sueño lo más presto que le era posible a la oración, que siempre hacía de rodillas immoble, aunque con tan copiosas lágrimas como consuelos. Prevenía aun desde su retiramiento el remedio de los [fol. 51r] totalmente hollados de la Fortuna, procurando que nunca faltase el sustento a los encarcelados y, como quien consideraba piadosamente el olvido que destos desgraciados ordinariamente se tiene, no se contentaba con la provisión común del sustento, sino con acudir a las necesidades más particulares haciéndoles llevar agua, carbón, luz y todo lo que en las casas es necesario y en esta se echa menos.

Capítulo X. Pide a Nuestro Señor Sor María que le dé verdadero sentimiento de sus dolores: dásele Su Majestad con una larguísima y penosísima enfermedad

Hacía la señora Pobre de su parte todo lo que creía que la podía unir más con Dios y deseaba que, como Su Majestad la hacía partícipe de sus consuelos, no la negase el sentimiento de [fol. 51v] sus dolores. Era la devoción que tenía a su sacratísima Pasión singularísima, y pedía todos los días a su querido la consolase con esta noticia particular de sus tormentos que condescendió con su regalada Dios, y representóselos con una tan recia enfermedad que, por espacio de un año, afligió todos sus miembros de suerte que ni los médicos la conocían, ni las medicinas la aliviaban. Ella la había pedido, Dios se la había dado. Ella la llevaba gustosísimamente y él se recreaba en ver su consuelo y, aunque como aficionado remitiera el rigor de los dolores que ella padecía, como gustoso de su provecho permitía que los padeciese. Eran tan increíbles los tormentos que, cuando la apretaban con mayor rigor, sentía que decía muchas veces que todos los huesos la sacaban de su lugar, y no tenía miembro que no se le descoyuntase: este rigor era tan a menudo que casi se alcanzaba uno a otro, y cuando se dilataba algo, era el que ella llamaba lento igual al mayor que a otra de menos espíritu afligiera insufriblemente. No tenía fuerza para rodearse a un lado o a otro sin ayuda ajena, y esta había de ser cogiendo todo el dolorido cuerpo con una [fol. 52r] sábana y moviéndole en su camilla con grande tiento. Con ser tan excesivos los dolores, jamás se oyó una sola queja, antes con semblante entero y ánimo constantísimo daba gracias a Dios que la había oído sus tan atrasados deseos y le pedía añadiese tormentos a tormentos pues la paciencia que en ellos mostraba a él solo la debía, y si alguna vez importunada de la piedad de sus hijas contaba la fuerza de sus dolores, como si hubiera encarecimiento en tanto rigor las pedía encarecidísimamente perdonasen su impaciencia, pues no sabía dar a Dios gracias por lo que más se las debía perpetuamente rendir. El alivio mayor que, rodeada de tantos sentimientos, tenía era el trato de Dios, con que se alentaba de suerte que parecía no tener pena o dolor alguno, y era tanto el gozo que interiormente deste trato tenía que le salía al rostro, cosa muchas veces advertida entre las suyas, porque era maravilla verla en un instante con la amarillez y flaqueza que las penitencias y enfermedad era fuerza la acarreasen y, en dando principio a las alabanzas de Dios, se encendía y como hermoseaba y llenaba el rostro de suerte que parecía vender salud y [fol. 52v] tenerla confirmadísima. En todo este tiempo no daba muestra alguna de los dolores que tan crudamente la aquejaban, aunque tenía la misma continuación su rigor que antes. Cosa maravillosa era sin duda esto porque, al tiempo que la parte señora del cuerpo como porción del Cielo aspiraba a él y se recreaba en sus cosas, la sierva e inferior y terrena, aunque tan viva en sus sentimientos, la cedía. ¡Oh, poderío soberano de la razón! ¡Oh, espíritu solo celestial! ¡Oh, preparación de los gustos del Cielo, a que no los sinsabores terrenos, no los sentimientos del cuerpo, no los infortunios a que está sujeta nuestra flaqueza puedan no solo no contrastar, pero ni aun resistir!

Entre los dolores intensos con que Dios como en fuego acrisolaba la perfección, y como en toque probaba la paciencia desta su sierva, jamás hicieron pausas sus acostumbrados ejercicios de abstinencia y oración; antes, como obligada más de Dios, pretendía darse por más reconocida a sus obligaciones. Alegrábase maravillosamente de la merced que Dios la había hecho de darla como a su bienaventurado padre las insignias de su Pasión [108] en lo exterior con sus [fol. 53r] llagas, a ella en el corazón con sus dolores [109], y de la gravedad destos concebía el rigor de los de su Señor, y, amorosamente compadecida dellos, le pedía más para ayudárselos a padecer, haciéndole compañía.

Capítulo XI. Revelación que cierta religiosa del Cístel tiene de la sanctidad de Sor María, cuya camisa la sana de una grave enfermedad

Encruelecíase cada día más la enfermedad y aumentábase cada día más el fervor de quien la padecía y pedía a Dios más mientras más la daba que padecer. Sus devotas hijas, lastimadas de tanto mal, daban muestras, como era razón, del dolor que tenían de los suyos. Ella, agradecida de su amor, las reprehendía su flaqueza, asegurándolas que pues tenía por cierto que aquello venía de [fol. 53v] las manos de la misma piedad, no venía sino para provecho suyo y gloria de Dios, y que sus pecados (como ella decía) eran merecedores de mayores tormentos, y que pues Dios no da más de lo que se proporciona con nuestras fuerzas, no la tuviesen lástima pues no padecía más de lo que podía llevar. Con estas razones consolaba a sus afligidas hijas por el mal de su madre, que cada una quisiera padecer por ella con muchísimo gusto. ¡Tanto era lo que la amaban, y tan digna era ella de que la amasen! Por este mismo tiempo estaba una sierva de Dios, religiosa de la orden del Cístel, gravemente enferma y, tanto por su religión como por su salud, la llevaron una camisa de la beata abadesa sin decirla cúya era, suplicándola que se la pusiese a petición de cierto enfermo que en nombre de Nuestro Señor se lo pedía. La religiosa Martha (que así se llamaba) en viendo la túnica tuvo aviso del Cielo de la reverencia que era justo tenerla por los sanctos miembros que había ceñido, y dijo que ella no era digna de cubrir los suyos con la que había tocado a la sierva del Señor, que no estaba enferma, sino con el sentimiento verdadero de la Pasión de [fol. 54r] Christo, y más enferma de amor que afligida [110] de dolor, siendo este el mayor que el encarecimiento humano puede ponderar. Que ella antes pondría por reliquia lo que había llegado a quien ella pensaba encomendarse. Admiró mucho la confimación que esta sierva de Dios hizo de la enfermedad y sanctidad de Sor María la Pobre, con cuya túnica la religiosa Martha quedose con entera salud glorificando a Dios que tan poderoso es en sus siervos, y la ciudad admirada de tan maravilloso succeso acudía a Sancta Isabel la Real como al remedio de todas sus enfermedades y trabajos, de que se vían libres fácilmente con la intercesión o reliquias de la beata abadesa.

Capítulo XII. Señales exteriores de las mercedes que Dios hacía a Sor María vistas por otras de sus monjas

[Fol. 54v] Visitaba nuestro Señor a su querida María muy a menudo, y dejábala tanta copia de favores que aun sus monjas eran testigos de lo que con Dios merecía su beata abadesa. Quería Su Majestad que, como se hallaban presentes al ejercicio de sus virtudes, viesen también el premio que dellas, aun en esta vida, como en señal de los infinitos de la otra, daba a sus siervos. Una vez entre otras que se había juntado la comunidad (como tiene costumbre los Viernes de Cuaresma) a la disciplina, ilustró Dios tanto su alma con el conocimiento de sus misterios que resultó la luz al cuerpo, rodeando su rostro una como diadema de rayos muy resplandecientes y de extraordinaria claridad, y destos, como acopados y puestos en forma de pirámide, salía otro por extremo vistoso, que se extendía hasta el lugar donde estaba una monja que, admirada de tanta novedad y tan extraño resplandor, la preguntó con mucha instancia qué favor entonces la hacía particularmente Dios. La beata abadesa, aunque no acostumbraba decir ninguno de sus sentimientos [fol. 55r] espirituales sino forzada del mandato de su confesor o superior, condescendió con la instantísima petición de su buena hija (que digna de tal madre debía de ser a quien Dios hacía partícipe de los favores con que regalaba a su querida) y la dijo que Su Majestad se había dignado de hacerla por entonces capaz de conocer la caridad immensa que cuando padeció tan rigurosos azotes tuvo. Otra vez, día de la Transfiguración de Nuestro Señor, la vio otra monja con el rostro tan resplandeciente como el mismo sol. Y preguntándola el día siguiente muy apretadamente la manifestase el misterio de luz tan desigual a las humanas, respondió con gran sencillez que se había servido Dios de descubrirla los misterios que en su gloriosa transfiguración había obrado, como si en compañía de los apóstoles se hubiera hallado en el monte Tabor. Otras muchas veces vían semejantes luces en su rostro o en el lugar donde oraba, pero ella procuraba graciosa y prudentemente darlas a entender que podrían engañarse y que ella no era digna de las ilustraciones divinas que ellas imaginaban. Efectos raros de la fuerza de su oración, y regalos solos de Dios para quien con tanto fervor le sabe agradar.

[Fol. 55v] Libro Tercero, del tránsito de Sor María la Pobre, y de los efectos maravillosos de su religiosa Vida

Capítulo I

Llegado habemos al remate dichoso de tan feliz vida, al premio después del trabajo, al descanso después de la carrera, y a la vida cierta, porque hasta este punto murió la beata abadesa Sor María la Pobre: a quien tan apretadamente aquejó el rigor de los dolores que Nuestro Señor, a petición suya, la había permitido padecer, que la condujo al último fin. Tuvo sin duda d’él ella noticia y así, deseosa de no morir fuera de la communidad, pidió la llevasen al dormitorio. En estando en él, habiendo un día antes celebrado la fiesta de [fol. 56r] los príncipes de la Iglesia San Pedro y San Pablo, como solía, con su ordinaria communión, a otro de la conmemoración de San Pablo último día de junio, miércoles a la una del día la sobrevino una tan ferviente calentura, acompañada de una landre tan dañosa, que la hizo perder el juicio para todo lo que no era Dios. Hizo llamar luego al vicario y, confesada, recibió con grande afecto el viático y extrema unción. Después estuvo dos horas con todos sus sentidos recogida en sí, sin querer la communicación de nadie. Esto fue sábado, un día después de la Visitación de la Virgen, Nuestra Señora. Después deste espacio, volvió a perder el sentido para todas las cosas corporales y de la Tierra; solo para las espirituales y del Cielo tenía el mismo y aun más vivo que antes, como quien estaba más cercana de su gozo, y como a la puerta de la eternidad, a que por tantos trabajos había arribado. Era cosa maravillosa que, faltándola el sentimiento para todas las acciones que no fuesen derechamente en alabanza de Dios, en estas estaba tan fervorosa que nunca parece que había tenido más quieta y sosegada contemplación. Viéndola así una de las religiosas [fol. 56v] que, afligidas por la falta que barruntaban ya con su tránsito, asistían a su sancta madre, la pidió ahincadísimamente la introdujese delante de Dios en su oración y rogase por ella. La amorosa y piadosa madre la respondió con la caridad que solía en todas las cosas de sus hijas: “Cómo hija, ¿por vos sola? Por vos y por todo el mundo ha de ser la oración”. Esto solía ella decir ordinariamente: que los hijos de la Iglesia habemos de imitar a Nuestra Madre que hace oración a Dios por todos, sin exceptuar aun sus enemigos, y que nuestra oración había de ser universal, porque en esto dábamos indicios de lo que nos amábamos, y la caridad era el medio más agradable a Dios para conceder lo que le pedimos. Con esta ocasión, como olvidada de su mal, se volvió a sus queridas hijas y venerables hermanas y las exhortó fervorosísimamente a la unión y al amor fraternal y a saberse hacer de tantos cuerpos y tan diferentes una sola alma, una sola voluntad; que la oración tuviese tanto de caridad como de fervor; que si faltaba aquella nunca habría este. En todo este tiempo, con ser tan tierno el amor a los deudos, como natural, estuvo tan en sí como en Dios, tan desa- [fol. 57r] migada de su carne y sangre como allegada al amor afectuoso del auctor de la suya, no acordándose más de sus parientes que si como a otro Melquisedec no se le conociera padre o madre. Afecto que suele ser ordinario aun en los más perfectos, por no ser género de imperfección traer a la memoria en la hora que todo se deja acá a quien se debe el haber estado en este mundo. Pero la beata Pobre hasta en esto se preció de serlo, olvidándolo todo por su padre celestial y por la compañía de los ángeles, que estaban aguardando aquella sancta alma, afrenta (permítaseme decirlo arrojadamente) de los querubines en el fervor del amor de su Criador, en la inflammación de su voluntad, y en la perfección de sus acciones todas amorosas, todas como para Dios, todas como de quien muerta al mundo vivía solamente a lo que era más que él. ¡Prodigio de mujeres!

[Fol. 57v]

Capítulo II. Responde la beata abadesa a muchas preguntas de sus monjas: da su alma a Dios, y queda su cuerpo hermosísimo y resplandecientísimo

Echaban ya de ver las dolorosas y afligidas hijas que caminaba con largos pasos su querida y sancta madre al Cielo y, aunque creían que desde él acudiría a su bien con las ventajas que d’él a la tierra hay, sentían su absencia personal como sus mismas muertes porque tenían en ella señora, madre, amiga, y todo lo que la cortesía y el amor tiene de consuelo. Pero la voluntad de Dios, a que ellas andaban por su ejemplo tan reguladas, las consolaba y, viendo ser fuerza su absencia, procuraban no perder un instante de su doctrina. Hacíanla muchas preguntas, a que ella daba alegres res- [fol. 58r] puestas, no dificultando ya la consulta de su oráculo por el tiempo breve que sabían habían de gozar d’él las que más amaba, y por dejarlas a la despedida en tanto desconsuelo cuanto era de su parte consoladas. Y así preguntándola las monjas que, por la gran fragancia que sentían y el consuelo que vían tener a su beata abadesa, creían la causa era superior y más que ordinaria, “si vía a Jesuchristo nuestro Señor”. Ella respondió, “que no solo este benignísimo Señor, sino también su elementísima madre, la Virgen María, Nuestra Señora, la estaban presentes allí favoreciendo, y de cuya vista sentía el regalo que a criatura humana es imposible dar a entender”. Preguntola una singular devota de san Juan Baptista, “si vía al Sancto Precursor de Christo, Juan”, y respondió que “no solo a este glorioso sancto, sino a toda la corte celestial estaba viendo”. Esto lo decía con tanta sencillez como alegría, que era tal la de su rostro que esta bastara por respuesta a todas las preguntas ordenadas a los favores que recibía del Cielo. No tenía por ningún modo aspecto de quien tan presto había de ser de la muerte y, si el pulso no desengañara, fuera fácil creer que había sido milagrosa su mejoría. Repetía con [fol. 58v] grande devoción las palabras que, como seguridad de su habitación eterna, regalaban los oídos de Dios y consolaban los de las afligidas religiosas. Cuando se alegraba, diciendo: “In pace in idipsum dormiam et requiescam”. Cuando se entregaba a Dios y se ponía en sus manos, diciéndole afectuosamente, “In manos tuas, Domine, commendo spiritum meum”. Tal vez asegurada de su protección, le suplicaba fuese su guía, con decirle: “Vias tuas Domine demonstra mihi et semitas tuas e doce me”. Tal, como quien por la mano de Dios había llegado al sosiego eterno y, guiándola su Esposo estaba ya en el thálamo de la inmortalidad, repetía dulcísimamente: “Haec reques mea in seoulum seculi”. Respondía siempre a los psalmos de la penitencia, que las llorosas hijas la rezaban en competencia de los que de júbilos de gloria entonaban los ángeles admirados de tanta pureza en cuerpo sujeto a corrupción. Desta manera la asistían todas sus monjas. A muchas el cansancio, a otras la pena pesada había dejado rendirse al sueño un brevísimo espacio, cuando de repente, como si a cada una llamaran de por sí, despertaron todas, y puestas de rodillas alrededor de la [fol. 59r] cama, bañándola en amorosas lágrimas, haciéndolas aun sin hablar elocuentes el dolor, la suplicaron rogase a Dios por todas y, como había sido su madre en esta vida, en la mejor y eterna no dejase de serlo; y que las consolase con su bendición. La beata abadesa, que solo por Dios dejara a quien fuera d’él amaba más que a todas las cosas del mundo, se volvió a ellas, y con la blandura que solía hablarlas, las dijo estas si breves palabras, dignas de perpetua estima: “Hijas mías en el amor, señoras en la estimación, ni es justo que sintiáis mi absencia por mi falta, ni que por vuestro afecto estorbéis mi gozo, pues en esto sola la mano de Dios es la obradora, y en aquello ella misma lo será dándoos madre aventajadísima. Ni en lo uno es acertado desconfiar, ni en lo otro ir contra la voluntad de Dios. Yo voy consoladísima ante su acatamiento por la seguridad que me da vuestra virtud presente de la perpetuidad de la futura en las que a gloria de Dios os siguieren. Echo de ver que a vuestra devoción se deberá todo, como yo el perdón que es justo no me neguéis de mis imperfecciones, para que yo en perpetuo agradecimiento os rinda delante de Dios las gracias que solamente son de Su Majestad por ser vosotras tan unas con él. Y aunque como a [fol. 59v] madre me corriera obligación de exhortaros al amor de hermanas, a la perseverancia en la guarda de los mandamientos y consejos que en su Evangelio y nuestra regla nos ordenó Dios, y a todos los demás ejercicios de virtud que llevan a él, salgo desta obligación viendo la perfección de todas vuestras acciones, confiada en su duración, y que el clementísimo Señor que os escogió para sí, no os soltará de su protección, escogiendo siempre el aumento de vuestro número, hasta teneros consigo”. Esto dijo con tan agradable semblante y tan encendido afecto que, con consolar maravillosamente el descaecimiento de sus hijas, las rajó el corazón con nuevos sentimientos, quedando su respuesta ahogada en sus lágrimas. Después desto la religiosa madre, habiendo repetido sus regalados versos, alzó la cabeza y voz a sus amadas hijas, y las dijo, habiéndolas echado la bendición de Dios: “Adiós hijas mías, quedad en paz” y, cerrando los ojos blandamente, sin más movimiento que si el sueño hermano de la muerte los ocupara sin pena, lunes al reír del alba, cinco días después del último rigor de su enfermedad y el que cumplió un año en ella, siendo de edad de setenta y habiendo estado treinta en la [fol. 60r] religión, a tres de julio del año de mil y quinientos y siete, dio su alma a aquel Señor que la había escogido para esposa suya, y que la estaba aguardando acompañado de toda su corte para darla el asiento en ella que a su amor debía, habiéndose poco antes oído una suavísima voz que la llamaba. Fue tanta la fragancia y suavidad que en prendas de la que la alma gozaba con Dios quedó al cuerpo entre sus monjas, que faltan a la capacidad humana comparaciones para ponderarle, porque todo lo que se dijere, será menos. Deste mismo olor de los ámbares del cielo y de las flores de los jardines eternos participó el aposento donde había estado, y la ropa que había sido o abrigo o cura en su enfermedad. A esta suavidad acompañaba una tan amable claridad que tenía como vestido el cuerpo, que los ojos humanos con ser incapaces della, no la podían perder de vista, ni dejarse de llevar de su luz.

[Fol. 60v]

Capítulo III. De las alegrías del Cielo manifestadas a la Tierra en la nueva regeneración para Dios de la beata Sor María la Pobre

Como el alivio de las penosas obras desta vida consiste en el fin della, y en el principio de la que ha de durar para siempre, y Dios es tan puntual y liberal premiador de las que se hacen o padecen por él, quiso para enjugar las lágrimas de la Tierra hacer manifestación de los gozos del Cielo en el dichoso tránsito de la sierva María. Era el llanto universal de los de la Tierra, y para su consuelo era razón se mostrase el universal del Cielo. No hubo persona en la ciudad y en su comarca que no acudiese como milagrosamente al monasterio de Sancta Isabel la Real al instante que espiró su abadesa; todos, aunque llorosos por su falta, apelidan- [fol. 61r] do su nombre y como canonizándola con el commún sentimiento, no dándola otro que la Sancta Doña María la Pobre, y como de quien estimaban por tal procurando alguna pequeña parte de sus vestiduras por obradora de grandes milagros. Y si las demás monjas no previnieran este cuidado fuera imposible detener el concurso de los devotos, que ninguno quería dejar de dar muestras de cuánto lo era desta beata sierva de Dios en lo que más podía tener suyo. Más de treinta monjas y algunos de los frailes que prevenían su entierro oyeron tres veces, cuando dio su alma a Dios y cuando llevaban su cuerpo a la bóveda común del convento y cuando en la misa alzaron el cuerpo de Nuestro Señor, una extraordinaria suavidad de voces que fácilmente se juzgaba ser del Cielo, por ser imposible que fuesen de mortales. Llevaban los religiosos de la orden aquel thesoro de la immortalidad, aquel órgano del Espíritu Santo, aquella habitación de la sanctísima alma que gozaba de Dios, rezando lo que la Iglesia dispone para tal oficio, Sub venite sancti Dei etc., porque el mucho llanto no les consentía cantar, y las religiosas que iban detrás creían [fol. 61v] que aquella celestial armonía era de los religiosos que iban delante, y ellos que de ellas. Pero, confiriendo lo que imaginaban admirados de sí mismos por la dulzura de las voces, echaron de ver que eran del Cielo, y confirmaron las que después oyeron de nuevo cuando la metieron en la cueva.

Capítulo IV. Reconocen el cuerpo sancto las monjas días después y hállanle incorrupto como hasta hoy se ve

Al tiempo que los religiosos pusieron el cuerpo en la cueva, como se encruelecía la pestilencia y la landre que había apretado a la beata abadesa era como las demás que entonces se temían, sin reparar en ello las monjas que la excesiva pena tenía como fuera de sí, la echaron sobre el rostro cuantidad de cal viva. Pasados más de dos meses cayendo en la cuenta las religiosas [fol. 62r], y pareciéndolas que habían hecho mal en dar sepultura commún a quien creían que tenía asiento particular en el Cielo, alcanzando licencia del juez de la Iglesia, el día de San Matheo del mismo año abrieron la bóveda y sacaron al coro el cuerpo, que hallaron tan entero y tratable como cuando estaba animado. El rostro tenía algo moreno por haber quedado sobre él el velo, y sobre este la cal; el vestido por la parte que llegaba al cuerpo estaba tan entero y oloroso como si se acabara de poner perfumadísimo; por la superficie estaba bañado en agua, por la gran cuantidad que, lavando el coro, caía a la bóveda. De todo salía una fragrancia celestial, sin haber podido la vivacidad de la cal ni la corrupción natural de los cuerpos a que falta la alma empecer aquel que Dios nos dejó entero por muestra de la entereza de su vida, y de la gloria que tiene su alma en compañía de los ángeles. Volviéronle a la cueva por no tener preparado lugar para su colocación, hasta que el día de la Translación de San Luis, teniendo ya lugar señalado para ponerle con decencia, le sacaron otra vez, y con grande solemnidad le pusieron en parte [fol. 62v] donde todos le pudiesen gozar, con singular devoción de sus hijas y de toda la ciudad que concurrió a venerarle.

Capítulo V. Avisa la beata abadesa viviendo lo que después sucedió a una monja, ella muerta. Pónese su cuerpo donde hoy está

Tenía la bienaventurada abadesa, como dijimos, costumbre de recogerse, después de la oración que continuaba a los Maitines, un rato antes de Prima, en la misma fila del coro, sin otro abrigo que el de su pobre hábito, aunque los fríos fuesen rigurosísimos. Prevenía a esta aspereza alivio una religiosa en extremo devota suya, cuidando de cubrirla, lastimada de su desnudez. Despertó una vez la beata Pobre y halló a la religiosa, su aficionada, ejercitando en ella esta devoción piadosa, y díjola con grande donaire: “Amiga, aun en la se- [fol. 63r] pultura creo que no tengo de estar segura de ti”. Pasó esto sin mas advertencia y, algunos años después del glorioso fin de la abadesa, estando las monjas en el refectorio, esta devotísima suya levantó como pudo la losa de la bóveda y entró en ella sin el temor natural a su sexo y sacó el cuerpo de su madre y amiga y le arrimó a los libros del coro, donde le halló la communidad cuando vino a dar gracias después de la comida, adonde admiraron lo que siempre, siendo su incorrupción y suavísimo olor ocasión de nueva maravilla, de nueva admiración. Después estuvo algunos años en una concavidad sobre la puerta del coro, y de allí le bajaron adonde ahora es reverenciado el año de mil quinientos y setenta y cuatro [111], siendo abadesa Doña Mencía de Miño, y provincial de Castilla Fray Juan de Alagén [112]. Y una religiosa que se llamaba Doña María Garillo, deseando que el incorrupto cuerpo estuviese con más reverencia, le hizo un hábito y manto de tafetán, que hasta entonces le trahía de lienzo pardo; vistiósele Fray Pedro de Alcázar [113], vicario entonces de Sancta Isabel, teniéndole arrimado a sus manos Fray Diego de Albacete, en presencia [fol. 63v] de toda la comunidad, siendo a todos manifiesta su entereza y la tractabilidad de todos sus miembros, la frescura de la carne, y la suavidad incomparable de todo él, y de lo que a él tocaba. Faltaba de las manos alguna carne que muchos religiosos y seglares devotos suyos, visitándola, habían, sin consentimiento del monasterio, quitado por reliquias. Esto mismo se vio en los pies y piernas después, porque teniéndolos hacia la ventanica por donde se reverencia el sancto cuerpo, tuvieron ocasión los devotos de enriquecerse con sus reliquias. Tuvieron, como era razón, gran sentimiento las religiosas deste thesoro que, sin orden suyo, las había tomado, y para atajarlo, determinó el año de mil y seiscientos y once [114] su sobrina Doña Juana de Toledo, siendo abadesa, echar reja en la ventanica y poner a su puerta llave. Hecho ya hábito y manto de picote de seda parda y preparado todo lo necesario para vestirla, no tuvo efecto hasta el año de seiscientos y doce [115], siendo abadesa Doña Estefanía Manrique también su sobrina: sacaron el glorioso cuerpo una mañana con grande devoción y, puesto sobre un bufete que cubría un terciopelo car- [fol. 64r] mesí, le vistió Fray Antonio de Angulo, vicario deste convento, volviendo a satisfacerse las religiosas de su entereza. Fue tanto el concurso de la gente de todos estados que, sin aviso alguno, acudió al monasterio, que no bastaban las monjas de una y otra reja a satisfacer la devoción de los que pedían alguna partecica del hábito y forro de la caja en que estaba el cuerpo, y a tocar los rosarios que los devotos las daban por la veneración que tenían a la sierva de Dios. Era igual el júbilo que se había derramado por toda la ciudad, en que se convidaban unos a otros para ver el sancto cuerpo y se provocaban a devoción con la memoria de sus virtudes, y se confirmaban en su sanctidad con la experiencia que hacían sus sentidos viendo su entereza, oliendo su fragrancia y tocando su tractabilidad. No quedó caballero eclesiástico o seglar en Toledo que no fuese testigo de tan gran maravilla.

[Fol. 64v]

Capítulo VI. Visión que tuvo un religioso de Sancto Domingo del recebimiento que en el Cielo hicieron a la beata abadesa

Communica Dios a sus siervos las mercedes que hace a otros, y es género de regalo grandísimo la participación de la gloria de los premiados para los que esperan serlo, porque ven ejemplo de lo que aguardan y se animan a obrar más por alcanzar más, y como sus espíritus están llenos de caridad, tienen por suyo el favor que a otros se hace. El día mismo que la beata abadesa espiró, estando en oración un religioso de Sancto Domingo, vicario del refugio de nobles, virtuosas, y bien entendidas señoras, del monasterio digo [dicho] de la Madre de Dios desta ciudad, que con tanta nobleza y sanctidad vemos florecer, y hombre de conocidísima reli- [fol. 65r] gión llamado Fray Jordán, no sabiendo el tránsito desta religiosa alma, vio de repente (¡cosa maravillosa!) una copiosísima procesión de ángeles y cortesanos del Cielo vistosísimamente compuestos, y en medio dellos a un lado la beata Sancta Clara, y al otro la sancta reina Isabel, de sus manos la beata abadesa María la Pobre: su rostro más resplandeciente que el sol, su cabeza adornada de una diadema de infinita y exquisita pedrería, cuajado el vestido, que era en forma de los que ordinariamente se ponen los diáconos, de la misma y de otra más preciosa las mangas y orlas. Nunca este religioso había visto a la beata abadesa en su vida, pero al instante que en esta procesión la vio, supo por orden del Cielo quién era y cómo acababa de dar su espíritu al Señor, que para tanta gloria suya le había criado, y que aquel recibimiento la hacían los cortesanos del Cielo. Y aunque tuvo entera noticia de todo, quiso que un ángel se lo refiriese, y así, preguntándolo a uno, le respondió que hacía el Cielo aquella fiesta a la de Sancta Isabel, y que aquellas tan vistosas piedras que hermoseaban su adorno eran premio del menosprecio que de las re- [fol. 65v] quezas temporales y de sí misma había tenido la religiosa abadesa, y que el resplandor que salía de su rostro, manos, y pies era favor particular que, por la aspereza que había consigo usado, las obras buenas que había ejercitado, y la descalcez perpetua con que se había mortificado, había conseguido, y que ya se habían mudado en manojos de perlas y piedras preciosísimas las sogas que habían atado las mangas y ceñido el cuerpo de aquella virtuosa señora. Y que era tanto el gozo de los bienaventurados aquel día que, desde que el Cielo había recebido la alma del gran Doctor Jerónimo, no había habido otro tal recibimiento. De todo esto hizo el religioso Fray Jordán relación a las de Sancta Isabel, añadiendo que no era maravilla haber oído algunas las músicas y harmonía del cielo, que solo era maravilla que todo el mundo no hubiese participado de su suavidad, según la que en el recibimiento hecho a la sancta alma desta señora Pobre él había oído.

[Fol. 66r]

Capítulo VII. Inspira Dios a un sacerdote que se encomiende a la beata abadesa, y sana de una grave enfermedad. Son copiosísimos sus milagros

Dios solo es el obrador de las maravillas [116], sus sanctos son instrumentos de lo que él obra, porque obra él todo lo que ellos hacen [117], que las criaturas nada pueden hacer si el que todo lo hizo de nada no se lo permite, y con la permisión les da el poder [118]. Este es copiosísimo en virtud de quien se le da [119] y, como le es admirable en sus sanctos [120], ellos muestran serlo en él, siendo sus sombras, sus vestidos y todo lo que nace dellos de admiración al mundo, de gozo al Cielo, de aliento de los buenos, y de confusión de los enemigos de Dios [121]. Siendo uno de los mayores indicios de su omnipotencia hacer en su virtud omnipo- [fol. 66v] tentes a muchos [122]. En la mayor parte de sus siervos ha manifestado estas maravillas, y en nuestra abadesa las manifiesta abundantísimamente. Referiré, de infinitas, pocas para muestra, no para ostentación.

Estaba en Burgos un sacerdote de buena vida, tres años había, tullido y con otras muchas enfermedades, atado a la cama sin poderse rodear sin gran dolor. Suplicaba a Su Majestad se sirviese de aliviarle penas tan desiguales a sus fuerzas y, quedándose una noche como adormecidos él y el dolor, vio una señora de admirable gravedad y gravemente apacible que le decía: “Si quieres sanar, encomiéndate a Doña María de Toledo, primera fundadora de Sancta Isabel de Toledo, que ya goza de Dios, y luego tendrás la salud que deseas”. Despertó al instante y con él el dolor, que jamás fue mayor (como prueba de su fe) y, informándose de la religiosa vida desta señora y cómo ya había dejado la Tierra, hizo decir una † [123] misa, y luego se sintió sin dolor y vivió de allí adelante sanísimo haciéndose lenguas en la publicación desta maravilla, y fue increíble la devoción que se movió a esta sancta con milagro tan de la mano de Dios, y tan claro indicio de los singulares méritos desta su sierva.

[Fol. 67r]

Capítulo VIII. Conciben las estériles que se encomiendan a la beata abadesa: hállase una imagen de Nuestra Señora que preserva de peligro a las que están de parto

Habiendo sido esta beata señora casada, no tuvo hijo alguno, y con todo eso, los da a las que después de muchos años de matrimonio, con experiencia de su esterilidad, se los piden a Dios por su intercesión. Experiméntase esto cada día en esta ciudad y en otras muchas partes con grande admiración de quien lo ve, y devoción de quien lo experimenta. Una señora muy principal tenía una hija que quería ternísimamente, la cual era con extraordinario rigor aquejada de un perpetuo dolor de cabeza y, aunque casada algunos años, nunca tuvo fructo de su casamiento. Persuadiose su ma- [fol. 67v] dre, por consejo de médicos y personas de experiencia, que si su hija concibiese y pariese, sanaría de aquel penosísimo mal. Era devotísima de la beata abadesa, por la fama de su religiosísima vida, y envió a pedir a este convento con grande devoción la medida del cuerpo para gloria de Dios entero, y por alguna partecica de sus tocas. Habiendo alcanzado lo uno y lo otro, ciñó a su hija con la medida, y puso en su cabeza la toca de la sancta, y luego (¡oh, poder immenso de Dios communicado en su virtud a sus hermanos!) quedó libre de aquella pesadumbre perpetua de la cabeza y concibió, durando toda la vida muy sana. Que las mercedes de la mano de Dios son no solo para quitar el mal presente, sino para prevenir remedio a los futuros; son liberalísimos, son como de sus manos. Divulgose la fama deste milagro tanto que, habiendo sido el primero deste género, hasta hoy dura la devoción de todas las que remedian su esterilidad con la intercesión desta gloriosísima señora, a la cual de la misma manera se encomiendan las que están en los dolores de parto, experimentando su ayuda por medio de sus reliquias, y de una imagen que está en este mo-[fol. 68r] nasterio hallada por la misma beata abadesa milagrosamente. Visitaba muy a menudo a esta beata señora la religiosísima reina Doña Isabel, con tan gran familiaridad como si fuera su hermana. Eran las visitas como de amiga, y como de quien tenía necesidad de su consejo en negocios muchos y de importancia, largas. Salió una vez entre otras más tarde de lo que solía del locutorio bajo desta casa la reina y la abadesa. Al tiempo que quiso salir, vio en la pared que cae el patio una como estrella o luz pequeña y resplandeciente. Hizo otro día romper el lugar donde la había visto y halló una imagencica de Nuestra Señora, la cual se lleva en su ayuda maravillosamente, y es tanta la fe que se tiene en ella, que suelen venir por ella de muchas leguas alrededor, y de muy lejos de Toledo, y las que están prevenidas con esta ayuda confían en gran manera en su buen succeso sin temer peligro alguno.

[Fol. 68v]

Capítulo IX. Sana de cuartanas y ciciones la beata abadesa a los que se encomiendan a ella, o tienen sus reliquias

Vino al convento de Sancta Isabel de Toledo Fray Pedro de Acuña, religioso de San Francisco por confesor de las religiosas, con unas cuartanas pesadísimas, y cuyo mal humor le impedía casi todas las acciones humanas. Diéronle un poquito de la túnica y cilicio de la beata abadesa, y al instante se volvió atrás aquella sucesión igual y alternación, no sin misterio de tiempos señalados, y le faltó la calentura y se halló libre de la pesadumbre y melancolía natural a este achaque.

Un labrador de Polán, lugar del contorno de Toledo, entró con una carga en este convento y, compadecidas las porteras de la amarillez y flaqueza que en él vían, y sabiendo que había días que tenía cuartanas, le lleva- [fol. 69r] ron a que visitase el cuerpo desta sierva de Dios. Hízolo el buen hombre con tanta fe que, repentinamente, se halló con fuerzas y vieron en él otra color, y salió dando voces que la sancta de Sancta Isabel le había dado salud. Lo mismo entró publicando en su lugar, donde es muy notorio este milagro.

El Padre Arboleda, religioso de aquella Compañía que más imita la del Cielo, y a cuyo nombre se postran los cielos, la tierra, y los infiernos, y que tan provechosa es a la Iglesia, habiendo tenido muchos días esta enfermedad, confesó no haberle vuelto más al instante que recibió deste convento una reliquia del cilicio de su abadesa.

Vino a esta casa de Sancta Isabel un mozo a trabajar en la huerta, que tenía como naturalizadas, por el mucho tiempo que había que las tenía, unas ciciones: pusiéronle un poco de la túnica de la sancta y cobró entera salud.

La misma merced experimentó otro mozo que vino a destazar unos tocinos, que, habiendo padecido esta enfermedad muchos meses, se halló de repente sin ella por la intercesión desta señora.

De Cubas, lugar desta comarca, vino una [fol. 69v] mujer a pedir alguna reliquia desta religiosa señora por haber en su lugar muchos enfermos deste mal y haber peligrado muchos. Llevó un poco de su túnica, y a todas las personas que la aplicó dio entera y repentina salud.

Lo mismo se ha experimentado en Yébenes, Ajofrín, Mocejón, donde ordinariamente se lleva agua, con que ha dado virtud su reliquia.

Capítulo X. Da vida a dos que en la opinión de todos la habían perdido

Hase introducido en este monasterio por costumbre dar agua en que ha entrado su reliquia, para los enfermos en todo género de achaques desde el año de mil y quinientos y ochenta y cuatro [125] que, habiendo hallado un sacerdote desta ciudad, llamado el Licenciado Torres, en su casa puesta por ladrillo una imagen de Nuestra [fol. 70r] Señora de alabastro, tuvo devoción de ponerla en uno de los altares desta iglesia, de[s]de donde la llevaba cada día a muchos enfermos, que hallaban en ella la medicina de sus males. Otras veces trahían vasos de agua, en que metían parte de la imagen: bebían este agua los enfermos y sentían grande alivio. Un día, enviando Diego de Perea, mercader y natural de Toledo, por un vaso desta agua para paladear una criatura que casi muerta quedaba en los brazos de su madre, con pequeña esperanza de que volvería en sí, no se halló la imagen por haberla llevado, como solía, el sacerdote. Fueron tantas las lágrimas de una tía del niño que venía por ella, creyendo no haber de volver a su casa con remedio faltándole aquel último en que solo confiaba, que, movida a compasión una religiosa, la ofreció poner aquel vaso de agua en la caja donde está el cuerpo de su abadesa bienaventurada. Hízolo así y informó a la mujer de los milagros raros desta señora. Volvió contenta la mujer y halló a su sobrino, en la opinión de todos, muerto y cubierto para enterrarle. Su devoción pudo más que sus ojos que la negaban tener vida aquel a quien Dios se la podía [fol. 70v] dar de nuevo. Descubrió al niño y remojole la boca con una clavellina que venía dentro del vaso y había estado sobre el sancto cuerpo. Abrió los ojos, gorjeose, riose, y tomó el pecho como si jamás hubiera tenido diferencia en su salud. Admiró caso tan admirable a toda la ciudad, y Diego de Perea y Ana de Luna, sus padres, le trajeron a ofrecer a la sancta obradora de su vida velando todo un día delante de su cuerpo.

Isabel de Sagredo, madre de Fray Pedro de Navas, religioso de San Francisco que hoy vive en esta provincia de Castilla, enfermó gravemente y, recebidos los sacramentos, al parecer de todos y a juicio de los médicos espiró. Lloráronla y trataron de enterrarla, cumpliendo con la obligación de piedad natural y christiana. Pero su madre, que era devotísima de la beata abadesa Sor María la Pobre, y tenía su reliquia, la aplicó antes de amortajarla al cuerpo defunto y al instante (brame la herejía que ata las manos del poder de Dios) cobró movimiento, respiró, tomó calor, y la sobrevino un tan copioso sudor que admiró a la misma medicina, pues sin calentura y sin dolor alguno la hallaron los médicos, confesando ser solo [fol. 71r] aquella ciencia reservada a la sabiduría de Dios. Trocose el llanto en gozo, la última y más vil vestidura con que nos paga el mundo en la de más alegría y de estima que para celebrar tan gran favor pareció a propósito.

Capítulo XI. Varias enfermedades remediadas por la intercesión de la bienaventurada abadesa

Una señora Duquesa de Medinaceli era continuamente afligida de tan pesado dolor de cabeza que la traía como fuera de juicio. Visitando el cuerpo desta señora su deuda, metió la cabeza en la caja donde está, y se halló aliviada al momento de tan gran pesadumbre y vivió siempre libre della.

Estando en el convento de Sancta Isabel la nobilísima Doña Francisca de Silva que hoy vive y es madre del mariscal de Noves, tenía [fol. 71v] en su compañía a Doña María de Zúñiga, su hija de edad de dos años. Con esta niña podía tanto la inclinación a la virtud que todos los días se iba al coro y se ponía tan junta al rostro de la sancta que no se apartaba un instante d’él por gran rato, siendo este su principal entretenimiento aun en aquella edad tan tierna. Siendo ya de edad de cuatro años, llevola su madre a su fortaleza de Caudilla, donde cayó de una escalera tan alta que, a no concurrir con su ayuda la mano poderosa de Dios, no llegara con miembro entero a su remate. Acudió la afligida madre sin esperanza alguna de remedio a recoger los miembros ya en su opinión deshechos de su desgraciada y querida hija, y hallola sin alteración alguna de color diciendo: “Madre, madre e muy buena estoy, no tenga Vuestra merced pena que la sancta de Sancta Isabel me recibió cuando iba a caer en sus brazos: que yo la conocí muy bien en el hábito”. Dio la buena señora loores infinitos a aquel Señor que tan admirable es en sus siervos.

Una buena mujer de esta ciudad que se llama Chaves y vive hoy tuvo un flujo de sangre de narices tan abundante que ningún remedio humano le pudo atajar. Acu- [fol. 72] dió a los divinos, aplicándose muchas reliquias y siempre prosiguió la pertinacia deste mal, hasta que venerando una del hábito de la beata abadesa, paró la sangre cuando más corría obedeciendo a la virtud de la sierva de Dios. Una religiosa de la orden de San Jerónimo y del religiosísimo convento de la advocación de San Pablo desta ciudad, tenía un brazo que había días que no movía. Enviando a pedir una reliquia desta sancta, en venerándola, halló el remedio que en todo género de medicinas había echado menos.

Una señora desta ciudad padecía tanto mal en los ojos que no podía sufrir un instante la luz, y había más de cincuenta días que estaba en perpetuas tinieblas, alcanzó de una sobrina suya monja de Sancta Isabel un paño que la beata abadesa había tenido en el estómago el tiempo de su enfermedad, y cobró al momento la luz, cuya privación tanto la afligía, y estuvo de allí adelante con entera salud. Había tres años que padecía ceática en una cadera una buena mujer deste lugar, púsose un poco de cilicio de la sancta y [fol. 72v] estuvo de repente sana.

Pondré por remate deste Capítulo, una confirmación que enviaron de otro milagro hecho por la intercesión desta beata señora, de Lisboa, y para mayor aprobación de los demás: “Digo yo (dice la confirmación), Catalina del Espíritu Sancto, monja profesa deste convento de Sancta Clara de Lisboa, que es verdad que yo y las monjas que aquí se firman, vimos y estuvimos presentes por dos veces que la Señora Jerónima de la Pasión tuvo dos accidentes tan recios que la mandaron los médicos dar todos los sacramentos por estar ya como muerta; y en esta primera vez llegó una carta de Sancta Isabel de los Reyes de Toledo para una monja portuguesa que estuvo allí diez y nueve años, y en ella le enviaban una reliquia de la sancta fundadora la señora Doña María de Toledo, y con la fe que tenía de sus muchos milagros la puso a esta enferma, la cual esperaba el sacramento de la sancta unción, y de improviso se le quitó la calentura y sosegó el pulso que estaba con muchas intercadencias, y de allí quedó tan buena que se espantaron los médicos. Y de allí, como dos meses tornó el mismo accidente con aparencias del peligro pasado, y valiéndose desta reliquia quedó sana alabando a Dios, como la hacemos todas, y las que aquí nos firmamos juramos por nuestra profes- [fol. 73r] sión, que es verdad todo lo que aquí decimos. Fecha a 15 de enero de 1611.

Sor Catalina De Espíritu Sancto. Sor Isabel de San Luis. Sor Isabel Danunciaçaon. Sor Juana Evangelista. Lionarda de Moura. Catherina Moreira. María Gómez”.

Capítulo XII. Preserva de fuego la beata abadesa su convento y obra otras maravillas

Entre las demás peticiones que la beata abadesa hizo a su Esposo por su querida casa, fue una la preservación del fuego: hanse visto muchos ejemplos raros en esta materia y no sin admiración notado. Entre otros es admirable uno que no dejaré de referir para gloria de Dios y de su esposa María la Pobre.

Tenían en la casa que llaman de la labor las señoras religiosas de Sancta Isabel gran cuantidad de lino, y de instrumentos de [fol. 73v] madera para labrarle. Reconociendo esta oficina una noche quien la tenía a su cargo, echó sin reparar alguna pavesa de la luz que llevaba consigo, y dejando cerrada la puerta, se fue muy sosegada a acostar. Cuando más a sueño suelto dormía, oyó que claramente la decían: “Francisca de Sancta Clara (llamábase así) levántate, que se quema la casa de la labor”. Pareciola sueño y volviose a dormir con el mismo descuido. Volviéronla a decir las proprias palabras por dos veces y, despertando con extraordinario pavor, se fue a la casa, donde halló abierta la puerta que había dejado cerrada y, levantando un repostero que estaba delante, vio una gran claridad: llegose a ver si habría alguna esperanza de remedio, y halló a la religiosísima abadesa, descalzos los pies como los trajo siempre viviendo, y con una calderilla de agua apagando la llama, sin quedar ni aun rastro de su voracidad. Consuelo grande de sus devotas hijas que tienen la protección de su madre tan presente siempre.

Hubo en este monasterio una religiosísima monja y devotísima de su beata abadesa, y en quien obró maravillosas cosas su intercesión. Esta dejó escrito lo que referiré para [fol. 74r] gloria de ambas: y a cuya relación se puede dar toda fe por su conocida virtud y devoción a esta sancta. Refiere entre otras cosas que, estando Isabel Gaitán, su hermana, en extremo lastimada, y lleno el cuerpo todo de unas tan grandes postillas como la mano, sin poder sosegar un momento y estando imposibilitada de recostarse, se hizo llevar a Juana Gaitán, que así se llamaba la religiosa, y mostrándola con gran dolor las llagas para que se compadeciese a hacer oración por ella, lastimadísima la consoló y dándola un poco de agua de la sancta quedó tan buena como si jamás hubiera padecido enfermedad alguna. Estando la misma con un mal en la cabeza tan grande que se temía no perdiese el juicio, habiendo puestose en ella una reliquia de la sancta, dentro de dos días se halló del todo libre.

Clara Gaitán, su sobrina, tuvo un pecho como encancerado, hinchadísimo y sin género de remedio. Diole su tía una reliquia de la sancta, diciéndola: “Toma esta reliquia de mi señora María la Pobre, y ponla sobre el pecho, que será imposible no cobrar entera salud, porque no la doy a persona que no reconoce luego su virtud hallando remedio en ella de su necesidad”. Púsosela y [fol. 74v] volviese el pecho hinchado como el sano.

Tenía un hombre un accidente tan penoso que, con darle muchas veces, las más le duraba dos y tres meses, y el tiempo que le apretaba más le venia siempre con penosísimo mal de orina; recibió desta devota mujer la reliquia de la sancta y quedó tan libre siempre d’él como si jamás le hubiera tenido.

Estando sin esperanza de vida un mozo con dolor de costado, cobró la salud bebiendo un poco de agua de la sancta. Lo mismo sucedió a una mujer que tenía un rayo en la cabeza tan penoso que vivía como incapaz de todas las operaciones de viviente, quedando con entera salud con la agua de la reliquia desta beata señora, por la cual se acude a esta casa de muchas partes, y con tanta frecuencia que ha parecido conveniente que las señoras porteras o torneras della tengan una reliquia siempre para satisfacer la devoción y remediar las enfermedades de los que la buscan. Todo esto cuenta esta buena mujer de otros como de sí, que, estando con una gran postema en la boca, de adonde resultaba gran daño al cuerpo y a ella gran dolor sin remedio alguno, tomó un poco de agua de la sancta y, dentro [fol. 75r] de un cuarto de hora que la tuvo en la boca, se levantó de la cama glorificando a Dios y sin daño alguno. Otra vez, teniendo el rostro lleno de erisipula [125], sintió la misma maravilla en un instante; favor que también participó una doncella que tenía el mismo mal, tomando la agua a ejemplo desta devota mujer. Otra vez, teniendo otra postema tan penosa en la garganta, que si no fuera por no ofender a Dios se dejara morir de hambre por no padecer el dolor que aun con sustancia líquidas sentía, visitó el cuerpo de la beata abadesa, y volvió sana y sin impedimento alguno. La misma confiesa de sí que más de cuarenta veces experimentó su remedio repentino en diferentes achaques, y más de veinte halló remediadas otras necesidades particulares en que invocaba su ayuda, y esto con tanta facilidad que, apenas había en su corazón propuesta la petición, cuando hallaba cumplido lo que deseaba. Experimentó esto con gran admiración una vez que, estando suplicando a la Virgen Nuestra Señora se sirviese de reducir a efecto cierta obra de mucho servicio de Dios, y de grande importancia, dijo en voz alta María la Pobre: “Sedme aquí interces- [fol. 75v] sora y ayudadme con la Virgen”. Al punto salió una fragrancia tan particular de una reliquia que traía consigo de la sancta que la era imposible sufrirla: y dijo entre sí, “Si tiene buen efecto este negocio, veré si es aprehensión o antojo mío este olor”. Otro día se hizo lo que había pedido aun mejor de lo que ella deseaba, y halló verdadero el consentimiento que a su petición hizo la beata abadesa.

Capítulo XIII. Excelencia de los milagros de la beata Sor María la Pobre. Vida y muerte de la beata Juana Rodríguez, su compañera

Pudiera referir otros muchos milagros, y no de menos admiración que los pasados, si quisiera más parecer ostentoso en la misma humildad que sencillo en el crédito que es justo se dé a prodigios tales: como mi pretensión ha sido dar en summa breve noticia de las virtudes des- [fol. 76r] ta gran señora y sancta, en los milagros admirables que Dios obró por su intercesión sigo el mismo, reservando para el tiempo que confiamos en su Majestad, que por auctoridad apostólica se ha de hacer más copiosamente para que con libertad sus aficionados la ofrezcamos votos como a quien goza conocidamente de Dios, sea sola esta muestra de tan gran máchina, y bosquejo de la pintura que la artífice mano de Dios pintó para sí. Grandes son (¿quien lo dudará si los ha leído?) sus virtudes, grandes sus milagros. Pero el que es milagro de milagros, y el que es confirmación de todos los demás, es la fundación deste religiosísimo monasterio, donde con tanto ejemplo hasta hoy se vive. Sea muestra d’él la vida maravillosa de la beata Juana Rodríguez, compañera perpetua de su sancta Madre.

Fue Toledo su patria, sus padres personas honradas y virtuosas. Y ella, fructo de oraciones, y dada por la Virgen Nuestra Señora para mayor gloria de su Hijo y suya porque, habiendo estado muchos años sin hijos, suplicaron a la piadosísima Señora les diese para su consuelo alguno, ofreciéndola celebrar con particular solemnidad cada año la fiesta de las [fol. 76v] fiestas, la que tiene tanta parte en nuestra piedad como tiene de gozo en la Virgen sanctísima, viendo celebrarse la Immaculada Concepción desta serenísima Señora Madre de la misma pureza. Confirmáronlo con voto, y hicieron un colegio para la crianza de doce doncellas en el servicio de Dios y su Madre. Oyó sus ruegos la Madre de los afligidos y dioles esta hija tan suya y dádiva tan de su mano como se vio en los favores que della recibió toda su vida, y en las virtudes que heroicamente ejercitó perpetuamente. Criaronla para Dios y teniendo siete años la pusieron entre las demás doncellicas que tenían consagradas a su devoción. Estando oyendo misa un sábado entre ellas, vio que de la hostia salía una hermosísima mano y en ella una cruz roja, la mano se vino a la niña y dándola la cruz en la suya quedó como desmayada. Lleváronla a su casa y, vuelta en sí, volvió a ver otra cruz de tan extraordinaria grandeza que, estribando en el profundo de la tierra, transmontaba sus brazos en lo más encumbrado de los cielos. Todos estos eran indicios del afecto grande que había de tener a la cruz de CHRISTO, de que siempre fue devo- [fol. 77r] tísima. Casose siendo de edad por condescender con el gusto de sus padres y vivió con la perfección que siendo doncella estando casada: murió poco después su marido, y sabiendo las virtudes que tanto lucían en Doña María, la siguió tan familiarmente que nunca hizo cosa que no se communicase entre las dos, señal cierta de su mucha perfección, pues corría parejas con quien era tan perfecta, y de cuyas obras se debe la mayor y más principal parte a esta sierva de Dios. Era con tanto extremo compasiva de los pobres que, en viéndolos, se deshacía en ternísimo llanto. Era su oración continua, su mortificación crudísima. Regalábala Nuestra Señora copiosísimamente con sus consuelos. Tenía infinito [consuelo] con el Sanctísimo Sacramento de que era devotísima y, según la preparación que para él hacía, eran las ilustraciones que en él tenía su alma. Era igual la devoción que sentía en la contemplación de los misterios dolorosos de la Pasión de nuestro Redemptor, de que tuvo singularísimas revelaciones: de todas dejó memoria a los venideros escribiéndolas por su mano. Cosa bien digna de admiración, pues no sabiendo formar una [fol. 77v] sola letra para otra cosa, para las mercedes que Nuestro Señor le hacía escribía muy bien y con grande distinción. Finalmente, toda su vida fue un retrato de la de su sancta compañera: como la de Doña María, de la de Juana Rodríguez. Llegose el fin de sus trabajos con el de su vida, y el principio de su descanso con el de su premio, dándole prenuncios d’él con su presencia la Virgen Nuestra Señora, visitándola y confortándola en aquella última y natural agonía. Pretendía astuta y maliciosamente el Demonio turbar su quietud con la representación de un gran libro que la mostraba como proceso de sus imperfecciones y con el ruido de sus muchas hojas, pero la Virgen serenísima, que había pisado la astucia de la serpiente antigua, hizo huir a esta quitando el temor a su sierva y llevándola consigo el año de mil y quinientos y cinco, día de los Reyes, al tiempo que se alzaba el cuerpo de Jesuchristo Nuestro Señor en la misa conventual.

[Fol. 78r]

Capítulo XIV y último. Religión del convento de Sancta Isabel de los Reyes. Señoras religiosísimas y principalísimas que le han ilustrado

El ejemplo y religión deste convento de Sancta Isabel ha sido siempre sin relajación alguna, uno y siempre tan grande que ha dado ocasión a los demás religiosísimos desta ciudad para tenerle por dechado de toda perfección. Ha sido su recato amable, el trato con los seglares, aunque sin afectación, ejemplar, el culto divino puntual, y lo necesario para él tan asesado que, si al más religioso en todo lo demás iguala, en esto le sobrepuja; finalmente jamás, aun de la misma invidia murmurado, de la virtud perpetuamente honrado. Es buen indicio desto las grandes señoras que han querido que sea esta su habitación fiel hasta la resurección universal. Vese en el coro [fol. 78v] una piedra llana y humilde, que levemente oprime las cenizas de Doña Isabel, princesa de Castilla, Reina de Portugal, hija mayor de los Cathólicos Reyes Don Fernando y Doña Isabel, y sobrina de la beata abadesa Doña María: fue casada la vez primera con el Príncipe Don Alonso de Portugal que, cayendo de un caballo, murió en Santarén, y la segunda con el Rey Don Manuel de Portugal, por cuya muerte heredó aquel Reino y, aunque murió en Zaragoza a los XXIII de Agosto del año de MCDLXXXVIII, se mandó traher a esta sancta casa por la devoción que a su tía Doña María y a ella tenía, y que su sepultura fuese entre las de las religiosas. Con esta ocasión sacaron del coro a Doña Inés de Ayala, que estaba en él sepultada aun antes que estas religiosas tomasen la posesión de su Iglesia y la pusieron a la mano derecha del altar mayor con un letrero, por donde parece que fue señora de Casarubios, mujer de Don Diego Fernández de Córdoba Mariscal de Castilla, señor de Baena, abuela de la reina Doña Juana de Aragón y bisabuela del Rey Cathólico su hijo, hermana de Doña Teresa de Toledo, señora de Pinto, abuela paterna de la Señora Doña María [fol. 79r]. Otras muchas grandes señoras están sepultadas en este monasterio, habiendo hecho elección d’él por su mucha religión. Como otras que le han escogido para su habitación en vida sirviendo en él debajo de las reglas de la religión y obligación a los votos religiosos. Entre otras, Doña Beatriz de Guzmán, hija de Pedro Suárez de Toledo y de Doña Isabel de Guzmán, hermana de la fundadora.

Juana Téllez de Toledo, vicaria de la beata abadesa.

Doña Isabel de Toledo, hija de Fernandálvarez de Toledo, primer conde de Oropesa y de la condesa Doña María Pacheco, hija del maestre Don Juan Pacheco, y de la marquesa Doña María Portocarrero: esta señora fue a fundar el convento de la purísima Concepción de Oropesa, que fundó el conde Don Francisco Álvarez de Toledo su hermano [126].

Doña Antonia de Toledo, Doña Ana y Doña Sancha de Guzmán, parientes cercanas de la señora Doña Juana de Toledo y Doña Teresa Carillo, hijas de Pero Suárez de Castilla y de Doña Leonor de Ulloa. Este Pero Suárez fue hijo de Alonso Carrillo [fol. 79v] de Castilla y de su mujer Doña Leonor de Toledo, señora de Pinto, y hermana de la beata Doña María.

Doña Juana Manrique de Castilla, hija de Doña Isabel de Castilla, hermana de Doña Juana y Doña Theresa, y de Don Gaspar Manrique, nieto del maestre de Sanctiago Don Rodrigo Manrique, conde de Paredes y de Doña Ana de Castilla. Succedió Doña Juana en el mayorazgo de sus padres a sus hermanos Don Pedro y Doña Estefanía Manrique de Castilla, y goza el convento de las rentas por sus días.

Doña Mariana de Guzmán es sobrina de la fundadora, como hija de Don Pedro Enríquez de Herrera y de Doña Rafaela de Guzmán, la cual era de los señores de Batres, Toledos descendientes de Pedro Suárez de Toledo, hijo de Fernán Gómez de Toledo, camarero mayor del rey Don Fernando el IV y de su mujer Doña Theresa Vázquez del Saz, de cuya casa fue nuestra Doña María por la de Pinto. Por esta misma línea es sobrina de la sancta abadesa la que otras veces con grande accepción por su singular prudencia y este triennio pasado lo fue Doña Estephanía Manrique, hija de [fol. 80r] Juan Gutiérrez Tello, alférez mayor de Sevilla, corregidor de Toledo y a quien esta ciudad debe gran parte de su adorno, como hasta las † [127] piedras mismas lo publican, y de Doña Luisa de Guzmán. Era este caballero hijo de Doña Leonor de Castilla, hija de Pedro Suárez de Castilla, que, como se ha visto, fue hijo de Alonso Carrillo de Castilla y de Doña Leonor, hermana de la beata Doña María. También Doña Luisa de Guzmán, madre de Doña Estefanía fue hija de Don Luis de Guzmán, marqués del Algaba, y de la marquesa Doña Leonor Manrique. Era el marqués descendiente de los condes de Teba, marqueses de Ardales, que son de los Toledos señores de Casarrubios, de cuya casa fue por los de Pinto la beata Doña María, y su sobrina por parte de padre y de madre Doña Estefanía.

A esta señora sucedió en el oficio, habiéndole tenido antes seis años su igual en prudencia y religión Doña Juana de Toledo, sobrina de la sancta Doña María, por muchas partes.

Por la casa del conde de Oropesa, de que fue Pedro Suárez de Toledo señor de las villas de Gálvez y Jumela. cuya hija y de [fol. 80v] Doña Juana de Guzmán fue Doña Isabel de Toledo, que casó con Garci Álvarez de Melo, y fue su hija Doña Juana de Melo mujer de Gonzalo Pantoja Portocarrero, abuelo paterno de Doña Juana.

Por Doña Inés de Guzmán, mujer de Pedro Suárez de Toledo, hija de Tello de Guzmán señor de Villaverde y de Doña Mencia de Haro. Tello de Guzmán era hijo de Juan Ramírez de Guzmán y de su segunda mujer Doña Juana Palomeque, hijo de otro Juan Ramírez de Guzmán, señor del Toral y de Doña María García de Toledo, aunque este es otro Toledo.

Por la casa del Conde de Orgaz, cuya hija fue Doña Inés de Toledo, madre de Doña Juana de Toledo, la abadesa que hoy gobierna, hermana de padre y madre del conde Don Juan Hurtado de Mendoza y Toledo, gentilhombre de la cámara del Rey Cathólico Don Phelipe Tercero y su mayordomo. La Baronía antigua de los señores de Orgaz fue Toledo y por casamientos y otros accidentes vino a ser Guzmán, como ahora es Mendoza.

Por la casa de Alba: porque Don Garci Álvarez de Toledo, primer Duque de Alba casó con [fol. 81r] la Duquesa Doña María Enríquez y fue su hijo Don Fernando de Toledo commendador mayor de León, señor de las Villorías, que casó con Doña Isabel Manrique. Tuvieron a Doña Inés de Toledo, que casó con Don Luis Hurtado de Mendoza, prestamero mayor de Vizcaya, señor de Mendibil, de Sancta Cruz, de Campero, y de la Ribera de Zadarra, y fueron sus hijos el Conde de Orgaz y doña Inés de Toledo, madre de la abadesa presente. Por los señores de Higares y por la casa de los de Pinto. Pedro Suárez, señor de Casarrubios, tuvo por hija a Doña Teresa de Toledo, señora proprietaria de Pinto, mujer de Fernandálvarez de Toledo, señor de Higares. Fue su hijo Pedro Suárez de Toledo, señor de Pinto, marido de Doña Leonor de Guzmán. Deste matrimonio nacieron Doña Leonor de Toledo, señora de Pinto, y su hermana la sancta abadesa. Casó Doña Leonor con Alonso Carrillo de Castilla, señor de Miedes y Mandayona, camarero del rey Don Juan el II y su gran privado. Fue su hijo Gómez Carrillo, señor de Pinto, y Doña Leonor Carrillo, que casó con Don Alvar Pérez de Guzmán, señor de Orgaz y de Sancta Olalla, ter- [fol. 81v] cero abuelo de Doña Juana de Toledo, la última abadesa, que es por estas dos líneas de Toledos cuarta generación de Doña Leonor de Toledo, señora de Pinto, hermana de la beata Doña María, primera abadesa.

Estas señoras son las conservadoras del celo que con secreta virtud dejó como infundido en los fundamentos desta casa su beata fundadora, y que perpetuamente por su protección durará para gloria de Dios y ejemplo de todos.

Yo he hecho relación sencilla de lo que no tenía necesidad de más adorno que su verdad. No he alabado sino venerado lo que sinceramente he escrito. Que la alabanza nunca es de estima sino cuando la da quien la tiene [128] y para la desta bienaventurada necesaria era la elocuencia de quien lo fuese en quien ni la sospecha de lisonja, ni la falta de palabras pudiera menoscabar el crédito de su verdad. Vos, beata señora, y riquísima Pobre, que os habéis dignado de mi atrevimiento, llevad por vos adelante el fructo de mi voluntad; maravillando de nuevo a los que se sintieren en sí por medio de instrumento tal inútil. La Ciudad, que se gloria de vuestro nacimiento pri- [fol. 82r] mero, experimente en vuestra protección las glorias que tenéis en el segundo. Dignad los ojos dignos ya de solo Dios a los que en vos, como medio eficacísimo para él, los ponemos. Y alcanzádnos de quien tenéis por tan vuestro vuestra imitación en esta vida para su servicio y en la otra su gloria para vuestra compañía.

Todo lo que aquí o en otra parte he dicho o diré sujeto a la corrección de la Sancta Iglesia Apostólica Romana, como a cabeza y madre de la fe que los cathólicos profesamos, y al juicio de los sencillamente doctos. En Toledo, en mi estudio, día primero de la Pascua de la Resurrección del Señor de MDCXV.

Por: Don Tomás Tamayo de Vargas

[Paratextos:]

Censura del Don Francisco de Pisa, deán de la facultad de Theología y Doctor en ambos derechos, etc. Historiador de la ciudad de Toledo.

He visto y leído los tres libros intitulados Vida de doña María de Toledo Señora de Pinto, y después Sor María la Pobre, primera Abadesa de Sancta Isabel de los Reyes de esta ciudad, escrita por el Doctor Don Tomás Tamayo de Vargas y aseguro, como christiano, que es una de las cosas mejor escritas que hay en España y que es gran maravilla que persona de tan poca edad como su auctor y tan divertida en tanto estudios como son las lenguas, la humanidad, las historias estranjeras y nuestras, la Theología y Sagrada escriptura, pueda cumplir tan eminentemente en cada una, como sino tratara de otra, como tantas veces yo tengo experimentado. Y juzgarán todos los que vieren sus libros, tan llenos de erudición rarísima, y la obra presente tiene tanto de doctrina como de espíritu, que no admira a menos que enseña. Y es muy buena muestra de la historia de la Iglesia Sancta y Arzobispos ilustrísimos de Toledo con que quiere ilustrar a su patria esta relación de la vida admirable desta señora, que dejó las riquezas del mundo por ser pobre riquísima de Dios y no tenemos que tener otro ejemplo de bien hablar, divulgándose esta obra. Esto juzgo, y que no tiene cosa alguna contra la fe o buenas costumbres, antes ser muy útil y provechosa para cualquiera género de gente, y que se le debe dar la licencia que pide. En Toledo, etc.

El Don Francisco de Pisa.

Notas

[1] [Nota al margen] “De Signis Ecclesiae Dei. De Origine seraphica religioni, folio DCXXXVI”.

[2] En la Crónica de Francesco Gonzaga se encuentra bajo el título “De monasterio Clarisarum S. Elisabetha Regina Toleti”.

[3] [N. al m.] “Capítulo XIII. Libro III., y sin nombre de auctor”.

[4] [N. al m.] “Capítulo XIX, libro I”.

[5] [N. al m.] “Exodus XXII-XXXI”. La traducción es “Hombres santos seréis para mí”. La cita: “Viri sancti eritis mihi carnem quae a bestiis fuerit praegustata non comedetis sed proicietis canibus” / “Hombres santos seréis para mí. No comáis la carne despedazada por una fiera en el campo; echádsela a los perros” (Éxodo 22:31, las traducciones al castellano proceden de la Biblia de Jerusalén).

[6] [N. al m.] “Leviticus XI-XXIX. XXXXVI”. El texto de las Escrituras dice: “Sed santos, porque yo soy santo”. La cita de Levítico 11, 45 dice: “ego sum Dominus qui eduxi vos de terra Ægypti ut esem vobis in Deum sancti eritis quia et ego sanctus sum” / “Pues yo soy Yahveh, el que os he subido de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios. Sed, pues, santos porque yo soy santo”. La cita a la que parece hacer referencia el texto podría ser: “ego enim sum Dominus Deus vester sancti estote quoniam et ego sanctus sum ne polluatis animas vestras in omni reptili quod movetur super terram” / “Porque yo soy Yahveh, vuestro Dios; santificaos y sed santos, pues yo soy santo. No os haréis impuros con ninguno de esos bichos que se arrastran por el suelo” (Levítico 11, 44) o más probablemente: “loquere ad omnem cœtum filiorum Israël et dices ad eos sancti estote quia ego sanctus sum Dominus Deus vester” / “Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo” (Levítico 19, 2).

[7] [N. al m.] “Liber Psalmorum LXXXVII”. El texto bíblico dice: “Guarda mi alma, porque yo soy santo”. “Custodi animam meam quoniam sanctus sum salvum fac servum Tuum Deus Meus sperantem in te” (Liber Psalmorum 85, 2) / “Guarda mi alma, porque yo te amo, salva a tu siervo que confía en ti. Tú eres mi Dios” (Salmos, 86).

[8] [N. al m.] “Liber Epistula ad Romanos, I, VIII-XXVIII”. El texto bíblico dice: “Los que son llamados santos”. La expresión “vocatos sanctos” puede proceder de otros libros de las Escrituras (Efesis 1, 3-4; o Timoteo 1, 6-11), aunque es más probable que sea una cita de la tradición exegética del pasaje señalado por el autor: “Scimus autem quoniam diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum his qui secundum propositum vocati sunt sancti” / “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio” (Romanos, 8, 28).

[9] [N. al m.] “Seneca, liber I, De Ira, capitulum XII”.

[10] [N. al m.] “Liber Genesis capitulum IV. Beda in Genesim. Petrus Comestor in initium Historiae Scholasticae”.

[11] [N. al m.] “Liber I Paralipomenon [Libro de las Crónicas I]”.

[12] [N. al m.] “Liber Ieremiae, XXXV”.

[13] [N. al m.] “Liber I Regum, X. Nicodemi, Literae in Liber Preg.; Thomas Vvaldensis, tomus I, liber. IL, capitulum IV; Hieronymus, Epistula ad Rusticum Monachum, Ecclesiasticus XLVIII; IV Liber Regum, VI; III Regum, IV”. Aquí hay un error de cita, se refiere al Capítulo IV del segundo libro de los Reyes.

[14] [N. al m.] “Hieronymus epistola exhortatio ad Paulus, XXXV; Isidorus, capitulum IX, liber II, De Oficiis; Dominus Thomas II. II quaestio LXXXVIII; Alvarus Pelagius, Epistula Silu., liber II, De plan; Liber Ecclesiastes, LVI; Casianus, Collationes patrum, XVILI, capitulum V; Eusebius, II Historia Ecclesiastica, capitulum XVII; Rufinus, liber X, Historia Ecclesiastica; Theodorus, liber L, capitulum VIII”.

[15] [N. al m.] “Actor. IV”.

[16] [N. al m.] “Dionysius Areopagita, De Ecclesia Hierarchia. De Coelesti Hierarchia]; Cast. adver. haere. lib. LIV; Tertulianus, De velandis virginibus; Ambrosius, De institutione virginis; Eusebius, in Vita Constantini”.

[17] [N. al m.] “Athanasius in Vita beati Antonii abatis”.

[18] [N. al m.] “Gregorius Nazianzus in Oratio Basil”.

[19] [N. al m.] “Augustini VIII Confesiones, capitulum VI; Antonius III, Patrologia, titulus XXIV. capitulum XVI; Gregorius, liber II Dialogi”.

[20] [N. al m.] “Sanctus Bernardinus, De sacra religione, capitulum II”.

[21] [N. al m.] “† MCCXII”.

[22] Error: aquí se repite la numeración con el número 4, pero corresponde al folio 5.

[23] [N. al m.] “Gonzaga, De origine Ser aphica Religionis Franciscana; Hieronymi Plati, De bono status religiosi”.

[24] [N. al m.] “Hieronymus ad Eustochius” [Eustachius].

[25] [N. al m.] “Tacitus, in VI De vita Lulii Agricolae”.

[26] [N. al m.] “Horatius”. Probablemente se refiera al verso “Fortes creantur fortibus et bonis” de la Oda IV del Libro IV de Odas de Horacio.

[27] [N. al m.] “Euripides in Hecuba; Ovidius Metamorphosis XI”.

[28] [N. al m.] “Apuleius, De Deo Socratis”.

[29] [N. al m.] “Apuleius, De Deo Socratis”.

[30] [N. al m.] “Plinius In prooemium Historiae Naturalis”.

[31] [N. al m.] “Pedro de Alcozer, libro I de la Historia de Toledo, Capítulo LXIV”.

[32] [N. al m.] “Ambrosio de Moral en las Antiguedades de las ciudades de España”.

[33] [N. al m.] “Philipus Bergomas, in Suplementum Chronicarum; Bartholomeus Platina, in Vita Pontificum”.

[34] [N. al m.] “Aporte en su nobleza Don Fray Prudencio de Sandoval en esta casa”.

[35] [N. al m.] “I”. A partir de aquí marca con números los primogénitos de cada una de las generaciones.

[36] [N. al m.] “II”.

[37] [N. al m.] “III”.

[38] [N. al m.] “IV”.

[39] [N. al m.] “V”.

[40] [N. al m.] “De adonde tuvo principio el proverbio commún, no por el huevo sino por el fuero”.

[41] [N. al m.] “VI”.

[42] [N. al m.] “VII”.

[43] [N. al m.] “VIII”.

[44] [N. al m.] “Año de MCCLXXXIX”.

[45] [N. al m.] “IX”.

[46] [N. al m.] “X”.

[47] [N. al m.] “La Chrónica de Sanctia, Capítulo XXXVI. Año de MCCC [LX VI]”.

[48] [N. al m.] “Año de MCDXI”.

[49] [N. al m.] “XI”.

[50] [N. al m.] “La Chrónica del Rey Don Juan el II”.

[51] [N. al m.] “XII”.

[52] [N. al m.] “Pedro Alcozer, libro Capítulo XXXII”.

[53] [N. al m.] “Ambrosius, in Expositio Evangelii secundum Lucam”.

[54] [N. al m.] “Naumachia, apud Stob. sermo LXVIII”.

[55] [N. al m.] “Ambrosius, de Vid”. Probablemente se refiera al De Virginibus de Ambrosio de Milán.

[56] [N. al m.] “Liber Iudicum I, XXX, VII”.

[57] [N. al m.] “Evangelium secundum Lucam II, XXX, VI”. El texto dice: “Et erat Anna prophetisa filia Phanuhel de tribu Aser hæc proceserat in diebus multis et vixerat cum viro suo annis septem a virginitate sua”; “Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido” (Lucas, 2, 36)].

[58] [N. al m.] “Daniel, XIII, LXVIII”. La referencia al versículo es un error (sólo hay 64 en este Capítulo), pero la alusión a Daniel 13 en general es apropiada.

[59] [N. al m.] “Augustinus, De Sancta virginitate, capitulum XIII, tomus VI”.

[60] Corregido en la sección “Erratas” del mismo volumen.

[61] [N. al m.] “Éstas aconsejaba Pythágoras a las matronas Crotonienses. Justinus, Liber II”.

[62] [N. al m.] “Gregorius Nazanzius, in Carmina ad Olympo”.

[63] Corregido en la sección “Erratas” del mismo volumen.

[64] [N. al m.] “Juan le llama el libro antiguo de mano, pero los impresos le dan este nombre”.

[65] [N. al m.] “Fray Marcos de Lisboa desde el Capítulo XIII del libro VIII de la III parte; Fray Francisco Gonzaga, III parte de Origine Seraphica Religionis Monasterium I fol. de XXXVI; Fray Pedro de Salazar, II versión de la Chrónica de la Provincia de Castilla, desde el Capítulo CXXIV hasta el XXVIII”.

[66] [N. al m.] “Capítulo IV”.

[67] [N. al m.] “Beatus Gregorius, liber XXVIII Moralia in capitulum Iob. Moralia in Job, XXXVIII. Isidorus, liber VII, Etymologiae, CVIII; Chrysostomus, liber De incomprehensibili Dei natura, homilia IV; Augustinus, in Evangelium Ioannis XII tractatus, IV; Bernardus, Sermo V ad fratres; Clemens Romanus VIII, Constitutiones, Capitulum II; Anathasius, Epistula quaestio XXXII; Ignatius Antiochus, homilia LXXXIV, De insonis”.

[68] [N. al m.] “"Deus meus, et omnia", Beatus Franciscus”.

[69] Inicial invertida por error de imprenta: uno lee “Weve”.

[70] [N. al m.] “Beatus Ignatius, Epistola ad Romanos, XII; Beatus Bernardus, Sermo XXII, in Canticum canticorum; Beatus Augustinus, Sermo XIX, De sanctitate/De sanctis, tomus X. No habiendo encontrado la edición de los sermones de San Agustín que el autor usó, y teniendo en cuenta las variaciones de cifras, es difícil saber si hace referencia a “De sanctitate” o a “De sanctis”; Beatus Bernardus, Sermo XLIII, in Canticum canticorum”.

[71] [N. al m.] “Cornelius Nepos, La vita Atici”.

[72] [N. al m.] “Liber Psalmorum, CXLVI”.

[73] “Siete qüentos”, es decir, siete millones.

[74] [N. al m.] “MCDLXXVII”.

[75] [N. al m.] “MCDLXXXVIII”.

[76] [N. al m.] “MCCXXI”.

[77] [N. al m.] “MCCXXVIII”.

[78] [N. al m.] “MCCXLIII”.

[79] [N. al m.] “MCCXC”.

[80] [N. al m.] “MCDXXI”.

[81] [N. al m.] “MCDLXXXLV”.

[82] [N. al m.] “Augustinus, in Expositio Psalmorum, LXXV; Origenis, Homilia XXIV, in Numeri; Augustinus, Sermo LXI, De tempore; Tertulianus, Adversus Psychicos, capitulum XI. Probablemente se refiera a De ieiunio adversus psychicos]; Cyprianus, De disciplina et De habitu virginum; Augustinus, Epistola XLVI ad Arm. et Paulinus; Liber Ecclesiastes, VIII; Epistula I ad Timotheum, V, XII. “Habentes damnationem quia primam fidem irritam fecerunt”; “e incurren así en condenación por haber faltado a su compromiso anterior” (1 Timoteo, 5, 12); Epistula ad Ephesios V, XXXII; Fulgentius, De Fide ad Petrum, capitulum III”.

[83] [N. al m.] “Augustinus, tomus IX Sermo De obedientia et humilitate, capitulum I”.

[84] [N. al m.] “Augustinus, XIV De Civitate Dei, capitulum XLI”.

[85] [N. al m.] “Auctor Vitae Patrum, pars II, capitulum CXXXL”. O bien CXXXI.

[86] [N. al m.] “Epistula ad Philipenses II, VLII”.

[87] [N. al m.] “Ambrosius, Sermo XX, in Psalmos davídicos”.

[88] [N. al m.] “Hieronimus, in Epistula Ad Philipenses”.

[89] [N. al m.] “Bernardus, De grad. hum. De Gradibus Superbiae et Humilitatis”.

[90] [N. al m.] “Idem, De praecepto et dispensatione”.

[91] [N. al m.] “Basilius, II Liber Consuetudinum Monasticarum, CXX”.

[92] [N. al m.] “Hieronimus, in Epistula VIII ad Demetriadem”.

[93] [N. al m.] “Augustinus, in Expositio Psalmorum, LXXXI”.

[94] [N. al m] “Epistula II ad Corinthios, VIII, IX”. El texto dice: “Scitis enim gratiam Domini nostri Jesu Christi quoniam propter vos egenus factus est cum eset dives ut illius inopia vos divites esetis”; “Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza”, (II Corintios, 8, 9).

[95] [N. al m.] “Ambrosius, Liber I Oficior, XXX”.

[96] [N. al m] “Hieronimus, epistula I ad Heliodorum, capitulum II; Epistula II ad Corinthios, VI, X”. El texto dice: “Quasi tristes semper autem gaudentes sicut egentes multos autem locupletantes tamquam nihil habentes et omnia posidentes”; “como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos” (II Corintios, 6, 10).

[97] [N. al m.] “Valerius Martialis, liber IV capitulum IV”.

[98] [N. al m.] “Minutius Felix in Octavius”.

[99] [N. al m.] “Hieronimus, in Adversus Iovinianum, capitulum XXIII”.

[100] [N. al m.] “Cyprianus, De disciplina et De habitu virginum”.

[101] [N. al m.] “Hieronimus, in Adversus Iovinianum, capitulum IX”.

[102] Aquí hay una nota al margen ilegible, probablemente una cita bíblica.

[103] [N. al m.] “Gregorius Nysenus, Oratio Catechetica Magna, capitulum XXXVI, apud XXX Panoplia, parte II, III, XXI”.

[104] Nota al margen ilegible. Teniendo en cuenta el cuerpo del texto, podría hacer referencia a la parábola evangélica de la levadura, pero tal pasaje aparece en el Capítulo 13, tanto de Mateo como de Lucas. Aquí, sin embargo, la nota indica el Capítulo 6 de algún otro texto.

[105] [N. al m.] “Juvenal”.

[106] [N. al m.] “Liber Exodus, XVI, XXV”. El texto dice: “Dixitque Moses comedite illud hodie quia sabatum est Domino non invenietur hodie in agro”; “Dijo entonces Moisés: “Hoy comeréis esto, porque es sábado de Yaveh; y en tal día no hallaréis nada en el campo” (Éxodo 16, 25).

[107] [N. al m.] “Liber Sapientae, XVI, XX”. El texto dice : “Pro quibus angelorum esca nutristi populum tuum et paratum panem e caelo praetisti illis sine labore omne delectamentum in se habentem et omnis saporis suavitatem”; “En lugar de esto, nutriste a tu pueblo con un alimento de ángeles, y sin que ellos se fatigaran, les enviaste desde el cielo un pan ya preparado, capaz de brindar todas las delicias y adaptado a todos los gustos” (Sabiduría, 16, 20).

[108] [N. al m.] “Bonaventura, in Vita Sancti Francisci, capitulum XIII”.

[109] [N. al m.] “Hier. Bedul. in comm. log. D Francisc. & lib. I. Apolog. ca. XVII”.

[110] El autor escribe “afligada”, forma que aparece en escritos medievales castellanos, catalanes y occitanos.

[111] [N. al m.] “MDLXXIV”.

[112] Probablemente Juan de Alagón, como figura en otras crónicas de la época.

[113] Pedro de Alcocer.

[114] [N. al m.] “MDCXI”.

[115] [N. al m.] “MDCXII”.

[116] [N. al m.] “Liber Psalmorum, LXXI-XVIII”. El texto dice: “Benedictus Dominus Deus Deus Israhel qui facit mirabilia solus”; “¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel, el único que hace maravillas!”, (Salmos 72, 18).

[117] [N. al m] Aug. In did.

[118] [N. al m] “Evangelium secundum Ioannem, III, XXVII”. El texto dice: “Respondit Johannes et dixit non potest homo accipere quicquam nisi fuerit ei datum de cælo”; “Juan respondió: "Nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo” (Evangelio de Juan, 3, 27).

[119] [N. al m.] “Phil. IV. XIII”.

[120] [N. al m.] “Liber Psalmorum, LXVII, XXXVI”. El texto dice: “Mirabilis Deus in sanctis suis Deus Israël ipse dabit virtutem et fortitudinem plebi suæ benedictus Deus”; ¡Temible es Dios en su santuario! Él, el dios de Israel, es quien da poder y fuerza al pueblo. ¡Bendito sea Dios!” (Salmos 68, 36). La traducción de la Biblia de Jerusalén opta por “temible es Dios en su santuario. En cambio, parece que Tamayo de Vargas entiende esta cita de manera literal como “Maravilloso es Dios entre sus santos”.

[121] [N. al m.] “Actorum [acta apostolorum], V, XV; XIX, XII”.

[122] [N. al m.] “Acto. Sermo LXXX in Cant; Petrus Damianus, De institutione monialis, cap. XV”.

[123] [N. al m.] “A no ser inspiración del Cielo, no se permitiera fácilmente tal honor”.

[124] [N. al m.] “MDLXXIV”.

[125] Erisipela, enfermedad de la piel.

[126] [N. al m.] “MDXIX”.

[127] [N. al m.] “† Está en muchas la memoria deste gran caballero por las obras señaladas que en adorno y provecho de Toledo hizo”.

[128] [N. al m.] “Nevius apud Cicero, liber V epitomes VI et XII”.

Vida impresa (6)

Ed. de Sergi Sancho Fibla; fecha de edición: junio de 2021.

Fuente

  • Rojas, Pedro de, 1636. Discursos ilustres, históricos, i genealógicos. A Don Pedro Pacheco, del Consejo de su Majestad en el Supremo de Castilla, y general Inquisición, y canónigo de las santa iglesias de Cuenca. Por Don Pedro de Rojas, Caballero de la Orden de Calatrava, Conde de Mora, Señor de la Villa de Laios, y el Castañar. Toledo, Joan Ruiz de Pereda, 136-137.

Criterios de edición

El texto se ha actualizado a las normas de ortografía vigentes. Esto conlleva la normalización de las grafías h, b/v, j/g, i/y; los cambios de qu a cu. Sin embargo, se ha respetado la morfología de las palabras de interés fonológico o etimológico (mayormente latinismos) y de fácil comprensión.

En cuanto al grupo de sibilantes, se mantiene la -ç- y la -sc-, y se respetan los grafemas -s-/-ss-. También se han conservado “desto”, “desta”, “della”, pero “d’él” se ha separado mediante el apóstrofo. La grafía x se ha respetado como sonido dorsopalatal fricativo: dexar, exemplo.

Tanto la puntuación como la acentuación han sido normalizadas. También lo ha sido el uso de las mayúsculas y la separación o unión de palabras. Los nombres propios de personajes y lugares han sido modernizados para facilitar su reconocimiento.

Por último, por su posible interés para los estudiosos de la historia del libro, las abreviaturas han sido desarrolladas, en la medida de los posible, mediante el uso de cursivas (incluso & y &c) y se han conservado los subrayados. Señalo también las columnas dentro de las páginas.

Vida de María de Toledo

De Doña María de Toledo, llamada María la Pobre

[136a] Doña María de Toledo, que dixe era hija de Pedro Suárez de Toledo y Doña Joana de Guzmán, fue persona de esclarecidas partes y de quien se podía decir mucho, si se hubiera de hacer relación de sus virtudes y milagros, pero por tener sacado a la luz un libro de su vida, virtudes, y milagros Don Thomas Tamaio de Vargas, cronista de su Majestad, con tanta erudición, y galante estilo, no diré aquí más de lo forçoso para mi intento, pues por mucho que dixera, no podía llegar a lo que tiene dicho desta santa.

Fue casada Doña María de Toledo con García Méndez de Sotomayor, Señor del Carpio, de quien no tuvo hijos, y viuda se vino a Toledo, renunciando las galas, y aun el hábito de viuda por una túnica, y manto pardo grossero, los pies descalços, y de esta suerte exercitaba obras de cari- [136b] dad. Visitaba los Hospitales, y entró en el de la Misericordia a servir a los pobres y pedir por las calles para su sustento y llegaba tanta limosna, que con ella casi sustentaba este Hospital. Decía que con este traje y vida estaba más contenta que con el que en casa de sus padres había tenido y traído.

Sentían tanto sus deudos que anduviesse esta señora desta forma, y en particular el señor de Pinto y Caracena su sobrino, y Don Alonso Carrillo, arçobispo de Toledo, su deudo, que hicieron extraordinarias diligencias por que dexasse esta vida y en recogimiento sirviesse a Nuestro Señor, pero ningunas bastaron, porque se escusaba con que sus pobres la habían menester y que no los había de desamparar.

Viendo el arçobispo y sus deudos este fervor celestial, vinieron a partido con esta santa señora de que se recogiesse, que ellos le daban la palabra de servir a los pobres de su Hospital de la Misericordia.

Habiendo hablado a toda la nobleza de la ciudad, y concertado que cincuenta y dos señores y hombres nobles sirviessen las cincuenta y dos semanas del año, cada uno su semana [1], este concierto declararon a Doña María de Toledo que tenían hecho, con lo cual vino en [137a] cumplir la voluntad de sus deudos: y la primera semana eligió el arçobispo de Toledo, Don Alonso Carrillo; la segunda, el Marqués de Villena; y desta suerte los demás, y la última, el Señor de Pinto, y Caracena, y hasta hoy se conserva este orden, con que es de los Hospitales más bien servidos y administrados que se conocen.

Diole Doña María la hacienda que pudo. Y sabiendo los señores Reyes Cathólicos Don Fernando y Doña Isabel el santo intento de Doña María de Toledo (guiado por sus deudos), le dieron la casa que el señor Rey Don Fernando había heredado de su madre y abuelos, junto a la parrochia de San Antolín, y Doña María se recogió en ella, con algunas virtuosas mujeres, donde fundó el convento de Santa Isabel la Real, de la Orden de santa Clara, y para iglesia le dieron la de San Antolín, passando la parrochia a la muzárabe de San Marcos, donde entrambas están juntas. Y este convento ha conservado el celo y fervor de servir a Nuestro Señor que tuvo la fundadora. La cual acabó la vida tan santamente como desde niña había tenido, y su cuerpo está entero en el coro de las monjas del dicho convento.

Notas

[1] Juntamos esta frase con la siguiente para facilitar la comprensión de la oración.