Diferencia entre revisiones de «Aldonza Carrillo»

De Catálogo de Santas Vivas
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* Sigüenza, Fray José de, 1605. “Libro Segundo de la Tercera parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo”, Tercera Parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, doctor de la Iglesia, dirigida al Rey, Nuestro Señor, Don Felipe III. Madrid: Imprenta Real, 497-501.
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* Sigüenza, Fray José de, 1605. “Libro Segundo de la Tercera parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo”, ''Tercera Parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, doctor de la Iglesia, dirigida al Rey, Nuestro Señor, Don Felipe III''. Madrid: Imprenta Real, 497-501.
  
 
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[497] Las vidas de doña Teresa de Guevara y doña Aldonza Carrillo, Condesa de Fuensalida, su hija, y entrambas religiosas de San Pablo en Toledo
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[497] '''Las vidas de doña Teresa de Guevara y doña Aldonza Carrillo, Condesa de Fuensalida, su hija, y entrambas religiosas de San Pablo en Toledo'''
  
 
Tuvo tan buenos principios este convento de San Pablo de Toledo, con la fundación de tantas virtudes como en él dejó plantadas la santa doña María García, su fundadora, y con el riego que después Dios envió tan a mano llena con la santa María de Ajofrín, que no me maravillo haya dado aquel jardín tantas, tan suaves y olorosas plantas y flores. Pudiera, sin duda, si hubiera de escribir a la larga y por sus particulares todas las vidas de las religiosas notables que en él se han criado, comenzar aquí un libro nuevo. Contentáreme con escribir las de algunas y hacer alguna relación de otras, y rematar este libro con tan buen gusto.  
 
Tuvo tan buenos principios este convento de San Pablo de Toledo, con la fundación de tantas virtudes como en él dejó plantadas la santa doña María García, su fundadora, y con el riego que después Dios envió tan a mano llena con la santa María de Ajofrín, que no me maravillo haya dado aquel jardín tantas, tan suaves y olorosas plantas y flores. Pudiera, sin duda, si hubiera de escribir a la larga y por sus particulares todas las vidas de las religiosas notables que en él se han criado, comenzar aquí un libro nuevo. Contentáreme con escribir las de algunas y hacer alguna relación de otras, y rematar este libro con tan buen gusto.  

Revisión del 14:48 6 jul 2017

Vida impresa

Ed. de Lara Marchante Fuente

Fuente

  • Sigüenza, Fray José de, 1605. “Libro Segundo de la Tercera parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo”, Tercera Parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, doctor de la Iglesia, dirigida al Rey, Nuestro Señor, Don Felipe III. Madrid: Imprenta Real, 497-501.

CAPÍTULO L

[497] Las vidas de doña Teresa de Guevara y doña Aldonza Carrillo, Condesa de Fuensalida, su hija, y entrambas religiosas de San Pablo en Toledo

Tuvo tan buenos principios este convento de San Pablo de Toledo, con la fundación de tantas virtudes como en él dejó plantadas la santa doña María García, su fundadora, y con el riego que después Dios envió tan a mano llena con la santa María de Ajofrín, que no me maravillo haya dado aquel jardín tantas, tan suaves y olorosas plantas y flores. Pudiera, sin duda, si hubiera de escribir a la larga y por sus particulares todas las vidas de las religiosas notables que en él se han criado, comenzar aquí un libro nuevo. Contentáreme con escribir las de algunas y hacer alguna relación de otras, y rematar este libro con tan buen gusto.

Las primeras que se ofrecen son dos, madre y hija, dignas de memoria grande por haber sido excelente el ejemplo que dejaron. No tengo muy cumplida relación de sus vidas; diré lo que ha venido a mi noticia de buenos originales, y bastará para que se conozca lo que no alcanzamos.

La madre se llamaba doña Teresa de Guevara, el nombre dice el buen suelo donde descienden, aunque no tengo más noticias de lo que al estado o siglo toca, ni quién fueron sus padres, ni con quién estuvo casada, solo sabemos que quedando viuda y con algunos hijos, aunque vivió siempre santamente en compañía del marido, en faltándole, se entregó toda al servicio de nuestro Señor, y tan presto que pudieran jurar todos no aguardaba otra cosa ni aun la deseaba sino verse libre de las cargas del matrimonio para entregarse toda a Jesucristo. Con el deseo de servirle, se retiró del mundo y se recogió a los principios, en el Monasterio de San Bernardo, que está a una legua de Toledo, porque el bullicio del siglo, las visitas y los cumplimientos, el cuidado de las hijas y de la familia no embarazase el reposo del alma que tanto deseaba. Pedíale a Nuestro Señor de noche y de día, con intensos suspiros y lágrimas, le mostrase un camino y manera de vida donde ella pudiese servirle con quietud hasta la muerte, pues sus ansias no eran otras sino olvidarse de todo lo terreno y ocuparse toda en su amor, santos pensamientos, dignos de compararlos con los de aquellas santas viudas de la primitiva Iglesia, donde resplandecía tan alta santidad.

Recogiose, pues, nuestra Teresa de Guevara luego después de la muerte del marido en este monasterio de San Bernardo. Diéronle allí los religiosos un aposento harto bueno para sus propósitos; acomodáronla en un cuarto de la hospedería que pegaba con [498] la iglesia, desde donde podía oír los oficios divinos de día y de noche, sin que ella ni sus criadas estorbasen la clausura ni embarazasen a los monjes. Allí se ejercitaba en oración y meditación continua. Andaba en el concierto de la vida al paso de los religiosos. Levantábase a Maitines a la media noche, y muchas le cogía orando allí la prima del día. La mañana se gastaba toda en oír misas y las tardes en otros ejercicios santos. Aunque esto era tan bueno y parecía que bastaba para hacer una vida muy santa, tenía la sierva de Dios más altos propósitos y nunca entendía qué había de perseverar en esta vida que aun todavía tenía resabios de señora y de ser servida, y no quería ella sino servir, sabiendo que a esto vino del Cielo el Señor del Universo.

Rogaba siempre a la Majestad Divina alumbrase su corazón, en lo que fuese su santa voluntad, y le mostrase un camino donde ella pudiese entregarse toda, sin ningún respeto humano, a su santo servicio. No olvidó el Señor la piadosa petición de su sierva, que a quien de veras le llama, bien le escucha y le responde. Había estado una noche en Maitines, suplicando esto con muchas lágrimas a la clemencia divina; acabados, íbase poco a poco a su aposento, tratando esto mismo en su pensamiento, porque no descansaba ni dormía como aquel real profeta que tanto deseaba entender la voluntad de Dios adónde quería que se señalase planta para la fábrica de su casa (y su casa, como dice el apóstol, no es otra sino nosotros mismos).; ocupada con este pensamiento, oyó una voz que le dijo: “Para mí, donde quiera que fueres; para ti, en las beatas de doña María García, en el Monasterio de San Pablo”. Alegrose la sierva de Dios con tan singular favor y aviso del Cielo, y luego, sin más detenerse, arrancó de allí, agradeciendo mucho a aquellos santos monjes la buena acogida que la habían hecho. Despidió la gente y los criados, y recibió el hábito de nuestro padre San Jerónimo en compañía de aquellas siervas de Dios, con grande regocijo de su alma, cierta que aquella era la voluntad divina, y lo que para bien de su alma tanto importaba.

Comenzó luego la santa matrona a mostrar cuán del Cielo era su vocación, y andaba siendo novicia tan fervorosa y tan humilde que ninguna de las otras novicias le igualaba. Tenía una condición suavísima, amorosa, tan llana y afable con todas, que parecía se había criado allí desde la cuna. Era por extremo devota y dada a los ejercicios de la oración y meditación, y esto traía muy de atrás porque, aun en vida del marido, tenía sus horas señaladas para tan santo ejercicio; y de aquí viene Dios a mejorar los propósitos y hacer mayores mercedes, que a quien es fiel en lo poco, vásele dando más, pues sabe aprovecharse. Si alguna vez conocía que las otras religiosas, sus contemporáneas o más antiguas, le tenían algún respeto, considerando su nobleza, le llegaba al alma y, por el mismo caso, se humillaba más y buscaba ocasiones de derribarse a los pies de todas. Como es esta virtud la que Dios tanto ama, no puede dejar de amar, y, como si dijésemos, derribarse a las almas en quien se halla, y ansí hizo particularísimos favores a esta santa, porque en las relaciones que han quedado de sus cosas, aunque muy cortas, se dice que se le mostraba el Señor tan familiar que la hablaba como un amigo habla con otro. Lo mismo que Dios dijo por tan alta excelencia de su siervo y gran pro-[499]feta, Moisés.

Refieren una cosa que no me parece muy auténtica ni de mucha gravedad, y solo la digo porque lo dicen: Que, estando un día esta santa rogando a Nuestro Señor por una persona que tenía mucha necesidad, le respondió que le pidiese aquello delante de una imagen que estaba en aquel convento, que llamaban del Gladio, y se la concedería, añadiendo que todas las personas que, en sus tribulaciones, hiciesen oración delante de aquella imagen serían socorridas d’Él. Hasta hoy guardan en el Monasterio de San Pablo esta imagen, y la estiman en mucho porque afirman aquellas siervas de Dios que ha hecho el Señor a los que rezan en ella muchas mercedes y favores. Desta manera pasaba el curso de su santa vida esta santa y suplicaba continuamente al Señor por la salud espiritual de los hijos que había dejado en el siglo, principalmente por la de su hija doña Aldonza Carrillo, a quien amaba mucho porque había sido siempre muy verdadera hija de sus santos propósitos, aunque al presente estaba casada con el Conde de Fuensalida. Oyó el Señor clementísimo las oraciones de su humilde sierva. Llevó desta vida al Conde, y luego la Condesa dispuso de todo cuanto en su casa tenía y se fue a seguir los pasos de la madre. Renunciando el siglo valerosamente, vínose luego al Monasterio de San Pablo y recibió el hábito con gran admiración y ejemplo de toda aquella ciudad de Toledo, viendo una señora criada en tanto regalo, y mandó renunciarlo todo varonilmente y abrazarse en lo más florido de su edad, con la aspereza de la cruz de Jesucristo, y sujetarse a la obediencia de quien pudiera ser criada suya en el mundo y en sus leyes.

Puesta en este estado, le pareció que persona de sus prendas no había de hacer aquella mudanza para caminar por un curso ordinario en que se embarazan y contentan muchas que entran en Religión o por necesidad o por violencia, pretendiendo vivir allí con una mediana vida, cuanto basta para llamarse religiosas, determinadas miserablemente a sufrir aquel encerramiento o privación de sus gustos con la mejor comodidad que pudieren. Nuestra doña Aldonza tenía más generosos pensamientos? Y, conociendo cuánto se había mejorado en estado, pasando de Condesa de Fuensalida a Esposa de Jesucristo, se determinó caminar por una senda más alta y merecer tan alta dignidad, teniendo tanta certeza de que no le faltaría para la ejecución de sus propósitos la gracia y merced del Cielo. Era esta Señora de grande entendimiento y valerosa, de singular prudencia y madurez, y hechósele luego de ver que emprendía aquella vida con altos propósitos de virtud y penitencia. Ansí fue que luego comenzó a hacer una vida muy santa, adelantándose a todas en muchas cosas que, si no era emprendiéndose con un corazón tan generoso como el suyo, no eran fáciles de acabarse. Fue muy penitente y rigurosa consigo misma, dábase a muchas asperezas para esquitar parte del mucho regalo en que se había criado. Oraba continuamente: apenas sabían cuándo dormía ni comía. Con estas dos nuevas Paula y Eustochio [2], doña Teresa y doña Aldonza, cobró aquel monasterio nuevos bríos y, aunque hasta allí había vivido santamente, ahora, con tan vivos ejemplos, corrían las esposas más ligeras al olor de la suavidad del Esposo Jesucristo.

Procuraba [500][3] la hija, como humilde, imitar la santa conversación de su madre, y la madre, que en esta virtud no quería ser inferior a nadie, deprendía de su hija otras muchas que Nuestro Señor había querido poner en ella. Murió de allí a algunos años la hermana mayor de aquel convento (no se llamaron prioras hasta que se incorporaron en la Orden, que allí solo estaban sujetas al prior de la Sisla) y luego, de común consentimiento, todas aquellas siervas de Dios pusieron su pensamiento en doña Aldonza, entendiendo que ninguna igualaba a su valor, ni a su prudencia, ni al celo de la religión que en ella se vio. Hiciéronla al fin hermana mayor, llamémosla priora; aunque viviendo su madre, ni les pareció esto inconveniente, porque ellas eran tan humildes que sabrían bien templar la superioridad y inferioridad que se halla entre hija y madre, priora y súbdita. Era de ver a Teresa de Guevara obedecer y postrarse a los pies de su hija, la priora, y a doña Aldonza Carrillo derribarse a servir y lavar los pies de su madre natural, con tan humilde semblante, como cuando se criaba en su regazo. En los lugares comunes donde se juntaban todas las religiosas, como en la iglesia, capítulo y refectorio, la sentaba junto a sí, teniéndole sumo respeto.

Era doña Aldonza en las cosas de la religión muy cuidadosa y observante, y no permitía que en un punto se quebrantase lo que a esta parte tocaba; ansí la tenían por áspera y la tenían miedo, porque sabía reprender y castigar cualquier cosa que vio de menosprecio en las hermanas. Cuando reprendía alguna en capítulo, y a la piadosa madre doña Teresa le parecía que la reprensión y el castigo iba algún tanto riguroso y duro más de lo que sus tiernas entrañas podían sufrir, como estaba cerca, disimuladamente tirábala de la falda a la hija, sin que nadie la sintiese, para que templase la reprensión que daba a la hermana; y la discreta priora se sabía aprovechar de tan buen templador, para no exceder en el castigo ni en las palabras de lo que, a su juicio, el descuido o la culpa merecía. Otras veces, excusaba la santa madre las culpas de las reprendidas, cuando vio que tenían color las disculpas.

Ansí vivieron estas dos tan ilustres señoras en aquel convento algunos años. No tengo noticia cuántos ni hay más relación de sus fines de que acabaron allí santísimamente el curso de su peregrinación. Entrambas están enterradas en el Monasterio de la Sisla: la madre, doña Teresa de Guevara, en el capítulo antiguo, entierro ordinario de aquellas santas beatas de San Pablo, y su hija, la Condesa, está sepultada en el coro alto del mismo monasterio, a la entrada d’él, entre el facistor y el antepecho, delante de un altar que está allí puesto con un crucifijo, mayor que el natural, muy devoto. Entierro bien extraordinario y devoto, escogido y fabricado por ella misma, teniendo consideración que los religiosos, cuando entran en el coro, se pondrían de pies sobre su cuerpo, cuando hiciesen la inclinación al Santo Sacramento, y a ella la alcanzaría parte de aquella reverencia que los siervos de Dios hacen a su Majesta[d] Divina. Dio esta señora algunas cosas de estima y de valor a la una y otra casa, principal bienhechora de entrambas. Dejoles paños y alhombras para la iglesia y sacristía [501]; hizo la mayor parte del coro.

Lloran hoy la pérdida de una relación tan antigua, que andaba entre las manos de algunos de las obras maravillosas destas dos santas. Yo me contento con lo dicho, que es harto testimonio de su gran virtud y santidad.

[1] Figura en el texto como Capítulo XLIX debido a la repetición del capítulo XLIV, un error señalado y corregido en mi edición de la vida de María de Ajofrín de Sigüenza.

[2] En posteriores ediciones aparece como Eustochia.

[3] Figura como número de página el 494 en lugar del 500 en el texto.