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Revisión del 22:43 15 nov 2020
Nombre | Beatriz da Silva |
Orden | Franciscanas y Orden de la Inmaculada Concepción |
Títulos | Monja y fundadora |
Fecha de nacimiento | ca. 1426 |
Fecha de fallecimiento | Agosto de 1491 |
Lugar de nacimiento | Campo Maior, Portugal |
Lugar de fallecimiento | Toledo, España |
Canonización | 17 de agosto, 1 de septiembre (para los franciscanos) |
Beatificación | Culto inmemorial aprobado por Pío XI el 28 de julio de 1926 |
Canonización | 3 de octubre de 1976 por el Venerable Pablo VI |
Vida impresa (1)
Ed. de Verónica Torres Martín; fecha de edición: octubre de 2020
Fuente
- Pedro de Alcocer, “Libro segundo, en que particularmente se escribe el principio, y fundamento desta sancta ygleia de Toledo…”, Hystoria, o descripcion dela Imperial cibdad de Toledo. Con todas las cosas acontecidad en ella, desde su principio, y fundacion. Adonde se tocan, y refieren muchas antigüedades, y cosas notables de la Hystoria general de España, Toledo: Juan Ferrer, 1554, fols. 107r col. b – 109v [108v] col. b [1].
Criterios de edición
El relato aparece en el libro segundo de la Historia, o descripción de la imperial ciudad de Toledo, impreso en 1554, en el que se describe la fundación de los monasterios, hospitales y lugares píos de la ciudad de Toledo. La vida de Beatriz de Silva se integra en el decimosexto capítulo, en el que se ejemplifica el principio de la Orden de la Concepción.
Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por tanto, se ha decidido respetar la morfología de las palabras con interés morfológico o fonológico con la intención de no perder los valores fonéticos, léxicos y sintácticos de la época. Asimismo, se conservan las grafías de sibilantes por tratarse de un impreso de mediados del siglo XVI. Además, para facilitar la localización del texto, se indica el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).
Vida de Beatriz de Silva
Cap. XVI
De la Orden de la Concepción, y de su principio
[fol. 107r col. b] El devoto monesterio que antes se llamaba San Francisco y agora se llama la Concepción, que fue el primero que de esta santa orden en España se fundó, fue al comienço fundado por los frailes de San Francisco por la forma que ya diximos. De adonde, después de haber estado 260 años, se mudaron al monesterio de San Juan de los Reyes, dexando este dicho monesterio para estas religiosas de la [fol. 107v col. a] aprobada Orden de la Concepción de Nuestra Señora, la cual orden començó de la manera siguiente. Al tiempo que vino de Portugal la reina doña Isabel a casarse con el rey don Juan el Segundo, truxo consigo (entre las otras damas) una de alto linaje, cercana parienta suya, llamada doña Beatriz de Silva, que en fermosura, galanía y dulce conversación sobrepujaba, no solo a las otras damas, mas a todas las de su tiempo. Por lo cual, y por la claridad de su linaje, començó a ser festejada y requerida de todos cuantos grandes en la corte había y de algunos de ellos demandaba casamiento, sobre lo cual había en la corte [2] diversos ruidos y quistiones, queriendo cada uno ser solo en su requiebro y privança. Y como estas cosas procediessen adelante, llegado a noticia de la reina y creyendo que la dicha doña Beatriz tenía en ello alguna culpa, la mandó encerrar en una caxa de madera que para ello mandó hazer, adonde la hizo estar tres días sin comer ni beber. Y viéndose esta señora sin culpa tan maltratada, encomendóse de todo coraçón a la gloriosa Virgen Nuestra Señora, a la cual votó su virginidad, ofreciéndose de todo coraçón a ella con tantas lágrimas de devoción que mereció ser visitada de esta gloriosíssima Virgen. La cual dizen que le apareció vestida del hábito de la Concepción, como hoy le traen estas religiosas (que es sayas y escapularios blancos y mantos azules), y la consoló y confortó. Y como passados los tres días fuese puesta en su libertad, pareciéndole muy peligrosa la vida de la corte, determinó, por poder vacar más libremente en el servicio de Nuestro Se- [fol. 107v col. b] ñor, de venirse a esta ciudad de Toledo y meterse en el monesterio de Santo Domingo el Real. Y veniendo por el camino, a la passada de un monte, se oyó llamar en lengua portuguesa y, volviendo la cabeça, vido venir dos frailes de la Orden de San Francisco y, creyendo que la reina los enviaba para que la confessasen y darle luego la muerte, ovo gran temor y luego recurrió a Nuestra Señora, a quien tenía por abogada. Llegados a ella, los frailes la consolaron y, vista su turbación y sabida la causa de ella, no solo le quitaron el temor, mas le dixeron que sería madre de muchas hijas muy nombradas y señaladas en el mundo. Y como ella replicasse que tenía ofrecida a Dios su virginidad, ellos le respondieron que assí sería como ellos dezían. Y caminando assí todos juntos llegaron a la posada adonde, queriéndose ella assentar a comer y llamando a los frailes para que comiessen, nunca más parecieron, por donde claramente se manifestó haber sido revelación divina.
Y llegada esta señora a esta ciudad, se metió con dos servientas en el dicho monesterio de Santo Domingo el Real, adonde estuvo en hábito secular más de 30 años haziendo vida santa y absteríssima, en todos los cuales ningún hombre ni mujer vido su cara descubierta, sino fue la Reina Católica y una su sirvienta que le administraba las cosas necessarias, ni tan poco los otros años que después vivió. Y siendo devota de la gloriosíssima siempre Virgen María, principalmente de su Santísima Concepción, siempre pensaba cómo la pudiesse más sublimar y engrandecer y, para esta, pen- [fol. 109r col. a] só muchas vezes de instituir una nueva orden de su Santa Concepción, lo cual comunicado con la Católica Reina doña Isabel y hallándola muy conforme a su voluntad, se dispuso a lo hazer assí. Y queriendo esta santa reina ayudar a su propósito, le dio los palacios que antiguamente se dezían de Galiana, que era uno de los alcáçares de esta ciudad, adonde está el monesterio de Santa Fe (en que antes estaba la Casa de la Moneda). Adonde esta señora, dexando el monesterio de Santo Domingo, se metió con otras doze religiosas en el año de nuestra salud de 1484 años, adonde estuvo reduzido en forma de monesterio hasta el año de 1489 años, pensando siempre qué orden y hábito tomaría. En el cual dicho año, a pedimiento suyo y suplicación de la Católica Reina, el papa Inocencio Octavo le concedió la continuación de su orden con el hábito y nombre y oficio de la Concepción, cual hoy le usan estas religiosas con ciertos ayunos, todo debaxo de la Orden del Cístel, con obediencia al perlado diocesano, porque el papa no quiso conceder ni aprobar orden ni regla nueva. Lo cual, todo assí como el Papa lo concedió, le fue revelado a esta santa religiosa, y aun acerca de ellos aconteció otro grande miraglo. Como las bulas de esta concesión se hundiessen en la mar, juntamente con las otras cosas que en la nao venía, fueron divinalmente halladas por esta bienaventurada religiosa en una caxa del monesterio y, estando aparejando con gran diligencia las cosas convenientes al tomar del hábito y al hazer de la professión y tomar del velo, conforme a las [fol. 109r col. b] letras apostólicas, el quinto día después de esta determinación, estando en su oración, le apareció Nuestra Señora, y le dixo que dende a diez días moriría. Y assí aconteció cómo Nuestra Señora se lo dixo, que, habiendo recebido los santíssimos sacramentos, murió santamente en el año de nuestra salud de 1490, siendo de edad de 66 años. Y como poco tiempo después sacassen su cuerpo del lugar adonde estaba, para ponerle en un suntuoso monumento que tenía hecho a la diestra parte de su coro, adonde agora está, tan grande fue el olor que de ella salió que todos fueron recreados. Muerta esta santa religiosa, las monjas que en el dicho monesterio de Santa Fe quedaron tomaron el hábito y hizieron professión conforme a las letras apostólicas. Passados cuatro años después desto, los Reyes Católicos, juntamente con fray Francisco Ximénez (que después fue arçobispo de Toledo), que era vicario provincial y universal reformador de toda la orden, desseando reformar estas monjas de Santa Fe, que por otro nombre se llamaba la Concepción, y también las monjas de S. Pedro de las Dueñas (que ya diximos) porque no vivían conforme a la Regla de S. Benito (debaxo de la cual militaban), pareciéndoles que para su autoridad y reformación convenía juntar las unas con las otras, lo hizieron ansí en el año del Señor de 1494 años con autoridad del papa Alexandre Sexto. Y después de ayuntadas por la dicha autoridad las monjas de S. Pedro, dexaron la Regla de San Benito, y las monjas de la Concepción, la del Cístel, y las unas y las otras tomaron el hábito y la [fol. 109v col. a] manera del vivir de la Concepción y la Regla de Santa Clara. Y de esta manera estuvieron juntas debaxo de la dicha regla hasta el año del Señor de 1501 años, que por mandamiento de los Reyes Católicos se passaron al monesterio que antes se llamaba San Francisco y agora se llama la Concepción, de adonde poco antes había mandado salir los frailes que en él estaban, passándolos al monesterio de San Juan de los Reyes juntamente con los otros observantes que a él vinieron de la Bastida, como es dicho. Y esta passada de estas religiosas al dicho monesterio se hizo con autoridad del papa Julio Segundo y, en el dicho monesterio de S. Pedro, se hizo después el Hospital de Santa Cruz, que agora se llama del Cardenal.
Passadas assí estas religiosas al monesterio de la Concepción, començaron a florecer en santas obras con grande observancia y guarda de su religión, lo cual de tal manera inflamó los coraçones de muchas nobles de esta ciudad que, desseando servir a Nuestro Señor, tomaron el hábito de esta religión, en el cual sirven devotamente a Dios; y, movidos con este santo desseo, en otras diversas partes de estos reinos se fundaron otros monesterios de esta orden adonde assí como en esta ciudad se haze vida honesta y recogida. Y no mucho después, pareciéndoles a estas honestas vírgines cosa indigna de su orden tener el hábito y manera de vivir y el oficio de la Concepción y tener la Regla de Santa Clara, con consejo y ayuda de algunos religiosos de esta provincia compusieron la Regla de la Concepción, debaxo de la cual militan, que fue aprobada y con-[fol. 109v col. b] firmada por el papa Julio en el año del Señor de 1511 años. Y fueron estas religiosas absueltas del primero voto de la Regla de Santa Clara y hizieron de nuevo voto y professión en la de la Santa Concepción, como hoy le tienen viviendo santamente y en gran recogimiento.
Notas
[1] Ejemplar mal foliado, pues aparece como CIX cuando debería ser CVIII. Además, cabe indicar que no aparece el capítulo XIII.
[2] Figura en el texto original: “corre”. Se ha subsanado la errata.
Vida impresa (2)
Ed. de María Aboal López; fecha de edición: octubre de 2020.
Fuente
- Pisa, Francisco de, 1605. Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo e Historia de sus antigüedades y grandeza y cosas memorables que en ella han acontecido, de los Reyes que la han señoreado y gobernado en sucesión de tiempo, y de los arzobispos de Toledo, principalmente de los más celebrados. Toledo: Pedro Rodríguez, Imprenta Real, 275r, 277r.
Criterios de edición
Aunque esta vida forma parte de una enumeración de santos y, por tanto, no es propiamente una hagiografía, la recogemos aquí para que quede constancia de su inclusión en esta obra del siglo XVII.
Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo, es decir, se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.), las sibilantes y se eliminan las consonantes geminadas. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza, así como la acentuación y puntuación, que se adapta a la actual. No obstante, se ha mantenido la escritura de “monesterio” y la no separación en “desta” y “deste”.
Vida de Beatriz de Silva
[Libro Quinto]
Capítulo XXXVI
[275r] Catálogo o lista de santos propios de esta ciudad de Toledo
[…]
[277r] […] Doña Beatriz de Silva, de nación portuguesa, fundadora en esta ciudad de la sagrada Orden de Nuestra Señora de la Concepción y monja deste mismo título, nombre y hábito en el monesterio de la Concepción desta ciudad; falleció en el año de 1490.
Vida impresa (3)
Ed. de Pedro García Suárez; fecha de edición: diciembre de 2016; fecha de modificación: agosto de 2020.
Fuente
- Salazar, Pedro de, 1612. Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado Padre San Francisco. Madrid: Imprenta Real, 471-481.
[471] LIBRO OCTAVO, EN QUE SE TRATA LA HISTORIA del misterio de la Concepción de Nuestra Señora y la fundación de su Orden, y de los conventos que della hay en esta provincia de Castilla
Vida de Beatriz de Silva
Capítulo I
De la fundadora de la Orden de la Concepción
Fundó esta santísima Orden de la Concepción doña Beatriz de Silva, mujer de nación portuguesa y muy generosa y noble, la cual era parienta y descendiente de los Reyes de Portugal. Fue hermana del Conde de Portalegre, ayo del Rey don Manuel, y de Alonso Vélez, señor de Campomayor. También fue hermana del bienaventurado fray Amado, el cual fue muy santo varón y religioso de la Orden de nuestro Padre S. Francisco. Vino esta señora desde Portugal a Castilla con la Reina doña Isabel, segunda mujer del Rey don Juan el Segundo y madre de la Reina Católica doña Isabel, de gloriosa memoria. Tuvo la Reina cuando vino de Portugal muchas damas y entre ellas a la dicha doña Beatriz de Silva, parienta suya, la cual en hermosura y gala aventajaba a todas las demás. Por lo cual y por su alto linaje, comenzó a ser festejada de todos cuantos grandes en la corte había y de algunos dellos demandada en casamiento. Sobre lo cual había en la corte muchos y diversos ruidos y cuestiones, queriendo ser cada uno solo en su pretensión y privanza. Y como esto sucediose cada día, llegó a noticia de la Reina y ella, creyendo que la dicha doña Beatriz tenía en ello alguna culpa, la mandó encerrar en una caja de madera que para ello mandó hacer, adonde la hizo estar tres días sin comer ni beber. Y viéndose esta señora sin culpa y tan mal tratada, encomendose de todo corazón a la Virgen María, a la cual hizo voto de virginidad, ofreciéndose de todo corazón a ella. Y esto hizo con tantas lágrimas de devoción, que mereció ser oída y visitada de la Virgen santísima. La cual le apareció vestida del hábito de la Concepción, como hoy le traen las religiosas desta Orden [472] (que es sayas y escapularios blancos y mantos azules), con cuya visita fue en extremo consolada y confortada. Después de pasados los tres días, fue sacada de la caja de madera y puesta en su libertad. Y pareciéndole muy peligrosa la vida de la Corte, determinó (para mejor poderse dar al servicio de Nuestro Señor) irse a la ciudad de Toledo, con intento de meterse en el Monasterio de Santo Domingo el Real. Y yendo por el camino, a la pasada de un monte oyó la llamaban en lengua portuguesa; y ella, volviendo la cabeza, vio venir para sí dos frailes de la Orden de San Francisco, y creyendo que la Reina los enviaba para que la confesasen y darle luego la muerte, hubo gran temor. Por lo cual luego al punto recurrió a Nuestra Señora, a quien tenía por abogada. Llegados los frailes a ella la consolaron, los cuales vista su turbación y sabida la causa della, no solo le quitaron el temor, mas le dijeron sería madre de muchas hijas muy nombradas y señaladas en el mundo. Y como ella replicase tenía ofrecida a Dios su virginidad, los dichos frailes respondieron que ansí sería como ellos lo decían. Y yendo todos juntos por el camino hasta llegar a la posada, adonde queriendo la dicha doña Beatriz de Silva asentarse a comer, mandó llamar a los frailes para que comiesen, mas nunca parecieron, por donde manifiestamente se entendió haber sido revelación divina. En llegando a la dicha ciudad de Toledo, se metió con dos criadas en el Monasterio de Santo Domingo el Real, donde estuvo en hábito de seglar (aunque honesto) más de treinta años, haciendo vida muy santa y penitente.
Capítulo II
De cómo doña Beatriz de Silva instituyó y fundó la Regla de la Santísima Concepción de Nuestra Señora
Todo este tiempo que estuvo doña Beatriz de Silva en el convento de santo Domingo el Real se ocupaba en obras muy espirituales y en muy continua oración, ejercitándose en ásperas penitencias. Vivió con tanto recogimiento durante este tiempo que ninguna persona le vio el rostro descubierto, sino la Reina Católica y una criada que la servía. Siendo muy devota de la gloriosa Virgen María Nuestra Señora, principalmente de su Santísima Concepción, siempre estaba pensando en qué la poder servir. Y ansí tenía determinación de instituir una nueva Orden de su Santísima [473] Concepción. Lo cual comunicando con la Reina doña Isabel y hablándola muy conforme a su voluntad, se dispuso a dar fin a esta santa obra. Y queriendo ayudar a su buen propósito, le dio los palacios que antiguamente decían de Galiana, que era uno de los Alcázares de la dicha ciudad de Toledo, adonde está ahora el convento de Santa Fe. Aquí entró luego la dicha doña Beatriz, dejando el Monasterio de Santo Domingo, y entraron con ella doce doncellas religiosas, en el año de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro. Todas las cuales estuvieron en el dicho lugar (en forma y manera de monasterio) hasta el año de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve, pensando siempre qué Orden y hábito tomaría. Y en el dicho año de 1489 a petición suya alcanzó la Reina Católica del señor Papa Innocencio Octavo la continuación de la Orden de la Santísima Concepción y de su oficio particular, cual hoy le usan todas las religiosas desta Orden. La cual es sacada de la Orden del Cístel, por cuanto el Papa no quiso conceder ni aprobar Regla ni Orden nueva. Y de la misma manera que el Papa lo concedió, fue revelado a esta santa religiosa.
Acerca desto aconteció otro milagro muy grande y fue que, como las Bulas desta concesión (viniendo a España) se hundiesen en el mar, juntamente con las demás cosas que en la mar venían, fueron milagrosamente halladas por esta religiosa en una caja de su monasterio. Y como las hallase y no supiese lo que era, hizo llamar al padre fray García Quijada, de la Orden de nuestro Padre San Francisco y obispo de Guadix, a quien mostró las dichas Bulas; el cual, comenzándolas a leer, vio luego que eran las Bulas de la nueva constitución de su Orden y hábito. Visto esto por la dicha doña Beatriz, recibió increíble contento, y no solamente ella y sus monjas, pero toda la ciudad. Hizo grandes alegrías y demostración de mucho contento y regocijo por el milagro de las Bulas para publicación de las cuales se hizo una procesión muy solemne por todos los señores de la Iglesia mayor de la dicha ciudad, de la cual salieron acompañados con casi todo el pueblo y fueron a Santa Fe, adonde estaban las nuevas religiosas, adonde hubo sermón en que se dijo y declaró al pueblo el milagro de cómo se habían hallado las Bulas y de cómo se supo en Toledo el día y hora en que se habían expedido en Roma, que, como se ha dicho, fue revelado a la dicha doña Beatriz de Silva. El día que esta procesión se hizo en Toledo holgó toda la gente de la ciudad, [474] dejando de trabajar, como si fuera día de fiesta muy principal. A todo esto se halló presente la madre Juana de San Miguel, monja que era deste monasterio. Era esta religiosa mujer de grande espíritu, santidad y virtud, y en esta opinión fue tenida siempre mientras vivió y fue abadesa del dicho convento. En el sermón que se hizo el día de la procesión se convidó a todo el pueblo a que de ahí a quince días fuesen a ver tomar los hábitos y velos a las nuevas religiosas.
Capítulo III
De la muerte y glorioso fin de doña Beatriz de Silva y de las cosas que después de su muerte acaecieron
Con mucho cuidado y solicitud comenzó a aparejar (después desto) la dicha doña Beatriz todas las cosas que le pareció eran necesarias para el día que habían de tomar el hábito y velo ella y sus monjas. Y andando ella urdiendo la tela de su profesión y de la solemnidad del voto que había de hacer, plugo a Nuestro Señor de enviar a cortarla antes que se tejiese, porque la que en esta vida por su servicio, y de su santísima Madre, quisieron ver a sí y a sus hijas vestidas del hábito desta nueva religión, recebida la voluntad en su persona y reservando la obra para las que ya ella dejaba enseñadas, fuese a ser cubierta en los Cielos de la incorruptible vestidura de gloria. De manera que a los cinco días de su convite, estando la dicha doña Beatriz en muy devota y ferviente oración, le apareció la Virgen María Nuestra Señora (según della se supo después), la cual le dijo: “Hija, de hoy en quince días has de ir conmigo, que no es mi voluntad que goces acá en la tierra desto que deseas”. Estas nuevas recibió con mucha alegría y luego otro día envió por su confesor. Y aparejada su ánima con mucho cuidado, cayó luego enferma y recibió los sacramentos con muy gran devoción. Y al tiempo que le daban la unción, le vieron en la frente una estrella de oro y su rostro tan resplandeciente como de persona ya puesta en el Cielo. Llegando el último día de los que le estaban señalados, dio el alma a Nuestro Señor en el año de 1490 en la Octava de San Lorenzo. Dejó el cuerpo en la tierra tan limpio y entero como lo había sacado del vientre de su madre, murió siendo de sesenta años. Por la muerte desta sierva de Dios cesó por entonces el haber de dar los hábitos y velo, que aquel mesmo día que murió estaba determinado [475] para que lo recibiesen. Luego como murió esta sierva de Dios, apareció en Guadalajara a fray Juan de Tolosa, de la Orden de nuestro Padre San Francisco; el cual fue tres o cuatro veces custodio de la Custodia de Toledo. También fue vicario provincial de los frailes de la Observancia en esta provincia de Castilla. Deste padre fue ayudada esta bendita religiosa en muchas cosas espirituales, en obras y consejos; y hablando algunas veces con él, le había dicho que ningún hombre mortal le había de ver el rostro, salvo el dicho fray Juan de Tolosa, al cual prometió de mostrársele antes que desta vida pasase. Pues queriendo cumplir su promesa, se le apareció en su propia figura y díjole: “Yo vengo a cumplir lo que os prometí, pero yo os ruego vais luego a Toledo porque mi casa y Orden está en detrimento y a punto de se deshacer todo”. El caso era que como esta señora había estado tanto tiempo en Santo Domingo el Real, por esto pensaban las monjas d’él que a ellas pertenecía llevar su cuerpo, pues aún no había hecho profesión en ninguna Orden, aunque no había estado entre ellas, sino en hábito seglar honesta. Sabiendo que estaba al fin de su vida, vinieron muchas de Santo Domingo el Real y ansimismo frailes de su Orden para querer llevar consigo el cuerpo desta bienaventurada. Y también las mujeres que con ella habían morado, que todas quedaban vivas, decían y alegaban que por haber estado con ellas y por el amor que les tenía la querían llevar consigo todas a su monasterio. Estando en esto los frailes dominicos y sus monjas, llegaron los frailes de San Francisco de la Observancia, a quien esta señora se había mucho allegado. La cual estando en el extremo de su vida, a su petición y ruego le dieron el hábito de la Concepción y profesión y velo. Muerta ella hubo gran alteración entre los unos y los otros sobre quién la había de llevar, pero al fin la sepultaron los frailes Franciscos con mucha honra y solenidad en aquella casa de Santa Fe, donde estaba.
Capítulo IIII
De cómo se trasladaron las religiosas de la Concepción al Monasterio de San Pedro de las Dueñas y de las contradicciones que en ello hubo
Aunque ya con razón pudieran cesar las competencias y debates, todavía (aunque estaba esta bienaventurada enterrada) tornaron [476] las monjas de Santo Domingo a porfiar por llevar las reliquias a su casa y monasterio. A esta sazón llegó el padre fray Juan de Tolosa, y mostrándoles con mucha prudencia cómo no tenían razón en lo que pedían, hízolas apartar de su demanda a las dichas monjas, ansimismo a los frailes de Santo Domingo, que andaban pretendiéndolas. De manera que las religiosas compañeras de la dicha doña Beatriz de Silva quedaron en su libertad. Y desde aquel día se llamó el Monasterio de la Santa Concepción de Nuestra Señora, conforme a la Bula del señor Papa Inocencio Octavo y comenzaron a vivir según el Orden y Regla que la Bula les concedía, aunque las dejaron mucho sin desasosegarlas.
Acerca desto conviene que se sepa que, un día, siendo viva la bienaventurada doña Beatriz de Silva, yendo a Maitines (como tenía de costumbre) halló la lámpara muerta, y poniéndose en oración, viola manifiestamente encendida y luego oyó una voz (según ella después descubrió) que bajamente le dijo: “Tu Orden ha de ser como esto que has visto, que toda ha de ser deshecha por tu muerte. Y ansí como la Iglesia de Dios fue perseguida en sus principios y después vino a florecer y a ser muy esclarecida, también tu Orden será ahora perseguida y luego verná a florecer y ser multiplicada por todas las partes del mundo; y será esto tanto, que en su primer tiempo no se edificará ningún convento de otra Orden, mas primero será perseguida de amigos y enemigos; y habrá en ella tanta tribulación que muchas veces llegará a ser asolada”. Todo esto se ha visto a la letra porque, luego que la Orden comenzó en la ciudad de Toledo, hubo en ellas tantas revueltas y grandes persecuciones que es maravilla cómo pudo perseverar, lo cual sucedió de la manera que aquí contaremos.
Después que las dichas religiosas compañeras de doña Beatriz de Silva quedaron en Santa Fe, que ya se llamaba de la Concepción, apartáronse de la obediencia del diocesano y sometiéronle a la Orden de nuestro Padre San Francisco, debajo del gobierno de fray Juan de Tolosa, que era entonces custodio de Toledo. Y en tiempo que allí estuvieron, que fue seis o siete años, hubo entre ellas algunas discordias porque sucedieron grandes tribulaciones y desasogiegos. Estaba cerca deste Monasterio de la Concepción otro que se llamaba San Pedro de las Dueñas, de la Orden de San Benito, adonde estaban unas monjas, aunque no eran reformadas. Era en esta sazón vicario provincial desta [477] provincia de Castilla fray Francisco Jiménez, el cual era confesor de la Reina doña Isabel y reformador general de todas las órdenes en los reinos de Castilla, por concesión del Papa Inocencio Octavo. Este cargo tuvo toda su vida, desde que fue electo. Y ansí, con parecer de la Reina, pasó las monjas que estaban en Santa Fe al Monasterio de San Pedro de las Dueñas, adonde quedaron juntas las unas y otras. Y por una Bula que para esto se trujo del Papa Alejandro Sexto, concedida el año de 1494, las monjas de San Pedro dejaron su hábito y Orden que antes guardaban y tomaron el de la Concepción y la forma de vivir de las monjas della. Y después, por autoridad apostólica, ansí las monjas de San Benito del Monasterio de San Pedro, que están súbditas a la Orden del Cístel, como las de la Concepción, recibieron la Orden de Santa Clara, por cuanto no se les había concedido esto, más de que estuviesen debajo de otra Orden aprobada. Hecho esto, el sembrador de cizaña metió entre ellas tal discordia que por tres veces se vino a despoblar casi el monasterio, no quedando en él sino muy pocas monjas, siendo perseguidas de todos, ansí de sus amigos como de los que no lo eran. De suerte que pasó este negocio de la forma y manera que le fue revelado a la dicha doña Beatriz de Silva, llegando cerca a punto de perderse esta Orden. La cual fue determinado por el dicho padre fray Francisco Jiménez, como reformador general de las Órdenes, se quitase del todo, por parecer convenir para sosiego del dicho monasterio. Más porque Nuestro Señor tenía para honra de su Madre ordenada otra cosa, fue servido dar orden que dentro de pocos días tornasen al dicho monasterio las monjas que d’él habían salido. Y de allí adelante estuvieron con mucha paz y sosiego y en mucho amor y amistad las unas con las otras.
Capítulo V
De cómo las monjas arriba dichas fueron trasladas al Monasterio de San Francisco con voluntad y parecer de la Reina doña Isabel
En este tiempo había edificado la Reina Católica doña Isabel la ciudad de Toledo para los frailes de Observancia de nuestro Padre San Francisco el Monasterio que se llama San Juan de los Reyes. Y habiéndose hecho por orden de sus Majestades general reformación en todas las Órdenes en estos [478] sus reinos, por lo cual habían tomado los frailes de la Observancia el antiguo convento de San Francisco, que solían tener los frailes claustrales en la dicha ciudad, y por parecer inconveniente tener dos conventos dentro en ella, quiso la Reina que los frailes (que estaban en él y en el de la Bastida, que es extramuros) se parasen al de San Juan que ella había edificado y que el dicho Monasterio de San Francisco quedase para las monjas que estaban en San Pedro de las Dueñas. Todo lo cual se efectuó de la manera que hoy se ve y fue confirmado por el Capítulo Custodial que se celebró en Ciudarreal el año de 1501 y con autoridad apostólica que para esto se tenía, y desde entonces se llama (el convento que antes se decía de San Francisco) el Monasterio de la Concepción; y en San Pedro de las Dueñas se edificó el suntuoso hospital que hoy llaman del cardenal don Pedro González de Mendoza: todo esto fue confirmado también por el señor Papa Julio Segundo. Pasadas las monjas al dicho monasterio, fueron aprovechando tanto en el servicio de Dios que, derramándose por todas las partes grande olor de su mucha religión y santidad, entraron en su compañía otras muchas personas muy notables y principales para emplearse en cosas espirituales y del servicio de Dios.
Capítulo VI
De cómo estando las monjas en el convento de San Francisco, llamado ahora de la Concepción, quedaron con el hábito y Regla de la Concepción, sin estar sujetas a la Regla del Cístel ni de Santa Clara
Aumentándose, pues, cada día el número de las monjas y viendo tenían hábito, orden y oficio de la Concepción, pero que estaban sujetas a la Orden de Santa Clara, acordaron era conveniente tener Regla y manera de vivir diferente de otras, de suerte que no tuviesen que entender con ninguna otra. Por lo cual a su petición concedió el señor Papa Julio Segundo la Regla que ahora tienen el año de 1511, el octavo año de su Pontificado, con que las eximió de cualquiera obligación que hubiesen tenido a la Orden del Cístel o de Santa Clara, dándoles forma de vivir, sometiéndolas inmediata y perpetuamente a la Orden del seráfico Padre San Francisco y a los prelados della. Después desto, pasados cinco o seis años, siendo vicario provincial desta provincia [479] de Castilla el padre fray Francisco de los Ángeles, que después fue comisario y ministro general de la Orden, les hizo unas constituciones para lo que tocaba a su conversación y gobierno interior y exterior, las cuales ellas aceptaron, de que usan hoy en día, ansí en este monasterio como en todos los demás que se han fundado desta Orden y Regla. Y ha habido y hay en este monasterio monjas muy principales y de grande espíritu y devoción, de las cuales muchas han sido abadesas en él y dellas han ido a fundar muchos monasterios a diferentes partes destos reinos de Castilla. Las abadesas (abadesas que ha habido en este monasterio) que ha habido en esta santa casa después que se fundó hasta el año de 1609 son estas: la primera fue doña Felipa de Silva, doña Catalina Calderón, Juana de San Miguel, doña María Alarcón, doña Isabel de Toledo, doña Isabel de Guzmán, doña Ana del Águila, doña Catalina Carrillo y Córdoba, doña Isabel de Peralta, doña Juana de Sotomayor, doña Mayor de Mendoza, doña Antonia de Toledo, doña Petronilla de Rojas. En el sobredicho año, en un Capítulo General de nuestra Orden que se celebró en París, se estableció que ninguna abadesa pudiese serlo más de tres años continuos, los cuales cumplidos, elijan otra del mismo convento. Lo cual no se solía hacer en este convento porque siempre elegían una mesma hasta que moría.
Capítulo VII
De cómo se trujeron al Monasterio de la Concepción los huesos de la bienaventurada doña Beatriz de Silva
Este Monasterio de la Concepción de Toledo, ansí como es cabeza de los que desta Orden se han fundado, por el consiguiente resplandece en grande religión y santidad y en todo género de virtud. Una de las cosas de grande estima que en este monasterio hay es estar en él los huesos de la bienaventurada doña Beatriz de Silva, los cuales están en el Coro, a la mano derecha en un hermoso lucillo, y tiene encima las imágenes de Santa Ana y de nuestro Padre San Francisco y de San Antonio de Padua, que, siendo viva la dicha doña Beatriz, había dicho deseaba mucho estas imágenes estuviesen sobre su sepultura después de muerta. Los huesos desta sierva de Dios fueron trasladados del Monasterio de la Madre de Dios de Toledo, que es de monjas de la Orden de Santo Domingo, al de [480] la Concepción, y la razón porque estaban allí es esta: doña Beatriz de Silva era tía de la priora y supriora del Monasterio de la Madre de Dios. Y cuando la Casa de San Pedro de las Dueñas se vino a despoblar (como arriba se dijo), entre las monjas que se salieron, fue una dellas doña Felipa de Silva (que a la sazón era abadesa y sobrina de la dicha doña Beatriz) con otras ocho monjas con intento de ir a Portugal, aunque después volvió a Toledo y murió en el Convento de Santa Isabel y llevó consigo los huesos de su tía doña Beatriz, que estaban en San Pedro de las Dueñas, adonde los habían llevado cuando se pasaron de Santa Fe. Pero, yéndose la dicha doña Felipa a despedir de la priora y supriora del dicho convento de la Madre de Dios, que eran sus primas, parecioles a ellas que era inconveniente llevarse los huesos consigo por no saber dónde habían de parar. Y ansí por su consejo los dejó a guardar en el dicho monasterio hasta ver lo que Dios hacía dellas. Plugo a Nuestro Señor dar orden volviese la dicha doña Felipa de Silva con las demás al Monasterio de San Francisco, que ahora se llama de la Concepción. Y puestas en quietud y sosiego, enviaron a rogar al Monasterio de la Madre de Dios les diese los huesos de su fundadora que allí tenían, lo cual por ruegos ni por otro medio alguno lo quisieron conceder. Viendo esto el abadesa, doña Catalina Calderón envió sus recaudos a Roma y hecha relación desto al Papa, dio su Santidad un breve, mandando, so graves penas y censuras, que dentro de tres horas después de su notificación, diesen los dichos huesos a las monjas de la Concepción. Y en cumplimiento deste mandato los dieron dentro del término señalado, los cuales, llevados al Monasterio de la Concepción, se pusieron en una arca mientras que el luzillo se labraba. Y después de acabado, pasándolos a él sintió el hombre que en esto entendía gran fragancia de olor de grandísima suavidad, el cual, apartándose, luego dijo llamasen a algún sacerdote para que tratase aquellos huesos porque sin duda eran de santos según el buen olor que dellos salía. Llamaron luego al confesor de las monjas para que los pusiese en el luzillo; y ansí el confesor como las monjas que allí se hallaron sintieron tan suave olor que todos sus sentidos fueron maravillosamente recreados y recibieron también en el alma muy grande consolación. Desta manera tuvo por bien Nuestro Señor mostrar cuán agradable le había sido la santa conservación de su sierva y la devoción singular que a la Purísima Concepción de su Madre había tenido, en cuya persona [481], es dicho en el Eclesiástico, según lo aplica la Iglesia, que los que sacaren a luz sin pureza, alcanzarán la vida eterna.