Diferencia entre revisiones de «María de la Cerda»
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Revisión actual del 08:59 24 oct 2024
Nombre | María de la Cerda |
Orden | Agustinas |
Títulos | Religiosa en el Convento de Nuestra Señora de Gracia |
Fecha de nacimiento | Finales del siglo XV |
Fecha de fallecimiento | c. 1536 |
Lugar de nacimiento | ¿Ávila? |
Lugar de fallecimiento | Ávila |
Contenido
Vida impresa
Ed. de Verónica Torres Martín; fecha de edición: octubre de 2024.
Fuente
- Torelli, Luigi, 1647. “Centuria quarta” en Ristretto delle vite de gli Huomini, e delle Donne Illustri in Santità, Bolonia: Giacomo Monti, pp. 466-468.
Contexto material del impreso Ristretto delle vite de gli Huomini, e delle Donne Illustri in Santità.
Criterios de edición
El relato de la vida de esta religiosa agustina llamada María de la Cerda, del beaterio de Santa María de la Piedad en Madrigal de las Altas Torres, se encuentra en la “Centuria quarta” del Ristreto delle vite de gli Huomini e delle Donne Illustri in Santità, impreso en 1647. En lo que se refiere al texto, se ha llevado a cabo una traducción al castellano del texto original italiano, en la que se han aplicado las normas de ortografía y puntuación actuales.
Vida de María de la Cerda
Vener. Madre sor María de la Cerda, virgen.
Cap. LXXII
[466] Ese gran Espejo de Prelados, ese gran Padre de los Pobres (que así le llama la santa Iglesia) ese gran arzobispo de Valencia, nuestro glorioso Santo Tomás de Villanueva, en el 2. Serm. [1], habla del Santísimo Sacramento del Altar, para inflamar aún más a los fieles a frecuentar este santísimo pan, y relata, entre otros, un caso verdaderamente digno de ser registrado en la memoria perpetua, que dice de esta manera: Yo ya conocía y tenía en mis manos conciencia purísima de una monja, gran sierva de Dios, que tenía tanta sed y hambre de este sagrado alimento que, si hubiera sin él un solo día, le hubiera parecido, según ella, que infaliblemente moriría; y si en algún momento en el lugar donde estaba le hubieran puesto una prohibición u otro impedimento que no le permitiera comulgar allí se habría ido a otro lugar para no morirse de hambre; y lo que es más asombroso, el mismo Viernes Santo, cuando es costumbre antigua de la Iglesia no dar la Sagrada Comunión a nadie a menos que haya una necesidad muy urgente (considerada y examinada, no obstante, con gran prudencia su rara devoción y el fuego celestial que ardía en su alma), obtuvo por ello amplia facultad de sus superiores para comulgar, incluso en ese día. Pero como un año el sacerdote se olvidó de reservarle una partícula, viéndose la amada sierva de Jesucristo privada de su celestial alimento, comenzó con tales llantos y lamentaciones a llenar todo el monasterio que, si las mismas piedras lo hubieran oído, se hubieran movido a compasión por sus justas y dolorosas quejas. Pero he aquí que, mientras esta servil amante de Dios languidecía, casi medio muerta, su Celestial Esposo quiso consolarla con un gran mila- [467] gro, pues, mientras lloraba desconsoladamente, aparecieron de repente ante ella dos manos angélicas con una partícula consagrada que, tomada con devota conmoción, pronto transformó su dolor inconsolable en una alegría incomparable; y este maravilloso caso (dice el glorioso arzobispo), junto con muchas otras revelaciones, ella misma me lo contó una vez, no por su propia voluntad, sino por obediencia, habiéndoselo yo expresamente ordenado, ya que era mi súbdita en nuestra religión. Los nuestros ahora, así como otros autores e historiadores sagrados de España, están especulando, indagando e investigando sutilmente quién pudo ser esta gran sierva de Dios, aunque el santo no menciona su nombre, pues tal vez la virgen vivía cuando el santo escribió o predicó el sermón; y la mayoría de ellos están de acuerdo en que ella era una venerable madre que santamente vivía entonces en nuestro Monasterio de Santa María de Gracia, en la noble ciudad de Ávila, que se llamaba sor María de la Cerda. Solo el doctísimo padre Errera y el dominico Pietro Calvo son de esta opinión, aunque este último se equivoca al asignar el lugar cuando dice que fue en el monasterio de Madrigal, ya que es muy cierto que esta venerable religiosa vivió y murió no en Madrigal, sino en Ávila. Esto lo atestigua también el famoso historiador Egidio González, y lo prueba con un sólido argumento, que discurre así: El beato Tomás no se ocupó jamás de una monja de su religión agustina en otro lugar que en Ávila, hacia el año de Cristo de 1530, época en la que vivía, con gran fama de santidad, esta devota madre, y por tanto, puede decirse que probablemente fue la que reveló tan gran milagro al Santo Padre. Quisiera añadir que posiblemente podemos creer también que se trataba de aquella monja, tan santa y tan buena, cuyas santas y devotas [468] exhortaciones movieron a la gloriosa virgen Santa Teresa de Jesús a abandonar totalmente las vanidades del mundo y a aplicar su mente a las cosas de Dios y del Espíritu, lo que hizo con mucho provecho, como sabe cualquiera que haya leído su maravillosa vida [2]. Porque, precisamente en esa época en que Tomás gobernaba aquel monasterio, es decir, en 1530, Santa Teresa se educaba en aquel convento, y podía tener 15 años, y si no estaba en el monasterio precisamente durante el gobierno del santo, estaría un poco más tarde, en la época en que vivía la venerable madre sor María, de quien los citados autores no afirman nada más, salvo que nació de la nobilísima casa de los duques de Medinaceli; que ella vivió una vida santísima, como se puede argumentar del caso anterior; y que, finalmente, alrededor del año del Señor 1536 ella fue, para siempre, a alimentarse del pan celestial (del cual ella estaba tan hambrienta en este mundo) por toda la eternidad. Véanse los citados Errera, Gelsomini [3], González y Calvo.
Notas
[1] Es posible que este “segundo sermón” que se menciona de Santo Tomás de Villanueva refiera al opúsculo que se le atribuyó sobre la Eucaristía formulado el día del Corpus Christi.
[2] Realmente quien influyó sobremanera en la santa sería la Madre María de Briceño y Contreras, religiosa en este mismo convento de Ávila, quien habría actuado como preceptora de Teresa. Sin embargo, María de Briceño habría contado con la ayuda de otras hermanas para dirigir el internado (Véase P. Félix Carmona Moreno, “Santa Teresa, las agustinas y la influencia de San Agustín. Los agustinos”. En Santa Teresa y el mundo teresiano del Barroco, San Lorenzo del Escorial, 2015), con lo que podría ser que María de la Cerda fuera una de ellas, aunque no se ha hallado información al respecto más allá de lo que indica Luigi Torelli en esta hagiografía.
[3] En referencia al padre Andrea Gelsomini de Cortona.