Beatriz de Silva

De Catálogo de Santas Vivas
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Santa Beatriz Silva
Nombre Beatriz da Silva
Orden Franciscanas y Orden de la Inmaculada Concepción
Títulos Monja y fundadora
Fecha de nacimiento ca. 1426
Fecha de fallecimiento Agosto de 1491
Lugar de nacimiento Campo Maior, Portugal
Lugar de fallecimiento Toledo
Canonización 17 de agosto, 1 de septiembre (para los franciscanos)
Beatificación Culto inmemorial aprobado por Pío XI el 28 de julio de 1926
Canonización 3 de octubre de 1976 por el Venerable Pablo VI

Vida impresa (1)

Ed. de Verónica Torres Martín; fecha de edición: octubre de 2020

Fuente

Ficha Francs 2 Beatriz de Silva 1.jpg
  • Alcocer, Pedro de, 1554. “Libro segundo, en que particularmente se escribe el principio, y fundamento desta sancta ygleia de Toledo…”, Hystoria, o descripcion dela Imperial cibdad de Toledo. Con todas las cosas acontecidad en ella, desde su principio, y fundacion. Adonde se tocan, y refieren muchas antigüedades, y cosas notables de la Hystoria general de España, Toledo: Juan Ferrer, fols. 107r col. b – 109v [108v] col. b [1].

Contexto material del impreso Hystoria, o descripcion dela Imperial cibdad de Toledo.

Criterios de edición

El relato aparece en el libro segundo de la Historia, o descripción de la imperial ciudad de Toledo, impreso en 1554, en el que se describe la fundación de los monasterios, hospitales y lugares píos de la ciudad de Toledo. La vida de Beatriz de Silva se integra en el decimosexto capítulo, en el que se ejemplifica el principio de la Orden de la Concepción.

Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por tanto, se ha decidido respetar la morfología de las palabras con interés morfológico o fonológico con la intención de no perder los valores fonéticos, léxicos y sintácticos de la época. Asimismo, se conservan las grafías de sibilantes por tratarse de un impreso de mediados del siglo XVI. Además, para facilitar la localización del texto, se indica el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).

Se ofrecen datos en torno al texto editado en:

M.Mar Cortés Timoner, “Censuras, silencios y magisterio femenino en la Adición a la tercera parte del Flos Sanctorum de Alonso de Villegas”, Specula. Revista de Humanidades y Espiritualidad, vol. 1 (mayo 2021), pp. 183-210: https://www.ucv.es/investigacion/publicaciones/catalogo-de-revistas/revista-specula

Vida de Beatriz de Silva

Cap. XVI

De la Orden de la Concepción, y de su principio

[fol. 107r col. b] El devoto monesterio que antes se llamaba San Francisco y agora se llama la Concepción, que fue el primero que de esta santa orden en España se fundó, fue al comienço fundado por los frailes de San Francisco por la forma que ya diximos. De adonde, después de haber estado 260 años, se mudaron al monesterio de San Juan de los Reyes, dexando este dicho monesterio para estas religiosas de la [fol. 107v col. a] aprobada Orden de la Concepción de Nuestra Señora, la cual orden començó de la manera siguiente. Al tiempo que vino de Portugal la reina doña Isabel a casarse con el rey don Juan el Segundo, truxo consigo (entre las otras damas) una de alto linaje, cercana parienta suya, llamada doña Beatriz de Silva, que en fermosura, galanía y dulce conversación sobrepujaba, no solo a las otras damas, mas a todas las de su tiempo. Por lo cual, y por la claridad de su linaje, començó a ser festejada y requerida de todos cuantos grandes en la corte había y de algunos de ellos demandaba casamiento, sobre lo cual había en la corte [2] diversos ruidos y quistiones, queriendo cada uno ser solo en su requiebro y privança. Y como estas cosas procediessen adelante, llegado a noticia de la reina y creyendo que la dicha doña Beatriz tenía en ello alguna culpa, la mandó encerrar en una caxa de madera que para ello mandó hazer, adonde la hizo estar tres días sin comer ni beber. Y viéndose esta señora sin culpa tan maltratada, encomendóse de todo coraçón a la gloriosa Virgen Nuestra Señora, a la cual votó su virginidad, ofreciéndose de todo coraçón a ella con tantas lágrimas de devoción que mereció ser visitada de esta gloriosíssima Virgen. La cual dizen que le apareció vestida del hábito de la Concepción, como hoy le traen estas religiosas (que es sayas y escapularios blancos y mantos azules), y la consoló y confortó. Y como passados los tres días fuese puesta en su libertad, pareciéndole muy peligrosa la vida de la corte, determinó, por poder vacar más libremente en el servicio de Nuestro Se- [fol. 107v col. b] ñor, de venirse a esta ciudad de Toledo y meterse en el monesterio de Santo Domingo el Real. Y veniendo por el camino, a la passada de un monte, se oyó llamar en lengua portuguesa y, volviendo la cabeça, vido venir dos frailes de la Orden de San Francisco y, creyendo que la reina los enviaba para que la confessasen y darle luego la muerte, ovo gran temor y luego recurrió a Nuestra Señora, a quien tenía por abogada. Llegados a ella, los frailes la consolaron y, vista su turbación y sabida la causa de ella, no solo le quitaron el temor, mas le dixeron que sería madre de muchas hijas muy nombradas y señaladas en el mundo. Y como ella replicasse que tenía ofrecida a Dios su virginidad, ellos le respondieron que assí sería como ellos dezían. Y caminando assí todos juntos llegaron a la posada adonde, queriéndose ella assentar a comer y llamando a los frailes para que comiessen, nunca más parecieron, por donde claramente se manifestó haber sido revelación divina.

Y llegada esta señora a esta ciudad, se metió con dos servientas en el dicho monesterio de Santo Domingo el Real, adonde estuvo en hábito secular más de 30 años haziendo vida santa y absteríssima, en todos los cuales ningún hombre ni mujer vido su cara descubierta, sino fue la Reina Católica y una su sirvienta que le administraba las cosas necessarias, ni tan poco los otros años que después vivió. Y siendo devota de la gloriosíssima siempre Virgen María, principalmente de su Santísima Concepción, siempre pensaba cómo la pudiesse más sublimar y engrandecer y, para esta, pen- [fol. 109r col. a] só muchas vezes de instituir una nueva orden de su Santa Concepción, lo cual comunicado con la Católica Reina doña Isabel y hallándola muy conforme a su voluntad, se dispuso a lo hazer assí. Y queriendo esta santa reina ayudar a su propósito, le dio los palacios que antiguamente se dezían de Galiana, que era uno de los alcáçares de esta ciudad, adonde está el monesterio de Santa Fe (en que antes estaba la Casa de la Moneda). Adonde esta señora, dexando el monesterio de Santo Domingo, se metió con otras doze religiosas en el año de nuestra salud de 1484 años, adonde estuvo reduzido en forma de monesterio hasta el año de 1489 años, pensando siempre qué orden y hábito tomaría. En el cual dicho año, a pedimiento suyo y suplicación de la Católica Reina, el papa Inocencio Octavo le concedió la continuación de su orden con el hábito y nombre y oficio de la Concepción, cual hoy le usan estas religiosas con ciertos ayunos, todo debaxo de la Orden del Cístel, con obediencia al perlado diocesano, porque el papa no quiso conceder ni aprobar orden ni regla nueva. Lo cual, todo assí como el Papa lo concedió, le fue revelado a esta santa religiosa, y aun acerca de ellos aconteció otro grande miraglo. Como las bulas de esta concesión se hundiessen en la mar, juntamente con las otras cosas que en la nao venía, fueron divinalmente halladas por esta bienaventurada religiosa en una caxa del monesterio y, estando aparejando con gran diligencia las cosas convenientes al tomar del hábito y al hazer de la professión y tomar del velo, conforme a las [fol. 109r col. b] letras apostólicas, el quinto día después de esta determinación, estando en su oración, le apareció Nuestra Señora, y le dixo que dende a diez días moriría. Y assí aconteció cómo Nuestra Señora se lo dixo, que, habiendo recebido los santíssimos sacramentos, murió santamente en el año de nuestra salud de 1490, siendo de edad de 66 años. Y como poco tiempo después sacassen su cuerpo del lugar adonde estaba, para ponerle en un suntuoso monumento que tenía hecho a la diestra parte de su coro, adonde agora está, tan grande fue el olor que de ella salió que todos fueron recreados. Muerta esta santa religiosa, las monjas que en el dicho monesterio de Santa Fe quedaron tomaron el hábito y hizieron professión conforme a las letras apostólicas. Passados cuatro años después desto, los Reyes Católicos, juntamente con fray Francisco Ximénez (que después fue arçobispo de Toledo), que era vicario provincial y universal reformador de toda la orden, desseando reformar estas monjas de Santa Fe, que por otro nombre se llamaba la Concepción, y también las monjas de S. Pedro de las Dueñas (que ya diximos) porque no vivían conforme a la Regla de S. Benito (debaxo de la cual militaban), pareciéndoles que para su autoridad y reformación convenía juntar las unas con las otras, lo hizieron ansí en el año del Señor de 1494 años con autoridad del papa Alexandre Sexto. Y después de ayuntadas por la dicha autoridad las monjas de S. Pedro, dexaron la Regla de San Benito, y las monjas de la Concepción, la del Cístel, y las unas y las otras tomaron el hábito y la [fol. 109v col. a] manera del vivir de la Concepción y la Regla de Santa Clara. Y de esta manera estuvieron juntas debaxo de la dicha regla hasta el año del Señor de 1501 años, que por mandamiento de los Reyes Católicos se passaron al monesterio que antes se llamaba San Francisco y agora se llama la Concepción, de adonde poco antes había mandado salir los frailes que en él estaban, passándolos al monesterio de San Juan de los Reyes juntamente con los otros observantes que a él vinieron de la Bastida, como es dicho. Y esta passada de estas religiosas al dicho monesterio se hizo con autoridad del papa Julio Segundo y, en el dicho monesterio de S. Pedro, se hizo después el Hospital de Santa Cruz, que agora se llama del Cardenal.

Passadas assí estas religiosas al monesterio de la Concepción, començaron a florecer en santas obras con grande observancia y guarda de su religión, lo cual de tal manera inflamó los coraçones de muchas nobles de esta ciudad que, desseando servir a Nuestro Señor, tomaron el hábito de esta religión, en el cual sirven devotamente a Dios; y, movidos con este santo desseo, en otras diversas partes de estos reinos se fundaron otros monesterios de esta orden adonde assí como en esta ciudad se haze vida honesta y recogida. Y no mucho después, pareciéndoles a estas honestas vírgines cosa indigna de su orden tener el hábito y manera de vivir y el oficio de la Concepción y tener la Regla de Santa Clara, con consejo y ayuda de algunos religiosos de esta provincia compusieron la Regla de la Concepción, debaxo de la cual militan, que fue aprobada y con-[fol. 109v col. b] firmada por el papa Julio en el año del Señor de 1511 años. Y fueron estas religiosas absueltas del primero voto de la Regla de Santa Clara y hizieron de nuevo voto y professión en la de la Santa Concepción, como hoy le tienen viviendo santamente y en gran recogimiento.

Notas

[1] Ejemplar mal foliado, pues aparece como CIX cuando debería ser CVIII. Además, cabe indicar que no aparece el capítulo XIII.

[2] Figura en el texto original: “corre”. Se ha subsanado la errata.

Vida impresa (2)

Ed. de Mar Cortés Timoner; fecha de edición: abril de 2021.

Fuente

Ficha Frans 2.2 Beatriz de silva Vida impresa 2.jpg
  • Villegas, Alonso de, 1588. Addicion a la Tercera Parte del Flos sanctorum: en que se ponen vidas de varones illustres, los quales, aunque no estan canonizados, mas piadosamente se cree dellos que gozan de Dios por auer sido sus vidas famosas en virtudes... Huesca: Iuan Perez de Valdiuielso. Fols. 26r col. b – 26v col. b.

Contexto material del impreso Addicion a la Tercera Parte del Flos sanctorum.

Criterios de edición

El relato aparece integrado en el apartado 186 (dedicado a fray Martín Ruiz de la Orden de Menores) de la Adición de la Tercera Parte del Flos sanctorum de Alonso de Villegas.

Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por ello, han sido eliminadas las duplicaciones de consonantes: ff/f, ll/l, nn/n, ss/s, En cambio, se respetan los grupos consonánticos -nc- (sancta) y -bj- (subjetas), y las contracciones. Además, se mantiene la concordancia en género y número de determinantes, adjetivos y sustantivos aunque no coincida con el empleo actual (una arca, deste orden, el orden), así como la conjunción copulativa “y” ante palabras iniciadas con el sonido vocálico “i”. Asimismo, para facilitar la localización de los textos, hemos indicado el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).

Se ofrecen datos en torno al texto editado en:

M.Mar Cortés Timoner, “Censuras, silencios y magisterio femenino en la Adición a la tercera parte del Flos Sanctorum de Alonso de Villegas”, Specula. Revista de Humanidades y Espiritualidad, vol. 1 (mayo 2021), pp. 183-210: https://www.ucv.es/investigacion/publicaciones/catalogo-de-revistas/revista-specula

Vida de Beatriz de Silva

[Fol. 26r col. b] Siendo rey de Castilla y de León don Juan el Segundo, padre de la Reina Católica doña Isabel, trató casamiento con una hija del rey don Duarte de Portugal, llamada también doña Isabel. Trujo esta señora, entre otras damas, una de alto linaje de aquel reino y cercana parienta suya llamada doña Beatriz de Silva. La cual, en hermosura, gala y buena conversación, excedía no solo a las otras damas, sino a todas las de su tiempo, por lo cual, y por la nobleza de su linaje, comenzó a ser festejada y servida de cuantos grandes había en la corte, y algunos dellos la demandaban en casamiento, sobre lo cual había diferencias y contiendas queriendo cada uno ser principal en su privanza. Y como esto fuese adelante, llegando a noticia de la Reina, creyendo que la misma doña Beatriz tenía culpa, mandola prender y encerrar en una caja de madera hecha para este efecto, donde la hizo estar tres días sin comer. Viéndose la afligida señora sin culpa tan maltratada, encomendose de todo corazón a la Gloriosa Virgen Nuestra Señora, a la cual hizo voto de virginidad, ofreciéndosele de todo corazón y con tantas lágrimas que mereció ser visitada desta Gloriosísima Virgen. La cual se le apareció vestida del hábito de la Concepción como le traen las monjas deste orden, que es: saya y escapulario blanco, y manto azul; y diole mucho esfuerzo y consuelo. Pasados los tres días, fue puesta en libertad. Y teniendo por muy peligrosa la vida de palacio, determinó irse a Toledo y encerrarse en el monasterio de Sancto Domingo el Real.

Viniendo por el camino con alguna compañía, a la pasada de un monte oyose llamar en lengua portuguesa y, volviendo la cabeza, vido venir dos frailes con hábito de Sant Francisco. Y, creyendo que la Reina los enviaba para que la confesasen y fuese luego muerta, tuvo grande temor y, con mucha aflición, encomendose a Nuestra Señora, a quien tenía por su abogada y valedora. Mas, llegando los dos religiosos, hablaronle palabras de mucha consolación y, quitándole el temor, dijeronle que estuviese cierta y segura que, con el favor de la Virgen Sacratísima, sería ella madre de muchas hijas, muy benditas y nombradas en el mundo. Y como ella respondiese que tenía ofrecido y hecho voto a Nuestro Señor de castidad virginal, ellos dijeron que sería así como decía. Y caminando [fol. 26v col. a] todos llegaron a una posada, adonde, queriendo ella sentarse a comer, llamando a los frailes para que comiesen y buscándolos, no fueron vistos, por donde claramente entendió haber sido revelación divina con que Nuestro Señor quiso confirmar su sancto deseo y manifestarle lo que estaba por venir de multiplicación de sanctas hijas que, a su Majestad, había de engendrar en el Orden de la Concepción de Nuestra Señora. Y su alma quedó muy confortada con esta visitación, y con grande fe que aquellos religiosos eran Sant Francisco y Sant Antonio, cuya devota particular era y lo fue en adelante, celebrando sus fiestas hasta que murió.

Llegando a Toledo, recogiose luego con dos criadas suyas en el monasterio ya dicho de Sancto Domingo el Real, y en él estuvo, en hábito seglar, treinta años haciendo muy estrecha y áspera vida en continua oración y contemplación. En todo este tiempo, ningún hombre ni mujer vido su rostro descubierto si no fue la Reina Católica doña Isabel y una sirviente que le administraba las cosas necesarias, ni tampoco los otros años que después vivió. Esto hacía en penitencia de la ocasión de vanidad que, con su hermosura, dio al mundo. Y siendo devota de la siempre Virgen María, particularmente de su Purísima Concepción, pensaba muchas veces cómo la pudiese más honrar y engrandecer, y, para esto, tenía grandes pensamientos y deseos de instituir una religión con título de Inmaculada Concepción. Y comunicando este su deseo con la misma Reina doña Isabel, hallola tan favorable y conforme a su voluntad que luego le ayudó a cumplir tan sancta obra dándole, en Toledo, unos palacios del alcázar de Galiana, que, como se ha dicho, eran donde es de presente Sancta Fe y, a la sazón, estaba la Casa de la Moneda. Y allí se encerró esta señora con otras doce doncellas, dejando el monasterio de Santo Domingo. Y fue el año de Cristo de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro, adonde estuvo por cinco años, dando traza qué hábito y orden tomaría. Y el [año] de ochenta y nueve, a su petición, y de la Reina Católica, el Papa Inocencio Octavo le concedió la institución del orden con el nombre, hábito y oficio de la Concepción, como le tuvieron de allí adelante las religiosas deste orden, aunque guardando la regla de Cístel y subjetas al perlado diocesano porque el Pontíficie no quiso conceder ni aprobar orden, ni regla nueva. Lo cual, todo como el Papa lo concedió, le fue revelado a esta sancta religiosa. Y aun aconteció un milagro acerca dello. Que, perdiéndose en el mar, con otras muchas cosas, las bulas de la institución y religión, fueron milagrosamente halladas por esta bendita señora en una arca del monasterio. Y aparejando con grande diligencia las cosas convenientes al tomar del hábito, hacer la profesión y recebir el velo conforme a las letras [26v col. b] apostólicas, el quinto día después desta determinación, estando orando, le apareció Nuestra Señora y le dijo que, al décimo día, moriría. Y así sucedió porque, recebidos muy devotamente los sacramentos, se fue a su Esposo celestial en el año de mil y cuatrocientos y noventa [1], de edad de sesenta y seis años.

Algún tiempo después, siendo mudado su cuerpo de la sepultura para ser guardado en un rico sepulcro, tan grande fue el olor y fragancia que de allí salió que todos los presentes fueron muy recreados y enterados en la vida sancta desta bendita mujer. Luego pues que murió, las monjas que estaban en aquel monasterio de Sancta Fe tomaron el hábito y hizieron profesión conforme a las letras apostólicas.

Notas

[1] En el lateral derecho leemos: “Año de 1490.”

Vida impresa (3)

Ed. de María Aboal López; fecha de edición: octubre de 2020; fecha de modificación: junio de 2021.

Fuente

Ficha Francs Beatriz de Silva 3.jpg
  • Pisa, Francisco de, 1605. Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo e Historia de sus antigüedades y grandeza y cosas memorables que en ella han acontecido, de los Reyes que la han señoreado y gobernado en sucesión de tiempo, y de los arzobispos de Toledo, principalmente de los más celebrados, Toledo: Pedro Rodríguez, Imprenta Real, fols. 275r, 277r.

Contexto material del impreso Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo e Historia de sus antigüedades.

Criterios de edición

Aunque esta vida forma parte de una enumeración de santos y, por tanto, no es propiamente una hagiografía, la recogemos aquí para que quede constancia de su inclusión en esta obra del siglo XVII.

Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo, es decir, se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.), las sibilantes y se eliminan las consonantes geminadas. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza, así como la acentuación y puntuación, que se adapta a la actual. No obstante, se ha mantenido la escritura de “monesterio” y la no separación en “desta” y “deste”.

Vida de Beatriz de Silva

Capítulo XXXVI

[Libro Quinto]

[Fol. 275r] Catálogo o lista de santos propios de esta ciudad de Toledo

[…]

[Fol. 277r] […] Doña Beatriz de Silva, de nación portuguesa, fundadora en esta ciudad de la sagrada Orden de Nuestra Señora de la Concepción y monja deste mismo título, nombre y hábito en el monesterio de la Concepción desta ciudad; falleció en el año de 1490.

Vida impresa (4)

Ed. de M. Mar Cortés Timoner y María Palomino Correas; fecha de edición: febrero de 2023.

Fuente

  • Abarca de Bolea, Ana Francisca, Catorce vidas de santas de la orden del Císter. Escríbelas doña Ana Francisca Abarca de Bolea, Mur y Castro, monja profesa del real monasterio de Santa María de Gloria, en la villa de Casbas, Zaragoza: por los herederos de Pedro Lanaja y Lamarca, impresor del reino de Aragón y de la Universidad, 1655.

Contexto material del impreso Catorce vidas de santas de la orden del Císter.

Vida de Beatriz de Silva

[351] El daño mayor de las repúblicas, y que más perturba la paz en ellas, es el quererlas gobernar cada cual por solo su juicio sin hacer asiento en escudriñar la verdad como parte más esencial en el buen gobierno. Malsano quedará deste peligroso achaque el que desecha el remedio, pues a costa de su crédito experimentará muchos daños, siendo de los mayores el que trae consigo el mal juzgar.

De una dama portuguesa juzgó el mundo con su acostumbrada malicia, procurando con ella ajar lo sólido de sus virtudes y deslucir lo lustroso de su valor, pero como la Majestad de Dios tiene, con su in- [352] finito saber, conocidos aun los más mínimos pensamientos premió sus trabajos, remunerándoles con el celestial y divino premio, tratándola como a hija regalada tanto en el castigo como en la misericordia. Esta noble señora fue la tan celebrada doña Beatriz de Silva, hija de nuestra España y natural del ilustrísimo reino de Portugal, hermana del glorioso san Amadeo y deuda cercana de la serenísima reina doña Isabel, mujer que fue del invictísimo don Juan el Segundo, rey de Castilla y León.

Muchos autores escriben esta historia y los que más la particularizan fundan la grandeza desta señora en anteponer la santidad de su hermano a lo regio del parentesco, que la nobleza sin virtud es falsaria honra [A]. El que es noble y con el vicio se desluce hace a su calidad solar de afrenta. No descaecer el ánimo por poco asistido de la fortuna es arbitrio para no acabar de perder el antiguo lustre, que se cansa el mundo de hacer dichosos, y así derriba unos para sublimar [353] a otros, pero amarrados a la virtuosa tolerancia se establecen soberanías y se premian méritos [B].

Desgraciada en la mayor dicha humana nos pintan a la Beatriz, asistida de la naturaleza, tan celebrada de hermosa como de entendimiento, pero los errores de la envidia, como hijos del fuego que la consume, ni escusan furiosos estallidos ni detienen insaciables voracidades, y así no perdonaron los más mínimos átomos de sus descuidos, anhelando a tiznar la candidez de sus virtuosas obras y deshacer lo grande de su opinión. La hermosura, aunque parece bien a todos, [C] no a todos agrada por tener tanto de infelicidad, que tal vez viene a ser dicha el carecer de ella [D]. La discreción jamás se oculta y, particularmente, cuando la mucha comunicación la descubre, porque en los profundos senos de la capacidad no se conocen fácilmente todos los grandes quilates que atesora. La nobleza enlaza primorosamente estas dos partes haciendo todas tres un [354] todo de admirable perfección siendo la mayor felicidad entre las humanas, aunque por grande no deja de peligrar en mal logros [1], como lo acredita el asumpto de esta historia.

Pues siendo hermosa, discreta y noble, fue doña Beatriz de Silva tan perseguida de maliciosos émulos que, a no mediar el auxilio divino, fuera derribada a la mayor miseria. Atraídos del imán de sus muchas prendas, dieron los caballeros de la corte del rey don Juan en hacer festivas demostraciones en su servicio, sin dejar galantería que no ejecutasen, emulando a porfía cortejos, ocasionando con ellos contiendas, despreciando riesgos y desestimando amenazadoras ruinas, siendo el deseo tan sin ojos que no ve su daño por más que se lo represente la razón; y el que se arroja al peligro no estima el consejo ni solicitará el socorro. Deseaba cada uno de estos caballeros casarse con la dama portuguesa, pero no aseguraban la conveniencia en su cordura que, aunque el conjugal estado [355] es loable y preciso, solicitallo con violencia ha arruinado estados y desasosegado familias. Si la voluntad no ofende por dañosa, no debe de ser despreciada y la doncella, que en el retiro de su honestidad padece agrados, muy libre está de culpas.

Fueron tantas las disensiones que hubo en la castellana corte por la pretensión de doña Beatriz que llegaron a noticia de la reina, sucediendo raras veces saber los superiores lo que inquieta las repúblicas, celándoles siempre lo más importante con cuya ocasión crecen los daños y se dificultan los remedios. Quiso la reina doña Isabel ponerle en tanto mal, sin más averiguación que la de una mal barajada verdad, donde es más cierto el peligro que el escarmiento. Todo resultó en daño de la pobre dama tan sin culpa cuanto atenta a sus obligaciones. Siempre el rayo de la acusación mal intencionada ostenta su cáustica condición en perjuicio de la más firme y sólida virtud que, perseguida de la envidia y [356] altivez, ni se obligan de la atención ajena ni aun de la voluntad porque todo lo baraja quien falsamente acusa [E].

Creyó la reina consentía doña Beatriz en las discordes galanterías de sus vasallos, adoleciendo fácilmente en los señores el crédito porque, difícilmente, tienen el desengaño, por ser tan mañosa el arte del que persuade que despinta la sospecha de la falsedad y, como lo grande no se abate a lo engañoso, juzga en todos segura correspondencia. No hizo particular informe la serenísima princesa que, como tenía establecida en el pecho la verdad, creyó que todos la decían. ¡Qué a mala luz salen las buenas intenciones y qué reñida guerra les hace el doblado trato! No hay arma defensiva para tan declarado enemigo, solo el católico sufrimiento y la prudente cordura son bastantes a tolerarle. Ya en el mundo los bien intencionados son los que más prueban el engaño y, así, solo en las cosas divinas se ha de poner la seguridad.

Mandó la reina encerrar a [357] doña Beatriz en una angosta alacena mandando no la dieran de comer en tres días, sin advertir que al valor no le acobardan rigores. Mucho desluce a un pecho noble la crueldad y es indecencia de la grandeza dar entrada a tan empedernida acción, que alimentarse de sangre humana es acreditarse de fiera [F]. Grandemente apasionada obró esta gran reina, movida del celo de la honra de su casa, siendo obligatorio el cuidado que se tiene de lo sagrado de los palacios, pero si el cuidar es indiscretamente, ocasiona más daño que provecho, pues, desconsolando los ánimos de quien los asiste, rompen por dificultades deseosos de sacudirle del yugo de la opresión.

Sufridamente padeció la prudente portuguesa, fiada en su inocencia y, principalmente, en la misericordia divina, teniendo muy conocidos los subidos quilates della y como asiste a quien en sus trabajos se encamina a tan seguro patrocinio. Por hambre quiso la reina derribar la fortaleza de la valerosa Beatriz [358], sin considerar que la liberalidad divina no consiente padezcan sus siervos por cosas tan civiles [G], pero dice la dulce pluma de mi Berna[r]do [2] que el que por amor de Dios padece hambre puede quedar bastantemente favoreado. Sintió como discreta, si[n] las penalidades del cuerpo, el descrédito de su reputación, afligiendo a lo grande de su ánimo más el perder la honra en la vulgar malicia que la vida en la reclusión regia, que aquella en tanto se ha de preciar en cuanto la adorna la buena fama.

La culpa de doña Beatriz consistió en querer que lo fuera, pues ni en sus acciones ni en sus palabras se halló cosa que pudiera acusalla. Este género de delitos traen muchas veces las desdichas, padeciendo el inocente descréditos cuanto más aclamaciones y lauros tiene merecidos. Vacilaba la cordura desta señora sin hallar humana puerta abierta a su remedio, siendo tales los ahogos del ánimo que a nadie perdonan. Sentía, vivamente, verse fuera de la [359] gracia de la reina, temía su enojo, dudaba del favor del mundo por saber se hace a la parte del vencedor y, deseosa de su remedio, acudió a la Madre de Misericordia, consuelo único de corazones afligidos, María Señora nuestra, con cuyo patrocinio jamás se marchitaron esperanzas ni se malograron buenos deseos, amparándonos como Madre y haciendo particular aprecio de serlo de todos los vivientes [H]. Ofreciósele por humilde esclava, consagrándose toda con afectuoso voto a su preciosísimo Hijo para que, con tan fuerte vínculo, no pudiera retroceder de su rendida oferta, tan heroica en quien la hace como agradable a los ojos divinos, pues no mezclándose cosa contra su santo servicio es hacelle obsequio cuanto le son desagradables a su Divina Majestad los ofrecimientos que se hacen facilitándolos la fuerza.

Apareciose la Reina de los Ángeles a su devota sierva, con cuya presencia cesaron sus temores. Volvió a vivir el corazón que a desmayos daba [360] indicios de su cercano fin, cobró color el rostro que a rigores de la hambre substituyó la amarillez por el perdido carmín, respiró el pecho que a opresiones del temor tenía tomados los pasos al vital aliento, huyó atemorizado el hielo que tan dueño se introdujo en su pasmado cuerpo, gozaron los ojos de celestiales rayos conseguidos a precio de innumerables aljófares que destilaron tan devotos cuanto necesitados. Y, finalmente, se desvaneció todo el asombro de aquel angosto retrete a vista de las divinas luces del soberano Lucero, de la Estrella del Mar, de la Madre del Sol de Justicia, quietando el ánimo doña Beatriz sin reparar en la regia ira, sin hacer caso de su afrenta, dándose mil parabienes de sus dichosas felicidades que no estimó por la menor el desengaño de la falsedad humana, lo instable de sus bienes y lo mentido de sus promesas.

Asegurole la soberana Princesa saldría con todo crédito de sus trabajos, teniendo esta certeza todos los [361] que en solo María sacrosanta ponen la confianza. Correspondió doña Beatriz con todo el posible agradecimiento, creciendo tanto más en él las glorias del favorecido cuanto las obligaciones del favorecedor. Ya no la molestó la dilación de su remedio ni la quedó deseo para desear cosa humana: fuerza de espíritu fervoroso y valeroso corazón, que este, aunque se descompone a demostraciones descorteses, se quieta fácilmente a cualquier estimación. La esperanza de lo que se desea, al paso que alivia, atormenta, que, como consiste en la ejecución, si tarda, se duda. Anhelaba doña Beatriz al favor humano, largo tiempo le pareció el de su encerramiento y ya no hiciera caso de la libertad. Todo era agradecimientos a la reina doña Isabel, por cuya ocasión había alcanzado tan no imaginadas dichas y podido vencer con fortaleza el doméstico enemigo que, a desmayos de su debilidad, acosa la naturaleza.

Mandó la Virgen santísima [362] saliera su sierva de su reclusión sin aguardar otra orden y, huyendo las compañías del mundo, se encaminó a la imperial ciudad de Toledo no viendo la cara al miedo, porque llevaba consigo a su celestial Señor prosiguiendo su viaje, regalándole en coloquios divinos y amorosas gratulaciones. Empleada en estos ejercicios, oyó una voz que, en lengua portuguesa, le pidió se detuviera. No la turbó la novedad creyendo ser algún acaso. Pasó adelante cuando halló junto a sí dos religiosos de la seráfica familia que, por no conocidos, la asustaron grandemente, temiendo más la malicia vulgar que el presente peligro, pues una mujer sola a vista de la ocasión es indecencia hacer alarde de los riesgos. Cobrose cuanto pudo y, volviendo del primer susto, se aseguró en la venerable presencia de aquellos pasajeros, acreditando la compostura al que la tiene y, dándole realces de estimación, establece seguridades en quien la comunica [363], porque la modestia quita recelos cuanto los aumenta el sobrado desahogo. Creyó su muerte la afligida señora, temió nuevos rigores en la reina, oprimiéronle el ánimo sus mismos pensamientos, apesgáronse los pies, añudose la lengua, huyó el color del rostro y, batallando entre sí acciones y potencias, dio por perdidos sus designios que el temor, como villano, procura hacerse dueño de todo y, aunque más se engendra en lo íntimo del corazón, procura ostentarse en las demostraciones exteriores según fragua la calidad de su pena.

No se acordó esta señora de las promesas de la Reina de los Ángeles, proprio de la opresión turbar el ánimo del más advertido. Aseguraron los religiosos a doña Beatriz diciéndola como la Majestad de Dios la tenía escogida para madre de muchas y muy santas hijas en premio de su sufrida paciencia. Menos entendió la noble señora la propuesta, afligiose de nuevo, temiendo estorbo de sus deseos cualquier leve [364] acción. Díjoles había hecho voto de castidad y que por cosa desta vida no lo quebrantaría, por hacer más aprecio dél que todas sus promesas, por ser virtud que se aventaja a la misma naturaleza [I]. De nuevo, volvieron a ofrecerla el favor divino y la seguridad de su estado, con cuya certeza prosiguió su viaje, llevándole los tres muy entretenido en pláticas santas. Llegando a una posada, quiso doña Beatriz regalar a los venerables varones, agradecida a lo que les debía, no conociendo lo grande de un ánimo tan noble el vicio del desagradecimiento. No consiguió sus intentos por haber desaparecido los dos pasajeros, quedando tan admirada cuanto desconsolada la pobre dama sin saber qué determinar entre el recelo y confusión que le causaba el caso. No permite Dios que sus siervos padezcan más de lo que pueden tolerar. Aclaró las dudas con que luchaba esta señora, revelole ser sus valedores el seráfico padre san Francisco y su amado hijo san Antonio de [365] Padua, no desdeñándose aquel de asistir a su esclarecido súbdito ni descuidándose este de solicitar a su querido padre para patrocinar en la tierra a la que tan injustamente, y tan sin amparo de ella, padecía descréditos en la opinión y en el corazón tormentos. El recíproco amor entre los prelados y súbditos realza los méritos, a más de ser obligatorio, y quien falta a este cariño no está muy adornado de la caridad, puerto seguro de bienaventuranza [K]. Volvió, de nuevo, doña Beatriz a dar gracias a Dios, a reiterar el voto y a darle a su divina Majestad cuanto pudo, autorizada demostración de una inclinación generosa no recatear el caudal cuando medían obligaciones. Al liberal no se le conocen faltas, antes lo echan [de] menos donde no está, al paso que al miserable lo desprecian y desestiman, pues no hallando la ocasión de beneficiar cuando topa con ella, le sirve de tropiezo.

Llegó llena de celestiales consuelos a la imperial Toledo y, acompañada de [366] dos damas amigas suyas muy iguales en virtud y calidad, se retiró al religiosísimo monasterio de Santo Domingo el Real, una de las más firmes columnas que sustenta la grandeza de aquella noble y sumptuosa fábrica de ingenios, virtud y nobleza. Con hábito secular vivió cuarenta años sin permitir que en todos ellos la viera el rostro persona, tomando venganza dél por las ocasiones que había dado, aunque sin culpa. Con la asistencia que hizo en este divino santuario volvió a la gracia de la reina doña Isabel de Castilla, apesarada de lo que había perseguido a la virtuosa señora. Comenzó así mismo a gozar favores de los reyes invictísimos don Fernando y doña Isabel, que la virtud fácilmente concilia las voluntades, y Dios, por ser Dueño de las virtudes, es fuerte y origen de los mayores gozos [L]; y así lo confiesa mi Bernardo.

Deseosa vivía la noble portuguesa de hacer algún servicio a la Madre de misericordia, tan desvelada [367] con estos cuidados cuanto afligida de no hallar puerta abierta para su ejecución, estando mal hallado el afecto humano, menos con el cumplimiento de lo que desea, aun a fuerza de los vaivenes de la fortuna. Solicitaba este bien con fervorosa y continua oración, entendiendo ser gran conseguidora de lo que por ella se procura. Saliole como pretendía, apareciósele la Emperatriz soberana mandándola fundar una nueva orden de religiosas con título de Purísima Concepción. A fiar yo de mi pluma menos borrones, se dilatara mi cariño a decir algo de lo mucho que nos propone el florido campo de la limpia y original pureza de María Señora nuestra, pero por dar muestras de mi afecto, autorizaré estos escritos con tocar algo de lo mucho que hay dicho y queda decir desta celestial Princesa, de quien no se ha de imaginar el más mínimo átomo de culpa, pues en el divino solio del eterno descanso de la suprema grandeza no pudo haber aso- [368] mo de imperfección humana. Y fuera negar el soberano poder al Dueño y Autor de todo lo creado y, juntamente, lo mucho que amó a su sacrosanta Madre si no se creyese le dio cuanto pudo.

Comunicó doña Beatriz este favor con la reina doña Isabel de Castilla, deseosa la patrocinara en este caso. Siempre a los mayores se les ha de dar razón de los que por arduos necesitan de su favor para que no se malogren. Agradeciole la reina la confianza y, por tener parte en obra tan heroica, ofreció para monasterio los reales Palacios de Galiana por que fueran erario de más rico tesoro que el que en sí habían encerrado en otros tiempos. Quien erige templos a Dios, preparándose humanas glorias, se labra celestial corona. Acomodáronse los dichos palacios en forma de convento, y sacando doña Beatriz de Santo Domingo el Real y del de San Clemente, de nuestra orden, doce religiosas de conocida virtud, fueron doce pre- [369] ciosas piedras para el divino tabernáculo. El hábito que se vistieron fue el mismo blanco y azul con que se le apareció la Reina de los Ángeles cuando la consoló en prisión; forma que había quedado tan impresa en el devoto y agradecido pecho de esta su sierva que ni tiempo ni trabajos pudieron borrarle de su memoria. Escogió para norte en esta divina embarcación el instituto del Císter, en cuya milicia se ejercitan aquellos monásticos espíritus.

Grande lustre se le siguió a la imperial ciudad con aquel nuevo paraíso donde, a imitación de su santa maestra, iban creciendo de virtud en virtud hasta llegar a la cumbre de la perfección, resplandeciendo la de esta señora al paso que procuraba ocultalla su humildad, muy al contrario del que con la soberbia se prepara sus mayores ruinas, por más que se erija soberanías [M]. Las penitencias de la santa fundadora eran tantas que excedían y pasaban los límites de las humanas fuerzas. No se contentó su devoto celo [ 370] con solo haber hecho aquel santuario, escuela de virtudes. Procuró con el favor de la reina que la santidad de Inocencio Octavo confirmará la nueva Orden de la Concepción Purísima; a peticiones justas no se atreve la escusa. Concedió gustoso el pontífice máximo la petición santa despachando bulas en favor de dicha orden debajo el instituto del Císter, siguiendo en esto a muchas órdenes que hicieron la misma elección; añadiose, empero, algunas constituciones diferentes y el dar la obediencia al diocesano. Quiso la Majestad divina, para mayor gloria suya y honra de su sierva, que la galera en que venían las bulas se perdiera, sumergiéndose desvalida en aquel insaciable abismo, peligrosa seguridad de los que la solicitan, aguado piélago de los mayores gozos y voraz monstruo que todo en sí lo sepulta. Y llegando al caso la noble portuguesa a buscar dentro de una arquillita algo de su pobre ajuar, halló dentro de ella un pergamino cerrado. ¡Oh, inmensa [371] grandeza que solícita anda por nuestro consuelo! ¡Cómo se ajusta a nuestra desigualdad y humana miseria! Que parece le es preciso a Dios ostentar prodigiosas maravillas para establecer nuestro amor y fe en que, claramente, se vee que no puede Dios dejar de obrar como Señor supremo y Padre piadoso, y nosotros como débiles y flacos.

Grande novedad le hizo a la santa fundadora el hallazgo y, sin dar en lo que podía ser, llamó al obispo de Guadix, don fray García de Quesada, del Orden de los Padres Menores, y le entregó el cerrado pergamino que, abierto, leyó ser las bulas de la confirmación de la nueva religión. Admirar pudiera el caso a quien no sabe lo que la Majestad eterna obra así por el consuelo de sus siervos como por el apoyo en las cosas que se hacen de su santo servicio, pero todo lo que había de ser admiraciones se debe reducir a perpetuas alabanzas a sus grandes misericordias. Comunicó el de Guadix el portentoso suceso con el arzo- [372] bispo de Toledo. Leyeron los papeles, tuvieron noticia de la anegada galera y, viendo confirmada, con tan calificadas y milagrosas circunstancias, la nueva religión, dieron repetidas gracias a la Majestad divina, celebrando el hallazgo con generales alegrías.

Llevaron, con devoción reverente, los romanos despachos desde la iglesia mayor hasta el monasterio de la santa fundadora, haciendo con ellos una general procesión, merecida demostración, y que fuera grande ingratitud no hacer muy particular aprecio de maravillas tan del Cielo. Predicó el obispo de Guadix, dando razón a todo el auditorio del milagroso suceso, y señaló día para que votaran las religiosas las nuevas constituciones, renaciendo aquellas fragantes flores en el celestial pensil de los atributos de María sacrosanta, con cuyo obsequio, granjeando su divina gracia, se asegura la bienaventuranza. Cuando no mediara el servir a esta divina Princesa en celebrar y festejar su pura Concepción, nos [373] propone tantos bienes propios su devoto capellán y rendido siervo san Anselmo que fuera en nosotros desatento cuidado no procurarlos [N].

Previniose aquella religiosa familia para recibir a su divino Esposo, y doña Beatriz más particularmente, con grandes disciplinas, frecuente oración, largas vigilias y muchas mortificaciones, deseosa no la hallara dormida la voz de su celestial Amante. Daño irreparable no recordar el alma con la esperanza de la seguridad eterna. Apareciósele la Madre de los Pecadores y la dijo serían sus felices bodas en el soberano tálamo el día décimo de la publicación de las bulas, pasando desta mortal vida a los gozos eternos, y que su religión padecería muchos naufragios en turbadas olas de emulación, que evapora viles rayos contra sólidas virtudes. Comunicó la santa con su confesor el favor de la Reina del Cielo y, prevenida con los sacramentos y pertrechada con obras de mucho mérito, esperó al fin de sus trabajos.

Llegó a su noticia [374] cómo las religiosas de Santo Domingo y los padres predicadores intentaban llevar su cuerpo después de muerta y así dio orden que los religiosos de San Francisco le vistieran el hábito y la pusieran el sacro velo, haciendo en sus manos los tres votos, con que quedó segura y quieta de sus temores. Diole una breve enfermedad con la cual salió deste miserable valle, donde solo acompaña el continuo dolor y llano. Tuvieron fin sus muchos trabajos, que siempre salen vencedores a vista del sufrimiento [O].

En habiendo expirado la sierva de Dios, apareció en su dichosa frente una muy resplandeciente estrella que, dispidiendo de sí consoladores y resplandecientes rayos, daba muestras de los divinos favores que gozaba su santa alma, merecidos solo de la perseverante virtud. Murió a diez y siete de agosto, en el año mil cuatrocientos y noventa, siendo de edad de setenta y seis. Después de grandes contradicciones, sepultaron su cuerpo en su nuevo monasterio, cuyo nombre [375] es Santa Fe. Todos desearon para sí este preciosísimo tesoro, deseándose cada cual merecedor de tanta dicha, pero la disposición divina es la que ataja los humanos deseos. Apareciose el alma de doña Beatriz al muy reverendo padre fray Juan de Tolosa, religioso del Orden de San Francisco, dándole noticia de los muchos trabajos que habían de padecer aquellas nuevas plantas, y pidiole las consolara y exhortara a la prosecución de la comenzada obra sin dar paso atrás en ella, mengua que desacredita la verdad.

Escriben de doña Beatriz de Silva: Zamall. Garib. lib. 20. Compendii Histor, cap. 13. Mariet. in Hist. Sancti Hispani lib. 22. titul. Tolet. Flos Sanctor. Vetus in eius vita Octob. 8. Manriq. Laurea lib. 3. discur. 6. Sanctoral. lib. 3. Disc. 8. M. S. quae Toleti in codem Monasterio extant, Torres lib. Concep.

[3]

Laus deo.

Notas

Citas que aparecen en los márgenes

[A] Parua est nobilitatis ratio sine virtute, & maxima virtutis sine nobilitate. Natal com. hist. libr.3.

[B] Sūma apud Deū nobilitas est clarum elle virtutibus s. Hiero. ad. Colanti.

[C] Formosa facies, multa commendatio est. Euripedes.

[D] Pulchritudo res infelix. Propertius.

[E] Maximè hi temere iudicant, qui demerita aliorum facile reprehendunt: Qui magis amāt vituperare, & damnare, quā emmendare, & corrigere: quod vitiū vel superbia est, vet inuidia. S. Aug. de ferm. Domini in monte.

[F] Crudelitas, inhumanum malum est, iudignumque Regio animo: Ferina ista rabies est sanguine gaudere, & vulneribus, quae facit hominem in siluestre animal transire. Seneca lib. de Clement.

[G] Non affliget Dominus fame animam iusti, & insidias impiorum sabuertet. Prouerb. 10.

[H] Fuit enim Mater, non solum capitis nostro; sed etiam mēbrorū eius, quonos summus. S. Auº gust. lib. de S. Virgp.

[I] Igitur à principio virginitas palmā principatus accepit. S. Ioa. Chr. in Gen.

[K] Fluctuāntibus portus, errantium via, peregrinantibus Patria. S. August ser. 2. de charitate.

[L] Cum sit Dominus virtutum, totius iucunditatis est fons lætitiæ, & exultationes origo. S. Bern, epis. 353.

[M] Omnis superbia, tanto in imo iacer quanto in altum se erigit: tantoque profundius labitur, quanto excesius eleuatur. S. Icdor. de summo bono. lib. 2. cap. j8.

[N] Quiquis Præesul, vel Abbas, aut Prælatus es, recole diligenter eius solemnia, & cunctis iube eam coli; quia si eam toto corde amaueris, nunquā à gradu tuo deposit’ eris. S. Ansel. homil. de Concep.

[O] Labor omnia improprius vincit. S. Hier. in Daniel. præfatio.

Aclaraciones de las editoras

[1] Entiéndase: “malogros”.

[2] Remite al monje y abad cisterciense Bernardo de Clairvaux o Claraval (Castillo de Fontaines, Dijon, 1090 - Claraval, 1153), quien fundó el monasterio de Claraval impulsando una reforma que se extendería a toda la Orden del Císter. Fue canonizado en 1174 por el papa Alejandro III.

[3] Se ha reproducido la lista de fuentes respetando la disposición del texto original.

Vida impresa (5)

Ed. de Pedro García Suárez; fecha de edición: diciembre de 2016; fecha de modificación: agosto de 2020.

Fuente

Ficha Frans 2.4 Beatriz de Silva Vida impresa 4.jpg
  • Salazar, Pedro de, 1612. Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado Padre San Francisco, Madrid: Imprenta Real, 471-481.

Contexto material del impreso Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla.

Vida de Beatriz de Silva

[471] LIBRO OCTAVO, EN QUE SE TRATA LA HISTORIA del misterio de la Concepción de Nuestra Señora y la fundación de su Orden, y de los conventos que della hay en esta provincia de Castilla

Capítulo I

De la fundadora de la Orden de la Concepción

Fundó esta santísima Orden de la Concepción doña Beatriz de Silva, mujer de nación portuguesa y muy generosa y noble, la cual era parienta y descendiente de los Reyes de Portugal. Fue hermana del Conde de Portalegre, ayo del Rey don Manuel, y de Alonso Vélez, señor de Campomayor. También fue hermana del bienaventurado fray Amado, el cual fue muy santo varón y religioso de la Orden de nuestro Padre S. Francisco. Vino esta señora desde Portugal a Castilla con la Reina doña Isabel, segunda mujer del Rey don Juan el Segundo y madre de la Reina Católica doña Isabel, de gloriosa memoria. Tuvo la Reina cuando vino de Portugal muchas damas y entre ellas a la dicha doña Beatriz de Silva, parienta suya, la cual en hermosura y gala aventajaba a todas las demás. Por lo cual y por su alto linaje, comenzó a ser festejada de todos cuantos grandes en la corte había y de algunos dellos demandada en casamiento. Sobre lo cual había en la corte muchos y diversos ruidos y cuestiones, queriendo ser cada uno solo en su pretensión y privanza. Y como esto sucediose cada día, llegó a noticia de la Reina y ella, creyendo que la dicha doña Beatriz tenía en ello alguna culpa, la mandó encerrar en una caja de madera que para ello mandó hacer, adonde la hizo estar tres días sin comer ni beber. Y viéndose esta señora sin culpa y tan mal tratada, encomendose de todo corazón a la Virgen María, a la cual hizo voto de virginidad, ofreciéndose de todo corazón a ella. Y esto hizo con tantas lágrimas de devoción, que mereció ser oída y visitada de la Virgen santísima. La cual le apareció vestida del hábito de la Concepción, como hoy le traen las religiosas desta Orden [472] (que es sayas y escapularios blancos y mantos azules), con cuya visita fue en extremo consolada y confortada. Después de pasados los tres días, fue sacada de la caja de madera y puesta en su libertad. Y pareciéndole muy peligrosa la vida de la Corte, determinó (para mejor poderse dar al servicio de Nuestro Señor) irse a la ciudad de Toledo, con intento de meterse en el Monasterio de Santo Domingo el Real. Y yendo por el camino, a la pasada de un monte oyó la llamaban en lengua portuguesa; y ella, volviendo la cabeza, vio venir para sí dos frailes de la Orden de San Francisco, y creyendo que la Reina los enviaba para que la confesasen y darle luego la muerte, hubo gran temor. Por lo cual luego al punto recurrió a Nuestra Señora, a quien tenía por abogada. Llegados los frailes a ella la consolaron, los cuales vista su turbación y sabida la causa della, no solo le quitaron el temor, mas le dijeron sería madre de muchas hijas muy nombradas y señaladas en el mundo. Y como ella replicase tenía ofrecida a Dios su virginidad, los dichos frailes respondieron que ansí sería como ellos lo decían. Y yendo todos juntos por el camino hasta llegar a la posada, adonde queriendo la dicha doña Beatriz de Silva asentarse a comer, mandó llamar a los frailes para que comiesen, mas nunca parecieron, por donde manifiestamente se entendió haber sido revelación divina. En llegando a la dicha ciudad de Toledo, se metió con dos criadas en el Monasterio de Santo Domingo el Real, donde estuvo en hábito de seglar (aunque honesto) más de treinta años, haciendo vida muy santa y penitente.

Capítulo II

De cómo doña Beatriz de Silva instituyó y fundó la Regla de la Santísima Concepción de Nuestra Señora

Todo este tiempo que estuvo doña Beatriz de Silva en el convento de santo Domingo el Real se ocupaba en obras muy espirituales y en muy continua oración, ejercitándose en ásperas penitencias. Vivió con tanto recogimiento durante este tiempo que ninguna persona le vio el rostro descubierto, sino la Reina Católica y una criada que la servía. Siendo muy devota de la gloriosa Virgen María Nuestra Señora, principalmente de su Santísima Concepción, siempre estaba pensando en qué la poder servir. Y ansí tenía determinación de instituir una nueva Orden de su Santísima [473] Concepción. Lo cual comunicando con la Reina doña Isabel y hablándola muy conforme a su voluntad, se dispuso a dar fin a esta santa obra. Y queriendo ayudar a su buen propósito, le dio los palacios que antiguamente decían de Galiana, que era uno de los Alcázares de la dicha ciudad de Toledo, adonde está ahora el convento de Santa Fe. Aquí entró luego la dicha doña Beatriz, dejando el Monasterio de Santo Domingo, y entraron con ella doce doncellas religiosas, en el año de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro. Todas las cuales estuvieron en el dicho lugar (en forma y manera de monasterio) hasta el año de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve, pensando siempre qué Orden y hábito tomaría. Y en el dicho año de 1489 a petición suya alcanzó la Reina Católica del señor Papa Innocencio Octavo la continuación de la Orden de la Santísima Concepción y de su oficio particular, cual hoy le usan todas las religiosas desta Orden. La cual es sacada de la Orden del Cístel, por cuanto el Papa no quiso conceder ni aprobar Regla ni Orden nueva. Y de la misma manera que el Papa lo concedió, fue revelado a esta santa religiosa.

Acerca desto aconteció otro milagro muy grande y fue que, como las Bulas desta concesión (viniendo a España) se hundiesen en el mar, juntamente con las demás cosas que en la mar venían, fueron milagrosamente halladas por esta religiosa en una caja de su monasterio. Y como las hallase y no supiese lo que era, hizo llamar al padre fray García Quijada, de la Orden de nuestro Padre San Francisco y obispo de Guadix, a quien mostró las dichas Bulas; el cual, comenzándolas a leer, vio luego que eran las Bulas de la nueva constitución de su Orden y hábito. Visto esto por la dicha doña Beatriz, recibió increíble contento, y no solamente ella y sus monjas, pero toda la ciudad. Hizo grandes alegrías y demostración de mucho contento y regocijo por el milagro de las Bulas para publicación de las cuales se hizo una procesión muy solemne por todos los señores de la Iglesia mayor de la dicha ciudad, de la cual salieron acompañados con casi todo el pueblo y fueron a Santa Fe, adonde estaban las nuevas religiosas, adonde hubo sermón en que se dijo y declaró al pueblo el milagro de cómo se habían hallado las Bulas y de cómo se supo en Toledo el día y hora en que se habían expedido en Roma, que, como se ha dicho, fue revelado a la dicha doña Beatriz de Silva. El día que esta procesión se hizo en Toledo holgó toda la gente de la ciudad, [474] dejando de trabajar, como si fuera día de fiesta muy principal. A todo esto se halló presente la madre Juana de San Miguel, monja que era deste monasterio. Era esta religiosa mujer de grande espíritu, santidad y virtud, y en esta opinión fue tenida siempre mientras vivió y fue abadesa del dicho convento. En el sermón que se hizo el día de la procesión se convidó a todo el pueblo a que de ahí a quince días fuesen a ver tomar los hábitos y velos a las nuevas religiosas.

Capítulo III

De la muerte y glorioso fin de doña Beatriz de Silva y de las cosas que después de su muerte acaecieron

Con mucho cuidado y solicitud comenzó a aparejar (después desto) la dicha doña Beatriz todas las cosas que le pareció eran necesarias para el día que habían de tomar el hábito y velo ella y sus monjas. Y andando ella urdiendo la tela de su profesión y de la solemnidad del voto que había de hacer, plugo a Nuestro Señor de enviar a cortarla antes que se tejiese, porque la que en esta vida por su servicio, y de su santísima Madre, quisieron ver a sí y a sus hijas vestidas del hábito desta nueva religión, recebida la voluntad en su persona y reservando la obra para las que ya ella dejaba enseñadas, fuese a ser cubierta en los Cielos de la incorruptible vestidura de gloria. De manera que a los cinco días de su convite, estando la dicha doña Beatriz en muy devota y ferviente oración, le apareció la Virgen María Nuestra Señora (según della se supo después), la cual le dijo: “Hija, de hoy en quince días has de ir conmigo, que no es mi voluntad que goces acá en la tierra desto que deseas”. Estas nuevas recibió con mucha alegría y luego otro día envió por su confesor. Y aparejada su ánima con mucho cuidado, cayó luego enferma y recibió los sacramentos con muy gran devoción. Y al tiempo que le daban la unción, le vieron en la frente una estrella de oro y su rostro tan resplandeciente como de persona ya puesta en el Cielo. Llegando el último día de los que le estaban señalados, dio el alma a Nuestro Señor en el año de 1490 en la Octava de San Lorenzo. Dejó el cuerpo en la tierra tan limpio y entero como lo había sacado del vientre de su madre, murió siendo de sesenta años. Por la muerte desta sierva de Dios cesó por entonces el haber de dar los hábitos y velo, que aquel mesmo día que murió estaba determinado [475] para que lo recibiesen. Luego como murió esta sierva de Dios, apareció en Guadalajara a fray Juan de Tolosa, de la Orden de nuestro Padre San Francisco; el cual fue tres o cuatro veces custodio de la Custodia de Toledo. También fue vicario provincial de los frailes de la Observancia en esta provincia de Castilla. Deste padre fue ayudada esta bendita religiosa en muchas cosas espirituales, en obras y consejos; y hablando algunas veces con él, le había dicho que ningún hombre mortal le había de ver el rostro, salvo el dicho fray Juan de Tolosa, al cual prometió de mostrársele antes que desta vida pasase. Pues queriendo cumplir su promesa, se le apareció en su propia figura y díjole: “Yo vengo a cumplir lo que os prometí, pero yo os ruego vais luego a Toledo porque mi casa y Orden está en detrimento y a punto de se deshacer todo”. El caso era que como esta señora había estado tanto tiempo en Santo Domingo el Real, por esto pensaban las monjas d’él que a ellas pertenecía llevar su cuerpo, pues aún no había hecho profesión en ninguna Orden, aunque no había estado entre ellas, sino en hábito seglar honesta. Sabiendo que estaba al fin de su vida, vinieron muchas de Santo Domingo el Real y ansimismo frailes de su Orden para querer llevar consigo el cuerpo desta bienaventurada. Y también las mujeres que con ella habían morado, que todas quedaban vivas, decían y alegaban que por haber estado con ellas y por el amor que les tenía la querían llevar consigo todas a su monasterio. Estando en esto los frailes dominicos y sus monjas, llegaron los frailes de San Francisco de la Observancia, a quien esta señora se había mucho allegado. La cual estando en el extremo de su vida, a su petición y ruego le dieron el hábito de la Concepción y profesión y velo. Muerta ella hubo gran alteración entre los unos y los otros sobre quién la había de llevar, pero al fin la sepultaron los frailes Franciscos con mucha honra y solenidad en aquella casa de Santa Fe, donde estaba.

Capítulo IIII

De cómo se trasladaron las religiosas de la Concepción al Monasterio de San Pedro de las Dueñas y de las contradicciones que en ello hubo

Aunque ya con razón pudieran cesar las competencias y debates, todavía (aunque estaba esta bienaventurada enterrada) tornaron [476] las monjas de Santo Domingo a porfiar por llevar las reliquias a su casa y monasterio. A esta sazón llegó el padre fray Juan de Tolosa, y mostrándoles con mucha prudencia cómo no tenían razón en lo que pedían, hízolas apartar de su demanda a las dichas monjas, ansimismo a los frailes de Santo Domingo, que andaban pretendiéndolas. De manera que las religiosas compañeras de la dicha doña Beatriz de Silva quedaron en su libertad. Y desde aquel día se llamó el Monasterio de la Santa Concepción de Nuestra Señora, conforme a la Bula del señor Papa Inocencio Octavo y comenzaron a vivir según el Orden y Regla que la Bula les concedía, aunque las dejaron mucho sin desasosegarlas.

Acerca desto conviene que se sepa que, un día, siendo viva la bienaventurada doña Beatriz de Silva, yendo a Maitines (como tenía de costumbre) halló la lámpara muerta, y poniéndose en oración, viola manifiestamente encendida y luego oyó una voz (según ella después descubrió) que bajamente le dijo: “Tu Orden ha de ser como esto que has visto, que toda ha de ser deshecha por tu muerte. Y ansí como la Iglesia de Dios fue perseguida en sus principios y después vino a florecer y a ser muy esclarecida, también tu Orden será ahora perseguida y luego verná a florecer y ser multiplicada por todas las partes del mundo; y será esto tanto, que en su primer tiempo no se edificará ningún convento de otra Orden, mas primero será perseguida de amigos y enemigos; y habrá en ella tanta tribulación que muchas veces llegará a ser asolada”. Todo esto se ha visto a la letra porque, luego que la Orden comenzó en la ciudad de Toledo, hubo en ellas tantas revueltas y grandes persecuciones que es maravilla cómo pudo perseverar, lo cual sucedió de la manera que aquí contaremos.

Después que las dichas religiosas compañeras de doña Beatriz de Silva quedaron en Santa Fe, que ya se llamaba de la Concepción, apartáronse de la obediencia del diocesano y sometiéronle a la Orden de nuestro Padre San Francisco, debajo del gobierno de fray Juan de Tolosa, que era entonces custodio de Toledo. Y en tiempo que allí estuvieron, que fue seis o siete años, hubo entre ellas algunas discordias porque sucedieron grandes tribulaciones y desasogiegos. Estaba cerca deste Monasterio de la Concepción otro que se llamaba San Pedro de las Dueñas, de la Orden de San Benito, adonde estaban unas monjas, aunque no eran reformadas. Era en esta sazón vicario provincial desta [477] provincia de Castilla fray Francisco Jiménez, el cual era confesor de la Reina doña Isabel y reformador general de todas las órdenes en los reinos de Castilla, por concesión del Papa Inocencio Octavo. Este cargo tuvo toda su vida, desde que fue electo. Y ansí, con parecer de la Reina, pasó las monjas que estaban en Santa Fe al Monasterio de San Pedro de las Dueñas, adonde quedaron juntas las unas y otras. Y por una Bula que para esto se trujo del Papa Alejandro Sexto, concedida el año de 1494, las monjas de San Pedro dejaron su hábito y Orden que antes guardaban y tomaron el de la Concepción y la forma de vivir de las monjas della. Y después, por autoridad apostólica, ansí las monjas de San Benito del Monasterio de San Pedro, que están súbditas a la Orden del Cístel, como las de la Concepción, recibieron la Orden de Santa Clara, por cuanto no se les había concedido esto, más de que estuviesen debajo de otra Orden aprobada. Hecho esto, el sembrador de cizaña metió entre ellas tal discordia que por tres veces se vino a despoblar casi el monasterio, no quedando en él sino muy pocas monjas, siendo perseguidas de todos, ansí de sus amigos como de los que no lo eran. De suerte que pasó este negocio de la forma y manera que le fue revelado a la dicha doña Beatriz de Silva, llegando cerca a punto de perderse esta Orden. La cual fue determinado por el dicho padre fray Francisco Jiménez, como reformador general de las Órdenes, se quitase del todo, por parecer convenir para sosiego del dicho monasterio. Más porque Nuestro Señor tenía para honra de su Madre ordenada otra cosa, fue servido dar orden que dentro de pocos días tornasen al dicho monasterio las monjas que d’él habían salido. Y de allí adelante estuvieron con mucha paz y sosiego y en mucho amor y amistad las unas con las otras.

Capítulo V

De cómo las monjas arriba dichas fueron trasladas al Monasterio de San Francisco con voluntad y parecer de la Reina doña Isabel

En este tiempo había edificado la Reina Católica doña Isabel la ciudad de Toledo para los frailes de Observancia de nuestro Padre San Francisco el Monasterio que se llama San Juan de los Reyes. Y habiéndose hecho por orden de sus Majestades general reformación en todas las Órdenes en estos [478] sus reinos, por lo cual habían tomado los frailes de la Observancia el antiguo convento de San Francisco, que solían tener los frailes claustrales en la dicha ciudad, y por parecer inconveniente tener dos conventos dentro en ella, quiso la Reina que los frailes (que estaban en él y en el de la Bastida, que es extramuros) se parasen al de San Juan que ella había edificado y que el dicho Monasterio de San Francisco quedase para las monjas que estaban en San Pedro de las Dueñas. Todo lo cual se efectuó de la manera que hoy se ve y fue confirmado por el Capítulo Custodial que se celebró en Ciudarreal el año de 1501 y con autoridad apostólica que para esto se tenía, y desde entonces se llama (el convento que antes se decía de San Francisco) el Monasterio de la Concepción; y en San Pedro de las Dueñas se edificó el suntuoso hospital que hoy llaman del cardenal don Pedro González de Mendoza: todo esto fue confirmado también por el señor Papa Julio Segundo. Pasadas las monjas al dicho monasterio, fueron aprovechando tanto en el servicio de Dios que, derramándose por todas las partes grande olor de su mucha religión y santidad, entraron en su compañía otras muchas personas muy notables y principales para emplearse en cosas espirituales y del servicio de Dios.

Capítulo VI

De cómo estando las monjas en el convento de San Francisco, llamado ahora de la Concepción, quedaron con el hábito y Regla de la Concepción, sin estar sujetas a la Regla del Cístel ni de Santa Clara

Aumentándose, pues, cada día el número de las monjas y viendo tenían hábito, orden y oficio de la Concepción, pero que estaban sujetas a la Orden de Santa Clara, acordaron era conveniente tener Regla y manera de vivir diferente de otras, de suerte que no tuviesen que entender con ninguna otra. Por lo cual a su petición concedió el señor Papa Julio Segundo la Regla que ahora tienen el año de 1511, el octavo año de su Pontificado, con que las eximió de cualquiera obligación que hubiesen tenido a la Orden del Cístel o de Santa Clara, dándoles forma de vivir, sometiéndolas inmediata y perpetuamente a la Orden del seráfico Padre San Francisco y a los prelados della. Después desto, pasados cinco o seis años, siendo vicario provincial desta provincia [479] de Castilla el padre fray Francisco de los Ángeles, que después fue comisario y ministro general de la Orden, les hizo unas constituciones para lo que tocaba a su conversación y gobierno interior y exterior, las cuales ellas aceptaron, de que usan hoy en día, ansí en este monasterio como en todos los demás que se han fundado desta Orden y Regla. Y ha habido y hay en este monasterio monjas muy principales y de grande espíritu y devoción, de las cuales muchas han sido abadesas en él y dellas han ido a fundar muchos monasterios a diferentes partes destos reinos de Castilla. Las abadesas (abadesas que ha habido en este monasterio) que ha habido en esta santa casa después que se fundó hasta el año de 1609 son estas: la primera fue doña Felipa de Silva, doña Catalina Calderón, Juana de San Miguel, doña María Alarcón, doña Isabel de Toledo, doña Isabel de Guzmán, doña Ana del Águila, doña Catalina Carrillo y Córdoba, doña Isabel de Peralta, doña Juana de Sotomayor, doña Mayor de Mendoza, doña Antonia de Toledo, doña Petronilla de Rojas. En el sobredicho año, en un Capítulo General de nuestra Orden que se celebró en París, se estableció que ninguna abadesa pudiese serlo más de tres años continuos, los cuales cumplidos, elijan otra del mismo convento. Lo cual no se solía hacer en este convento porque siempre elegían una mesma hasta que moría.

Capítulo VII

De cómo se trujeron al Monasterio de la Concepción los huesos de la bienaventurada doña Beatriz de Silva

Este Monasterio de la Concepción de Toledo, ansí como es cabeza de los que desta Orden se han fundado, por el consiguiente resplandece en grande religión y santidad y en todo género de virtud. Una de las cosas de grande estima que en este monasterio hay es estar en él los huesos de la bienaventurada doña Beatriz de Silva, los cuales están en el Coro, a la mano derecha en un hermoso lucillo, y tiene encima las imágenes de Santa Ana y de nuestro Padre San Francisco y de San Antonio de Padua, que, siendo viva la dicha doña Beatriz, había dicho deseaba mucho estas imágenes estuviesen sobre su sepultura después de muerta. Los huesos desta sierva de Dios fueron trasladados del Monasterio de la Madre de Dios de Toledo, que es de monjas de la Orden de Santo Domingo, al de [480] la Concepción, y la razón porque estaban allí es esta: doña Beatriz de Silva era tía de la priora y supriora del Monasterio de la Madre de Dios. Y cuando la Casa de San Pedro de las Dueñas se vino a despoblar (como arriba se dijo), entre las monjas que se salieron, fue una dellas doña Felipa de Silva (que a la sazón era abadesa y sobrina de la dicha doña Beatriz) con otras ocho monjas con intento de ir a Portugal, aunque después volvió a Toledo y murió en el Convento de Santa Isabel y llevó consigo los huesos de su tía doña Beatriz, que estaban en San Pedro de las Dueñas, adonde los habían llevado cuando se pasaron de Santa Fe. Pero, yéndose la dicha doña Felipa a despedir de la priora y supriora del dicho convento de la Madre de Dios, que eran sus primas, parecioles a ellas que era inconveniente llevarse los huesos consigo por no saber dónde habían de parar. Y ansí por su consejo los dejó a guardar en el dicho monasterio hasta ver lo que Dios hacía dellas. Plugo a Nuestro Señor dar orden volviese la dicha doña Felipa de Silva con las demás al Monasterio de San Francisco, que ahora se llama de la Concepción. Y puestas en quietud y sosiego, enviaron a rogar al Monasterio de la Madre de Dios les diese los huesos de su fundadora que allí tenían, lo cual por ruegos ni por otro medio alguno lo quisieron conceder. Viendo esto el abadesa, doña Catalina Calderón envió sus recaudos a Roma y hecha relación desto al Papa, dio su Santidad un breve, mandando, so graves penas y censuras, que dentro de tres horas después de su notificación, diesen los dichos huesos a las monjas de la Concepción. Y en cumplimiento deste mandato los dieron dentro del término señalado, los cuales, llevados al Monasterio de la Concepción, se pusieron en una arca mientras que el luzillo se labraba. Y después de acabado, pasándolos a él sintió el hombre que en esto entendía gran fragancia de olor de grandísima suavidad, el cual, apartándose, luego dijo llamasen a algún sacerdote para que tratase aquellos huesos porque sin duda eran de santos según el buen olor que dellos salía. Llamaron luego al confesor de las monjas para que los pusiese en el luzillo; y ansí el confesor como las monjas que allí se hallaron sintieron tan suave olor que todos sus sentidos fueron maravillosamente recreados y recibieron también en el alma muy grande consolación. Desta manera tuvo por bien Nuestro Señor mostrar cuán agradable le había sido la santa conservación de su sierva y la devoción singular que a la Purísima Concepción de su Madre había tenido, en cuya persona [481], es dicho en el Eclesiástico, según lo aplica la Iglesia, que los que sacaren a luz sin pureza, alcanzarán la vida eterna.