Francisca de Gudiel

De Catálogo de Santas Vivas
Saltar a: navegación, buscar
Francisca de Gudiel
Nombre Francisca de Gudiel
Orden Dominicas
Títulos Monja del monasterio de Santo Domingo el Real de Toledo
Fecha de nacimiento Hacia 1450
Fecha de fallecimiento Hacia 1550
Lugar de nacimiento Talavera
Lugar de fallecimiento Toledo

Vida manuscrita

Ed. de Bárbara Arango Serrano y Borja Gama de Cossío; fecha de edición: octubre de 2023.

Fuente

  • López, Juan, 1613. “Libro primero de la tercera parte de la historia general de Santo Domingo”, Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba, 342-343.

Criterios de edición

Esta crónica está escrita por Juan López, obispo en la ciudad italiana de Monopoli. En la tercera parte se incluye la vida de santos de la orden, se aborda la fundación de los diferentes conventos en los dos primeros siglos de los dominicos en Castilla y se añade la vida de destacadas religiosas, aunque se hace referencia también a las religiosas que viven en las fundaciones hasta la publicación de la crónica en los conventos fundados.

Aquí nos encargamos de las religiosas que viven en los siglos XV-XVI cuyo foco de actuación es anterior a 1560 (aunque mueran después de esta fecha), es decir, antes del auge de Santa Teresa. Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo: se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.) y se eliminan las consonantes geminadas. Además, se expanden las abreviaturas, aunque algunas como N. S. (Nuestro Señor) o N. P. S. (Nuestro Padre Santo) se respetan en el texto. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza y se adaptan las normas acentuales a sus usos actuales. Finalmente, se moderniza también la puntuación, la acentuación y el uso de aglomerados.

Vida de Francisca de Gudiel

[342]

Capítulo LXXXI

De la fundación del monasterio de monjas de Santo Domingo el Real de Toledo

La fundación [1] del convento de Santo Domingo el Real de Toledo escribió el padre maestro fray Hernando de Castillo en su segunda centuria en el libro segundo, capítulo séptimo, tan copiosamente que no se puede hablar sino de lo que toca a la vida de algunas religiosas santas que fallecieron en este convento, que no habló, remitiéndose al tiempo en que cada una de ellas murió y vivió. La santa doña Francisca Gudiel, natural de la villa de Talavera, dicen que fue de la casa de los señores Meneses; esta religiosa tomó el hábito en tiempo de la claustra, pero en ocasión comenzó luego la reformación en aquella casa, como en las demás de la provincia, y vivió en ella muchos años con gran religión y ejemplo, tratando su persona con mucha aspereza [2]. Todo cuanto la daban de limosna sus deudos y otras personas (que era mucho), lo gastaba en servicio de los altares del convento, para los cuales hizo muy ricos ornamentos. Siendo sacristana mayor, estaba señalando a un bordador lo que había de hacer y, para esto, sacó una mano que dicen las tenía muy buenas. El bordador dijo: “¡Qué linda mano! Dios la bendiga”, de lo cual la madre doña Francisca de Gudiel se escandalizó tanto que al punto se fue de allí y se lavó las manos con tinta tantas veces que le quedaron en ella unas manchas leonadas y la duraron toda la vida. Con este cuidado, acudió la sierva de Dios a lo que en lo porvenir pudiera suceder a alguna otra persona que, aunque no se puede celebrar el hecho como otro que se escribe de otra monja de su misma orden que se llamaba la bienaventurada soror Lucía, que se sacó los ojos y los envió en un plato a un mozo liviano porque la dijo que estaba enamoradísimo de ellos, pero como esta santa, monja inspirada del Espíritu Santo, tuvo por menos inconveniente verse sin ojos que tenerlos a ley que fuesen ocasión de la caída de su hermano. Ese mismo motivo, aunque cosa muy desigual, fue la que redujo a la madre Francisca de Gudiel para que diese aquel baño a sus manos y no pareciesen a nadie de manera que oyese el despropósito del bordador. En tiempo de esta religiosa fueron las comunidades y, en cuanto podía, amparaba a los que trataban del servicio de Dios y del Rey. Era tan humilde y afable con todas las religiosas que cada una la amaba como a madre.

Fue Nuestro Señor servido de visitarla con una enfermedad muy penosa y derribarla en una cama tullida, donde estuvo muchos años hecha un retrato de trabajos y juntamente de paciencia y religión, porque era singularísima la mansedumbre con que llevaba las enfermedades y otras ocasiones de disgusto que se le ofrecían. Los ejercicios que allí usaba eran mucha oración, ayunaba los viernes con solo pan sin beber, en reverencia de la sed que Jesucristo Nuestro Señor había pasado en la cruz, todo aquel día contemplaba, con tanta devoción en el misterio de la Pasión y muerte del Señor, que derramaba muchas lágrimas y venía a dar muy grandes gemidos, y, con todo eso, cuando se confesaba, se acusaba del poco sentimiento con que meditaba este sacratísimo misterio. Ayunaba toda la Semana Santa a pan y agua; por estar tan tullida, cuando había de bajar a comulgar la bajaban algunas religiosas casi en brazos, y comulgaba con muchas lágrimas y singular ejemplo de todo el convento. Fue siempre muy dada a la oración y muy devota a la Encarnación y Pasión del Señor. Gastaba las mañanas en el coro en oración y las tardes la continuaba desde una ventana de su celda que sale al coro. Cuando llegó la hora de [343] recibir el premio de tan santos ejercicios y vida tan religiosa, y la enfermedad la fue apretando, de manera que se aparejó para morir, recibiendo con gran devoción los Santísimos Sacramentos. En el punto que expiró, el mal olor que causaba la enfermedad que padecía se trocó en una celestial fragancia y olor de violetas, alelises y azucenas, de lo cual fue testigo todo el convento. Dos religiosas que, venerando su cuerpo por santo, quisieron ser las que le amortajasen, no se hablaban algunos días antes por un enfado que habían tenido y, confundidas con tan evidente milagro, se abrazaron y pacificaron entre sí. Duró aquel olor del Cielo en el santo cuerpo hasta que le enterraron y, cuando le sacaron de la celda, la madre priora la cerró con llave para ver después qué se había de hacer de la ropa que en ella quedaba, y refiere una religiosa que en el ínter [3] en que se hacían las exequias, pasando ella por un terrado, al cual caía una ventana de la celda de la difunta, oyó dentro de ella, a la parte donde estaba la cama, música muy suave, y llamó a otras dos religiosas que fueron testigos del milagro. Cuando después del entierro volvieron la madre priora y convento a la celda, en abriéndola, sintieron en ella y en la ropa que allí había el mismo olor milagroso. Vivió esta bendita religiosa ciento y diez años y, hasta que murió, perseveró en sus ayunos y oraciones, como queda dicho.

Notas

[1] Al margen izquierdo: “Año de/1364”.

[2] La reforma de este convento se llevó a cabo, como la de muchos otros, en 1495. Sor Francisca Gudiel tomó el hábito unos años antes de esta reforma, por lo que podemos asumir que nació después de 1450, más o menos.

[3] Parece referirse a “ínterin: término forense introducido en nuestro vulgar, vale en el entre tanto” (Covarrubias) o “intervalo de tiempo que transcurre entre dos acciones o etapas” (RAE).