María de la Visitación
Nombre | María de la Visitación |
Orden | Jerónimas |
Títulos | Monja del Convento de San Pablo de Toledo |
Fecha de nacimiento | Finales del siglo XV |
Lugar de fallecimiento | Toledo, España |
Vida impresa
Ed. de Lara Marchante Fuente; fecha de edición: mayo de 2018; fecha de modificación: mayo de 2019.
Fuente
- Sigüenza, Fray José de, 1605. “Libro Segundo de la Tercera parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo”, Tercera Parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, doctor de la Iglesia, dirigida al Rey, Nuestro Señor, Don Felipe III. Madrid: Imprenta Real, 505, 511-512.
Vida de María de la Visitación
CAPÍTULO LI [1]
[505] De otras muchas siervas de Dios que han florecido con gran ejemplo en el mismo Convento de San Pablo
[511] […] María de la Visitación fue también religiosa de gran espíritu, y que es razón hacer particular memoria della, ya que no tan entera como merecía, a lo menos de sus cosas más notables. Era natural de Logroño, y dejó la nobleza del linaje y otras cien gracias naturales que Nuestro Señor puso en ella; diré las que importaron para servir en aquella comunidad: gran tañedora y que sabía bien música, y así fue corretora del coro toda su vida, con tanta asistencia que no faltaba de allí de noche ni de día. Estúvose siempre en el dormitorio común, sin querer celda particular, de allí se levantaba a Maitines y despertaba sus hermanas para que fuesen a gozar de los regalos dulces del Esposo, diciéndoles razones amorosísimas para que desechasen el sueño y la pereza.
Adelantábanse a todas, y quitaba y ponía los libros y registraba sin aguardar a la que lo tenía por oficio. Llevole Dios [512] una monja compañera que tenía, de que quedó como sola y triste: para consolarse pidió a la priora licencia, para que la dejase estar siempre en el coro. Estúvose allí poco menos un año, que no salía sino a cosas forzosas; sin tener otra cama ni otra celda encomendaba a Dios el ánima de la consorte con oraciones y lágrimas. Quiso el Señor, para el consuelo de su sierva, que viniese a darle la buena nueva de su descanso eterno, y de cómo estaba ya gozando de Dios por el socorro de sus lágrimas y ruegos. La más fuerte ocasión que podía sacarla del coro era poner paz entre algunas religiosas discordes, y si la priora tenía algún enojo con alguna, no paraba hasta que lo componía todo, de suerte que, si la caridad, y el amor del prójimo no le forzaba, ningún otro menester la meneaba de aquel lugar firme de la presencia de su Señor.
De aquí venía ser su silencio, recogimiento y entereza grande, sin querer descubrir jamás los gustos y los favores que en aquel lugar sentía y le venían del Cielo. Una noche rogó a otra su compañera que se fuese con ella al coro porque no osaba ir sola; preguntada a qué quería ir allí tan a deshora, respondió que a rogar por el ánima de una hermana de una monja que se le había encomendado. Hallose a la mañana que, a las diez o a las once de la noche, había pasado desta vida, que era la hora a que fue al coro a rogar por ella. Estando otra vez en el coro, vio a una monja algo apartada de las otras, componiendo el tocado con mucha curiosidad como si hubiera de salir a vistas, y mirando más atentamente, vio a un demonio que estaba cerca della, persuadiéndole que se ocupase en aquella vanidad, y se preciase mucho de aquella gala y donaire. Espantose esta santa de la endiablada visión tan reciamente que cayó en tierra como muerta. Vuelta del desmayo, comenzó a llorar agramente el engaño fuerte de aquella hermana. Fuese a ella los ojos hechos fuentes, testigos de la verdad y del sentimiento, díjole lo que había visto, avisándole de su daño, y que no curase de atavío, ni gala, que tan bien le parecía al diablo y tan mal a Dios. El aviso fue de mucha importancia, porque jamás osó la triste perder tiempo en tan vana ocupación.
Dos años antes que muriese, quiso el Señor que purgase en esta vida algunas imperfecciones, que con dificultad puede pasar un alma sin que tope con alguna dellas por mucho recato que ponga. Diole una perlesía que la derribó en la cama, donde padecía muchos trabajos y dolores. Quince días antes de su muerte, dijo con mucha alegría que nuestro Señor le había hablado y dicho que era ya poca la resta de la deuda, y le quedaba poco por padecer. Nueva dichosa y aviso regalado; aparejose para la partida, recibiendo con singular devoción los sacramentos. Pasados trece días, el Jueves Santo se le agravó el mal, el Viernes Santo perdió la habla, el Sábado Santo sabatizó en el monumento, y creyeron todas las hermanas sin duda que el Domingo entró a gozar la resurrección y gloria del alma. […]
[1] Figura en el texto como Capítulo LI pero debería ser el LII, debido al error señalado en la edición de la vida impresa de María de Ajofrín por Sigüenza, pues repite el número de capítulo XLIV.