María de Toledo
Nombre | María de Toledo |
Orden | Franciscanas |
Títulos | Beata, monja, prelada, abadesa y fundadora del monasterio Santa Isabel la Real de Toledo |
Fecha de nacimiento | 1437 |
Fecha de fallecimiento | 1507 |
Lugar de nacimiento | Toledo |
Lugar de fallecimiento | Toledo |
Contenido
Vida impresa y manuscrita
Ed. de María Aboal López (impresa) y Verónica Torres (manuscrita); fecha de edición: octubre de 2020 y junio de 2021.
Fuente
- Pisa, Francisco de, 1605. Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo e Historia de sus antigüedades y grandeza y cosas memorables que en ella han acontecido, de los Reyes que la han señoreado y gobernado en sucesión de tiempo, y de los arzobispos de Toledo, principalmente de los más celebrados, Toledo: Pedro Rodríguez, Imprenta Real, fols. 275r, 276v-277r.
- Pisa, Francisco de, 1612. Apuntamientos para la segunda parte de la Historia de Toledo. Biblioteca de Castilla-La Mancha, Ms. 193, fols. 78-81.
Criterios de edición
Aunque esta vida en el libro impreso forma parte de una enumeración de santos y, por tanto, no es propiamente una hagiografía, la recogemos aquí para que quede constancia de su inclusión en esta obra del siglo XVII. Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo, es decir, se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.), las sibilantes y se eliminan las consonantes geminadas. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza, así como la acentuación y puntuación, que se adapta a la actual. No obstante, se ha mantenido la escritura de “monesterio” y la no separación en “deste”.
En cuanto a la continuación manuscrita de la misma obra, aparece en un manuscrito del siglo XVIII con este título: “En este libro se contienen los Apuntamientos para la segunda parte de la Historia de Toledo que prometió escribir el Doctor Francisco de Pissa Decano en las Facultades de Santa Theologia, y Artes Liverales, y Cathedratico de Escriptura en la Insigne Universidad de Toledo: fechos y ordenados por el mismo, en el año de 1612”. El relato aparece así en Los apuntamientos para la segunda parte de la Historia de Toledo de 1605. La alusión a María de Toledo se integra en el apartado correspondiente al monasterio Real de Santa Isabel. Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas, es decir, se moderniza la ortografía (b/v, j/g, qu/cu, etc.), así como el uso de mayúsculas y la acentuación y puntuación, que se adapta a la actual.
Vida de María de Toledo
(1605)
[Libro Quinto]
[Fol. 275r]
Capítulo XXXVI
Catálogo o lista de santos propios de esta ciudad de Toledo
[…]
[Fol. 276v] […] Doña María de Toledo, que se quiso nombrar sor María la pobre, monja y abadesa del hábito y Orden de Santa Clara de la observancia, en el monesterio de santa Isabel de los Reyes, que ella fundó en esta ciudad en unas casas grandes que los Reyes Católicos le dieron para este efecto, junto a la iglesia parroquial de San Antolín en esta ciudad; falleció a tres de julio de mil y quinientos y siete. Clareció en milagros; su [fol. 277r] cuerpo está enterrado y se muestra entero en el coro de las monjas deste monesterio.
(1612)
El monasterio Real de Santa Isabel
[Fol. 78] Asimismo, cae en este distrito de la parroquial de San Antolín el monasterio Real de Santa Isabel de los Reyes, que es de monjas de Santa Clara, fundado desde su principio por doña María de Toledo, la [que se] quiso nombrar Soror Ma- [fol. 79] ría la Pobre por menosprecio del mundo, hija de Pedro Suárez de Toledo y de doña Juana de Guzmán, su mujer, Señores de Pinto. La cual fundó este monasterio por los años del señor de 1477, en el cual vivió otros 30 años santamente haciendo Nuestro Señor por ella muchos milagros así en su vida como en su muerte, de que se tiene noticia y están autorizados, y de ellos se hará mención en un cuaderno aparte. Su cuerpo está sepultado en el coro de las monjas tan entero como se puso al principio.
Y fue así que teniendo esta santa propósito y devoción de fundar un monasterio de monjas con la [fol. 80] advocación de San Francisco, siendo ella de la Orden Tercera del mismo santo, viniendo a esta ciudad los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, y sabido por ellos el santo propósito de doña María, para ayudarla en su buen deseo la hicieron merced y gracia de aquellas casas reales, que eran suyas, y por memoria y devoción de Santa Isabel de Hungría, que era también de la Tercera Orden del santo, fue dedicado el monasterio a esta misma santa, y se llama de Santa Isabel de los Reyes, esto es, de los Reyes Católicos, cuyas eran las casas.
Asimismo, los dichos señores Reyes Católicos con autoridad apos- [fol. 81] tólica y del arzobispo de Toledo, dieron a las monjas la iglesia de San Antolín, que era parroquial, como está dicho, y les venía muy a cuento a las monjas para su iglesia. De este monasterio se hallará escrito en las Crónicas de San Francisco, 3ª parte, lib. 8, cap. 15, y la Vida de esta santa María la Pobre escribe el reverendísimo fray Francisco Gonzaga, obispo que al presente es de Mantua, en la 3ª parte de la Historia Seráfica en la provincia de Castilla, tratando de este monasterio de Santa Isabel.
Vida impresa (1)
Ed. de Verónica Torres Martín; fecha de edición: noviembre de 2020
Fuente
- Alcocer, Pedro de, 1554. “Libro segundo, en que particularmente se escribe el principio, y fundamento desta sancta ygleia de Toledo…”, Hystoria, o descripcion dela Imperial cibdad de Toledo. Con todas las cosas acontecidad en ella, desde su principio, y fundacion. Adonde se tocan, y refieren muchas antigüedades, y cosas notables de la Hystoria general de España, Toledo: Juan Ferrer, fols. 106v col. b - 107r col. b.
Criterios de edición
El relato aparece en el libro segundo de la Historia, o descripción de la imperial ciudad de Toledo, impreso en 1554, en el que se describe la fundación de los monasterios, hospitales y lugares píos de la ciudad de Toledo. La vida de María de Toledo se integra en el decimoquinto capítulo, en el que se ejemplifica la fundación del monasterio de Santa Isabel de los Reyes.
Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por ello, se ha decidido respetar la morfología de las palabras con interés morfológico o fonológico con la intención de no perder los valores fonéticos, léxicos y sintácticos de la época. Asimismo, se han conservado las grafías de sibilantes por tratarse de un impreso de mediados del siglo XVI. Además, para facilitar la localización del texto, se indica el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).
Vida de María de Toledo
Capítulo XV
Del monesterio de Santa Isabel de los Reyes
[fol. 106v col. b] El devoto monesterio de Santa Isabel de los Reyes de esta ciudad de Toledo, que es de monjas de la Orden de Santa Clara, fue en su principio fundado por doña María de Toledo, hija de Pero Suárez de Toledo y de doña Juana de Guzmán, su mujer, señores de Pinto. La cual, siendo desde sus tiernos años empleada en servicio de Nuestro Señor con grande y maravilloso hervor de devoción y queriendo al fin de sus días perficionar este amor y gran desseo del servicio de Dios, fundó este católico [1] monesterio en el año del Señor de 1477 años, siendo ella de edad de 40 años, en el cual vivió santamente treinta años, haziendo Nuestro Señor por ella muchos miraglos, assí en vida como en muerte. Siendo, pues, esta señora de edad de 39 años, hubo una grande enfer- [fol. 107r. col. a] dad en la cual fue divinalmente amonestada que fundasse un monesterio adonde mejor pudiesse salvar su ánima y la de otras. Lo cual de tal manera inprimió en su coraçón que nunca de él se apartó, y, como Dios nuestro Señor había de ser tan servido de ello, ordenó cómo este su santo desseo hubiesse efecto y casi [2] acaeció que, viniendo por estos días a esta ciudad los Reyes Católicos y sabiendo el santo propósito de esta doña María, quisieron como católicos favorecer y ayudar su buen desseo. Para ayuda del cual le hizieron merced de aquellas casas, adonde hizieron el monesterio de Santa Isabel, que eran suyas de ellos. Y por esto, en memoria de esta Católica Reina, tomó tal nombre. Recebida esta donación, esta religiosa mujer començó a entender con gran diligencia en la obra de esta santa casa, a lo cual le ayudó con gran cantidad de dineros doña Juana de Toledo, su hermana. Y siendo acabado este monesterio, la dicha doña María de Toledo se encerró en él con otras dos religiosas de honesta vida en el año susodicho y, aun de más de estas dos religiosas, recibió después otras algunas por amor de nuestro Señor y por la bondad que en ellas conocía.
Y el cuerpo de esta santa mujer está en el coro de las religiosas tan sano y entero como cuando allí se metió. Y, habiéndoles dado los Reyes Católicos a estas santas vírgines esta dicha casa, les dieron también por autoridad apostólica y arçobispal la iglesia de S. Antolín, que era parroquial y les venía muy a propósito para su iglesia y la perroquia [3] que en ella estaba se passó a la iglesia de S. [fol. 107r col. b] Marcos, que era muçárabe, adonde agora está, y esto fue casi tres años después que en esta casa entraron. Está sepultada en el coro de estas religiosas la reina princesa doña Isabel, hija mayor de los Reyes Católicos, que fue primero casada con el príncipe don Alonso de Portugal, que murió en Santarén de caída de un caballo, y después con el rey don Manuel de Portugal, que por muerte del dicho príncipe heredó aquel reino. La cual, aunque murió en Çaragoça, se mandó traer a esta santa casa y que la sepultassen en el coro en una sepultura llana y humilde entre las religiosas. Y, entonces, sacaron de él a doña Inés de Ayala, que estaba en él sepultada (desde antes que estas religiosas tomassen la possesión de esta iglesia), y la pusieron a la mano derecha del altar mayor con un letrero por do parece que esta señora fue mujer de Diego Fernández, mariscal de Castilla, y agüela de la reina doña Juana de Aragón, madre del Católico Rey don Fernando.
Notas
[1] Aparece escrito “cathoiico”.
[2] Posible errata por “así”.
[3] Se respeta la oscilación vocálica al escribir esta palabra y sus derivaciones.
Vida impresa (2)
Ed. de Mar Cortés Timoner; fecha de edición: mayo de 2021.
Fuente
- Villegas, Alonso de, 1588. Addicion a la Tercera Parte del Flos sanctorum: en que se ponen vidas de varones illustres, los quales, aunque no estan canonizados, mas piadosamente se cree dellos que gozan de Dios por auer sido sus vidas famosas en virtudes... Huesca: Iuan Perez de Valdiuielso. Fols. 60v col. a – 61v col. b.
Criterios de edición
El relato conforma el apartado 204 (“Vida de soror María la Pobre, monja de Sancta Clara”) de la Adición de la Tercera Parte del Flos sanctorum de Alonso de Villegas impreso en 1588.
Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por ello, han sido eliminadas las duplicaciones de consonantes: cc/c, ff/f, ll/l, ss/s y, además, se ha suplido “ph” con “f”, “ps” con “s”. Sin embargo, se respetan los grupos consonánticos -nc- (sancta), -pt- (Baptista) y -bj- (subjeto), y las contracciones. Además, se mantiene la conjunción copulativa “y” ante palabras iniciadas con el sonido vocálico “i”. Asimismo, para facilitar la localización de los textos, hemos indicado el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).
Vida de María de Toledo
[fol. 60v col.a - 61v col. b] [1] Hablando el real profeta David, en diversas partes de sus Salmos, en persona del Hijo de Dios, Jesucristo Nuestro Señor, se llama pobre, y fuelo tanto que quiso un día reclinar su cabeza su Majestad, teniéndola herida y lastimada, y no tuvo sino un duro madero. Y antes lo había Él mismo dicho: “Las zorras del campo tienen cuevas y las aves del aire nidos, y el Hijo del hombre no tiene en que recline su cabeza”. Considerando esto, una bienaventurada mujer señora de grande linaje y muy rica se hizo pobre por imitar a Cristo. Y fuelo tanto que tomó por apellido el nombre de Pobre, como parecerá en su vida colegida [2] de memoriales antiguos del monasterio de Sancta Isabel de Toledo que ella fundó y de las crónicas de Sant Francisco, y es en esta manera:
Doña María de Toledo, que soror María la Pobre se quiso nombrar por menosprecio del mundo, fue de la muy ilustre sangre de los duques de Alba y de los condes de Oropesa, hija de Pero [3] Suárez de Toledo y de doña Juana de Guzmán, señores de Pinto, y muy temerosos de Dios. Siendo de pequeña edad, mostrábase muy recogida y honesta. Su corazón se enternecía tanto con los pobres que de ninguna cosa mayor consuelo tenía que en les hacer limosnas y remediar sus necesidades. Hiciéronla fuerza sus padres que casase, y casó con un caballero de la Andalucía, señor del Carpio, y vivió con él siete años sufriendo grandes trabajos pacientemente. Y no teniendo hijos y alcanzando licencia de su marido, se volvió a Toledo, a casa de su madre, donde tuvo nuevas, poco después de su venida, que su marido era muerto.
Viéndose libre para darse toda al servicio de Nuestro Señor, dejó los trajes seglares y vistiose el hábito de Sant Francisco, muy grosero y vil con túnica de paño bajo, y persuadió a sus criadas se vistiesen de la misma manera. Y como otra sancta Isabel hija del rey de Hungría, a quien imitó mucho esta sierva de Dios, comenzó a ejercitarse en obras de misericordia. Iba a los hospitales, hallábase a los entierros de pobres, visitaba los encarcelados, procuraba saber de las personas envergonzantes y doncellas huérfanas y remediaba todo lo que podía. Servía a los enfermos con mucha diligencia y fervor de caridad: lavábales las llagas y besábaselas gastando las tocas de su cabeza en esto y, a las veces, les daba sus proprios vestidos, volviendo a su casa [fol. 60v col. b] sin ellos. Desde que supo la muerte de su marido, anduvo descalza hasta que ella murió, por mayores fríos y nieves que hubiese. Levantábase de noche y, con otra señora viuda que la acompañaba, iba a maitines a la iglesia mayor, y oíalos con mucha devoción y atención. Tuvo por su confesor a fray Pedro Pérez, fraile menor de la observancia, varón docto y muy espiritual, y por su doctrina se regía la sierva de Dios en sus ejercicios espirituales. Traía siempre un áspero cilicio, y con duras disciplinas afligía su cuerpo para que estuviese más subjeto al espíritu. Era grande la reverencia y devoción con que se aparejaba para recebir el Sanctísimo Sacramento, y recibíale a tercero día o a los ocho [días] cuando más tarde. Por estos sanctos ejercicios y trabajos con que buscaba a su Amado Jesucristo, era muchas veces de su Divina Clemencia visitada y descubríale algunas cosas que estaban por venir, las cuales, por parecer de su confesor, declaraba, siendo provechosas a las almas. Y, entre otras, siéndole revelados algunos pecados gravísimos que muchos cristianos convertidos de judíos y moros cometían contra la fe, descrubriolo a los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, y fue gran parte para que los Reyes, con celo sancto de la honra de Dios, para remedio desto introdujesen el Sancto Oficio de la Inquisición, como le introdujeron en España.
Crecían cada día más los fervorosos deseos del servicio de Dios en su sierva y, para ponerlos en obra, ocupose un tiempo en servir a los enfermos de un ilustre hospital, que está en Toledo, llamado de la Misericordia. Tomó allí aposento para mejor de día y de noche servirlos, como lo hacía, con humildad y caridad grande. Ya tarde, se encerraba en aquel recogimiento y estaba en oración hasta los maitines y, tomando algún poco de sueño, luego volvía a servir y curar los enfermos en todos los servicios viles y trabajosos, haciendo consigo misma, en este tiempo, increíbles mortificaciones y asperezas. Y, por su ejemplo incitados, los nobles de Toledo ordenaron cofradría en la cual por su orden cada uno sirviese su semana dentro del hospital, como hoy día se hace. Había dado la sierva de Dios su hacienda al mismo hospital y, visto que ni esto ni los proprios que él tenía bastaban para los enfermos que venían a él a ser curados, salió con la otra su amiga, la cual se llamaba Juana Rodríguez, a pedir limosna por la ciudad de puerta en puerta, y volvía bien cargada a sus enfermos. De aquí se le levantó [4] grande persecución de sus parientes y de su propria madre, [fol. 61r col. a] que le era muy contraria por verla ocupada en obras tan viles, afrentándose y teniendo su sancta vida por deshonra. Mas la sierva de Dios recebía con mucha paciencia y alegría de su alma todas las persecuciones y injurias que se le hacían, añadiéndosele a estos trabajos otro [trabajo], que cayó en una grave enfermedad, y su madre la llevó a su casa, donde recibió los sacramentos y se aparejó para la partida. Mas Nuestro Señor quiso dar más coronas de merecimientos a su verdadera sierva, y diole salud y nuevos deseos de se entregar toda en su amor y servicio. Y suplicando ella y su devota amiga con fervientes oraciones les enseñase en qué estado y vida sería dellas más servido, fueles por el Señor revelado ser su voluntad que edificasen un monasterio de monjas donde sus almas y de otras muchas se salvasen.
A este tiempo, viniendo a Toledo los Reyes Católicos, como tuviesen mucha devoción a la sierva de Cristo y conociesen el sancto deseo que tenía, diéronle para este efecto unas casas grandes que estaban junto con la iglesia parroquial Sant Antolín, en la misma ciudad. Y allí se edificó el monasterio del Orden de Sancta Clara de la Observancia, y le fue puesto nombre de Sancta Isabel de los Reyes. Y en la edificación desta casa gastó mucha cantidad de dineros doña Juana de Toledo, hermana desta sierva de Dios, también mujer de muy sancta vida. Acabado, pues, el monasterio, la sierva y esposa de Cristo, María la Pobre, tomó el hábito y regla de Sancta Clara, con otras muchas que la siguieron, y fue abadesa del dicho convento. Y en este estado de más perfección levantada, como en más altos desposorios divinos, en los cuales, dejando el mundo, [5] el alma se aparta a la soledad en secretos y angélicos ejercicios de su Amado, y con su corazón oye y conversa a su Esposo Jesucristo, así creció en perfección y sanctidad de vida que a todos puso admiración. Y fue entendido de muchos que Nuestro Señor concedió a su bienaventurada sierva que representase al mundo la vida admirable de Sancta Clara, cuya regla y estado había profesado.
El orden de vida desta esposa de Cristo en la religión fue andar vestida de una túnica de muy áspero cilicio, su hábito y manto eran de muy vil saco remendado, su lecho una tabla o algunos sarmientos, la cabecera una piedra o palo. Después de maitines dichos a la medianoche, no dormía, sino perseveraba en oración hasta la prima. Y esta conversación divina se parecía [6] en su rostro, en el cual resplandecía maravillosa y angélica alegría. No comía carne ni gustaba jamás vino, ayunaba continuamente, y tres días en la semana a pan y agua, y lo mismo la Cuaresma. Y siempre comía los pedazos de pan que dejaban las otras monjas. Comulgaba muy a menudo y, en tal día, no comía sino ya tar- [fol. 61r col. b] de unas pocas de pasas o cosas semejantes. En su conversación era afable, mostrando apacible rostro a todas las monjas y si, por necesidad, reprehendía a alguna, no se recogía a la noche sin la dejar alegre y consolada. En los servicios del convento era siempre la primera, y con tanta caridad servía a las enfermas que, con su presencia y amorosas palabras, muchas veces las sanaba de sus enfermedades. Y cuanto de más edad tanto más se augmentaba y crecía el espíritu de la sierva de Dios porque, después de muchos años, acrecentó al áspero cilicio una túnica muy cruel tejida de cerdas de jabalí y de pelos de cabras. Muchas veces era visitada de su Amado Esposo Jesucristo con muy suaves y divinas consolaciones, y desto daba indicios su rostro, como un día de la Transfiguración, que se le vido una monja tan resplandeciente como el sol y, importunada, dixo con mucha humildad que Nuestro Señor le revelaba la gloria de su Transfiguración como si ella presente se hallara en el monte Tabor, cuando delante de sus apóstoles se transfiguró.
Llegándose a la sierva de Dios el fin de su destierro, comenzó a ser atormentada de muchas y graves enfermedades. Un año padeció terribles dolores que parecía, en todos los momentos, serle sacados sus huesos y las entrañas sin nunca ser vista en ella señal de impaciencia o turbación, mas llena de muy suave alegría en su espíritu alababa a Nuestro Señor. Y como olvidada de sus dolores, se hacía llevar a visitar las otras enfermas, y así las consolaba y confortaba que parecía vivir más la esposa de Cristo en regalos que tormentos. A cabo del año creciole la calentura muy aguda y subiole el frenesís [7] a la cabeza. Y aunque perdió el uso del entendimiento, ningunas palabras salían de su boca sino muy sanctas, puesto que las decía en latín, que ella no entendía, como eran estas: “Iin pace in idipsum dormiam et [8] requiescam: In manus tuas domine commendo spiritum meum: Vias tuas domine demonstra mihi: Hac requies mea in seculum seculi”. Pasados tres días tornó en sí, pidió y recibió con singular devoción todos los sacramentos. Y después desto, vivió dos días confortando siempre las monjas en el servicio de Nuestro Señor y devoción de su Sanctísima Madre y de Sant Juan Baptista y toda la corte celestial. A este tiempo fue oída de las monjas que estaban con la sierva de Dios una voz que la llamaba, y con muchas lágrimas pidieron la bendición a su bendicta madre. Y rogando ella a Nuestro Señor por sus hijas, sintiendo la voz del Esposo celestial que la llamaba, respondió: “En paz con Vos, Señor mío, descansaré para siempre”. Y luego con voz alta se despidió de sus hijas diciendo: “Hijas mías, quedaos con la paz del Señor”. Y muy quietamente pasó su bendita alma al Señor en el año de mil y quinientos y siete, un sábado después de la fiesta [9] [fol. 61v col a] de Sant Pedro y Sant Pablo, en tres días de julio, teniendo setenta años de edad y treinta de religión. Sintiose, luego que murió, un olor suavísimo en aquel aposento y una música tan suave que excedía a todo lo que humanamente puede entenderse, no faltando algunas revelaciones en personas de sancta vida por las cuales se entendió la gloria de su bendita alma.
El cuerpo desta ilustre religiosa se muestra entero, tratable y blando en el coro de las monjas de su monasterio de Sancta Isabel. Las cuales tienen algunos testimonios de [fol. 61v col. b] milagros que obró Dios por los merecimientos desta su sierva, como de un clérigo tollido de ambos pies que fue sano, y del mismo mal fue sanada una mujer tocando su túnica. Y otra cobró vista. Y muchas casadas estériles alcanzaron de Nuestro Señor tener hijos encomendándose a su sierva María la Pobre. Estos milagros, con la vida desta sancta, se refieren en la tercera parte de las crónicas de Sant Francisco, libro octavo, capítulo [10] trece y catorce. Y en la historia de Toledo de Pedro de Alcocer, libro 2, capítulo 15, se escribe su vida. [11]
Notas
[1] En el lateral izquierdo (fuera de la caja de escritura) podemos leer: “En. 3. de Iulio. Ef. 24. 39. 69. 85. & I08. Matth. 8.”
[2] En el margen: “Authores.”
[3] Se conserva “Pero” aunque, posteriormente, en el texto aparece la modernización del nombre.
[4] En el texto: “levento”. Subsanamos la errata y acentuamos según los criterios de edición.
[5] En el texto “a alma”. Se corrige la incoherencia sintáctica.
[6] Es decir, se “aparecía” o “reflejaba”.
[7] Actualmente, “frenesí”: CORDE. http://corpus.rae.es/cgi-bin/crpsrvEx.dll [Consulta 5 de mayo de 2020].
[8] Se ha suplido el signo tironiano por la conjunción copulativa “et” pero se ha conservado la puntuación. “En paz me dormiré y descansaré. Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu. Señor, muéstrame tus caminos. Este es mi reposo por los siglos de los siglos.”
[9] En el margen derecho leemos: “Año de 1507.”
[10] En el texto “capit.”
[11] En el catálogo, Verónica Torres ha editado la biografía que aparece en la obra de Pedro de Alcocer. Ver Vida Impresa (1)
Vida impresa (3)
Ed. de Pedro García Suárez; fecha de edición: diciembre de 2016.
Fuente
- Salazar, Pedro de, 1612. Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado Padre San Francisco, Madrid: Imprenta Real, 359-367.
Vida de María de Toledo
Capítulo XXIIII
[359] Del nacimiento y crianza de doña María de Toledo, fundadora del Monasterio de S. Isabel la Real de Toledo
Fue doña María de Toledo, natural de la ciudad de Toledo, hija de Pedro Suárez de Toledo y de su mujer doña Juana de Guzmán, Señores de Pinto. Era Pedro Suárez de los señores de Alva y de Valdecorneja, y de los señores de Oropesa, linaje antiquísimo en España y de gran nobleza. Eran estos señores Pedro Suárez y su mujer muy cristianos y devotos. Y ansí parece que, premiando Dios sus buenas obras y virtudes, les dio a doña María de Toledo por hija. La cual desde muy tierna edad dio muestras de la gran perfección que había de tener en el discurso de su vida. Lo primero que podemos decir de su niñez es que desde muy pequeña fue aficionada a los pobres, y usó con ellos de mucha caridad. Fue desde que tuvo uso de razón muy inclinada a guardar limpieza y pureza virginal. Y ansí había propuesto firmemente de guardarla toda su vida. Ejercitose en esta tierna edad en hacer todas las limosnas que podía a los pobres, y todo lo que le daban para almorzar [360] y merendar, lo daba por amor de Dios. Las vanidades y niñerías de aquella edad siempre las aborreció, y como si fuera una mujer anciana y muy prudente, se ocupaba en obras santas. Cuando se podía esconder de su madre, íbase a un oratorio donde sus padres oían misa, y allí se estaba rezando y encomendándose a Dios muy de veras, y ansí alcanzaba de su divina Majestad, grande aumento de virtud y devoción. Llegada a edad de poderse casar, fue tanta la importunidad y instancia que sus padres en esto le hicieron que hubo de consentir en lo que le pedían, y mudar el propósito de la virginidad en santo y honesto matrimonio. Casáronla sus padres con García Méndez de Sotomayor y de Haro, Señor del Carpio. Estuvo con su marido siete años, y nunca parió, y después alcanzó licencia de su marido y vínose a Toledo a ver a sus padres; y pocos días después tuvo nueva cómo su marido había muerto: y en sabiéndolo hincose de rodillas, y dio gracias al Señor por verse libre para poder muy de veras ocuparse en su servicio. Y luego dejadas las vestiduras preciosas, se vistió de una túnica de paño, y de un hábito a manera de religiosa de San Francisco; el cual vestido era muy áspero y vil; y persuadió luego a todas las mujeres que estaban en su compañía a que hiciesen lo mismo. Desde entonces comenzó determinadamente a darse y ejercitarse en obras de misericordia. Visitaba todos los hospitales y hallábase en todos los enterramientos de personas pobres: acudía muy de ordinario a las cárceles y buscaba pobres vergonzantes y huérfanos, a todos los cuales servía y daba lo necesario, como verdadera madre de todos. También redemía cautivos, y los muchachos echados a las puertas de las Iglesias hacíalos criar a su costa, y después los ponía a oficios con que todos se remediasen. Pero entre todos estos santos ejercicios, en el que más de veras se empleaba era en curar enfermos pobres, a quien trataba con verdadera caridad y piadosas entrañas: a los cuales muchas veces les curaba las llagas, y lavaba los pies y se los besaba, y con muy suaves palabras los consolaba; y en otra cualquier cosa que veía tenían necesidad, y ella podía remediarla, lo hacía con muy gran diligencia y solícito cuidado. Anduvo siempre descalza después de la muerte de su marido, y aunque hiciese muy recios fríos, y los inviernos rigurosos y ásperos, jamás se calzó. Iba a Maitines cada noche a la Iglesia Mayor de Toledo, acompañada de una mujer amiga suya, que se llamaba Juana Rodríguez; la cual [361] halló muy pronta y aparejada para cualquier ejercicio de virtud y penitencia. Estuvo dentro en la Iglesia Mayor de Toledo un año, sin salir della ni comunicar con persona ninguna, salvo con su familiar amiga Juana Rodríguez y con su confesor, que era un fraile de san Francisco, llamado fray Pedro Pérez. Hizo esto para poderse dar con más devoción y espíritu a la contemplación y meditación. Había esta señora escogido al dicho fray Pedro Pérez para su confesor, por ser gran religioso y muy docto, con cuya doctrina y ejemplo hizo grande aprovechamiento en el camino de la perfección, al cual había dado la obediencia y la guardaba muy de veras. Andaba en este tiempo vestida de un muy áspero silicio, y con crueles disciplinas afligía su cuerpo delicado, para hacerle sujeto al espíritu. Comulgaba al tercer día, y lo más largo de ocho a ocho días, y esto era con tanta preparación y reverencia cuanta le era posible. El día que comulgaba ninguna otra cosa comía más de pan y agua. Sentía en los tales días muchos regalos de la divina clemencia en tanta abundancia que su espíritu era lleno de divinas consolaciones y alumbrado con celestiales revelaciones. Revelole nuestro Señor muchas cosas, las cuales por mandado de su confesor dejó escritas, y entre ellas era una, que el Reino de Granada vendría a poder de cristianos. También que los conventos de frailes menores claustrales y de las monjas habían de ser reformados. Revelole también nuestro Señor las grandes maldades y abominables herejías que los cristianos destos reinos cometían por la comunicación y trato que tenían con los moros y judíos que en ellos vivían. Pues manifestando esta santa mujer estas cosas a los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel (con quien tenía mucha autoridad y crédito), llamáronla a Segovia, adonde entonces ellos estaban. Y tratando con ella estos negocios y pidiéndole su parecer, determinaron se pusiese en España el Santo Oficio de la Inquisición. Y ansimismo ordenaron otras muchas cosas tocantes al servicio de nuestro Señor.
Capítulo XXV
De cómo doña María de Toledo, después que volvió de Segovia, no quiso tornar a casa de su padre, y se fue al Hospital de la Misericordia
Alcanzada licencia de los Reyes Católicos en Segovia, vínose a Toledo; no quiso tornar [362] en casa de su padre. Y después de haber puesto en estado las mujeres y criadas que tenía, ofreciose toda al servicio de Nuestro Señor, y fuese al Hospital de la Misericordia para emplearse de día y de noche en servicio de los enfermos. Y era cosa de admiración el cuidado y solicitud que en ello ponía, acudiendo a todas las necesidades dellos, a los cuales trataba con mucha benignidad y regalo; solo era para sí misma muy áspera, siendo para todos misericordiosa. La camisa que traía era un saco de sayal o xerga muy áspero. La cama era unas pajas, y la manta con que se cubría era pelos de cabra, y de lo mismo era el almohada. Tenía una celda muy pequeña, donde, después de haber acabado de curar y visitar los enfermos, estaba toda la noche hasta Maitines en oración. Y después de haber dormido un poco levantábase muy de mañana y limpiaba los servicios de los enfermos; y en cuanto podía regalaba y consolaba los enfermos. De donde manó que los Caballeros de Toledo hiciesen una Cofradía en la cual cada uno sirviese una semana en el Hospital de la Misericordia, lo cual ha permanecido hasta el día de hoy. Pasó muy adelante la cristiandad desta mujer, acompañada de muy grande humildad, porque queriendo con más abundancia regalar y servir a los enfermos, después que había dado al hospital y a la capilla d’él todo cuanto tenía, comenzó a pedir por amor de Dios (con su compañera Juana Rodríguez) de puerta en puerta, y llevaba con mucha alegría (sobre sus hombros) lo que le daban. Levantose por esta causa una grandísima persecución de sus más propincuos parientes, porque se afrentaban de verla andar de aquella manera y huían della por no encontrarla por las calles; y muchas veces le reprendieron y deshonraron: unos la llamaban loca, otros, desperdiciadora y gastadora, otros le decían que afrentaba a todo su linaje. De suerte que todos sus deudos la vinieron a aborrecer; y fue tanto esto que aun su madre (con ser muy cristiana y bendita mujer) no la podía ver. Mas la bienaventurada, deseando conformarse con Jesucristo Nuestro Señor, no solo llevaba esto con mucha alegría, más aun las bofetadas que su compañera le daba, por mandado de su confesor (para ejercitarla en paciencia y humildad), recebía como tesoro divino y precioso. Pasados desta manera tres años, cayó en una gravísima enfermedad; y llegada a lo último de su vida, y recibidos los sacramentos, vino a verla su madre, la cual no le pudo negar el amor y entrañas maternales; [363] y estando allí con ella y puesta de rodillas delante de una imagen de Nuestra Señora que allí estaba, le pedía (con lágrimas y suspiros e instancia de oración) salud para su hija, y muy en breve, como si hubiera resucitado, la vio sana y libre de su enfermedad. Llevola a su casa para que acabase de curar y regalarla en su convalecencia, y dentro de pocos días estuvo de todo punto buena.
Capítulo XXVI
Cómo doña María de Toledo después desta enfermedad tomó el hábito de monja de Santa Clara en el Monasterio de Santa Isabel la Real de Toledo
Después que la santa mujer cobró entera salud comenzó a tratar consigo misma, cómo dispondría de sí de manera que más sirviese a Nuestro Señor: unas veces pensaba ir en romería a Jerusalén, otras buscar otra vida más estrecha, y otras cosas semejantes. Y andando ella y su fiel compañera revolviendo estos santos y divinos pensamientos, pusiéronse en ferventísima oración, suplicando muy de veras a Nuestro Señor les revelase su divina voluntad. Tuvo sobre esto revelación divina, por lo cual entendió que la voluntad del alto Señor era que fundase un monasterio de monjas adonde ella y otras muchas le sirviesen. En este tiempo (por ordenación divina) acaeció que vinieron los Reyes Católicos a Toledo, y la dicha doña María de Toledo comunicó con la reina doña Isabel su determinación y santo propósito; y los Reyes holgaron mucho dello, los cuales le dieron una buena casa que ellos tenían en Toledo, que era el sitio donde ahora está fundada Santa Isabel, que es la Orden de santa Clara, al cual le pusieron este nombre por causa de la reina. Tomó allí el hábito, y con ella algunas criadas suyas, y otras devotas mujeres. Hicieron luego abadesa a la dicha doña María de Toledo, fundadora del dicho convento. El orden de su vida, después de ser monja y prelada, es este: traía de ordinario un áspero cilicio, desde el cuello hasta los pies. La túnica, hábito, y manto, todo era muy vil, roto, y muy viejo. Su cama eran unos sarmientos mal compuestos, o una tabla, y el almohada era una piedra o un madero. Después de Maitines no tornaba a la cama, por quedarse en el coro en oración hasta Prima. Y, del gran consuelo que de la oración sacaba, traía siempre la cara llena de alegría y [364] contento. No comía carne, ni bebía vino, y todo el año ayunaba con mucha abstinencia, y los tres días de la semana ayunaba a pan y agua, y en los otros tomaba algún refrigerio de vianda. La Cuaresma que llaman de los Ángeles solía ayunar a pan y agua. Cada día buscaba las cestillas en que se cogían los pedazos de pan que sobraba a las monjas, y lo que ellas dejaban, buscaba y recogía para su comer. Y cuando no los hallaba, rogaba a la resitolera le diese los mendrugos de pan que habían las monjas dejado. Comulgaba muy a menudo, y el día que recebía al Señor no comía más de unas almendras o pasas después de Vísperas. Los manjares que le daban en la mesa para comer, enviaba a los pobres. Todo cuanto fue en sí remedió las necesidades del prójimo; y ansí a los que llegaban a pedir al monasterio por amor de Dios, o los que en otras partes padecían alguna necesidad, procuraba remediar y consolar. Era humanísima con las monjas; y si alguna vez reprendía a alguna dellas, antes que se recogiese en la noche la hablaba, y dejaba muy consolada y alegre. Era siempre primera en los trabajos y oficios del monasterio, los cuales hacía con mucha diligencia y cuidado. Visitaba y servía a las enfermas con tanto amor y caridad que muchas veces su sola presencia les daba salud. Ansí como iba creciendo en edad crecía en el rigor y aspereza de su cuerpo, añadió al silicio una túnica tejida de cerdas y pelos de cabra para con eso poder ofrecer a Dios su cuerpo más mortificado. Como esta santa mujer era ejercitada muy de ordinario en altas meditaciones, aconteció que un viernes de Cuaresma, juntándose a la disciplina, como acostumbran, la vio otra monja que tenía la cara muy resplandeciente y con gran claridad, de donde salía un rayo de luz muy claro y grande, que la luz se extendía tanto que llegaba hasta la monja que esto vio. Y como le preguntase y rogase, con mucha importunidad, le dijese qué había visto o sentido en aquella hora (porque ella nada decía, sino siendo a ello muy forzada), dijo que había Nuestro Señor permitido que ella gustase en aquel tiempo aquella caridad incomprensible, con la cual quiso padecer tan crueles azotes y inmensos dolores. Otras muchas cosas le acaecieron y muy dignas de memoria, que Nuestro Señor hizo por su sierva, que por abreviar no se relatan aquí, solo diremos lo que en el fin de sus días hizo.
Capítulo XXVII
[365] Del fin de doña María de Toledo, y de los milagros que hizo
Acercándose el fin de la dicha doña María de Toledo, padecía muy grandes enfermedades. Y como el tiempo pasado de su vida no había tenido gloria en otra cosa sino en la cruz de Cristo y en su Pasión, suplicábale que los dolores y tormentos que su divina Majestad había padecido en la cruz permitiese que ella, en cuanto le fuese posible, los experimentase. Oyola el divino Señor, porque desde allí adelante le acometieron tan vehementes dolores que todos los huesos parecía se le quebraban en el cuerpo, y que cada momento la partían por sus coyunturas. Y aunque estuvo un año entero padeciendo estos dolores, nunca de su boca se oyó palabra que fuese impaciente, ni aun dio señal de tenerla: antes muy alegre y regocijada alababa a Dios sin jamás cesar. Y como olvidada de sí, hizo hacer una silla en la cual iba a visitar a las otras enfermas y las consolaba, y holgaba tanto de sus dolores y trabajos de sí misma que más le parecía estar en paraíso y gloria que padeciendo tormentos y dolores. Si alguna vez estando enferma le daban las que servían alguna cosa, y se tardaba algún tanto en tomarla, luego a la hora les pedía perdón con muy grande humildad. Finalmente, al cabo de un año que estaba enferma, le dio una landre y una calentura muy aguda, de que moría mucha gente; y tan grave fue lo uno y lo otro que la sacaron de juicio, pero con todo eso nunca dejó de decir palabras muy benditas y santas, unas veces decía: “In pace in idipsum dormiam et requiescam”, otras: “In manos tuas Domine commendo spiritum meum, vias tuas Domine demonstra mihi. Haec est requies mea in saeculum saeculi”. Después que volvió en su entero juicio pidió los sacramentos, y después de haberlos recebido devotísimamente, vivió dos días, en los cuales de ordinario consolaba y confortaba a sus monjas en servicio de Dios y trataba cosas espirituales y de grande edificación; y mientras duraron estos dos días se le mudaba el color del rostro muchas veces en diversos colores, en lo cual se vio manifiestamente que se le ofrecían graves y muy arduas cosas espirituales. Rogada, y importunada de algunas monjas les dijese lo que había visto, respondió: “Nuestro Señor Jesucristo y su bendita Madre han estado aquí conmigo”. Y importunada que dijese más, [366] dijo otra vez: “Vi al glorioso S. Juan Bautista, y a toda la Corte celestial”. Y al último día desta gravísima enfermedad en la noche, estando todas las monjas alrededor de la cama muy penadas y tristes por parecerles que les faltaba su buena madre, y las más dellas dormidas del mucho cansancio, oyose una voz desconocida que las despertó, y ellas se levantaron, y entendieron que se llegaba la hora. Hincáronse todas de rodillas bañadas en lágrimas y dando sollozos y suspiros, suplicándole les diese su bendición; y ella pidió a nuestro Señor les diese su bendición, y que las conservase en su amor y temor, oyó una voz del Esposo que la llamaba. Y repitiendo aquel verso, “In pace in idipsum dormiam et requiescam”, dio una gran voz, diciendo: “Quedaos con Dios hijas mías, quedaos en paz”, y luego como quien se queda dormida, dio su alma a Nuestro Señor. Fue su fallecimiento sábado, día octavo de los apóstoles S. Pedro y S. Pablo de 1507. Habiendo cumplido setenta años de edad, y treinta de religión, y de la fundación de su monasterio. Había en este tiempo treinta monjas en el convento, las cuales todas sintieron al tiempo que murió esta bendita señora grande fragancia y admirable olor que de su cuerpo salía, que muy cierto creyeron que estaban allí compañías de ángeles y coros celestiales que venían a acompañar a la bendita alma. Confirmó esto un canto celestial que luego sonó tan suave y dulce, con que quedaron todas las monjas muy consoladas. Oyose este canto tres veces. La primera en el aposento donde murió la santa. La segunda en la misa, y la tercera cuando la enterraban. A la hora que murió esta bienaventurada estaba en oración un religioso muy devoto, de la Orden de los Predicadores; el cual era confesor de las monjas del Convento de la Madre de Dios de Toledo, que se llamaba fray Jordán. El cual vio una procesión, y en el fin de la una parte iba santa Clara, y de la otra santa Isabel, y en medio llevaban a esta bendita mujer con grande resplandor, vestida de vestidos riquísimos de tela de oro; sembrados de perlas preciosísimas, con una corona de oro en la cabeza de mucho valor; y la cara llevaba resplandeciente como el sol. Y a todas estas santas conoció el dicho religioso y las miró con mucho contentamiento y regalo de espíritu, que parecía penetrar lo íntimo de los Cielos. Y muy lleno de admiración y gozo, fue al Monasterio de Santa Isabel, y contó por ciento esta visión a todas las monjas. El cuerpo desta bienaventurada se ve el día de hoy entero y tratable, [367] como si estuviese vivo, por cuyos merecimientos se han obrado por la divina clemencia muchos milagros, y sanado muchos enfermos de diversas enfermedades, de los cuales referiremos aquí algunos, para gloria de Dios, y de su sierva. Un clérigo cojo encomendose muy de veras con entero corazón a esta santa, y en un punto se halló sano y libre. Una mujer que estaba muy enferma, en tocándola con un pedazo de la túnica desta santa, luego sanó. Muchas mujeres que estando casadas muchos años y no se habían hecho preñadas, suplicando a esta santa les diese favor para tener hijos, fue Nuestro Señor servido de se los dar; y para esto se ceñían con una medida del largo desta santa mujer. Una señora muy noble tenía una hija que había perdido el juicio, y muy confiada en esta santa, envió a pedir al monasterio le diesen el velo de la cabeza de la santa y una medida de su cuerpo; y habiéndolo traído, el velo puso en la cabeza de su hija, y el cíngulo en el cuerpo, y luego cobró el juicio que tenía perdido, y dentro de pocos días se hizo preñada, que hasta entonces había estado con grande esterilidad. Otra mujer muy principal había cegado cincuenta días había de una grande enfermedad; la cual envió a rogar a las monjas del dicho monasterio que le hiciesen caridad de alguno de los paños que fueron de la bienaventurada santa; las monjas le enviaron un paño que había sido suyo, y la mujer enferma se lo puso sobre la cabeza, y luego cobró la vista de los ojos. Otras muchas personas han sido curadas y sanas de diversas enfermedades tocando al silicio o túnica de la bienaventurada santa. Todo esto ha sido para gloria de Nuestro Señor Jesucristo, que por los merecimientos de su sierva ha obrado tantas maravillas.
Vida impresa (4)
Ed. de Sergi Sancho Fibla; fecha de edición: junio de 2021.
Fuente
- Rojas, Pedro de, 1636. Discursos ilustres, históricos, i genealógicos. A Don Pedro Pacheco, del Consejo de su Majestad en el Supremo de Castilla, y general Inquisición, y canónigo de las santa iglesias de Cuenca. Por Don Pedro de Rojas, Caballero de la Orden de Calatrava, Conde de Mora, Señor de la Villa de Laios, y el Castañar. Toledo, Joan Ruiz de Pereda, 136-137.
Criterios de edición
El texto se ha actualizado a las normas de ortografía vigentes. Esto conlleva la normalización de las grafías h, b/v, j/g, i/y; los cambios de qu a cu. Sin embargo, se ha respetado la morfología de las palabras de interés fonológico o etimológico (mayormente latinismos) y de fácil comprensión.
En cuanto al grupo de sibilantes, se mantiene la -ç- y la -sc-, y se respetan los grafemas -s-/-ss-. También se han conservado “desto”, “desta”, “della”, pero “d’él” se ha separado mediante el apóstrofo. La grafía x se ha respetado como sonido dorsopalatal fricativo: dexar, exemplo.
Tanto la puntuación como la acentuación han sido normalizadas. También lo ha sido el uso de las mayúsculas y la separación o unión de palabras. Los nombres propios de personajes y lugares han sido modernizados para facilitar su reconocimiento.
Por último, por su posible interés para los estudiosos de la historia del libro, las abreviaturas han sido desarrolladas, en la medida de los posible, mediante el uso de cursivas (incluso & y &c) y se han conservado los subrayados. Señalo también las columnas dentro de las páginas.
Vida de María de Toledo
De Doña María de Toledo, llamada María la Pobre
[136a] Doña María de Toledo, que dixe era hija de Pedro Suárez de Toledo y Doña Joana de Guzmán, fue persona de esclarecidas partes y de quien se podía decir mucho, si se hubiera de hacer relación de sus virtudes y milagros, pero por tener sacado a la luz un libro de su vida, virtudes, y milagros Don Thomas Tamaio de Vargas, cronista de su Majestad, con tanta erudición, y galante estilo, no diré aquí más de lo forçoso para mi intento, pues por mucho que dixera, no podía llegar a lo que tiene dicho desta santa.
Fue casada Doña María de Toledo con García Méndez de Sotomayor, Señor del Carpio, de quien no tuvo hijos, y viuda se vino a Toledo, renunciando las galas, y aun el hábito de viuda por una túnica, y manto pardo grossero, los pies descalços, y de esta suerte exercitaba obras de cari- [136b] dad. Visitaba los Hospitales, y entró en el de la Misericordia a servir a los pobres y pedir por las calles para su sustento y llegaba tanta limosna, que con ella casi sustentaba este Hospital. Decía que con este traje y vida estaba más contenta que con el que en casa de sus padres había tenido y traído.
Sentían tanto sus deudos que anduviesse esta señora desta forma, y en particular el señor de Pinto y Caracena su sobrino, y Don Alonso Carrillo, arçobispo de Toledo, su deudo, que hicieron extraordinarias diligencias por que dexasse esta vida y en recogimiento sirviesse a Nuestro Señor, pero ningunas bastaron, porque se escusaba con que sus pobres la habían menester y que no los había de desamparar.
Viendo el arçobispo y sus deudos este fervor celestial, vinieron a partido con esta santa señora de que se recogiesse, que ellos le daban la palabra de servir a los pobres de su Hospital de la Misericordia.
Habiendo hablado a toda la nobleza de la ciudad, y concertado que cincuenta y dos señores y hombres nobles sirviessen las cincuenta y dos semanas del año, cada uno su semana [1], este concierto declararon a Doña María de Toledo que tenían hecho, con lo cual vino en [137a] cumplir la voluntad de sus deudos: y la primera semana eligió el arçobispo de Toledo, Don Alonso Carrillo; la segunda, el Marqués de Villena; y desta suerte los demás, y la última, el Señor de Pinto, y Caracena, y hasta hoy se conserva este orden, con que es de los Hospitales más bien servidos y administrados que se conocen.
Diole Doña María la hacienda que pudo. Y sabiendo los señores Reyes Cathólicos Don Fernando y Doña Isabel el santo intento de Doña María de Toledo (guiado por sus deudos), le dieron la casa que el señor Rey Don Fernando había heredado de su madre y abuelos, junto a la parrochia de San Antolín, y Doña María se recogió en ella, con algunas virtuosas mujeres, donde fundó el convento de Santa Isabel la Real, de la Orden de santa Clara, y para iglesia le dieron la de San Antolín, passando la parrochia a la muzárabe de San Marcos, donde entrambas están juntas. Y este convento ha conservado el celo y fervor de servir a Nuestro Señor que tuvo la fundadora. La cual acabó la vida tan santamente como desde niña había tenido, y su cuerpo está entero en el coro de las monjas del dicho convento.
Notas
[1] Juntamos esta frase con la siguiente para facilitar la comprensión de la oración.
Vida impresa (5)
Ed. de Sergi Sancho Fibla; fecha de edición: junio de 2021.
Fuente
- Yanguas, Lucas de, 1684. Breve catálogo de los siervos de Dios así religiosos como religiosas de la Tercera Orden que han fallecido con singular opinión y fama de muy virtuosos en la santa Provinxia de Castilla. Ms. C/12 del Archivio Generale dell’Ordine dei Frati Minori AGOFM, Roma, fols. 8v-13v.
Criterios de edición
El texto se ha actualizado a las normas de ortografía vigentes. Esto conlleva la normalización de las grafías h, b/v, j/g, i/y; los cambios de qu a cu. Sin embargo, se han conservado el laísmo (muy presente) y un más escaso leísmo. En cuanto al grupo de sibilantes, se han normalizado tanto las -ç- como las -sc- y -ss-. Tanto la puntuación como la acentuación han sido normalizadas. También lo ha sido el uso de las mayúsculas y la separación o unión de palabras. Los nombres propios de personajes y lugares han sido modernizados para facilitar su reconocimiento. La-u- intervocálica y la v han sido unificadas como “v”, así como las diferentes grafías de la s.
Vida de María de Toledo
[Fol. 8v] Entre las personas ilustres en sangre y nobleza que, dejadas de las pompas del siglo, esmaltaron el oro de su calidad con la pobreza y humildad del sayal grosero y pobre de Nuestro Padre San Francisco, fue una de las que más créditos han dado a la religión seráfica y más frutos para el Cielo la muy ilustre y venerable señora Doña María de Toledo. La cual fue hija legítima de Pedro Suárez de Toledo y de Doña Juana de Guzmán, señores de la villa de Pinto. Nieta de Garci Álvarez de Toledo y bisnieta de Don Garci Álvarez de Toledo, rebisnieta de Fernando Álvarez de Toledo y cuarta nieta del maestre de Santiago, tercero Señor de Oropesa, cuya ascendencia de la Casa de Toledo tiene dignamente asegurados los créditos de la nobleza desde el conde Don Pedro en tiempo del rey Don Alonso el Sexto, honrándose con los escaques blancos y azules de su divisa los duques de [fol. 9r] Alba, condes de Oropesa, marqueses de Salvatierra y otros ilustrísimos estados, materia en que no es necesario alargarse más, por ser tan notoria dentro y fuera de estos reinos de España. Nació Doña María en la imperial ciudad de Toledo, siendo entre tantas grandezas que la ilustran no la menor haber sido patria de tan prodigiosa y santa matrona. Su nacimiento dichoso fue por los años de 1435, siendo pontífice Eugenio Cuarto y rey de Castilla y León Don Juan el Segundo. Nació para mucha gloria de Dios esta sierva y para ejemplar de virtudes. Su niñez comenzó a dar muestras de lo que había de ser en edad perfecta, siendo sus entretenimientos pueriles hablar de la vida de los santos, el rosario, las devociones, las limosnas y misas. Con la edad iba cobrando más fuerza su virtud y, al paso de esta, el amor de sus padres, que entre lo noble de su sangre hacían lugar a la piedad cristiana. Apenas supo discernir la vanidad y la virtud cuando se declaró parcial de la virtud y opuesta a la vanidad: despreciaba sus pompas, ofendíase de las galas, siéndole uno de los principales motivos a aborrecerlas conocer el perdimiento de tiempo que ocasionaban.
Cuando ya Doña María había tomado el gusto al trato interior con Dios, se le hacía poco el tiempo para asistirle. Comenzó desde sus tiernos años a ejercitar la misericordia con los pobres, dejando su comida con que algunos aliviasen su necesidad. Así iba dando principio a la tarea religiosa de sus ejercicios tan sin darlo a entender en su familia que hasta de su madre se recelaba porque no se los impidiese el cariño, o porque sólo lo supiese el Señor por quien los obraba. A sus solas se quitaba las galas que era preciso usar según las obligaciones de su estado. Dejaba el lecho en dejándola recogida [sic] y pasaba largos espacios en dulces coloquios con Dios por medio de la oración. Bien conocían sus padres que la virtud iba tomando entera posesión del alma de su hija y hacíanse desentendidos por no verse obligados a ponerla leyes en sus ejercicios y, aunque sentían sus retiros, sus virtudes los [fol. 9v] doblaban el gozo y, al paso de mirarla con tan ventajosas prendas, deseaban ver de ellas buen gozo, dándola un esposo digno. Pero ella, que ya tenía hecha su elección de su esposo divino, se desconsolaba mucho sólo con oír pláticas en orden a matrimonio, que es lo que pretendían sus padres.
Persuadíanle con razones y ejemplos de muchas santas que ha habido en la iglesia sin que el estado de casada las quitase ser muy virtuosas. Viendo sus padres que, dejada a su albedrío, se frustrarían sus deseos, la manifestaron su voluntad, con que se dio por vencida su constancia por no faltar a su gusto porque los amaba y veneraba juntamente. Y entre los muchos señores que solicitaban tan ilustre prenda, le cupo la dichosa suerte de ser su esposo al ilustre Garci Méndez de Sotomayor, Señor del Carpio. Y ajustadas, celebradas las bodas dejando la casa de sus padres, partió al lado de su esposo a la Andalucía.
Esmerose Doña María en las perfecciones que cabían en aquel estado, siendo su estudio servir con primor y, en primer lugar, al divino Dueño de las almas, sin hacer la menor falta a su esposo. Su cuidado era socorrer a los pobres, remediar a los huérfanos y pacificar sus vasallos, sin que acertase a dar gusto a su marido en cuanto obraba: disposición pudo juzgarse de la divina providencia por que no se le pegase el afecto de las criaturas. No tenían sucesión, de donde nacieron más crecidos los disgustos, y noticiosos los padres de Doña María del estado en que se hallaba, alcanzaron licencia para volvérsela a su casa, que concedió con facilidad su marido, por el mucho desazón que tenía. Y, llegando a Toledo, fue recibida con alegría común de sus padres y de su patria, y a poco tiempo de haber llegado tuvo noticia cómo su esposo había muerto, nueva que lastimó su corazón y que llevó con cristiana conformidad, creyendo que Dios la había librado de aquel vínculo para que atendiese a su servicio con mayor desembarazo.
Hallándose en su viudez temprana, comenzó a darse con más veras al ejercicio de las virtudes. Visitaba los hospitales de la ciudad donde hacía con los pobres cuanto dictaban los fer- [fol. 10r] vores de la cristiana misericordia, empleando en su beneficio no pocas veces hasta las tocas que cubrían su cabeza. A su costa se daban dotes a las huérfanas, de su casa salía la comida y el vestido para los pobres vergonzantes, de su hacienda se pagaban las deudas de los que padecían en las cárceles por ser pobres, enviaba rescate a los cautivos y, no contento su espíritu con las obras corporales de misericordia, pasaba a sacar del estado de la culpa a muchas almas. A los enfermos que visitaba exhortaba a recibir los sacramentos y no se proponía obra de virtud a que no estuviera pronto su ánimo, disponiéndolo Dios blandamente que sus padres no la fuesen a la mano.
Al paso de lo activo corría lo contemplativo en esta sierva de Dios, a cuyo fin (en compañía de la devota Juana Rodríguez, discípula de su fervor de quien se hace mención en el año de 1505) [1] iba descalza todas las noches de los maitines de la Santa Iglesia de Toledo, donde perseveraba en oración por largos espacios, encendiéndose en el trato del Criador, para salir a beneficiar las criaturas. Su fervor llegó a tanto en orden a contemplar los beneficios y perfecciones divinas que, dejando encargado a personas de confianza el socorro de los pobres de que cuidaba, se retiró a la santa iglesia sin que saliese de sus puertas de día ni de noche en el espacio de un año, en el cual no comunicó con persona alguna, sino con Juana Rodríguez su compañera, y con su confesor, el Padre fray Pedro Pérez de la Orden seráfica, cuya virtud, letras y prudencia se dio bien a conocer en el gobierno y dirección de Doña María. Preparábase esta sierva de Dios para la oración con disciplinas rigurosas, el sueño corto le tomaba sobre la tierra sin otro abrigo. Habíase ya desnudado el monjil y vestídose un saco tosco que la servía de cilicio. El día de comunión no comía más que pan y agua, y los demás días al pan añadía alguna hierba. Así debilitaba la carne y así crecía su espíritu. Hízole Dios señalados favores que escribió por manda- [fol. 10v] to de su confesor. Perdiolos su convento de Santa Isabel y siempre se llora en él descuido tan notoriamente culpable, sirviéndole de castigo de haberlos dado en confianza la pena de estar sin ellos.
Revélala Dios la restauración del Reino de Granada, viéndola derramar tantas lágrimas repetidas por la conversión de tantas almas engañadas por el pérfido Mahoma. A instancia de la Sierva de Dios, a quien habían llamado los Reyes Católicos a Segovia, instituyeron el Santo Oficio de la Inquisición, crisol de nuestra santa fe. Y, habiéndolo conseguido por la estimación que los Católicos Reyes hacían de sus prendas y virtudes, sin que sus ruegos fueran bastantes a detenerla en Segovia, volvió a Toledo a proseguir sus ejercicios, de donde había faltado seis meses; y luego que llegó, pareciendo a su espíritu que caminaba a lentos pasos, dejó la casa nobilísima de sus padres y se entró a servir en el hospital de la Misericordia, por estar donde con más facilidad pudiese ejercitar la suya, supliendo con esta mayor continuación lo que había faltado en los seis meses de ausencia.
Tomó en el hospital para su habitación un aposentillo tan estrecho y oscuro que más parecía sepultura de muertos que aposento de vivos. Acomodó para su carne unas pobres pajas, para cobertor una manta de pelos de cabra y la almohada de lo mismo. Su hábito era un saco de jerga que ajustaba a las muñecas y cintura con una soga. Cubría la cabeza con un pedazo de estopa, todo acomodado para la decencia de la honestidad y todo indicio de su penitencia y del desprecio del mundo. Ejercitaba con los pobres todos los ejercicios de enfermera y de criada: todo el día los asistía, toda la noche los velaba, hacía muchas veces la cama al que veía con inquietud, lavábales las bocas, limpiábales las llagas, aconsejaba y fervorizaba a los moribundos, alumbraba a los que agonizaban, sazonábalos la comida, dándolos por su mano las substancias y, los ratos que la permitía esta tarea, se retiraba a la oración, a las disciplinas y otros ejercicios a su aposentillo, hasta que al ser de día los volvía a visitar y a ejercitar [fol. 11r] su piedad con ellos, limpiando de sus aposentos todo lo que les podía ser molestia y mal olor.
Al ejemplo raro de esta señora se debió la istitución de la célebre Hermandad que se fundó en Toledo del Hospital de la misericordia, sentando plaza de cofrades los más nobles de la ciudad y, para que se ayudase al socorro de los pobres, de más de las limosnas asignó Doña María de sus bienes veinticinco mil maravedíes de juros perpetuos. Del hospital salía esta sierva de Dios con su compañera por las calles y plazas de Toledo, donde se vio tan venerada y conocida a pedir limosna para su hospital, volviendo a él cargada de todas las cosas que compraba para los pobres sin rehusar dejarse ver cargada de escoba, de vidrios, mantas y otras cosas necesarias, para los enfermos. Encontrábanla sus deudos, que humanamente disgustados la volvían el rostro, mirándola como a quien les parecía era lunar feo de su nobleza y sólo se contentaban con juzgarla por loca. A la opinión de los demás se hacía también Doña Juana de Guzmán, su madre, poniendo los medios que se le ofrecían a su caridad para reducirla a su casa, donde la curase su locura, mas nada bastaba a entibiar la llama de su amor y de la caridad encendida que se había apoderado de su corazón, y se juzgaba dichosa de que se ofreciesen muchos de estos lances para parecer algo por su amado Jesús.
La continua tarea de estas molestas ocupaciones, sus vigilias y ayunos continuos tuvieron tanta fuerza que ocasionaron en la sierva de Dios una enfermedad tan recia que ya los médicos perdieron la esperanza de su mejoría, y así solo la recetaron se le diesen los santos sacramentos y, habiéndolos recibido con mucho consuelo de su alma, quedó difunta al juicio de los circunstantes, sin señal alguna de vida y con todas las demostraciones de difunta, y, divulgándose que era muerta María la Pobre (que este era ya en estos tiempos su nombre), fue en toda la ciudad común la tristeza y el desconsuelo. En particular llegando a su madre esta noticia, ya no disgustada sino afligida de oír decir que ya habían sacado el cuerpo de su hija de su celdilla a la capilla de Gaitán [fol. fol. 11v] que era la del hospital, y que se trataba de darla sepultura, salió apresurada de sus casas, y viendo a su hija muerta, llevada del afecto de madre, sehincó de rodillas delante de una imagen de Nuestra Señora pidiéndola con fervorosas lágrimas restituyese la vida a su hija, pues era fácil a su intercesión; y, tomando a la imagen el santo niño Jesús que tenía en los brazos, la dijo: si no me dais la hija que os ruego, yo no he de volver a vuestro hijo, a cuya devota sinceridad y tiernas lágrimas inclinada la madre de clemencia restituyó a la vida a la difunta. Abrió los ojos, meneó los miembros y reconociose viva con universal gozo de los que se hallaron presentes, en especial de su madre, y con orden de los médicos, que declaraban convenía así para su convalescencia, sacando a la sierva de Dios con grave sentimiento suyo del hospital, la llevó a su casa con el gozo de quien consideraba que la recibía de nuevo.
Convalesció Doña María, siendo su salud tan milagrosa como la cura de su enfermedad y, conociendo que la segunda vida se le debía únicamente a Dios, determinó que Su Majestad fuese único empleo. Quisiera volverse con sus pobres, mas no se lo permitían los médicos ni su confesor. Dábase continuamente a la contemplación a título de faltarle las otras ocupaciones, resolvió a ir en peregrinación a visitar aquellos Santos Lugares en que obró nuestro rescate. Contradecíanla los suyos esta determinación piadosa, mas ya estaba enseñada a no hacer aprecio de sus contradicciones. Y así, a pie, descalza, y sin humano abrigo estaba ya para comenzar su jornada con su compañera, y, poniéndose en oración, pidiendo al Señor que fuese su guía, salió de ella mudados los intentos y cedió su voluntad a la divina.
Continuando su oración aquellos días, pedía con mucho fervor a Dios la diese a entender cómo le sería más agradable y entendió con luz superior que Su Majestad se daría por servido que fundase un convento de religiosas, donde muchas almas consagradas a perfecta religión serían a Dios de especial culto y de agradable servicio.
Diose por entendida a la divina voluntad [fol. 12r] y viniendo a este tiempo a Toledo los Señores Reyes Católicos, gustosos del empeño de Doña María, la dieron para fundación del convento las casas en que hoy está fundado, en cuya recompensa, a devoción de la reina, se puso el convento a la advocación de Santa Isabel de Hungría. Y tomando los Reyes Católicos el convento a su protección, se comenzó a llamar de Santa Isabel de los Reyes. Dio Doña María para esta fundación toda su hacienda, resignando a este fin en los Reyes más de siete cuentos. Asistieron sus Majestades a la renunciación que hizo la sierva de Dios Doña María de todo lo temporal, y así, entrada en el convento con algunas de sus criadas. Y esto fue el año del Señor del 1477, siendo Vicario Provincial de Castilla el M. R. Padre Fr. Juan de Tolosa, que fue confesor de la Reina Católica. Las casas que dieron a Doña María los Reyes, habían sido de los Señores de Casarrubios y estaban en la parroquia que dicen de San Antolín la cual, a instancia de sus Majestades, el Santísimo Inocencio VIII la incorporó al convento en 3 de octubre del año 1488, cometiendo el negocio el gran Cardenal de España, Arzobispo de Toledo y los beneficios y demás cosas de la parroquia se trasladaron a la iglesia muzárabe de San Marcos.
Algún tiempo estuvo la Venerable Madre Doña María con el oficio de abadesa y prelada de su nuevo convento, guardándose en él la Tercera Regla de nuestro Padre San Francisco, hasta que deseosa la venerable señora de estrecharse a Dios con más fuertes lazos, habiéndolo comunicado con aquel gran Príncipe de la Iglesia Don Fray Francisco Ximénez de Cisneros, Arzobispo de Toledo, tomó para sí y su convento la clausura y Regla de la gloriosa Santa Clara. Habiendo sido el Cardenal quien solicitó su petición y se la propuso al Santísimo Inocencio VIII, que la despachó benignamente por medio del Cardenal Julio, Obispo de Ostia, y la intimó en Toledo aquel gran varón el Doctor Francisco Álvarez de Toledo, Maestre escuela de la Santa Iglesia y la data de la última es año de 1481, en 18 de noviembre, Pontificatus Innocentii anno 1º. Profesó la venerable abadesa los cuatro votos de la [fol. 12v] Regla de Santa Clara, en cuya observancia fue puntualísima y sin defecto alguno toda su vida.
Fue devotísima de la sagrada comunión, disponiéndose cada día con más estudio de virtudes al paso que la frecuentaba más. Los días de comunión, con ser tantos, no comía bocado hasta la noche, y entonces hacía su comida de unas pocas almendras. Mandola un prelado que moderase estos ayunos y que siempre tomase algo de lo que la ponían como a las demás en la mesa, y solía cumplir este mandato, tomando una almendra o una pasa. Las demás penitencias suyas eran admirables. Hizo tejer una túnica de cerdas y lana de cabras, y de esta usaba cogiéndola desde el cuello a los pies y la traía apretadísima al cuerpo. Tomaba disciplinas con instrumentos de hierro en que derramaba mucha sangre y andaba llena de llagas. Era muy caritativa para con las enfermas y la primera en los oficios más humildes. Tenía todas las noches dos horas de oración antes de maitines, asistía a ellos, y después hasta la mañana no salía del coro.
Hallábase la pobre de Cristo interiormente tan asistida de consuelos y quisiera ayudar a su esposo a sentir sus dolores. Pidioselo con sumisión e hízola ese favor enviándola una prolija y penosa enfermedad que, por espacio de un año, la atormentó con exceso sin que la calidad de este achaque llegase a noticia de la humana medicina. Decía, significando lo que padecía, que los huesos y nervios la parecía desencajarse todos de sus lugares sin poderse menear, si no por mano ajena. No se le oyó en este tiempo la menor queja, y si alguna vez al ruego de sus hijas decía algo de sus males, luego las pedía perdonasen el mal ejemplo de su impaciencia. No le estorbaban estos dolores el trato interior con Dios, llenándole de suavidades y, aunque el cuerpo padecía, el alma gozaba. Ya se llegaba el tiempo en que la sierva de Dios pasase a la posesión de la corona, que ganó en tanto años de vida de perfección. Agravándosele cada día sus desmedidos dolores y reconociendo que eran las aldabadas con que la llamaba el esposo a entrar a las eternas bodas, por no morir fuera de la comunidad pidió la llevasen al dormitorio. Y, habiéndole dado una ardiente calentura, recibió todos [fol. 13r] los sacramentos. Estuvo dos horas recogida en sí, sin admitir alguna comunión humana. Volviose a sus hijas y exhortolas con grande espíritu a la unión fraternal y observancia de su profesión. Hiciéronla algunas preguntas y de sus respuestas se conocieron los amores que Cristo Señor Nuestro y su Santísima Madre la hicieron, visitándola y asistiéndola en aquella hora; y despidiéndose de sus hijas y diciéndolas “quedad en paz”, cerrando los ojos como para tomar el sueño, sin más movimiento dio su bendita alma a su esposo y señor, un lunes al amanecer en que se cumplía un año de su enfermedad. De edad de 70 años y 30 de religión, a tres de julio de 1505.
Llenose la estancia de celestial olor y su cuerpo quedó con admirable claridad y hermosura. Llenose de lágrimas el convento, de tristeza la ciudad y la comarca, y todos acudían al convento aclamándola por santa. Oyose en el punto que expiró suave música de extraordinarias voces y lo mismo sucedió al levantar el Santísimo Sacramento de la misa y al llevarla en hombros los religiosos a la bóveda del entierro. La muerte se ocasionó últimamente de landre, a cuya causa echaron sobre el cuerpo y rostro cal viva, mas pasados dos meses, reconocidas de este yerro las religiosas, con licencia que pidieron para ello el día de San Mateo de aquel año sacaron del coro el cuerpo, hallándole tan entero y tratable como cuando estaba vivo. Sólo el rostro tenía de color más moreno, ocasionado de la cal que la habían echado. Volviéronle a la bóveda hasta el día de la traslación de San Luis y le colocaron en una concavidad sobre la puerta del coro; y en el año de 1574, siendo Provincial de Castilla el R. P. fr. Juan de Alagón, se puso en el hueco del altar que hay en el coro entre las dos rejas, con la misma incorrupción y flexibilidad de miembros.
A la hora en que dio su alma a su criador la Venerable Madre María la Pobre, estaba en oración un devoto religioso vicario del convento de la Madre de Dios de nuestro Padre Santo Domingo de la misma ciudad de Toledo, el cual vio en espíritu una festiva procesión de ángeles y santos, y en medio, entre las gloriosas Santa Clara y Santa Isabel, a la dichosa pobre adornada de celestiales atavíos, y le fue significado quién era y cómo aquellos ata- [fol.13v] víos se le habían dado en premio del desprecio del mundo, y toda aquella gloria por sus singulares virtudes, por las cuales era llevada a la gloria de la eternidad con tan solemne pompa, y que aquel día había sido uno de los más célebres que se habían gozado en la celestial Jerusalén. Y en esta conformidad lo contó el devoto Padre a las religiosas del convento de Santa Isabel, afirmándolo y certificándolo para gloria de su abadesa y para su edificación.
Ha obrado, por la intercesión de esta sierva de Dios, Su Majestad muchos milagros, dando salud a diversos enfermos encomendándose a sus méritos, y así mismo por medio de sus reliquias volvió a la vida un niño y una mujer, que estaban dejados por muertos, y cada día se experimentan, a la invocación de esta sierva de Dios, repetidas maravillas. Escribió su vida con su acostumbrado y primoroso estilo el doctor don Tomás Tamayo de Vargas, cronista de estos reinos y la sacó a la luz dedicada a la majestad católica del Rey Don Felipe tercero, año de 1616 [2].
Notas
[1] El autor se refiere aquí al año de la muerte de Juana Rodríguez, dato que podría haber recogido (“se hace mención”) de la Crónica de Marcos de Lisboa (1570)].
[2] Se refiere a la vida de Tamayo de Vargas, también publicada en el Catálogo: Tamayo de Vargas, Tomás, 1616. Vida de Doña María de Toledo, señora de Pinto, y despues Sor María la Pobre, fundadora y primera Abbadessa del Monasterio de Sancta Isabel de los Reies de Toledo. Toledo: Diego Rodríguez.