María de la Asunción
Nombre | María de la Asunción |
Orden | Dominicas |
Títulos | Priora del Convento de Aldeanueva de la Cruz |
Fecha de nacimiento | Finales del siglo XV |
Fecha de fallecimiento | Tras 1565 |
Lugar de nacimiento | Aldeanueva, Ávila, España |
Lugar de fallecimiento | Aldeanueva, Ávila, España |
Vida manuscrita (1)
Ed. de Rebeca Sanmartín Bastida; fecha de edición: agosto de 2020.
Fuente
- “Relaçión de la fundaçión de esta casa y de las cosas memorables que en él á havido”. Ms. perteneciente al Archivo conventual de Mosén Rubí, Ávila, fols. 1r-1v, 4v-5r, 8r-8v.
Criterios de edición
Se trata de un manuscrito de la primera mitad del siglo XVII (datación entre 1607 y 1636), con copia en el Archivo General de la Orden de Predicadores de Roma (AGOP), fechada en 1688. Se editan solo los folios que se refieren a la vida de María de la Asunción.
Los criterios de edición que se han seguido son conservadores ya que se trata de un testimonio que quizás bebe de fuentes más primitivas; además hablamos de la primera versión de la relación de la fundación de Aldeanueva, que luego será ampliada sucesivamente en manuscritos posteriores (que se editarán en este Catálogo). Así, se respetan todas las grafías, incluidas la variación de v/b, i/y y las sibilantes; y se conserva el uso o ausencia de la –h, sea o no etimológico (acentuamos la vocal a con función verbal). Se regulariza, en cambio la variación u/v con función vocálica y consonántica de acuerdo a los usos actuales. Se han desarrollado las abreviaturas. Acentuamos las palabras y empleamos las mayúsculas de acuerdo a la norma ortográfica actual. Finalmente, la puntuación procede de la editora pero la separación de los párrafos es del manuscrito.
Vida de María de la Asunción
[Fol. 1r] Relaçión de la fundaçión de esta casa y de las cosas memorables que en él a havido
La primera fundadora de este convento de Santa Cruz de la Magdalena de Aldeanueba fue natural de la çiudad de Ávila, de los Paniaguas de la dicha çiudad de parte de padre, el qual se casó con una muger natural de este lugar de Aldeanueba, de gente honrrada, aunque pobre y humilde. Eran tres hermanas donçellas güérfanas de padre y madre, a las quales les dio Dios su espíritu de fundar este monasterio en su propia casa […] [fol. 1v] […]
En el prinçipio del edifiçio, quando se enpeçó acabar para haçer los çimientos, la primera piedra que se sacó hallaron que estaba en cruz, y tantas quantes veçes la partieron los çircunstantes haçiendo misterio del caso salía siempre cruz, y tomando esto por raçón, acordaron que se llamase el Convento de Santa Cruz, y de los que estaban presentes fue el primero que echó una joya de oro en la çanja del edifiçio el Conde de Nieba, el qual edifiçio se empeçó a haçer el año de mil y quinientos y quatro a treçe de septiembre, víspera de la Exaltaçión de la Cruz, y pónese la fundaçión año de mil y quinientos y siete, víspera de Nuestra Señora de la Asunçión, por ser el primer día que en el nuebo edifiçio se hiço el ofiçio divino, y este día tomaron de mano de la dicha María de Santo Domingo, fundadora, el hábito en la dicha casa sus dos hermanas, la madre María de la Asunçión, y la madre María de los Santos.
[Fol. 4v] […] Por muerte de la dicha fundadora suçedió en el ofiçio de priora su hermana María de la Asunçión, la qual fue tan santa como su hermana; fue priora más de treinta años. Era muy observante en el silençio toda la noche o la mayor parte se le yba en oraçión, no comía al día más de una vez, no çenaba ni hacía colaçión, nunca comió carne en todo tienpo que tubo el hábito, echábase de ver [fol. 5r] su santidad en las pesadas burlas que el demonio la haçía, echándola algunas veçes por las escaleras abajo; tuvo muchas persecuçiones, en particular algunas emulaçiones y enbidias entre sus conpañeras. La muerte fue como la vida y así está en opinión de santa [1].
La otra terçera hermana llamada María de los Santos vivió y murió muy santamente, y están todas tres hermanas enterradas a la puerta del refitorio. Tiene una grande piedra labrada ençima de la sepultura; el darles este entierro fue su mucha humildad, y así lo pidió a las demás religiosas. […]
[Fol. 8r] […] Quemose este convento el año de mil y quinientos y sesenta y çinco, a diez y ocho de septiembre, día de los mártyres San Cornelio y San Çipriano. Enprendiose el fuego a las doçe de la noche, en una casa de labor baja, encima de la qual estaba el quarto de las enfermas, donde avía más de quarenta. Fue Dios servido se ubiesen quedado dos religiosas en oraçión asta aquella ora, sin aver otra ninguna por recoger, aviendo en el convento treçientas monjas en aquella saçón. Estas dos religiosas, por el humo grande que vieron, [fol. 8v] sacaron el fuego […]. En estos tienpos tan calamitosos era priora del convento la madre María de la Asunçión, hermana [2] de la fundadora de buena memoria, la qual puso toda su diligençia y cuidado en que se bolbiese a reedificar el convento en este propio sitio adonde avía pereçido, siendo verdad que los señores Duques de Alva la ofreçieron el Palacio y cassa tan ynsigne que tienen en Villa del Barco para que en él se hiçiese monasterio. […].
Notas
[1] Al margen escriben: “muere con opinión de santa”.
[2] Palabra repetida.
Vida manuscrita (2)
Ed. de Rebeca Sanmartín Bastida; fecha de edición: agosto de 2020.
Fuente
- “Fundación de este convento”, en Libro de becerro adonde están asentados todos los propios, y rentas, de beneficios…, el qual se hizo en el mes de junio, año de 1721, fols. 1r-4r, 9r-9v, 13v-14r. Ms. del Archivo Histórico Nacional, secc. Clero, libro Becerro, sig. 445, Aldeanueva de las Monjas.
Contexto material del manuscrito Libro de becerro adonde están asentados todos los propios, y rentas, de beneficios…, el qual se hizo en el mes de junio, año de 1721.
Criterios de edición
El libro becerro de donde se extrae esta vida es un manuscrito datado en 1721 que incluye una copia del original de la segunda relación de la fundación de Aldeanueva, de 1709 (el original podría ser un manuscrito que se conserva en el monasterio de Mosén Rubí, de Ávila, un poco deteriorado, con la misma relación de la fundación); es pues, posterior a la Vida manuscrita (1), que considero parte de la primera relación que se conserva de la fundación del convento. Por esta razón, esta copia de la segunda relación se moderniza en puntuación y ortografía de acuerdo a los criterios actuales y siguiendo en general las normas de edición de vidas impresas. Es decir, se ha intentado que la modernización gráfica de este texto no suponga una importante pérdida de los valores fonéticos, léxicos y sintácticos de la época en cuestión. Por ello, aunque se modernizan sibilantes, la alternancia b/v, i/y, qu/cu, empleo de la h, simplificación de consonantes geminadas, etc.), se respeta la morfología de las palabras con interés histórico morfológico o fonológico y se respetan cultismos. Los grupos mp, mb/mv se actualizan a np, nb/nv (en el caso de “Assumpción” se elimina la p) y se contraen a el, de el (excepto cuando el artículo es parte del nombre de una comarca), que aparecen indistintamente juntos o separados.
Estos folios, insertos en la segunda relación de la fundación de Aldeanueva, se contienen también en un manuscrito del monasterio de Mosén Rubí, como se ha señalado (seguramente la original, en todo caso también del siglo XVIII), y en otra copia moderna de hacia 1923 o 1928 conservada en el convento susodicho.
Vida de María de la Asunción
[Fol. 1r] Nisi Dominus ædificaverit domum in vanum laboraverunt, qui ædificant eam [1]. […]
[fol. 2r] […] Parece que para decir de la fundación de este convento se ha de y debe tratar de su fundadora en primer lugar, por ser el primero instrumento que tomó el Altísimo para dicha obra. Y así se dice fue natural nuestra fundadora de la ciudad de Ávila, hija de un caballero de la ilustre y esclarecida familia de los Paniaguas de dicha ciudad, y aunque se ignora su nombre, se tiene por constante casó en el lugar de Aldeanueva, aldea de la jurisdicción de la villa del Barco, con labradora de una de las familias honradas de bueno y limpio linaje de dicho lugar, aunque pobre, y por su virtud humilde; haciéndose más feliz y dichoso este casamiento con la buena descendencia que en él tuvieron de tres hijas, siendo la primogénita nuestra venerable fundadora, que se llamó María, llevándose el renombre de Santo Domingo; la segunda, María de la Asunción; y la tercera, María de los Santos, a las cuales infundió Dios su especialísimo espíritu de fundar este monasterio en su propia casa. […] [fol. 2v] […] Muertos los padres de nuestra fundadora, ella y sus dos hermanas se aplicaron a enseñar y adoctrinar niñas de la comarca, instruyéndolas en toda buena doctrina cristiana, santo temor de Dios y buena aplicación a las virtudes, con tanto provecho de las discípulas y buen ejemplo de los más distantes que no se tenía por dichoso el que no ponía sus hijas debajo de la educación y buena enseñanza de la madre Sor [fol. 3r] María y sus dos hermanas, trascendiendo tanto el buen olor de su vida virtuosa que no solo las traían discípulas de los lugares circunvencinos, sino es de muy distantes, y de familias muy ilustres. […]
Asis- [fol. 3v] tida, pues, nuestra venerable señora de tan pías voluntades, conducidas de la de Nuestro Criador, dio principio a la gran fundación de dicho convento de Aldeanueva, Orden del glorioso Patriarcha Sancto Domingo, día trece de septiembre de mil quinientos y cuatro, víspera de la Exaltación de la Cruz, sin duda influido por el Divino Artífice por misteriosa elección de semejante día para semejante principio. Pues en él subcedió, hallándose presentes dichos señores duques y condes, el mayor prodigio y portentoso milagro, como es que la primera piedra que se sacó para hacer los cimientos se halló y vieron estar en forma de cruz, y tantas cuantas veces se partía, tantas se encontraba la mesma gloriosa señal de nuestra Redempción, por lo cual fue preciso, y como consiguiente a tal maravilla de tan gran misterio, intitular, como hoy se intitula a este convento, con el precioso renombre de Santa Cruz de la Magdalena. Y aunque su fundación se pone “Víspera de Nuestra Señora de la Asunción del año del Nacimiento del Señor” es porque en este día fue la primera celebración que en este convento se hizo de los divinos oficios. Refiérese también que de los señores que se hallaron presentes a ver principiar dicha obra, y a vista de tan milagroso caso como va expresado fue el primero, que echó una joya de oro en la zanja del edificio el Conde de Nieva.
[Fol. 4r] En el referido día de la víspera de Nuestra Señora de la Asunción que va citado se celebraron los divinos oficios primera vez en este convento, año de mil y quinientos y siete, porque se cuenta desde él su fundación; tomaron de mano de la dicha nuestra venerable fundadora, María de Santo Domingo, el santo hábito en esta santa casa sus dos hermanas, la madre María de la Asunción y la madre María de los Santos, llevándose estas tres hermanas siempre la primacía de fundar y vivir, tomando el santo hábito, en este misterioso convento.
[…] [Fol. 9r] […] Por muerte de la dicha fundadora sucedió en el oficio su hermana María de la Asunción, que fue tan santa como la dicha su hermana, y obtuvo el dicho oficio de priora más de treinta años, siendo muy observante en el silencio. Toda la noche o la mayor parte se le iba en oración, no comía al día más de una vez, no cenaba ni hacía colación, nunca comió carne en todo el tiempo que tuvo el hábito: echábase de ver su santidad en las pesadas burlas que el demonio la hacía, echándola algunas veces por las escaleras abajo; tuvo muchas persecuciones, en particular algunas emulaciones y envidias entre sus compañeras. La muerte fue como [2] [fol. 9v] la vida, y así está en opinión de santa.
La otra tercera hermana de nuestra fundadora, llamada María de los Santos, vivió y murió muy santamente, y están todas tres hermanas enterradas a la puerta del refiptorio, tiene una grande piedra labrada encima de la sepultura. El darles este entierro fue su mucha humildad y así lo pidió a las demás religiosas. […]
[Fol. 13v] […] Quemose este convento el año de mil y quinientos sesenta y cinco a diez y ocho de septiembre, día de los mártires San Cornelio y San Cipriano; emprendiose el fuego a las doce de la noche en una casa de labor baja, enzima de la cual estaba el cuarto de las enfermas, donde había más de cuarenta. Fue Dios servido se hubiesen quedado dos religiosas en oración hasta aquella ora, sin haber otra ninguna por recoger, habiendo en el convento trescientas monjas en aquella sazón. Estas dos religiosas, por el humo grande que vieron, sacaron el fuego […]. [Fol. 14r] […] En estos tiempos tan calamitosos era priora de este convento la Madre María de la Asunción, hermana de la fundadora de buena memoria, la cual puso toda su diligencia y cuidado en que se volviese a reedificar el convento en este propio sitio adonde había perecido, siendo verdad que los señores Duques de Alba la ofrecieron el Palacio y casa tan insigne que tienen en la Villa de El Barco, para que en él se hiciese monasterio […].
Notas
[1] Salmos, 127: “Si Jehová no edifica la casa,/ en vano trabajan los que la edifican”.
[2] En el margen se lee: “murió en opinion de santa”.
Vida manuscrita (3)
Ed. de Borja Gama de Cossío; fecha de edición: agosto de 2020.
Fuente
- “Breve y Sumaria relación de la fundación de este convento de Santa Cruz de la Magdalena de Aldeanueva de Nuestro Padre Santo Domingo, vida de su Fundadora y otras religiosas que han florecido con opinión de virtud y santidad sacada del Libro de Becerro, de Capítulos Provinciales y la tradición inmemorial de sus individuos, hasta el año 1737”. Ms. Del Archivo Dominicano de la Provincia de España, sign. A.H.D.P.E.S., D/A/ALD/1, 61 fols., fols. 3r, 4r, 12r-16v.
Contexto material del manuscrito Breve y Sumaria relación de la fundación de este convento de Santa Cruz de la Magdalena de Aldeanueva de Nuestro Padre Santo Domingo, vida de su Fundadora y otras religiosas que han florecido con opinión de virtud y santidad sacada del Libro de Becerro, de Capítulos Provinciales y la tradición inmemorial de sus individuos, hasta el año 1737.
Criterios de edición
Se trata de un manuscrito de la primera mitad del siglo XVIII compuesto entre 1736 y 1737 y que aborda la fundación del convento y su orden e individuos hasta la época en que fue escrito. El manuscrito está conservado en el Archivo Dominicano de Salamanca. Se edita la parte que se refiere a la vida de María de la Asunción. Existe también una copia manuscrita, probablemente del siglo XX, en el archivo de Mosén Rubí de Ávila, que se usa en caso de duda y para el cotejo de palabras cuando el original aparece dañado o ilegible.
Al ser una copia bastante tardía, del siglo XVIII, se moderniza la ortografía según los usos actuales (b/v, i/yj, qu/cu, c/z, s/ss, etc.), por lo que se eliminan las consonantes geminadas y se estandariza el uso de “mm” en su empleo moderno “nm”. Se normaliza la variación u/v con función vocálica y consonántica. Se respeta el grupo “mp” como en “prompto” y se respetan las grafías “ph”, “th” y “ch”.
Se han desarrollado las abreviaturas de las palabras, pero se respetan las de los títulos eclesiásticos. Acentuamos las palabras, empleamos las mayúsculas de acuerdo a la norma ortográfica actual, y la puntuación procede del editor, quien la moderniza siguiendo los usos contemporáneos. Se regularizan los aglomerados y se separan las palabras según el uso actual. Del mismo modo, se unen “a el” y “de el” según el uso actual.
Vida de María de la Asunción
Capítulo 1
Fúndase el convento de Santa Cruz de Aldeanueva y dase noticia de su venerable fundadora
S. I.
[…]
[Fol. 3r] Mas la señal más cierta de la buena educación de nuestra niña es la mucha virtud en que empezó luego a resplandecer, y especialmente la grande caridad que en su tierno pecho ardía para con Dios y con los prójimos, porque, muertos sus piadosos padres, se aplicó no solo al cuidado y educación de sus dos hermanas, criándolas en santo temor de Dios, como después lo manifestó su mucha santidad y virtud, sino que también cuidó de enseñar y doctrinar las niñas así del lugar de Aldeanueva como de los de toda la comarca, enseñándolas [1] a tejer, coser, hilar y los demás ministerios pertenecientes a mujeres, cuidando de que supiesen leer y escribir [2] y principalmente en que fuesen bien instruidas en la doctrina christiana y santas costumbres, en lo cual consumía el patrimonio y hacienda que de sus padres había heredado y el de sus dos buenas hermanas, que, llevadas del buen ejemplo de su santa hermana, la ofrecieron gustosas su hacienda y personas para tan piadosa obra.
Extendiose luego por todos los lugares circunvecinos la santidad y caridad de la virgen María y de sus dos hermanas, y concurrieron innumerables personas a poner sus hijas en tan santa escuela y bajo la disciplina y buena educación de estas santas mujeres. Y no solo venían los padres a traer sus hijas a nuestra virgen María, para que las enseñase y doctrinase, de los lugares y villas cercanos, sino de las más remotas y distantes de todo el reino, porque fue tal el cuidado y aplicación de las maestras y tan grande el aprovechamiento de las discípulas que, volando por todas partes la fama de tan santa escuela, no se tenía por dichoso el que no traía sus hijas a Aldeanueva para que fuesen educadas y enseñadas por la madre María y sus dos hermanas. Y esto no solo los pobres y gente ordinaria lo practicaban solícitos del bien de sus hijas, sino los hombres más ricos y principales de España. Tan grande como esto era la virtud de la madre María y tal era su caridad, la cual no solo se extendía a educar niñas, sino que también cuidaba de los niños, procurando que saliesen tan bien doctrinados como después lo dieron a entender muchos entrando en varias religiones, en donde sirvieron a Dios y a sus prójimos, sobre lo cual hay testimonio authéntico en el depósito de este convento, por el cual consta cómo Fr. Gerónimo de San Bartholomé, religioso de N.P.S. Domingo, hijo del convento de Piedrahita, hizo donación de toda su hacienda a la madre Soror María de Santo Domingo en atención a haberle criado y doctrinado y, por sus consejos, haber sido motivo para entrar en la religión, lo que cede en grande elogio de la venerable fundadora.
[…]
[Fol. 4r] Acabado el convento, dio luego el hábito la venerable madre María de Santo Domingo a sus hermanas, que se llamaron Soror María de la Asumpción y la madre Soror María de los Santos, las que quisieron ser las primeras en imitar a su santa hermana vistiendo el sagrado hábito, como lo habían sido en ayudarla con su patrimonio para la fábrica, mereciendo por esto el título de confundadoras de este insigne convento y el nombre de María de todas, lo que aún existe en nuestros días en memoria y crédito de otras hermanas, gozando el nombre de principal en todo la que fue madre de todas María de Santo Domingo, la cual, acabado el monasterio víspera de la Asumpción de Nuestra Señora, como queda dicho, procuró luego se recogiesen en él sus dos hermanas y otras muchas de las que tenía bajo de su dirección, así grandes como niñas, y todas alegres y gustosas empezaron a celebrar los divinos oficios. Y sobre esto hoy en día se hace venerable memoria todos los años, dicho día víspera de la Asumpción, rezando en el coro con la devoción que aquí acostumbran las religiosas en oficio parvo de Nuestra Señora. Aunque no consta del modo que entonces tuvieron de rezo, parece ser más cierto que empezaron luego en sus principios a rezar el oficio canónico de la Iglesia, como se acostumbra entre las religiosas de velo negro y hoy día se observa, porque el señor Obispo de Ávila, Don Alonso Carrillo de Albornoz, les concedió licencia en ocho de julio del año siguiente de mil quinientos y ocho para que pudiesen tener en su Iglesia Sacramento con su lámpara y, aunque no dice nada de rezo, parece muy conforme que las concediese esta licencia en atención, o con la condición, a lo menos implícita de que rezasen el oficio divino.
[…]
Capítulo 2
[Fol. 12r] S. I
Elección de priora que se hizo en la venerable madre Soror María de la Asumpción y sus admirables virtudes y trabajos
Muy [3] sentidas y lastimadas quedaron las venerables religiosas de este ilustre convento de Santa Cruz de Aldeanueva con la muerte de su santa fundadora, la madre Soror María de Santo Domingo. Era esta gran sierva de Dios, madre amantísima de todas y alma y corazón de todo aquel gran cuerpo religioso y, como al ausentarse el alma del cuerpo es natural el sentimiento en todos los miembros, así fue muy justo y muy debido el llanto en todas aquellas queridas hijas por la muerte de su amantísima madre y por la falta de su corazón y de toda su alma. Trataron, luego que depositaron su venerable cadáver en el sepulchro, de darla sucesora y de elegir priora de toda aquella observantísima comunidad, en lo que hubo poco que discurrir, atendida la prudencia humana. Pues, aunque había muchas merecedoras de esta honra por su nobleza, virtud y méritos, a todas les pareció, y bien fundadas, que ninguna mejor podía ocupar mejor la silla y llenar el vacío de tan gran madre como su hermana la venerable María de la Asumpción, por lo cual de común consentimiento fue elegida (aunque con repugnancia suya) por priora, madre y maestra de toda aquella religiosísima comunidad, con tan grande aplauso y regocijo de todas aquellas siervas de Dios que sola esta elección fue bastante para mitigar su dolor y enjugar las lágrimas por la pérdida antecedente. No obstante lo que va referido, no parece ser lo más cierto el que sucediese en el oficio de priora a la venerable fundadora su hermana María de la Asum[p]ción, pues consta por algunas escrituras que existen en depósito haberla seguido la madre María de San Christóbal, ni se halla en dichas escrituras, siendo muy antiguas, la madre Asumpción priora hasta el año de mil quinientos cuarenta y uno [4].
Lo cierto e indubitable es que la venerable madre María de la Asumpción fue hermana por naturaleza de nuestra santa fundadora y fuelo también por la gracia, pues fue tan gran sierva de Dios como ella. Debió lo principal de su virtud a la buena y santa educación de su venerable hermana, porque, habiendo muerto sus padres en lo más tierno de su niñez, quedó bajo la tutoría y disciplina de su hermana mayor, la madre María de Santo Domingo, como ya queda dicho arriba. Procuró esta santa mujer, luego que se encargó de su crianza, apartar de su corazón el amor al mundo y a sus vanidades [fol. 12v] y falacias, criándola con grande temor de Dios y tan grande amor a la virtud, retiro y soledad como después lo declaró lo prodigioso de su vida y lo heroico de sus admirables virtudes. Luego que la edad lo permitió, se dedicó al bien y utilidad de las almas, ayudando a su santa hermana en aquel laborioso y caritativo ministerio de educar y enseñar niñas y niños, con tan singular espíritu y fervor que en nada se echaba menos el de su santa hermana. Ella era la que cuidaba de darlas lección, de enseñarles la doctrina christiana, del aseo y limpieza de todas y, sobre todo, de que fuesen buenas christianas, y sirviesen a Dios, lo que hacía más con su ejemplo que con sus palabras.
Así empleó esta santa mujer los primeros años de su vida hasta que, fundado el convento de Santa Cruz de la Magdalena de Aldeanueva, fue la primera que se encerró en él y tomó el hábito de beata de N.P.S. Domingo en el año de mil quinientos y siete de manos de su santa hermana nuestra venerable fundadora, la víspera de la Asumpción de Nuestra Señora, circunstancia que pudo ser ocasión de llamarse Soror María de la Asumpción y que la hizo su cofundadora de este ilustre convento, no solo por haber empleado su patrimonio en su fundación, sino por haber sido la primera que siguió en todo las pisadas de su venerable fundadora. Luego que se vio con el santo hábito, reconoció que tenía mayor obligación de servir a Dios que antes y, ayudado su espíritu de la gracia divina, empezó una vida tan penitente, tan austera y tan mortificada que fue un vivo retrato y ejemplar de su santa hermana. Era observantísima de sus leyes y constituciones, jamás comió carne desde que tomó el hábito, sus ayunos eran como los de la primitiva Iglesia, porque solo comía una vez al día, y eso con singular templanza. Nunca cenaba, ni hacía colación, su cama era el duro suelo; cuando mucho, usaba de una tabla. Sus disciplinas, silicios y penitencias eran tales que horrorizaban a todas las religiosas. En el silencio y retiro era extremada, no hablaba sino cuando la necesidad lo pedía y, en fin, era tal su vida que parecía haber renacido en ella el espíritu penitente de la seráfica virgen Santa Cathalina de Sena. Con tan extremada penitencia y aspereza de vida, conservó su alma limpia de toda culpa, adornándola de muchas y singulares virtudes, porque era humildísima, y tanto, que siendo su vida angelical, le parecía ser la mayor pecadora del mundo y por tal quería ser tratada de todas. Su paciencia fue admirable, como después veremos, su obediencia ciega, su mansedumbre rara, y sobre todo su caridad y conmiseración para con los prójimos fue tal que por todos los medios procuraba el remedio de sus necesidades, así espirituales como temporales. A todas estas virtudes juntaba una prudencia grande, [fol. 13r] con la cual trataba con singular destreza los negocios, así de casa como fuera de ella, de que tuvieron las religiosas larga experiencia en las diligencias que practicaba su hermana y para las que hacía dilatadas ausencias. No siendo menos la afabilidad que tenía para con todos, por lo cual dominaba de tal manera los corazones de todas aquellas venerables mujeres que, muerta su santa hermana, fue al punto elegida sin oposición ni contradicción alguna por priora de esta casa, y fue la segunda que hubo en ella según la más cierta tradición, y es muy creíble fuese así, no obstante lo que refieren las escrituras antiguas, pues, atendiendo a los méritos de la difunta fundadora, su hermana, y a que por su conocida virtud no lo desmerecía y que a las religiosas no les tiraría la carne y sangre, se debe creer así lo hiciesen. No resplandeció menos su virtud siendo priora que siendo súbdita. Antes, si como luz colocada sobre el candelero empezó a arrojar tales resplandores que obscurecían las muchas luces que había en esta gran casa, porque así como la luz del sol al medio día no deja brillar a las estrellas, así la mística luz de esta gran sierva de Dios ocultaba con sus rayos los resplandores de tantas estrellas como había en este gran firmamento dominicano, no porque dejasen de ser luces, sino porque era mayor y más tersa la luz de su venerable prelada. Era la primera en todo: sin jamás admitir dispensación alguna por enfermedad y ni por otra cualquiera causa, en los oficios más humildes y bajos del convento estaba como la más humilde novicia. A todas animaba, a todas consolaba con sus pláticas y dulcísimas palabras y mucho más con su grande ejemplo, con el cual se animaban tanto aquellas venerables religiosas que, en más de treinta años que obtuvo el oficio de priora, en nada decayó el grande rigor y observancia con que este convento se fundó.
No pudo el demonio sufrir tanta virtud como había en la venerable madre y, lleno de infernal rabia, intentó por todos los medios que le fueron permitidos derribarla y afearla. Aparecíasele en horribles figuras, provocando con palabras y acciones turbar su espíritu e inqui[e]tar su alma, mas, viendo el poco caso que hacía la sierva de Dios de todas sus amenazas, pasó de las palabras a las obras dándola recios y crueles golpes, arrojándola de las escaleras abajo, y, hiriendo lastimosamente su delicado cuerpo, la dejaba tan quebrantada que parecía estar en las agonías de la muerte [5]. Pero la venerable priora se armaba, para tan fuerte batalla, de una larga y prolija oración y de un continuo ayuno, que son las armas fuertes y más firmes para vencer a este terrible adversario; velaba y oraba gastando casi toda la noche en este devoto ejercicio. Por eso no caía en la tentación, porque salía de la oración tan valiente, robusta y fervorosa que ella misma desafiaba y provocaba a la batalla a esta bestia infernal. Rabiaba de furor el demonio viéndose vencido de una mujer flaca y débil y, dándole Dios licencia, procuró rendirla por otros medios más terribles [fol. 13v] y horribles e igualmente sensibles, como fue levantarla una furiosa tempestad de persecuciones y contradicciones nacidas de muchas emulaciones y envidias entre sus hijas y hermanas [6], que, movidas del espíritu de Satanás, la persiguieron y contradijeron terriblemente, poniéndola mal con los prelados de la orden. Así consta de libro antiguo de profesiones, fol. 2 y siguientes.
S. II
Lastimosa quema del convento de Sta. Cruz y su reedificación
La poca estabilidad de las cosas de esta vida es el argumento más claro de su poca firmeza. No hay cosa en este universo que no esté sujeta a varios accidentes y descuidos; y basta uno solo para destruir las mayores máquinas de él. Muchos años se tardó en edificarse el convento de Sta. Cruz de Aldeanueva y muchos fueron los caudales que se gastaron de las limosnas de los fieles en su fábrica, hasta quedar enteramente acabado con todos sus claustros, dormitorios y demás oficinas necesarias para la vivienda de una comunidad tan dilatada. Era la fábrica de las más hermosas y perfectamente acabadas que había en estos reinos. Pero todo este hermoso edificio lo arruinó y redujo a cenizas en un momento un lastimoso descuido.
Sucedió este lamentable infortunio el día diez y ocho de septiembre, en que se celebra la fiesta de los gloriosos mártires San Cornelio y Cipriano, del año de mil quinientos sesenta y cinco, a los cincuenta y nueve años de su fundación. Empezó el fuego por una casa baja de labor encima de la cual estaba la enfermería a las doce de la noche, estando las religiosas recogidas y descuidadas. Solas dos, de más de trescientas, que había entonces en el convento, se habían quedado (no sin alta Providencia de Dios) en el coro en sus ejercicios de oración acostumbrados, las cuales, viendo el grande humo que salía de la dicha casa de labor, conocieron ser fuego y el grande peligro en que se hallaban todas, por estar ya casi apoderado de la mayor parte del convento. Despertaron luego a todas sus hermanas que, llenas de confusión, horror y espanto, procuraron a toda priesa salvar las vidas, ya que era imposible librar de las voraces llamas otra cosa. No se olvidaron las venerables religiosas, entre tanta confusión, de su acostumbrada devoción y caridad, porque cuidaron primero que de sus personas que se librasen las enfermas e impedidas, que eran las que corrían mayor peligro, por estar más vecinas al centro del incendio. Había, a la sazón, en la enfermería más de cuarenta enfermas y, de ellas, muchas tullidas y baldadas. Y con ser tantas, ninguna peligró entre las llamas por la grande diligencia y caridad de sus hermanas que, venciendo la flaqueza de su sexo, en hombros, en brazos y como mejor po- [fol. 14r] dían las pusieron a todas en cobro. La misma diligencia y cuidado pusieron en rescatar, a reservar del furor de las llamas el copón, en donde se reserva el Santísimo Sacramento, las reliquias y las imágenes del Santísimo Christo de las Batallas y de Nuestra Señora, las que procuraron librar del fuego con peligro de sus vidas, porque, enseñadas en la escuela de la caridad y devoción, manifestaron que era mayor el fuego de amor divino que en sus pechos ardía, que no el que en lo exterior las abrasaba. Gran crédito y lustre por cierto de este convento y gran testimonio de la mucha observancia, devoción, unión y caridad que entre aquellas religiosas había. Pues, en un tiempo de tanta confusión y en una hora tan intempestiva, tuvieron tanto cuidado aquellas santas mujeres de librar de un fuego tan crecido y voraz así a las enfermas e impedidas, como a reliquias e imágenes que en la iglesia había. Por eso, sin duda fue Dios servido de que ninguna peligrase entre tanto horror y confusión de infortunios, premiando su majestad el ardiente celo, devoción y caridad de sus esposas, con detener el ímpetu furioso de las llamas todo el tiempo que se ocupaban en estas cosas.
En lo que menos cuidado pusieron fue en las cosas temporales, porque de esto no sabemos, ni hay memoria, se reservase alguna cosa, pereciendo miserablemente ropa, camas y demás alhajas en el incendio. Solo se reservaron en las escrituras del depósito, por el grande cuidado y diligencia que puso la madre Soror María de la O, que era natural del Barco y entonces depositaria, cuyo celo era tan grande del bien común que se tubo por cosa cierta que se arrojó intrépida por medio de las llamas para librar de su voracidad las escrituras, como de hecho lo consiguió poniéndolas a las más en salvo sin padecer ella el menor daño. De lo demás del convento no quedó cosa que no se redujese a cenizas, abrasándose todo cuanto en él había, sin quedar más que las paredes y estas tan derrotadas que no pudieron servir en adelante. Porque el incendio fue tan grande que duró cinco días sin poder apagarle por más vivas diligencias que hicieron los vecinos de Aldeanueva y de su circunferencia, compasivos al ver tan desgraciada lástima, de todo lo cual dio testimonio púbico Juan Méndez, escribano del Barco, su fecha en veinte y cinco de octubre de mil quinientos sesenta y cinco.
No es ponderable la aflicción y desconsuelo que tuvieron las religiosas, viendo el estrago lastimoso de su casa. Pero entre el mismo sentimiento se admiró la mayor prueba de su virtud, pues supieron contenerle dentro de una admirable y ejemplarísima resignación. Para lo [fol. 14v] cual le sirvió mucho el ejemplo de su venerable y amantísima prelada. Éralo entonces la Madre Soror María de la Asumpción, de quien vamos hablando, cuyo quebranto en este lamentable infortunio fue tan grande, que hubiera postrado todo su valor, a no ser tan sólida su virtud. Mas, como estaba enseñada a grandes trabajos, sufrió este, aunque tan excesivo, con la misma paciencia y resignación que toleró los otros. Miraba la venerable priora reducido a cenizas aquel monasterio, que era theatro de la más rígida observancia y, aunque la causaba gran sentimiento esta desgracia, era mayor su pena viendo el poco abrigo y mucho desacomodo de sus queridas hijas, porque, con el susto y la priesa, cogieron tan poca ropa que apenas tenían la precisa para su decencia. Así consta del testimonio que dio el escribano que va referido. Trató luego como tan buena madre de acomodarlas lo mejor que pudo, haciendo que unas se retirasen a lo más interior de la huerta, en una casita que servía de gallinero, y otras se recogiesen a la iglesia del lugar y que se repartiesen otras por las casas de Aldeanueva, en donde fueron asistidas de todos los vecinos con mucha caridad, acudiendo a todas partes la venerable priora a consolarlas, animarlas y remediarlas, sin descuidarse un punto de la obligación de su oficio, ni olvidarse en tiempo tan calamitoso de la observancia y modo de vida regular.
Causó universal lástima este contratiempo de aquellas esposas de Christo, especialmente en el piadoso ánimo de la excelentísima Señora Doña María Henríquez de Toledo, Duquesa de Alba. Gobernaba en aquel tiempo esta señora los estados de Alba por ausencia y poderes del excelentísimo Señor Don Fernando el grande, su marido y primo, y, sabiendo la fatalidad de este convento de Santa Cruz, dio luego orden para que el alcaide de la fortaleza y castillo que tienen Sus Excelencias en la villa del Barco le despojase. Lo cual ejecutado, puso en él a la priora y religiosas del abrasado convento, en donde vivieron algunos días asistidas de orden de Su Excele[n]cia de todo lo necesario. Consta de la escritura de renovación del patronato, glosada en el libro de Bezerro, al folio seiscientos veinte y siguientes. Y no solo se reconoció la piedad y devoción de la excelentísima señora para con aquellas afligidas monjas en esto, sino que continuando sus favores les ofreció con grandísima liberalidad la dicha fortaleza para que en ella hiciesen convento, sobre que hizo repetidas instancias, prometiéndolas de labrar allí todo lo necesario para su clausura y vivienda, lo que esforzaba grandemente la misma villa del Barco y su tierra, ofreciendo concurrir al nuevo monasterio con largas limosnas si se edificase allí. Pero la venerable priora y religiosas no quisieron aceptar estas ofertas, suplicando a Su Excelencia con humilde vendi [fol. 15r] miento convirtiese las limosnas, que las ofreció en volverlas a reedificar el monasterio en el mismo lugar y sitio donde antes estaba y en donde habían tomado el hábito, porque estimaban más el retiro y soledad de aquella pobre aldea que no el bullicio de la villa entonces numerosa, como más conforme a su estado e intención de su santa fundadora. Oyó la señora Doña María con gusto tan prudentes y religiosos motivos y condescendió luego a sus ruegos, mandando que sin dilación alguna se volviese a reedificar el convento a sus expensas, en el mismo sitio de su primera fundación, lo que se ejecutó promptamente, con grande calor que daba a la obra Su Excelencia, y de esta suerte, acabado perfectamente el monasterio con todas sus oficinas necesarias, volvieron a vivir en él las religiosas, en donde se han conservado y conservan actualmente. Todo esto se debió a la mucha piedad de la señora Duquesa, aunque después lo aprobó el señor Duque, su marido, añadiendo otras limosnas como en el siguiente y veremos.
S. IV
Muerte de la venerable María de la Asumpción y de su hermana María de los Santos
Volviendo a la venerable María de la Asumpción, más se puede considerar que escribir el gozo que tuvo su espíritu, viendo acabado el monasterio con todas las oficinas necesarias, iglesia, claustro, refectorio, dormitorios y todo lo demás que en un convento es preciso, y todo muy sumptuoso en el mismo sitio en donde al principio se había fundado. Procuró [fol. 16v] luego venirse a él con sus religiosas, lo que ejecutó, habiendo dado primero las gracias así a la señora Duquesa Doña María Henríquez Toledo como a la villa del Barco, por la mucha caridad con que habían asistido en su aflicción a las monjas, y más en particular a la excelentísima duquesa por haberlas reedificado con tanta magnificencia el convento, con todas aquellas expresiones de afecto y agradecimiento que su mucha discreción la dictaban. Todo el tiempo que se detuvieron las monjas en el Barco, puso gran cuidado en que no decayese en nada la mucha religión y observancia que en este convento siempre se había profesado, y que no fuese miserable despojo de la relajación el espiritual edificio de este monasterio como lo había sido de la voracidad del fuego lo material de su fábrica. Y consiguiolo a muy poca diligencia, porque todas aquellas religiosas eran observantes de sus sagradas leyes, tan atentas a sus obligaciones y tan deseosas de servir a su esposo Jesús que muy poco o nada tuvo que hacer la venerable priora para mantener estos corazones en el amor de Dios y desprecio del mundo.
Aumentó este cuidado luego que se vio en su deseado retiro, pareciéndola que ya se hallaban las monjas nuevamente obligadas a servir con mayor fervor a su esposo. Traílas a la memoria, en sus continuas y fervorosas pláticas, los muchos beneficios que habían recibido de la poderosa mano de Dios en todos aquellos tiempos tan calamitosos. Animábalas a permanecer en sus santos propósitos, exortábalas a la más rígida observancia y cumplimiento de su profesión y, finalmente, movíalas tanto con su afabilidad y ejemplo a todo lo bueno que en nada se echaba menos el primitivo fervor de su venerable fundadora [7]. Hallábase a esta sazón esta sierva de Dios en los últimos años de su vida y muy cercana a la muerte por su mucha ancianidad, mas con todo eso era la primera a todas las funciones de la comunidad y, aunque débil en el cuerpo, se hallaba muy fuerte su espíritu, aumentando ahora más sus rigores y asperezas para lograr los últimos abrazos de su amantísimo esposo. Murió la venerable María llena de años y de méritos y con grandísima opinión de santa, a muy pocos años después que se reedificó el convento [8]. Fue mujer ejemplarísima y, en todo, un retrato de su santa hermana y verdadera hija de N.P.S. Domingo, por lo cual podemos piadosamente creer que su alma voló luego al Cielo a recibir el premio de sus muchas y heroicas virtudes. Su cuerpo fue enterrado en el sepulchro de su misma hermana a la puerta del refectorio, por haberlo ella pedido por su humildad y por parecerlas a las religiosas que debía estar en muerte unida a la que tanto debió y se pareció en vida.
Notas
[1] Como en las vidas anteriores editadas en este catálogo, se hace referencia a la faceta de María como educadora de niñas incluso antes de unirse a las dominicas. En el párrafo siguiente se resalta la actividad de las tres hermanas como educadoras de la doctrina cristiana.
[2] Contrasta este dato con el de María de Santo Domingo como mujer analfabeta que nos legan los papeles de su cuarto juicio.
[3] Al margen: “Venerable madre Sor/ María de la Asump/c[i]ón, hermana de la/ fundadora…”: esta es la misma María que aparece en el folio 4v, a la cual, junto a la madre María de los Santos, se las califica de cofundadoras del convento de Aldeanueva, por lo que se elige a la segunda hermana como nueva priora del convento tras la muerte de su hermana mayor.
[4] Esta información sobre María de San Cristóbal no aparece en el relato del siglo XVII y de 1709, en ambas se especifica que la sucesora de María de Santo Domingo fue su hermana María de la Asunción.
[5] Como su hermana mayor, María de la Asunción era asediada por el demonio.
[6] María de la Asunción fue objeto de persecuciones provocadas por sus hermanas, que la enfrentaron con los prelados de la orden. Sor María de Santo Domingo también tuvo conflictos con sus hermanas en el convento de Santa Catalina en Ávila por “discrepancias con otras religiosas o persecuciones de las que era objeto” (José Manuel Blecua ed., El libro de la oración de Sor María de Santo Domingo, Madrid: Hauser y Menet, 1948, p. 3.)
[7] Al margen: “Tercera hermana/ de la fundadora”, es decir, María de los Santos, pero se empieza a hablar de ella al final del folio. Aquí se explica la muerte de su hermana, María de la Asunción.
[8] Se refiere a la reedificación del convento después del incendio que ocurrió en el año 1565 y que se incluye en los fols. 13v-15r. El incendio sucedió mucho después de la muerte de Sor María, pero sus dos hermanas aún estaban vivas, como se muestra en el texto, y María de la Asunción era entonces priora del convento.