Beatriz de Silva

De Catálogo de Santas Vivas
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Santa Beatriz Silva
Nombre Beatriz da Silva
Orden Franciscanas y Orden de la Inmaculada Concepción
Títulos Monja y fundadora
Fecha de nacimiento ca. 1426
Fecha de fallecimiento Agosto de 1491
Lugar de nacimiento Campo Maior, Portugal
Lugar de fallecimiento Toledo
Canonización 17 de agosto, 1 de septiembre (para los franciscanos)
Beatificación Culto inmemorial aprobado por Pío XI el 28 de julio de 1926
Canonización 3 de octubre de 1976 por el Venerable Pablo VI

Contenido

Vida impresa (1)

Ed. de Verónica Torres Martín; fecha de edición: octubre de 2020

Fuente

Ficha Francs 2 Beatriz de Silva 1.jpg
  • Alcocer, Pedro de, 1554. “Libro segundo, en que particularmente se escribe el principio, y fundamento desta sancta ygleia de Toledo…”, Hystoria, o descripcion dela Imperial cibdad de Toledo. Con todas las cosas acontecidad en ella, desde su principio, y fundacion. Adonde se tocan, y refieren muchas antigüedades, y cosas notables de la Hystoria general de España, Toledo: Juan Ferrer, fols. 107r col. b – 109v [108v] col. b [1].

Contexto material del impreso Hystoria, o descripcion dela Imperial cibdad de Toledo.

Criterios de edición

El relato aparece en el libro segundo de la Historia, o descripción de la imperial ciudad de Toledo, impreso en 1554, en el que se describe la fundación de los monasterios, hospitales y lugares píos de la ciudad de Toledo. La vida de Beatriz de Silva se integra en el decimosexto capítulo, en el que se ejemplifica el principio de la Orden de la Concepción.

Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por tanto, se ha decidido respetar la morfología de las palabras con interés morfológico o fonológico con la intención de no perder los valores fonéticos, léxicos y sintácticos de la época. Asimismo, se conservan las grafías de sibilantes por tratarse de un impreso de mediados del siglo XVI. Además, para facilitar la localización del texto, se indica el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).

Se ofrecen datos en torno al texto editado en:

M.Mar Cortés Timoner, “Censuras, silencios y magisterio femenino en la Adición a la tercera parte del Flos Sanctorum de Alonso de Villegas”, Specula. Revista de Humanidades y Espiritualidad, vol. 1 (mayo 2021), pp. 183-210: https://www.ucv.es/investigacion/publicaciones/catalogo-de-revistas/revista-specula

Vida de Beatriz de Silva

Cap. XVI

De la Orden de la Concepción, y de su principio

[fol. 107r col. b] El devoto monesterio que antes se llamaba San Francisco y agora se llama la Concepción, que fue el primero que de esta santa orden en España se fundó, fue al comienço fundado por los frailes de San Francisco por la forma que ya diximos. De adonde, después de haber estado 260 años, se mudaron al monesterio de San Juan de los Reyes, dexando este dicho monesterio para estas religiosas de la [fol. 107v col. a] aprobada Orden de la Concepción de Nuestra Señora, la cual orden començó de la manera siguiente. Al tiempo que vino de Portugal la reina doña Isabel a casarse con el rey don Juan el Segundo, truxo consigo (entre las otras damas) una de alto linaje, cercana parienta suya, llamada doña Beatriz de Silva, que en fermosura, galanía y dulce conversación sobrepujaba, no solo a las otras damas, mas a todas las de su tiempo. Por lo cual, y por la claridad de su linaje, començó a ser festejada y requerida de todos cuantos grandes en la corte había y de algunos de ellos demandaba casamiento, sobre lo cual había en la corte [2] diversos ruidos y quistiones, queriendo cada uno ser solo en su requiebro y privança. Y como estas cosas procediessen adelante, llegado a noticia de la reina y creyendo que la dicha doña Beatriz tenía en ello alguna culpa, la mandó encerrar en una caxa de madera que para ello mandó hazer, adonde la hizo estar tres días sin comer ni beber. Y viéndose esta señora sin culpa tan maltratada, encomendóse de todo coraçón a la gloriosa Virgen Nuestra Señora, a la cual votó su virginidad, ofreciéndose de todo coraçón a ella con tantas lágrimas de devoción que mereció ser visitada de esta gloriosíssima Virgen. La cual dizen que le apareció vestida del hábito de la Concepción, como hoy le traen estas religiosas (que es sayas y escapularios blancos y mantos azules), y la consoló y confortó. Y como passados los tres días fuese puesta en su libertad, pareciéndole muy peligrosa la vida de la corte, determinó, por poder vacar más libremente en el servicio de Nuestro Se- [fol. 107v col. b] ñor, de venirse a esta ciudad de Toledo y meterse en el monesterio de Santo Domingo el Real. Y veniendo por el camino, a la passada de un monte, se oyó llamar en lengua portuguesa y, volviendo la cabeça, vido venir dos frailes de la Orden de San Francisco y, creyendo que la reina los enviaba para que la confessasen y darle luego la muerte, ovo gran temor y luego recurrió a Nuestra Señora, a quien tenía por abogada. Llegados a ella, los frailes la consolaron y, vista su turbación y sabida la causa de ella, no solo le quitaron el temor, mas le dixeron que sería madre de muchas hijas muy nombradas y señaladas en el mundo. Y como ella replicasse que tenía ofrecida a Dios su virginidad, ellos le respondieron que assí sería como ellos dezían. Y caminando assí todos juntos llegaron a la posada adonde, queriéndose ella assentar a comer y llamando a los frailes para que comiessen, nunca más parecieron, por donde claramente se manifestó haber sido revelación divina.

Y llegada esta señora a esta ciudad, se metió con dos servientas en el dicho monesterio de Santo Domingo el Real, adonde estuvo en hábito secular más de 30 años haziendo vida santa y absteríssima, en todos los cuales ningún hombre ni mujer vido su cara descubierta, sino fue la Reina Católica y una su sirvienta que le administraba las cosas necessarias, ni tan poco los otros años que después vivió. Y siendo devota de la gloriosíssima siempre Virgen María, principalmente de su Santísima Concepción, siempre pensaba cómo la pudiesse más sublimar y engrandecer y, para esta, pen- [fol. 109r col. a] só muchas vezes de instituir una nueva orden de su Santa Concepción, lo cual comunicado con la Católica Reina doña Isabel y hallándola muy conforme a su voluntad, se dispuso a lo hazer assí. Y queriendo esta santa reina ayudar a su propósito, le dio los palacios que antiguamente se dezían de Galiana, que era uno de los alcáçares de esta ciudad, adonde está el monesterio de Santa Fe (en que antes estaba la Casa de la Moneda). Adonde esta señora, dexando el monesterio de Santo Domingo, se metió con otras doze religiosas en el año de nuestra salud de 1484 años, adonde estuvo reduzido en forma de monesterio hasta el año de 1489 años, pensando siempre qué orden y hábito tomaría. En el cual dicho año, a pedimiento suyo y suplicación de la Católica Reina, el papa Inocencio Octavo le concedió la continuación de su orden con el hábito y nombre y oficio de la Concepción, cual hoy le usan estas religiosas con ciertos ayunos, todo debaxo de la Orden del Cístel, con obediencia al perlado diocesano, porque el papa no quiso conceder ni aprobar orden ni regla nueva. Lo cual, todo assí como el Papa lo concedió, le fue revelado a esta santa religiosa, y aun acerca de ellos aconteció otro grande miraglo. Como las bulas de esta concesión se hundiessen en la mar, juntamente con las otras cosas que en la nao venía, fueron divinalmente halladas por esta bienaventurada religiosa en una caxa del monesterio y, estando aparejando con gran diligencia las cosas convenientes al tomar del hábito y al hazer de la professión y tomar del velo, conforme a las [fol. 109r col. b] letras apostólicas, el quinto día después de esta determinación, estando en su oración, le apareció Nuestra Señora, y le dixo que dende a diez días moriría. Y assí aconteció cómo Nuestra Señora se lo dixo, que, habiendo recebido los santíssimos sacramentos, murió santamente en el año de nuestra salud de 1490, siendo de edad de 66 años. Y como poco tiempo después sacassen su cuerpo del lugar adonde estaba, para ponerle en un suntuoso monumento que tenía hecho a la diestra parte de su coro, adonde agora está, tan grande fue el olor que de ella salió que todos fueron recreados. Muerta esta santa religiosa, las monjas que en el dicho monesterio de Santa Fe quedaron tomaron el hábito y hizieron professión conforme a las letras apostólicas. Passados cuatro años después desto, los Reyes Católicos, juntamente con fray Francisco Ximénez (que después fue arçobispo de Toledo), que era vicario provincial y universal reformador de toda la orden, desseando reformar estas monjas de Santa Fe, que por otro nombre se llamaba la Concepción, y también las monjas de S. Pedro de las Dueñas (que ya diximos) porque no vivían conforme a la Regla de S. Benito (debaxo de la cual militaban), pareciéndoles que para su autoridad y reformación convenía juntar las unas con las otras, lo hizieron ansí en el año del Señor de 1494 años con autoridad del papa Alexandre Sexto. Y después de ayuntadas por la dicha autoridad las monjas de S. Pedro, dexaron la Regla de San Benito, y las monjas de la Concepción, la del Cístel, y las unas y las otras tomaron el hábito y la [fol. 109v col. a] manera del vivir de la Concepción y la Regla de Santa Clara. Y de esta manera estuvieron juntas debaxo de la dicha regla hasta el año del Señor de 1501 años, que por mandamiento de los Reyes Católicos se passaron al monesterio que antes se llamaba San Francisco y agora se llama la Concepción, de adonde poco antes había mandado salir los frailes que en él estaban, passándolos al monesterio de San Juan de los Reyes juntamente con los otros observantes que a él vinieron de la Bastida, como es dicho. Y esta passada de estas religiosas al dicho monesterio se hizo con autoridad del papa Julio Segundo y, en el dicho monesterio de S. Pedro, se hizo después el Hospital de Santa Cruz, que agora se llama del Cardenal.

Passadas assí estas religiosas al monesterio de la Concepción, començaron a florecer en santas obras con grande observancia y guarda de su religión, lo cual de tal manera inflamó los coraçones de muchas nobles de esta ciudad que, desseando servir a Nuestro Señor, tomaron el hábito de esta religión, en el cual sirven devotamente a Dios; y, movidos con este santo desseo, en otras diversas partes de estos reinos se fundaron otros monesterios de esta orden adonde assí como en esta ciudad se haze vida honesta y recogida. Y no mucho después, pareciéndoles a estas honestas vírgines cosa indigna de su orden tener el hábito y manera de vivir y el oficio de la Concepción y tener la Regla de Santa Clara, con consejo y ayuda de algunos religiosos de esta provincia compusieron la Regla de la Concepción, debaxo de la cual militan, que fue aprobada y con-[fol. 109v col. b] firmada por el papa Julio en el año del Señor de 1511 años. Y fueron estas religiosas absueltas del primero voto de la Regla de Santa Clara y hizieron de nuevo voto y professión en la de la Santa Concepción, como hoy le tienen viviendo santamente y en gran recogimiento.

Notas

[1] Ejemplar mal foliado, pues aparece como CIX cuando debería ser CVIII. Además, cabe indicar que no aparece el capítulo XIII.

[2] Figura en el texto original: “corre”. Se ha subsanado la errata.

Vida impresa (2)

Ed. de M. Mar Cortés Timoner; fecha de edición: enero de 2024.

Fray Pedro de la Vega.png

Fuente

  • Vega, Fray Pedro de la (O.S.H) [y Martín de Lilio (O.S.F)], 1558. Flos santorum : La vida de nuestro señor Iesu Christo y de su santissima Madre y de los otros santos segun la orden de sus fiestas : aora de nueuo corregido y emendado, y añadidas algunas vidas de santos, Alcalá de Henares: en casa de Iuan Brocar, segunda parte, fols. 150r-152r.

Contexto material del impreso Flos santorum: La vida de nuestro señor Iesu Christo y de su santissima Madrey de los otros santos segun la orden de sus fiestas: aora de nueuo corregido y emēdado, y añadidas algunas vidas de santos.

Criterios de edición

Se han seguido los criterios establecidos en el Catálogo para fuentes impresas y, considerando que se trata de una obra de mediados del siglo XVI, se ha respetado la morfología de las palabras con interés morfológico o fonológico. De esta manera, se conservan las grafías de sibilantes y las contracciones “dellos”, “desto”, “desta”, “deste” (pero se ha añadido el apóstrofo clarificador en “del” para escribir “d’él”); y el signo tironiano se ha transcrito como “et”. En cambio, se ha actualizado el empleo de mayúsculas, la puntuación y la unión o separación de palabras. También se ha modernizado el empleo de la “h” y la escritura de las grafías: c/q, j/g, i/j/y, n/m, u/v/b. Asimismo, se han simplificado las duplicaciones consonánticas pero se han mantenido los grupos consonánticos -ch-, -mpt-, -sc- y las alternancias de las formas “sancta” y “sant” con “santa” y “san”. Además, se han desarrollado las abreviaciones con o sin marca expresa. Por último, para facilitar la localización de los textos, se citan los folios en cifras arábigas (no romanas) y la columna correspondiente (col. a - col. b).

Vida de Beatriz Silva [1]

[fol. 150r col. a] […] Y empeçose la Orden [de la Inmaculada Concepción] por una ilustre señora de la manera que se sigue. Al tiempo que vino de Portugal la reina doña Isabel a se casar con el rey de Castilla don Juan el Segundo, truxo consigo entre otras damas una de alto linaje, cercana parienta suya, llamada doña Beatriz de Sil- [fol. 150r col. b] va, que en hermosura, apostura, galanía y dulce conversación sobrepujaba no solo a las otras damas, mas aun a todas las de su tiempo. Por lo cual, y por la claridad de su linaje, començó a ser festejada y requerida de todos cuantos grandes en la corte había, y algunos dellos la demandaban en casamiento, a cuya causa había en la corte diversos ruidos y cuestiones, queriendo cada uno ser solo en su requiebro y privança. Y como estas cosas procediessen adelante, llegó a noticia de la reina y, creyendo que la dicha doña Beatriz tenía en ello alguna culpa, mandola encerrar en un lugar estrecho de madera hecho para esto, y que no le diessen en tres días de comer.

Viéndose esta delicada señora, siendo inocente y tan sin culpa, ser maltratada, encomendóse a la Gloriosa Virgen María Madre de Dios y votole su virginidad, ofresciéndose de todo coraçón a ella con tantas lágrimas y devoción que meresció ser visitada desta Purísima Virgen, aparesciéndole vestida del hábito de la Concepción como agora lo traen las religiosas, conviene saber: sayas y escapulario blanco y manto azul, y la consoló y confortó. Y como passados tres días fuesse puesta en su libertad, paresciéndole muy peligrosa la vida de la corte, determinó (por se poder más libremente dar al servicio de Nuestro Señor) irse a la ciudad de Toledo y meterse en Santo Domingo el Real.

Y viniendo camino a la passada de un monte, oyó que la llamaban en lengua portuguesa. Y, como volviesse la cabeça, vido venir dos frailes de la Orden de Sant Francisco que eran divinalmente enviados.Y no conosciendo el misterio, creyendo que la reina los enviaba para confessarla y darle luego la muerte, tomó pavor y cobró temor, por lo cual acudió a la oración y ofresciose a Nuestra Señora, a la cual tenía por abogada. Y los frailes, llegando a ella, saludáronla con palabras benignas y consolatorias. Y como conoscieron su turbación y supieron la causa della, no solo le quitaron el temor, mas le dixeron que había de ser madre de muchas hijas que serían muy nombradas y señaladas en el mundo. Y como ella replicasse que tenía ofrescida a Dios su virginidad, ellos le respondieron que sería lo que ellos dezían, y caminaron todos juntos. Y como llegassen a la posada y la ilustre señora se assentasse a comer, llamando los frailes para que comiessen, no parescieron más, en lo cual se muestra manifiestamente haber sido revelación divina y oráculo de lo que agora todos experimentamos en la multiplicación de las hijas que la han seguido.

Y como esta señora llegó a Toledo, metiose con dos sirvientas en el dicho monesterio de Santo Domingo el Real, y estuvo en él en hábito seglar treinta años haziendo grande penitencia y [fol. 151r col. a] abstinencia. Y en todo este tiempo, ningún hombre ni mujer le vio el rostro descubierto, sino fue la Reina Católica y la sirvienta que le administraba las cosas necessarias, ni tampoco los otros años que después vivió. Y siendo devota de la Gloriosa y siempre Virgen María, principalmente de su Puríssima Concepción, pensaba siempre cómo la pudiesse más sublimar y engrandescer y, para esto, pensó muchas vezes de instituir una nueva Orden de su Santa Concepción. Comunicó este su santo desseo con la Católica Reina doña Isabel, mujer del rey don Fernando el Quinto, y hallándola muy conforme a su voluntad, dispuso a lo poner por obra. Y queriendo esta santa reina ayudar a su propósito, diole los palacios que antiguamente se dezían de Galiana, que era uno de los alcáçares de aquella ciudad, donde agora está el monesterio de Santa Fe y antes estaba la Casa de la Moneda. Y allí se metió esta señora (dexado Santo Domingo) con otras doze religiosas, año de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro años. Allí estuvo en forma como de monesterio hasta el año de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve, pensando siempre qué hábito tomaría. Y en este dicho año, a pedimiento suyo y suplicación de la Reina Católica ya dicha, le concedió el papa Inocencio Octavo la continuación de su orden con el hábito y nombre y oficio de la Concepción, según usan hoy las religiosas con ciertos ayunos, todo debaxo de la Orden de Cístel [2] y la obediencia al prelado diocesano [3], porque el papa no quiso conceder ni aprobar orden ni regla nueva. Lo cual todo le fue revelado a esta santa religiosa ansí como el papa se lo concedió. Y acaesció un milagro, que, como las bulas desta concessión se hundiessen en el mar con otras cosas que en la nao iban, fueron divinalmente halladas desta bienaventurada religiosa en una caxa del monesterio. Y, como aparejassen con gran diligencia las cosas necessarias para tomar el hábito y hazer professión y tomar el velo conforme a las letras apostólicas, el quinto día después desta determinación, estando en oración, le aparesció Nuestra Señora y le dixo que desde a diez días moriría. Y assí acontesció cómo Nuestra Señora se lo dixo, que, recebidos los santíssimos sacramentos, murió en paz y fue a gozar de Dios a la bienaventurança en el año de mil y cuatrocientos y noventa, siendo de edad de sesenta y seis años.

Y como poco tiempo después sacassen aquel venerable cuerpo del lugar donde estaba, para ponerle en un sumptuoso monumento que tenía hecho a la parte diestra de su choro, adonde agora está, tan grande fue el olor que d´él salió que todos fueron recreados. Muer- [fol. 151r col. b] ta esta sancta religiosa, tomaron el hábito las monjas que en el dicho monesterio de Santa Fe quedaron y hizieron professión conforme a las letras apostólicas. Passados cuatro años después desto, los Reyes Católicos, juntamente con fray Francisco Ximénez (que después fue cardenal y arçobispo de Toledo), que era provincial de los frailes menores de Observancia y reformador universal de toda la Orden, desseando reformar estas monjas de Santa Fe, que por otro nombre se llamaban de la Concepción, y también las monjas del monesterio de Sant Pedro de las Dueñas, porque no vivían conforme a la Regla de Sant Benito, debaxo de la cual militaban, y paresciéndoles que, para su autoridad y reformación convenía juntar las unas con las otras, hiziéronlo assí en el año del Señor de mil y cuatrocientos y noventa y cuatro con autoridad del papa Alexandro Sexto. Y después de ayuntadas por la dicha autoridad, dexaron la regla de Sant Benito las monjas de Sant Pedro, y las de la Concepción la de Cístel, y tomaron las unas y las otras el hábito de la Concepción y la Regla de Santa Clara. Y desta manera estuvieron juntas debaxo de la dicha regla hasta el año de mil y quinientos y uno, que, por mandamiento de los Reyes Católicos, se passaron al monesterio que antes se llamaba Sant Francisco y agora se llama la Concepción, del cual salieron para este efecto los frailes que en él estaban días había reformados, passándolos al monesterio de Sant Juan de los Reyes, para que estuviesen juntamente con otros observantes que a él antes se habían passado de la Bastida. Y esta passada destas religiosas a este monasterio se hizo con autoridad del papa Julio Segundo, y en el dicho monesterio se hizo después el célebre hospital intitulado de Santa Cruz en Jerusalem a costa y expensas del ilustrísimo príncipe don Pero Gonçález de Mendoça, cardenal de España y arçobispo de Toledo.

Passadas assí estas religiosas al monesterio de la Concepción, començaron a florescer en sanctas obras con grande observancia de su religión. Y no mucho después, paresciéndoles a estas prudentes vírgines ser cosa indigna de su orden tener el hábito y manera de vivir y el oficio debaxo del título de la Concepción y tener la regla de Santa Clara, con consejo y ayuda de algunos religiosos de Sant Francisco de la provincia de Castilla, compusieron la regla de la Concepción, debaxo de la cual militan, aprobándola y confirmándola el papa Julio Segundo en el año del Señor de mil y quinientos y onze. Entonces, fueron absueltas estas religiosas del primer voto de la regla de Sancta Clara [fol. 152r col. a] y hizieron nuevo voto y professión en la de la Concepción como hoy le tienen, viviendo santamente. […]

Notas

[1] La vida de Beatriz de Silva se integra en la sección presentada con el siguiente epígrafe: “De cómo fue instituida Orden de la Puríssima Concepción de la Madre de Dios en la ciudad de Toledo y los perdones que se gana el día de su fiesta” (fols. 150v-152r). La hagiografía aparece a partir de la revisión que Martín de Lilio (O.F.M), en 1558, realiza del florilegio que Pedro de la Vega (O.S.H) había impreso en 1521 y 1541 (revisando a su vez la editio princeps realizada por un anónimo monje jerónimo, en 1516, a partir del florilegio manuscrito atribuido al fraile jerónimo Gonzalo de Ocaña c. 1450).

El relato en torno a Beatriz de Silva coincide en gran parte con el que compuso Pedro de Alcocer para el libro segundo de Hystoria, o descripcion dela Imperial cibdad de Toledo…. Toledo: Juan Ferrer, 1558 (fols. 107r– 109v), que ha sido editado en el Catálogo por Verónica Torres: Beatriz de Silva - Vida impresa (1).

[2] Se refiere a la Orden del Císter (fundada en 1098), que sigue la regla de San Benito.

[3] En el texto aparece escrito “diocesana”.

Vida impresa (3)

Ed. de Belén Molina Huete y Desiré Armero Benítez; fecha de edición: abril de 2023.

Fuente

  • Lisboa, Marcos de, 1570. «[Beatriz de Silva]», en Tercera parte de las crónicas de la Orden de los frailes menores del seráfico padre san Francisco, Salamanca: Alejandro de Cánova, fols. 208v-210r.

Contexto material de la Tercera parte de las Chrónicas de la Orden de los Frayles menores del Seráphico Padre S. Francisco (…) nuevamente ordenada y sacada de los libros y memoriales de la Orden (…).

Criterios de edición

Se han seguido los criterios establecidos en el Catálogo para fuentes impresas. Así pues, se ha procedido a la actualización generalizada de grafías, ortografía y puntuación, manteniendo aquellos rasgos de la lengua que implican valor fonológico o que caracterizan su léxico, morfología o sintaxis. Se desea hacer constar de manera expresa que se han conservado las oscilaciones en grupos consonánticos cultos (-c-/-cc-, -n/-nt…), así como las vocálicas. Se han reducido, por otra parte, los grupos consonánticos latinizantes (Christo>Cristo), incluidos la duplicación vocálica y consonántica y, de modo concreto, <sc> en interior de palabra (aparesció>apareció); se ha modernizado la unión y separación de términos (Iesu Christo>Jesucristo, mandó la>mandola…), así como las contracciones (dellos> de ellos). En el uso de la mayúscula se ha atendido la singularidad de tratarse de textos religiosos y se ha unificado su empleo aun cuando en la fuente se usara la minúscula de manera generalizada. Se han desarrollado las abreviaciones tipográficas sin marca expresa, aunque se han respetado las abreviaturas ya acuñadas (S. por san); se han corregido erratas. En nota al pie se han registrado los apuntes marginales presentes en la edición que sirve de referencia.

Vida de Beatriz de Silva

Capítulo XI

[fol. 208v, col. a] Cómo se comenzó la orden de las monjas de la Concepción de Nuestra Señora

[1] Siempre la Reina de los cielos, señora y madre nuestra, con sus entrañas de maternal piedad procura cómo los cristianos hijos suyos subamos a merecer las riquezas y herencias divinas, por continuos merecimientos y servicios delante de la divina majestad de su Hijo Nuestro Señor Jesucristo. Y como uno de los aseñalados servicios que al hijo de Dios se ofrece (y es de él aceptado por las manos de la Virgen su madre) sea la devoción y celebración de la Inmaculada y Purísima Concepción suya, quiso la soberana reina celestial aumentar e ilustrar más esta devoción con ordenar orden particular del nombre de su Purísima Concepción en que viniesen religiosas en toda virtud y pureza. Y por cuanto esta merced fue recebida en estos tiempos, y los frailes menores fueron los ministros de ella, digna cosa es que se haga aquí mención de ella, y de cómo comenzó en España esta orden en la ciudad de Toledo. La reina doña Isabel, hija del rey de Portugal don Duarte, que vino a casarse con el rey don Juan el Segundo de Castilla, trajo consigo entre otras damas una de muy noble sangre y deuda suya, llamada doña Beatriz de Silva, la cual en hermosura, discreción y gracia excedía no solamente a las otras damas de la reina mas todas las de [fol. 209r, col. a] su tiempo. Y por esta causa y por su mucha nobleza comenzó de ser servida de todos los grandes de la corte, y algunos de ellos la pedían por mujer, y sobre esto en la corte, entre los grandes, hubo contiendas y pasiones, queriendo cada uno ser aventajado y solo en su privanza y servicio. Creciendo, pues, estas cosas cada día, se enojó mucho la reina, creyendo que la dicha doña Beatriz tenía en esto la culpa, y mandola meter en un encerramiento estrecho de madera, donde estuvo tres días sin le ser dado de comer. Viéndose la delicada dama sin culpa tan mal tratada, y puesta en tanta aflicción, con mucha devoción se encomendó a la Virgen Madre de Dios, llamándola en su ayuda, y prometiendo voto de virginidad de todo su corazón con tanto hervor y lágrimas que mereció ser visitada de la Purísima Virgen Madre de Dios. [2] Y le apareció vestida del hábito de la Concepción, como agora lo traen las monjas de esta orden, el hábito y escapulario blancos y el manto azul. Y diole mucho esfuerzo y consolación. Pasados tres días fue puesta en su libertad y, teniendo ella por muy peligrosa la vida de la corte, para que perfectamente sirviese a Nuestro Señor, determinose huir de ella e irse a Toledo a meter fe en el monasterio de las Dueñas de Sancto Domingo el Real. [3] Y caminando con su compañía para Toledo, en este camino fue confortada por el Señor con otro aparecimiento, y oyó que la llamaban en lenguaje portugués y, volviéndose a ver quién la llamaba, vio venir dos frailes de Sant Francisco. Y no entendiendo la merced de Dios y consolación que le enviaba, le pareció que la reina los enviaba para la confesar, y luego la mandar matar, y hubo muy gran temor, y con mucha aflicción se encomendó a Nuestra Señora, que tenía por su abogada y valedora. Mas llegando los dos religiosos la saludaron con palabras de mucha consolación, y no solo le quitaron todo el temor y angustia a su alma, mas entre otras muchas pa- [fol. 209r, col. b] labras le dijeron que fuese muy segura y cierta, que con el favor de la Madre de Dios sería ella madre de muchas hijas, muy benditas y nombradas y estimadas en el mundo. Pero como ella le respondiese que tenía ofrecido a Nuestro Señor y a Nuestra Señora voto de castidad virginal, por lo cual no pedía ni deseaba hijos, ellos le dijeron que, con esta virtud y pureza tan acepta a Dios y a su Sanctísima Madre, se cumpliría la merced de Dios que le habían dicho, y así caminaron todos. Y como llegasen a la posada, asentándose a comer la devota sierva de la Reina de los cielos, y no ya de la reina de la tierra, llamando a los dichos religiosos para comer, y buscándolos, no fueron más vistos. Entonces conoció sin duda ser revelación divina y visitación con que Nuestro Señor quiso confirmar su sancto deseo y propósito, y manifestarle lo que estaba por venir de la grande multiplicación de sanctas hijas, que a Nuestro Señor había de engendrar en la Orden de la Concepción de Nuestra Señora. Y su alma con esta visitación quedó muy confortada y con grande fe, que aquellos religiosos eran el bienaventurado S. Francisco y sant Antonio, cuya devota y particular era, y lo fue mucho más de allí adelante, porque siempre celebró sus fiestas hasta la muerte con mucha devoción.

Capítulo XII

Cómo esta sierva de Nuestro Señor se hizo religiosa y comenzó la Orden de la Concepción

[4] Como llegase a Toledo la serviente esposa de Cristo, recogiose luego con dos criadas suyas en el dicho monasterio de las Dueñas de Sancto Domingo y en él estuvo treinta años en hábito seglar, haciendo muy estrecha y áspera vida, en continua oración y contemplación. En este tiempo ningún hombre ni mujer le vio el rostro descubierto si no [fol. 209v, col. a] era la criada que la servía y la reina católica doña Isabel. Ni en los otros años que después de religiosa vivió hasta su muerte; y esto hacía en penitencia y satisfación de la ocasión de vanidad que con su hermosura dio al mundo. Pues como ella fuese devotísima de la madre de Dios, especialmente de su Purísima Concepción, pensaba siempre cómo la pudiese más honrar y sublimar, y para esto tenía grandes pensamientos y deseos de instituir una religión del nombre de la Inmaculada Concepción. Y comunicando este su sancto deseo con la dicha reina católica doña Isabel, la halló tan favorable y conforme a su voluntad, que no solo le pareció aquel propósito inspirado por Dios mas luego le ayudó a cumplir tan sancta obra, dándole en Toledo unos palacios donde agora está el monasterio de Sancta Fe. Allí se encerró esta sierva de Nuestro Señor con otras doce doncellas, dejando el monasterio de las Dueñas de Sancto Domingo en el año de Nuestro Señor de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro, donde se estuvo cinco años, pensando qué hábito tomaría. [5] En el año de ochenta y nueve, a su petición y de la dicha reina, le concedió el papa Inocencio Octavo la institución y continuación de la orden con el nombre, hábito y oficio de la Concepción, como lo tuvieron de allí adelante las religiosas de esta orden, con ciertos ayunos, quedando de la Orden de Cistel y con la obediencia del perlado diocesano. Todas estas cosas fueron reveladas a la sierva de Nuestro Señor como el papa la[s] concedía. Y aconteció mayor milagro: que perdiéndose en la mar con otras muchas cosas las bulas de esta religión, fueron milagrosamente halladas por esta bienaventurada sierva de Nuestro Señor en un arca del monasterio. Y aparejándose con mucha devoción y hervor para profesar y comenzar la sancta religión de la Concepción que tanto había deseado y procurado, al quinto día de esta determinación apareciole Nuestra Señora en la [fol. 209v, col. b] oración, y díjole que de ahí a diez días acabaría el presente destierro y se iría a la patria celestial. Y aconteció así que, recebidos muy devotamente los sacramentos, se fue a su esposo celestial en el año de mil y cuatrocientos y noventa, de edad de sesenta y seis años. Algún tiempo después, siendo mudado su bienaventurado cuerpo de la sepultura para ser guardado en un monumento muy labrado en el coro, donde agora está, tan suave olor saltó de él que todos los que presentes se hallaron fueron muy confortados y admirados. Cuatro años después de esto, las monjas ya profesas, según las constituciones sobredichas del papa Inocencio y otras de la Orden de Sant Benito de otro monasterio con autoridad del papa, todas juntas hicieron profesión de la regla de sancta Clara con el hábito de la Concepción en el dicho monasterio de Sancta Fe, y así vivieron hasta el año de mil y quinientos y uno. En este año, como los frailes menores de la observancia morasen ya en el convento de Sant Juan de los Reyes, dejando el convento antiguo de Sant Francisco, fuele dado a las dichas monjas de la Concepción a donde han florecido y crecido con su sancta religión. [6] Y como no parecía cosa conveniente profesar la regla de sancta Clara con hábito y oficio de la Concepción, fue compuesta regla particular por los frailes menores de la observancia de la provincia de Castilla, y confirmada por el papa Julio Segundo en el año del Señor de mil y quinientos y once, y por las dichas monjas profesadas. Y porque siempre se ocupasen en los loores de la Purísima Concepción de la Madre de Dios, fue ordenado un breviario que tuviese particular oficio de la Concepción para todos los siete días de la semana, para que cada día rezasen de la Concepción, salvo cuando ocurriese fiesta solemne o domingo de historia forzada, porque entonces rezan el oficio romano, como los frailes menores, a quien dan la obediencia. El II monasterio de esta religión fue la Concepción de Torrijos, adon- [fol. 210r, col. a] de muchas religiosas han vivido en mucha aspereza y oración, dejando en su vida y muerte suavísimo olor de sanctidad. En otros muchos pueblos de Castilla son edificados muy nobles y religiosos conventos de esta Orden de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, a donde muy gran número de doncellas y mujeres nobles e ilustres con puras y devotas almas sirven al Rey celestial en los palacios de la Reina soberana su madre, dejando los estados y prosperidades de la tierra, siguiendo las pisadas y ejemplos de su bienaventurada madre doña Beatriz de Silva, la cual por la reina terrenal que dejó, reina con la celestial en los cielos para siempre...

Notas

[1] Al margen: “Memoriales de Toledo”.

[2] Al margen: “Aparecimiento de Nuestra Señora”.

[3] Al margen: “Aparecimiento de S. Francisco y S. Antonio”.

[4] Al margen: “Memoriales de Toledo”.

[5] Al margen: “Comenzó la Orden de la Concepción”.

[6] Al margen: “Especial regla de la Orden de la Concepción”.

Vida impresa (4)

Ed. de Mar Cortés Timoner; fecha de edición: abril de 2021.

Fuente

Ficha Frans 2.2 Beatriz de silva Vida impresa 2.jpg
  • Villegas, Alonso de, 1588. Addicion a la Tercera Parte del Flos sanctorum: en que se ponen vidas de varones illustres, los quales, aunque no estan canonizados, mas piadosamente se cree dellos que gozan de Dios por auer sido sus vidas famosas en virtudes... Huesca: Iuan Perez de Valdiuielso. Fols. 26r col. b – 26v col. b.

Contexto material del impreso Addicion a la Tercera Parte del Flos sanctorum.

Criterios de edición

El relato aparece integrado en el apartado 186 (dedicado a fray Martín Ruiz de la Orden de Menores) de la Adición de la Tercera Parte del Flos sanctorum de Alonso de Villegas.

Se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por ello, han sido eliminadas las duplicaciones de consonantes: ff/f, ll/l, nn/n, ss/s, En cambio, se respetan los grupos consonánticos -nc- (sancta) y -bj- (subjetas), y las contracciones. Además, se mantiene la concordancia en género y número de determinantes, adjetivos y sustantivos aunque no coincida con el empleo actual (una arca, deste orden, el orden), así como la conjunción copulativa “y” ante palabras iniciadas con el sonido vocálico “i”. Asimismo, para facilitar la localización de los textos, hemos indicado el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).

Se ofrecen datos en torno al texto editado en:

M.Mar Cortés Timoner, “Censuras, silencios y magisterio femenino en la Adición a la tercera parte del Flos Sanctorum de Alonso de Villegas”, Specula. Revista de Humanidades y Espiritualidad, vol. 1 (mayo 2021), pp. 183-210: https://www.ucv.es/investigacion/publicaciones/catalogo-de-revistas/revista-specula

Vida de Beatriz de Silva

[Fol. 26r col. b] Siendo rey de Castilla y de León don Juan el Segundo, padre de la Reina Católica doña Isabel, trató casamiento con una hija del rey don Duarte de Portugal, llamada también doña Isabel. Trujo esta señora, entre otras damas, una de alto linaje de aquel reino y cercana parienta suya llamada doña Beatriz de Silva. La cual, en hermosura, gala y buena conversación, excedía no solo a las otras damas, sino a todas las de su tiempo, por lo cual, y por la nobleza de su linaje, comenzó a ser festejada y servida de cuantos grandes había en la corte, y algunos dellos la demandaban en casamiento, sobre lo cual había diferencias y contiendas queriendo cada uno ser principal en su privanza. Y como esto fuese adelante, llegando a noticia de la Reina, creyendo que la misma doña Beatriz tenía culpa, mandola prender y encerrar en una caja de madera hecha para este efecto, donde la hizo estar tres días sin comer. Viéndose la afligida señora sin culpa tan maltratada, encomendose de todo corazón a la Gloriosa Virgen Nuestra Señora, a la cual hizo voto de virginidad, ofreciéndosele de todo corazón y con tantas lágrimas que mereció ser visitada desta Gloriosísima Virgen. La cual se le apareció vestida del hábito de la Concepción como le traen las monjas deste orden, que es: saya y escapulario blanco, y manto azul; y diole mucho esfuerzo y consuelo. Pasados los tres días, fue puesta en libertad. Y teniendo por muy peligrosa la vida de palacio, determinó irse a Toledo y encerrarse en el monasterio de Sancto Domingo el Real.

Viniendo por el camino con alguna compañía, a la pasada de un monte oyose llamar en lengua portuguesa y, volviendo la cabeza, vido venir dos frailes con hábito de Sant Francisco. Y, creyendo que la Reina los enviaba para que la confesasen y fuese luego muerta, tuvo grande temor y, con mucha aflición, encomendose a Nuestra Señora, a quien tenía por su abogada y valedora. Mas, llegando los dos religiosos, hablaronle palabras de mucha consolación y, quitándole el temor, dijeronle que estuviese cierta y segura que, con el favor de la Virgen Sacratísima, sería ella madre de muchas hijas, muy benditas y nombradas en el mundo. Y como ella respondiese que tenía ofrecido y hecho voto a Nuestro Señor de castidad virginal, ellos dijeron que sería así como decía. Y caminando [fol. 26v col. a] todos llegaron a una posada, adonde, queriendo ella sentarse a comer, llamando a los frailes para que comiesen y buscándolos, no fueron vistos, por donde claramente entendió haber sido revelación divina con que Nuestro Señor quiso confirmar su sancto deseo y manifestarle lo que estaba por venir de multiplicación de sanctas hijas que, a su Majestad, había de engendrar en el Orden de la Concepción de Nuestra Señora. Y su alma quedó muy confortada con esta visitación, y con grande fe que aquellos religiosos eran Sant Francisco y Sant Antonio, cuya devota particular era y lo fue en adelante, celebrando sus fiestas hasta que murió.

Llegando a Toledo, recogiose luego con dos criadas suyas en el monasterio ya dicho de Sancto Domingo el Real, y en él estuvo, en hábito seglar, treinta años haciendo muy estrecha y áspera vida en continua oración y contemplación. En todo este tiempo, ningún hombre ni mujer vido su rostro descubierto si no fue la Reina Católica doña Isabel y una sirviente que le administraba las cosas necesarias, ni tampoco los otros años que después vivió. Esto hacía en penitencia de la ocasión de vanidad que, con su hermosura, dio al mundo. Y siendo devota de la siempre Virgen María, particularmente de su Purísima Concepción, pensaba muchas veces cómo la pudiese más honrar y engrandecer, y, para esto, tenía grandes pensamientos y deseos de instituir una religión con título de Inmaculada Concepción. Y comunicando este su deseo con la misma Reina doña Isabel, hallola tan favorable y conforme a su voluntad que luego le ayudó a cumplir tan sancta obra dándole, en Toledo, unos palacios del alcázar de Galiana, que, como se ha dicho, eran donde es de presente Sancta Fe y, a la sazón, estaba la Casa de la Moneda. Y allí se encerró esta señora con otras doce doncellas, dejando el monasterio de Santo Domingo. Y fue el año de Cristo de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro, adonde estuvo por cinco años, dando traza qué hábito y orden tomaría. Y el [año] de ochenta y nueve, a su petición, y de la Reina Católica, el Papa Inocencio Octavo le concedió la institución del orden con el nombre, hábito y oficio de la Concepción, como le tuvieron de allí adelante las religiosas deste orden, aunque guardando la regla de Cístel y subjetas al perlado diocesano porque el Pontíficie no quiso conceder ni aprobar orden, ni regla nueva. Lo cual, todo como el Papa lo concedió, le fue revelado a esta sancta religiosa. Y aun aconteció un milagro acerca dello. Que, perdiéndose en el mar, con otras muchas cosas, las bulas de la institución y religión, fueron milagrosamente halladas por esta bendita señora en una arca del monasterio. Y aparejando con grande diligencia las cosas convenientes al tomar del hábito, hacer la profesión y recebir el velo conforme a las letras [26v col. b] apostólicas, el quinto día después desta determinación, estando orando, le apareció Nuestra Señora y le dijo que, al décimo día, moriría. Y así sucedió porque, recebidos muy devotamente los sacramentos, se fue a su Esposo celestial en el año de mil y cuatrocientos y noventa [1], de edad de sesenta y seis años.

Algún tiempo después, siendo mudado su cuerpo de la sepultura para ser guardado en un rico sepulcro, tan grande fue el olor y fragancia que de allí salió que todos los presentes fueron muy recreados y enterados en la vida sancta desta bendita mujer. Luego pues que murió, las monjas que estaban en aquel monasterio de Sancta Fe tomaron el hábito y hizieron profesión conforme a las letras apostólicas.

Notas

[1] En el lateral derecho leemos: “Año de 1490.”

Vida impresa (5)

Ed. de María Aboal López; fecha de edición: octubre de 2020; fecha de modificación: junio de 2021.

Fuente

Ficha Francs Beatriz de Silva 3.jpg
  • Pisa, Francisco de, 1605. Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo e Historia de sus antigüedades y grandeza y cosas memorables que en ella han acontecido, de los Reyes que la han señoreado y gobernado en sucesión de tiempo, y de los arzobispos de Toledo, principalmente de los más celebrados, Toledo: Pedro Rodríguez, Imprenta Real, fols. 275r, 277r.

Contexto material del impreso Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo e Historia de sus antigüedades.

Criterios de edición

Aunque esta vida forma parte de una enumeración de santos y, por tanto, no es propiamente una hagiografía, la recogemos aquí para que quede constancia de su inclusión en esta obra del siglo XVII.

Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo, es decir, se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.), las sibilantes y se eliminan las consonantes geminadas. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza, así como la acentuación y puntuación, que se adapta a la actual. No obstante, se ha mantenido la escritura de “monesterio” y la no separación en “desta” y “deste”.

Vida de Beatriz de Silva

Capítulo XXXVI

[Libro Quinto]

[Fol. 275r] Catálogo o lista de santos propios de esta ciudad de Toledo

[…]

[Fol. 277r] […] Doña Beatriz de Silva, de nación portuguesa, fundadora en esta ciudad de la sagrada Orden de Nuestra Señora de la Concepción y monja deste mismo título, nombre y hábito en el monesterio de la Concepción desta ciudad; falleció en el año de 1490.

Vida impresa (6)

Ed. de Bárbara Arango Serrano; fecha de edición: mayo de 2024.

Fuente

Portada historias admirables de francisco de vivar.jpg
  • Vivar, Francisco de. 1618. “Vida de Beatriz de Silva” en Primera parte de los testimonios graves y antiguos de la Limpia Concepción de Nuestra Señora, Historias admirables de las más ilustres entre las menos conocidas santas que hay en el cielo. Valladolid: Gerónimo Murillo, fols. 2r-21v.

Contexto material del impreso Primera parte de los testimonios graves y antiguos de la Limpia Concepción de Nuestra Señora de Francisco de Vivar.

Criterios de edición

Se siguen los criterios establecidos en el Catálogo para fuentes impresas: se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, qu/cu, empleo de h, sibilantes, etc.) y se eliminan las consonantes germinadas, excepto cuando se trata de “ll” por “rl”. Por otra parte, se expanden las abreviaturas y se moderniza el uso de mayúsculas y minúsculas salvo en los casos en los que se hace referencia a la inmaculada concepción de la Virgen María o atributos de seres divinos (Reina del Cielo, Purísima Concepción). Las normas acentuales se adaptan a los usos actuales y se moderniza también la puntuación, acentuación o el uso de aglomerados. También se introducen las comillas para delimitar los parlamentos de los personajes y se subsanan las erratas evidentes. En los fragmentos en latín se emplea la grafía ‹j› para todas las terminaciones del ablativo y el dativo plural (-is), que se mantiene como en el original.

Por último, es conveniente señalar que se han conservado cultismos como “Jesuchristo” y se han incluido en las notas finales todos los comentarios marginales del documento.

Vida de Beatriz de Silva

[fol. 2r]

Primera parte de los testimonios graves y antiguos de la limpia concepción de Nuestra Señora

Contiene la historia admirable de la fundación de la Orden de la Concepción Purísima de la Madre de Dios”, juntamente con la vida de la nobilísima y bienaventurada virgen doña Beatriz de Silva, parienta de nuestro católico rey don Felipe Tercero, que Dios guarde muchos años. Donde se prueba que la orden en su fundación fue de la de nuestro glorioso padre san Bernardo y la sierva de Dios doña Beatriz de Silva profesó y murió en la mesma.

§. I. De la nobleza, niñez y juventud de la beata doña Beatriz y de un celestial favor que le hizo la Reina de los ángeles

Anduvo tan liberal el soberano hacedor de todas las criaturas con su querida esposa doña Beatriz de Silva que, no contento con poner en ella colmados los dones de su gracia, la dotó juntamente en lo natural de los mejores que estima con razón el mundo, cuales fueron, nobleza, discreción [fol. 2v] y hermosura, partes que adornan maravillosamente una doncella y la hacen amable por extremo. Al que llegaron [1] las de doña Beatriz fue excelentísimo, pues cuanto a la nobleza, fue de la sangre de los reyes de Portugal, parienta en grado próximo del rey don Manuel el Invencible Conquistador [2] de la India y Imperio Oriental y, por el consiguiente, fue ascendiente de nuestro católico rey don Felipe que hoy reina, y de quien él heredó la devoción a la limpia Concepción de la Virgen María. Tuvo tres hermanos, los más ilustres caballeros que conoció Portugal en aquel siglo, a don Diego de Silva, ayo del serenísimo rey don Manuel y primer conde de Portalegre; a don Alonso Vélez, señor de Campomayor; y al glorioso caballero de Jesuchristo don Juan Meneses de Silva, que después en Italia profesó la milicia del seráfico padre san Francisco y floreció tanto en santidad que la testificó Dios con muchos y grandes milagros que hizo por los méritos del bienaventurado fray Amadeo, o Amador, que este fue el nombre que tomó en la religión, bien conforme a la caridad divina que en su pecho reinaba. Mucho se pareció doña Beatriz a todos sus hermanos en la nobleza y generosidad de ánimo, pero mucho más en la santidad y pureza de vida a fray Amadeo, y a todos excedió en la devoción de la Purísima Concepción de la Reina del Cielo, como aquella a quien su Majestad había escogido para hacer a su Madre un tan señalado servicio como fundar a gloria de su concepción una religión santísima, donde de día y de noche la estén alabando.

[3] Ya que Dios había ennoblecido el reino de Portugal con el nacimiento de su Beatriz (que hasta en el nombre fue bienaventurada), quiso honrar a Castilla con su juventud, y para esto ordenó el segundo matrimonio del rey don Juan el Segundo, que casó con doña Isabel, hija del infante don Juan de [4] Portugal, del cual casamiento nació, para bien de España, la reina católica doña Isabel, tercera abuela de nuestro rey y señor don Felipe Tercero. Pues en esta ocasión, la Infanta de Portugal trajo consigo a su parienta doña Beatriz, muchacha [5] de pocos años pero de rara hermosura y discreción, con que hacía raya en la corte y era vista como maravilla y milagro [fol. 3r] de hermosura y oída por la prim[er]a de las discretas; y como a estas partes se ajuntaban la nobleza y favor que tenía de los reyes, mil príncipes la pretendían servir con humos de pedírsela por mujer. Hasta el rey don Juan gustaba tanto de vela y oíla que la reina cobró celos bastantes para vivir con poco sosiego. Y como si la culpa estuviera en doña Beatriz, un día, ciega de cólera y enojo, la cogió tan descuidada como inocente y, para quitársela al rey de los ojos, la encerró [6] en un cofre y en él la tuvo tres días, ocasión bastante para ahogarla y quitarla la vida por la falta del aire necesario para la respiración o por la hambre, que en tres días pudo dar en tierra con un sujeto tan delicado como el suyo o finalmente, por el miedo que la tierna doncella recibió, de verse en tan escura y apretada prisión, donde, por no descubrir el desconcierto de su señora, no se atrevía a dar voces ni pedir socorro a persona del mundo.

No la hacía este falta cuando tenía el de Dios tan cerca que, [7] apenas había invocado el de su santísima Madre, de cuya Purísima Concepción era devota desde su niñez, cuando la Reina del Cielo se le apareció y visitó en aquella estrechura del cofre y la animó y la confortó maravillosamente en la aflicción presente y dio esfuerzo para padecer mucho más que se le ofreciese por su amor. Venía la Virgen de la librea de su Purísima Concepción, con hábito blanco y escapulario azul, como trayéndole la muestra del que había doña Beatriz de dar después a sus monjas y a la orden que había de fundar a honra de la limpia Concepción, movida deste favor y de otro que la Reina de los ángeles le hizo, mostrándosele en el mesmo hábito y librea en otra ocasión. Los efetos mostraron bien el regalo que la Madre de Dios la había hecho, pues cuando envió la reina a sacar del cofre a la sierva de Dios, después de haber estado dentro de él tres días (o por descuido y olvido o porque duró otro tanto el desacuerdo de la reina o —lo que es sin duda— por divina providencia que quería comenzar a mostrar lo mucho que quería a esta su sierva) salió tan gorda, fresca y hermosa como cuando allí la pusieron, mas ¿qué mucho, que quien había sido tan regalada del Cielo no echase menos la falta de los manjares de la tierra?

[fol. 3v]

§. II. Cómo se recogió en Santo Domingo el Real de Toledo y lo que yendo allá la aconteció en el camino

[8] Agradecida la sierva de Dios a la señalada merced que había recibido de su santísima Madre, todo lo que de un ánimo noble se puede creer, apenas se vio libre de las que le pretendió dar la reina cuando, con particular voto que de ello hizo, la prometió de guardar virginidad perpetuamente a gloria suya para imitarla en la incorrupción del cuerpo y darse desde luego por suya, dedicando todas sus obras y vida a su servicio. Pero, viendo que el cumplimiento de este voto corría riesgo y peligro en la vida profana y regalada de palacio, se determinó de recogerse a parte más segura, donde con quietud sirviese a su señora la Reina del Cielo, pues la de la Tierra la pagaba tan mal sus servicios. Con estos intentos salió de Tordesillas, donde estaba la corte entonces y donde la Virgen la había visitado en la cárcel y prisión del cofre, y tomó el camino de Toledo, llena de temores de que los celos de la reina no la siguiesen aún fuera de palacio; y al pasar de un monte la alcanzaron [9] dos religiosos franciscos, los cuales, llegándose a ella, la saludaron con mucha cortesía. Aquí fue el aumentarse sus miedos y darla mil saltos el corazón y creer que ya era llegado el fin de sus días, pareciéndole que la reina enviaba aquellos frailes para que la confesasen y animasen a pasar el trance de la muerte. No pudo disimular la pasión la afligida señora sin que los ojos se turbasen con tiernas y abundantes lágrimas y les preguntase la causa de su venida, obligándose de camino a dársela a ellos de sus lágrimas y congoja. Tomó la mano uno de los dos religiosos, que parecía y hablaba portugués y, desengañándola del yerro que había concebido, la consoló mucho y la dijo que no venían a darle pena, sino a quitársela, que tuviese buen ánimo, que estaba tan lejos de morir [10] entonces que primero tendría muchas hijas. Extrañó doña Beatriz la respuesta, y diósela con que tenía hecho voto de perpetua virginidad y que no la sacaba de la corte otro fin sino el retirarse donde pudiese guardalle y para ello se iba a [fol. 4r] Toledo, donde pensaba recogerse en Santo Domingo el Real, que es de monjas de Santo Domingo. “Sea como quisiéredes, señora”, respondió el religioso, “que no habrá falta en lo que decimos y aun vuestras hijas serán tales que vuele su fama por todo el mundo y la vuestra medrará mucho por la suya”. En estas pláticas fueron divirtiendo el trabajo del camino, hasta que, llegando cerca de una venta donde habían de pararse a comer, doña Beatriz mandó a un mayordomo o paje que se adelantase y aparejase bien de comer para todos. Cuando llegaron, los religiosos la pidieron licencia para pasar adelante, pero, por mucho que insistieron en ello, no permitió dejasen de entrar dentro y tomar un bocado con ella. Entraron delante de la sierva de Dios y, con verlos entrar con sus propios ojos, cuando acordó en un punto no los hallaron en toda la venta ni hubo quien diese noticia de tales frailes, cosa que cuando se enteró de ella, la consoló a la santa doncella en gran manera, y tuvo por cierto que el fraile portugués era san Antonio, su conterráneo y singular devoto, que la vino a consolar en el aprieto en que se vía, y del otro se persuadió que era el seráfico padre san Francisco, con quien tenía particular devoción, por lo cual dio a Dios las gracias debidas y, en memoria de este admirable consuelo y beneficio, celebró toda su vida la fiesta de estos dos santos con muchas muestras de regocijo y alegría.

Llegó finalmente a Toledo la sierva de Dios y fue recibida en el monasterio de Santo Domingo el Real de la Orden [11] de Predicadores como un ángel del Cielo que Dios les enviaba, pero como Él la tenía para fundar otra diferente, a gloria de la Purísima Concepción de su Madre, no se la dio tan por suya que tomase el hábito y se vistiese de la librea de las demás monjas del monasterio, que solo estuvo en él recogida en hábito seglar pero tan ejemplar y modesto que, siendo una señora tan celebrada por bizarra en España, dejó todas las galas y se quedó con solas dos criadas que la acompañasen, la que era de sangre real. Aquí comenzó a dar muestras de su santidad y nobleza, pues en fe de la una de estas dos prendas ricas se ejercitaba en la oración continuamente y ejercicios de caridad y humildad y las demás virtudes y, en [fol. 4v] [12] testimonio de la otra que era su nobleza, edificó con sus rentas los claustros del monasterio y el capítulo y puso en ellos las quinas de los reyes de Portugal, sus deudos, y por divisa suya un laberinto, por ventura en memoria del beneficio que Dios la había hecho en sacarla del mundo, donde el que una vez entra de veras no tiene poca ventura si acierta a salir fuera y verse libre. Por ambos títulos la cobró grandísima afición la católica reina doña Isabel, que ya reinaba en Castilla y Aragón (que era hija de doña Isabel la Portuguesa, con quien doña Beatriz vino a Castilla, y del rey don Juan el Segundo, como ya [13] dijimos) y la visitaba con mucha voluntad cuando iba a Toledo. Estuvo doña Beatriz en Santo Domingo el Real treinta años y en todos ellos fue tan grande el recato que tuvo que, si no es la reina doña Isabel, ninguna persona la vio jamás el [14] rostro que de propósito traía cubierto con un velo; y aun sus mesmas criadas no le vían, que para comer descubría solo hasta la boca. Lo que le movió a la sierva de Dios a guardar este recato fue penitencia que quiso hacer voluntaria de lo mucho que había cuidado antes de su hermosura, temerosa de que algunas personas llevadas de ella no hubiesen ofendido a Dios cuando estaba en palacio.

§. III. Trata con la reina católica de fundar su orden, y escogió que fuese la de San Bernardo, y para ello le dio la reina los palacios de Galiana en Toledo

Aunque desde los tiernos años de su niñez fue siempre doña Beatriz muy devota de la Inmaculada Concepción de la Reina de los Ángeles, mucho más lo fue después que dejó el mundo y, retirada en los encerramientos del monasterio, se dio de veras a su meditación y contemplación porque en ella, con la luz que el divino Espíritu la comunicaba, conocía la dignidad de la Virgen sin mancilla, y de ella coligía cuán conveniente fue que Dios la preservase de pecado original, pues no parecía decente que la que había [fol. 5r] de ser Madre suya y verdadera estuviese algún tiempo en su desgracia, hija de ira e indignación. De la afición grande que cobró a este divino misterio comenzó a conferir en su entendimiento qué servicio haría ella a esta Señora y Reina de los Cielos en que lo diese a entender su afecto y devoción, y fuese causa de aumentarse en el mundo la de su Purísima Concepción. Inspirola la misma Señora, que se daría por [15] muy servida de que a honra suya y del dicho misterio en particular instituyese una religión en que se tomase por propio y particular asumpto el honrarle, acordándose de la merced que la había hecho la Virgen en el cofre de Tordesillas mostrándosele en el hábito que más representaba su pureza. No se descuidó la santa doncella en procurar la ejecución de sus nobles intentos y, para que la tuviesen presta y segura, se puso en manos de la reina católica doña Isabel que de suyo era sobremanera devota y aficionada al mismo misterio; descubriola su pecho y pidiola no solo su parecer, sino su ayuda y, habiendo loado la gloriosa reina sus designios, se concertaron en que ella escribiría al papa sobre el caso, pidiéndole la confirmación de la orden y que doña Beatriz le presentase una petición en que le diese parte de todo lo que pretendía hacer y ordenase lo que más conveniente le pareciese acerca de la regla y hábito que había de guardar, para que el papa lo confirmase y aprobase.

Antes que la petición se hiciese, fue la reina de parecer que la ilustre y santa doña Beatriz saliese de Santo Domingo [16] el Real y comenzase a llegar gente para esta obra del Cielo y poner en orden el edificio de su monasterio que había de ser el principio de su orden y, para ello, le hizo real donación de los Palacios de Galiana, que eran de su real patrimonio y están bajo de Zocodover y entonces eran casa de moneda. Hecha y admitida esta donación, salió doña Beatriz de Santo Domingo y, acompañada de doña Felipa de Silva y Meneses, su sobrina, que después fue abadesa en la Concepción, y de otras once mujeres extranjeras, nobles y virtuosas, se recogió a los Palacios dichos, y comenzó a poner [fol. 5v] [17] en orden su casa, haciendo en ella tornos y portería y las demás oficinas necesarias, donde comenzó a vivir con sus compañeras una vida religiosa y de mucho ejemplo, aunque el traje no le habían mudado hasta que esto se hiciese con la autoridad del sumo pontífice. Enviole luego tras estas diligencias su petición, comunicada con la reina y con sus compañeras y vista por el papa Inocencio Octavo, que presidía a la universal Iglesia en la silla de san Pedro, loó mucho el santo propósito de la sierva de Dios y, a instancia de la reina, dijo que él aprobaría aquel nuevo instituto, pero que regla ni orden nueva no convenía aprobar ni lo haría, por tanto que escogiesen lo que más les agradase, que hecho esto él haría la gracia y expediría sus bulas plomadas. Con esta resolución del pontífice (muy semejante a la que tuvo su antecesor Inocencio Tercero con santo Domingo cuando le mandó volver a tratar con sus compañeros la regla que querían escoger entre las aprobadas para que debajo de ella militasen los predicadores), doña Beatriz llamó a sus compañeras a consejo y, de común consentimiento, determinaron [18] que fuese la Orden de Císter, pues era tan de veras dedicada a la Reina del Cielo que toda la vida de sus hijos empleaba en sus alabanzas. Así lo refiere el autor de la historia de la bienaventurada doña Beatriz en el capítulo quinto, aunque el papa en su bula solo dice que le fue suplicado por parte de ella que les concediese la fundación de su monasterio, con título de la Concepción y debajo de la Orden de Císter, a la cual ella y sus compañeras tenían singular afecto de devoción, sin decir si el elegir la Orden de Císter fue de primera o de segunda instancia. Pro parte eiusdem Beatricis asserentis se de nobili genere procreatam fore; ac ipsam, et mulieres prædictas Ordinem Cisterciensem, ad quem singularem gerunt devotionis affectum, velle profiteri, nobis fuit humiliter supplicatum, ut in dicta domo Monasterium monialium dicti Ordinis, sub invocatione Conceptionis huiusmodi, cum dignitate Abbatiali erigere dignaremur. Lo cierto fue (si quiera fuera pedida de primera instancia la Orden de Císter por doña Beatriz y sus compañeras o no lo fuese) que el papa Inocencio no [fol. 6r] concedió la fundación del monasterio y Orden de la Purísima Concepción sino debajo de la de Císter, y que ellas lo pidieron así al papa como él lo confiesa en las palabras referidas de la bula que después pondremos, y esta mesma verdad confirman las que se siguen en la mesma, cuando dice a los obispos de Coria y de Cathania y al vicario de Toledo, a quienes hizo ejecutores de sus bulas: Mandamus quatenûs in dicta domo unum Monasterium eiusdem Ordinis Cisterciensis sub invocatione Conceptionis huiusmodi, cum officinis necessarijs pro una Abbatibsta, quæ alijs præsit monialibus dicti Ordinis, ac Beatrice et mulieribus inibi nunc secum degentibus, si profiter volverint authoritate nostra erigatis, etc. "Mandamos", dice, "que en la dicha casa de Galiana, fundéis un monasterio de la mesma Orden de Císter debajo de la invocación de la Concepción, con las oficinas necesarias para vivir una abadesa que presida a otras monjas de la dicha orden y a la mesma doña Beatriz y sus compañeras si quisieren profesar". Y lo mesmo afirman sus sucesores, Alejandro [19] Sexto, Julio Segundo y León Décimo, en muchas bulas que en favor de esta orden expidieron, de que después haré más particular mención, donde dicen que fue cisterciense en sus principios. Para que se vea la merced que hizo la Reina del Cielo a esta su devota familia, pues quiso que ella diese principio y echase la primera piedra al edificio de la orden de su Concepción Inmaculada como en agradecimiento de los frecuentes servicios que la hizo y hace desde sus primeros años hasta ahora que más largamente se refieren en las crónicas de nuestra orden y están llenos los libros [20] de ellos. Y también se pondere y estime el afecto y devoción de nuestra doña Beatriz a esta sagrada familia, pues siendo tan devota de los gloriosos patriarcas san Francisco y santo Domingo y cargada de obligaciones tan precisas como del uno vimos en el camino de Tordesillas a Toledo, donde se le apareció con san Antonio y la confortó y dio noticia por espíritu profético de la orden que había de fundar y muchas hijas que había de tener y del otro, en haber estado no menos de treinta años en su monasterio de Toledo; con [fol. 6v] todo eso, ni escogió la orden de este ni de aquel, sino la de Císter, pareciéndole sin duda que no le sería ningún servicio tan grato a la Virgen, ya que hacía orden de su nombre, como conformalla con la de Císter, que de día y de noche se emplea en sus alabanzas y todos sus monasterios por particular estatuto los dedica a su santo nombre, de modo que, aunque algunos tengan invocación de otro santo, será en segundo lugar, dejando siempre el primero a la Reina del Cielo como a señora de la orden. Con todo eso, ya que en lo principal [21] no se conformó con estas dos tan célebres, en algo mostró la devoción que a ellas y a sus fundadores tenía, y así en el hábito ordenó que sus religiosas trajesen escapulario blanco, como la Orden de Santo Domingo le trae, y se ciñese con el cordón de san Francisco, de que la mesma bula de Inocencio Octavo da testimonio, como después veremos. Ahora volvamos al hilo de la historia.

§. IIII. De los milagros célebres que sucedieron con las bulas de la confirmación de la orden

Víase la esposa de Iesu Christo cargada de años, porque tenía más de sesenta y tres, y al paso de ellos crecían sus deseos de ver aprobada la orden que intentaba a gloria de la Purísima Concepción de la Reina del Cielo, y así, hechas las diligencias sobredichas, escribió al sumo pontífice Inocencio Octavo, proponiéndole sus religiosos intentos y suplicándole humilmente, pues era tan devoto de la Virgen, los lograse para aumento de la devoción que el pueblo cristiano tenía a su limpia concepción, para lo cual le escribió también [22] la reina católica, encareciendo la santidad y nobleza de la bienaventurada doña Beatriz y el deseo que ella mesma tenía de ver fundada la nueva religión, que ya había echado sus raíces en el monasterio nuevo de Santa Fe, que así le llamaban al de los Palacios de Galiana porque tenía una capilla o iglesia con advocación de esta sagrada Virgen [fol. 7r] y mártir. Tuvo la petición de la sierva de Dios fácil y buena acogida en el pecho devotísimo del sumo pontífice, y tanto que fue cosa de mucha maravilla cuán a poca costa y en breve se despachó la bula de la confirmación, pero no era mucho si andaba Dios de por medio, que era el principal motor de estos intentos como Hijo natural a quien tocaba procurar el aumento de la honra de su santísima Madre. [23] Cuando la bula se despachaba en Roma y estaba en Toledo con el cuidado que se puede encarecer, la esposa amada de Cristo doña Beatriz, instando con lágrimas y oraciones el buen despacho de ellas, fue su Divina Majestad servido de concluir felizmente sus negocios y, para sacalla de él y dalla un buen día, por divina ordenación llegó a toda prisa un correo, en treinta de abril del año de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve, al torno del monasterio de Santa Fe donde estaba la santa hablando con su mayordomo en cosas del gobierno de él, y preguntó por la señora doña Beatriz de Silva; diole a entender que con ella estaba, y preguntole qué la quería: "Yo señora", dijo él, "soy un correo, que en este punto [24] acabo de llegar de Roma, y traigo a Vuestra Merced unas nuevas que merecen aventajadas albricias y son las que más desea: que las bulas de la confirmación de su orden están ya concedidas y expedidas". Con nuevas tan a gusto como la sierva de Dios tuvo no fuera mucho hiciera extremos de alegría si no se valiera de su mucha cordura, con todo eso no pudo disimular el contento interior y, dándose mil parabienes a sí misma y a la Reina del Cielo inmensas gracias, llamó al mayordomo y le dijo que aparejase unas muy honradas albricias que dar aquel correo que tan deseada nueva le traía y que le hospedase con toda caricia. "¿A qué correo?", respondió el mayordomo, "¿o qué nuevas son estas que Vuestra Merced dice?". "¿Ahí no ve", dijo, "un hombre que estaba ahora hablando conmigo?". "Ninguno, señora", dijo el mayordomo, "ha estado aquí sino yo solo que no me he quitado del torno, no sé en qué piensa vuestra merced o qué dice". Quedó la santa sobre manera admirada de lo que pasaba y, viendo que no parecía el mensajero ni había sido visto del mayordomo que estaba presente por la parte de fuera en [fol. 7v] el torno, conoció que era sin duda nuncio del cielo el que le había traído tales nuevas y, por ser desde niña por extremo devota del glorioso ángel san Rafael, a quien todos los días rezaba cierta devoción, se persuadió a que él era el que había hablado y, para mayor certificación del milagro, notó con curiosidad el día y hora que sucedió esto y después se averiguó era la mesma que en Roma se había expedido la bula de la confirmación; dándola Dios a entender cuán agradable servicio le hacía en honra de su Madre con su nueva orden de la limpia Concepción, pues aunque en Roma se hizo la gracia por el papa, Él la hizo a ella sabidora de todo lo que pasaba y participante de las alegrías que a esta causa celebraban ya los ángeles del Cielo.

No fue solo este milagro el que hizo célebres las sobredichas bulas, que otro mayor obró Dios en ellas para dejar cumplido testimonio de lo que le agrada la devoción del pueblo cristiano con la Purísima Concepción de su santísima Madre, y es a mi juicio un grandísimo argumento que aprueba la verdad de haber sido engendrada sin pecado original, pues no había Dios de hacer milagros en comprobación de una mentira o falsedad y el que ahora refiero es tan auténtico como el que más de los que han sucedido en muchos [25] siglos. Después de las alegrías que tuvo la sierva de Dios con las nuevas angélicas de la confirmación de su orden, pasados tres meses poco más o menos le vino otra nueva que las templó y aún las convirtió en llantos y tristezas, de que había padecido naufragio la nave en que venían las bulas y, aunque no había perecido ninguna persona (que todas se escaparon con harto trabajo y desnudez y la hacienda había [26] ido a fondo), entre otras cosas de precio también las bulas quedaban en lo profundo del mar. No se acabó la tempestad entonces, que ahora tuvo su efecto en el corazón de la sierva de Dios doña Beatriz, que fue tan afligido y atormentado con tales nuevas que a no desaguar por los ojos y dar vado al corazón con infinitos suspiros, no fuera mucho que diera también a fondo su vida. Tres días estuvo llorando continuamente sin hallar consuelo ninguno mas de conformarse [fol. 8r] con la voluntad de Dios que así lo disponía y, al fin de ellos, se levantó de la oración y fue a abrir un cofre para sacar de él ciertas cosas que se le ofrecieron que fue a pasar de un extremo a otro y quedar suspensa con una nueva maravilla, cual fue hallar dentro del cofre un pergamino doblado con sus sellos [27] pendientes, cosa que ella no había puesto en él ni jamás había visto. Recelosa de lo que podía ser, para salir de esta duda, como ella no entendía lo que en el pergamino estaba, envió a suplicar al obispo de Guadix fray Francisco Quijada de la Orden de Señor San Francisco, que a la razón estaba en Toledo, se llegase a Santa Fe, que tenía cierta cosa que comunicalle. Cuando tomó y desdobló las bulas, leyó y reconoció que eran las que se había tragado el mar, de la aprobación y confirmación de la nueva Orden de la Purísima Concepción, con que se serenó maravillosamente el corazón de la sierva de Dios y toda la ciudad de Toledo hizo demostraciones de grandísimas alegrías. Dio el obispo parte de este milagro a la santa Iglesia y la reina lo supo luego por carta de doña Beatriz (según se cree) y, comprobando el milagro con parecer de la reina católica, se ordenó cierto día para celebrar la publicación de él, lo cual se hizo con grandísima solenidad en este modo. Salieron los canónigos de la santa [28] iglesia, con procesión solene de Te Deum laudamus, y fueron desde la dicha iglesia hasta Santa Fe, donde la sierva de Dios los esperaba con sus devotas compañeras y al fin de la procesión iba el obispo de Guadix vestido de pontifical, el cual en una fuente de plata rica llevaba el precioso tesoro de las bulas que (a lo que se cree) el ángel san Rafael había sacado de lo profundo del mar y escondido y guardado en el cofre que la sierva de Dios tenía en Toledo. Dijo la misa solenemente el mismo obispo de Guadix, y puesto en un sitial, así como estaba de pontifical, predicó en [29] alabanza de la Purísima Concepción y de la nueva orden y publicó el milagro de las bulas que allí tenía, refiriendo en particular todas sus circunstancias. Causó al pueblo gran regocijo y aumentó a la devoción de la limpia Concepción de Nuestra Señora, y toda la ciudad guardó [fol. 8v] aquel día como fiesta principal, levantando mano de los oficios mecánicos y gastándole en maravillarse y dar a Dios gracias por el milagro de las santas bulas. Cuando esta historia escribió el autor de la vida de la santa, era abadesa del monasterio de la Concepción la venerable madre Juana de san Miguel, que se halló presente a lo dicho como compañera que era de las primeras que tuvo la sierva de Dios doña Beatriz, y en el pueblo había infinitos que se acordaban porque esta fiesta se hizo el año de 1489 y la vida se escribió treinta y siete años después, el de 1526. Para que quedase memoria eterna de esta tan grande milagro y se hiciese de las bulas el caso que era razón, se pusieron dentro de un viril en el sagrario del monasterio de la Concepción, de donde hube yo una copia, que es la que se sigue.

§. V. Copia de las santas y milagrosas bulas de la Orden de la Concepción

Inocentius Episcopus servus servorum Dei, venerabilibus fratribus cauriensi, et Cathariensi Episcopis, ac dilecto filio Officiali Toletano, salutem et Apostolicam benedictionem. Interinnumera divine Maiestati accepta opera fundare cœnobia, ac religiosa loca, in quibus prudentes virgines acceptis lampadibus se preparent obviam ire Sponso Christo Iesu ac gratum, et sedulum illi exhibeant famulatum, non modicum reputantes, pijs devotarum personarum desiderijs, per quæ cœnobia, et loca ipsa fundari, et erigi valeant libenter annuimus, et earum humiles preces favorabiliter exaudimus. Sane pro parte dilecta in Christo [30] filie Beatricis de Sylva mulieris Toletanæ, nobis nuper exhibita a petitio continebat quod olim charisima in Christo filia nostra Elisabeth Castellæ, ac Legionis Regina illustris, ob [fol. 9r] singularem, quem ad Conceptionem B. Mariæ Virginis gerit devotionis affectum, unam maximam domum Palacios de Galiana nuncupatam, in ciutate Toletana consistentem ad ipsam Reginam legitime pertinentem, in qua una antiqua Ecclesia sine capella, sub invocatione sancte Fidis est co[n]stituta, prafatæ Beatrici cupienti vitam ducere regularem, ad affectu, vt in ibi vnum Monasterium alicuius Ordinis approbati ad honorem eiusdem Concepcionis erigeretur, in quo dicta Beatrix, et aliæ devotæ mulieres eius sodales sub regulari observantia viverent, ac Altissimo, et eidem B. Mariæ famularentur, liberaliter, et gratiose concessit, et donavit, ipseque Beatrix, et mulieres concessionis, et donationis huiusmodi vigore dictam domun receperant, et illam ex tunc in communi [...] [31] et eidem Altisimo ac B. Mariæ famulantes in habitarum prout habitant de præsenti: ea tamen intentione quod dictum Monasterium inibierigeretur: Quare [32] pro parte eisdem Beatricis, afferentis se de nobili genere procreatam fore, acipsam et mulieres prædictas Ordinem Cisterciensem, ad quem singularem gerunt devotionis affectum velle profiteri, nobis fuit humiliter supplicatum, ut in dicta domo Monasterium monialium dicti Ordinis sub invocatione Conceptionis huiusmodi, cum dignitite Abbatissali, campanili, campana, dormitorio, refectorio, claustro, hosrtis, hostilitijs et alijs necebsariis officinis, in quo in comuni et sub regulari observantia, ac perpetua clausura vivant, erigere, illique dictam Ecclesiam, sacte capellam pro Ecclesia, sive capella asignare, aliasque in præmissis opportune providere de benignitate Apostolica dignaremur. Nos igitur qui divini cultus augmentum religionis propagationem, [33] et animarum salutem, nostris potissime temporibus, supremis desideramus affectibus, pium et laudabile propositum, Reginæ et Beatricis prædictarum plurimum in Domino comendantes, huiusmodi supplicationibus inclinati, nec non consideratione eiusdem Regine nobis super hoc humiliter [fol. 9v] supplicantis fraternitati vestræ per Apostolica scripta mandamus, quatenus vos, vel duo, aut unus vestrum in dicta domo unum Monasterium eiusdem ordinis Cisterciensis sub invocatione Conceptionis huiusmodi, cum dignitate Abbatissali, campenili, campana, dormitorio, refectorio, claustro, hortis, hortilijs, et alijs necessarijs officinis pro una Abbatissa que alijs præsit Monialibus dicti Ordinis, ac Beatrici, et mulieribus in ibi nunc secum degentibus, si profiteri voluerint, quæ in communi ac sub regulari observantia, et perpetua clausura vivant, et quæ ac Monasterium huiusmodi prout S. Dominici Toletani dicti Ordinis el Viejo, nuncupatum, ac non nulla alia eiusdem Ordinis Monasteria locorum ordinarijs sunt subiecta, Archi episcopo Toletano pro tempore existentis bijciantur, alias sine alicuius præiuditio et iure parochialis Ecclesiæ, ac cuiu sibet alterius in omnibus semper salvo: auctoritate nostra erigatis: dictam que Ecclesiam siue capellam illi pro Ecclesia perpetuo as signetis, ac Abbatissæ dicti Monasterij pro tempore existenti, et illius conventui, quod aliqua statuta, et ordinationes laudabilia et honesta, sacris Canonibus non contraria, quæ moniales in dicto Monaterio pro tempore degentes perpetuo observare teneantur, etiam circa electionem Abbatissæ, tam, hac prima vice, quam deinceps perpetuis futuris temporibus, faciendi, [34] condere possint, licentiam cocedatis, et quod Abbatissa protempore existes et moniales præfatæ, vestem albam cum scapulari etiam albo, et de super mantellum coloris cælestis, in quibus quidem mantello, et scapulari imago eiusdem B. Mariæ assigatur deferre: ac cingulo camnabis adinstar fratrum Minorum cingi debeant: at in horis Canonicis iuxta morem Romanæ Ecclesiæ dicendis, hunc modum, videlicet, quod Dominicis in quibus aliqua [35] historia inchoata, sive officiu Dominicæ de necessitate diei debet, et quib [36] festa duplicia, et semiduplicia, et solemnia celebrantur, diebus etiam ferialibus, quibus officium feriale omitti non [fol. 10r] potest, ac octavis ipsarum festivitatum dumtaxat exceptis, omnibus alijs diebus per totum annum horas Canonicas maiores, et offitium divinum de huihsmodi Conceptione dicere: et ut præfatis exceptis diebus, in quibus horæ maiores de Dominica, velferia, autfesto dici debent horas minores, et offitium paruum eiustem B. Mariæ cum Antiphonis, versiculis, capitulis, et orationibus, de eadem Conceptione dicere debeant: ac singulis sextis ferijs et per Adventum Domini; ac alijs diebus quibus alij Christi fideles ad ieiunandum sunt ad stricti, ieiunare teneantur, et ad [37] alia ieiunia non obligentur. Acuum sicut asseritur dicta cinitas à mari per septem dietas et ultra distet, ac piscium penuria in ea continue vigeat carnibus omni tempore præter quam diebus ieiuniorum huiusmodi ac Sabbati, et quartis ferijs visci, [38] ac Abbatissa pro tempore existens de consilio monialium sibi pro tempore in consilijs assistentium secum et cum alijs monialibus dicti Monasterij supericiunijs ad quæ ex statuto, et ordinatione præsentibus, non autem ex iuris dispositione obligabuntur: et lineis indumentis cum viderit expedire, dispensare, ac quoscum que præsbyteros sæculares, vel de licentia suorum [39] superiorum, cuiusuis ordinis regulares in earum confessores, ad celebrandum eis Missas et alia divina offitia: ac Ecclesiastica Sacramenta eis ministrandum, qui Abbatissæ, et cuiuslibet monialium in eodem Monasterio pro tempore existentium confessionibus diligenter auditis, eis in singulis [40] Sedi Apostolicæ reservatis casibus, semel dumtaxat in vita, in alijs quoties fuerit opportunum pro commissis de absolutionis debito beneficio providere, ac pœnitentiam salutarem iniungere: nec non semel in vita, et in mortis articulo, plenariam omnium suorum peccatorum, de quibus corde contritæ, et ore confesse fuerint, remissionem: cuilibet earum in sinceritate fidei, unitate sancte Romanæ Ecclesiæ, ac obedientia et devotione nostra, vel successorum nostrorum [fol. 10v] Romanorum Pontificum canonice intrantium, persitentibus [41] concedere valeant, eligere possint. Quodque nullus absque Abbatissæ pro tempore existentis, expressa licentia claustra dicti Monasterij ingredi pobsit sub excommunicationis late sententiæ pœna quam eo ipso contrafacies incurrat, eadem auctoritate statuatis, et ordinetis. Non obstantibus constitutionibus, et ordinationibus Apostolicis, ac statutis et consuetudinibus dicti Ordinis, iuramento, confirmatione Apostolica, vel quiuis firmitate alia roboratis, cæterisque contrarijs quibuscumque. Nos enim si erectionem huiusmodi, per nos vigore præsentium fieri contigerit, ut præfertur, Abbatibsæ, et monialibus præfatis de cœtero perpetuis futuris temporibus, ut Quadragesimæ, et alijs diebus quibus stationes in Ecclesijs Urbis, et extra eam [42] celebrantur, aliqua altaria in Ecclesia dicti Monasterij visitando, et ante illa genibus flexis ter Orationem Dominicam, et [43] salutationem Angelicam devote dicendo, easdem indulgentias consequantur, quas consequerentur si Ecclesias prædictas visitarent: ac omnibus, et singulis gratijs, privilegijs, et exemptionibus alijs dicti Ordinis, per fedem prædictam in genere cocessis, uti potiri, et gaudere, libere, et licite possint, et debeant, autoritate Apostolica tenove earumdem præsentium, de specialis dono gratiæ indulgemus. Datis Romæ [a]pud sanctum Petrum, anno Incarnationis Dominicæ millesimo quadringentesimo [44] octuagesimo nono. Pridie Kalendas Maij, Pontificatus nostri anno quinto.

Las mismas bulas en romance.

Inocencio obispo, siervo de los siervos de Dios, a los venerables hermanos opispos de Coria y Cathania y al amado hijo vicario toledano, salud y apostólica bendición [fol. 11r]. Teniendo por no pequeña obra (entre las inumerables que son aceptas a la divina majestad) el fundar monasterios y religiosos lugares en los cuales las prudentes vírgenes, tomando sus lámparas se aparejen a salir al encuentro al Esposo Jesuchristo y le hagan continuo servicio; de buena gana asentimos a los piadosos deseos de las personas devotas y oímos favorablemente sus humildes ruegos para que se funden y levanten los mismos monasterios y lugares. Es así que una petición ante nós, poco ha presentada por parte de nuestra amada hija en Cristo doña Beatriz de Silva, mujer toledana, contenía que los años pasados nuestra carísima hija en Cristo doña Isabel reina de Castilla y León por el singular afecto de devoción que tiene a la Concepción de la bienaventurada Virgen María, había libre y graciosamente concedido y dado a la dicha doña Beatriz, que desea con efecto seguir vida regular, una casa grande que está en la ciudad de Toledo, llamada los Palacios de Galiana (en la cual está una antigua iglesia o capilla con nombre de Santa Fe) que pertenecía legítimamente a la mesma reina para que allí se fundase un monasterio de alguna orden aprobada a honra de la misma Concepción, donde la dicha doña Beatriz y otras devotas mujeres sus compañeras viviesen debajo de regular observancia y sirviesen a la misma bienaventurada Virgen María, y que la dicha doña Beatriz y mujeres sus compañeras en virtud de esta concesión y donación recibieron la dicha casa y desde entonces la han habitado, viviendo en común y sirviendo al Altísimo y a la bienaventurada Virgen María, según que de presente la habitan, pero con intención de que el dicho monasterio en ella se instituya. Por lo cual nos fue humildemente suplicado por parte de la misma doña Beatriz, que dice ser nacida de noble linaje, y que ella y las sobredichas mujeres quieren [45] profesar la Orden Cisterciense de San Bernardo a la cual tienen singular afecto de devoción que con la benignidad apostólica nos dignaremos de erigir en la dicha casa un monasterio de monjas de la dicha orden, con la advocación de la misma Concepción, con dignidad abacial, campanario, [fol. 11v] campana, dormitorio, refitorio, claustro, huertos, hortalizas y otras oficinas necesarias, donde vivan en común, debajo de regular observancia y perpetua clausura, y que les asignásemos la dicha iglesia o capilla por iglesia y capilla suya, y en lo demás de lo dicho proveyésemos oportunamente. Nós, pues, que con altísimos afectos deseamos principalmente en nuestros días el augmento del culto divino, la propagación de la religión y la salud de las almas, encomendando mucho en el Señor el piadoso y loable propósito de las dichas reina y doña Beatriz, inclinados a sus ruegos y por respecto de la misma reina que nos pide lo mismo humildemente, mandamos a Vuestra Fraternidad por estos escritos [46] apostólicos que vos, o los dos, o el uno de vosotros con nuestra autoridad, elijáis en la dicha casa un monasterio de la misma orden cisterciense, debajo de la invocación de la misma Concepción, con dignidad abacial, campanario, campana, dormitorio, refitorio, claustro, huertas, hortalizas y otras oficinas necesarias para una abadesa que presida a otras monjas de la dicha orden y a la dicha doña Beatriz y más mujeres que ahora allí viven si quisieren profesar, las cuales vivan en común, debajo de regular observancia y perpetua clausura, y que ellas y el monasterio mismo esté sujeto al arzobispo de Toledo que por tiempo fuere, como lo está el de Santo Domingo llamado el Viejo de la dicha [47] orden, y algunos otros de la misma orden están sujetos a los ordinarios de los lugares, sin perjuicio de alguno, y salvo siempre en todo el derecho de la iglesia parroquial y de otro cualquiera; y le señaléis por iglesia la dicha iglesia o capilla perpetuamente y concedáis licencia a la abadesa que por tiempo fuere del dicho monasterio y a su convento para que puedan hacer algunos estatutos y ordenaciones loables y honestas que no contradigan a los sacros cánones, las cuales sean obligadas a guardar perpetuamente las monjas que por tiempo fueren en el dicho monasterio, aun cerca de la elección de abadesa, así esta vez primera, como después en los tiempos perpetuos futuros. Y con la misma autoridad establezcáis y ordenéis que la abadesa que por tiempo [fol. 12r] fuere y las monjas susodichas traigan vestidura blanca, con [48] escapulario también blanco y encima un manto de color de cielo, en los cuales manto y escapulario esté prendida la imagen de la misma bienaventurada Virgen María, y sean obligadas a ceñirse con un cíngulo de cáñamo a la manera de los frailes menores y que en las horas canónicas que dirán, según la costumbre de la Iglesia Romana, deban guardar este modo, conviene saber, que (exceptando solamente los domingos, en los cuales deba de necesidad decir alguna historia comenzada o el oficio de la dominica y en que se celebran fiestas dobles o semidobles y solenes y ferias en que no se puede dejar el oficio ferial y en las octavas de las dichas festividades) todos los demás días por todo el año digan las horas canónicas mayores y el oficio divino [49] de la misma concepción; y que exceptados los dichos días en que las horas mayores de la dominica, o feria, o fiesta se deban decir, digan las horas menores y oficio parvo de la misma bienaventurada Virgen María con las antífonas, versos, capítulos y oraciones de la misma Concepción; y que todos vos [sic] viernes y el adviento del Señor y otros días que los demás fieles de Cristo son obligados a ayunar, sean ellas obligadas a ayunar, y no lo sean a otros ayunos. Y que atento que (según nos han hecho relación) la dicha ciudad dista siete jornadas y más del mar y hay en ella continua falta de pescado, puedan comer carne en todo tiempo, fuera de los días de ayuno dichos y fuera de los sábados y miércoles. Y que la abadesa que por tiempo fuere, de consejo de las monjas que fueren por tiempo sus consiliarias, pueda dispensar consigo y con las otras monjas del dicho monasterio en los ayunos a que serán obligadas por el estatuto y ordenanza [50] presente, mas no de los que dispone el derecho, y elegir cualesquiera presbíteros seculares o regulares de cualquier orden, con licencia de sus superiores, para sus confesores y para que les celebren misa y los demás oficios divinos y les ministren los eclesiásticos sacramentos, los cuales, oídas diligentemente las confesiones de la abadesa y cualquiera monjas que por tiempo fueren en el monasterio mismo, las puedan absolver en todos y cada uno de los casos [fol. 12v] [51] reservados a la silla apostólica, una sola vez en la vida y en los demás todas las veces que fuere necesario, imponiéndoles saludable penitencia. Y también una vez en la vida y otra en el artículo de la muerte puedan conceder plenaria remisión de todos sus pecados, de los cuales contritas de corazón se hubieren confesado con la boca a cualquiera de ellas que perseverare en sinceridad de fe, unión de la santa Iglesia Romana y obediencia y devoción nuestra, o de nuestros sucesores los romanos pontífices elegidos canónicamente, no obstantes las constituciones y ordenaciones apostólicas y estatutos y costumbres de la dicha orden, establecidos por juramento, ordenanza apostólica o cualquier otra firmeza y todo lo que a esto fuere contrario. Y nós (si sucediere hacerse la dicha fundación), por nós en virtud de las presentes, según se dice, por especial gracia concedemos con la autoridad apostólica, por el tenor de estas letras presentes, a la abadesa y monjas referidas, de aquí adelante para siempre jamás, que los días de Cuaresma y otros en que se celebran las estaciones en las iglesias dentro y fuera de Roma, visitando algunos altares en la iglesia del dicho monasterio y diciendo devotamente, hincadas ante ellos las rodillas, tres veces la oración del Pater Noster y otras tantas las del Ave María, consigan las mesmas indulgencias que consiguieran si visitaran las dichas iglesias, y que puedan y deban libre y lícitamente usar y gozar de todas y cualesquiera gracias y privilegios y otras exempciones concedidas en general a la dicha orden, por la sobre dicha silla. Dadas en Roma en San Pedro, año de la encarnación del Señor de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve, a último de abril, en el año quinto de nuestro Pontificado.

[fol. 13r]

§. VI. De la revelación que tuvo de su muerte, y profecía de la orden, de su profesión y glorioso tránsito

No solo con la autoridad apostólica, sino también con la divina, quedó por estas bulas aprobada la Orden de la Purísima Concepción de la Virgen Nuestra Señora y, a mi ver, confirmada maravillosamente la verdad del mismo misterio con unos favores tan grandes como en ella hace el vicario de Cristo a las religiosas de ella por respecto de la limpia Concepción y con un milagro tan célebre y cierto como se puede ver de la solene procesión y fiesta que se hizo en la ciudad de Toledo que, cuando otro testimonio no hubiera en favor de esta verdad, este solo bastara para persuadirla a los ánimos dóciles y devotos de la Virgen, y de camino se vee con los mismos testimonios y milagros confirmada por Orden Cisterciense de Nuestro Padre San Bernardo. que era justo que cosa tan de la Virgen no saliese de casa de su siervo y regalado hijo. Aquí me venía muy a pelo el tratar de la sentencia que en este misterio tuvo el santo y melifluo doctor pero por no quebrar el hilo de la historia lo remito para el fin de ella, donde diré todo lo que alcanzó [52] en esta parte y probaré con muchos testimonios suyos qué sintió en favor de la Concepción Pura de la Virgen.

Volviendo a la historia, digo que no se puede dignamente encarecer la alegría que sentía interiormente nuestra señorita doña Beatriz con la publicación solene de sus bulas y el deseo encendido que tenía de verlas ejecutadas. Al fin del sermón que hizo el obispo de Guadix delante de toda la ciudad para publicarlas y encarecer cómo era justo el milagro que Dios había hecho con ellas, echó la fiesta de los hábitos y velos de las monjas de la Concepción y de la ejecución total de lo que el sumo pontífice disponía para de allí a quince días, y para ella convidó a todos los señores de la santa iglesia, regimiento y ciudadanos, y con ser tan corto el término [fol. 13v] que se esperaba para este cumplimiento y ejecución a la sierva de Dios le parecía larguísimo, quizá porque el corazón barruntaba su cercana muerte. Mas no fue él solo el que se lo dijo por temores, no mal fundados en un cuerpo tan delicado, cargado de años y achaques, que la Reina del Cielo, viendo con el cuidado y solicitud que andaba su devota hija aparejando lo necesario para el día de la profesión suya y de las demás compañeras a honra de su Purísima Concepción, se le apareció en el coro y la dijo: "Hija, de hoy [53] en diez días has de ir conmigo, que mi Hijo y yo recibimos la voluntad que tienes de servirnos en esta nueva orden por obra y no es la nuestra que goces acá en la tierra, sino en el Cielo de lo que deseas". Con mucha conformidad de voluntad recibió la sierva de Dios este nueva, resignando en sus manos el gusto que esperaba tener el día señalado por hacer el del Altísimo Señor, en lo cual mostró bien la perfección a que había subido, pues tan fácilmente quebrantó su voluntad en cosa que tan de veras había deseado. No fue solo este favor el que le hizo Dios antes de su glorioso tránsito, que otros muchos le hizo, aunque solo de este y de otro, que ahora referiré, nos dejó su sierva noticia.

[54] Yendo un día a maitines como acostumbraba (que antes de la ejecución de las bulas ya seguían en el monasterio los actos regulares aunque sin hábito de religión), halló muerta la lámpara del santísimo sacramento y, poniéndose en oración, vio que milagrosa y manifiestamente se encendió, pero no a quién la encendió. Fue este un maravilloso jeroglífico del suceso de su religión que Dios la quiso mostrar, como luego se lo dio a entender en una voz que claramente oyó que la decía: "Tu orden ha de ser como esto que has visto, que toda será desecha por tu muerte, mas como la Iglesia de Dios fue perseguida al principio y después floreció y fue muy ensalzada, así ella florecerá y será multiplicada en todas las partes del mundo, tanto que en su tiempo no se edificará casa alguna de otra orden, mas primero será muy perseguida de amigos y enemigos y habrá en ella tanta tribulación que muchas veces llegará a ser desolada". [Fol. 14r] La verdad de esta revelación y profecía se ha visto cumplida a la letra, así en las tribulaciones que la orden padeció luego que murió la santa virgen doña Beatriz, según que después veremos, como en lo que dice que dilatará por todo el mundo, pues llegó en [55] pocos años a Roma y a otras partes de Italia, a Francia, y hasta el nuevo mundo, sin que en los primeros de esta santa religión se fundase monasterio de otra orden de que haya noticia, sino es en Madrid uno de Santa Paula, que es de la misma advocación de la Concepción y estaba mucho antes tratado de edificarse, por donde parece que se ha de entender la profecía de monasterio de la Concepción en general y de los primeros años en que floreció esta religión, que este se llama propiamente su tiempo, que después acá cada día vemos fundados monasterios de monjas de todas órdenes y de recoletas de la nuestra cisterciense de San Bernardo se han fundado muchos en Valladolid, Toledo, Madrid y otras partes.

Luego que la sierva de Dios recibió las nuevas de su muerte, llamó a su confesor y, con la alegría que le causaban, viéndose acercar con tanta seguridad al puerto de la vida, le dio cuenta de lo que sentía y, comenzándose a aparejar para la jornada, envió la muerte a su mensajero la enfermedad, que luego la echó en la cama y mostró ser de muerte en el cuerpo de la virgen y de dolor excesivo en los corazones de las siervas de Dios, sus hijas y compañeras que más que a sí la amaban y vían convertidas sus fiestas en llantos y sus contentos en tristezas. Luego que en Santo Domingo el Real se supo el término en que estaba doña Beatriz, fueron muchas monjas a visitarla y asistir a su muerte, acompañadas de muchos frailes de su mesma orden, con ánimo de llevar su precioso cuerpo a su monasterio donde tantos años vivió, ya que parecía que moría sin haber hecho profesión, y también querían llevar consigo las doce compañeras de la santa y darlas su hábito y velo. Mucho se consoló la sierva de Dios con esta visita de tantas amigas del alma [fol. 14v] y, habiendo con toda devoción recebido el santísimo sacramento del altar, pidió con mucha instancia para su consuelo la admitiesen al velo y profesión de su nueva orden, aunque no se le diese con la solenidad que a las demás sus compañeras después se les daría. Cumpliósele este deseo, dándola el hábito y velo de la santísima Concepción que ella mesma había ordenado (como expresamente lo dice el autor en [56] el capítulo octavo de la vida de la sierva de Dios) y así fue la primera que le vistió y profesó, aunque en cumplimiento de la profecía de la Reina del Cielo, no vio el festivo día de la profesión de todo su convento, pues algunos días antes voló a los gozos de la bienaventuranza.

Tras estas diligencias llegó el tiempo apretado de hacer la última, que era recibir el sacramento de la extrema unción, y al punto que con toda devoción la recibía, quiso Dios manifestar los méritos aventajados y pureza de su fiel sierva doña Beatriz con un grande milagro, y fue que cuando [57] el sacerdote le estaba haciendo las unciones, vieron en su frente una estrella de oro y su rostro tan resplandeciente como de persona ya glorificada, dando en esto a entender que la pureza de las estrellas reinaba en aquella santa alma y la luz del Cielo en su purísimo cuerpo. Perdiose luego de vista la milagrosa estrella y saltó el resplandor celestial, y al mesmo punto hizo la muerte divorcio entre la alma y cuerpo de la santa virgen, los cuales se apartaron uno de otro al [58] décimo día de la profecía de la Reina del Cielo, después de haberse hecho compañía en este mundo sesenta y seis años; y fue el glorioso tránsito de la sierva de Dios, año de mil y cuatrocientos y noventa, a diez y siete de agosto, día de la octava del gran mártir san Lorenzo, y entonces dejó el dichoso cuerpo, relicario de aquel bienaventurado espíritu, tan entero y virgen como salió del vientre de su madre.

[fol. 15r]

§. VII. Aparece la serva de Dios después de muerta y hacen sus monjas profesión

Luego que murió la bienaventurada doña Beatriz, se apareció [59] en San Francisco de Guadalajara al padre fray Juan de Tolosa, varón de grande virtud y autoridad, que fue cuatro o cinco veces custodio y otras tantas provincial de toda Castilla antes que se dividiese en seis provincias. Había comunicado en vida con la sierva de Dios familiarmente y ella prometido que le haría un favor que no había hecho desde que entró en Santo Domingo el Real a hombre mortal. "Ahora", le dijo, "vengo a cumplir mi palabra, y a que me veas, pero sabe que acabo en este punto de salir de la cárcel del cuerpo y en mi monasterio hay grande necesidad de tu presencia, porque se levantan graves persecuciones a mi orden, y así conviene que te pongas luego en camino, y vayas a sobsegarlas con tu autoridad y prudencia". Era el caso que las monjas y frailes dominicos que asistían a su tránsito dichoso querían llevarse el santo cuerpo y las doce compañeras de la santa consigo, y ellas y los frailes de San Francisco que las favorecían resistían porque no se acabase la Orden de la Concepción antes de comenzar a ser en el mundo. Al fin pudieron ellas más y todos juntos celebraron con muchas lágrimas y devoción las exequias de la sierva de Dios y la enterraron en su monasterio de Santa Fe. Volvieron a porfiar las dominicas a querer llevarse consigo las doce religiosas nuevas, entendiendo se lo persuadirían con facilidad por ser todas extranjeras y de poca edad, pero a esta razón llegó el dicho padre fray Juan de Tolosa y, mostrándoles cómo no tenían razón de impedir la ejecución que todo el pueblo deseaba de aquella nueva Orden de la Concepción de la Virgen María Nuestra Señora, despidió a las monjas y frailes dominicos y así quedaron aquellas religiosas en su libertad, y desde aquel día se llamó la casa el monasterio de la Concepción de Nuestra Señora y, pasados ocho, les dieron a todas doce los hábitos y velos de la misma Concepción, conforme lo disponía [fol. 15v] el papa Inocencio Octavo en su bula, y comenzaron a vivir y rezar como la nueva religión disponía. No dice el autor [60] que fuesen algunas monjas del Monasterio de San Clemente o Santo Domingo el viejo de la Orden Cisterciense de san Bernardo que están en la ciudad de Toledo a enseñarlas las ceremonias y observancias que debían guardar, pero era fuerza que fuesen algunas, pues así lo disponían las bulas que concedían primeramente el monasterio de la Concepción o Santa Fe a las monjas de Císter y, en segundo lugar, a la sierva de Dios doña Beatriz y sus compañeras, si quisiesen profesar la dicha orden y regla. Y claro está que no habían de entrar todas a profesar en una orden antigua sin maestras, y más habiéndolas dentro de su ciudad excelentes y viviendo en su tiempo doña Constanza Barroso, abadesa de San Clemente, de cuya santidad me ha parecido dar noticia brevemente, y de otras monjas santas que florecieron en el mismo monasterio, pues sin duda favorecieron la fundación de la nueva orden con todas sus fuerzas. [...]

[fol. 19v]

§. IX. De los trabajos y mudanzas que tuvo la orden hasta que se comenzó a dilatar por el mundo

Poco tiempo gozaron de quietud las monjas de la Concepción en su primer monasterio (en el cual tuvieron por abadesa poco después de la muerte de doña Beatriz a su sobrina doña Filipa) a causa de que ellas estaban sujetas al ordinario, como el papa lo disponía en sus bulas y como lo estaba nuestro monasterio de Santo Domingo el Viejo, y la reina doña Isabel quería que se eximiesen de aquella obediencia y (a persuasión de fray Francisco Jiménez, su confesor, que después fue arzobispo de Toledo) se diesen a la Orden de San Francisco, de que entre las mismas monjas había sus pareceres diferentes, que fue causa de no pocas diferencias y disturbios. En efecto, pudo más la reina y, habida bula especial del papa Alejandro Sexto, español de la casa de los Borjas, negaron la obediencia al diocesano y la dieron al padre custodio fray Juan de Tolosa, que tuvieron en este monasterio cinco o seis años, y en este tiempo alcanzó la reina al papa Alejandro que el monasterio de san Pedro de las Dueñas, que era de monjas de la Orden de nuestro Padre San Benito y estaba cerca de la Concepción, se le uniese e incorporase, habido solo el consentimiento de la abadesa de San Pedro, siendo nombrados por ejecutores apostólicos de esta causa el arcediano de Alcaraz y el vicario de Toledo, lo cual también fue causa de muchas revoluciones y pesadumbres. Pasáronse las monjas de la Concepción al monasterio de San Pedro, y fue también en él abadesa doña Filipa. Mas, no contenta la reina católica con que estuviesen sujetas al provincial de san Francisco, pretendió luego que dejasen la Orden de Císter y profesasen la Regla de santa Clara y, dado lo primero de quitárselas al diocesano y a los monjes de San Bernardo y darlas a los frailes de San Francisco, andaba cuerdamente, pues [fol. 20r] mejor las podrían ellos gobernar según la Regla de santa Clara que según la de San Benito, que nunca ellos vieron ni guardaron. Llevó este punto tan agr[i]amente doña Filipa y muchas del convento que la siguieron que, viendo no podía resistir a la potencia real, se salió del monasterio, llevando consigo las reliquias preciosas de su santa tía y, acompañada [61] de ocho religiosas, determinó volverse a Portugal, su patria, y evitar inquietudes y pesadumbres. Con este intento se fue a despedir de la priora y su[b]priora del monasterio de la Madre de Dios de la Orden de Santo Domingo, que eran primas suyas y, pareciéndole embarazo llevar consigo la caja de los huesos de su fundadora, de común consentimiento las dejó allí depositadas hasta ver qué hacía Dios de ellas y en qué paraban aquellos movimientos. El fin fue hacerse la voluntad de la reina que, con una bula que para ello sacó del papa Alejandro, cometida su ejecución a los obispos de Coria y Cathania y al Vicario de Toledo, extinguió la Orden de Císter en el monasterio de la Concepción y hizo que profesasen la de Santa Clara. Aunque doña Filipa nunca quiso volver a él, antes se fue al de Santa Isabel, donde después, retirada, acabó sus días en el Señor.

En todas estas mudanzas hubo tantos disturbios que mil veces llegaban a verse casi deshechos el monasterio y la orden, cumpliéndose al pie de la letra la profecía que le fue revelada a la sierva de Dios cuando vio encenderse la lámpara milagrosamente. Después del año de mil y quinientos y uno, siendo ya arzobispo de Toledo fray Francisco Jiménez, por orden de la reina católica con particulares bulas de Alejandro Sexto (habiendo puesto primero en el monasterio nuevo de San Juan de los Reyes frailes observantes) extinguió el monasterio de San Francisco de los conventuales de Toledo y trasladó a él el de la Concepción, donde al presente está, quedando unidos a este el de Santa Fe, el de San Pedro y el de San Francisco. Después, en el de Santa Fe [fol. 20v] entraron a vivir monjas de la Orden militar de Santiago y en el sitio de San Pedro de las Dueñas se edificó el Hospital del Cardenal don Pedro González de Mendoza. Todas estas mudanzas y traslaciones confirmó después el papa Julio Segundo, sucesor de Alejandro, en una bula larga, donde refiere toda esta historia y al principio traslada casi toda la de Inocencio Octavo, haciendo expresa mención de cómo fueron de la Orden de Císter en su fundación, de que tengo un traslado sacado del original de mesmo monasterio de la Concepción de Toledo: es su data el año tercero de su pontificado y el de Cristo de mil y quinientos y cinco.

[62] Pasados seis años solos, el de 1511 y el octavo de su pontificado, a petición de las monjas de la Concepción, que, viéndose con el hábito y nombre de ella les hacía disonancia guardar la Regla de Santa Clara, las eximió de su observancia totalmente y les dio regla particular a su propósito el mesmo papa Julio Segundo, la cual está inserta en sus bulas y dividida en doce capítulos. Dejolas con el hábito y oficio divino que Inocencio las concedió, aunque con sujección a la Orden de san Francisco, y de este modo perseveran ahora.

[63] Era abadesa en esta ocasión doña Catalina Calderón, la cual, viendo sosegada la orden y puesta su casa en tranquilidad, trató de honrarla con las reliquias preciosas de su fundadora, la bienaventurada doña Beatriz. Pidiolas a las monjas de la Madre de Dios, que las tenían en depósito (como arriba dijimos) y, viendo que las negaban y no había orden de sacárselas por bien de las manos, envió a Roma la causa y, dada relación al Pontífice, alcanzó una bula en que mandaba con graves censuras que dentro de tres horas, como les fuese aquel mandato apostólico notificado, diesen el cuerpo santo a las monjas de la Concepción. Con esta apretada diligencia le llevaron a su monasterio, donde fue recibido con suma alegría y contento de las monjas entre muchas lágrimas [64] que el regocijo las hacía verter. Tuvieron los santos huesos en una arca en tanto que labraban un lucillo hermoso donde colocallos con decencia y, después de acabado, sacándolos [fol. 21r] del área donde habían estado para ponerlos en el lucillo, sintió tan grande olor el maestro que los sacaba que se apartó a fuera y dijo que llamasen a algún sacerdote que tratase y tocase aquellos huesos, que él no se atrevía a tocarlos porque sin duda eran de santos según el olor que tenían. Llamaron al confesor de las monjas que los trasladase, el cual sintió la misma fragancia de que también participaron muchas monjas que estaban presentes a verlo. y en tan notable exceso que sus sentidos fueron maravillosamente recreados y sus almas regocijadas de ver el testimonio celestial que las reliquias de su santa madre tenían de que habitaba en los cielos haciendo compañía a los bienaventurados espíritus y gozando del premio merecido por los servicios grandes que había hecho en el mundo a la Reina del Cielo en honrar su Purísima Concepción, con las alabanzas que las Esposas de Jesuchristo sus discípulas la cantan cada día, y cantarán continuamente hasta el fin del mundo.

Ya que había pasado el invierno áspero y frío de las tempestades y borrascas en que estaba la orden a pique de ser destruida muchas veces, plugo a la Serenísima Reina de los Ángeles de serenar y apaciguar las cosas y personas de ella, y al mismo punto en cumplimiento de la profecía de la lámpara, comenzó a aumentarse el número, santidad y fama del monasterio de la Concepción y la de sus hijas y a extenderse la orden con tanta fecundidad que el año de mil y quinientos y veinte y seis había ya treinta monasterios de ella y solo en el arzobispado de Toledo había once, porque en Toledo fueron a fundar a Torrijos, a Maqueda, Madrid, Escalona, Talavera, Oropesa, Ciudad Real, la Puebla de Montalván y Camarena, y de allí se extendió a Granada, Sevilla, Cuenca, Valladolid, Calahorra, Almería y otras partes de España, y el año de 1525 se fundó el monasterio de Roma en la iglesia que se llamaba Sancta Maria liberanos apœnis inferni, bajo del capitolio, y le pobló doña Marina de Cárdenas, hermana de don Alonso de Cárdenas, maestre último [fol. 21v] de Santiago, que fue allí abadesa con otras diez mujeres que vivían reclusas en San Juan de Letrán, a las cuales dio el hábito y profesión el ministro general fray Francisco de los Ángeles, y después acá se han fundado muchos en diversas ciudades y partes del mundo, todo a gloria de la Purísima Concepción de la Reina del Cielo. Hanla favorecido mucho los papas, y León Décimo declaró por una bula suya, año de 1518, a 12 de julio, que ningún capítulo de su regla les obligaba a pecado mortal, si no es en los casos de obediencia, castidad, pobreza y clausura, y en ella hace mención también cómo fue cisterciense en sus principios.

SE.

Notas

[1] En el margen izquierdo leemos: “Su nobleza”.

[2] Nota en el margen izquierdo: “Fue parienta de los Reyes de Portugal”.

[3] En el margen izquierdo está escrito: “Vino a Castilla”.

[4] Nota en el margen izquierdo: “Ildesc.to.2. de la Pontif”.

[5] Nota en el margen izquierdo: “Su rara hermosura”.

[6] En el margen derecho está escrito: “Cerrola en un cofre la Reina”.

[7] Nota en el margen derecho: “Apareciósele Nuestra Señora con el hábito de la Concepción”.

[8] Nota en el margen izquierdo: “Hizo voto de virginidad”.

[9] Se lee en el margen izquierdo: “San Francisco, y San Antonio se le aparecieron”.

[10] Nota al margen izquierdo: “Profecía de la orden".

[11] En el margen derecho se lee: “Recogiose en Santo Domingo el Real de Toledo”.

[12] Está escrito en el margen izquierdo: “Edificó los claustros de Santo Domingo el Real”.

[13] Anotación el margen izquierdo “§. i.” que remite a cuando se contó esta parte de la historia.

[14] Nota al margen izquierdo: “Notable recato”.

[15] Nota en el margen derecho: "Trata de fundar la Orden de la Concepción".

[16] N. M. derecho: "Dale la reina los Palacios de Galiana".

[17] En el margen izquierdo se lee: “Funda la orden”.

[18] Nota en el margen izquierdo: "Escoge la Orden Cisterciense de san Bernardo".

[19] Se lee en el margen derecho: "Cuatro Papas dicen que fue esta Orden Cisterciense que es de san Bernardo".

[20] N. M. derecho: "Cronic. ex Císter".

[21] En el margen izquierdo se lee: "Por qué visten las monjas de la Concepción escapulario blanco con cordón".

[22] N. M. izquierdo: "La Reina escribe al Papa que confirme la orden".

[23] Nota en el margen derecho: "Despacháronse las bulas en Roma".

[24] N. M. derecho: "Un Ángel le trajo la nueva del despacho de las bulas el mesmo día de la data".

[25] En el margen izquierdo se lee: "Raro milagro de las bulas".

[26] Nota en el margen izquierdo: "Anegáronse en el mar las bulas".

[27] Nota en el margen derecho: "Hallolas en un cofre suyo en Toledo".

[28] En el margen derecho se lee: "Hízose en Toledo profesión general por el hallazgo de las bulas".

[29] N. M. derecho: "Cuánta autoridad tenga este milagro".

[30] Nota en el margen izquierdo: "La narrativa del Breve".

[31] Ilegible por una mancha en el original.

[32] En el margen derecho se lee: “Nota”.

[33] N. M. derecho: "Concesión de las bulas".

[34] En el margen izquierdo se lee: "Hábito de la Concepción".

[35] Nota en el margen izquierdo: "Oficio divino de la Concepción".

[36] Nota en el margen derecho: "Ayunos".

[37] Abreviatura desconocida.

[38] N. M. derecho: "Dispensación de carne".

[39] N. M. derecho: "Que vistan lino".

[40] N. M. derecho: "Confesiones".

[41] Nota en el margen izquierdo: "La clausura".

[42] N. M. izquierdo: "Indulgencias".

[43] N. M. izquierdo: "Año de 1489".

[44] Palabra incomprensible en el original.

[45] En el margen derecho se lee: "Nota que es de la Orden Cisterciense de san Bernardo".

[46] En el margen izquierdo se lee: "Nota".

[47] N. M. izquierdo: "Santo Domingo el Viejo, es de monjas bernardas o cistercienses".

[48] N. M. derecho: "Hábito de la Concepción se les dio siendo bernardas".

[49] N. M. derecho: "El oficio de la Concepción también".

[50] En el margen derecho se lee: "Esto les concede porque no las sujetó a la orden sino al Ordinario".

[51] En el margen izquierdo se lee: "Grandes privilegios, indulgencias, y gracias en favor de la Concepción".

[52] En el margen derecho se lee: "Vease abajo desde §. e de la 2. parte de esta historia".

[53] Nota en el margen izquierdo: "Aparécele nuestra Señora y dala nuevas de su muerte".

[54] N. M. izquierdo: "Profecía que tuvo del estado y aumento de su Orden de la Concepción".

[55] Nota en el margen derecho: "§. 6.".

[56] En el margen izquierdo se lee: "Recibió el hábito y hizo profesión en la Orden de Císter, que es la de san Bernardo".

[57] Nota en el margen izquierdo: "Grande y milagroso testimonio de su santidad".

[58] N. M. izquierdo: "Su muerte".

[59] En el margen derecho se lee: "Aparécese después de muerta".

[60] Nota en el margen izquierdo: "Fueron monjas de San Bernardo a fundar el monasterio de la Concepción".

[61] Nota en el margen derecho: "Cuanto sintió la sobrina de la santa dejan nuestra orden".

[62] En el margen izquierdo se lee: "Dejan la regla de santa Clara y dioles el Papa otra particular".

[63] Nota en el margen izquierdo: "El hábito y rezo que ahora tienen se les dio cuando eran cistercienses".

[64] Nota en el margen izquierdo: "Traslación del cuerpo de doña Beatriz".

Vida impresa (7)

Ed. de M. Mar Cortés Timoner y María Palomino Correas; fecha de edición: febrero de 2023.

Fuente

Ficha Beatriz Silva Abarca.jpg
  • Abarca de Bolea, Ana Francisca, Catorce vidas de santas de la orden del Císter. Escríbelas doña Ana Francisca Abarca de Bolea, Mur y Castro, monja profesa del real monasterio de Santa María de Gloria, en la villa de Casbas, Zaragoza: por los herederos de Pedro Lanaja y Lamarca, impresor del reino de Aragón y de la Universidad, 1655.

Contexto material del impreso Catorce vidas de santas de la orden del Císter.

Criterios de edición

El relato es el último del conjunto de catorce vidas de santas relacionadas con la Orden del Císter que recoge el libro que compuso Ana Francisca Abarca de Bolea. La hagiografía ocupa las páginas 351- 375 y se presenta con el epígafe: “Vida de la Ilustre Señora doña Beatriz de Silva”.

En la edición, se siguen los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas, por ello, se ha modernizado la puntuación y el empleo de mayúsculas. Además, se ha regularizado el uso de las sibilantes s/ss/ç/z, de las consonantes u/v/b y c/q. Asimismo, se ha normalizado la escritura de “h” (“yelo” se ha transcrito por “hielo”) y de “m” delante de las consonantes oclusivas. En cambio, se respetan las concordancias (y los ejemplos de laísmo), los grupos consonánticos -mp- (asumptos) y -bj- (subjetas); también, las contracciones de preposición y pronombre (“della” que alterna con “de ella”, “desta”, “del” que se ha escrito “dél” ) e infinitivo y pronombre (“ocultalla”, “acusalla”, “hacelle”).

El texto contiene notas en latín en los márgenes (de la derecha y de la izquierda) donde la autora remite a las diversas fuentes que maneja. Estas notas se han reproducido en cursiva (conservando las abreviaturas y los signos de puntuación) en las notas al final siguiendo el orden de aparición y su ubicación, que la autora indica en el texto (y en el margen correspondiente) por medio de letras en mayúscula: A, B, C… Cuando las notas respondan a aclaraciones de las editoras, se presentarán con el número arábigo correspondiente en cursiva.

Vida de Beatriz de Silva

[351] El daño mayor de las repúblicas, y que más perturba la paz en ellas, es el quererlas gobernar cada cual por solo su juicio sin hacer asiento en escudriñar la verdad como parte más esencial en el buen gobierno. Malsano quedará deste peligroso achaque el que desecha el remedio, pues a costa de su crédito experimentará muchos daños, siendo de los mayores el que trae consigo el mal juzgar.

De una dama portuguesa juzgó el mundo con su acostumbrada malicia, procurando con ella ajar lo sólido de sus virtudes y deslucir lo lustroso de su valor, pero como la Majestad de Dios tiene, con su in- [352] finito saber, conocidos aun los más mínimos pensamientos premió sus trabajos, remunerándoles con el celestial y divino premio, tratándola como a hija regalada tanto en el castigo como en la misericordia. Esta noble señora fue la tan celebrada doña Beatriz de Silva, hija de nuestra España y natural del ilustrísimo reino de Portugal, hermana del glorioso san Amadeo y deuda cercana de la serenísima reina doña Isabel, mujer que fue del invictísimo don Juan el Segundo, rey de Castilla y León.

Muchos autores escriben esta historia y los que más la particularizan fundan la grandeza desta señora en anteponer la santidad de su hermano a lo regio del parentesco, que la nobleza sin virtud es falsaria honra [A]. El que es noble y con el vicio se desluce hace a su calidad solar de afrenta. No descaecer el ánimo por poco asistido de la fortuna es arbitrio para no acabar de perder el antiguo lustre, que se cansa el mundo de hacer dichosos, y así derriba unos para sublimar [353] a otros, pero amarrados a la virtuosa tolerancia se establecen soberanías y se premian méritos [B].

Desgraciada en la mayor dicha humana nos pintan a la Beatriz, asistida de la naturaleza, tan celebrada de hermosa como de entendimiento, pero los errores de la envidia, como hijos del fuego que la consume, ni escusan furiosos estallidos ni detienen insaciables voracidades, y así no perdonaron los más mínimos átomos de sus descuidos, anhelando a tiznar la candidez de sus virtuosas obras y deshacer lo grande de su opinión. La hermosura, aunque parece bien a todos, [C] no a todos agrada por tener tanto de infelicidad, que tal vez viene a ser dicha el carecer de ella [D]. La discreción jamás se oculta y, particularmente, cuando la mucha comunicación la descubre, porque en los profundos senos de la capacidad no se conocen fácilmente todos los grandes quilates que atesora. La nobleza enlaza primorosamente estas dos partes haciendo todas tres un [354] todo de admirable perfección siendo la mayor felicidad entre las humanas, aunque por grande no deja de peligrar en mal logros [1], como lo acredita el asumpto de esta historia.

Pues siendo hermosa, discreta y noble, fue doña Beatriz de Silva tan perseguida de maliciosos émulos que, a no mediar el auxilio divino, fuera derribada a la mayor miseria. Atraídos del imán de sus muchas prendas, dieron los caballeros de la corte del rey don Juan en hacer festivas demostraciones en su servicio, sin dejar galantería que no ejecutasen, emulando a porfía cortejos, ocasionando con ellos contiendas, despreciando riesgos y desestimando amenazadoras ruinas, siendo el deseo tan sin ojos que no ve su daño por más que se lo represente la razón; y el que se arroja al peligro no estima el consejo ni solicitará el socorro. Deseaba cada uno de estos caballeros casarse con la dama portuguesa, pero no aseguraban la conveniencia en su cordura que, aunque el conjugal estado [355] es loable y preciso, solicitallo con violencia ha arruinado estados y desasosegado familias. Si la voluntad no ofende por dañosa, no debe de ser despreciada y la doncella, que en el retiro de su honestidad padece agrados, muy libre está de culpas.

Fueron tantas las disensiones que hubo en la castellana corte por la pretensión de doña Beatriz que llegaron a noticia de la reina, sucediendo raras veces saber los superiores lo que inquieta las repúblicas, celándoles siempre lo más importante con cuya ocasión crecen los daños y se dificultan los remedios. Quiso la reina doña Isabel ponerle en tanto mal, sin más averiguación que la de una mal barajada verdad, donde es más cierto el peligro que el escarmiento. Todo resultó en daño de la pobre dama tan sin culpa cuanto atenta a sus obligaciones. Siempre el rayo de la acusación mal intencionada ostenta su cáustica condición en perjuicio de la más firme y sólida virtud que, perseguida de la envidia y [356] altivez, ni se obligan de la atención ajena ni aun de la voluntad porque todo lo baraja quien falsamente acusa [E].

Creyó la reina consentía doña Beatriz en las discordes galanterías de sus vasallos, adoleciendo fácilmente en los señores el crédito porque, difícilmente, tienen el desengaño, por ser tan mañosa el arte del que persuade que despinta la sospecha de la falsedad y, como lo grande no se abate a lo engañoso, juzga en todos segura correspondencia. No hizo particular informe la serenísima princesa que, como tenía establecida en el pecho la verdad, creyó que todos la decían. ¡Qué a mala luz salen las buenas intenciones y qué reñida guerra les hace el doblado trato! No hay arma defensiva para tan declarado enemigo, solo el católico sufrimiento y la prudente cordura son bastantes a tolerarle. Ya en el mundo los bien intencionados son los que más prueban el engaño y, así, solo en las cosas divinas se ha de poner la seguridad.

Mandó la reina encerrar a [357] doña Beatriz en una angosta alacena mandando no la dieran de comer en tres días, sin advertir que al valor no le acobardan rigores. Mucho desluce a un pecho noble la crueldad y es indecencia de la grandeza dar entrada a tan empedernida acción, que alimentarse de sangre humana es acreditarse de fiera [F]. Grandemente apasionada obró esta gran reina, movida del celo de la honra de su casa, siendo obligatorio el cuidado que se tiene de lo sagrado de los palacios, pero si el cuidar es indiscretamente, ocasiona más daño que provecho, pues, desconsolando los ánimos de quien los asiste, rompen por dificultades deseosos de sacudirle del yugo de la opresión.

Sufridamente padeció la prudente portuguesa, fiada en su inocencia y, principalmente, en la misericordia divina, teniendo muy conocidos los subidos quilates della y como asiste a quien en sus trabajos se encamina a tan seguro patrocinio. Por hambre quiso la reina derribar la fortaleza de la valerosa Beatriz [358], sin considerar que la liberalidad divina no consiente padezcan sus siervos por cosas tan civiles [G], pero dice la dulce pluma de mi Berna[r]do [2] que el que por amor de Dios padece hambre puede quedar bastantemente favoreado. Sintió como discreta, si[n] las penalidades del cuerpo, el descrédito de su reputación, afligiendo a lo grande de su ánimo más el perder la honra en la vulgar malicia que la vida en la reclusión regia, que aquella en tanto se ha de preciar en cuanto la adorna la buena fama.

La culpa de doña Beatriz consistió en querer que lo fuera, pues ni en sus acciones ni en sus palabras se halló cosa que pudiera acusalla. Este género de delitos traen muchas veces las desdichas, padeciendo el inocente descréditos cuanto más aclamaciones y lauros tiene merecidos. Vacilaba la cordura desta señora sin hallar humana puerta abierta a su remedio, siendo tales los ahogos del ánimo que a nadie perdonan. Sentía, vivamente, verse fuera de la [359] gracia de la reina, temía su enojo, dudaba del favor del mundo por saber se hace a la parte del vencedor y, deseosa de su remedio, acudió a la Madre de Misericordia, consuelo único de corazones afligidos, María Señora nuestra, con cuyo patrocinio jamás se marchitaron esperanzas ni se malograron buenos deseos, amparándonos como Madre y haciendo particular aprecio de serlo de todos los vivientes [H]. Ofreciósele por humilde esclava, consagrándose toda con afectuoso voto a su preciosísimo Hijo para que, con tan fuerte vínculo, no pudiera retroceder de su rendida oferta, tan heroica en quien la hace como agradable a los ojos divinos, pues no mezclándose cosa contra su santo servicio es hacelle obsequio cuanto le son desagradables a su Divina Majestad los ofrecimientos que se hacen facilitándolos la fuerza.

Apareciose la Reina de los Ángeles a su devota sierva, con cuya presencia cesaron sus temores. Volvió a vivir el corazón que a desmayos daba [360] indicios de su cercano fin, cobró color el rostro que a rigores de la hambre substituyó la amarillez por el perdido carmín, respiró el pecho que a opresiones del temor tenía tomados los pasos al vital aliento, huyó atemorizado el hielo que tan dueño se introdujo en su pasmado cuerpo, gozaron los ojos de celestiales rayos conseguidos a precio de innumerables aljófares que destilaron tan devotos cuanto necesitados. Y, finalmente, se desvaneció todo el asombro de aquel angosto retrete a vista de las divinas luces del soberano Lucero, de la Estrella del Mar, de la Madre del Sol de Justicia, quietando el ánimo doña Beatriz sin reparar en la regia ira, sin hacer caso de su afrenta, dándose mil parabienes de sus dichosas felicidades que no estimó por la menor el desengaño de la falsedad humana, lo instable de sus bienes y lo mentido de sus promesas.

Asegurole la soberana Princesa saldría con todo crédito de sus trabajos, teniendo esta certeza todos los [361] que en solo María sacrosanta ponen la confianza. Correspondió doña Beatriz con todo el posible agradecimiento, creciendo tanto más en él las glorias del favorecido cuanto las obligaciones del favorecedor. Ya no la molestó la dilación de su remedio ni la quedó deseo para desear cosa humana: fuerza de espíritu fervoroso y valeroso corazón, que este, aunque se descompone a demostraciones descorteses, se quieta fácilmente a cualquier estimación. La esperanza de lo que se desea, al paso que alivia, atormenta, que, como consiste en la ejecución, si tarda, se duda. Anhelaba doña Beatriz al favor humano, largo tiempo le pareció el de su encerramiento y ya no hiciera caso de la libertad. Todo era agradecimientos a la reina doña Isabel, por cuya ocasión había alcanzado tan no imaginadas dichas y podido vencer con fortaleza el doméstico enemigo que, a desmayos de su debilidad, acosa la naturaleza.

Mandó la Virgen santísima [362] saliera su sierva de su reclusión sin aguardar otra orden y, huyendo las compañías del mundo, se encaminó a la imperial ciudad de Toledo no viendo la cara al miedo, porque llevaba consigo a su celestial Señor prosiguiendo su viaje, regalándole en coloquios divinos y amorosas gratulaciones. Empleada en estos ejercicios, oyó una voz que, en lengua portuguesa, le pidió se detuviera. No la turbó la novedad creyendo ser algún acaso. Pasó adelante cuando halló junto a sí dos religiosos de la seráfica familia que, por no conocidos, la asustaron grandemente, temiendo más la malicia vulgar que el presente peligro, pues una mujer sola a vista de la ocasión es indecencia hacer alarde de los riesgos. Cobrose cuanto pudo y, volviendo del primer susto, se aseguró en la venerable presencia de aquellos pasajeros, acreditando la compostura al que la tiene y, dándole realces de estimación, establece seguridades en quien la comunica [363], porque la modestia quita recelos cuanto los aumenta el sobrado desahogo. Creyó su muerte la afligida señora, temió nuevos rigores en la reina, oprimiéronle el ánimo sus mismos pensamientos, apesgáronse los pies, añudose la lengua, huyó el color del rostro y, batallando entre sí acciones y potencias, dio por perdidos sus designios que el temor, como villano, procura hacerse dueño de todo y, aunque más se engendra en lo íntimo del corazón, procura ostentarse en las demostraciones exteriores según fragua la calidad de su pena.

No se acordó esta señora de las promesas de la Reina de los Ángeles, proprio de la opresión turbar el ánimo del más advertido. Aseguraron los religiosos a doña Beatriz diciéndola como la Majestad de Dios la tenía escogida para madre de muchas y muy santas hijas en premio de su sufrida paciencia. Menos entendió la noble señora la propuesta, afligiose de nuevo, temiendo estorbo de sus deseos cualquier leve [364] acción. Díjoles había hecho voto de castidad y que por cosa desta vida no lo quebrantaría, por hacer más aprecio dél que todas sus promesas, por ser virtud que se aventaja a la misma naturaleza [I]. De nuevo, volvieron a ofrecerla el favor divino y la seguridad de su estado, con cuya certeza prosiguió su viaje, llevándole los tres muy entretenido en pláticas santas. Llegando a una posada, quiso doña Beatriz regalar a los venerables varones, agradecida a lo que les debía, no conociendo lo grande de un ánimo tan noble el vicio del desagradecimiento. No consiguió sus intentos por haber desaparecido los dos pasajeros, quedando tan admirada cuanto desconsolada la pobre dama sin saber qué determinar entre el recelo y confusión que le causaba el caso. No permite Dios que sus siervos padezcan más de lo que pueden tolerar. Aclaró las dudas con que luchaba esta señora, revelole ser sus valedores el seráfico padre san Francisco y su amado hijo san Antonio de [365] Padua, no desdeñándose aquel de asistir a su esclarecido súbdito ni descuidándose este de solicitar a su querido padre para patrocinar en la tierra a la que tan injustamente, y tan sin amparo de ella, padecía descréditos en la opinión y en el corazón tormentos. El recíproco amor entre los prelados y súbditos realza los méritos, a más de ser obligatorio, y quien falta a este cariño no está muy adornado de la caridad, puerto seguro de bienaventuranza [K]. Volvió, de nuevo, doña Beatriz a dar gracias a Dios, a reiterar el voto y a darle a su divina Majestad cuanto pudo, autorizada demostración de una inclinación generosa no recatear el caudal cuando medían obligaciones. Al liberal no se le conocen faltas, antes lo echan [de] menos donde no está, al paso que al miserable lo desprecian y desestiman, pues no hallando la ocasión de beneficiar cuando topa con ella, le sirve de tropiezo.

Llegó llena de celestiales consuelos a la imperial Toledo y, acompañada de [366] dos damas amigas suyas muy iguales en virtud y calidad, se retiró al religiosísimo monasterio de Santo Domingo el Real, una de las más firmes columnas que sustenta la grandeza de aquella noble y sumptuosa fábrica de ingenios, virtud y nobleza. Con hábito secular vivió cuarenta años sin permitir que en todos ellos la viera el rostro persona, tomando venganza dél por las ocasiones que había dado, aunque sin culpa. Con la asistencia que hizo en este divino santuario volvió a la gracia de la reina doña Isabel de Castilla, apesarada de lo que había perseguido a la virtuosa señora. Comenzó así mismo a gozar favores de los reyes invictísimos don Fernando y doña Isabel, que la virtud fácilmente concilia las voluntades, y Dios, por ser Dueño de las virtudes, es fuerte y origen de los mayores gozos [L]; y así lo confiesa mi Bernardo.

Deseosa vivía la noble portuguesa de hacer algún servicio a la Madre de misericordia, tan desvelada [367] con estos cuidados cuanto afligida de no hallar puerta abierta para su ejecución, estando mal hallado el afecto humano, menos con el cumplimiento de lo que desea, aun a fuerza de los vaivenes de la fortuna. Solicitaba este bien con fervorosa y continua oración, entendiendo ser gran conseguidora de lo que por ella se procura. Saliole como pretendía, apareciósele la Emperatriz soberana mandándola fundar una nueva orden de religiosas con título de Purísima Concepción. A fiar yo de mi pluma menos borrones, se dilatara mi cariño a decir algo de lo mucho que nos propone el florido campo de la limpia y original pureza de María Señora nuestra, pero por dar muestras de mi afecto, autorizaré estos escritos con tocar algo de lo mucho que hay dicho y queda decir desta celestial Princesa, de quien no se ha de imaginar el más mínimo átomo de culpa, pues en el divino solio del eterno descanso de la suprema grandeza no pudo haber aso- [368] mo de imperfección humana. Y fuera negar el soberano poder al Dueño y Autor de todo lo creado y, juntamente, lo mucho que amó a su sacrosanta Madre si no se creyese le dio cuanto pudo.

Comunicó doña Beatriz este favor con la reina doña Isabel de Castilla, deseosa la patrocinara en este caso. Siempre a los mayores se les ha de dar razón de los que por arduos necesitan de su favor para que no se malogren. Agradeciole la reina la confianza y, por tener parte en obra tan heroica, ofreció para monasterio los reales Palacios de Galiana por que fueran erario de más rico tesoro que el que en sí habían encerrado en otros tiempos. Quien erige templos a Dios, preparándose humanas glorias, se labra celestial corona. Acomodáronse los dichos palacios en forma de convento, y sacando doña Beatriz de Santo Domingo el Real y del de San Clemente, de nuestra orden, doce religiosas de conocida virtud, fueron doce pre- [369] ciosas piedras para el divino tabernáculo. El hábito que se vistieron fue el mismo blanco y azul con que se le apareció la Reina de los Ángeles cuando la consoló en prisión; forma que había quedado tan impresa en el devoto y agradecido pecho de esta su sierva que ni tiempo ni trabajos pudieron borrarle de su memoria. Escogió para norte en esta divina embarcación el instituto del Císter, en cuya milicia se ejercitan aquellos monásticos espíritus.

Grande lustre se le siguió a la imperial ciudad con aquel nuevo paraíso donde, a imitación de su santa maestra, iban creciendo de virtud en virtud hasta llegar a la cumbre de la perfección, resplandeciendo la de esta señora al paso que procuraba ocultalla su humildad, muy al contrario del que con la soberbia se prepara sus mayores ruinas, por más que se erija soberanías [M]. Las penitencias de la santa fundadora eran tantas que excedían y pasaban los límites de las humanas fuerzas. No se contentó su devoto celo [ 370] con solo haber hecho aquel santuario, escuela de virtudes. Procuró con el favor de la reina que la santidad de Inocencio Octavo confirmará la nueva Orden de la Concepción Purísima; a peticiones justas no se atreve la escusa. Concedió gustoso el pontífice máximo la petición santa despachando bulas en favor de dicha orden debajo el instituto del Císter, siguiendo en esto a muchas órdenes que hicieron la misma elección; añadiose, empero, algunas constituciones diferentes y el dar la obediencia al diocesano. Quiso la Majestad divina, para mayor gloria suya y honra de su sierva, que la galera en que venían las bulas se perdiera, sumergiéndose desvalida en aquel insaciable abismo, peligrosa seguridad de los que la solicitan, aguado piélago de los mayores gozos y voraz monstruo que todo en sí lo sepulta. Y llegando al caso la noble portuguesa a buscar dentro de una arquillita algo de su pobre ajuar, halló dentro de ella un pergamino cerrado. ¡Oh, inmensa [371] grandeza que solícita anda por nuestro consuelo! ¡Cómo se ajusta a nuestra desigualdad y humana miseria! Que parece le es preciso a Dios ostentar prodigiosas maravillas para establecer nuestro amor y fe en que, claramente, se vee que no puede Dios dejar de obrar como Señor supremo y Padre piadoso, y nosotros como débiles y flacos.

Grande novedad le hizo a la santa fundadora el hallazgo y, sin dar en lo que podía ser, llamó al obispo de Guadix, don fray García de Quesada, del Orden de los Padres Menores, y le entregó el cerrado pergamino que, abierto, leyó ser las bulas de la confirmación de la nueva religión. Admirar pudiera el caso a quien no sabe lo que la Majestad eterna obra así por el consuelo de sus siervos como por el apoyo en las cosas que se hacen de su santo servicio, pero todo lo que había de ser admiraciones se debe reducir a perpetuas alabanzas a sus grandes misericordias. Comunicó el de Guadix el portentoso suceso con el arzo- [372] bispo de Toledo. Leyeron los papeles, tuvieron noticia de la anegada galera y, viendo confirmada, con tan calificadas y milagrosas circunstancias, la nueva religión, dieron repetidas gracias a la Majestad divina, celebrando el hallazgo con generales alegrías.

Llevaron, con devoción reverente, los romanos despachos desde la iglesia mayor hasta el monasterio de la santa fundadora, haciendo con ellos una general procesión, merecida demostración, y que fuera grande ingratitud no hacer muy particular aprecio de maravillas tan del Cielo. Predicó el obispo de Guadix, dando razón a todo el auditorio del milagroso suceso, y señaló día para que votaran las religiosas las nuevas constituciones, renaciendo aquellas fragantes flores en el celestial pensil de los atributos de María sacrosanta, con cuyo obsequio, granjeando su divina gracia, se asegura la bienaventuranza. Cuando no mediara el servir a esta divina Princesa en celebrar y festejar su pura Concepción, nos [373] propone tantos bienes propios su devoto capellán y rendido siervo san Anselmo que fuera en nosotros desatento cuidado no procurarlos [N].

Previniose aquella religiosa familia para recibir a su divino Esposo, y doña Beatriz más particularmente, con grandes disciplinas, frecuente oración, largas vigilias y muchas mortificaciones, deseosa no la hallara dormida la voz de su celestial Amante. Daño irreparable no recordar el alma con la esperanza de la seguridad eterna. Apareciósele la Madre de los Pecadores y la dijo serían sus felices bodas en el soberano tálamo el día décimo de la publicación de las bulas, pasando desta mortal vida a los gozos eternos, y que su religión padecería muchos naufragios en turbadas olas de emulación, que evapora viles rayos contra sólidas virtudes. Comunicó la santa con su confesor el favor de la Reina del Cielo y, prevenida con los sacramentos y pertrechada con obras de mucho mérito, esperó al fin de sus trabajos.

Llegó a su noticia [374] cómo las religiosas de Santo Domingo y los padres predicadores intentaban llevar su cuerpo después de muerta y así dio orden que los religiosos de San Francisco le vistieran el hábito y la pusieran el sacro velo, haciendo en sus manos los tres votos, con que quedó segura y quieta de sus temores. Diole una breve enfermedad con la cual salió deste miserable valle, donde solo acompaña el continuo dolor y llano. Tuvieron fin sus muchos trabajos, que siempre salen vencedores a vista del sufrimiento [O].

En habiendo expirado la sierva de Dios, apareció en su dichosa frente una muy resplandeciente estrella que, dispidiendo de sí consoladores y resplandecientes rayos, daba muestras de los divinos favores que gozaba su santa alma, merecidos solo de la perseverante virtud. Murió a diez y siete de agosto, en el año mil cuatrocientos y noventa, siendo de edad de setenta y seis. Después de grandes contradicciones, sepultaron su cuerpo en su nuevo monasterio, cuyo nombre [375] es Santa Fe. Todos desearon para sí este preciosísimo tesoro, deseándose cada cual merecedor de tanta dicha, pero la disposición divina es la que ataja los humanos deseos. Apareciose el alma de doña Beatriz al muy reverendo padre fray Juan de Tolosa, religioso del Orden de San Francisco, dándole noticia de los muchos trabajos que habían de padecer aquellas nuevas plantas, y pidiole las consolara y exhortara a la prosecución de la comenzada obra sin dar paso atrás en ella, mengua que desacredita la verdad.

Escriben de doña Beatriz de Silva: Zamall. Garib. lib. 20. Compendii Histor, cap. 13. Mariet. in Hist. Sancti Hispani lib. 22. titul. Tolet. Flos Sanctor. Vetus in eius vita Octob. 8. Manriq. Laurea lib. 3. discur. 6. Sanctoral. lib. 3. Disc. 8. M. S. quae Toleti in codem Monasterio extant, Torres lib. Concep.

[3]

Laus deo.

Notas

Citas que aparecen en los márgenes

[A] Parua est nobilitatis ratio sine virtute, & maxima virtutis sine nobilitate. Natal com. hist. libr.3.

[B] Sūma apud Deū nobilitas est clarum elle virtutibus s. Hiero. ad. Colanti.

[C] Formosa facies, multa commendatio est. Euripedes.

[D] Pulchritudo res infelix. Propertius.

[E] Maximè hi temere iudicant, qui demerita aliorum facile reprehendunt: Qui magis amāt vituperare, & damnare, quā emmendare, & corrigere: quod vitiū vel superbia est, vet inuidia. S. Aug. de ferm. Domini in monte.

[F] Crudelitas, inhumanum malum est, iudignumque Regio animo: Ferina ista rabies est sanguine gaudere, & vulneribus, quae facit hominem in siluestre animal transire. Seneca lib. de Clement.

[G] Non affliget Dominus fame animam iusti, & insidias impiorum sabuertet. Prouerb. 10.

[H] Fuit enim Mater, non solum capitis nostro; sed etiam mēbrorū eius, quonos summus. S. Auº gust. lib. de S. Virgp.

[I] Igitur à principio virginitas palmā principatus accepit. S. Ioa. Chr. in Gen.

[K] Fluctuāntibus portus, errantium via, peregrinantibus Patria. S. August ser. 2. de charitate.

[L] Cum sit Dominus virtutum, totius iucunditatis est fons lætitiæ, & exultationes origo. S. Bern, epis. 353.

[M] Omnis superbia, tanto in imo iacer quanto in altum se erigit: tantoque profundius labitur, quanto excesius eleuatur. S. Icdor. de summo bono. lib. 2. cap. j8.

[N] Quiquis Præesul, vel Abbas, aut Prælatus es, recole diligenter eius solemnia, & cunctis iube eam coli; quia si eam toto corde amaueris, nunquā à gradu tuo deposit’ eris. S. Ansel. homil. de Concep.

[O] Labor omnia improprius vincit. S. Hier. in Daniel. præfatio.

Aclaraciones de las editoras

[1] Entiéndase: “malogros”.

[2] Remite al monje y abad cisterciense Bernardo de Clairvaux o Claraval (Castillo de Fontaines, Dijon, 1090 - Claraval, 1153), quien fundó el monasterio de Claraval impulsando una reforma que se extendería a toda la Orden del Císter. Fue canonizado en 1174 por el papa Alejandro III.

[3] Se ha reproducido la lista de fuentes respetando la disposición del texto original.

Vida impresa (8)

Ed. de Pedro García Suárez; fecha de edición: diciembre de 2016; fecha de modificación: agosto de 2020.

Fuente

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  • Salazar, Pedro de, 1612. Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado Padre San Francisco, Madrid: Imprenta Real, 471-481.

Contexto material del impreso Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla.

Criterios de edición

La vida impresa escrita por Pedro de Salazar de Beatriz de Silva (ca. 1426-1491) se encuentra recogida en la Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado Padre San Francisco, de 1612.

Para su edición, se han adoptado los criterios de vidas impresas estipulados en el Catálogo. Se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.), las sibilantes y se eliminan las consonantes geminadas. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza, así como la acentuación y puntuación, que se adapta a la actual. No obstante, se ha mantenido la escritura de “monesterio” y la no separación en “deste”.

Vida de Beatriz de Silva

[471] LIBRO OCTAVO, EN QUE SE TRATA LA HISTORIA del misterio de la Concepción de Nuestra Señora y la fundación de su Orden, y de los conventos que della hay en esta provincia de Castilla

Capítulo I

De la fundadora de la Orden de la Concepción

Fundó esta santísima Orden de la Concepción doña Beatriz de Silva, mujer de nación portuguesa y muy generosa y noble, la cual era parienta y descendiente de los Reyes de Portugal. Fue hermana del Conde de Portalegre, ayo del Rey don Manuel, y de Alonso Vélez, señor de Campomayor. También fue hermana del bienaventurado fray Amado, el cual fue muy santo varón y religioso de la Orden de nuestro Padre S. Francisco. Vino esta señora desde Portugal a Castilla con la Reina doña Isabel, segunda mujer del Rey don Juan el Segundo y madre de la Reina Católica doña Isabel, de gloriosa memoria. Tuvo la Reina cuando vino de Portugal muchas damas y entre ellas a la dicha doña Beatriz de Silva, parienta suya, la cual en hermosura y gala aventajaba a todas las demás. Por lo cual y por su alto linaje, comenzó a ser festejada de todos cuantos grandes en la corte había y de algunos dellos demandada en casamiento. Sobre lo cual había en la corte muchos y diversos ruidos y cuestiones, queriendo ser cada uno solo en su pretensión y privanza. Y como esto sucediose cada día, llegó a noticia de la Reina y ella, creyendo que la dicha doña Beatriz tenía en ello alguna culpa, la mandó encerrar en una caja de madera que para ello mandó hacer, adonde la hizo estar tres días sin comer ni beber. Y viéndose esta señora sin culpa y tan mal tratada, encomendose de todo corazón a la Virgen María, a la cual hizo voto de virginidad, ofreciéndose de todo corazón a ella. Y esto hizo con tantas lágrimas de devoción, que mereció ser oída y visitada de la Virgen santísima. La cual le apareció vestida del hábito de la Concepción, como hoy le traen las religiosas desta Orden [472] (que es sayas y escapularios blancos y mantos azules), con cuya visita fue en extremo consolada y confortada. Después de pasados los tres días, fue sacada de la caja de madera y puesta en su libertad. Y pareciéndole muy peligrosa la vida de la Corte, determinó (para mejor poderse dar al servicio de Nuestro Señor) irse a la ciudad de Toledo, con intento de meterse en el Monasterio de Santo Domingo el Real. Y yendo por el camino, a la pasada de un monte oyó la llamaban en lengua portuguesa; y ella, volviendo la cabeza, vio venir para sí dos frailes de la Orden de San Francisco, y creyendo que la Reina los enviaba para que la confesasen y darle luego la muerte, hubo gran temor. Por lo cual luego al punto recurrió a Nuestra Señora, a quien tenía por abogada. Llegados los frailes a ella la consolaron, los cuales vista su turbación y sabida la causa della, no solo le quitaron el temor, mas le dijeron sería madre de muchas hijas muy nombradas y señaladas en el mundo. Y como ella replicase tenía ofrecida a Dios su virginidad, los dichos frailes respondieron que ansí sería como ellos lo decían. Y yendo todos juntos por el camino hasta llegar a la posada, adonde queriendo la dicha doña Beatriz de Silva asentarse a comer, mandó llamar a los frailes para que comiesen, mas nunca parecieron, por donde manifiestamente se entendió haber sido revelación divina. En llegando a la dicha ciudad de Toledo, se metió con dos criadas en el Monasterio de Santo Domingo el Real, donde estuvo en hábito de seglar (aunque honesto) más de treinta años, haciendo vida muy santa y penitente.

Capítulo II

De cómo doña Beatriz de Silva instituyó y fundó la Regla de la Santísima Concepción de Nuestra Señora

Todo este tiempo que estuvo doña Beatriz de Silva en el convento de santo Domingo el Real se ocupaba en obras muy espirituales y en muy continua oración, ejercitándose en ásperas penitencias. Vivió con tanto recogimiento durante este tiempo que ninguna persona le vio el rostro descubierto, sino la Reina Católica y una criada que la servía. Siendo muy devota de la gloriosa Virgen María Nuestra Señora, principalmente de su Santísima Concepción, siempre estaba pensando en qué la poder servir. Y ansí tenía determinación de instituir una nueva Orden de su Santísima [473] Concepción. Lo cual comunicando con la Reina doña Isabel y hablándola muy conforme a su voluntad, se dispuso a dar fin a esta santa obra. Y queriendo ayudar a su buen propósito, le dio los palacios que antiguamente decían de Galiana, que era uno de los Alcázares de la dicha ciudad de Toledo, adonde está ahora el convento de Santa Fe. Aquí entró luego la dicha doña Beatriz, dejando el Monasterio de Santo Domingo, y entraron con ella doce doncellas religiosas, en el año de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro. Todas las cuales estuvieron en el dicho lugar (en forma y manera de monasterio) hasta el año de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve, pensando siempre qué Orden y hábito tomaría. Y en el dicho año de 1489 a petición suya alcanzó la Reina Católica del señor Papa Innocencio Octavo la continuación de la Orden de la Santísima Concepción y de su oficio particular, cual hoy le usan todas las religiosas desta Orden. La cual es sacada de la Orden del Cístel, por cuanto el Papa no quiso conceder ni aprobar Regla ni Orden nueva. Y de la misma manera que el Papa lo concedió, fue revelado a esta santa religiosa.

Acerca desto aconteció otro milagro muy grande y fue que, como las Bulas desta concesión (viniendo a España) se hundiesen en el mar, juntamente con las demás cosas que en la mar venían, fueron milagrosamente halladas por esta religiosa en una caja de su monasterio. Y como las hallase y no supiese lo que era, hizo llamar al padre fray García Quijada, de la Orden de nuestro Padre San Francisco y obispo de Guadix, a quien mostró las dichas Bulas; el cual, comenzándolas a leer, vio luego que eran las Bulas de la nueva constitución de su Orden y hábito. Visto esto por la dicha doña Beatriz, recibió increíble contento, y no solamente ella y sus monjas, pero toda la ciudad. Hizo grandes alegrías y demostración de mucho contento y regocijo por el milagro de las Bulas para publicación de las cuales se hizo una procesión muy solemne por todos los señores de la Iglesia mayor de la dicha ciudad, de la cual salieron acompañados con casi todo el pueblo y fueron a Santa Fe, adonde estaban las nuevas religiosas, adonde hubo sermón en que se dijo y declaró al pueblo el milagro de cómo se habían hallado las Bulas y de cómo se supo en Toledo el día y hora en que se habían expedido en Roma, que, como se ha dicho, fue revelado a la dicha doña Beatriz de Silva. El día que esta procesión se hizo en Toledo holgó toda la gente de la ciudad, [474] dejando de trabajar, como si fuera día de fiesta muy principal. A todo esto se halló presente la madre Juana de San Miguel, monja que era deste monasterio. Era esta religiosa mujer de grande espíritu, santidad y virtud, y en esta opinión fue tenida siempre mientras vivió y fue abadesa del dicho convento. En el sermón que se hizo el día de la procesión se convidó a todo el pueblo a que de ahí a quince días fuesen a ver tomar los hábitos y velos a las nuevas religiosas.

Capítulo III

De la muerte y glorioso fin de doña Beatriz de Silva y de las cosas que después de su muerte acaecieron

Con mucho cuidado y solicitud comenzó a aparejar (después desto) la dicha doña Beatriz todas las cosas que le pareció eran necesarias para el día que habían de tomar el hábito y velo ella y sus monjas. Y andando ella urdiendo la tela de su profesión y de la solemnidad del voto que había de hacer, plugo a Nuestro Señor de enviar a cortarla antes que se tejiese, porque la que en esta vida por su servicio, y de su santísima Madre, quisieron ver a sí y a sus hijas vestidas del hábito desta nueva religión, recebida la voluntad en su persona y reservando la obra para las que ya ella dejaba enseñadas, fuese a ser cubierta en los Cielos de la incorruptible vestidura de gloria. De manera que a los cinco días de su convite, estando la dicha doña Beatriz en muy devota y ferviente oración, le apareció la Virgen María Nuestra Señora (según della se supo después), la cual le dijo: “Hija, de hoy en quince días has de ir conmigo, que no es mi voluntad que goces acá en la tierra desto que deseas”. Estas nuevas recibió con mucha alegría y luego otro día envió por su confesor. Y aparejada su ánima con mucho cuidado, cayó luego enferma y recibió los sacramentos con muy gran devoción. Y al tiempo que le daban la unción, le vieron en la frente una estrella de oro y su rostro tan resplandeciente como de persona ya puesta en el Cielo. Llegando el último día de los que le estaban señalados, dio el alma a Nuestro Señor en el año de 1490 en la Octava de San Lorenzo. Dejó el cuerpo en la tierra tan limpio y entero como lo había sacado del vientre de su madre, murió siendo de sesenta años. Por la muerte desta sierva de Dios cesó por entonces el haber de dar los hábitos y velo, que aquel mesmo día que murió estaba determinado [475] para que lo recibiesen. Luego como murió esta sierva de Dios, apareció en Guadalajara a fray Juan de Tolosa, de la Orden de nuestro Padre San Francisco; el cual fue tres o cuatro veces custodio de la Custodia de Toledo. También fue vicario provincial de los frailes de la Observancia en esta provincia de Castilla. Deste padre fue ayudada esta bendita religiosa en muchas cosas espirituales, en obras y consejos; y hablando algunas veces con él, le había dicho que ningún hombre mortal le había de ver el rostro, salvo el dicho fray Juan de Tolosa, al cual prometió de mostrársele antes que desta vida pasase. Pues queriendo cumplir su promesa, se le apareció en su propia figura y díjole: “Yo vengo a cumplir lo que os prometí, pero yo os ruego vais luego a Toledo porque mi casa y Orden está en detrimento y a punto de se deshacer todo”. El caso era que como esta señora había estado tanto tiempo en Santo Domingo el Real, por esto pensaban las monjas d’él que a ellas pertenecía llevar su cuerpo, pues aún no había hecho profesión en ninguna Orden, aunque no había estado entre ellas, sino en hábito seglar honesta. Sabiendo que estaba al fin de su vida, vinieron muchas de Santo Domingo el Real y ansimismo frailes de su Orden para querer llevar consigo el cuerpo desta bienaventurada. Y también las mujeres que con ella habían morado, que todas quedaban vivas, decían y alegaban que por haber estado con ellas y por el amor que les tenía la querían llevar consigo todas a su monasterio. Estando en esto los frailes dominicos y sus monjas, llegaron los frailes de San Francisco de la Observancia, a quien esta señora se había mucho allegado. La cual estando en el extremo de su vida, a su petición y ruego le dieron el hábito de la Concepción y profesión y velo. Muerta ella hubo gran alteración entre los unos y los otros sobre quién la había de llevar, pero al fin la sepultaron los frailes Franciscos con mucha honra y solenidad en aquella casa de Santa Fe, donde estaba.

Capítulo IIII

De cómo se trasladaron las religiosas de la Concepción al Monasterio de San Pedro de las Dueñas y de las contradicciones que en ello hubo

Aunque ya con razón pudieran cesar las competencias y debates, todavía (aunque estaba esta bienaventurada enterrada) tornaron [476] las monjas de Santo Domingo a porfiar por llevar las reliquias a su casa y monasterio. A esta sazón llegó el padre fray Juan de Tolosa, y mostrándoles con mucha prudencia cómo no tenían razón en lo que pedían, hízolas apartar de su demanda a las dichas monjas, ansimismo a los frailes de Santo Domingo, que andaban pretendiéndolas. De manera que las religiosas compañeras de la dicha doña Beatriz de Silva quedaron en su libertad. Y desde aquel día se llamó el Monasterio de la Santa Concepción de Nuestra Señora, conforme a la Bula del señor Papa Inocencio Octavo y comenzaron a vivir según el Orden y Regla que la Bula les concedía, aunque las dejaron mucho sin desasosegarlas.

Acerca desto conviene que se sepa que, un día, siendo viva la bienaventurada doña Beatriz de Silva, yendo a Maitines (como tenía de costumbre) halló la lámpara muerta, y poniéndose en oración, viola manifiestamente encendida y luego oyó una voz (según ella después descubrió) que bajamente le dijo: “Tu Orden ha de ser como esto que has visto, que toda ha de ser deshecha por tu muerte. Y ansí como la Iglesia de Dios fue perseguida en sus principios y después vino a florecer y a ser muy esclarecida, también tu Orden será ahora perseguida y luego verná a florecer y ser multiplicada por todas las partes del mundo; y será esto tanto, que en su primer tiempo no se edificará ningún convento de otra Orden, mas primero será perseguida de amigos y enemigos; y habrá en ella tanta tribulación que muchas veces llegará a ser asolada”. Todo esto se ha visto a la letra porque, luego que la Orden comenzó en la ciudad de Toledo, hubo en ellas tantas revueltas y grandes persecuciones que es maravilla cómo pudo perseverar, lo cual sucedió de la manera que aquí contaremos.

Después que las dichas religiosas compañeras de doña Beatriz de Silva quedaron en Santa Fe, que ya se llamaba de la Concepción, apartáronse de la obediencia del diocesano y sometiéronle a la Orden de nuestro Padre San Francisco, debajo del gobierno de fray Juan de Tolosa, que era entonces custodio de Toledo. Y en tiempo que allí estuvieron, que fue seis o siete años, hubo entre ellas algunas discordias porque sucedieron grandes tribulaciones y desasogiegos. Estaba cerca deste Monasterio de la Concepción otro que se llamaba San Pedro de las Dueñas, de la Orden de San Benito, adonde estaban unas monjas, aunque no eran reformadas. Era en esta sazón vicario provincial desta [477] provincia de Castilla fray Francisco Jiménez, el cual era confesor de la Reina doña Isabel y reformador general de todas las órdenes en los reinos de Castilla, por concesión del Papa Inocencio Octavo. Este cargo tuvo toda su vida, desde que fue electo. Y ansí, con parecer de la Reina, pasó las monjas que estaban en Santa Fe al Monasterio de San Pedro de las Dueñas, adonde quedaron juntas las unas y otras. Y por una Bula que para esto se trujo del Papa Alejandro Sexto, concedida el año de 1494, las monjas de San Pedro dejaron su hábito y Orden que antes guardaban y tomaron el de la Concepción y la forma de vivir de las monjas della. Y después, por autoridad apostólica, ansí las monjas de San Benito del Monasterio de San Pedro, que están súbditas a la Orden del Cístel, como las de la Concepción, recibieron la Orden de Santa Clara, por cuanto no se les había concedido esto, más de que estuviesen debajo de otra Orden aprobada. Hecho esto, el sembrador de cizaña metió entre ellas tal discordia que por tres veces se vino a despoblar casi el monasterio, no quedando en él sino muy pocas monjas, siendo perseguidas de todos, ansí de sus amigos como de los que no lo eran. De suerte que pasó este negocio de la forma y manera que le fue revelado a la dicha doña Beatriz de Silva, llegando cerca a punto de perderse esta Orden. La cual fue determinado por el dicho padre fray Francisco Jiménez, como reformador general de las Órdenes, se quitase del todo, por parecer convenir para sosiego del dicho monasterio. Más porque Nuestro Señor tenía para honra de su Madre ordenada otra cosa, fue servido dar orden que dentro de pocos días tornasen al dicho monasterio las monjas que d’él habían salido. Y de allí adelante estuvieron con mucha paz y sosiego y en mucho amor y amistad las unas con las otras.

Capítulo V

De cómo las monjas arriba dichas fueron trasladas al Monasterio de San Francisco con voluntad y parecer de la Reina doña Isabel

En este tiempo había edificado la Reina Católica doña Isabel la ciudad de Toledo para los frailes de Observancia de nuestro Padre San Francisco el Monasterio que se llama San Juan de los Reyes. Y habiéndose hecho por orden de sus Majestades general reformación en todas las Órdenes en estos [478] sus reinos, por lo cual habían tomado los frailes de la Observancia el antiguo convento de San Francisco, que solían tener los frailes claustrales en la dicha ciudad, y por parecer inconveniente tener dos conventos dentro en ella, quiso la Reina que los frailes (que estaban en él y en el de la Bastida, que es extramuros) se parasen al de San Juan que ella había edificado y que el dicho Monasterio de San Francisco quedase para las monjas que estaban en San Pedro de las Dueñas. Todo lo cual se efectuó de la manera que hoy se ve y fue confirmado por el Capítulo Custodial que se celebró en Ciudarreal el año de 1501 y con autoridad apostólica que para esto se tenía, y desde entonces se llama (el convento que antes se decía de San Francisco) el Monasterio de la Concepción; y en San Pedro de las Dueñas se edificó el suntuoso hospital que hoy llaman del cardenal don Pedro González de Mendoza: todo esto fue confirmado también por el señor Papa Julio Segundo. Pasadas las monjas al dicho monasterio, fueron aprovechando tanto en el servicio de Dios que, derramándose por todas las partes grande olor de su mucha religión y santidad, entraron en su compañía otras muchas personas muy notables y principales para emplearse en cosas espirituales y del servicio de Dios.

Capítulo VI

De cómo estando las monjas en el convento de San Francisco, llamado ahora de la Concepción, quedaron con el hábito y Regla de la Concepción, sin estar sujetas a la Regla del Cístel ni de Santa Clara

Aumentándose, pues, cada día el número de las monjas y viendo tenían hábito, orden y oficio de la Concepción, pero que estaban sujetas a la Orden de Santa Clara, acordaron era conveniente tener Regla y manera de vivir diferente de otras, de suerte que no tuviesen que entender con ninguna otra. Por lo cual a su petición concedió el señor Papa Julio Segundo la Regla que ahora tienen el año de 1511, el octavo año de su Pontificado, con que las eximió de cualquiera obligación que hubiesen tenido a la Orden del Cístel o de Santa Clara, dándoles forma de vivir, sometiéndolas inmediata y perpetuamente a la Orden del seráfico Padre San Francisco y a los prelados della. Después desto, pasados cinco o seis años, siendo vicario provincial desta provincia [479] de Castilla el padre fray Francisco de los Ángeles, que después fue comisario y ministro general de la Orden, les hizo unas constituciones para lo que tocaba a su conversación y gobierno interior y exterior, las cuales ellas aceptaron, de que usan hoy en día, ansí en este monasterio como en todos los demás que se han fundado desta Orden y Regla. Y ha habido y hay en este monasterio monjas muy principales y de grande espíritu y devoción, de las cuales muchas han sido abadesas en él y dellas han ido a fundar muchos monasterios a diferentes partes destos reinos de Castilla. Las abadesas (abadesas que ha habido en este monasterio) que ha habido en esta santa casa después que se fundó hasta el año de 1609 son estas: la primera fue doña Felipa de Silva, doña Catalina Calderón, Juana de San Miguel, doña María Alarcón, doña Isabel de Toledo, doña Isabel de Guzmán, doña Ana del Águila, doña Catalina Carrillo y Córdoba, doña Isabel de Peralta, doña Juana de Sotomayor, doña Mayor de Mendoza, doña Antonia de Toledo, doña Petronilla de Rojas. En el sobredicho año, en un Capítulo General de nuestra Orden que se celebró en París, se estableció que ninguna abadesa pudiese serlo más de tres años continuos, los cuales cumplidos, elijan otra del mismo convento. Lo cual no se solía hacer en este convento porque siempre elegían una mesma hasta que moría.

Capítulo VII

De cómo se trujeron al Monasterio de la Concepción los huesos de la bienaventurada doña Beatriz de Silva

Este Monasterio de la Concepción de Toledo, ansí como es cabeza de los que desta Orden se han fundado, por el consiguiente resplandece en grande religión y santidad y en todo género de virtud. Una de las cosas de grande estima que en este monasterio hay es estar en él los huesos de la bienaventurada doña Beatriz de Silva, los cuales están en el Coro, a la mano derecha en un hermoso lucillo, y tiene encima las imágenes de Santa Ana y de nuestro Padre San Francisco y de San Antonio de Padua, que, siendo viva la dicha doña Beatriz, había dicho deseaba mucho estas imágenes estuviesen sobre su sepultura después de muerta. Los huesos desta sierva de Dios fueron trasladados del Monasterio de la Madre de Dios de Toledo, que es de monjas de la Orden de Santo Domingo, al de [480] la Concepción, y la razón porque estaban allí es esta: doña Beatriz de Silva era tía de la priora y supriora del Monasterio de la Madre de Dios. Y cuando la Casa de San Pedro de las Dueñas se vino a despoblar (como arriba se dijo), entre las monjas que se salieron, fue una dellas doña Felipa de Silva (que a la sazón era abadesa y sobrina de la dicha doña Beatriz) con otras ocho monjas con intento de ir a Portugal, aunque después volvió a Toledo y murió en el Convento de Santa Isabel y llevó consigo los huesos de su tía doña Beatriz, que estaban en San Pedro de las Dueñas, adonde los habían llevado cuando se pasaron de Santa Fe. Pero, yéndose la dicha doña Felipa a despedir de la priora y supriora del dicho convento de la Madre de Dios, que eran sus primas, parecioles a ellas que era inconveniente llevarse los huesos consigo por no saber dónde habían de parar. Y ansí por su consejo los dejó a guardar en el dicho monasterio hasta ver lo que Dios hacía dellas. Plugo a Nuestro Señor dar orden volviese la dicha doña Felipa de Silva con las demás al Monasterio de San Francisco, que ahora se llama de la Concepción. Y puestas en quietud y sosiego, enviaron a rogar al Monasterio de la Madre de Dios les diese los huesos de su fundadora que allí tenían, lo cual por ruegos ni por otro medio alguno lo quisieron conceder. Viendo esto el abadesa, doña Catalina Calderón envió sus recaudos a Roma y hecha relación desto al Papa, dio su Santidad un breve, mandando, so graves penas y censuras, que dentro de tres horas después de su notificación, diesen los dichos huesos a las monjas de la Concepción. Y en cumplimiento deste mandato los dieron dentro del término señalado, los cuales, llevados al Monasterio de la Concepción, se pusieron en una arca mientras que el luzillo se labraba. Y después de acabado, pasándolos a él sintió el hombre que en esto entendía gran fragancia de olor de grandísima suavidad, el cual, apartándose, luego dijo llamasen a algún sacerdote para que tratase aquellos huesos porque sin duda eran de santos según el buen olor que dellos salía. Llamaron luego al confesor de las monjas para que los pusiese en el luzillo; y ansí el confesor como las monjas que allí se hallaron sintieron tan suave olor que todos sus sentidos fueron maravillosamente recreados y recibieron también en el alma muy grande consolación. Desta manera tuvo por bien Nuestro Señor mostrar cuán agradable le había sido la santa conservación de su sierva y la devoción singular que a la Purísima Concepción de su Madre había tenido, en cuya persona [481], es dicho en el Eclesiástico, según lo aplica la Iglesia, que los que sacaren a luz sin pureza, alcanzarán la vida eterna.