Catalina de Benavides
Nombre | Catalina de Benavides |
Orden | Dominicas |
Títulos | Priora del monasterio de Santa Catalina de Valladolid |
Fecha de nacimiento | 1505 |
Fecha de fallecimiento | ¿Mitad del siglo XVI? |
Lugar de nacimiento | Valladolid |
Lugar de fallecimiento | Valladolid |
Contenido
Vida impresa
Ed. de Bárbara Arango Serrano y Borja Gama de Cossío; fecha de edición: octubre de 2023.
Fuente
- López, Juan, 1613. “Libro tercero de la tercera parte de la historia general de Santo Domingo”, Tercera parte de la historia general de Santo Domingo, y de su orden de predicadores. Valladolid: Francisco Fernández de Córdoba, 298-299.
Criterios de edición
Esta crónica está escrita por Juan López, obispo en la ciudad italiana de Monopoli. En la tercera parte se incluye la vida de santos de la orden, se aborda la fundación de los diferentes conventos en los dos primeros siglos de los dominicos en Castilla y se añade la vida de destacadas religiosas, aunque se hace referencia también a las religiosas que viven en las fundaciones hasta la publicación de la crónica en los conventos fundados.
Aquí nos encargamos de las religiosas que viven en los siglos XV-XVI cuyo foco de actuación es anterior a 1560 (aunque mueran después de esta fecha), es decir, antes del auge de Santa Teresa. Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo: se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.) y se eliminan las consonantes geminadas. Además, se expanden las abreviaturas, aunque algunas como N. S. (Nuestro Señor) o N. P. S. (Nuestro Padre Santo) se respetan en el texto. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza y se adaptan las normas acentuales a sus usos actuales. Finalmente, se moderniza también la puntuación, la acentuación y el uso de aglomerados.
[298]
Capítulo XLV
De algunas religiosas muy señaladas en virtud [1]
El monasterio de Santa Catalina ha vivido siempre con tan gran religión y en tan particular observancia y rigor que no sería posible reducir a breve suma las monjas que en él se han señalado. Y también porque, como verdaderas siervas de Dios, han querido que su convento fuese jardín cerrado y fuente sellada, deseando mucho ser santas y poniendo en ejecución sus deseos y afectando que las cosas quedasen sepultadas dentro de sus paredes. Y, aunque es y ha de ser pensamiento propio de los que profesan virtud tenerla cerrada a los ojos de los demás (como es pensamiento de hipócritas querer fingir lo que no son), las madres, con su santa sinceridad, sin advertir mucho que es honra de Dios, que conste al mundo de las personas señaladas que han tenido y tienen las religiosas, ha quedado muy poca noticia de las personas que en la primera fundación vivieron. Siendo certísimo que la observancia y virtud que ahora se ve (cuando la malicia del siglo ha acabado buena parte de lo que en las comunidades había en sus principios) hace argumento de la rara virtud que hubo en los primeros años de su fundación. Y son bien pocas de las que podrá hablar esta escritura, siendo muchas las sepultadas en las cenizas del olvido y en el descuido de los antiguos.
De las que se tiene noticia fue una soror Catalina de Benavides, sobrina de la fundadora doña Elvira de Manrique. Fue esta sierva de Dios la segunda priora del monasterio, hija del mariscal Benavides; tomó el hábito de tres años e hizo profesión de diez años, el año de mil y quinientos y quince. Desde niña dio muestras de lo que había de ser cuando grande, que no es nuevo en los santos comenzarse a señalar en los pañales, que esta orden tiene muchos ejemplos en Santo Domingo, en San Pedro Mártir, en Santo Tomás, en Santa Catalina y en otros. Estas muestras dio esta sierva de Dios y, supliendo la falta de los años, la religión y el seso, la hicieron priora, aunque tenía aquel siglo muchas con canas que fueran muy a propósito para el oficio. Éralo mucho Sor Catalina, que su humildad la dio el lugar que merecía y, porque los oficios no envían humos a las cabezas que son de prueba, siendo perlada, se ocupaba en los más viles oficios de la casa. Barría las celdas de la enfermería y hacía otras cosas, y aún más humildes y esto con gran recato, por no ser vista, teniendo puestos los ojos en los de su esposo, a quien deseaba agradar. Sus abstinencias y disciplinas eran extraordinarias. No era de tarde en tarde, ni de cumplimiento, el azotarse, sino ejercicio de cada noche, hasta regar el suelo con sangre. En lo que más se señaló fue en el santo ejercicio de la oración mental, que era en ella muy continua, en que se ocupaba todo el tiempo que sobraba, [299] cumplida la obligación de los oficios. Referían de ella las madres que la conocieron una cosa que después ha caminado de mano en mano hasta estos tiempos: que, estando un día en el coro en el oficio divino, le salieron de boca unas como centellas de fuego en que se echaba bien de ver el pecho encendido en amor divino, del cual quiso el Señor que se tuviese noticia por aquella tan rara demostración. Violo una monja santa y, después de su muerte, dio noticia de ello. Otras muchas cosas pasaron por esta santa que, por descuido de los pasados, se han olvidado. Murió una muerte arrebatada. Y, como ninguna lo es para el santo que vive con este pensamiento y tiene siempre puestos los ojos en su fin, en todos tiempos tiene hecho su negocio y en todas oraciones está a punto de dar buena cuenta, quien tan grande la ha tenido con su conciencia. Y, ahora fuese por haberla Dios revelado a su sierva, ora sea por el particular cuidado con que vivía, una tarde se confesó generalmente, en que se detuvo más de tres horas con el Padre maestro fray Bartolomé de Carranza, arzobispo que fue de Toledo y a la sazón, regente del Colegio de San Gregorio de Valladolid, estando en pie y al parecer buena. Diose cuenta de toda su vida y de las mercedes que de mano del Señor había recibido y la noche siguiente murió, pero recibidos los demás Sacramentos con mucha devoción, aunque a priesa. Andaba ella achacosa al pecho a la mañana, cuando dijeron al Padre maestro que era muerta de repente; respondió: “No murió sino muy de pensado y pienso que goza ya de Dios, que esta seguridad me da su buena vida”.
Notas
[1] Habla de las religiosas que viven en el convento de Santa Catalina de Valladolid.