María de Ajofrín
Nombre | María de Ajofrín |
Orden | Jerónimas |
Títulos | Beata del Monasterio del Convento de San Pablo de Toledo |
Fecha de nacimiento | Hacia 1455 |
Fecha de fallecimiento | 1489 |
Lugar de nacimiento | Ajofrín, Toledo |
Lugar de fallecimiento | Toledo |
Contenido
- 1 Vida manuscrita (1)
- 1.1 Fuente
- 1.2 Criterios de edición
- 1.3 Vida de María de Ajofrín
- 1.3.1 Capítulo 1
- 1.3.2 Capítulo 2
- 1.3.3 Capítulo 3
- 1.3.4 Capítulo 4
- 1.3.5 Capítulo 5
- 1.3.6 Capítulo 6
- 1.3.7 Capítulo 7
- 1.3.8 Capítulo 8
- 1.3.9 Capítulo 9
- 1.3.10 Capítulo 10
- 1.3.11 Capítulo 11
- 1.3.12 Capítulo 12
- 1.3.13 Capítulo 13
- 1.3.14 Capítulo 14
- 1.3.15 Capítulo 15
- 1.3.16 Capítulo 16
- 1.3.17 Capítulo 17
- 1.3.18 Capítulo 18
- 1.3.19 Capítulo 19
- 1.3.20 Capítulo 20
- 1.3.21 Capítulo 21
- 1.3.22 Capítulo 22
- 1.3.23 Capítulo 23
- 1.3.24 Capítulo 24
- 1.3.25 Capítulo 25
- 1.3.26 Capítulo 26
- 1.3.27 Capítulo 27
- 1.3.28 Capítulo 28
- 1.3.29 Capítulo 29
- 1.3.30 Capítulo 30
- 1.3.31 Capítulo 31
- 1.3.32 Capítulo 32
- 1.3.33 Capítulo 33
- 1.3.34 Capítulo 34
- 1.3.35 Capítulo 35
- 1.3.36 Capítulo 36
- 1.3.37 Capítulo 37
- 1.3.38 Capítulo 38
- 1.3.39 Capítulo 39
- 1.3.40 Capítulo 40
- 1.3.41 Capítulo 41
- 1.3.42 Capítulo 42
- 1.3.43 Capítulo 43
- 1.3.44 Capítulo 44
- 1.3.45 Capítulo 45
- 1.3.46 Capítulo 46
- 1.3.47 Capítulo 47
- 1.3.48 Capítulo 48
- 1.3.49 Capítulo 49
- 1.3.50 Capítulo 50
- 1.3.51 Capítulo 51
- 1.3.52 Capítulo 52
- 1.3.53 Capítulo 53
- 1.3.54 Capítulo 54
- 1.3.55 Capítulo 55
- 1.3.56 Capítulo 56
- 1.3.57 Capítulo 57
- 1.3.58 Capítulo 58
- 1.3.59 Capítulo 59
- 1.3.60 Capítulo 60
- 1.3.61 Capítulo 61
- 1.3.62 Capítulo 62
- 1.3.63 Capítulo 63
- 1.3.64 Capítulo 64
- 1.3.65 Capítulo 65
- 1.3.66 Capítulo 66
- 1.3.67 Capítulo 67
- 1.3.68 Capítulo 68
- 1.3.69 Capítulo 69
- 1.3.70 Notas
- 2 Vida manuscrita (2)
- 3 Vida manuscrita (3)
- 3.1 Fuente
- 3.2 Criterios de edición
- 3.3 Vida de María de Ajofrín
- 3.3.1 Capítulo 5. Personas que han floxeado en santidad y milagros naturales de Ajofrín
- 3.3.2 Capítulo 6. Recibe la sierva de Dios, María de Ajofrín, por admirable modo las llagas de Jesús, con otros favores extraordinarios
- 3.3.3 Capit. VII. Continúan los favores del Cielo con que dispone el Señor a su sierva, María de Ajofrín, para su dichosa muerte, y se refieren algunos prodigios que ha obrado después de su feliz tránsito
- 4 Vida impresa (1)
- 5 Vida impresa (2)
- 6 Vida impresa (3)
- 7 Vida impresa (4)
- 8 Vida impresa (5)
Vida manuscrita (1)
Ed. de Celia Redondo Blasco; fecha de edición: julio de 2018; fecha de modificación: noviembre de 2022.
Fuente
- Escorial. C-III-3. fols. 192r – 231v.
Contexto material del manuscrito de El Escorial, MS c-III-3
Criterios de edición
Se trata de una copia manuscrita del siglo XVI. Al tratarse de un testimonio único se ha optado por unos criterios de edición conservadores.
- Se puntúa y acentúa siguiendo las normas establecidas por la RAE.
- Se conserva la -l- geminada en humilldad y la s líquida solo en Spíritu Sancto, así como la alternancia entre v y b en su valor consonántico; también se mantiene la h- aunque sea anti-etimológica en hedad.
- Se han respetado los latinismos como oratión.
- Se han repuesto vocablos o grafías con corchetes ([ ]) cuando resultaba patente que no aparecían por un descuido del copista (en caso de duda, se ha respetado su ausencia).
- Se conserva dello, desto, pero se separa mediante apóstrofo cuando la forma aglutinada incluye el pronombre personal masculino singular: d’él.
- Se ha conservado el uso de qu por cu (qual) y la grafía de la nasal n antes de la bilabial (grupos -np- y -nb-: honbre).
- En cuanto al grupo de sibilantes, se mantiene ç ante a, o, y también ante e, i. Se respetan, también, los grafemas z, s/ss ante las distintas vocales.
- Cuando la n se encuentra acompañada por vírgula se ha reproducido como ñ.
- Se ha mantenido la oscilación i/y.
Vida de María de Ajofrín
[Fol. 192r] Sigue la vida de la bienabenturada virgen María de Ajofrín, la qual fue una bendita muger, según paresçe en las revelationes y secretos ocultos que Nuestro Señor le quiso revelar.
Per homnia que feneçiste para ser amaes Deum [1]
[Fol. 192v] Non omnia posumus homnes
Aquí ay tres historias: la primera, la de María de Ajofrín; la segunda, la del Santo Niño de La Guardia; la tercera, de doña María García, fundadora de Santo Pablo qaes questio prima homo natus de mulier [2].
[Fol. 193r] Aquí comiençan las revelaçiones y vida, así secretas como manifiestas, que Nuestro Señor por la su acostunbrada clementia muchas vezes obró e mostró en las sus siervos. De las quales por la su gran virtud, muchas no acostumbradas, quiso poner y dar en la su sierva y bienabenturada María de Ajofrín según el suçeso que adelante se seguirá, la qual vibió y murió en el monasterio de la casa de doña Mari García en la cibdad de Toledo. E fallesció en la dicha cibdad, año del nacimiento del Salvador de mil y cuatrocientos ochenta y nueve años, sábado, a diezsiete días del mes de julio [3], quando andava la pestilentia en la dicha cibdad, a las tres de media noche, e fue sentido en su fallecimiento un olor celestial, lo qual fue dicho por la hermana maior, e fue enterrada en el Monasterio de la Sisla a las vísperas en el capítulo.
Como por la voz de Nuestro Redentor es escrito en el Evangelio que la nuestra luz alunbre delante los hombres por que ellos viendo en nós las santas obras glorifiquen a Dios y sea glorificado el Padre Celestial, que es en los Çielos, no para que seamos vistos e alabados delante del Señor, quias son las maravillas e poder, el qual es maravilloso en los sus santos e inspira en las sus Escripturas espíritu de vida según la Divina Providentia, quando quiere e como quiere, porque todas las cosas que tenemos las recibimos dˈÉl según el Apóstol dize «todos somos dˈÉl llamados para ser obreros en la su viña», que es en la su santa Yglesia, la qual á de ser luz a todos los cristianos, según el partimiento de las sus graçias e dones a que cada [fol. 193v] uno dio, para que, con ello, fielmente trabajando, doblados y con usuras en fin de la vida, gloria suya y provecho nuestro, de nós los reciba. E por temor de no ser condenados con el siervo malo e sin provecho, que ascondió en la tierra el marco de su Señor, por el qual fue condenado con el gran derecho del ensalçamiento de la honra del Rei Soberano, e a provecho e enmienda de nuestras vidas, yo, el mui indigno siervo de los siervos de Dios, fray Juan de Corrales, prior de la Sisla de Toledo, recontaré e diré a honra y gloria de su Soberano Rei Dios, Nuestro Señor, las maravillas y secretos ocultos y manifiestos que por mis ojos vi y con mis manos traté y a personas dignas de fe y dignas de gran memoria oí, las quales Nuestro Señor quiso poner y demostrar en una pobreçilla sierva suia, virgen santa llamada María de Ajofrín en el monasterio y casa de doña Mari Garçía en la cibdad de Toledo.
Capítulo 1
De cómo fue llamada desde su niñez al serviçio de Dios
En la villa de Ajofrín, villa de la cibdad de Toledo, fue un varón que llamavan Pedro Martín Maestro y a su mujer Marina Garçía, los quales siempre temieron mucho al Señor, andando siempre en sus mandamientos. Y estos ubieron abundançia de los bienes temporales, de los quales naçió esta santa virgen, la qual el Señor, dende su niñez, para sí quiso y por destino llamola dándole grandes honras de amor con su santa ynspiración. E como sus padres e parientes la quixeron casar, e de muchos [fol. 194r] fuese pedida para casarse con ella, nunca ella consintió en ello, antes baronilmente resistió al mundo y a los parientes.
E porque no pudiese ser quitada del amor divino, siendo chica y de tierna hedad, sin consejo ni ayuda humanal [4] hizo al Señor voto de entrar en relixión. E tanta fue la fuerça que a los padres y hermanos hizo, que de todos fue aborrezida, e sobre aquesto lo hizieron la madre y hermanos mui gran sentimiento. E siendo de quinze años, su padre, con gran dolor, la sacó de su casa e la traxo a la cibdad de Toledo. E como entrase en la iglesia maior de la dicha çibdad, e no sabiendo qué se hazer, mandose llevar por inspiración divina al monasterio de doña María García, en el qual siempre conversó con mucha humildad e santidad, menospreciando mucho a sí mesma, e fue humillde con los humilldes, haciendo al Señor siempre de sí continuo sacrifiçio. Sin querer ella su deleite e afiçión fue siempre en la horación muy ferviente en el amor del Señor, derramando sienpre muchedumbre de lágrimas de sus ojos, con muchos suspiros, teniéndose por la más pecadora e indigna de las mugeres.
Capítulo 2
De una visión que le fue demostrada cuando con devotión quiso confesar
Viviendo como dicho es en esta santa conversatión algún tienpo, pasados más de diez años de su conversión, fue puesta sobre ella la mano del Señor. [fol. 194v] El qual quiso en ella e por ella demostrar los sus secretos e maravillas, algunos de los quales fueron vistos e manifiestos a muchas personas.
La qual, alunbrada del padre de las lunbres, con grandezas de ser tenplo verdadero de Dios, deseó mucho hazer confessión general de sus pecados; e como por esto se afligiose con lágrimas continuas e rogativas, deseando saber si sus pecados eran perdonados, aceptó el día de la confessión. E como entrase en el confesionario, a do todas se suelen confesar, estaba allí fuera la imagen de Nuestra Señora con el Niño en sus braços e derrubándose delante della, con muchas lágrimas y devotión, rogávale mucho la quisiese oír e ganasse perdón de todos sus pecados. E como con atentión estubiesse orando, súbitamente vio una gran claridad que alunbró la imagen y parte de la carilla, y en la claridad de la lunbre vio cómo Nuestro Señor, estando en los braços de la madre, alçó la mano contra ella como quando el saçerdote absuelve a la penitente. De la qual visión fue mui espantada e turbada y con mui gran fatiga i trabaxo hizo su confessión lo mexor que pudo, la qual hecha, como tornose a hazer oratión a la imagen susodicha, vio la misma claridad que vio al principio e la mano del niño que primero avía visto, de lo qual quedo mui consolada e confortada. E esto siempre lo tuvo en el coraçón çelado, que a ninguno lo dixo sino a mí e me certificó que desde entonçes le quedó tan gran movimiento en el corazón que se le quería salir del cuerpo.
E como esta santa mujer rogase muchas vezes por el estado [fol. 195r] desta santa madre Yglesia, una noche quedó sola en el coro de la iglesia orando al Señor, e como rezase con atención, vio la arca en que está el corpus cristi ençendida en llama de fuego con gran claridad. E ardió por el espaçio de una hora, la qual, como acabase la oraçión, luego se amató y ella quedó mui espantada y atemorizada.
Capítulo 3
Cómo el día de la resurretión comulgó un cordero vivo, tamaño como una abexita, en semejanza de pan
Sábado Santo, víspera de la resurretión del Señor. Como desease mui mucho recibir el sacramento de la santa eucaristía, toda la noche de la fiesta no durmió ninguna cosa, antes se anduvo por toda la casa de lugar en lugar llorando y orando al Señor, demandándole limpieza y aparexo para reçebir tan alto sacramento. E como vinise el tienpo de la santa comunión y fuesse ayuntada con las otras hermanas delante del altar, recibió el santíssimo sacramento en semexanza de un cordero vivo en speçie de pan. E como lo recibiesse en la boca, sintió luego bullir e que andava de un cabo a otro como cosa viba, e ovo mui gran pavor, e tragolo con temor, e luego sintió cómo se le puso encima de las telas del coraçón y tanta fue el alegría y consolaçión que ovo, que diez días con sus noches no durmió, llorando y orando, y luego fue robada en espíritu.
Y dende entonçes se quedó [fol. 195v] que cada y quando que recibié el santíssimo sacramento se traspasaba y era rrobada en spíritu sin ningún sentimiento, quando más y quando menos, según adelante se dirá. E desde aquel día que comulgó el cordero, según dicho es, le dio el Señor este don y graçia, que cada y quando que comulgava le quedava un dulçor en el coraçón y en la garganta y en la boca. Según me dixo muchas vezes que no se le quitaba aquel dulçor por quarenta horas e me dixo que podía vibir en ese tienpo sin comer, e que muchas vezes lo hiziera si no fuera por cuitar la singularidad de los que lo viesen y entendiesen.
Capítulo 4
De cómo fue robada en spíritu e cómo Nuestra Señora le puso el niño en las manos sobre un paño de seda
El día octavo de la Resurretión fue robada en spíritu y vio cómo vino a ella un barón mui recto reverendo y honesto en hedad, vestido de una capa de seda colorada y díxole: «Ven, que te llama la reina»; y ella, pensando que la llamava la reina terrenal, no quiso yr con él. Él díxole otra vez: «Ven, que te llama la reina del Çielo». E fue con él e fallose en una iglesia fuera de la çibdad, a do estaba Nuestra Señora, la Virgen María, con su hijo en los braços. E como la vio, hincóse de rodillas delante della y aquel honbre que la llamó, de la capa colorada, púsole un paño de seda en las manos. E Nuestra Señora puso el niño encima del dicho paño e dióle Nuestra Señora a otro honbre de menos hedad que fuese con ella e la acompañase, e díxole a ella la reina del Çielo: «Ve con estos varones a donde quiera [fol. 196r] que fueren».
E aquel varón de la capa colorada iva delante un poco, como que iva a buscar posada, e entrando a la çibdad llamava a las puertas que estaban çerradas y dava tres golpes a cada puerta e deçía estas palabras: «Abrí, que viene el Señor a posar en vuestra casa». E ninguno le abría e los que tenían las puertas abiertas corriendo las iban a çerrar, y deçían que no podían entrar allí porque estaban mui negociados con muchos libramientos, e otros decían que estaban mui depriessa e que no los podían reçebir. E desta manera anduvieron toda la çibdad que en ninguna casa hallaron posada. E bueltos por do fueron toparon con dos mugeres que iban caballeras en dos asnos e dos clérigos con ellas, e dixeron los dos clérigos a la muger que llevaba el niño en los braços: «Nosotros os acoxiéramos, mas vamos mui depriessa, mas mientra que venimos entraos en este establo». Y así le tomaron a Nuestra Señora el Niño de las manos de la dicha su sierva y con muchas lágrimas deçían así aquestas palabras: «Venido es el tienpo en el qual tan gran deshonra es venida a [e]l [5] Hijo de Dios, mas ia tienpo es que enbíe el Señor su ángel con azotes y aún que fiera a unos [6] y a otros con espada, e a otros con pena de fuego». E dize más esta santa mujer: que vio treçientas ánimas salidas de los querpos e no fueron más de tres al purgatorio de todas ellas, y las demás todas fueron al infierno. ¡Mas ay de aquellas que son pribadas de tan gran hermosura [fol. 196v] como es la magestad del Señor, e los sacerdotes que son dignos de maior reverencia que los ángeles, e por sus vicios son metidos en las honduras de las penas perdurables por su gran desconocimiento y vicios malos!
Capítulo 5
De çinco procesiones que vio salir a una yglesia en la qual solamente fue celebrada una missa
El día de la Açensión del Señor, después de dicho el oficio de los maitines e ido el convento a reposar, esta sierva de Dios se quedó sola en la iglesia, como siempre solía hazer. E como se llegase cerca del altar maior codiciando de hartarse de las migaxas que caían de la mesa de los ángeles en tan santa solenidad, con coraçón limpio e boluntad mui atenta, estando rezando fue robada en spíritu.
E fue llevada en un campo mui spacioso, hermoso e deleitable. La qual sierva de Dios toda estaba en sí misma admirada mirando que era lo que avía, y vido un gran claustro de mui altas paredes fecho de piedras mui labradas e polidas, y era de tan gran altura quanto los ojos humanos podían mirar; y dentro en él no vio nada entonces, pero después, mirando, vio que tenía çinco puertas de bidrio de colores moradas. En cada puerta era pintada la encarnaçión del Señor y la salutaçión del ángel. En cada una de las dichas puertas salía la muy maravillosa proçesión de mui reverendos sacerdotes, [de] sobrehumana natura, e cada una de las procesiones [fol.197r] llevava una cruz colorada como de oro, con candeleros de oro, y los ministros llevavan capas como convenía a la procesión.
Y estaba en medio del campo una casa mui hermosa, ansí como hecha materialmente, mui blanca, e de ninguno de aquellos era conocido aquel lugar. Al qual lugar todas aquellas procesiones fueron mui hordenadamente, y entraron dentro, y mirando al altar todos se inclinaron e se echaron en tierra cantando gloria in excelsis deo. El qual canto acabado, todos estuvieron en silençio, tanto que no se mirava uno a otro. Y en el altar estava Nuestra Señora, la Virgen María, en cuerpo y en ánima, teniendo en sus manos el su Santo Hijo vibo, ansí como lo parió. E Nuestra Señora deçía a altas vozes con lágrimas, y demostrava el su santo hijo al pueblo, y deçía: « He aquí el fruto de mi vientre, tomaldo e comeldo, que en çinco maneras es cada día cruçificado en las manos de los malos sacerdotes; la una es por la mengua de la fe; la otra es por la cobdiçia; la otra por la luxuria; la quarta por la ignoratia de sinples y necios sacerdotes que no saben discerner inter lopran & lepran [7]; lo quinto por la poca reverentia que façen al Señor, después que le an reçebido». E dixo más Nuestra Señora: «Más sin reverentia es comida la carne de mi hijo de los indignos sacerdotes que el pan que es dado a los perros».
Y estas cosas de todos oídas, vino un sacerdote honrado por canas y hedad, mucho más que los otros, e vistiose para dezir missa, e como hordenadamente procediesse llegando al lugar para tomar la hostia para consagrar, Nuestra Señora le dio el su Hijo que [fol. 197v] tenía en los sus brazos, el qual se tornó en ostia. Como el saçerdote lo levantase en alto, fue visto como el rraio de sol y poco a poco se deshizo la ostia y se subió al Çielo. E recibiola el padre en su seno, e fueron hechos una mesma cosa e fue dicha una box del padre: «Aqueste es mi Hijo mui amado». Entonces, un saçerdote difunto, que fue cura de aquella casa de doña María García, conocido desta sierba de Dios, llegose a ella y díxole: «Esto que as visto hazer de la santa ostia significa aquellos que tan solamente reciben la forma del sacramento, e no la virtud y mérito del sacramento». E díxole más el saçerdote a esta santa virgen: «Ve y di por horden todo lo que viste a tu confesor para que lo diga al deán y al capellán maior para que de todos sea sabido, porque no carezcan estas cosas de mui grandes méritos». Y así desaparecieron todos.
Capítulo 6
Del gran temor que quedó en su corazón y las dudas que le acaezieron
Como aquesta santa virgen tornase en sí, tomó [cómo] aquesto podía ser, e que por ventura no fuese engaño del Enemigo que se transfigurava en ángel de luz. E sufría mui grandes angustias de todas partes: de la una parte, sentíase mui indigna para ver y dezir tan grandes cosas; e de la otra parte, afirmava [8] y dezía que en cosas tan maravillosas en ninguna manera podía pensar que el Enemigo pudiese poner asechanzas.
[Fol. 198r] Y afligida qué haría acordó, y pareciole más seguro no decírselo a ninguno. E como fuese a confesar, dixo a su confesor todo lo que avía visto, e como el confesor lo oió no le dio crédito, antes la menospreçió, que fue cosa de mucha admiratión, e prudentemente lo disimuló cómo que no entendía por no creer de ligeras fantasías de mugeres, con esperança que avría fin este negoçio para ser de ello más certificado.
Capítulo 7
De cómo vio a nuestro Señor correr sangre de sus piernas
Después desto susodicho, en el día del vencimiento de la cruz, acabados de dezir los maitines, ya que rompía el alva, según aquella me dixo, quedose sola esta santa virgen en la iglesia echada de brazos delante del altar. Y como fuese robada en spíritu, apareciole Nuestro Señor en figura de hombre e tenía la cara mui espantosa, e tenía vestida una sobrepelliz y una estola al cuello, y corríale mucha sangre de las piernas. Y el Señor allegose a ella, que estava de brazos delante el altar, e fízola alzar la cabeza y díxole así: «Como me ves corriendo sangre, ansí ando por las iglesias desde esta hora hasta que tañen a la plegaria». Y acabando de dezir esto, desapareçió.
Capítulo 8
De cómo se vido puesta en una tormenta [9]
El día de San Agustín, con mucha atención rogava al Señor esta santa virgen por todos. [Fol. 198v] Después de algunos días, fue otra vez traspasada en sueño y viose puesta en alto y colgada de las manos en un madero, en una gran altura, quanto la vista humana podía alcançar, e fuele dicho divinamente: «Aquí estarás, habla que prometas de dezir y recontar todas las cosas que viste y oíste». De lo qual ella no curó.
Capítulo 9
De cómo vido carne y sangre en la boca de la Verónica que tenía pintada
El día de San Agustín, con mucha atención rogava al Señor por todos los sacerdotes. Y como estuviese rezando y mirase a una Verónica que tenía en un libro pintada, por el espaçio de una hora vido en ella y sobre ella gran resplandor, y vio carne y sangre. Y desde que vio esta vissión tan maravillosa, ansí se le cerró el estómago, que desde aquel día en sanidad ni enfermedad nunca jamás quiso comer carne, ni se la quería tener el estómago; su manxar era pasas y cosa de dieta. La qual Verónica le tomó su confesor e la sierva de Dios fue mui maravillada desto, e puesta como fuera de sí. E aflixiose mucho por todas maneras de penas por que el Señor más manifiestamente le descubriese esta palabra e le mostrase quál era su voluntad.
Capítulo 10
Cómo Nuestra Señora le mandó que rebelase las cosas que avía visto
En fin del mes de setienbre caió esta santa virgen en una mui gran enfermedad y no aviendo esperança de vibir, ni menos de salud, salvo para ir a la güesa. [Fol. 199r] Y fue traspuesta ansí, como muerta, por espacio de tres horas, e las hermanas de la casa que estaban presentes dávanle tormentos por que despertase, y echávanle agua hirviendo sobre los pies, que casi los quemaron.
La qual, estando ansí, sin ningún recordamiento, fue robada en spíritu al capítulo primero, adonde vio el claustro e proçessiones. Y como fuese por el camino, vio cómo encontró con el Enemigo, e quisose llegar a ella; y ella vio luego a Nuestra Señora que enpuxó e increpó al Enemigo con su mano propia. Y la Señora tomola por la mano y metiola en el dicho claustro, dentro del qual vio salir las primeras dichas proçesiones, y díxole Nuestra Señora: «Este es el lugar a do te fue mandado que dixeses aquellas cosas que avías visto, pero otra vez de parte de Dios tomando, que lo que entonzes y agora as visto lo digas y requentes a tu confessor y no se lo ascondas, y él se lo diga a los otros varones católicos suso nombrados, y ellos lo digan al arçobispo y sea sabido por todas las partes de la santa Yglesia, y sea sonado y divulgado». Y díxole más Nuestra Señora: «Ya el hijo de Dios no puede sufrir las injurias y escarnios que le son hechos en la Iglesia por los malos sacerdotes». Estas e otras cosas muchas que esta sierva de Dios vido y hoió ella misma las siente, y otro ninguno no lo puede dezir ni sentir.
Capítulo 11
Cómo dixo todas estas cosas a su confesor Juan Velma
Como dixese todas estas cosas a su confessor, [fol. 199v] él se demostró con prudentia, madureza de corazón, y dixole: «Ya é mirado todas las cosas que me avéis dicho y todo el proçeso, y esto a basta a mí para lo creer, mas enpero para que io lo aia de dezir y revelar como vos dezís a aquellos venerables barones, y que para ellos y otros sea manifiesto y dibulgado, para que de ello venga remedio y reparo, y para que estas cosas no sean vistas ni juzgadas como cosas locas y vanas, como se deçía de las Marías que anunçiaron la resurrectión del Señor, mui manifiesto es ser neçesario que vos deis señal para ser creída que venga de la mano de Dios, que así como los judíos pidieron señal a Jesús excelentísimo Señor Nuestro del Çielo para creer bien». Así dixo el saçerdote: «Pido yo a vos señal del Çielo para conozer la verdad de aqueste hecho y para que mexor sea creído lo que puede ser dubdoso; por ende, concertad vos esto con el Señor».
Y como la sierva del Señor oviese estas cosas, fue mui turbada y dio muchos suspiros y gemidos, y propuso en su corazón de responderle por carta, lo que después así cunplió.
Capítulo 12
De las cosas que divinamente halló escritas en su regazo
Como de las cosas susodichas su corazón estuviese mui turbado, sentíase muy afligida y quebrantada, y andava de lugar en lugar por toda la casa. Y no pudiendo hallar lugar de consolatión, como pasase por un lugar a do estava una ventana, según ella me dixo, vio estar en ella un [fol. 200r] pliego de papel blanco. No sabiendo quién lo avía puesto y tomolo y metiose en un sótano do algunas vezes poníen la leña, y asentose mui afligida, y arrimose a una pared, y vio súbitamente una claridad que resplandezía y daba el resplandor en el papel, y ella me dixo que no sabe quién le tomó su mano y escribió dos cosas: la una, para el qura; y la otra, para los venerables a quienes tal cosas se avían de dezir, siendo muy clara verdad y cosa mui cierta y manifiesta que ella nunca supo escribir, ni ai en todo Toledo quien tal letra hiciese. Y esta es manifiesta verdad, y como las cartas fuesen escritas, hallolas ella cabe sí y desapareçió la claridad.
Y dobladas las cartas, metióselas en las mangas, y como fuese a sacar una caldera de agua de una tinaxa, una carta caió dentro y detúbose en el ayre y no llegó al agua. Y una destas cartas ubo y tiene el capellán maior con mucha veneratión y onra, según el qual me dixo que, poniéndola sobre tres enfermos de diversas enfermedades, luego fueron sanos.
E como ella diese estas cartas al dicho su confesor, él fue muy maravillado, [10] maiormente porque sabía que ella no sabía escrebir, ni avía persona en la casa que tal letra hiziese, de lo qual se podría afirmar ser escritas divinamente y no humanal. Y hovo mui gran espanto en su coraçón, e vio en su carta cosas que otro no las sabía sino él, mas ni por esso no tubo osadía para lo divulgar porque no avía llegado el tienpo que el Señor avía puesto y dudava como Santo Tomás.
Por poder [fol. 200v] quitar la dubda a todos, y como el dicho confesor no tuviesse lugar para la hablar, escribiole a ella diziendo que no podía creer que ella escribiese aquellas cartas, con intentión de sacarla a público e a manifiesto. De lo qual, ella uvo gran sentimiento y dolor, y tuvo esto por mui malo y áspero, y quexose de ello al Rei del Çielo.
Y así como ella era mui inocente, y como después se hablasen ella y su confesor, la sierva del Señor, fuerte así como león, lo increpó mui duramente de tal dureza e incredulidad de su coraçón, mostrándole por razones mui claras que creiese sin dubda que ninguno escribió las cartas sino ella por su mano con el ángel. Y desde allí propuso ella en su corazón de rogar al Señor que por su misericordia tuviesse por bien de la librar de tan grandes afrentas, y propuso en su voluntad de no hablar más destas cosas; y así lo hizo. Y suplicaba al Señor con gran firmeza y afinco que pusiese al dicho su confesor alguna evidente señal por que creiese, si fuese capaz de la ver, y si no fuese digno, le diesse duro azote por que creiesse.
Y la dicha santa virgen calló por nueve meses, mas su coraçón dava de sí mui claras llamas, lágrimas y lloros, suspiros y gemidos sin quento, a los quales no faltó la divinal clementia ¡O, quánto es el Señor piadoso! A los santos, y a los que presumen de sí abaxa, y a los humildes levanta.
Vençido el Señor por su plegarias y llenas su orexas de las sus [fol. 201r] rogativas, plúgole de la visitar en muchas maneras. Quiso que fuese parçionera e mediadora de los tormentos y passión que su hijo, Jesucristo Nuestro Señor recibió e pasó en la su santa pasión con señales mui manifiestas, las quales no fueron vistas en nuestros tienpos ni en muchos de los santos, según que adelante se dirán.
Capítulo 13
De cómo se propuso de no dar aquellas cartas a ninguna persona
Como ella viose aquella maravilla de la una carta que caiera en la tinaxa y no se moxara, pensó de no la dar a nadie. Y una noche tornose a aquel sótano con intención de la trasladar como ella supiese, y llevó papel y una ollita con lunbre para encender una candela que llevava muerta, y luego súbitamente se encendió sin llegar a la lunbre. Y así como enpezó a escrevir la carta, vínose tanta sangre de nariçes que no se pudo restañar por espacio de una hora, y puso la carta en las sienes y luego cesó la sangre. Y el día de la Conceptión de Nuestra Señora, estaba una niña muerta más avía de siete horas, y ella enbió aquella carta con mucha fe para que se la pusiesen, y luego que se la pusieron resuçitó y enpezó a bostezar, y bibió después por luengo tienpo. Y una mujer, tenía el pecho abierto, e como se la pusiesen enzima, luego fue sana. Y un clérigo iva a Santiago y llevava consigo la dicha carta con mui grande devozión, y caió en un brazo de mar e toda la ropa se mojó, mas la carta nunca se moxó.
Capítulo 14
De la comunión que hizo el día de los Santos y de las penas que le fueron dadas
[Fol. 201v] El día antes de la Fiesta de todos los Santos rogó a la hermana maior que ansí como comulgasse la pusiese en una casa adonde no oviese ninguno conoçiendo por spíritu lo que le avía de venir. Y como recibiesse la santa comunión antes que sestias pusiesse, tan grande fueron los sus lloros y suspiros y golpes del coraçón, que en sí mesma sintió que ninguna criatura humana lo podría sentir. Y hizo tan grande fuerça en sí misma por que las cosas que sentía de dentro no fuesen sabidas ni oídas, ansí como la cuba hierbe sin respiradero que mui de ligero rebienta, ansí ésta rebentó por encima de la cabeza, y lo que no pudo salir por la boca salió por las llagas que encima de la cabeza le fueron hechas. Y en la frente le apareció una tan cuchillada que pareçía ser abierta con navaja, la qual estubo muchos días abierta, y de muchos fue vista, y nunca recibió benefiçio ninguno de medicina humana. Y abriósele el celebro por parte de detrás, y partiósele el cafeo por medio quedando el quero de ençima sano (lo qual yo i otras persona emos tratado e conoçido), lo qual nunca se le çerró.
Y sintió dello tan gran dolor y pena que le llegó a par de muerte, lo qual vieron los testigos que adelante se dirán, y notario. Y como esto fue hecho, acabada la comunión, luego fue traspuesta fuera de desí y pribada de todos los sesos humanales y estuvo allí por espaçio de quarenta horas. Y en este tienpo que estubo ansí, aviendo las hermanas conpasión della, probaron de dalle algunos tormentos, metiéndole plumas en las narizes hasta arriba, que le hizieron llagas de dentro, y en las manos, y en los pies, y en todos los otros mien- [fol. 202r] bros le daban pena por la hazer tragar alguna cosa de comer, y tanta fue la fuerza que le hizieron que le quebraron una muela. La qual, estando en este tan gran tormento, la noche de los Finados dio muy grandes gemidos, por tres vezes u quatro, e hizo mui grande estremecimiento en el cuerpo. La qual, estando ansí, fue llevada al trono del Rei Celestial a do vido cosas de gran espanto, que lengua humana no puede dezir, e vido un rei mui espantable estar en un mui gran trono, ante el qual estaban muy grandes gentes de diversas calidades e de maravillosa hermosura, y el rei tenía atravesado en la boca un cuchillo agudo de entreanbas partes, y fue dicho a ésta: «Pobreçilla, ¿ves el quchillo que está de anbas partes agudo, que está en la boca del rei Sepas que significa la grande yra que tiene sobre la Iglesia y sobre los prelados y rexidores della». Y fuele dicho: «Ve y di aquellos varones lo que te à sido mandado, que porque echan en olvido y son negligentes en qumplir lo que les es dicho y demostrado, no curando de la vox divinal, como si fuesse cosa de los honbres amenázolos una vez y dos, so pena de la divinal sentencia, que dexadas todas las cosas, luego tomen camino e lo digan al arçobispo de la iglesia. E venga por sí mesmo e ponga gran remedio en aquellos çinco pecados suso escritos, conviene a saber: en la mengua de la santa fe, y en la cobdiçia de la luxuria, y en la ignorancia y mengua de reverentia, en los quales pecados cada día es blasfemado y crucificado Nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios y que destruyga [fol. 202v] [11] las herexías desta cibdad y de los clérigos, y haga çerrar las misas que dizen en casa de los legos porque es gran deshonra y escarnio al qulto divino. Y esta señal del cielo te da porque seas creída en estas cosas que has visto y en las pasadas, y este quchillo que es en la boca de Dios poderoso traspasará tu coraçón y ará en él llaga, y saldrá sangre biba que será verdadero testimonio a todos, y tú serás remediadora y parçionera en la passión del hijo de Dios».
Y así fue luego hecho. Y luego halló ençima del coraçón tan gran dolor que dezir no se puede, e de tan gran abertura y grandeza era la llaga que pudiera caber por ella la cabeza del dedo pulgar de un honbre. Y duró abierta esta llaga veinte días enteros y los viernes corría mucha más sangre que todos estos días. Y con paños puestos en la llaga, corría sangre hasta la pierna, en la qual llaga nunca apareçió gota de materia, ni tampoco se puso medicina humana, sino los paños linpios, unos ensangrentados y otros puestos. Y la sangre era tan limpia y viba y tan colorada, que no podía ser más, como lo demuestran los paños que tenía en la llaga, los más de los quales están en mi poder.
La qual llaga quiso absconder la santa virgen, y callolo todo lo que pudo y fuese dicho divinamente que lo dixesse y demostrase a las señoras matronas, la hermana maior y doña Teresa, a las quales mostró los paños sangrientos. Y como desto fuessen maravilladas, llamaron en secreto al confesor, el qual puso silencio en la casa quanto pudo y ninguno de fuera lo supo. Y abiendo reçelo en dicho clérigo, no fuesse alguna cosa [fol. 203r] fingida, por quitar toda dubda mucho trabaxó por saber la pureza de la verdad y vió la dicha llaga y creió y fue lleno de mui gran maravilla y en quanto él pudo lo tuvo secreto, mas revelolo a testigos mui honrrados y dignos de toda fe, que dello fielmente diessen testimonio. El uno era el deán de Toledo, y el otro, el capellán maior Señora Minaia, y el dicho cura y las dos matronas de la cassa y con ellas un notario público de la cibdad, para que con todos diesse testimonio verdadero. Las quales seis personas por sus ojos lo vieron y con sus manos la llaga palparon, la qual estaba reçiente y sangrienta, y los paños sangrientos, como ellos lo manifiestan. Y el propio capellán maior sacó de la llaga con sus propias manos gran copia de hilas en biba sangre vañadas, las quales están en mi poder.
Y todos miraron con gran diligentia que aquella llaga era divinal y no humanal, la qual sierba de Dios sufrió con gran tormento e pena, así de dentro como de fuera. Y estando ella en su cama, tan honestíssima que cosa de su cuerpo no se bio mas que la llaga por una sábana abierta, la qual llaga vieron todas las personas susodichas; y estuvo abierta, como dicho es, por el espaçio de veinte días, y ella se çerró sin medicina humana. Y quedó la señal de la abertura en el lugar a do estaba la llaga, a la qual duró el dolor muchos días.
Capítulo 15
Del dolor que sintió en los pies y en las manos, como si por ellas se fueran metidos grandes clavos semejantes a los de Nuestro Señor
Como la sierva del Señor estuviesse mui afligida de las cosas susodichas, estando echada en la su cama con muy gran dolor maiormente del costado, me dixo cómo sintió [fol. 203v] que alçaban el cuerpo del Señor en el altar por el son de las canpanillas, y hizo fuerza a la flaqueza y levantose de la cama y hincó las rodillas a un ymagen de un cruçifixo que tenía allí pintado en un papel, horando con gran fervor de corazón. Y fue tan grande el dolor que sintió en las manos y en los pies y amortiguamiento en los braços y piernas que dezir no se puede, como si se fueran con grandes clavos traspasadas las palmas. Y como estuviesse con aquella angustia, pareçiole que le transpasaban la mano izquierda, y tan grande fue el dolor que sintió, que puso el dedo pulgar de la mano derecha en la palma de la mano izquierda y mui sabiamente la ascondió que nadie lo viesse, traiendo la mano cubierta con un paño de lino, sin ninguna medicina humanal, la qual llaga tuvo por el espaçio de quarenta días y quedó la señal en la mano, la qual ella me mostró y io la vi con mis ojos.
Capítulo 16
De la corona de dolores que sintió en su cabeza en remenbranza de la corona de Nuestro Señor
Por que suçesivamente sintiese en su cuerpo las insignias y dolores de la passión del Señor, allende de los tormentos que en la cabeza tenía súpitamente sintió un mui grande y n[u]ebo dolor, y manifiestamente fue visto de gruessas gotillas en manera de tachones le çercaron la cabeza en derredor; y por cada una de ellas sentía que le metían un clabo de fuego que le duró muchos días como quiera que le traían e ponían por la dicha cabeza e llagas mediçinas de diversas maneras, mas nunca ninguna le aprovechó porque no era razón que las cosas [fol. 204r] hechas por la mano de Dios recibiessen sanidad con yndustria humana.
Capítulo 17
De cómo divinalmente fue robada en espíritu y cómo fue azotada
Como de estos tomentos susodichos el cuerpo estuviesse mui flaco y atormentado, no contento el Señor del trabajo susodicho, diole otro tormento grave para que remediasse al Señor y fuese mandado divinalmente que todas las cosas que avía visto revelase a las personas susodichas. El primero día del año, que es el día de la çircunçissión, y ella conoçiendo ser tan indigna y ser nada delante del Señor, respondió que tal cosa no haría y que antes consentiría la muerte que façerlo, y decía que quién era ella para facerlo ni dezir tales cosas, que más pareçía escarnio que no verdadero testimonio.
Y ese dicho día hizo voto en la iglesia y prometió de no lo dezir a ninguna persona, e la noche siguiente fue robada en espíritu y fue llevada delante de un gran juez, de cara mui espantable, delante del qual estaban muchos, y de un braço la tomó el ángel San Miguel y del otro la tomó San Juan Evangelista, a los quales ella sentía gran devoçión. Y como el juez gravemente la reprehendiesse de su dureza y desobediençia, mandó a un ángel que le açotase; la qual fue tan duramente açotada por las manos y espaldas y los demás mienbros del cuerpo, que apenas cabía ninguna cosa entre uno y otro mienbro del cuerpo y no parecieron llagas ningunas ni ronchas, mas todo el cuerpo estaba maçerado, lo qual todo le duró en el cuerpo quince meses, poco más o menos, lo qual no leemos de santo ninguno que tal pasase.
Esto nunca le dixo a ninguna persona y como la hermana maior le metiesse la mano para endereçarle una toca, halló con [fol. 204v] la mano las dichas señales y fue maravillada, y reprehendiéndola mucho pensando que ella se matava con cruel penitençia, por la qual ella le ubo de confesar la verdad de todo lo que acaeçiera. Y ansí fue conpulsa a lo revelar según arriba es dicho.
Capítulo 18
De cómo fue llevada a purgatorio y de las cosas que en él vio
En el transpasamiento que estuvo traspasada de las quarenta horas, quando le fue dada la llaga del costado, dixo esta santa virgen que la llevaron por las penas del purgatorio, en el qual vio tan orribles penas y tormentos que ninguna lengua humana las puede dezir ni esplicar, que tan grandes penas y tormentos sufrían los que allí estaban de mui dolorosos gritos y gemidos, bozes y llantos, y muchas figuras de diversos animales mui fieras y espantosas y abominables, que no ai hombre que las pueda ver que no muera luego de espanto, y antes fallecerían las lengua y tienpo que materia de dezir.
Y de las penas que aí dize que vio muchos gusanos, mui grandes, de diversas maneras, los quales corrían la tierra, que apenas cabía entre ellos la planta del pie. En los quales vio uno de largo de un palmo de un honbre y de anchura de tres dedos, y este tenía ronchas de fuego por el cuerpo y traía unas uñas mui grandes. Y deste gusano tan solamente preguntó al ángel que estas cosas le mostrava, y respondiole: «Este es el gusano que roe la conçiençia, que quando el hombre vibe y comete algún mal, entonçes ponesele la conçiençia entre el seso, y la conçiencia remuerde e quita que no se haga el mal que dize el alma a la razón. Y dízele: «Malo es esto que quieres hacer». Y muchas veces es cegada [fol. 205r] y vencida la rrazón por la cobdiçia del pecado. Y esse es aquel gusano que roe la conciençia y roe las entranas y aqusa el ánima, [12] y esta es una de las maiores penas que sienten los danados, porque pudieran hazer bien como ficieron mal, y por sus culpas merecieron tan gran pena». Y uno de aquellos gusanos allegávase a ella abierta la boca, y quisola morder en el pie, mas los que estaban con ella no le consintieron morder, mas tan solamente permitieron que el gusano mordiesse tan solamente debaxo del dedo meñique, y sacó con la uña un pedazo de la carne del pie. Y ansí lo tiene mordido y hecho un hoio en el pie.
Capítulo 19
De cómo en las dichas penas del purgatorio vio un clérigo penar
Andando esta virgen por el purgatorio vio un clérigo, que era vibo y era cura de ánimas, en una pena de gran afliçión y vio que una grande serpiente mui espantosa que tenía dos cabezas lo tenía atado y [13] cercado alrrededor, y ponía la una boca en el espinazo y la otra apegada en el estómago. Y cerca del clérigo estaba un gran dragón mui orrible y espantable, el qual tenía encima de el espinazo una esportilla en la qual estava un niño que dava mui grandes clamores y gritos, demandando justiçia al Señor de la pena que sufría y esperaba sufrir por la culpa de aquel clérigo. Y como esta santa virgen preguntase qué pena era aquella, fuele respondido: «Aquel es un niño que por culpa de aquel [fol. 205v] sacerdote murió sin baptismo siendo él su cura y demanda d´él a Dios justicia». Ella, estando mui espantada, hizo horaçión por aquel clérigo y dende a ocho días, otro día, estando diciendo missa aquel saçerdote, en acabando de alzar, fue traspuesta y vio aquel sacerdote que tenía ceñida al cuerpo una mui grande serpiente con tres cabezas: la una se comía el corazón, la otra, la lengua y la otra las espaldas. Y aquel niño clamava ante él y dezía: «Por tu causa no veo al Señor y por ti morí yo sin baptismo y soi apartado de tan gran bien y deste gran cargo no alcanzarás perdón».
Y desde a tres días, esta sierba de Dios llamó al saçerdote y díxole lo que vio, y él se espantó tanto que se le quitó la habla por espaçio de media hora. Y ella, de que le vio tan sin esfuerzo, esforçole, y él díxole que estaba mui espantado coómo aquel secreto le avía mostrado Dios, y conoçió ser verdad esto, así como otras cosas muchas que ella le dixo en que ofendía mucho a Dios. Y confesó este sacerdote a esta santa muger que otro día, quando volvió la hoja del misal, vio en el santo crucifixo çinco gotas de sangre. Y dende çinco años murió el sacerdote, día de San Miguel y encomendole ella mucho al Señor; y dos días antes de San Francisco hovo ella un gran miedo, que le pareçía que estava cerca della un mui gran bulto. Y el día de San Francisco, a la mañana antes que fuesse el día, viole mui espantable y díxole cosas mui señaladas que estaban entre él y otra persona en secreto, las quales supieron ser verdad.
Capítulo 20
[Fol. 206r] De cómo vio que llevavan el cuerpo de Nuestro Señor a un herexe
Entre otras cosas que la santa contó que escribir no se podían, me dixo lo siguiente: En el día de San Marçial Apostol, acabados los maitines, fue llevada en espíritu, e viose con otra su hermana que llevava por compañía, que pasavan por la iglesia maior, e vio toda la clereçía con gran solenidad que llevavan el sacramento a un enfermo, y saliendo por la puerta que va a un mercado apareçió a esta santa muger un mançebo mui fuerte vestido con unas vestiduras blancas, cavallero en un cavallo blanco, y díxole con palabra mui acelerada: «Corre, ve y di a los señores clérigos que tornen con la eucaristía a la iglesia porque aquel enfermo a quien la llevan es herexe». Y fue ella corriendo, y como buscase alguno de los que ella conoçía para se lo dezir, no halló a ninguno, y encontró con un reverendo señor, al qual dixo esto, y díxole aquel señor: «Calla y no oses decir tal esa, por ventura no nos maten a todos». Y díxole aquel que estava en el cavallo, mui feroz: «No sea en vos ninguna dubda ni temor y en todas maneras se torne el corpus cristi porque aquel honbre es herexe», y dixo a la santa virgen: «Y aquesto te será en señal que te digo la verdad: que verás hoi en la misa destilar sangre de la ostia». Y ansí se tornaron para la iglesia.
Y después de esto, en este día, vio esta santa virgen en la missa con los ojos abiertos la ostia llena de sangre [fol. 206v] en las manos del sacerdote, quando levantava la ostia al pueblo para que la adoren con devotión los cristianos.
Capítulo 21
De otra revelaçión que vio estando delante de Nuestra Señora en la iglesia maior
El día de la concepción de Nuestra Señora, estando esta virgen del Señor esa noche mui ahincadamente rogando por la clereçía de la Santa Iglesia, fue robada en espíritu y puesta en los amortiguamientos que suele; y pareciole que estava en la iglesia maior y veía a Nuestra Señora viva en carne, puesta en mui gran altura, y ella estaba cerca de Nuestra Señora, acompañada de San Miguel y San Juan Evangelista. Y desde aquella altura hasta abaxo avía gran profundidad y decendían cinco cordeles y atrechos [14], puestas penas de fuego mui espantables, y debaxo un poço negro y hondo.Y aquel pozo tenía una boca de la qual salía un río, en el qual río estaban tres animales mui crueles. Y por aquellos cordeles venían muchos clérigos, entre aquellas penas, dando muchas vozes a Nuestra Señora, y desque caían en pozo perdían la forma de hombres, y los que pasan en el río luego son tragados de las animalias.
Y viendo esta virgen estas cosas, suplicava a Nuestra Señora que uviesse misericordia dellos; y como quiera que avía mançilla de todos, pero en particular la avía de un gran prelado que veía ir en las penas con los otros, con maior pena i tormento se afligía delante de Nuestra Señora, que por reverentia de aquella hora [fol. 207r] en que fue hecha arca y silla de la Santa Trinidad, que le plega de sacar a aquel prelado de las penas en que va. Y ella, hoídas estas cosas con muchas lágrimas y devoción, rogó a Nuestra Señora por él y repondiole Nuestra Señora que ansí como San Gregorio forçó la voluntad de Dios sacando a Traxano del infierno, por esta causa quedó con el dolor del estómago. Y ansí quedara esta virgen, por las plegarias que hizo por aquel prelado, abierto el çelebro de la cabeza en testimonio para que lo viese el pueblo que avía forçado la voluntad de Dios. Y preguntó la santa virgen a los señores sobredichos que por qué le aconsegavan a ella que rogase a Nuestra Señora por el salvamiento de aquel prelado, e por qué no se lo rogavan ellos y respondieron ellos que más poder tenía ella o qualquier que con firmeza y devotión rogase al Señor para forçar su voluntad que ninguno de los que estavan con Él en el Cielo, porque los que estavan en la gloria saben la su voluntad del Señor y no irán contra ella.
Capítulo 22
De cómo le apareció Nuestro Señor en figura de niño visiblemente
Como esta sierva de Dios estuviesse enferma en la cama en la Quaresma, deseava mucho recibir al Señor, y no lo pudiendo aver por no ser singular, afligiosse mucho, y rogaba al Señor con lágrimas, deseando poderse levantar a oír missa. Y a la hora del alva, sintió cabe sí un niño mui hermoso, y como lo vio turbose y no osó llegar a él. Y tan maravilloso lo vio, que se le turbó la habla, y como pudo demandole [fol. 207v] si era San Miguel, y el niño meneó la cabeza y no la respondió; y preguntole si era San Francisco y él sonriyose. Y preguntole quatro vezes que le dixese su nombre y Él dixo: «Yo soi mui poderoso y el mi nombre es mui maravilloso». Y allegose a ella el santo niño i diole paz en su boca y púsole la mano en la cabeza y díxole: «Sana eres de todas tus enfermedades, levántate e irás a missa». Y desapareció; y ella, quedando llena de gran consolaçión y alegría espiritual, levantose y hallose sana de todas sus enfermedades, maiormente de las calenturas que tenía y del dolor de la cabeza que padezía y de postillas que tenía dentro de las narizes. Y más me dixo esta santa virgen, que sintió el dolor en los pies y en las manos como si fueran clavos.
Y desde aquel día, particularmente los viernes, sintie gran dolor en los dichos mienbros, desde la mañana hasta después de vísperas, que no pudíe hazer nada con las manos, ni comer ningún mangar hasta después de vísperas, que se le avía quitado el dolor.
Capítulo 23
De cómo recibiendo el cuerpo del Señor fue llena de resplandor visiblemente y fue sana de sus enfermedades
En el año de ochenta y çinco enfermó esta santa virgen, en el mes de agosto, de ericiaones [15] y calenturas, y pasada la octava de nuestro Señor San Xerónimo, caió en la cama con dolor de costado, y echaba sangre por la boca, y aborreciendo todo consejo de médicos, atreviosse a tomar çinco píldoras y sintiose puesta en [fol. 208r] la hora de la muerte.
Y en aquellos días pareció arrincársele el ánima, y pusose sobre la llaga del corazón e apareciose la mano de San Miguel que se la tenía allí apretada. Y ella estava mui desfallecida porque avía muchos días que no comía y avía tenido muchas cámaras de sangre, y la mano del ángel que tenía encima del coraçón le dio esfuerço para hablar y confessar y recebir los santos sacramentos, y rogó a la hermana mayor enviase que por mí para que la pudiese remediar y dar los savramentos. Esto fue un sábado, en el qual, pensando ella cómo yo le avía de ir a dar los sacramentos, que deseava ella mucho ya ser salida de aquesta vida y del tormento de la carne y con mucho ahínco encomendava al Señor de la casa de la Sisla y de doña María Garçía, y vio en visión a un religioso de la dicha casa, que iba a decir misa en el dicho monesterio. Y cuando llegó a las palabras de la sacra diçe que vio en aquel traspasamiento que tenía cómo Nuestra Señora dava a aquel relixioso con mucha alegría el niño que tenía en los braços y vio cómo el sacerdote lo partió en tres partes, y era el Santo Niño vivo y alegre en cada parte, y de ambos braços le sustentavan los ángeles con mucho resplandor en el altar, y veía a Santa Caterina y a Santa Bárbara que le dezían: «Mañana, lunes, a las nueve horas recibirás el Señor en este resplandor que aquí ves y serás sana».
Y ansí fue, y como yo la fuese a confesar [fol. 208v] fui della mui rogado que no me partiesse de la cibdad hasta otro día, porque si el Señor la llevase fuesse presente a su muerte e que si aquella noche no muriese del todo quedaría sana. Lo qual todo ansí fue hecho, y como recibiesse de mi mano la santa comunión y me bolviese con el santo sacramento para se lo dar, vio en mis braços y en mis pies un mui gran resplandor; y como una niña de quatro años que apenas pudié hablar estaba allí con su madre, vio con sus ojos aquel resplandor, lo qual dixo a su madre, con mui gran ahínco, cómo viera en mis manos y en mí y en la santa muger mui gran resplandor, ansí como el sol que está en el cielo. Lo qual, como su madre viesse, lloró muchas lágrimas con devotión y no fue mui gran maravilla que la inocencia de tan tierna hedad viesse con ojos corporales, los que nosotros pecadores así ver ni comprehender podemos, lo qual dixo la niña muchas vezes todo lo que viera.
Y como recibió el cuerpo del Señor con grandes lloros, luego fue robada en espíritu y perdió todo el sentido, y estuvo nueve horas sin ningún sentido. Y como fuesse despertada como por fuerça y abriese los ojos, empezó aquel verso: «Benedic anima mea domino», y todos los dolores y enfermedades que antes tenía, de todos se halló sana y libre, así de dentro como de fuera, pesándole mucho, porque tornaba a esta vida. Y como io la importunase que tomase algún mantenimiento para dar vida a la vida humana, ella me respondió que no avía voluntad de tomar ningún manjar [fol. 209r] porque por el espacio de quarenta días desde que recibía el santíssimo sacramento, con la suavidad y dulçor que sentía, vivía sin manjar humano. Y más me certificó que vio un sacerdote que avía dicho missa en su capilla, y quando salió del vestuario para el altar, le ponía Nuestra Señora, la Virgen María, encima de su cabeza muchas guirnaldas de flores y de rosas y clavelinas, de lo qual ella recibió gran consolación.
Capítulo 24
De cómo con su mano sanó una herida de la qual corría mucha sangre
Estando una de las hermanas de la casa puniendo una sarga en una pared, subió en una escalera a poner un clabo con un medio ladrillo para lo hincar, y calló el ladrillo y dio a una de las hermanas en la cabeza, que estaba cabe de la escalera, el qual se hizo tan gran golpe y llaga que la corrió mucha sangre. Lo qual, como esta sierba de Dios lo viesse, fuese para ella y puso su mano derecha encima de la llaga diciendo tres vezes el nombre de Jesús, y hinchósele la mano y dedos de sangre y cessó de correr y no salió más y juntósele quero con cuero sin otra medicina.
Capítulo 25
De cómo sanó a su madre de una gran enfermedad
En el lugar de Axofrín, como un hermano de esta sierba de Dios corriese un cavallo, caió el caballo con él y ansí el cavallo como el caballero quedaron [fol. 209v] mui atormentados de la caída, y tanto fue, según él me dixo, que la silla se hizo pedazos. Y el dicho su hermano uvo gran pasión en los ojos y como su madre estuviese mui triste por la muerte de otro su hijo, que poco avía que era muerto, y supiese lo que había acaecido, al segundo doblole el dolor y tan grande fue que se le torcieron los ojos y boca en gran grado. Y como dende algunos días, esta sierva de Dios supiese lo que a su madre avía acaecido, uvo de ello mucho pesar y fuese para el altar de Nuestra Señora, lo qual mandó hacer la dicha su madre, y suplicole con muchas lágrimas por la salud de su madre.
E inspirada divinalmente, respondió a quien le traxo estas nuebas que el domingo siguiente sería sana por la virtud divinal. Y ansí fue hecho.
Capítulo 26
De la claridad divinal que le fue mostrada en el mes de noviembre, año ochenta y çinco
Como estuviese esta santa muger de contino mui fatigada de muchas y mui continuas enfermedades, acostada en su cama, fue forçada y robada en espíritu el día de Santa Cecilia. Como contemplase en aquel tan gran milagro que Nuestro Señor hizo a Santa Çeçilia, que les truxo dos coronas, una a ella y otra a Valeriano el santo ángel del Çielo, y como estuviera hablando con ellos, levantose esta santa muger ençima de la cama y pusose a horar con devotión [fol. 210r] a una imagen de Nuestra Señora que está frontero en la pared, y como con atención hiziese oratión, las manos levantadas súbitamente, vio una gran claridad en la imagen a quien orava, en sí misma i en las manos que tenía alçadas.
Y como estuviese algún espacio ansí transpusose y estuvo ansí hasta que vinieron algunas hermanas que la hallaron, y disimuló con ellas, que a ninguna lo dixo hasta que conmigo habló con deseo mui grande de que ninguno lo supiese.
Capítulo 27
De las cosas que vido y le fueron mostradas la vigilia de la Santa Natividad de Nuestro Señor
Después de lo susodicho, açercose la fiesta del Nacimiento del Señor y ella, estando acostada en su cama y mui afligida y con grandes dolores en el cuerpo, según sus pocas fuerzas pensó de se aparejar para recibir el Santísimo Sacramento. Y el jueves de la fiesta vínose tan gran dolor al celebro y tan grandes golpes de coraçón que según me dixo parecía [16] que se le salía el ánima del cuerpo.
Y aquel día y el viernes siguiente no comió sino unas pocas de pasas, y el sábado reconciliose para comulgar. Y este día vio la imagen de Nuestra Señora, que está en el altar, por tres veces sudar gotas de agua y fue llena de maravilla, y llegose a la imagen y limpió el sudor, y con ello labó su rostro. Y como fuese a comulgar y la comulgase, el capellán maior de la santa iglesia como se volviese con el santo sacramento para se lo dar y ella no pu-[fol. 210v]-diese tener los llatidos [sic] del corazón, dio un gran resuello y vio levantadas en la patena las formas, y aparecieron luego tres ángeles visiblemente que pusieron las formas que no volaron fuera, que cierto caerían en el suelo si por ellos no fuera, y lo mexor que pudo recibió en santo sacramento con mui gran divinidad, como otras vezes.
Y ansí se fue a la cama con su fatiga y dolores mezclados con gran suavidad de la dulcedumbre del Señor y suavidad de las cosas celestiales que avía visto y gustado. Y ansí estuvo hasta las diez de la noche.
Capítulo 28
De los secretos celestiales que visiblemente le fueron mostrados en la santa noche de Navidad
Como tañesen a maitines en todas las iglesias, no se pudo sufrir a quedar en la cama y cobradas nuevas fuerzas, enferma y flaca, con el çelo de tal fiesta del nascimiento del Salvador levantose mui alegre de la cama y fuese para el coro, a do se avía de hazer el ofiçio, y contemplando en el glorioso nascimiento de Nuestro Salvador, estuvo mui atenta para conoçer la medianoche, porque avía oído que en aquella hora avía nacido el Redentor. Y el altar de Nuestra Señora, a donde está su imagen de bulto, estaba mui compuesto de çirios y candelas, y una cama mui adereçada con mui ricos paños y almohadas, y un niño mui chicito de vulto mui conpuesto. Y estava en una cuna delante de la dicha Señora, y como fue la media noche y esta sierva de Dios estuviesse de rodillas, con lágrimas y gemidos sin quento, [fol. 211r] vio con los ojos corporales decendir mui gran resplandor delante del altar, y alderedor d’él vio a Nuestro Señor vivo y en carne, la más vella criatura que en el mundo fue vista, y con gran resplandor, que excedía a la lunbre del sol; y vinieron tantos ángeles a lo adorar y servir y a le dar cantos de gloria mui suave, que decir no se puede ni escribir.
En la qual adoración pasó más de media hora y luego vio con sus ojos cómo los pastores, ençendidos de amor, le vinieron a adorar y estuvieron ansí mui gran espacio. Y estos partidos, vio venir los tres reies magos con muchas y diversas conpañas e instrumentos y traían muchas tronpas que deçir no se puede. Y venían con ellos tres soles mui resplandecientes y llegando al altar todos tres se hizo uno, y con gran acatamiento y reverençia, con sus dones en las manos, llegáronselos a ofrecer y a adoralle, el qual dicho niño era ya maior que cuando lo vido la primera vez. Vio cómo la imagen de Nuestra Señora, que estava en el dicho altar, se rio tres vezes contra el Niño.
Y hecha la adoración, con gran reverençia y acatamiento, amonestados por un ángel, se bolvieron por otro camino a su tierra. Y estos partidos, vio cómo Herodes mandava buscar al niño para lo matar, y luego vio cómo Nuestra Señora, con el infante en brazos y el santo Joseph, se ivan huyendo a Exito. Y luego tras esto, vio cómo la gente de Herodes andava matando los inocentes y cómo las madres los escondían en quebas acallándoles [fol. 211v] y dándoles de mamar por que callasen; y los niños daban tan grandes gritos que parecía llamavan a los enemigos que los fuesen a sacar y matar, a los quales matavan de diversas muertes y mui cruelmente. Y duraron estas maravillas y secretos celestiales en los ojos de aquesta sierva de Dios desde las doze de medianoche hasta las tres horas siguientes, de la qual visión ella quedó tan espantada y fatigada, y tan consolada en el coraçón, con gemidos y suspiros continuos que deçir no se puede, y apretávase mucho consigo, por que ninguna hermana supiesse, salvo la hermana maior, que estava con ella y la consolava quanto podía y le deçíe que no se afligiesse tanto.
Y ansí no nunca lo supo ninguna de las hermanas, y ansí es su voluntad que ninguna lo sepa. Y muchas vezes me dixo que quería más la muerte que esto fuesse sabido.
Capítulo 29
De lo que vio en la missa del gallo este mismo día
Como estas cosas fuesen acabadas, vino el capellán maior de la santa iglesia con deseo de hazer al Señor serviçio y dar consolaçión a aquellas siervas de Dios que esperaban su venida, el qual avía reconciliado muchas hermanas y las comulgó en esta santa misa. Y traxo consigo cantores que se oficiassen la misa, y como saliesse revestido al altar, luego aquella sierva de Dios vio claramente dos hachas de fuego de resplandor ençima del altar, y de cada una de ellas salían çinco raios que iban derechos a do estaba esta sierva de Dios [fol. 212r] hincada de rodillas, y no le impedían nada para ver las cosas que se hazían en el altar.
Y como celebrase la misa con gran solenidad y los santos se empezasen, vio esta sierva de Dios tanta multidud de ángeles que descendían al altar que cubrían al sacerdote desde los pies hasta la cabeza, y subían y descendían con gran gozo y alegría. Y quando uvo de alçar al Señor, los ángeles le levantavan los brazos y le aiudavan a decir el Pater Noster, y al tiempo que se dezíe esta sierva de Dios fue mui fatigada y dio consigo de brazos en el suelo. Y duró en aquel gozo, mezclado con muchas lágrimas, hasta las doze de medio día, de manera que estuvo catorze horas, después de las diez que tañeron a maitines, de rodillas, que de allí no se movió en tan clara y maravillosa visión para glorificar y ensalçar el nombre del Señor y acrecientamiento de nuestra fe, que nunca oí ni leí que con los ojos corporales ninguna persona tales cosas viesse y le fuesen demostradas, en lo qual es mucho Nuestro Señor de loar y glorificar en las sus grandes maravillas, las quales haze y hizo a do quiere y como quiere.
Y pasadas las doze horas después de mediodía, mui fatigada, algunas hermanas ansí la llevaron a su cama, y a la tarde, por satisfacer a los ruegos que le fueron hechos, comió un poco de carne de membrillo. Y ansí estuvo lunes y martes hasta el miércoles, que comió un güebo, en lo qual parece que la fuerça del manjar celestial le dava vida contra natura; [fol. 212v] y para dezir estas cosas se hizo mui gran fuerza porque le avía yo mandado por obediençia que a ninguno las dixese salvo a mí, que ninguna cosa me encubría de las que el Señor le mostraba, y rogome con grande ahínco que ninguna persona del mundo de mí lo supiese, deseando mucho la muerte y verse ya fuera de la vida.
Capítulo 30
De las cosas que esta santa virgen vio con sus ojos çinco días antes de la Natividad
Como toda la gente estuviesse afligida por la hambre, que no avía harina ninguna por la muchedumbre de las aguas que los ríos traían, esta virgen, según me dixo, fue mui afligida y estuvo una noche que no durmió. Y estando todas durmiendo se levantó, que ninguna lo sintió, y subiose a un terrado desde donde se parecía el río, y estando el cielo estrellado bendixo el río, y después metiose en un retraimiento, que es un lugar mui espantado, en el qual ay unas imágenes del tiempo antiguo, y púsose a horar a la medianoche en aquella oscuridad, en manera de cruz de braços en el suelo, y estuvo ansí mui gran rato, haciendo de sí gran sacrifiçio al Señor de mui atenta oraçión, con lágrimas rogando a la Madre de Dios que amansase su ira. Y sintiose esta sierva de Dios estar en el aire levantada de la tierra. Y a cabo de rato vio venir un poco claridad, con la qual vio [fol. 213r] todas las imágenes que estavan pintadas mui claramente. Y como viesse gran pavor, ofreció al Señor muchas plegarias, y como estuviesse en aquesta pena, súbitamente vio otro mui gran resplandor que resplandecía sobremanera, y apareciose Nuestra Señora descabellada de sus cabellos, con ojos mui llorosos y mui triste, y le dixo: «Sepas que todas las aguas que son venidas por tan largos días avían de caer en tres días y la maior parte dellas sobre esta cibdad, en que muchas gentes perecierán por los sus grandes pecados que en ella se cometen cada día y Dios es mui ofendido dello. Y por las plegarias que as hecho por este pueblo, al Señor y a mí me as rogado que por la gran piedad y dementia que ubo en enbiar su hijo Nuestro Redentor a nos redimir y salvar, quisiesse aún piedad de todos y yo supliqué al Señor que tu petición fuese oída y Él la oió y su ira se aplacó, y io, por piedad que tengo al pueblo cristiano, vengo a ti qual ves».
Y como la dicha virgen estuviesse con los ojos abiertos y manos alzadas, y coraçón mui espantoso, d’Él apareció la vissión y ella caió de bucos en el suelo, y ciertas horas estuvo sin sentido y amortiguada y devantose mui esforçada del cuerpo y del ánima de tan espantosa visión. Y de tan gran admiración quedó mui consolada y ninguna de las hermanas lo sintió.
Capítulo 31
De cómo fue mostrada una gran señal del Çielo en esto
[Fol. 213v] La fama desta santa mujer, como ella quisiese que fuese tan oculta, no se pudo enpero que algunas personas devotas no uviesen de saber la fama de su santa vivienda, una de las quales fue el Señor obispo de Badaxoz que a la saçón era deán de Toledo. El qual con ella habló muchas veces y fue testigo de la llaga en el costado; el qual le rogó que rogase al Señor por una discordia que avía en la corte, a do estaban los Señores reies y el cardenal de España. La qual, obedeciendo lo mandado, se echó en oratión con gran ahínco y voluntad.
Y en las otavas de la pascua florida, que fue en el mes de marzo de ochenta y seis, ella se levantó de mañana y se subió en un terrado en la casa a do morava Doña Mari Garçía, e rompiendo el alva se puso allí en oratión y vio unas nuves mui coloradas que corrían por el cielo hazia Oriente, y antes que el sol saliese vio un gran resplandor en el cielo a do el sol avía de naçer. Y salió el sol, i ella le miró con ojos claros e sin enpacho de la claridad, lo qual es contra natura humana, que hombre ninguno no puede ver. Y dentro en el sol, vio un grande agujero que entrava al cielo, del qual salían grandes raios de claridad hazia muchas partes, y dentro del aguxero vio con ojos claros una cruz de oro mui resplandeciente, la qual cruz y raios estuvieron en el sol desde que salió hasta que hizieron clamores para tañer a terçio y luego desaparecieron; i vio en el aire, no mui lexos de sí, una persona que se pareció como la luna que peleava con otras [fol. 214r] y otros con ella, y pasándose algún rato volviéronse las espaldas el uno a otro. Y como viese una de las hermanas, quitose luego de allí y no pudo más conocer la dicha vissión. La qual dicha sierva de Dios tiene miedo de hablar, y me certificó que mirando muchas veces una Verónica, que está en el altar, vio salir raios de claridad y continuamente ve un resplandor a do está el corpus cristi, y muchas vezes ve visiblemente el santo sacramento no le estorbando las plantas ni las otras cosas en que está encerrado y enbuelto. Y una vez, alçando el sacerdote el sacramento, vio un dedo de carne puesto en la ostia, y otra vez vio en el sacramento un escudo blanco con las çinco plagas de Nuestro Señor, de lo qual tuvo miedo y gran temor.
Y en esto parece ser mui grande la virtud del Señor y la pureza de su ánima, que con los ojos corporales pueda ver cosas tan palpables y celestiales para honra y gloria de su santo nonbre.
Capítulo 32
De las cosas que esta virgen vio y le fueron mostradas en el santo sacramento
Jueves, día de la octava de la Ascensión del Señor del sobredicho año. Como no uviese quién díxole missa aquel día en la casa, ella fuese al oratorio, y como estuviesse orando con atençión, vio con ojos claros el santo sacramento, que estava encerrado dentro del arca, levantado dentro del arca con gran [fol. 214v] resplandor, la qual lo adoró con mui gran gozo. Y estuvo reçando allí por algún espacio de tiempo y esto le á acaecido otras vezes quando no avíe misa, lo qual le puso mui grande espanto y transes [17] Y luego, el día de san pua [18] como el capellán díxole misa mayor y uviese[n] de comulgar muchas hermanas, y como se volviese con el sacramento para dárselo, vio en la manga del dicho saçerdote media ostia de las que comulgavan, y resplandecía como una estrella, de lo qual fue mui maravillada. Y como comulgasen las dos primeras hermanas, desapareció la estrella y el resplandor que pareçiera en la manga. Y luego le caió gran sospecha de lo que fue, y pensó que se le avía caído al saçerdote, y como se quitasen las que comulgavan, ella, con aviso, fuese a poner en aquel lugar a do desapareçiera la visión. Y como hincase las rodillas, vio estar en la grada del altar la dicha partícula del sacramento tan resplandeciente como una estrella, y estando el saçerdote vuelto al altar, y como se volbiese otra vez con el sacramento a comulgar a las segundas y llegase a ella para dalle el sacramento, ella le hizo señal para que se apartase y él, no lo entendiendo, pisó el sacramento y ella tornole a hazer señal con la mano más reciamente, y como él mirase abaxo y viese la parte de la ostia, abaxose y tomola con reverentia y desque esto vio esta santa muger fue tan atribulada y angustiada [fol. 215r] del coraçón que por algunos días no se levantó ni quería hablar ni comer.
Y en aquel día de la comunión envió a rogar a la hermana maior que no quitase aquella alhonbra do caiera el sacramento. Y estando las hermanas recogidas, ella se levantó como pudo y fue a las gradas de dicho altar, y en aquel lugar do ella comulgara vio dos reliquias que se avían quebrado de la dicha partícula, resplandeçiendo así como estrellas, de lo qual uvo mui gran pavor, y derramando muchas lágrimas y suspiros, fue tan grande la angustia que pasó en su coraçón, por no saber qué hazerse y por no ser descubierta, que no tuvo más remedio sino, con la maior devotión que ella pudo, abaxarse y tomarlas con la lengua. Y ansí las comulgó y sintió tan grande dulçor y suavidad que no se puede decir ni escrevir.
Y ençendida con el amor y çelo del Señor subió al altar y desenbolvio los corporales y lixula [19] y palia por ver si podría hallar la partícula que el saçerdote alçó del suelo, y no la pudiendo hallar tornó a coger los corporales y tornose mui triste y desconsolada. Y echada en su cama, su consolación era gemir y llorar con grandes llatidos que el coraçón le dava, sintiendo mui gran dolor en él y en el lugar adonde se le abrió la llaga. Fue tan grande le dolor que se le hinchó la carne y el pecho hasta la garganta.
Y ansí estuvo algunos días, mui desconsolada, no pudiendo dormir, ni quería que le hablasen, lo qual ninguna de la casa lo supo, ni la hermana mayor [fol, 215v] salvo que la casa penava con su pena. Y duró esto hasta que yo estuve con ella, y con grandes gemidos y miedo me lo dixo, y tomó algunas fuerças para comer deseando con gran ahínco ser fuera de aquesta vida.
Capítulo 33
De cómo apareció a esta santa mujer el ánima de su capellán finado y de las cosas que le dixo
El día de San Francisco, año de ochenta y seis, esta santa muger sentía cabe sí un bulto y sonbra que estava adonde ella estava, y con el gran miedo que tuvo conjurolo que ni hablase ni la viessse. Y a la postrera noche sintiole a par de la cama, y ella no durmió con el miedo que tenía, y dos horas después de la media noche, estando sin ningún sueño, abraçada con un libro que tenía de devotiones y con el gran pavor que tenía, estava puesta hazia la pared y el espíritu llegó a ella y meneola como quien quiere despertar a quien duerme, y ella con el temor que tenía no lo quería hablar, y haziéndole señales con gemidos. Esto por dos vezes duró hasta las quatro después de la medianoche, y entonçes ella volviose del otro lado para se levantar e ir a su capilla a orar, y luego el espíritu le habló y dixo ansí: «Esforçaos y no os vais de aquí, que también se sirve de vos Dios aquí. Y por la caridad del Señor vos plega de me oír, porque seis noches ha que ando aquí penando y por sentiros con tan grandes fallecimientos; y por [fol. 216r] daros fatiga demandoos mucho perdón de muchos enojos que vos é hecho y de una carta que vos escribí, la qual fue causa de daros mui grande trabaxo y turbaçión. Y por muchas buenas amonestaçiones y consejos que me distes acerça del buen regimiento que yo debía tener en la gobernación de aquesta casa, los quales dichos consejos con gran osadía y menospreçio no creía y menospreciava, no temiendo que érades sierva de Dios y de su manos. Y muchas veces os demandé con gran sobervia que demandásedes señales a Dios del Cielo, y puso el Señor en mis manos lo que no eran mis ojos dignos de ver, y por esto vos digo que os esforcéys mucho y que lo que os fue mandado que manifestásedes al Señor cardenal no lo dexéis por ninguna pena temporal ni por no ser vista ni conocida, y si esto no cumplís antes de un año seréis azotada del Señor mui gravemente; y por que no penséis que soi vissión engañosa ni fantasma, yo soi vuestro padre cura y capellán desta casa, que poco á que falleçí, y vos digo que digáis al prior de la Sisla y a la hermana maior desta casa que por la caridad del Señor me perdonen en qualquiera manera que los aia enojado, y otrosí me quieran perdonar sis mil maravedís que doi en cargo a esta casa de un libro que vendí, lo qual todo demando en limosna me lo quieran perdonar y todo lo otro que les tengo a cargo. Y yo vos ruego, por la caridad de Dios, que me hagáis decir [fol. 216v] cinquenta misas porque el Señor me saque de pena».
Y esto dicho, desapareció, y la dicha sierva de Dios, quitada la habla, quedó amorteçida por espaçio de quatro horas y lo primero que le dixo este espíritu fue esto: «Y vos roga a Dios por mí». Y desde a pocos días viniendo de oír missa del coro, sintió que uno la travava del braço mui recio y le puso la otra mano en la espalda, como persona que la quería aiudar, y ella dexose caer diciendo tres veces Jhesús, y sintió el cuerpo mui desconcertado y ansí la llevaron luego a la cama, y hizo luego dezir las misas e no sintió más entonces.
Me dixo esta santa muger lo que arriba es escrito, que muchas vezes cuando ora al altar, ve visiblemente el sacramento como si no tuviose cobertura alguna, y siente muchas vezes gran dulçor por grande espaçio de rosas y lilios y flores, que decir no se puede, lo que la recibe gran fuerça y consolación, ansí spiritual como corporal.
Capítulo 34
De la claridad que vio dos vezes en la iglesia maior día de Santa Caterina
El año de ochenta y seis, estando esta bendita virgen en el oratorio rezando sus orationes en la noche de la fiesta de Santa Caterina, en la qual tiene mui grande amor, y como con atención estuviesse de rodillas delante de la su imagen y la capilla estuviose oscura, súvitamente apareció gran claridad y alunbró a la virgen Caterina [fol. 217r] y al Niño Jesucristo que estava pintado cómo ponía el anillo de su dedo a la virgen Santa Caterina, de lo qual esta santa virgen fue llena de grande gozo; la qual claridad estuvo allí por algún espaçio y luego tornose a escurezer como estava de antes. Y la noche siguiente, como se levantasse después de maitines a orar en el coro, halló la lánpara muerta y no sabiendo qué hazerse, fue a llamar a una de las hermanas que estava acostada y díxole que la fuese a ençender. Y tornose al coro como de primero y estando la iglesia mui escura, súpitamente vio una centella de fuego que salía del arca del corpus cristi y fue encendida la lámpara con tan gran claridad que resplandeçió toda la capilla, y como vino la hermana que de ella fue llamada y viesse tan gran claridad, fue mui espantada y comenzó a decir: «Milagro es este y no se puede encubrir». Y ansí quedó esta santa virgen en el oratorio llena de mucha consolaçión.
Capítulo 35
De lo que acaeció en la imagen del Niño Jesús
Como otro día adelante estuviose rezando en el oratorio y tuviese consigo dos libros en donde tenía sus orationes, demandó a una hermana que le truxese la imagen del Niño Jhesús, que estava en el altar de Nuestra Señora, el qual estava vestido de una ropilla que le abían hecho hasta los pies. Y como el dicho Niño le fuese entregado, tomolo con devotión y púsolo de pie encima [fol. 217v] de un libro. Y como por algún espaçio con alegría y devotión le hiziese oratión con artas lágrimas, alçó la ropilla por besalle los pies, y vio como uno de los pies se bullía y meneava como si estuviera en carne, y alçóse un poco el pie para que se le pudiese besar. Y como le besase con devotión quedose el pie levantado y no se baxó jamás. Y como pusiese el pie del Niño en una gran hinchazón que tenía en el ojo, luego fue abierta, la qual cosa luego fue divulgada en la casa, y el niño quedose con el pie levantado.
Capítulo 36
De cómo fue robada en espíritu y vio un ánima cómo fue llevada a juicio
En la santa iglesia de Toledo uvo un canónigo honrado y discreto y barón de mui noble condición, y de todos mui amado y querido y limosnero, que quanto tenía gastava en casar uérfanas con deseo de hazer tesoro en el cielo, adonde son las verdaderas riquezas. El qual se llamava Don Diego de Villaminaia, que era capellán maior de la iglesia maior, y como Nuestro Señor le quisiese galardonar de sus trabaxos en fin del mes de março, año de ochenta y siete, enfermó de calenturas y a los treinta días del dicho mes fallesçió, en quio fallescimiento casi toda la cristiandad uvo sentimiento, del qual cupo gran parte a la casa de Doña María García, por las grandes limosnas y bienes que les hazía, ansí corporales como espirituales, y era tenido como padre de toda la casa. [fol. 218r] Y todas las hermanas estaban en el coro, con ellas María de Axofrín, y como doblasen las canpanas en su fasllecimiento, luego la dicha María de Axofrín fue robada en espíritu y vio cómo San Juan Batista y nuestro padre San Xerónimo y Santa Caterina llevaban el ánima del dicho capellán maior a juicio delante de la Magestad divinal, en un gran canpo mui deleitoso, en el qual estaban muchas ánimas loando al Señor. Y fue acusada delante del Señor cómo tenía cargo de un finado, el qual le avía dexado por albaçea de su testamento y no lo avía hecho hazer cumplir, y como quiera que el capellán maior en su testamento dexó mandado que se cumpliese aquel cargo, mas como nuestro Señor sea justiciero, mandó que el ánima del dicho capellán estuviese detenida en aquel lugar y no entrase en la gloria del Çielo hasta que fuese satisfecha la demanda del dicho defunto.
Y como la dicha María de Axofrín vio esto, quedó fuera de sí con mui gran pena mezclada con grande alegría de lo que viera, que aunque su ánima no estava en la gloria çelestial, estava enpero en un lugar seguro. Y caió luego en la cama con mui grande amortecimiento, que muchas vezes pensaron que se muriera. Y ninguna de la casa supo esto sino io.
Capítulo 37
De cómo Nuestro Señor mostró a esta santa mujer el principal de los testigos a quien le plaza que sea revelado lo que avía visto
Un día del Corpus Cristi, recibiendo esta santa mujer al Señor, fue puesta en aquel traspasamiento que solía [fol. 218v], y pareciole estar en la iglesia maior y veía en la proçessión de la clereçía al Señor en unas andas vibo, con muchedumbre de ángeles y muchos santos que cantavan cantos mui dulces al Señor. Y el Señor señaló a uno y nonbrole por su nonbre y díxole estas palabras: «A este le señalo para que manifiestes todo lo que te mandé». Y luego el día de Nuestra Señora de agosto, recibiendo el Señor esta devota mujer, fue puesta en traspasamineto y pareciose que estava en la dicha yglesia, y vio a Nuestra Señora viva, y en toda la iglesia cantavan o gloriosa domina. Y este sobredicho prelado estava hincado de rodillas, y la Gloriosa Señora le ponía una corona de oro en la cabeza y un báculo de oro en la mano y decíanle estas palabras: «Por la limpieza de tu vida a mí eres mui agradable para que seas pastor mui escogido y io seré siempre contigo».
Capítulo 38
De cómo por sus orationes sanó a la hermana maior del mal del costado
Tres días antes de la fiesta de San Lorenço, estando enferma la hermana maior de dolor de costado, desahuziada de los físicos, con el sarrillo levantado que se finava esta santa mujer, de que la vio en la agonía de la muerte, fuese a la capilla a una hora de la noche y estuvo ante el altar de Nuestra Señora hasta las doze con muchas lágrimas, rogando mui afincadamente a Nuestra Señora que no quedase ella guérfana [fol. 219r] de tan gran bien, y que se la quisiese dar sana y viba. Y desde a poco viole sudar el rostro y pensando que se le antojava, atreviose a llegar a su rostro, y a limpiarlo con su toca tres veces el sudor, y lavose los ojos y la cara con ello, y de placer que uvo tornole a mandar la salud de su hermana y oió una boz que dixo: «Otorgada es la vida para consolaçión y remedio tuio». Y luego fue puesta en transpasamiento por dos horas y vio a San Lorenço como mozuelo de quinze años, vestido con vestiduras resplandecientes, y llevava en la mano una buxta de oro y poníasela en la cabeza y en el costado a la enferma, y santiguávala con su mano.
Y desque tornó esta santa mujer de aquel transportamiento, con mucho placer fuela a ver y hallola durmiendo, de reposo. Y desque despertó sintió grande alivio de la enfermedad.
Capítulo 39
De como por sus orationes fue librado un hermano suio de las prisiones en que estava
Estando en prisiones un hermano de esta santa mujer, orava ella a Nuestra Señora en su altar con grande ahínco. Y apareciole al preso la imagen de Nuestra Señora y sacole los hierros de los pies y díxole que por el ahínco y la fe desta santa mujer, y de otras que por él en aquella casa rogaban, sería libre de aquella prisión. Y entonces durmiose [fol. 219v] y veníanse delante de aquella imagen y esta su hermana y otras tres hermanas haciendo oratión por él y, como Nuestra Señora, presentava al niño velas y flores y una candela encendida. Y esto era sábado otavario de la Asumptión de Nuestra Señora y él hallose libre de las prisiones y de grande hichazón que tenía en los pies de los hierros. Y luego otro día, vínose a la casa adonde estava esta santa mujer a ver la imagen y contar este miragro.
Y aquella hora que él señaló se halló que ella y otras hermanas hazían oratión señalada por él, y de que vio la imagen, con muchas lágrimas prometió de traer cera que ardiese ante ella todos los sábados mientras viviese. Y acaeció que un sábado, mientras maitines, estaba la candela en un candelero y llegose esta santa mujer y otras al altar para dezir el antífona de benedita y salía del pie del candelero humo, como de incensario, y violo primero ella y dixo a las otras, y a la una le dio olor de encienso, y a la otra de flores, y a la otra un olor mui suave, y a otra, que estava en el sicoro, olor de pan tostado.
Y dende a nueve años la víspera de Nuestra Señora de agosto, traiendo este su hermano çera para alunbrar la imagen, como avía prometido, plugo al Señor que en el camino súpitamente fallesçió. Y estando esta sierva de Dios mui angustiada de la muerte, rogó a Nuestra Señora que ella mostrase a algún saçerdote de los que dieron misa por él, si estava en carrera de su salvatión.
Y el día octavo en que fallesçió, a las dos horas después de medianoche, [fol. 220r] estando [20] esta santa con muchas lágrimas delante la imagen de Nuestra Señora rogándole que pues ella le avía salvado de la prisión, que ella le plugiose demostrarle si estava en carrera de salvatión. Y vio el rostro de la imagen alegre, como de persona viba, y pareçía que quería hablar, y ella del gran gozo que tuvo enpezó a llorar y dos hermanas que lo sintieron llevánronla a la cama, y arrimada la cabeza a las almohadas, estando allí las hermanas con candelas ençendidas, sintió a sus espaldas un huego como de persona, y como estava hablando con ellas, no curava de mirar a aquel lugar donde aquello sentía. Y dende a poco uvo gran miedo y parávasele la lengua y sentía tan grande angustia que quería amortecer, y volvió la cabeza y vio un pedazo tan grande como de una almohada, como de nuves quando haze nublado. Y allí dentro, el rostro de su hermano mui alegre y díxole que a la ora de la muerte se viera en gran peligro, mas que Nuestra Señora fue allí con él y dixo cosas señaladas que tenía de cargo e que estava en purgatorio.
Capítulo 40
De una visión que vido jueves de la çena en el arca del monumento
Juebes de la cena, acabado de cenar, el Señor paresciole a esta santa mujer que sentía en el monumento una paloma que reboloteava. Después de tinieblas estando todas en la disciplina, y ella estava entre ellas puesta en cruz, porque estava enferma y avíanle man- [fol. 220v] dado por obediencia que no se diciplinase, y cantaba con ella el salmo de miserere mei con mucho plazer de verse entre aquellas sus hermanas, y vio salir de el arca del monumento ansí como estrella, resplandeçiente que veía por encima dellas hasta adonde ella estava. Y tan cerca estava de la santa que paresçía que podía llegar a ella con la mano, y mirava ella con mucho plazer y devotión esto, y quando hizieron señal para que las disciplina çesase, tornose la estrella al monumento y metiose dentro en él.
Capítulo 41
De otra vissión que vio en el Viernes Santo
El Viernes Santo siguiente, estando diçiendo la pasión, fue puesta en traspasamiento hasta el sábado a la misa, en la ora que el viernes adoraban la cuz, y pareçióle que estava en un campo y veía al Señor cómo le descendía de la cruz, y de cada una de las manos, cuando le desclavaban, salía un resplandor mui claro, más que el sol, y de todas la heridas del cuerpo y de la llaga del costado, a manera de un baso de oro que estava lleno de agua y revertía en manera de caños y dava en las faldas de Nuestra Señora. Y veía cómo le ponían en el monumento y cómo Nuestra Señora se partía con San Juan y la Madalena y los otros que la acompañavan, y entravan en el cenáculo donde el Señor cenó con sus discípulos.
Y después de esto, el día de Pascua, y otros días señalados, vio ese mesmo resplandor en la ostia, y en la víspera de Nuestra Señora de março, [fol. 221r] cuando tañían a vísperas, vio ençima del altar súpitamente el bulto de Nuestra Señora a un cabo y, del otro, el ángel de la custodia, donde estava el santo sacramento y salía un gran resplandor que cubría todo el altar y sintieron muchos olores de rosas.
Capítulo 42
De otra vissión que vio en el cielo el día que los reies se partieron para la guerra [21]
Rogando esta sierva de Dios por sus altezas y por todos los que con ellos iban que fuesen sus intenciones en su serviçio y les diese victoria a las doze del día, vio en el Çielo una abertura que salían della muchas llamas de fuego. Y conoció en el espíritu que muchos de los que allí iban yban en pecado mortal y que con mucho trabaxo a[l]cançarían el real [22]. Y ansí fue.
Capítulo 43
De cómo le apareçió la calavera
En el mes de julio de ochenta y nueve, quando entró la pestilencia en Toledo, fue herida una de las hermanas que llamavan Sancha Díaz, sobrina del vicario de la Sisla. Estando mui fatigada, una de las hermanas, movida a compasión, rogó a esta santa mujer, que estava rezando en un libro, que rogase por la enferma. Y ella estuvo un poco, y súpitamente fue hecha en el libro donde estava rezando una calavera de muerto, y bolviose a las hermanas que la rogaban y díxoles: “No qures della, que vedes aquí [fol. 220v] que esta es su calavera”. La qual calavera estuvo allí algunos días hasta que la enferma fallesçió.
Capítulo 44
De cómo sanó un canónigo de Toledo de una grande enfermedad
Un canónigo de Toledo estava enfermo y súpolo esta santa mujer, y movida a conpasión enbiosele secretamente una granada con una mujer devota de la casa, la qual el canónigo resçibió con mucha devotión y la comió, y en comiéndola, luego tuvo salud y se levantó y fue luego a dar graçias a la dicha casa de Doña Mari García.
Capítulo 45
Esto que se sigue acaesçió en tiempo del padre Fray Diego de Santo Domingo, siendo prior de la Sisla
En el año de 1488, después de Pascua de Resuretión, me dijo esta santa mujer que estando un día en su capilla orando, contemplando en la encarnación de Jesucristo y pensando cómo la umanidad era unida con la divinidad en una persona, vio visiblemente cómo vino una luz mui clara que encendió el çirio pascual, y le pareçía que su ánima rescibía mucha consolatión en esta vissión y que çesó de pensar en la sobredicha visión.
Ansímesmo ese mesmo año, después de la fiesta de Nuestro Señor, le acaeció que como quedase el corpus christi en el altar para que lo adorasen, como es de costumbre en muchas casas [fol. 222r] de nuestra orden, y ella, movida con gran devotión al santo sacramento, estando las hermanas comiendo, quedose orando en su capilla, y como sintiese que la buscavan para darla de comer, fuese al bistuario, que está cerca del altar, adonde acostumbran a bestirse los sacerdotes para celebrar, y comenzó a orar con gran fe y devotión. Y estando mui grande espaçio de tiempo casi absorta en este deseo y devotión, vidose alcada de tierra casi dos codos, y que salían de la ostia unos raios mui claros a manera de cordones y se ponían en los lugares que Nuestro Señor fue crucificado en el costado, y en las manos y en los pies.
Y de allí en adelante se le fue acrecentando más y más de recebir al santo sacramento y tan crecido fue el deseo que deçía que se le quería salir el corazón del cuerpo. Y como yo estuviese en la examinación en los procesos de la Inquisitión de Toledo, rogome que la confesase y comulgase, porque no podía sufrir el dolor del corazón. Y io, movido a conpasión, dexé todos los negocios y fuila a confesar, y como se empeçase a confesar fue robada en espíritu, de manera que padescía el cuerpo sin el alma.
Y este robamiento le acaeçió quatro o çinco vezes, y rogé a una hermana que llamase a la hermana maior para que viese cómo estava traspasada. Y como la dicha hermana maior viniese dijo: «Mandalde en virtud de santa obedientia que requerde y os hable», que luego lo hará. Y yo hize ansí, y díxome: «Perdoneos Dios padre». Y a la postrimera vez [fol. 222v] de su traspasamiento sentí como resollo que suele salir de los costados de hombres feridos con lanza, y recordela en la forma sobredicha y pregúntele si tenía el costado abierto como solía. Y después de muchas importunidades díxome que sí tenía y que la comulgase, que luego se le cerraría. Y hízelo ansí, y antes que la comulgase díjome que la maldición de Dios y de sus santos fuese sobre mí si en su vida yo descubriese lo susodicho.
Y esta sierva de Dios comulgó antes de las nueve, y luego fue robada en espíritu y estuvo traspuesta hasta las seis después de mediodía, que cierto estuviera más si no le mandara por obedientia que recordase. Y recordando tenía tan gran gozo que paresçía que venía de algún lugar grande. Y como otro día deseose yo saber qué era lo que sentía en aquellos robamientos, sentía ella mui gran pena en que la inportunaba, que me lo dijese por el mérito de la santa obedientia, y díjome que cada vez que era robada que la llevavan a una güerta muy hermosa en que estava un altar, y allí veía a Nuestro Señor con muchedumbre de santos y ángeles y que allí conocía las maldades grandes que en el mundo se hazían y sabía grandes secretos de concientia, maiormente de los viçios y pecados que en la cibdad eran cometidos. Y estando con esta sierva de Dios, entre otras cosas que me dixo para mi consolación fue una que me dixo que estuviose fuerte en las batallas del Señor porque avía de pasar muchos trabajos [fol. 223r] por el su amor.
Y dende a pocos días en la noche de la vigilia de los gloriosos apóstoles, San Pedro y San Pablo, sentime mui fatigado de manera que paresçía que quería reventar, y como fuese a decir missa a las dichas beatas, sentime luego mejor. Y dije misa, y víneme a comer, y como me asentase a la mesa, comiendo el primero bocado, diome dolor de costado en la parte derecha, y por no contristar a los guéspedes que estaban a la mesa sufrí el dolor hasta que acabaron, y luego tomé algún reparo para el dolor y fuime a la cama, y estando en ella acordome que esta sierva de Dios me avía dicho que avía de pasar muchos trabaxos. Y luego, a la ora me levanté con mucha pena diçiendo en mí mesmo: «Los buenos cavalleros no suelen morir en la cama». Y ansí, con mi dolor fuime con compañía onesta a donde estava la sierva de Dios, y ella començóme a consolar; y ella hízome la señal de la cruz en las espaldas, sobre el manto, y no lo viendo yo, la segunda vez, hizo otra señal de la cruz y comencé a juzgarla en mí mesmo y notarla de liviana, que nunca le avía visto hazer otro tanto, que apenas avía visto la boca, tanto andava de cubierta con su mantillo, y tornó otra tercera vez a hazer la señal de la cruz y díjome: «Sano sois, pero no en vuestra fe, porque vos no creístes que os avía de sanar y burlastes de mí en vuestro coraçón. Verdad es que yo no os sané, mas la virtud de la cruz obró en mi fe y no por la vuestra causa, que sois mui incrédulo y no os pese dello porque creer de ligero es cosa mui peligrosa».
[Fol. 223v]Y dichas estas cosas, sentí gran alivio del dolor del costado, salvo que me quedó en la espalda derecha por algunos pocos días el amortiguamiento de la carne en do estava el dolor. Y ansí fui sano por los méritos y orationes de esta santa. Y en este tiempo me dixo esta sierva de Dios que viniese a este monasterio y pusiesse recabdo en la casa porque andavan dos personas por cometer un pecado, y io hízelo ansí y puse guardas diligentes. Y dende a pocos días hallaron dos mozos que querían cometer el pecado de la manera y forma que ella me lo avía dicho. Y fueron despedidos de la casa, y cierto ella sabía mui grandes secretos de las conçiençias que sobrepujavan el juicio y poder humanal.
Y en el mes de julio deste dicho año, después de Santiago, me dixo esta sierva de Dios algunos negotios de la Inquisitión, diciéndome que Nuestro Señor le avía aparecido de forma humanal, como cuando estava atado a la columna, y que le avía mostrado las espaldas cómo le corría la sangre y que le dijo: «Hija mía, mira quál me ponen los herejes cada día, y di esto al deán de Toledo y al prior de la Sisla, que están en la Inquisitión». Y ansí fue hecho, que estas más palabras con otras muchas dixo al dicho deán en mi presentia. Y en este dicho año me escrivió una carta en que me dijo que avía avido muchas conpasión de la fatiga que pasé en el camino cuando yba a la Inquisitión a tierra de Burgos, maiormente el martes que ella dijo. [fol. 224r] Y ansí fue cierto que aquel martes que ella dixo, yo pasé los puertos llenos de nieve, y nevava y llovía mucho, y después desto me dijo que ella iba conmigo entonçes aunque no la veía en medio de León levé [23] a do estava exsaminando los procesos de los herejes de Toledo. Otros muchos milagros à hecho Dios Nuestro Señor por los merecimientos de esta sierva y io no e mereçido de los ver; quien los a visto da testimonio dellos.
Capítulo 46
De cómo vio una gran claridad en día de la Natividad de Nuestra Señora por setiembre
Como un día este dicho religioso hablase con ella mui familiarmente, dijo ella por le consolar algo de lo que Nuestro Señor hazía por ella, y como estuviese mala y hinchada, de la garganta en la cama, vino la fiesta de Nuestra Señora de setiembre y como viose que no podía comulgar con las hermanas que avían de comulgar, aquel día mesmo levantose de la cama para oír missa, y otro día estava con mucho dolor en su coraçón. Y como las hermanas se levantasen a maitines y lo viese ella, dixo con mucho dolor de su coraçón: «Señora Gloriosa Virgen María, Madre de Dios y de los que te llaman y an en ti esperança, yo no soi digna que esté en los tus maitines, ni menos que pueda oi comulgar con las hermanas». Y como dijese estas palabras, vio una claridad sobre ella y sanola del todo, y fuese con las hermanas a maitines y comulgó con ellas el día siguiente.
Capítulo 47
[Fol. 224v]De cómo sanó a un enfermo de una enfermedad que se dize modorra
En el año de Nuestro Señor de mil y quatrocientos y noventa en Jarahiz, lugar de la Vera de Plasentia, en el mes de noviembre, día de San Martín, vino una enfermedad a Francisco Díaz, natural de dicho lugar, de la qual enfermedad vino tanta flaqueza que recibió los sacramentos con estrema unción. Y puesto en tan estrecha necesidad y teniendo ya la candela encendida que se finava, yo Martínez Díaz, clérigo y capellán perpetuo de la iglesia de la Virgen María, siendo presente y sintiendo muchas angustias en el su fallesçer, porque era primo mío, a la saçón vino Juana Martínez, mujer de Antón Cervote que Dios perdone, y viéndome afligido díxome: «Conpadre, ya sabéis la enfermedad que yo tengo y tenía en esta mi pierna y este dicho año, quando vino aquí mi hijo Fray Gabriel, profeso de San Xerónimo de Madrid, que es dicho el paso y me informé d’él de una santa religiosa que falleció en Toledo, en el monasterio que fundó Doña Mari Garçía, y está sepultada en el monasterio que dicen de la Sisla y à mostrado el Señor por ella maravillosas cosas. y cómo fue mui gran servidora de Dios y me prometiese con gran devotión y mui verdadera fe de ir a visitar su santo cuerpo y estuviese sin dubda, que por sus santos méritos, abría salud --loores sean dados a Dios y a su Bendita Madre-- yo fui sana, prometeldo vos a esta santa y plaçera, a Dios, de libralo». Y luego [fol. 225r] respondió: «Soi pecador para ello, mas confiando en la clementia de Nuestro Señor, y en la piedad de Nuestra Señora, la Virgen María, madre suia, yo le prometo, si escapare de esta enfermedad, de llevarle a ver y visitar el su santo cuerpo de la dicha santa, y llevarle una libra de cera para le ofrecer». El qual voto hecho--sean dadas gracias a Dios y a Nuestra Señora--luego fue mejorando y tuvo mucha salud.
El qual enfermo y io vinimos a visitar esta santa María de Ajofrín con mucha salud y cunplimos nuestro voto. Y porque esto es verdad, yo el dicho Martín Díaz, clérigo, estoi presente oi sábado, a siete del mes de maio dentro del dicho monasterio, manifestando este tan gran milagro, alcançado por méritos de la bienaventurada María de Ajofrín. Y escrebí de mi mano todo lo sobredicho por más lo corroborar, y confirmé de mi nombre, oi sábado del sobredicho año de 1490, Martínez Díaz, clérigo capellán de dicho lugar [24].
Capítulo 48
De las cosas que Nuestro Señor á demostrado por esta su sierva después que fallesçió, y muchas por negligentia no se han escrito, más las que se han escrito son las siguientes:
De cómo sanó a un enfermo por su orationes
En la cibdad de Toledo estava un canónigo enfermo de calenturas y tan fatigado que le avían dado muchas purgas, y estando esperando el pasamiento de la vida enbiava a los monesterios a se encomendar y ia no avía remedio. Y estando ya oleado, envió a este [fol. 225v] monesterio de la Sisla a encomendarse a la bienaventurada virgen María de Ajofrín con mucha devotión. Y estando durmiendo de noche, el dicho canónigo avía de tomar a la mañana una purga, y apareciose la dicha María de Ajofrín, y despertando, sintiose aliviado. Viniéndole a dar la purga dijo que no la quería recebir, sino que le diesen de comer. Y luego se levantó y enbió a este monesterio para que colgasen a do estava enterrada la dicha María de Ajofrín una candela y una cabeza de cera, y después vino él, dado gratias a Dios, y dijo missa.
Capítulo 49
De cómo sanó a Don Alonso, hijo de la Condesa de Paredes
En el mes de setiembre, año de mil y quatrocientos y ochenta y nueve, enfermó Don Alonso, canónigo, hijo de la Condesa de Paredes, de calenturas continuas y fiebre mui grande en la cabeza. Y estando ya oleado y muy propinquo a la muerte, envió a este Monesterio de la Sisla a se encomendar a esta bienaventurada virgen María de Ajofrín, y fuele llevada una almohada en que avía fallesçido la dicha virgen, y luego fue sano y vino a este monesterio y tuvo novenas, y ofreçió una imagen de cera y una casulla.
Capítulo 50
De cómo sanó una mula de un fraile de Guadalupe
En este mesmo tiempo, dos frailes de Guadalupe yban camino y caió una mula y lisiiose mui mal [fol. 226r] en tal manera que no podía moverse, y encomendáronla a esta bienaventurada Santa María de Ajofrín. Y luego fue sana de todo punto y ellos con mucho placer hizieron hazer una imagen de çera y enbiaron a este monesterio.
Capítulo 51
De cómo sanó a un tollido
A nueve días del mes de setienbre año de 1499 años, vino a este monesterio un hombre que avía por nombre Juan de Pastrana y su mujer, y truxeron un niño, su hijo, que avía nonbre Nucho Sebastiano, los quales moran en Toledo. Y el niño avía grandes días que estava malo y tullido, y su padre avía gastado en físicos lo que tenía y no lo avían podido sanar; y encomendáronlo el padre y la madre a María de Ajofrín y velaron una noche en la iglesia y ubo salud a gloria de Nuestro Señor. Y fue dicha una missa.
Capítulo 52
De cómo sanó a una mujer que estava malas de un çaratán en la teta
En este tiempo, una mujer que se llamava Juana de San Migel, beata de la tercera regla de San Francisco, moradora en Toledo, estava mui mala de un çaratán que tenía en una teta, y avían çinco años que se le curavan físicos y todos ellos no avían podido sanalle. Y ya desahuizada dellos, algunas personas le aconsejaban que por que no muriese le fuese cortada la teta con consejo de los médicos. Y con esto tenía calenturas con-[fol. 226v]-tinuas seis meses, avía y ella viéndose en esta angustia, oída la fama desta santa mujer, fue a visitare su cuerpo al Monesterio de la Sisla y entrando do estava enterrada, sintió un olor celestial que salía de la sepultura, y ella con mucha devotión y lágrimas echóse sobre la sepultura rogándole la quisiere aiudar, y por su ruego sanar. Y luego fue sobre ella la mano de Dios y fue sana.
Capítulo 53
De cómo sanó a una niña que tenía tiña
Esta sobredicha beata tenía una niña enferma de tiña y encomendola con devotión a la dicha María de Ajofrín. Y luego fue sana por los sus ruegos.
Capítulo 54
De cómo sanó a una mujer que estava enferma de los pechos
A dicho monesterio vino una mujer a bisitar el cuerpo de María de Ajofrín y hazer oratión a él, la qual mujer se llamava Marina Álvarez, y dijo que ella estava enferma de los pechos de tal manera, que ya estava oleada y los físicos le avían dado dos captiverios de fuego y estava mui fatigada. Y fuela a visitar García Sánchez de Pastrana y le dijo que se encomendase a María de Ajofrín, el qual le llevó su Vida y se la leió, y ella con mucha devotión fue a la casa de Doña Mari Garçía y allí le fueron puestos sobre los pechos unos paños que fueron de la sobredicha virgen, y luego reventó la inchazón y fue sana de la dicha enfermedad sin ninguna física, ni menos mediçina.
Capítulo 55
[Fol. 227r] De cómo sanó a un relixioso que tenía una enfermedad en un ojo
A ocho días del mes de otubre del dicho año, vino a este menesterio un fraile professo del Monesterio del Paso, que es San Xerónimo de Madrid, que avía por nonbre Fray Gabriel de Coacos de la Vera de Plasentia, y dijo que estando enfermo de una hinchazón que tenía en un ojo, el qual le tenía mui malo, y aviéndoselo de abrir con botones de fuego, un día antes se encomendó a esta santa mujer, y ovo remedio y se le abrió la hinchazón y luego estuvo bueno.
Capítulo 56
De cómo sanó una mujer tullida
Este dicho fraile fue a su tierra y halló una su hermana tullida y él díjole y contole lo que le avía acaeçido de la dicha enfermedad que avía tenido. Y tomando su hermana mui gran devotión a la dicha María de Ajofrín, hincose de rodillas en su casa y enpeçó a orar, rogando a Nuestro Señor que por méritos de aquella, su sierva, que ansí abía acorrido a su hermano, la quissiese a ella acorrer y sanar, que estava tullida. Y aiudándola a esto una niña que tenía chiquita, a la qual mandó que orase con ella. Y acabada la oratión, cosa de mui grande maravilla, fue sana del todo y enbió al Monesterio de la Sisla unas piernas y un rollo de çera, dando muchas gratias a Nuestro Señor dador de todos los bienes.
Capítulo 57
De cómo sanó un hombre que estaba hinchado
En el mes de otubre dese mesmo año, un mozo que estava en la cozina, que se llamava Rodrigo, estava hinchado [fol. 227v] de una enfermedad que avía pasado, y fue con devotión al sepulcro donde estava enterrada esta sierva de Dios. Y fuéronle puestos unos paños que fueron de la dicha santa y súpitamente fue sano y no sintió más fatiga de la dicha hinchazón.
Capítulo 58
De cómo sanó a una niña
En el mes de noviembre del dicho año estava una niña mui fatigada de calenturas y su madre encomendola a esta dicha santa, y luego fue sana y hizo a Dios muchas gracias traiendo la dicha niña al sepulcro.
Capítulo 59
De cómo sanó un escudero
El día de San Martín de dicho mes, vino aquí un escudero burgalés, el qual estando de calenturas y mui gran dolor de cabeza, en Toledo oió decir de la fama desta santa mujer y encomendose a ella con mucha devotión y uvo salud. Y vino con alegría a hazer oratión, el qual ofreció una cabeza de çera.
Capítulo 60
De cómo sanó un niño
Un hijo de Garci Sánchez de Pastrana, estava a la muerte de calenturas, y el padre encomendolo con mucha devotión y vino a velar a este monesterio, y uvo salud por ruegos desta santa mujer.
Capítulo 61
De cómo sanó a una mujer
El mes de diciembre dese mesmo año enfermó una mujer de Toledo y estava mui fatigada, y vino a este monesterio a hazer oratión y fue sana. Y traxo una ymagen de çera dando muchas gratias a Dios.
Capítulo 62
De cómo sanó un niño
Un niño estava mui fatigado de calenturas [fol. 228r] y su madre encomendole a esta santa mujer y uvo salud. Y trúxole a su sepultura y ofreció un bulto de çera.
Capítulo 63
De cómo sanó un enfermo
Martín de Rojas estava enfermo de muy grandes calenturas y encomendose con devotión a esta santa virgen. Y veló una noche y diole Nuestro Señor salud y puso una candela de çera en su sepultura.
Capítulo 64
De cómo sanó un hombre que traía hinchada la cara
Víspera de Nuestra Señora de la Candelaria, vino un hombre que avía por nombre Miguel Hornero y traía hinchada la cara y un ojo, y vino con intención de encomendarse a esta santa virgen. Y llegando al sepulcro fue luego sano, que no le pareçió ninguna cosa de hinchazón.
Capítulo 65
De cómo sanó a un mozo que traía hinchada una pierna
Un mozo de los frailes de Gaudalupe hinchósele una pierna y fue llevado a su sepulcro y hecha oratión, luego fue sano del todo.
Capítulo 66
De cómo libró una mujer preñada
Una muger de Pedro de Toledo Pedrero estava preñada, y llegada a la ora del parto atravesosele la criatura en el cuerpo y estava, según natura, para fallesçer, y fue encomendada a esta santa, y pusieronle unos paños desta dicha santa y luego echó la criatura.
Capítulo 67
De cómo sanó un niño
Aquí vino Alonso del Ágila y truxo un su hijo, el qual venía con calenturas, y puesto al sepulcro, luego se enfrió y se le quitaron a gloria de Dios.
Capítulo 68
[Fol. 228v] De cómo una carta quemada, fue sana por su orationes
Una vez estava la bienaventurada María de Ajofrín escribiendo una carta para el cardenal de España Don Pedro de Mendoza, y ella la notava y otra hermana la escribía, la qual avía por nonbre Inés de San Nicolás. Y como ya la uviesen escrito y no tuviesen salvado pare le echar, llegáronla al fuego para la enjuagar, y tanto la llegaron que se quemó, en la manera que la avía de tornar a trasladar. Y sintiendo desto enojó la escribana por quanto era mui gran carta. Díxole esta santa mujer: «Ydos vos agora y no aiades turbation». Y tomó la carta y echola en un arca, y otro día fue la dicha escribana para trasladar la dicha carta, y al tiempo que la fueron a sacar halláronla sana.
Y en diez y seis de abril de 1490 años fue sacado de la sepultura en que estava el cuerpo desta santa mujer, a ruego de la Condesa de Fuensalida y el clavero de Calatrava y Don Alonso de Silva, y fueron hallados sus güesos parecer manar un licor a manera de aceite y dieron suaves olores, lo qual sintió el prior Fray Juan de Corrales y otros muchos religiosos y seglares. Y mandó el prior llamar al convento y tañer los órganos y las canpanas, y el dicho Don Alonso de Silva traxo una arca guarneçida de seda, por dentro y candelas para todos los frailes. Y mui honradamente con cruz, y cirios y ministros, los sacerdotes la llevaron con mucha alegría cantando te deum laudamus. Y fue pedida agua, y luego llovió después tan abundantemente que claramente paresció a todos que por sus méritos el Señor lo hazía. Y fueron remediados los panes, al qual sea gloria, amén.
[Fol. 229r] Esta santa mujer estuvo en la iglesia para la mostrar a los que venían treçe días, y fue después sepultada en la sepultura que edificó la dicha condesa a la mano derecha de la iglesia. Y Santos Fernández dexara hijo ollero estando a la muerte, y oleado fue prometido a esta santa virgen por Juana Martínez, la de Antón Sánchez, y alcançó salud. Y el dicho con su mujer vino a cunplir el voto, que fue esto martes a cinco de maio del dicho año; afirmose ansí ser verdad, estando presentes Antón Nejas y su hermano Martín de Cálix, y Fra Migel de Ocaña, y Fra Alonso de San Migel, y el dicho prior. Y el conde de Oropesa enbió aquí un su hijo y una su hija a visitar y a velar a esta santa mujer. Y dixeron los que venían con ellos que los susodichos hijos del conde avían estando mui enfermos y que la hija avía estado en el artículo de la muerte, y que más la tenían por muerta que por biba; y que la encomendaron sus padres a la dicha María de Ajofrín, y que avía tenido salud, amos a dos, los quales ofrecieron una imagen de platea y una palia y una cruz de oro broslada y tres imágines de cera, a veinte días del mes de novienbre del año de 95.
Y Pedro de San Pedro, vezino deToledo, truxo aquí un bragero de un niño, el qual estava quebrado, el qual avía sanado la hermana [25] maior Catalina de San Lorenço y dixo que, entre muchas virtudes que tenía esta santa virgen, era una la humilldad, que como estuviese con su regimiento [fol. 229v] los viernes que tiníen culpas, las hermanas venían a ella, la dicha María de Ajofrín, y le rogaba que la mandasen comer en tierra y pasasen sobre ella las hermanas.
Capítulo 69
Hablando de una carta que enbió el Cardenal a la dicha María de Ajofrín
«Devota y mui amada hermana, con vuestra carta y con lo que el padre prior de la Sisla me dijo, uve gran consolación Nuestro Señor Dios que os puso en tal estado, os deje acabar en su serviçio, y a mí de graçia que pueda hazer su voluntad y poner en obra lo que vos me aconsejáis. Y ansí os pido que lo demandéis a Nuestro Señor y a la Bienaventurada Madre suia, y en vuestras orationes me enconmiendo, y porque yo hablé al padre prior, no digo aquí más. Primero de enero. Cardenal».
Después de la muerte de María de Ajofrín, murió dicho cardenal, el qual estuvo enfermo muchos días, en los quales hizo por su ánima muchas obras pías, y mandó después de su muerte se hiziesen aquí, en Toledo. Y murió el padre en estos tienpos santamente. Y se cumplió lo que dixo María de Ajofrín en la revelatión quando le puso Nuestra Señora el niño en las manos sobre un paño de seda, y le dijo que vería gran mortandad en todos estos reinos. Y aquí se cunplió lo que dijo, que feriría el ángel a unos con açote y a otros con espada, y los otros con pena de fuego; a los que firió el ángel con azotes cunpliose: que se entiende de las hanbres [fol. 230r] que uvo en todos estos reinos; a los que fería el ángel con espada, cunpliose: que uvo en todos estos reinos mui gran mortandad; a los que firió el ángel con pena de fuego, cunpliose: porque vinieron muchas bubas sobre muchos honbres y mugeres, los quales no podían ser sanos por los físicos.
Fin de los mirragros que hizo la bienabenturada María de Ajofrín a honra y gloria de Dios Nuestro Señor, por quien se hacen todas las cosas
Traslado de una carta del cardenal Don Pedro González de Mendoza, Arçobispo de Toledo, para el prior de la Sisla sobre la visión que vio María de Ajofrín en el capítulo que habla quando vio a Nuestra Señora en la iglesia maior, lo qual está a diez hojas de este libro.
«Venerable padre y especial amigo, esta noche pasada, a las dos de medianoche, tomé letura que me dexastes, y nunca la partí de mis ojos hasta que capítulo por capítulo la leí toda. Que magis admiror, si cordi meo a desil ut niquit in his Revelationibus exercendis tardius duo dubitarum ultimum vidi fillud celesti nisi nimum nota vii confirmatur de tales testigos, varones y mugeres, a quien toda fe se deve dar; y a qualquiera dellos yo la daría aunque solo fuese, quánto más a todos juntos, excepto a la hermana maior que por tener el cargo que tiene [fol. 230v] está aprobada de suio. Y también conozco al prior que es hombre de bien y digno de fe. Y maravillome de tantas visiones yn spirítu y corpore, y principalmente me maravillo en mujer hallarse tanta dureza y no querer decir lo que tantas vezes sintió, maiormente siendo mandada por quien todo lo manda. Los quales señal de su gran humilldad, y del menospreçio que tenía de la gloria mundana. Allende desto, venerable prior, por mi parte para lo que me toca, dalde las gracias; y Dios, Nuestro Señor se las dé, y la pena que pasó le sea endoblada gloria, y siendo alguna cosa que io pueda hazer por su consolación, ofrécesela vos de mi parte mui enteramente y recomendadme a ella rogándole que me aia por encomendado, rogando a Nuestro Señor me deje acabar en su santo serviçio, y encomendalde ansimesmo ruege por el estado de la Santa Yglesia y destos reinos, reies y príncipe, y por la reina, Nuestra Señora, que es sostenimiento y justiçia y paz dellos, que les dé vida y esfuerço para llevar adelante los trabajos que pasan sobre ellos y conservarlos. El quaderno os enbío, el qual será secreto y ansí va atado que persona sino io no sea visto ni sabrá, ni se vos permite. Válete en Jhesucristo. Fecha: oi martes a çinco de dizienbre. Cardenal».
Hablado del testimonio que da el notario que se halló presente a ver la llaga del costado de la bienaventurada María de Ajofrín, el qual está signado y firmado de su nonbre.
[Fol. 231r] «Deçente y cosa conveniente es escrevir por memoria las buenas obras y vidas de las personas que nos precedieron, porque podamos por los buenos ejemplos de aquellos obrar siempre bien e nos esforçemos siempre a apartarnos del mal. Cosa cierta es que, si lo preçioso no fuese apartado de[l]lo, no falsa cuncupiscencia loca, no bastante deste temperar sería demergida por discurso mui ligero en un escuro hundimiento. Por tanto, yo, Garçía de Borlanja, capellán de la serenísima reina Doña Isabel, notario y arçobispal, afirmo y doi fe que en el año de la Natividad del Señor de 1484, a diezinueve de noviembre, casi seis horas después de mediodía, por ruego y instançia de Juan de Biezma, que entonces era rector de la casa de Doña Mari Garçía, entré en la dicha casa para que notase lo que viese, y ansí notado lo guardase. Después pasados algunos días, aunque no muchos, quise demostrar lo que avía visto al reverendo prior de la Sisla, Fray Juan de Corrales, considerando aquel dicho del eclesiástico en el cap. Xi, que provecho ai en el tesoro abscondido. Por el qual dicho por muchas vezes me mandó que aquello que avía visto se lo diese por escrito, más yo por entonces no pude satisfazer a su voluntad por muchas ocupaciones que tenía aunque, allende de lo tener escrito en el coraçón, lo tenía en mi protocolo hasta diez días de noviembre del año de nuestro Señor de 1496, y es que el dicho Juan de Biezma me metió en un palaçio de la dicha casa, en el qual estaban los reverendos Señores, Don Pedro de Préxamo, deán de Toledo, y don Diego de Vidaminaia, capellán maior en el coro de [fol. 231v] la santa iglesia de Toledo, y dos o tres religiosas de la dicha casa. Y vi una cama en aquel palaçio que estava una donzella que verdaderamente parecía bulto de ángel y tenía una llaga en el costado, donde Nuestro Redentor fue herido, tan grande como un real, y no tenía hinchazón y careçía de toda putrefaçión, y tenía un color mui fino ansí como grana Y después que todos lo vimos y uvimos mirado, a poco de rato habló aquella doncella estas palabras: “Dios, Nuestro Señor vos lo demande sino pusiéredes aquello en executión”. Y ansí espantado me aparté dende y me torné a salir, en fe de lo qual lo signé y firmé de mi nonbre, que fue hecho en Toledo, año mes y día».
Quibus supra graciamus aff notarial por terceras nonas augusti.
Per labor inprobus homnia vincit
Fray Bonifacio de Chinchón [27]
Per hec est que nesçivit torf in delicto [28]
Notas
[1] Frase latina de difícil lectura.
[2] Folio escrito por otra mano.
[3] Subrayado: ‹fallesció en la dicha cibdad, año del nacimiento del salvador de mil y cuatrocientos ochenta y nueve años, sábado, a diezsiete días del mes de julio›.
[4] Tachado: ‹aiuda›.
[5] Tachado: ‹mundo›.
[6] Tachado: ‹azotes›.
[7] Frase latina de difícil lectura.
[8] Tachado: ‹herexía›.
[9] Tachado todo el capítulo.
[10] Tachado: ‹en demás›.
[11] Repetición de: ‹truyga›.
[12] Tachado: ‹y esta›.
[13] Tachado: ‹cerrado alderredor›.
[14] Palabra no clara.
[15] Palabra no clara, seguramente ‹erupciones›.
[16] Repetición: ‹parecía›.
[17] Palabra no clara.
[18] Palabra no clara.
[19] Palabra no clara.
[20] Repetición: ‹estando›.
[21] Tachado: ‹De cómo le apareció la calavera›.
[22] Palabra no clara.
[23] Palabra no clara.
[24] Rúbrica.
[25] Tachado: ‹dicha›.
[26] Rúbrica.
[27] Mancha de tinta; frase latina de difícil lectura.
Vida manuscrita (2)
Ed. de Celia Redondo Blasco y Rebeca Sanmartín Bastida; fecha de edición: septiembre de 2017; fecha de modificación: septiembre de 2020.
Fuente
- Cruz, Juan de la. 1591. Historia de la Orden de S. Hierónimo, Doctor de la Yglesia, y de su fundaçión en los Reynos de España. Esc. &-II-19 fols. 258v-267v.
Contexto material del manuscrito de El Escorial, MS &-II-19
Criterios de edición
Dado que se trata de una copia manuscrita de la segunda mitad del siglo XVI que bebe de fuentes más primitivas, los criterios de edición son conservadores. Se mantienen los grupos cultos, que podrían mostrar el uso eclesiástico o de las fuentes consultadas:
- s líquida en spirituales
- formas cultas como –mpt- en Redemptor, -th- en tesoro, -ct- en sancta
- consonantes geminadas, ll, ff
Se respetan las oscilaciones y variantes de las sibilantes.
Se mantiene la oscilación i/y y v/b y se regularizan las alternancias gráficas sin valor fonético: i/j, u/v.
Se conserva dello, desto, pero se separa mediante apóstrofe cuando la forma aglutinada incluye el pronombre personal masculino singular: d’él.
La puntuación y la capitalización han sido modernizadas, si bien se mantiene el uso del paréntesis para indicar observaciones digresivas según el original.
Vida de María de Ajofrín
Capítulo undécimo
[fol. 258v] De la vida sancta y maravillosa de María de Ajofrín, religiosa en el Monasterio de Sant Pablo de Toledo
La hystoria desta bienaventurada María de Ajofrín se halla escripta en algunas partes, tomado de lo que fray Joan de Corrales, prior del Monasterio de la Sisla de Toledo, recogió, vió, tractó y entendió de personas de autoridad y credo, [fol. 259r] que por ser tantas y tan largas las maravillas que se hallan, y milagros que Nuestro Señor obró por esta su sierva, los que las han puesto antes de agora en hystoria han procurado abreviarlas, tomando lo más essençial y verdadero. Y ansí se hará aquí, aunque la manera de la scriptura de los unos no parezca conformar en el dezir y hablar con la de los otros, que no será de inconveniente trocar los lugares y dezirlo por otros términos, no saliendo de la verdad que ello tiene y se le debe dar.
Fue natural María de Ajofrín de un lugar çerca de la çiudad de Toledo que se llamava Ajofrín, hija de padres onrrados, temerosos y siervos de Dios que se llamaban Pedro Martín y Mariana Garçía, ricos y prosperados de bienes temporales. Desde su niñez se le vio grandíssima inclinaçión a las cosas del serviçio de Dios y una prudençia y agudeza de spíritu que ponía admiraçión. Muchos la miravan y muchos la querían y amavan por sus inclinaçiones tan virtuosas y endereçadas al Çielo, y la demandavan y pedían a sus padres en casamiento, y la sancta donzella, que lo entendía, resistía con ánimo varonil a todos los que hablavan en esta materia, porque en ninguna cosa sentía gusto sino en oýr cosas graves y spirituales. En estos pensamientos se ocupava mucho, y con ellos renovava mill deseos, mill propósitos de juntarse con Dios y mejorarse cada día más en su amor y serviçio. Para excusar la inquietud que para esto le causavan las pláticas de los casamientos, sin consejo ni pareçer humano (aun siendo pequeña) hizo voto de guardar su limpieza y entrar en religión, de lo qual tuvieron gran sentimiento sus padres (que es offiçio de la carne y sangre por el apartamiento de los hijos que en vida se entregan a la muerte de la religión), mas como la vieron con tanta entereza en este propósito, que no la podían apartar d’él padres, ni hermanos, ni parientes, ni halagos y regalos con grande desgraçia y aborreçimiento de todos, la llevó su padre a la çiudad de Toledo, por importunaçión [fol. 259v] suya, siendo ya de quinze años.
Entraron en la iglesia mayor, sin saber dónde yr otra parte, y por orden del spíritu sancto, tuvieron allí noticia del monasterio de las beatas de la Orden de Sant Hierónymo que se dize de Sant Pablo, que, aunque no tenían estrecho ençerramiento de monjas religiosas, tenían la de mucha observançia y guarda de religión. Inspirada la sancta donzella que aquella era su vocaçión y lo que buscava para su deseo de servir a Nuestro Señor, fuesse luego al monasterio, y las religiosas d’él la reçibieron con grande alegría y voluntad, admitiéndola a su compañía y al hábito. Puesta en este estado tan deseado y pedido a Nuestro Señor, todo su cuydado, deleite y regalo ponía en ocuparse en los exerçiçios sanctos y en la oraçión y meditación, derramando multitud de lágrimas de los ojos, con grandes sospiros y gemidos, tiniéndose por la más vil peccadora y indigna de todas las mugeres. Quien labra una gran casa o torre abre los çimientos conforme a la grandeza del edifiçio, y sin ellos no se haze nada, y ansí es menester sacarlos para la perfectión de la vida christiana, que es la mayor y más alta fábrica de quantas acá se entienden. Esto hace la humildad, y desta gran virtud hazía provissión María de Ajofrín, de manera que, en su reputaçión y estima, no hallava en el monasterio persona más baja ni menos ser ni más nada que ella, y lo mostrava en su persona, vestido y pensamiento, y en los exerçicios humildes y bajos y en los demás exerciçios que havía desta manera en el monasterio. Lo que en su alma hazía grande impressión eran las palabras divinas, donde quiera y como quiera que las oyese, y todo era muestra que quanto tratava y pensava era cómo más amar a Dios y sentir de sí misma ser nada, y estimar y preçiar a todos mucho y amarlos en Dios y por Dios.
Pasados más de diez años de su recogimiento en el monasterio, quiso hazer una confessión general de toda la vida pasada, y tomó tan de veras y con tantas lágrimas de congoja y afflictión quererse asegurar si avía hecho lo que devía en aquella preparación para que Nuestro Señor le perdonase sus peccados que, [fol. 260r] entrando el día de su confessión en el confessionario, se derribó en el suelo delante de una ymagen de Nuestra Señora, que estava allí con su hijo benditissímo en los braços, al qual pedía por su intercessión de su santíssima madre le declarase si quedaría con seguridad de la vida pasada con aquella confessión y se le perdonarían todos sus peccados. Súbitamente, estando en esta oraçión con mucha ternura y lágrimas, vio una gran claridad que çercava la imagen, y que el sacratíssimo niño levantava la mano a la manera que el sacerdote la pone quando absuelve. Espantada de ver esta maravilla, y muy turbada en su spíritu, se puso a hazer confessión lo mejor que pudo, y, acabada, volvió a hazer oraçión a la imagen, y vió la misma claridad y la mano del niño alçada, con que quedó bien esforçada en el fervor y amor de Dios y guardó el secreto de la visión, que no lo descubrió sino a solo el prior fray Joan de Corrales, çertificándole que desde aquella hora le quedó tan gran movimiento en el coraçón que, de los golpes que sentía que le dava, a tiempos le pareçía que se le quería salir del cuerpo.
Muchos regalos tuvo de aý adelante de Nuestro Señor, y no muchos días después, quedándose una noche sola en el coro orando por el estado de la Yglesia, vio que de la custodia donde está reservado el sanctíssimo sacramento salía grandíssimo resplandor, que duró por el spaçio de una hora, mientras ella estava con fervor en la oraçión, y, acabada, no apareçió más aquella celestial claridad.
Estos son los regalos que Dios haze a los que de veras le buscan con amor divino que les sale del alma, y les manifiesta cosas maravillosas de su gloria, certificándoles con ellas quán agradables le son sus intercessiones y oraçiones y quán poderosos para alcançar quanto se pide y desea, que son dardos o saetas, como los doctores las llaman.
Haviendo de reçibir el día de la Resurrectión el santíssimo sacramento, hizo tanta preparaçión el sábado sancto antes que en toda la noche no durmió ni descansó, velando, orando y llorando, y por toda la casa buscava los rincones para hallarlos como los hallaba buenos para su oración, demandando limpieza a Nuestro Señor para llegarse a recebir [fol. 260v] tan gran bien y thesoro inestimable del alma. Venida la hora de la comunión, llegó con las otras hermanas a comulgar y reçibió el sanctíssimo sacramento [1]; causole tanta devoçión, contento y alegría este admirable y divino sacramento [2] que luego se elevó, y quedó como absorta y muerta, y por quinze días continuos con las noches no durmió, pasando todo este tiempo en llorar y orar. Quedole desde este día que cada vez que se llegava a recebir el santíssimo sacramento se quedava elevada y enagenada de los sentidos exteriores, y con un [3] grande dulçor maravilloso en el coraçón, en la garganta y en la boca que le durava por quarenta días.
Aunque todo su quydado era encubrirse, que no lo supiessen ni entendiesen las hermanas, era trabajo escusado querer cubrir el sol quando está más claro en medio del día, y así lo veýan y entendían todas, y que todo el resto de la noche velava, oraba y llorava, si no era algún pequeño espaçio que tomava para repararse el sueño. Al mismo prior manifestó estas maravillas del santíssimo sacramento, y que los días que sentía el divino y celestial dulçor los pudiera pasar sin comer ni tomar cosa alguna de mandamiento, si no fuera por huyr de la singularidad y juizios que suelen tener los hombres.
Capítulo duodécimo
De otras cosas maravillosas que acaescieron a esta sierva de Dios y la manifestación de la llaga en el costado
Creçía tanto esta sancta donzella en el amor de Dios, verdadero esposo suyo, que cada día le comunicava grandes dones y hazía muchos favores y mercedes, y entre otras conoçió por spíritu lo que en una fiesta de Todos los Santos le había de succeder después que huviese reçebido el santíssimo sacramento y previsto [fol. 261r] que se pusiese cuydado en llevarla luego a una parte secreta y escondida (pero nunca tan escondida y secreta que no viniessen a descubrirla, porque muchas vezes el Çielo tenía este cuydado de mostrarla con luz visible), rogando a la madre del monasterio que diesse cargo a quien la llevase antes que se arrobase y transportasse reçibiendo el santíssimo sacramento. No fue menester esta diligençia porque fueron tantos los lloros y gemidos de los grandes dolores que sintió en el coraçón en reçibiendo el santísssimo sacramento y antes que se traspusiesse, que no pudo excusar que no se entendiesse con quánta fuerça se hazía a pasar aquellos dolores y tormentos. Aquí se enagenó como solía y le fueron descubiertos algunos secretos de descuydos de personas particulares que ella procuró se emendasen con avisos y amonestaçiones que hizo a quien tocava, como negoçio que era de Dios, que es el que sabe, penetra y conoçe los coraçones.
Tenía ya esta sancta muger tanta privança con Nuestro Señor, y era tan ençendida su charidad y amor en servirle con perseverançia, que le fue parte para declararse en su favor más particularmente su Magestad Divina con asombro de todos y en don y señal de su passión y llaga en el costado, que a pocos se a concedido. Hallose un día en el costado una abertura que cupiera por ella el dedo pulgar de un hombre, que le causó grandes dolores por veinte días con la llaga abierta, de la qual los viernes corría más sangre que los otros días (aunque en todos corría alguna) y nunca pareçió en ella materia ni se applicó mediçina ninguna mas de paños limpios, quitando unos y puniendo otros, y éstos quedavan tan roxos como un carmesí, que mostravan bien quán viva sangre era la que salía y sin corrompimiento alguno.
Con los grandes dolores que la sancta donzella padeçía, le faltavan las fuerças para llevar tanto trabajo y no cessava de pedir a Nuestro Señor su ayuda y favor en ello, y divinalmente le fue revelado que aquella maravilla la descubriese a la priora del monasterio y a otra religiosa que se dezía Theresa, a las quales, quando vieron la llaga y los paños vañados en [fol. 261v] sangre les causó admiraçión, y ellas lo dixeron al confessor de la casa, que estuvo bien incrédulo y duro en creerlo. Y quisieralo deshacer dando a entender que era imaginaçión y engaño de mugeres, mas quando lo vio con los ojos quedó espantado y maravillado, y no fue en su mano dejarlo en secreto, sino dezirlo y revelarlo a personas principales, como fueron don Pedro Préxano, deán de Toledo, y a Diego de Villaminaya, capellán mayor del coro de la santa yglesia, que dieron dello fee y testimonio habiéndolo visto.
Entraron, pues, estos dos eclesiásticos en el monasterio, y el confesor de las religiosas, Juan de Viezma, llevó a Graçián de Berlanga, capellán de la Reyna Doña Ysabel y capellán apostólico y de la audiençia Arçobispal, y todos juntos, con la priora y religiosa Theresa, vieron la llaga y la tocaron, y el capellán mayor tomó un paño vañado en sangre y, mirándole todos con cuidado, les pareçió que la llaga de donde salía era causada divinalmente y no con occasión de arte humana.
El notario escribió el testimonio que aquí va ynserto, sacado letra por letra del original, que yo he visto en el archivo del Monasterio de la Sisla de Toledo, firmado y sellado del mismo notario, que es el que se sigue:
“Deçente e cosa convenible es escribir por memoria las buenas obras e vidas de las personas que nos preçedieron, por que podamos por los buenos exemplos de aquellos obrar siempre bien e nos esforçemos apartar siempre del mal. Cosa çierta es que, si lo preçioso no fuesse apartado de lo no tal, la concupisçiençia loca non bastante desetemperar, sería demergida por curso muy ligero en un escuro tragamiento. Por tanto, yo Graçián de Berlanga, capellán de la sereníssima reyna Doña Ysabel, nuestra señora, notario apostólico e arçobispal, affirmo y doy fee que en el año de la Natividad de Nuestro Redemptor e Salvador Jesuchristo de mill e quatroçientos e ochenta y quatro, diez y nuebe de noviembre, quasi seis horas después de mediodía, por ruego e a instançia de Juan de Biezma, que entonçes era rector de la casa de Doña Mari Garçía, entré en la dicha casa para que notasse lo que viese, e así notado lo guardase. Después, pasados algunos días (aunque non muchos), quise demostrar lo que avía visto [fol. 262r] al reverendo padre prior de la Sisla fray Juan de Corrales, considerando aquel dicho eclesiástico en el capítulo quarenta y uno: que provecho ay en el thesoro escondido, etc., el qual dicho señor muchas bezes me mandó que aquello que avía visto que ge lo diesse por scripto, mas yo por entonçes no pude satisfaçer a su voluntad por muchos negocios que me çercavan, ca ello non me davan lugar, aunque allende de lo tener scripto en el coraçón lo tenía en mi protocolo, fasta diez días de noviembre del año del Señor de mill e quatroçientos e ochenta y seis, y es que el dicho Joan de Biezma me metió en un palaçio de la dicha casa, en el qual estavan los reverendos señores don Pedro de Préxano, deán de Toledo, e don Diego de Villaminaya, capellán mayor del coro de la sancta iglesia de Toledo, e dos o tres religiosas de la dicha casa. E viendo en una cama que en aquel palaçio estava una donzella, que verdaderamente pareçia bulto de ángel, y tenía una llaga en el costado donde Nuestro Redemptor Jesuchristo fue ferido, tan grande como un real, e non tenía finchazón y careçía de toda putrefaçión, tenía un color muy fino, ansí como grana, e después que todos lo uvimos mirado, a poco de rato fabló aquella donzella estas palabras: ‘Dios Nuestro Señor vos lo demande si no pusiéredes aquello en execuçión’. Y ansí espantado me aparté dende y me torné a salir, en fee de lo qual lo firme y signé de mi nombre, que fue hecho en Toledo, año, mes, día, quibus supra. Graçianus notarius apostólicus”.
Padeçía la sierva de Dios grandes dolores de la llaga, y no solo la atormentava esto sino el mostrarla, estando en la cama cubierto su cuerpo, rostro y manos honestíssimamente, y sólo se veýa la llaga por una sábana abierta a la parte del lado. Pasados los veinte días se le çerró la llaga sin benefiçio ni mediçina alguna corporal, y quedó la señal de la abertura con algún dolor en aquel proprio lugar, y como tenía impresso en su coraçón [fol, 262v] el nombre dulçíssimo de Jesús, y no se le caýa de la boca, favoreçíasse mucho d’él en estos trabajos, y regalábase en estremo con él, mas mucho más la regalaba su Magestad Divina con tan estremados dones y benefiçios de las llagas de su passión, que no la quiso decorar con sola la del costado, sino que, levantándose con la mucha flaqueza que tenía para ponerse en el suelo de rodillas o ençima de la cama, por devoçión de adorar un crucifixo al tiempo que oyó la rueda de las campanillas de la yglesia quando alçavan el santíssimo sacramento en una missa, sintió tan gran dolor en los pies y en las manos que le pareçía que en aquellos lugares le ponían rezios y gruesos clavos.
Como estuviese en esta pena y en la consideraçión de aquellos altíssimos misterios, pareçiole que le traspasaban la mano yzquierda, y fue el dolor tan vehemente que se puso el dedo pulgar de la mano derecha en la palma de la yzquierda, y apretando con el gran dolor que sentía rebentó la sangre, de que ella quedó bien admirada. Procuró encubrirlo con estremado gozo de regalo tan singular de Dios, y traýa la mano cubierta con un lienço sin poner otra medicina, y durole quarenta días, y después de pasados que sanó le quedó señal en la mano izquierda, que fue la que rompió en sangre. Y porque sucessivamente sintiesse en su cuerpo las insignias y dolores de la passión de Nuestro Señor Jesuchristo, sin los tormentos que de ordinario tenía en la cabeça, sintió en ella súbitamente un nuebo y gravíssimo dolor, que le pareçía que le ponían una guirnalda o corona que le çercava la cabeça alrededor y le entraban por ella puntas de clabos con tormento suyo exçesivo, cayéndole gotas de sangre. Aplicábanle diversas medicinas, y ninguna le era de provecho ni era razón que lo fuese, ni que las llagas hechas por la mano del Señor se curasen con la industria humana, y quando su Magestad fue servido y tuvo por bien, le alçó los dolores a su sierva y quedó con entera sanidad de las llagas de la cabeça y costado.
Capítulo décimo tercio
[Fol. 263r] De muchas mercedes y fabores que alcançó de Nuestro Señor esta su sierva
Christo Nuestro Señor tiene prometido en su evangelio que se nos hará merced de todo quanto pidiéremos orando, con que esto sea pidiéndolo en su nombre al Padre. A esta sancta le acaesçió así muchas vezes quando se hazía como deseaba, porque lo que pedía en sus oraçiones yva en camino al serviçio que se debe a Dios y a la manifestaçión de su grandeza y gloria (y esto era pedir en nombre de Jesuchristo). Sería cosa muy larga dezir todo lo que a este propósito se halla en lo que el prior de la Sisla escrivió, vio, y entendió desta sierva de Dios, y lo que en sus oraçiones, ruegos y interçessiones alcançó de Nuestro Señor a muchos, para provecho y remedio de sus almas y salud de los cuerpos: alguna parte se dize en la crónica que escribió Pedro de la Vega, y por aquello se podían entender las grandes maravillas que Dios obró con ella y las que de él alcançó, y las muchas y grandes revelaciones que tuvo de cosas particulares y el bien que se siguió dellas. Mucho engrandeçe Nuestro Señor a los justos, y está tan atento a las oraçiones y peticiones que muestra lo mucho que pueden con él y quán grandes effectos hacen, como se vio en las de su esposa María de Ajofrín, que no le salieron en vano. Eran tan fervorosas y vehementes que se arrebatava y quedaba sin sentido, como muerta, por grande espaçio, y algunas vezes le acaesçía esto estando presente el prior que escrivió su vida, y una vez le dixo al prior la hermana maior o priora que le mandase por obediençia que despertase y vería la fuerça y virtud que tiene el precepto de la sancta obediençia en tiempos semejantes. El prior siguió el pareçer de la priora, y fue cosa maravillosa que, mandándola con precepto despertar, volvió luego a su sentido y mostró sentimiento grande como que la uviesen quitado de su contento y regalo.
[Fol. 263v] De grandes effectos eran las oraciones desta sancta virgen, y ellas eran las armas con que se valía y en ellas buscava el remedio en todas las cosas. Una vez se vio muy affligida por la grande hambre que havía en la ciudad a causa de las muchas aguas y mucha creciente del río, que no dava lugar a las moliendas. Çinco días antes de la solemníssima fiesta de la Natividad de Nuestro Redemptor, no durmió en toda una noche entera, y viendo que la hazía clara y serena, se subió a un terrado donde veýa el río, y haziendo sobre él la señal de la cruz y bendiçiéndole, se bajó luego a un secreto oratorio y derribó en el suelo a orar, puestos los brazos en cruz. Detuvose grande espaçio en esta manera de oraçión y penitencia, supplicando a la sacratíssima Virgen María, Nuestra Señora (en quien tenía singular devoçión y la tenía por particularíssima señora y abogada) pusiesse su intercesión y pidiesse a su hijo benditíssimo que no mirase a los peccados de aquel pueblo, sino a su misericordia, y súbitamente vio en el oratorio un gran resplandor, apareçiéndole la madre de Dios que le dixo: “Las aguas que en tantos días as visto avían de caer en muy pocos; y la mayor parte en esta çiudad por los pecados que en ella se cometen, mas por tu interçessión y supplicaçión mía, ha alçado Nuestro Señor la mano de su yra”. A todo esto, estava la sierva de Dios María de Ajofrín atenta, los ojos abiertos y las manos alçadas, viendo a la Sacratíssima Virgen María y oyendo sus palabras divinas y regaladas, hasta que se desapareçió, y en ese punto cayó en el suelo la bendita donzella y estuvo algunas horas sin sentido. Quando bolvió en sí, se levantó con un maravilloso esfuerço del cuerpo y del alma, y ninguna de las hermanas entendió este acaesçimiento, ni le descubrió sino al prior de la Sisla.
El deán de la santa yglesia de Toledo, que vio la llaga en el costado, con la fe y confiança que tenía en las oraçiones desta bienaventurada, le pidió hiziese oraçión por la paz de çientos de personas discordes de la corte, y la sierva de Dios se subió al mismo terrado una mañana antes del día, en las octavas de la Resurrectión el año mill y quatrocientos y ochenta y quatro, y mirando [fol. 264r] el çielo y suplicando a Nuestro Señor por la paz de aquellos cavalleros cortesanos vio un gran resplandor en el lugar donde naçía el sol, y estúvole mirando hasta que fue hora que saliese el sol, y mirávale sin ningún impedimento tiniendo los ojos fixos en él. Vio ansimesmo el sol que tenía una abertura y ventana, que pareçía más adentro el çielo y salían d’él mayores rayos de claridad y una cruz de oro resplandeçiente, y vio uno en el ayre muy lexos de sí (que le pareçía como la luna) que peleava con otro, y pasado algún espaçio bolviéronse las espaldas el uno al otro. Esta vissión vio hasta aquí, y no pasó delante porque subió al terrado a aquella hora una de las hermanas religiosas, mas puédese creer que por su oraçión se allanó aquella discordia de los cavalleros cortesanos, pues al cabo se hizieron las pazes.
Estando, otra vez, el día del triumpho de la cruz cerca del alva rezando y mirando al çielo y pensando en las grandezas d’él, vio unas llamas, de aý a una hora abierto el çielo, y que por allí salía el sol y se conoçían todas las hermosuras del Çielo. Y luego, otro día, a la hora de terçia, estando en una ventana rezando en un libro, vio cerca de sí un rostro como el de la luna, con muy gran resplandor, y dentro d’el como dos formas de hombres que peleaban el uno contra el otro, y que caýa mucha gente muerta. Dize el prior, que escrivió su historia, que este día prendieron los moros al Conde de Çifuentes.
Una noche de la Natividad de Nuestro Redemptor anduvo con grande consideraçión, atençión y cuydado de saber el tiempo y hora de la medianoche quando Jesuchristo, Nuestro Señor, naçió. Tuvo gran confiança de recebir aquel regalo y merced y púsose a orar delante del altar de Nuestra Señora, que estava muy adereçada y compuesta sobre él su ymagen y una cuna con un niño pequeño adornado con algunas riquezas, y estando en este su deseo, con lágrimas y gemidos vio con los ojos corporales baxar sobre el altar gran resplandor y a Nuestro Señor en figura de niño que naçía de la Virgen María, y cómo le adoraron los ángeles y pastores, y desde algún espaçio llegaron los tres Reyes con tres soles de gran resplandor delante, que, llegando al altar todos tres, [fol. 264v], pareçieron uno. Pareçiole que esta vissión se detuvo desde las doze hasta las tres, y a esta hora començó la primera missa el capellán mayor de la yglesia y vio, quando salía vestido, que sobre el altar estavan dos antorchas de fuego con gran resplandor, y que los Reyes llegavan a donde ella estava, y no se impedían ninguna cosa para ver los misterios de la missa.
Vio también que cubrieron al sacerdote gran multitud de ángeles, al tiempo que dezía los sanctus, y que quando alçava el santíssimo sacramento le ayudavan a sustentar los braços, y quando llegó el pater noster esta sierva de Dios cayó en el suelo por no poder ya sufrir estar de rodillas, y estuvo de aquella manera hasta las doze del día, gozando de aquellos misterios divinos.
La santa María de Ajofrín (como la voluntad agena era la suya) declaró al prior de la Sisla todas estas particularidades por tenérselo mandado por obediençia, y esta la forçava y compelía a manifestar lo que ella no quisiera. Son tantos los secretos celestiales que se hallan que le fueron mostrados que sería cosa prolixo ponerlos todos, pues querer hablar en su trato, conversaçión, charidad y menospreçio sería lo mismo. Ella era humildíssima, que en el vestido y trato de su persona lo mostrava bien, y se conoçía en las obediençias y en todas las otras occupaciones y exerciçios humildes, y entre todas era la que con mayor llaneza se mostrava humilde, sirviendo y obedeciendo. Si acaso en el monasterio havía entre ellas differencias (que entre las religiosas ordinariamente son todas niñerías y cosas de poco momento), María de Ajofrín era la que las concordava, porque de aquellas cosas pocas no viniessen a mayores pesadumbres y se abrasase un monte con una çentella.
Buenas prendas tiene de ser hija de Dios la que tiene el alma tan pacífica como esto, que como el mismo Dios dize en el evangelio, naçe todo esto de la charidad, reyna y señora de todas las virtudes. Esta sancta la tenía bien raygada en su coraçón y aposentada con mucha riqueza de adereços de adorno y serviçio, como a madre de todas las otras sanctas virtudes.
Capítulo décimo quarto
[Fol. 265r] De algunas cosas que tuvo spíritu de prophezía María de Ajofrín, y de su bienaventurada muerte
Entre otros muchos dones que del Çielo tuvo esta sancta virgen, fue uno el spíritu de prophezía y de hazer milagros, que aunque ni lo uno ni lo otro son señales çiertas de tener a Dios en el alma como esposo y como amigo, pero a quien lo es (y tan de veras le amare como esta sancta le amava) suélense hazer muy de ordinario estos favores y merçedes. Començávase a poner y plantar en la ciudad de Toledo la Sancta Inquisición en aquellos días, y esta bienaventurada muger dixo al prior de la Sisla algunos secretos tocantes al Santo Officio de que se maravilló mucho, y como le preguntase que cómo savía aquello, que se le hazía grave y difficultoso creerlo, respondiole que Nuestro Señor le avía aparecido atado a la columna muy llagado y açotado y le dixo que aquello le causavan cada día los herejes, que lo dixese al prior de la Sisla, que es uno de los que entienden en la Inquisiçión, y pusiesen remedio en ello. El prior le dio crédito y lo comunicó con el deán de la sancta yglesia de Toledo, y en presencia de los dos lo bolvió la sancta donzella a dezir, y añadió otras muchas cosas que eran tocantes al Santo Offiçio, amonestándoles de parte de Dios que proveyesen en lo que era su serviçio y dearraygasen las heregías.
Otra vez vio en spíritu que llevavan de la yglesia mayor el sanctíssimo sacramento con gran solemnidad para darle a un enfermo herege, y divinalmente le fue mandado que diesse luego aviso a los clérigos que se bolviessen, y ansí lo hizo con toda diligençia. El ángel que le mandó esto le dixo después, para certificar la visión, que en aquel día vería en la missa distilar gotas de sangre de la hostia consagrada, y así acaesçió, que con los ojos claros y abiertos vio en las manos del saçerdote la hostia consagrada llena de sangre [fol. 265v] al tiempo que la alçó al pueblo para que la viesse y adorasse.
Dos moços livianos tractavan de hazer algún desconçierto en el monasterio, y por spíritu del Çielo lo entendió la sierva de Dios y embió a llamar al prior de la Sisla, y díxole que pusiese con tiempo remedio en el desconçierto que tratavan aquellos moços desasosegados, y el prior lo hizo, y halló ser verdad todo lo que la sierva de Dios le havía dicho.
Reçebía gran pesadumbre esta religiosa quando se offreçía salir a hablar con personas de fuera de la casa (aunque fuessen religiosos), y quando la importunaban y no se podía excusar abreviava las pláticas y las palabras con todos, personas graves y de auctoridad, y que no lo fuessen. Un religioso deseava mucho hablar con ella por solo oýa de su virtud y sanctidad, y anduvo en esto muchos días y tiempo sin poderlo alcançar, y la sierva de Dios, que ya lo sabía, le dio un día audiencia y le dixo en las primeras palabras: “Bien sabía que ha días que me queríades hablar y la causa también, y que tal día començastes tal escriptura y no la acabastes con quanta priessa os distes hasta la noche, quando tuvistes más lugar”. El religioso, espantado de las verdades que le dezía, pidiole encaraçidamente le dixese cómo lo sabía. Díxole que lo vio en spiritu, y más le dixo, que avisase a otros religiosos que él conocía que mirase en el desasosiego que traýa en su conçiençia, y que si avía hecho alguna offensa pidiese perdón de ella porque de otra manera ni saldría del trabajo ni satisfaría a Dios ni a los próximos.
No fueron estas solas la que por spíritu de prophezía entendió y manifestó María de Ajofrín, sino otras muchas, las que por sus oraçiones hizo Nuestro Señor cosas maravillosas. Sanó a la madre priora de una grave enfermedad, y a su misma madre sanó y libró de otra por sus sanctas oraçiones, y a un hermano libró también de la cárcel, puniendo en todo por intercesora a la Sacratíssima Virgen María, Nuestra Señora, a quien ella acudía con gran confiança. Sería la hystoria desta sierva de Dios muy larga si en particular nos detuviésemos [fol. 266r] a decir todas las cosas que se hallan de sus maravillas, revelaçiones y milagros, que apenas comulgó vez que no fuesse alçada y arrabatada en spíritu y viesse y entendiesse grandes secretos.
Llegole la hora de la muerte (bien deseada por ella) y enfermó el año mill y quatroçientos ochenta y nueve, aviendo pestilençia en la çiudad de Toledo, y a los diez y ocho días del mes de julio, que fue sábbado, murió muy sanctamente a las tres horas de la medianoche, habiendo reçebido los divinos sacramentos con grandíssima devoçión. El mismo día, a la hora de las vísperas, la enterraron en el capítulo de la Sisla de Toledo, adonde en aquellos días se enterravan las religiosas de Sant Pablo. Sintiose en su muerte un olor suavíssimo y çelestial, como lo testificaron todas las hermanas religiosas que se hallaron presentes. Hizo Dios por ella algunos milagros, y entre otros fue que en el mes de septiembre siguiente del mismo año, estando muy enfermo (y aun dada la extrema unctión) Don Alonso, hijo de la condesa de Paredes y canónigo de la sancta yglesia de Toledo, se encomendó a la bienaventurada María de Ajofrín, y trayéndole una de las almohadas que tenía en la cama al tiempo que murió, se sintió (en puniéndosela sobre sí) con grande mejoría y fuera de peligro. No fue desagradeçido el canónigo Don Alonso a este beneficio, que, en levantándose de la enfermedad, fue a la Sisla de Toledo a visitar la sepultura desta sierva de Dios, y le offreçió de sus dones, y estuvo allí nueve días continuos en hazimiento de graçias.
En el mismo mes y año fueron a la Sisla de Toledo un hombre que se dezía Joan de Pastrana y su muger con un niño tullido, que, después de aver gastado en su cura con médicos y en medicinas la hazienda que tenían, no se veýa en él mejoría alguna. Encomendaron los padres con mucha devoçión a esta virgen la salud de su hijo velando una noche su sepultura, y el niño tuvo entera salud, y hizieron los padres graçias a Nuestro Señor por este benefiçio que les vino por la intercesión de aquella su sierva. En este mismo tiempo [fol. 266v] Joana de Sant Miguel, beata de la tercera regla de Sant Françisco que vivía en la çiudad de Toledo, tenía un çaratán en la teta, y como en çinco años no sentía mejoría con quantos beneficios le avían hecho los médicos y çirujanos y le aconsejaban que les dejase cauterizarla y cortarla quando no ubiese otro mejor remedio, ella, temiendo el tormento y peligro que le podría succeder, acordó de irse a la Sisla de Toledo y visitar la sepultura de María de Ajofrín, creyendo que por su intercessión alcançaría la salud que deseava. En entrando en el capítulo donde estava la sepultura, sintió un olor çelestial, y luego se derribó sobre ella con muchas lágrimas y devoçión, rogando le quisiese alcançar de Nuestro Señor se sirviese darle salud de aquella tan penosa enfermedad que padecía. No pasó mucho tiempo quando fue oýda y sintió cumplida sanidad.
Otro canónigo de la sancta yglesia de Toledo estava muy enfermo y casi para morir, y mientras más benefíçios le hazían los médicos se hallava peor; encomendose con mucha devoçión a la sancta María de Ajofrín, y mandó yr a visitar su sepultura en su nombre, y que le traxesen un poco de la tierra della. Traýda, se la puso al cuello, y aquella noche, estando durmiendo, le appareçió la sierva de Dios, y quando despertó se halló sano. A la mañana le daban una purga, que estava ordenada de médicos, y él dixo que no la avía ya menester, sino que le diessen de comer, que estava sano y bueno. En levantándose, fue a la Sisla a visitar el sepulcro desta virgen y a hazer gracias a Nuestro Señor, y offrecer sus offrendas.
En el año de mill y quatro çientos y noventa Francisco Díaz, vezino de Xaraiz, estava bien al cabo de la vida y reçebido el sacramento de la extrema unctión, de que tenía mucha pena un clérigo tío suyo, y acordándose que avía oýdo los milagros que hazía la sancta María de Ajofrín, luego le encomendó con mucha fee y devotión la salud del enfermo su sobrino, prometiendo que si la tuviesse lo llevaría a visitar su sepultura. El enfermo tuvo luego salud, y los dos, tío y sobrino, fueron a la Sisla de Toledo a hazer graçias a Nuestro Señor y a esta sancta por su intercesión, y el clérigo escrivió por su mano este [fol. 267r] milagro en el mismo Monasterio de la Sisla el año de mill y quatro çientos y noventa y uno, a siete días del mes de mayo, certificando ser verdadero y que como lo dezía avía succedido.
Otros muchos milagros hizo Nuestro Señor por mereçimientos desta su sierva con personas que visitavan su sepulcro o se encomendavan a ella en diversas partes, por lo qual se acordó que su cuerpo fuesse trasladado del capítulo a la yglesia del monasterio, a un sepulcro que le hizo una señora devota y prinçipal que era Condesa de Fuensalida. Hízose la traslaçión el año de mill y quatroçientos y noventa y çinco, en veinte y çinco días de abril, hallándose presentes, con el prior del monasterio fray Juan de Morales y los religiosos, el clavero de Alcántara y Don Alonso de Silva con otras personas, donde luego que abrieron la sepultura sintieron todos tanta suavidad de olor que salía de la huessa como si se abriera una arca llena de todas las flores olorosas que naturaleza produze, y sus huessos pareçía que estavan vañados en un liquor a manera de óleo.
Mandó el prior que la translaçión se hiziese con la mayor solemnidad que pudiesen, y se tañesen los órganos y las campanas y fuesen todos con velas ençendidas en las manos y en una processión bien conçertada y ordenada.
Levantaron el cuerpo, que estava en una arca aforrada en seda que dio Don Alonso de Silva, y llegaron con él a la capilla mayor de la yglesia, donde, después de haver dicho allí algunas oraciones, le dexaron a un lado del altar mayor, descubierto por espaçio de treze días. En este tiempo pidieron a Nuestro Señor muchas veces que se sirviese embiar agua a la tierra por intercessión de su sierva, que havía gran necessidad. Y llovió en grande abundançia con que se remediaron los temporales que estavan a punto de perderse, y todos entendieron que les avía Dios hecho esta misericordia por honrrar aquella bendita sierva suya. Pasados los treze días, pusieron el cuerpo en el sepulcro [fol. 267v] nuebo que para esto se avía aparejado, baxo del altar colateral de Nuestro Padre Sant Hierónymo, que está a la mano derecha del altar maior, y dentro de la rexa, y allí es visitado y honrrado de muchos, y fue premio mereçido a su humildad, porque, como dio testimonio Chatalina de Sant Lorençio, priora y hermana maior del monasterio de San Pablo, era esta bienaventurada María de Ajofrín de tanta humildad y menospreçio de sí misma que la importunava y pedía muchas vezes que la reprehendiesse y penitençiase delante de todas, mayormente en los capítulos que se tienen en los viernes, mandándola comer en el suelo y hazer otras penitençias humildes que las religiosas suelen hazer en público para exerçitarlas, que en esto la ocupase y exerçitasse y en la guarda de la perfecttión de los padres antiguos que tenían en amar a Dios y despreciarse a sí mesmos. Con ser tan humilde era honestíssima, tanto que pocas personas (aun de las que conversaban con ella) podían dar testimonio de su rostro, que le traýa de ordinario y casi siempre cubierto con un velo que dejava caer hasta los pechos.
Conclúyese la historia con esto: que la sancta María de Ajofrín se subió derechamente al Çielo con el vestido de oro recamado que el psalmo quarenta y quatro dize, donde está gozando de la perfectión de las virtudes, y del Señor de las virtudes, criador y salvador nuestro, Jesuchristo.
Notas
[1] Tachadas tres líneas a continuación hasta la siguiente palabra transcrita.
[2] Palabras tachadas a continuación.
[3] Palabra tachada a continuación.
Vida manuscrita (3)
Ed. de Verónica Torres Martín; fecha de edición: diciembre de 2022.
Fuente
- Ajofrín, Francisco de, Historia sacro-profana de la ilustre y noble villa de Ajofrín, y aparición milagrosa de la imagen de Nuestra Señora de Gracia, venerada a siete leguas de dicha villa, en el Convento de Reverendos Padres Agustinos Calzados del lugar de San Pablo de los montes de Toledo, s. XVIII, volumen 1 (ms. 2169, BNE), fols. 87r- 145r.
Criterios de edición
Se trata de una obra manuscrita del siglo XVIII, que recogemos excepcionalmente aquí por añadirse datos nuevos a los proporcionados en las fuentes de los siglos XV, XVI y XVII, sobre esta figura. Por su escritura manuscrita, aunque tardía, se ha optado por una edición conservadora en la que los cambios han sido leves. La edición sigue el manuscrito de Francisco de Ajofrín; en concreto los capítulos cinco, seis y siete, correspondientes a la Vida de María de Ajofrín. Este ejemplar, parece ser una copia en sucio que habría podido realizarse para una posterior copia en limpio o para ser llevada a la imprenta, pues tiene notas escritas por el propio autor con indicaciones sobre los añadidos o el orden a seguir en esa posible copia o impresión posterior, además de numerosos tachones y añadidos al texto. Se ha utilizado la edición de 1999: Francisco de Ajofrín, Historia sacro-profana de la ilustre y noble villa de Ajofrín y aparición milagrosa de la imagen de Nuestra Señora de Gracia, venerada a siete leguas de dicha villa, en el Convento de Reverendos Padres Agustinos Calzados del lugar de San Pablo de los montes de Toledo (José María Rodríguez Martín, trans.), Toledo: Diputación Provincial de Toledo, 1999, pp. 99-148, que se basa en el mismo manuscrito del siglo XVIII, a modo de cotejo.
Se ha decidido respetar la morfología de las palabras con interés morfológico o fonológico con la intención de no perder los valores fonéticos, léxicos y sintácticos de la época. Asimismo, se mantienen las contracciones “deste”, “della”, “del”, aunque se ha añadido el apóstrofo clarificador den “del” para escribir “d’él”. Por otro lado, se han corregido algunos casos de laísmo, leísmo y loísmo, así como se han señalado algunos errores de transcripción que se han podido observar en el cotejo que se ha llevado a cabo con la obra de 1999. Por otro lado, se ha modernizado la puntuación y acentuación según las normas actuales. Además, para facilitar la localización del texto, se indica el folio (r-v). En cuanto a la foliación, se ha de indicar que en el ejemplar existe una foliación realizada por la misma mano del autor y otra realizada a lápiz que, suponemos, podría ser más moderna. Esta foliación moderna realizada a lápiz corrige la foliación original del autor, pues, como Francisco de Ajofrín añade folios o apéndices a posteriori, termina siendo errónea. En lo que respecta al apartado de notas, se ha de indicar que existe una doble anotación, una de A a Z que se corresponde con las notas al pie de página realizadas por el propio autor, y otras numeradas que se corresponden con las anotaciones llevadas a cabo por la presente editora.
Vida de María de Ajofrín
Capítulo 5. Personas que han floxeado en santidad y milagros naturales de Ajofrín
[87r]
Vida de la sierva de Dios María de Ajofrín, llamada Santa María de Ajofrín, religiosa jerónima en el convento de San Pablo de Toledo
1.- Siendo todo este pueblo dichoso de Ajofrín tan proprio y peculiar de María Santísima, como dibujó en otro lienzo la pluma, se sigue por legítima convergencia que ha de haber mucha santidad en él y que toda santidad ha de venir de María [1], pues el fruto desta Señora es de honor y honestidad (A). Yo (dice por el eclesiástico) (B) estendí como terebinto [2] mis ramos, y mis ramos son de honor y de gracia. Parece no puede estar más literal el texto. María Santísima, con el gloriosísimo y dulce títu [87v] -lo de Gracia, es el objeto principal de la presente historia y, siendo esta señora terebinto hermoso, ha de ser abundante su fruto, participando d’él con mayor plenitud los que vivimos por gran fortuna nuestra bajo de sus frondosos ramos. Estos ramos, dice, que son de honor y de gracia, si a mi rudeza se permitiera una literal exposición, diría que en el honor se entiende todo lo que puede comprehenderse bajo deste título de beneficios temporales, y en la gracia de beneficios espirituales. Y, sobre lo primero, ha corrido la pluma felismente por el dilatado campo de varios capítulos (C), donde hemos visto los beneficios grandes que esta señora ha hecho a este pueblo, distinguiéndole entre millares, con el nunca bien ponderado título de vasallos suyos, haciéndole insigne en [88r] lo benigno de su temperamento, en lo saludable del terreno, en lo fértil de sus campos, en la bella índole de sus naturales, en lo alegre de su cielo, en la opulencia de sus tratos, en la hermosura de sus casas y, en una palabra, cuantos beneficios temporales goza esta villa y gozamos todos sus naturales, todo es honor, que nos hace nuestra gran Reina, todos son ramos y frutos de aquel hermoso místico terebinto, bajo de cuya sombra dispuso el Altísimo naciésemos. En los ramos, o frutos de gracia (D), se deben entender, como ya dije, los beneficios espirituales y, entre estos, señaladamente el haber florecido en [88v] esta villa insignísimos sujetos en santidad y milagros a esfuerzos de la Divina Gracia, y destos trataremos en este capítulo.
2.- Quien primero se ofrece a la historia, y con razón debe tener el primer lugar, es aquella gran mujer, ornamento de la Iglesia, gloria de la religión jeronimiana y honor grande de su patria, la venerable sierva de Dios, María de Ajofrín, a quien el pueblo por muchos siglos ha dado el decoroso y bien merecido renombre de “santa”. La historia grande de los Bolandos, al día 17 de julio, hace della el siguiente elogio: “Mariam de Ajofrín a Hyeronimitissam S. Pauli venerabilem Toleti anno 1489 defunctam annuntiat castellanus”. La vida desta sierva de Dios la tomaremos de la tercera parte del Flos Sanctorum de Villegas, que la pone el día 18 de julio; de la 3ª parte de la Crónica del Sagrado Orden de San Jerónimo, escrita por el reverendo padre fray José de que, con mucha extensión, la tratan en el libro 2 desde el capítulo 44 hasta el 49; de Pedro de Alcocer al lib. 2 cap. 25 de su Historia de Toledo; del doctor don Blas Franco en la Vida de la venerable María de Jesús, en la elucidación [89r] del cap. 19. 5. 2; y de otros autores así antiguos como modernos, advirtiendo antes que, aunque se le dé el título de “santa”, es solo siguiendo la voz del pueblo, al modo que se le da a santa Juana de la Cruz, sin que ni una ni otra estén por la Iglesia canonizadas, ni mi ánimo, como propuse a la frente desta historia, es prevenir el juicio de nuestra madre la Iglesia, sino que se le dé solo el asenso que merece el dicho falible de los hombres. Dio, pues, ilustre cuna la villa de Ajofrín a la sierva de Dios, María, llamada también de Ajofrín. Escogió el Cielo por padres desta agigantada heroína a Pedro Martín Maestro y María García, personas nobles, ricas y exemplares. Nació, según tradición constante, en las casas que hoy son de Tomás Díaz, a la puerta de Toledo. El padre de nuestra santa fue uno de aquellos valerosos capitanes que socorrieron a la ciudad de Toledo cuando se hallaba tan afligida, como vimos en otro lugar (E). Dieron sus padres a esta feliz alma la educación propria a su nobleza, infundi [89v] -endo en ella, insensiblemente desde los primeros crepúsculos de la vida, espíritus, exemplos y virtudes. Imbuida altamente esta inocente niña en las más saludables cristianas máximas, no es mucho se descollase en santidades sublimes en tan tierna edad. Muy temprano empezó a dar muestras admirables de extremado desprecio de las vanidades del mundo, principalmente de aquellas que son más del genio de las de su femenil sexo. Miraba con aversión, y aun con enfado, todo género de galas y compostura, pereciéndola (y con razón) que la más preciosa gala que debe vestir un alma destinada al Cielo es la gracia adquirida con el continuo exercicio de las más heroicas virtudes y, advirtiendo que las más hermosas se adornaban más, le pareció que era agraviar la alta [90r] providencia del Supremo Hacedor que, como infinitamente sabio, viste a cada criatura con aquellas joyas que le parece conducen a los fines altísimos de su incomprehensible saber. Penetraba aún en aquella edad tierna que el vestido en los de uno y otro sexo no debe tener más objeto que la decencia y honestidad debida y, todo lo que de aquí pasaba, pasaba a ser exceso. Severa reprehensión la desta niña y confusión vergonzosa para lo que en el día estamos viendo con el mayor escándalo en hombres y mujeres, ni me persuado, les falte a los adultos las luces que el Cielo concedió a esta tierna criatura con que serán más culpados en el tribunal supremo.
3.- Estos eran los sentimientos que [90v] formaba en su inocencia aquella grande alma en todo grande, aunque en la apariencia chica, siendo estos como anuncios de la excelsa santidad a que el Señor elevó después su espíritu. De niña no tuvo María más que la candidez y la inocencia; cuando estaba su edad en la primera flor se hallaba ya su alma rica de sazonados y abundantes frutos. Embargó en esta ocasión la gracia las operaciones de la naturaleza, despojando a esta criatura de sus comunes leyes y marcándola con vistosos caracteres de virtudes. Lo que en otras niñas son gracejo y juguetes de la edad primera, fueron en ella primores y seriedades de perfección cristiana. En esta tan tierna edad, inflamada del Espíritu Santo, hizo a Dios un sacrificio de los más altos y meritorios que puede hacer una pura criatura. Estando un día en oración, propuso con la mayor firmeza consagrarse al Señor en una religión para servirla perpetuamente, acción sin duda de las más heroicas que se leen en la historia. La obediencia a sus padres, el respeto a los mayores, la atención a las cosas divinas, la honestidad y recato, el silen- [91r] cio y retiro, se admiraban en esta niña desde su primera infancia. Con estos y otros prodigios, iba creciendo María en días y en virtudes, pero muy sin proporción en los aumentos, porque corría con tan ventajosos excesos la gracia, que dejaba muy atrás a la naturaleza. No anduvo esta escasa en adornar a la niña con todos aquellos primores que deposita el Señor en sus ocultos senos. Dotola, pues, de relevantes prendas de discreción, donaire y hermosura con que era el imán dulce de las voluntades y objeto común de los cariños. Pintar aquí la hermosura de un serafín humano sería, sin duda, empleo digno de la pluma, pero esta la debía manejar un ángel para que saliese la copia [91v] parecida a su original, pues solo un ángel pudiera hallar colores, vivacidad y espíritu para formar una idea que a él en todo se le pareciese. De que tuviese el rostro como un ángel nuestra María da testimonio un gran hombre citado por el doctor Villegas en su Flos Sanctorum, con que, no pudiendo dudarse desta verdad, queda abierto campo a la más traviesa fantasía para que finja Dianas, dibuje Ninfas, forme Lucrecias y pinte Florindas. A tanto lleno de hermosura se unía la blandura de su genio siempre amable y cariñoso, con que dulcemente robaba los corazones de todos.
4.- Ya había cumplido los 15 años cuando, tan bellas prendas, junto con la calidad de su heredada nobleza, la riqueza de sus padres no podía ocultarse [92r] de los jóvenes que a porfía la solicitaban por esposa. No desagradaban a los padres de la bendita doncella semejantes pretensiones, deseando colocarla ventajosamente en el estado santo del matrimonio. A esto la inclinaban con ruegos, súplicas y halagos, pero firme la castísima doncella en el propósito que, aun siendo niña, había hecho de entrarse en religión, resistía varonilmente a estos importunos asaltos. Les era muy sensible a los padres y aun a sus hermanos tan fuerte resistencia y propusieron amenazarla para ablandar su pecho y aun tratarla con el mayor rigor, si fuese necesario. Cuanto padeció la inocente virgen por cumplir a su esposo lo ofrecido se deja discurrir del gran de- [92v] seo que los suyos tenían de casarla, pero ni la ablandaron los suspiros y lágrimas de sus padres, ni la movieron los halagos y caricias de sus parientes, ni la asustaron las perseveraciones y malos tratamientos de sus hermanos y, así, siempre firme, siempre constante en servir a Dios, se oponía como incontrastable muro a los designios del siglo, anhelando ansiosa por consagrar a Dios su virginidad, sus haberes y albedrío, no reservándose para sí aun la más leve respiración, siendo ya de 16 años. Viendo los padres su firmeza, la llevaron a Toledo para divertirla y, con este fin, ablandarla. Entre las diversiones, vanidad, fausto y grandeza que ofrece el embeleso desta populosa ciudad, no hallaba quietud su espíritu anhelando, con más fervor, buscar a su amado en el retiro. Los paseos, las visitas, los regalos, el luxo, y cuanto precioso y deleitable le ofrecía oficioso su padre para divertirla, eran otros [93r] tantos estímulos que la llevaban a Dios y la apartaban del siglo. No faltaba entre los caballeros jóvenes de la ciudad quien la observase y sirviese, pues como tenía las relevantes prendas de hermosa, noble y bizarra, se arrastraba dulcemente las voluntades de todos y en nada hallaba consuelo quien solo lo buscaba en Dios. De suerte que, leyendo desengaños la bendita doncella en todos los gustos con que la pretendía lisonjear el mundo, acariciar la carne y tentar al demonio, vivía cada día más ansiosa de dejar las vanidades y abrazarse con Jesús. Y, así, los mismos medios que ponía su padre para apartarla de su propósito, estos mismos la conducían fuerte y suavemente a conseguirlo.
5.- Un día, estando en la Santa Iglesia y Catedral haciendo oración delante de Nuestra Señora del Sagrario, como vasalla fiel de tan gran Reina, sintió en su interior una [3] moción singular que, dulcemente, la inclinaba a retirarse al religiosísimo monasterio de San Pablo del sagrado Orden [93v] de San Jerónimo, que acababa de fundar en Toledo la venerable e ilustre señora doña María García. Luego que tuvo oportunidad, dejando a sus padres, hermanos y parientes, abandonando riquezas, honra y estimación, renunciando al mundo y sus vanidades, se retiró al dicho monasterio para consagrarse a Dios. No se observaba clausura entonces en este exemplarísimo convento, ni se observó hasta el año de 1508 en que, voluntariamente, se obligaron las religiosas a guardarla, pero siempre ha florecido y florece [4] con gran fama de santidad y, si se hubiera de hacer relación de las mujeres famosas que han vivido en él, daría mucha materia a la admiración juiciosa y prolijo afán a la historia, léase al reverendísimo Sigüenza en su Crónica de San Jerónimo (F). Recibieron aquellas religiosas a la inocente virgen con singular gus- [94r] to y complacencia, juzgando por su angelical rostro recibían en ella una gran santa. La hermosura de su cara, la honestidad de sus costumbres, la gravedad de su trato, la humildad de su genio, la circunspección y medida en sus palabras, fueron ciertos presagios de la futura santidad a que la había de elevar la divina gracia, como luego se fue mostrando. Halló nuestra santa virgen en aquellos sagrados claustros no pocas virtudes que imitar y, como solícita abeja, iba copiando de cada una de sus compañeras lo más precioso y aquilatado [5] que veía en ellas. En brevísimo tiempo llegó a tocar en lo más sublime de la perfección cristiana, siendo común asombro de toda aquella sagrada comunidad. Era entre todas la más humilde, rendida y obediente, llegando a tanto su reputación que decía muchas [94v] veces (sintiéndolo en su interior) que no merecía besar el suelo que pisaban sus hermanas. Su oración era continua y tan fervorosa que, saliendo fuera de sus sentidos, se arrebataba en el aire por largo espacio de tiempo. Vertíanse en ella tan copiosas las influencias celestiales que, siendo estrecho cauce el corazón, sobresalían a la exterioridad en ríos de lágrimas y en ardientes suspiros.
6.- Habiéndose ya despedido del mundo la que tan desprendida vivió siempre de sus vanidades, soltó el océano de su fogoso corazón la presa a los caudalosos diques de la mortificación y penitencia. Ninguna estuvo allí ociosa, todas sí practicadas de la fervorosa virgen que, con celo de enflaquecer los verdores de la carne, no quería tasar las [95r] austeridades que le dictaba su espíritu. Discreta acción crecer para no desmedrar, que en la carrera de las medras espirituales hay poca distancia (si hay alguna) de la tibieza a la relaxación [6]. Huía con el mayor cuidado del trato y conversación de las criaturas, buscando a su esposo en la soledad y reino: aquí le hablaba dulcemente, aquí lograba de sus caricias y aquí en místicos deliquios [7] se deshacía su amante corazón en afectos tiernos a su amado. Una virtud noble, entre otras, resplandeció en esta sierva de Dios y fue la invicta paciencia en los trabajos. Disimulaba con una modestia tan agradable los sentimientos interiores que tal vez padeció, que ningún acaso turbó la serenidad de su rostro ni descompuso la armonía de su espíri- [95v] tu, regulado siempre con los compases de su santa conformidad. La sencillez nunca artificiosa y el candor desta alma pura, desnuda de la simulación del engaño y de lisonja, era amable hechizo de quien la trataba. Vestía su ánimo de obras, como su lengua de palabras, estas y aquellas eran de una misma librea. Torpe monstruosidad en los que visten de un color los labios y de otro la intención, monstruo de dos corazones (G) y que jamás le ha sufrido la naturaleza cuando los aborta a cada paso la hipocresía.
7.- Con este lleno de virtudes pasó en la religión diez años, siendo tan universal la fama que sus bien fundados méritos la habían adquirido que [96r] todas las religiosas la tenían por santa, viviendo edificadas de su inculpable vida. No obstante, la sierva de Dios, como tan humilde, reputándose por más pecadora y mala, determinó hacer una confesión general en que pudiese lavar sus culpas pasa servir al Señor con más pureza. Dispuso su inocente alma con tan abundancia de lágrimas, tan fervorosa compunción y ternura, que bastaría a lavar las mayores culpas siendo así que era inculpable su vida. Al entrar en el confesonario, se postró en tierra delante de una devota imagen de María Santísima que tenía su Hijo en los brazos y, con fervientes lágrimas, pidió al Señor le perdonase sus culpas, y a la Madre que fuese su patrona y abogada. Luego, inmediatamente, se vistió de soberana luz aquella sagrada imagen, y el Niño, con halagüeño rostro, levantando su delicada mano, le echó la absolución del modo que lo executan los confesores. Aunque esta visión había [96v] sido tan clara y manifiesta, era tanta su humildad que nunca se persuadió fuese así. Levantose llena de temor y se fue a los pies de su padre espiritual y, habiéndose confesado con el más vivo dolor y abundantes lágrimas, aunque con singular consuelo de su alma, al salir del confesonario repitió la oración a la misma sagrada imagen y, segunda vez, se vistió de hermosos resplandores. y el Niño, mostrándose cariñoso, levantó la mano y le echó la bendición. Quedó su alma con tan celestial favor, tan abrasada en el amor divino, que no podía contener las avenidas de su espíritu, siendo tan dulcemente violenta la llama que ardía en su pecho que el corazón sensiblemente le latía queriendo salirse a buscar mayor esfera. Pocos días después de haber recibido este favor, habiéndose quedado una noche sola en el coro, enardecida toda en caridad, pedía al Señor Sacramentado por el estado fe- [97r] liz de la Iglesia santa. Estando en lo más fervoroso de su oración, vio una gran llama de fuego que, saliendo de la Custodia, y dejándose registrar de sus virgíneos ojos, llenaba de hermosura todo el templo y de consuelo su alma. Duró esta visión por espacio de una hora, quedando la santa abrasada en amor y reverencia al Señor Sacramentado.
8.- Siempre que había de comulgar se disponía con el mayor fervor y reverencia, derramando afectuosa muchas lágrimas y pidiendo al Señor adornase su alma con el lleno de virtudes necesarias para recibirle. Como la santa fielmente se disponía, así el Señor dulcemente le regalaba. Un día de Pascua de Resurrección comulgó con las demás religiosas y vio en la forma consagrada un corderito vivo, hermoso y agraciado. Recibiole en su pecho y quedó tan suavemente trasportada y llena de consuelo espiritual que, en diez días [97v] con sus noches, ni durmió, ni comió, ni bebió, ni hizo acción alguna vital, sino suspirar por su amado Jesús, derramando de sus virginales ojos dulcísimas y tiernas lágrimas. Desde esta ocasión, siempre que comulgaba (que en aquellos tiempos era de tarde en tarde, por no estar introducida la frecuencia de sacramentos), se enajenaba de todos sus sentidos, quedando extática y fuera de sí, comunicándose también a su hermoso rostro estos divinos efectos, pues parecía entonces tan agraciada y bella que pudiera equivocarse con los más altos serafines. Duraban en la sierva de Dios estas dulzuras y deliquios por espacio de cuarenta días, de suerte que, a no intervenir la obediencia de su confesor, no comiera ni durmiera en este tiempo, pues aseguraba no tenía necesidad ni sentía desfallecimiento alguno en el cuerpo. “Hácensenos a nosotros estas cosas como imposibles”, dice aquí el historiador jeronimiano (H) “porque estamos muy lejos dellas”, y [98r] no hay duda que, si nos llegásemos con simplicidad de corazón a aquel Señor que todo es espíritu, nos espiritualizaríamos participando de sus celestiales dones, pero dejándonos arrastrar de la miseria, nos vamos tras las cosas terrenas, donde se pega nuestro corazón y, así, vivimos no vida espiritual, sino terrena. Estando en cierta ocasión orando la santa, se llegó a ella un varón anciano y venerable y le dijo: “Ven conmigo, que te llama la Reina”. Se hallaba entonces en Toledo la Reina Católica, doña Isabel, y pensando la sierva de Dios que la llamaba la Reina (pues entonces podían salir del convento por no tener clausura), se turbó toda y se escusó diciendo no podía ir a ver a Su Majestad. El venerable anciano le volvió a decir: “Ven, hija, conmigo, que no es la Reina de la tierra la que te llama, sino la Reina del cielo”. Al oír esto, se turbó mucho más, pues su humildad y conocimiento proprio la hacían indigna de cualquier favor. Conformada con la divina gracia, siguió a aquel anciano y, sacándola de la ciudad, se halló de repente en una [98v] iglesia donde vio una hermosísima imagen de Nuestra Señora con su Hijo en los brazos, postrose a sus pies y dijo: “Señora, aquí tenéis a esta esclava vuestra”. Entonces, aquel varón le puso en sus manos un delicado y rico paño de seda, y la Reina del Cielo le dio a su dulcísimo Hijo y, mandando a un hermoso mancebo que le acompañase con el anciano, le dijo estas palabras: “Ve con mi Hijo donde fuesen estos dos varones”. Quedó la sierva de Dios con tan rica joya llena de celestial júbilo y, haciendo reverencia a la Señora, se partió con sus dos compañeros que, sin duda, serían San Joseph y San Juan Evangelista, de quien era muy devota. El venerable anciano caminaba delante, como guía desta jornada, y el mancebo la acompañaba dándole la derecha. Llegaron breve a un pueblo grande y famoso lleno de palacios y ricas casas y, llamando a las puertas el venerable anciano, decía en voz alta y grave: “Abrid, que viene Dios a vuestra casa y os quiere visitar”. A estas voces se hacían sordos y ninguno quería abrirles y, si algunos tenían las puertas abiertas, luego que los veían, las cerraban al instante [99r] respondiendo todos que pasasen adelante, que no había posada. ¡Oh, grosera ingratitud de los mortales! Así anduvieron cuasi todo aquel dilatado pueblo sin hallar quien los acogiese. Volvíanse desconsolados y afligidos y, en el camino, encontraron a unos que iban de viaje y dijeron: “Nosotros os acogiéramos si no fuéramos deprisa, pero, mientras volvemos, os podéis recoger en ese establo”. Esta fue la mejor posada que entre los hombres halló el Criador del mundo. Volvieron a la iglesia donde estaba la Virgen y, recibiendo a su bendito Hijo de las manos de la santa, refirieron los compañeros cuanto había pasado y Nuestra Señora, hablando con la sierva de Dios, dijo: “Ya has visto cuántos esfuerzos ha hecho mi Hijo para que los hombres le reciban y cuánta ingratitud ha hallado en ellos, por eso vendrá sobre ellos su ira y serán castigados, unos con duros azotes, otros con espadas agudas y otros [con] ardientes llamas”. Desapareció la visión y, quedando [99v] afligida la santa, lo refirió a su confesor y, de a poco, se verificó puntualmente, pues no llovió en mucho tiempo, que fue un azote cruel, ni se cogieron los frutos, que fue una penetrante espada que quitó la vida a muchos; y se siguió una peste contagiosa, a cuyas voraces llamas rindieron la vida cuasi infinitos, con otros trabajos que se siguieron en toda España, pidiendo incesantemente la bendita santa al Señor mitigase su ira.
9.- Un día de la Ascensión, quedándose la santa en el coro después de maitines, como acostumbraba, llevada del afecto y amor a Jesús, se llegó cerca del altar mayor y allí fue arrebatada en éxtasis y le mostró el Señor una visión maravillosa: pareciole que se hallaba en un campo espacioso y dilatado, lleno de flores y plantas exquisitas. En medio [100r] deste campo vio que había una magnífica iglesia y que a ella se dirigían cinco solemnísimas procesiones de sacerdotes venerables ricamente vestidos de majestad y gloria. Conforme iban entrando en aquel templo, se postraban todos delante del altar mayor, donde estaba María Santísima con su bendito Hijo en los brazos y le parecía a la santa que esto no era en visión, sino en realidad, como si estuviera en el mismo Cielo. Después cantaron todos el Gloria in excelsis Deo con mucha solemnidad y, acabado, se quedaron con gran silencio y compostura, como si estuvieran en oración sin mirarse unos a otros. Pasado un rato, les mostró la Virgen a su Santísimo Hijo, diciendo: “Veis aquí el fruto bendito de mi vientre, tomadlo y comedlo”. Entonces, se levantó un sacerdote, que parecía de más autoridad que los otros, y se vistió para celebrar el santo sacrificio de la misa y, al ir a consagrar, le puso Nuestra Señora en sus manos a su Santísimo Hijo, y luego quedó en forma de hostia. Hizo la elevación para que [100v] todos la adorasen y apareció como un rayo de sol que la bañaba y, poco a poco, se fue subiendo al Cielo hasta que el Padre Eterno la recibió en su seno y se oyó luego una voz que dijo: “Este es mi hijo muy amado, oídle a Él”. Entonces, uno de los sacerdotes que estaban presentes y era conocido de la sierva de Dios por haber sido capellán del convento y que había muerto poco antes, se llegó a la santa y le dijo: “En lo que has visto conocerás la verdad del misterio eucarístico y la reverencia con que se debe celebrar. Advierte que es la voluntad de Dios que tú lo digas a otros”. Desapareció la visión y quedó la sierva de Jesús entre mil temores, pensando fuese alguna ilusión o engaño de Satanás, pues se tenía por indigna de cosas tan altas. Díjolo a su confesor, que lo era entonces don Juan de Biezma, capellán del monasterio y varón de suma integridad y pureza, y este, como prudente, aunque conoció eran verdades aquellas revelaciones, pues se dirigían al provecho y utilidad de las almas, le dijo que no hiciese caso de semejantes fantasías, que todo procedía de la debilidad de la cabeza. En otra ocasión, le apareció [101r] la Virgen María rodeada de luces y le dijo: “Cinco pecados aborrece mi Hijo en los sacerdotes y le ofenden en gran manera: el primero, la falta de fe en los misterios que tratan; el segundo, la codicia y apego a las cosas de la tierra; el tercero, el vicio horrendo de la luxuria; el cuarto, la ignorancia de sus obligaciones y, el quinto, la poca reverencia con que tratan las cosas divinas. Estas cosas irritan el justo enojo de mi Hijo. Publícalo así para que se enmienden”. Con el mismo temor se lo dijo a su confesor y este le respondió como antes, aunque observaba con cuidado para hacer el uso debido destas revelaciones a su tiempo, como con efecto se hizo con no poca utilidad de las almas. Estos fueron los primeros vuelos desta águila generosa que, remontada sobre todo lo criado, no paraba hasta tocar lo más alto y sublime de los cielos.
10.- Y, continuando con esta misma materia, tan fecunda de luz en la vida de nuestra santa que apenas se hallara igual en la historia, estaba una noche en oración después de maitines, cuan- [101v] do, al rayar el alba del festivo día del triunfo de la Santa Cruz, se le apareció la Majestad de Cristo, vida nuestra, con semblante grave y severo. Venía vestido de una tunicela morada, con sobrepelliz y estola al cuello, pero corriendo gotas de sangre por su divino rostro y aun por todo el cuerpo. No pudiendo contener la sierva de Dios el dolor que le causaba ver al Señor maltratado, derramando sangre, dijo: “¿Qué es esto, mi Dios? ¿Quién os tiene así?”. Y el Señor respondió: “Desta suerte me maltratan los que no me reciben en la comunión con la disposición debida. ¡Ay de los sacerdotes! Pues a estos les espera mayor tormento”. Quedó fuera de sí y, desde esa ocasión, pidió fervorosísimamente [8] a Su Majestad por los que comulgaban y, muy en particular, por los sacerdotes y ministros del altísimo. Repetidas veces orando delante de una Santa Verónica, o cara de Dios, con quien tenía singular devoción, la veía llena de resplandores y recibía mucho consuelo su alma. Un día de San Agustín, estando haciendo oración delante desta santa imagen, después que se iluminó, [102r] con vistosos rayos, apareció toda convertida en sangre. Afligiose mucho la sierva de Dios, temiendo no fuese algún engaño, pues su humildad la hacía recelar de todo pedía al Señor le diese a entender lo que quería en esto, y la significó que quería aumentase en sí la penitencia y mortificación, pues la deseaba cada día más perfecta y santa. Púsolo en execución y en esta virtud hizo progresos admirables. Desde este día no comió jamás carne ni cosa caliente y su corto alimento era un poco de pan con alguna fruta, de suerte que todas sus revelaciones eran para multiplicar en sus sienes brillantes coronas de méritos y virtudes, prueba, la más eficaz, de que eran verdaderas y no fingidas. En cierta ocasión, tuvo un rapto tan profundo que, por muchas horas, estuvo sin movimiento alguno vital. Pensaron todos que había muerto y los médicos hicieron las últimas experiencias de darle garrotes y ligaduras, a que resistió inmoble. Usaron también del fuego y del cuchillo, y la hallaron insensible, y no es mucho, pues su espíritu vivía ausente del cuerpo en regiones muy remotas y dis- [102v] tantes. Ya la lloraban muerta a la que a la verdad estaba extática, y acaso hubieran pasado a darle sepultura, si el Señor no lo hubiera impedido. En este tiempo fue arrobada en un éxtasis profundísimo y llevada por los ángeles a aquel campo espacioso y dilatado en que había visto antes las cinco procesiones que entraban en la iglesia, y volviose a repetir lo mismo que había visto. Y la Reina del Cielo le dijo con rostro severo y grave: “Mucho ha desagradado a mi Hijo que tu confesor no haya publicado lo que se te ha revelado. Vuelve a decírselo para que lo comunique con [el] deán de la iglesia y otros sacerdotes, y todos avisen al arzobispo para que ponga de su parte el remedio, haciéndole saber cómo el Señor está indignado contra los cinco vicios que te manifesté aborrece en gran manera, es a saber: falta de fe, codicia, luxuria, ignorancia y poca reverencia. También le dirás que avisen al arzobispo para que cele con rigor sobre los moros y judíos (se permitían entonces en Toledo), pues van sembrando muchos errores en la ciudad”. Desapareció [103r] la visión y volvió del rapto hallándose buena y sana, aunque con los temores que su humildad le causaban, pero fortalecida con las superiores luces que el Señor le daba. Llamó a su confesor y, con esforzado espíritu, le dijo lo que había oído de la boca de la Virgen, pero el confesor, que con madura reflexión miraba estas cosas, aunque inclinado al asenso, no se determinaba a publicarlo y le dijo: “Hermana, para que en materia tan grave no nos tengan por livianos, era menester alguna prueba o señal, porque si no se reirán y burlarán de nosotros. ¿Qué seña me das para que me crean?”
11.- Afligiose la Santa Virgen con su respuesta y, pensativa de lo que había de hacer, se despidió del confesor y, pasando por junto a una ventana, vio dos pliegos de papel y luego se le ofreció el escribir dos cartas: una para su confesor y otra para el deán. Tomó el papel y, guiada de superior impulso, se encerró en un sótano obscuro [103v] para que no la viesen. Empezó luego el papel a iluminarse, dando claridad suficiente para ver, y sintió que le ponían una pluma en la mano y, moviéndosela, sin saber quién, escribió en poco tiempo las dos cartas, pero con letra tan primorosa y limpia que claramente daba a entender la había formado mano de ángel. Pero aún mucho más admiraba el contexto de las cartas, pues iban tan llenas de doctrina, eficacia y persuasiva que, en cada cláusula o periodo se leía un arcano [9] de la más alta teología y así, por todas sus circunstancias, se conocía era obra milagrosa y de superior jerarquía. Remitió las cartas a su confesor, el que las recibió apenas llegó a su casa y, maravillado de aquella letra tan peregrina, pasó a leer la que para él venía y quedó pasmado y como fuera de sí al ver doctrina tan elevada, y mucho más cuando leyó en ella no pocas cosas de que solo Dios y él eran sabidores. No obstante estas muestras tan claras, no le dejaba obrar con libertad su timidez y poca resolución, y así determinó ocultar las cartas, sin manifestarlas al [104r] deán, ni dar parte al arzobispo. Fue a ver el confesor a la santa y, sabiendo esta su determinación, se le reprehendió con la mayor severidad y, aunque siempre humilde, en esta ocasión revestida del celo santo que la animaba, le habló con tal eficacia y libertad que bien conocía era cosa de Dios, pero no le pudo convencer por su gran pusilanimidad, aunque como veremos después, el Señor le castigó en el Purgatorio por este defecto. Quedó la santa muy acongojada y pedía al Señor eficazmente se valiese de otra persona que tuviese más autoridad o que moviese el corazón de su confesor para publicarlo. Vivía la santa muy desconfiada de su ineptitud para cosas tan grandes, efecto proprio de los humildes, aunque pudieran saber que por lo mismo se vale el Señor de los medios más despreciables para hacer cosas sublimes, pues no ellos, sino la gracia de Dios en ellos, obra estos prodigios. Y antes de pasar adelante, no podemos omitir, en elogio de nuestra santa, los muchos prodigios que obraban sus milagrosas cartas y hacen no pequeño honor a nuestra historia: a una niña, después de mucho tiempo muerta, le aplicaron una carta y luego al punto resucitó. Tenía una mu- [104v] jer encarcerado un pecho sin hallar remedio en la medicina toda, aplícase la carta y sanó instantáneamente. Caminaba en romería desde Toledo a Santiago de Galicia un venerable sacerdote y, para seguridad y alivio de viaje tan penoso, pudo conseguir una destas [10] cartas. Llevábala con la mayor veneración en el pecho, pareciéndole que libraba en ella toda la felicidad. Al pasar un río caudaloso, cayó entre sus rápidas corrientes y, sin duda, le hubieran arrebatado a no haber acudido a esta insigne reliquia. Salió milagrosamente y, habiéndose mojado todo cuanto traía puesto hasta la camisa, solo la carta se halló seca y enjuta. En cierta ocasión, al ir a caerse por casualidad una destas cartas en una tinaja de agua, se detuvo milagrosamente en el aire. A una persona que padecía un incorregible fluxo de sangre, se detuvo luego que le aplicaron una carta. El doctor don Diego de Villaminaya, dignidad de capellán mayor de la santa iglesia de Toledo, pudo conseguir una carta destas con que dio salud a muchísimos enfermos. Estos y otros prodigios ha obrado el Señor en crédito de su sierva.
12.- Continuaba esta en sus santos exercicios de oración, retiro y penitencia, estimada de Dios, venerada de los hombres y favorecida de los ánge- [105r] les, pidiendo siempre a Su Majestad con fervorosas lágrimas por el estado feliz de la Iglesia y salvación de las almas redimidas con su preciosa sangre. Este era el objeto común de sus oraciones y, como fundado en caridad, le era a Dios muy agradable y por eso le regalaba con frecuentes apariciones, manifestándola sus más escondidos tesoros. En cierta ocasión, fue llevada por un ángel al Purgatorio, donde vio penas y tormentos tan terribles que no hay lengua que los pueda explicar. Oyó allí gemidos, gritos y aullidos formidables, vio también figuras de animales tan estraños y peregrinos que jamás había visto en la tierra, y tan fieros y espantosos que bastaba solo su vista para quitar la vida al hombre más animoso y valiente. Vio, igualmente, gran multitud y variedad de gusanos que roían y atormentaban a aquellas pobres almas. Examinó uno la sierva de Dios con cuidado y dice tendría [105v] como un cuarto de largo y tres o cuatro dedos de ancho, cubierto por encima de unas conchas menudas, pero encendidas de un fuego muy activo. Reparó también que tenía unas uñas sumamente fuertes y aguzadas. Preguntó al ángel qué significaban aquellos gusanos y respondió: “Estos son los gusanos de la conciencia, que están royendo las almas de los que ves aquí detenidos, y esto les mortifica más que ninguna otra pena. ¡Que no fuese yo mejor! Exclaman noche y día. ¡Que no fuese yo más solícito en ganar indulgencias! ¡Que anduviese tan descuidado! ¡Que pude haber evitado estas penas y no lo hice! Este es el gusano roedor que más los atormenta. ¡Que pude y no lo hice! Y este también – prosiguió el ángel- es el que más aflige y desconsuela a los míseros condenados: ver que pudieron salvarse y no lo hicieron, que pudieran estar en el Cielo para siempre y se ven en el infierno por toda una eternidad. Este roedor nunca se acaba, siempre vive [106r] y nunca muere”. Vio allí la santa a varias personas, entre ellas a un sacerdote que aún vivía y era cura de una parroquia de Toledo y muy conocido de la santa. Tenía enroscada por el cuerpo una grande y espantosa culebra de dos cabezas, que con la una le roía el espinazo y, con la otra, el estómago, y junto a él un dragón horrible y espantoso que llevaba sobre su lomo un niño que a grandes gritos pedía a Dios justicia contra aquel párroco. Quedó espantada la santa y preguntó al ángel qué significaba aquella visión, y el ángel le respondió: “Sábete que este niño se queja contra el párroco porque no recibió el bautismo por descuido suyo, y así pide a Dios le castigue tan gran pecado”. Desapareció la visión y, vuelta en sí, hizo oración fervorosa por él, y sucedió que, pasados algunos días, diciendo misa este párroco y oyéndola la santa, después que se acabó, fue arrebatada en éxtasis y le vio [106v] que aquel miserable sacerdote tenía rodeada al cuerpo una espantosa culebra, pero con tres cabezas: con la una le mordía la lengua, la otra el corazón y, con la tercera, las espaldas. Vio también al niño, que daba gritos delante d’él y decía: “Por tu causa no recibí el bautismo, por ti me veo desterrado del Cielo, por ti no veré a Dios jamás. Venga, pues, sobre ti el castigo de tan gran culpa”. Pasados tres días, llamó la santa a este párroco y le dijo cuánto había visto, y otras muchas cosas secretas que nadie las sabía, y le amonestó de enmendarse de tales y tales pecados graves que había cometido, y porque tenía al Señor muy ofendido. Al oír descubierto su interior, quedó desmayado aquel sacerdote y cayó como muerto en tierra; animole la sierva de Dios exhortándole a hacer penitencia y que confiase en [que] el Señor [107r] le perdonaría sus culpas, si de corazón se arrepintiese dellas. Estando otro día diciendo misa, aparecieron en la hoja del canon cinco gotas de sangre fresca y reciente, y refiriéndolo a la santa le dijo, vestido de luz su pensamiento, que en ello le daba el Señor a entender le quedaban de vida solo cinco años, como se verificó. Murió pasado este tiempo, día de San Miguel, y, haciendo oración por él la sierva de Dios, se le apareció en una figura horrible y lastimera en que daba a entender se había condenado. Adoremos los juicios de Dios siempre inescrutables mientras damos principio al capítulo siguiente.
Capítulo 6. Recibe la sierva de Dios, María de Ajofrín, por admirable modo las llagas de Jesús, con otros favores extraordinarios
1.- Siempre ha sido y será célebre en la Iglesia el favor sin segundo que la Majestad [107v] de Cristo hizo a mi seráfico padre san Francisco en la impresión de sus sagradas llagas. Este prodigio, a todas luces grande, que se ha merecido por todas sus circunstancias la admiración de los siglos, en nada deroga la omnipotencia del Altísimo para que, con sus siervos, se muestre el Señor liberal derramando, a manos llenas, favores y beneficios. Así lo hizo con nuestra santa virgen, la sierva de Dios María de Ajofrín. Habíala escogido el Señor no solo para fiel dechado de virtudes y perfecciones, sino para que fuera instrumento idóneo que arrancase del campo de su Iglesia la cizaña que el enemigo cautelosamente iba sembrando. La había escogido entre millares para que fuese vivo oráculo de su voluntad eterna y por eso la quiso sellar con el sello de su amor más puro, para que le diesen fe y creyesen su testimonio. Estando, pues, un día en oración nuestra santa virgen en la octava del Corpus, patente el Santísimo Sacramento como se acostumbra en la orden, fue levantada en el aire más de una vara, en fuerza de la elevada y sublime meditación, cuando sintió de repente dentro de [108r] su alma una grande antorcha que, ilustrando su razón, inflamaba al mismo tiempo la voluntad en el amor de su dulce esposo. Vio que desde la custodia salían cinco hilos de oro finísimo a manera de cinco vistosos rayos de luz y se terminaban a sus pies, manos y costado. Conoció la santa el misterio y, no pudiendo su humildad sufrir tanto favor, quedó anegada en su misma miseria, absorta y fuera de sí. Los dulces efectos que causó esta visión en el pecho amoroso de la humilde sierva fueron admirables y, más para contemplarlos que para referirlos, diola el Señor a entender que quería honrarla con las señales de su pasión sacrosanta, pero que esto sería sucesivamente, y en diversos tiempos así se verificó, como iremos viendo. Un día, meditando en la corona de espinas y los acerbísimos dolores que el Señor padeció en este paso, sintió en su cabeza tan recias punzadas, como si la traspasaran con agudas y penetrantes espinas. Ni fue solo repre- [108v] sentación, sino realidad, pues luego brotaron con violencia por todo alrededor muchas gotas de sangre viva y fresca. Duró esto por muchos días, de suerte que lo vieron y notaron las demás religiosas pues, aunque ponía el mayor cuidado para ocultarlo, no podía, manifestándolo el Señor por medio de la sangre que le corría, no pocas veces, hilo a hilo por la cara, con admiración y pasmo de cuantos lo veían. Y sucedía estar sereno su rostro, sin novedad alguna y, de repente, brotar la sangre de sus sienes, frente, y demás partes de la circunferencia, y bañarse su angelical rostro con este precioso rosicler, que la hacía aún más hermosa y agraciada. Desde que recibió estas señales de la corona de Jesús (de que hay pocos ejemplos en la historia), fueron vivísimas y penetrantes las punzadas que sintió causándole acerbísimos dolores en tanto grado que, en una ocasión, llegó a separarse en la cabeza el casco superior del inferior, como si le hubieran dividido con un cuchillo; pero acompañó a este prodigio otro aún mayor, y es que por fuera nada se conocía, pues ni rompió el pellejo, ni hizo llaga alguna y solo por el tacto se percibía la separación [109r] de uno y otro casco y, con ser esta rotura claramente mortal y sin remedio, no le quitó la vida, aunque le causó tan fuertes dolores que estuvo fuera de sí por más de cuarenta horas, y después de algunos días, se volvieron a unir y solidar, sin medicina, aquellos cascos, quedando como antes. Deste raro portento hubo muchos testigos y algunos dellos físicos famosos que, contestes [11], depusieron ser obra sobrenatural y divina.
2.- Entregada toda a Dios y puesta en contemplación altísima se hallaba un día la santa virgen cuando, de repente, sintió acerbísimos dolores en las manos y en los pies y aun en todo su cuerpo, quedando como descoyuntado. Parecíale que las manos se las atravesaban con gruesos y penetrantes clavos; acudió pronta, llevada más del temor humilde que del dolor vehemente y halló las llagas, que pasaban de parte a parte una y otra mano. Después que volvió en sí y pudo valerse, se puso unas vendas con algunos paños para que las demás no lo pudiesen conocer. Y fue así, pues solo su con- [109v] fesor (que lo era entonces el ilustrado varón y religiosísimo padre fray Juan de Corrales, prior del convento de la Sisla) lo supo y él solo las vio con sus ojos y depone desta verdad y no se puede dudar della, pues demás de ser varón a todas luces respetable por su conocida santidad y literatura, se hace acreedor a esta justicia el hallarse condecorado con la prelacía de su orden y, lo que hace más al caso, por ser del tribunal de la Santa Inquisición, como veremos después. Duraron estas llagas abiertas más de 40 días sintiendo la bendita virgen recios dolores y muy en particular los viernes. Después, se cerraron sin medicina alguna, pero quedaron las señales hasta que murió, y procuraba ocultarlas. Y, aun después de cerradas, sentía no pocas veces vehementísimos dolores. No nos dice la historia si recibió también las llagas en los pies, aunque es de creer las recibió y las ocultaría por la honestidad, y solo dice que sintió en esta ocasión acerbísimos dolores en los pies. Pero aún más misteriosa es la llaga del costado: abrasada en amor divino, medita- [110r] ba un día la Pasión y muerte de Jesús (que este era por lo común el objeto de su oración), se le apareció el Señor vestido de resplandores y le previno que el día siguiente, que era la festividad de todos santos, año de 1484, le había de comunicar altísimos secretos y transformar en sí por temor haciéndola participante de los dolores de su Pasión sacrosanta. La humilde sierva se lo dijo a su prelada con el mayor secreto, suplicándole encarecidamente que, a otro día luego que comulgase, la llevase a algún sitio retirado de la casa donde nadie le viese ni notase. Prometiolo así la prelada para su consuelo, aunque no lo pudo cumplir, pues a otro día, apenas comulgó, fueron tan excesivos los gemidos y sollozos y tan violentos los golpes de corazón, que fue milagro no espirar luego al instante. Tal era el fuego que abrasaba interiormente el corazón de la santa que, encendida toda en amor, salió a buscar el exterior ambiente. Su virginal rostro arrojaba un [110v] tan vistoso carmín que, hermoseándole sobremanera, causaba admiración y respeto. Siguiose a esto un prodigioso rocío de su sangre que, sin hacer herida, salió de sus delicadas sienes y por toda la circunferencia de la cabeza. Quedose después privada de todos sus sentidos y en un profundísimo éxtasis en que perseveró por más de 40 horas sin verse en ella más acción vital que algunos lastimosos quejidos con que, tal vez, se desahogaba. Las religiosas, temiendo muriese la santa en aquel dilatado desmayo, usaron aun con sobrada violencia de cuantos remedios les dictaba su congojosa aflicción en aquel crítico lance: le dieron garrotes y ligaduras y, para que tomase alguna sustancia, hicieron tal fuerza que le quebraron una muela, pero a todo estaba la santa inmoble e insensible. Y, aunque notaron alguna sangre en el hábito, no hicieron alto sobre ello hasta que se descubrió el misterio. Volvió al fin de aquel profundo rapto y, después, dijo a su confesor que había sido llevada a la presencia de Cristo y que había visto al Señor sentado en un trono de grande majestad y grandeza, donde le fueron reveladas muchas cosas tan altas y divinas que ni podía ni sabía explicarlas. Dijo también que le había mandado el Señor, de nuevo, publicase lo que [111r] le tenía dicho en otras ocasiones: “Y para que seas creída -añadió el Señor- se te dará esta señal del cielo, que este cuchillo traspasará tu corazón y hará en él una llaga de donde saldrá sangre viva, que será verdadero testimonio a todos, tú serás participante y como un transunto en quien verán mis llagas y lo que padecí por los hombres”.
3.- Después que dijo esto el Señor, se sintió herida en el costado y con tan gran dolor que faltó poco para espirar. Mostrose la llaga abierta por espacio de 20 días y, aunque siempre corría sangre, los viernes era con más abundancia, de suerte que no bastaban los paños que se ponía y corría hasta el suelo. Para que se conociese que esta llaga era misteriosa y sobrenatural, nunca se enconó [12] ni salió materia ni otro género de corrupción. La sangre que salió era tan limpia como de un tierno corderillo. Quiso al principio la humilde sierva del Señor ocultar este prodigio, pero el Señor le mandó lo dijese a sus preladas y prelados, lo que le fue aún más sensible que todos los dolores que había padecido. Obedeció; aunque [111v] muy a costa de su humildad, mostró los paños ensangrentados, que ellos mismos estaban publicando el prodigio, pues no parecía sangre humana, sino un carmín finísimo. Vio la llaga el confesor y algunas religiosas y todos quedaron atónitos y asombrados, aunque mandó seriamente a las religiosas no lo dijesen a nadie. Quiso el confesor dar parte al deán de la Santa Iglesia, pero se detuvo para obrar con más reflexión en materia tan importante; pero confirmado más en el prodigio buscó al deán y le refirió cuanto pasaba. El deán, que era don Pedro de Préxano, sujeto de no vulgar literatura, de vida muy ajustada y que sus prendas le elevaron después a la mitra de Badajoz, determinó se hiciese la averiguación con toda solemnidad, para que constase auténticamente, por lo que llamó al capellán mayor, dignidad de la misma Santa Iglesia, junto con un notario apostólico y, en compañía del confesor, entraron en el convento el día 19 de noviembre y, delante de la prelada y otras dos religiosas, vieron con la mayor decencia la llaga del costado y su circunferencia; y la tocaron con sus manos estando la llaga tan viva y fresca como si se acabara de hacer, no obstante que habían pasado 19 días, y salía sangre pu- [112r] rísima, sin mal olor, ni putrefacción alguna; y el mismo capellán mayor tomó unas hilas y las sacó llenas de sangre, confesando todos era cosa sobrenatural y mandaron al notario lo diese por testimonio. Y porque este se guarda original en el Convento de Padres Jerónimos de la Sisla de Toledo, queremos poner aquí lo que hace al caso y pertenece a la historia, y es lo siguiente:
‹‹Yo, Gracián de Berlanga, capellán de la serenísima reina doña Isabel, Nuestra Señora, notario apostólico y arzobispo, doy fe que el año de la Natividad de Nuestro Redentor y Salvador Jesucristo de 1484, en 10 de noviembre, casi 6 horas después de medio día, por ruego e instancia de don Juan de Biezma, rector de la casa de doña María García, entré en la dicha casa, en un aposento en el cual estaban los reverendos señores don Pedro de Préxano, deán de Toledo, y don Diego de Villaminaya, capellán mayor en el coro de la Santa Iglesia de Toledo, y dos o tres religiosas de la dicha casa, y vide una doncella, que verdaderamente parecía bulto de ángel, y tenía una llaga en el costado donde Nuestro Señor Jesús fue herido, tan grande como un real y no tenía hinchazón y carecía de toda putrefacción [112v]. Tenía un color muy fino, así como grana y, después que todos lo hubimos mirado, a poco rato habló aquella doncella estas palabras: “Dios Nuestro Señor vos lo demande, si non pusiéredes aquello en execución”. Y así espantado me aparté dende y me torné a salir. En fe de lo cual lo signé y firmé de mi nombre, que fue fecha en Toledo, año, mes, día de quibus supra. Gratianus notarius apostolicus››. En aquellas palabras que dijo la santa, “Dios Nuestro Señor vos lo demande”, da a entender que ya los había hablado antes y sería, sin duda, lo que el Señor le había revelado que publicase. Parece no esperaba el Señor otra cosa para cerrar la prodigiosa llaga que el que se tomase testimonio della y así, a otro día, que fue el 20 de noviembre, ya se había desaparecido esta llaga, cerrándose ella misma sin medicina alguna, quedando solo una hermosa y vistosísima señal y no menos prodigiosa que la llaga misma, pues, sin verse cicatriz ni callosidad alguna, solo quedó como un hermosísimo y brillante rubí. De donde se infiere claramente que esta llaga [113r] fue milagrosa en su principio, en sus progresos y en su fin. Pero, aunque faltó la llaga, no faltaron a la santa los dolores, pues estos los padeció con mucha frecuencia y aun también se renovó no pocas veces en los cinco años que vivió después, como lo declaró a su confesor, a quien nada reservaba para no errar.
4.- Adornada nuestra santa con las preciosas llagas de Jesús, no vivía ya en la Tierra este serafín humano, su conversación, su trato y su espíritu todo era del Cielo y en el Cielo. Su alimento era cortísimo y levísimo, y aun esto lo hacía no por necesidad, sino por humildad, para quitar cualquier nota y que no la tuviesen por buena. Decía a su confesor que no tenía necesidad de manjar terreno cuando recibía a Su Majestad Sacramentado, pues este le mantenía no solo el alma, sino también el cuerpo. Por eso en este tiempo eran más frecuentes los éxtasis y raptos desta feliz alma, pues, como tan desprendida de la Tierra, era fácil ser elevada hasta el Cielo. Aumentáronse las revelaciones y favores del Señor [113v] y, como la había escogido por instrumento para declarar lo irritado que estaba contra los pecadores, volvió una y otra vez a mandarla manifestase su voluntad.
En una ocasión, le apareció Su Majestad muy airado y, de nuevo, le dijo era su voluntad se avisase al arzobispo para que, por lo que a él le tocaba, pusiese pronto remedio en aquellos cinco vicios que, en otro lugar (I), dijimos aborrecía tanto el Señor y, también, que velase en destruir y extirpar los horrores que en Toledo iban sembrando los moros y judíos y que quitase el intolerable abuso que se había introducido de celebrar misas en casas particulares y que no lo permitiese, sino en algún caso raro o grave necesidad, pues así iba decayendo el culto divino y la asistencia de los fieles a los templos y funciones eclesiásticas. Ha querido siempre Dios a esta ciudad santa, ejemplar y edificativa, esmerándose en arrancar de su campo cualquier cizaña que el enemigo común ha instado sembrar y, por eso, ahora insta tanto en purificarla por medio de su prelado [114r] para que, a su ejemplo, otros prelados hagan también lo mismo. Con este fin, y para que le diesen crédito, adornó el Señor con sus llagas a nuestra santa virgen, pero como tan humilde no sabía cómo hacerlo, contentándose con decirle a su confesor, el cual tampoco tenía resolución para ello, permitiéndolo el Señor para escarmiento de otros. Una voluntad de Dios tan expresa y clara, tantas veces repetida y encomendada, ya se ve que el resistir a ella será culpable en los divinos ojos, ni puede escusarse con el pretexto de humildad, pues en realidad no lo es. Mandó Dios a Jonás fuese a predicar a Nínive, pero por humildad huye y se embarca para Tarsis (J). Irritado el Señor contra el desobediente profeta, le castiga mandando a una ballena se lo trague. No se han de persuadir fácilmente las almas contemplativas que el Señor las toma por instrumento para cosas grandes, pero tampoco se han de resistir con nimia tenacidad cuando una y otra vez las llama. [114v] Escarmienten las almas dedicadas a Dios en lo que sucedió a esta santa y a su confesor: murió este (que, como queda dicho, lo fue muchos años y se llamaba don Juan de Biezma) el año de 1486 cerca de la festividad de Nuestro Padre San Francisco y, en este día del Santo Patriarca, se le apareció a la sierva de Dios y le dijo, entre otras cosas, estaba penando en el Purgatorio por no haber hecho lo que la santa le dijo varias veces, que diese parte al arzobispo para que pusiese remedio oportuno en aquellas culpas y que, ahora, le exhortaba que, deponiendo todo temor, lo manifeste al arzobispo porque, sino, sería azotado rigurosamente del Señor. Pidiola le encomendase a Dios y ayudase a salir de aquellas penas y, con esto, desapareció. Quedó la santa admirada, pero aún no sabía cómo hacerlo, pues le parecía que harían burla de su dicho, despreciando como consejo de mujer lo que era oráculo divino. Estando una noche en oración, fue llevada a un tribunal, donde presidía un juez [115r] severo y, pidiéndole cuenta del cumplimiento de sus órdenes, mandó a un ángel azotarla por desobediente. Fueron tales los azotes que se alcanzaban unos a otros y, así, sus delicadas espaldas quedaron todas molidas y quebrantadas, aunque por de fuera no quedó señal alguna de llaga ni cardenal. Este solo tormento le faltaba para imitar a Jesús en su Pasión sacrosanta. Tuvo grandes dolores la santa y le duraron cerca de año y medio sufriendo por el Señor estos azotes de su mano. Tenía una vez la toca mal puesta y la prelada, para componérsela, metió la mano en la espalda, pero notó que, como si no tuviera huesos o los tuviera molidos, no tocaba sino carne, pero sin llaga ni cardenal alguno. Maravillada desto y pensando que se había puesto así por las disciplinas, le reprehendió agriamente el exceso, pero la sierva de Dios le descubrió todo lo que había pasado y se conocía ser cosa sobrenatural por no verse señal alguna exterior.
5.- Con este aviso del Cielo conoció [115v] la sierva de Dios su descuido y, habiendo quedado por su confesor el venerable padre fray Juan de Corrales, prior que era de la Sisla, comunicó con él cuanto había pasado y, como docto y experimentado, determinó dar parte de todo al arzobispo, que lo era entonces el gran Cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, y habiendo hablado largamente con su eminencia sobre el asunto, le dejó una copia del testimonio, que se había formado de la llaga del costado y otros papeles autorizados de varios prodigios y maravillas que Dios había obrado, y estaba obrando entonces con su humilde sierva. Oyole benignamente su eminencia y, a otro día, le respondió en carta lo que sigue:
‹‹Venerable padre, esta noche pasada a las dos, después de medianoche, tomé esta lectura que me dejastes y nunca la aparté de mis ojos hasta que, capítulo por capítulo, la pasé y leí toda, que en ella no quedó letra que no la leyese, y lo que más me maravilla es que, ansí, se me pegó al corazón, que no dudé de [116r] ella cosa alguna. Como quiera que soy tardío en dar crédito a estas revelaciones y, al cabo, vi el testimonio del notario y la confirmación de los testigos, varones y mujeres, a quien toda fe se debe dar y a cualquiera dellos yo lo daría, aunque fuese solo cuanto más a todos juntos, a los cuales yo conozco, excepto a la hermana mayor (era la prelada), que por tener el cargo que tiene está aprobada debajo. Conozco bien al notario, que es hombre de verdad y digno de fe. Maravillome mucho más hallarse en mujer tanta dureza en no querer decir lo que tantas veces vio y sintió, mayormente siéndole mandado por quien todo lo manda y rige, lo que es señal de su grandísima humildad y del menosprecio que tiene de la gloria mundana. Por lo que a mí me toca, le dad, vos Padre, por mí las gracias, y Dios Nuestro Señor se las dé, y la pena que padece le será en doblada gloria y, si hay alguna cosa que yo pueda hacer para consolación suya, ofrécesela vos de mi parte muy enteramente, y recomendadme a ella rogándole que me tenga presente en la oración, rogando a Nuestro Señor me deje acabar en su servicio y hacer en esta vida su voluntad››.
Después que recibió esta carta el [116v] confesor, le mandó a la sierva de Dios escribiese al arzobispo informándole ella misma de cuanto el Señor le había revelado sobre el particular. Llamó a una religiosa de confianza para que le escribiese y, habiéndola acabado, al quererla secar a la lumbre, se quemó gran parte y, afligiéndose la compañera por tenerla que trasladar y ser larga, le dijo que no tuviera pena, que a otro día lo harían. Pusieron la carta en un arca y, al ir a trasladarla al día siguiente, la hallaron sana y sin lesión alguna, de lo que quedó admirada su compañera, que se llamaba Inés de San Nicolás. Cerró la carta y la envió con su confesor y la llevó a su eminencia, con quien habló largamente sobre el contenido, y su eminencia respondió lo siguiente: ‹‹Devota y muy amada hermana, con vuestra carta y con lo que el Padre Prior de la Sisla me dijo, hube gran consolación. Nuestro Señor Dios, que os puso en tal estado, os deje acabar en su servicio y a mí me dé gracias, que pueda hacer su voluntad y poner en obra lo que vos me aconsejáis, y ansí, os pido que le demandéis a Nuestro Señor y a su buen- [117r] aventurada Madre y en vuestras oraciones me encomiendo. Y porque al Padre Prior de la Sisla hablé largo no digo aquí más, sino que Nuestro Señor os conserve en su gracia divina››.
Otras muchas cartas escribió la santa al cardenal en que trataba con toda eficacia del remedio de los errores que los judíos y moros iban sembrando en Toledo, y su eminencia, conociendo la santidad desta gran mujer y el espíritu que la animaba, determinó a sus ruegos establecer en Toledo el Santo Tribunal de la Inquisición. Ni paró aquí el fervor desta heroína, pues a sus eficaces instancias se movió el cardenal a tratar con los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, la expulsión de los judíos y, después, se executó el año de 1492, saliendo de toda España seiscientos y veinte y cuatro mil desta mala raza. De suerte que podemos decir que nuestra España es deudora a esta sagrada virgen destas dos cosas grandes: del establecimiento del Santo Tribunal de la Inquisición y de la expulsión de los judíos, de donde tanto bien se ha seguido a [117v] toda la monarquía española.
6.- Prosiguiendo el Cielo en favores a esta dichosa alma, eran ya por este tiempo frecuentísimas las dulzuras que recibía en repetidas apariciones de los espíritus angélicos y dulcísimas visiones de los santos, sus devotos, recreándola espiritual y corporalmente, sanándola de sus enfermedades y dirigiéndola en lo que había de hacer. Y si todas se hubieran de referir, sería necesario formar abultadísimos volúmenes y en esto convienen todos los historiadores de su admirable vida, por lo que ponemos solo algunas. Abrasada en amor de Dios, deseaba la santa comulgar en ocasión que los recios dolores que padecía en los lugares de las llagas, junto con la suma debilidad, la tenían postrada en una cama; no se atrevía la santa a pedir le trajesen a Su Majestad por evitar la singularidad. Apareciósele en esto un bello y gracioso niño, tan peregrino y hermoso que, turbada toda, no [118r] se atrevía a hablarle ni menos a llegarse a él, no obstante que se mostraba afable y cariñoso aquel soberano infante, recobrose un poco y díjole con humildad: “¿Quién eres, hermoso niño?”. Y el Señor le respondió con mucha gracia y donaire: “Yo soy tu esposo, no te turbes. ¿Por qué temes? Llégate a mí”. Y llegándose la casta virgen, le dio el Divino Infante paz en el rostro y, poniéndole la mano en la cabeza dijo: “Ea, esposa mía, ya estás sana, levántate y ve a la iglesia”. Desapareció la visión y quedó la santa tan llena de dulzura y suavidad que le parecía había estado en la gloria, levantándose de la cama buena y sana; y desde este día jamás sintió dolores en la cabeza en la parte de la corona, que fue donde la tocó el soberano Niño, pero se aumentaron considerablemente en los pies, manos, costado y espaldas, en particular los viernes desde por la mañana hasta después de vísperas, en que parecía le renovaban las llagas, cada una con el instrumento respectivo.
En una ocasión la tenía postrada en la cama un agudo dolor de costado a que se llegaba el dolor grande que entonces la afligía también de la llaga del costado, que, aunque no se mostraba para lo exterior, como se ha dicho, siempre en lo interior [118v] estaba abierta. Pensaba, según su debilidad y dolores, que era llegada su hora y solo la afligió el no poder hablar bien para confesarse. En este aprieto, se le apareció el arcángel San Miguel, de quien era muy devota y, poniéndole la mano en la llaga del costado, se la apretó y fortaleció tan bien que pudo hablar y, llamando a su prelada, le suplicó avisase a su confesor para que la oyese de penitencia y administrase el viático. Mientras fueron al convento de la Sisla a avisar al prior, que era su confesor, tuvo la visión siguiente: arrobada en un profundo éxtasis, vio en espíritu al mismo confesor que, estando diciendo misa, al llegar a las palabras de la consagración, una imagen de Nuestra Señora que estaba en el altar le dio el Niño que tenía en sus brazos. Vio también en el altar un grande resplandor y muchos ángeles que sostenían al sacerdote de sus brazos, hallándose presentes las gloriosas vírgenes Santa Catalina y Santa Bárbara. Luego estas dos santas se llegaron a María y le dijeron: “Mañana a las nueve recibirás a Nuestro Señor en este resplandor que ahora ves y luego, al punto, quedarás sana”. Así fue, pues a otro día vino el prior, se confesó y, celebrando misa, al tiempo [119r] que se volvió a la sierva de Dios con la forma consagrada para comulgarla, vio en el pecho y manos del prior un resplandor muy hermoso, con tanta claridad como si fuera un sol. Esto mismo vio también una inocente niña como de tres años que estaba presente con su madre, la cual prorrumpió con aquel desahogo natural que causa la admiración en aquella inculpable edad: “¡Ay! ¡Ay! ¡Qué hermoso!”. Y preguntada dijo que había visto un sol entre el sacerdote y la enferma. Luego que esta recibió al Señor, perdió todos sus sentidos, quedando en un profundo y soberano éxtasis que le duró nueve horas. Las demás religiosas procuraban por todos modos dispertarla, pensando desfallecía, pues no había tomado alimento alguno en muchos días. Ignoraban que estaba trasportada en Dios y que este, como esposo amante, tiene mandado en la escritura (K) que no inquieten a su esposa ni la hagan velar hasta que ella quiera, con que fueron en vano todas las diligencias hasta que ella volvió en sí y, abriendo los ojos, dijo aque- [119v] llas palabras del psalmista (L): “Alaba, ánima mía, al Señor y todas las cosas que están dentro de mí a su santo nombre”. Y luego se halló sana y sin dolor alguno. Instaron las religiosas que tomase algún alimento, pero la sierva de Dios se escusó diciendo que no tenía necesidad, pues habiendo comulgado podía pasar sin alimento alguno, aunque fuese cuarenta días.
7.- Como era tan agradable a los ojos del Señor esta su querida esposa, le regalaba dulcemente revelándola sus más ocultos misterios. Un año, en la noche de Navidad, le reveló su santo nacimiento con la adoración de los pastores. Después vio a los Reyes Magos y los ricos dones que le ofrecieron, con todos los demás misterios desta sagrada festividad. Celebrando el santo sacrificio de la misa en el Convento de San Pablo, el señor don Diego de Villaminaya, capellán mayor del coro de la Santa Iglesia, muy devoto de la santa, iba a darle la comunión y, al recibirla, dio un tan fervoroso suspiro que levantó las sagradas formas de la patena y hubieran caído en el suelo si los ángeles no las [120r] hubieran detenido prontamente. Un día de Navidad, celebrando también misa este mismo sacerdote en el referido convento, vio cómo, al salir revestido al altar, iban delante de él dos refulgentes antorchas de una luz vistosísima y extraordinaria, colocáronse sobre el altar y luego salieron cinco rayos de cada una y terminaban en la sierva de Dios, llenándola de gozo abundantísimo. Al llegar a sanctus, vio descender del Cielo al altar tanta multitud de ángeles que cubrían al sacerdote desde los pies a la cabeza, subiendo unos y bajando otros con muestras de singular alegría. Al llegar a la consagración, todos los ángeles se postraron con la mayor reverencia y, a la elevación, los mismos ángeles le levantaban los brazos. No pudo aquel fogoso espíritu de santa sufrir más y, así, antes del Pater noster le dio un deliquio amoroso, y no pudiendo mantenerse de rodillas, cayó en el suelo desmayada, y estuvo así hasta las doce del día sin movimiento alguno y, a esta hora, la llevaron a su recinto juzgándola muy fatigada, pues había estado allí desde las diez de la noche sin apartarse.
El año de 1486 fueron tales las crecientes del soberbio río Tajo por las continuas lluvias [120v] que, demás del daño que hacía en los campos, imposibilitó los molinos, de suerte que no se hallaba harina, causando mucha necesidad en el pueblo y perecían los pobres. Lastimado el corazón compasivo de la santa al ver tanta miseria, se subió una noche a un terrado desde donde se descubre [el] Tajo y, levantando los ojos y el corazón al cielo, echó al río su bendición y, después, se retiró a orar, puestos los brazos en forma de cruz, tendida en el suelo y pegado el rostro con la tierra. Así hacía ferviente y humilde oración pidiendo a el Señor y a su purísima Madre se doliesen de los pecadores y contuviesen el rigor de su justicia. Sintió luego que la levantaban en el aire y vino un rayo hermoso de claridad que, desterrando las tinieblas y lobregueces de la obscura noche, parecía el día más claro y refulgente. Vino después María santísima en un trono de mucha gloria y majestad y le dijo: “Has de saber, hija mía, que todas las aguas que han caído en el discurso de tantos días habían de haber caído en tres, y la mayor parte dellas sobre la ciudad, de que se hubieran seguido muchos estragos y muertes, pero las oraciones que has hecho por la ciudad, yo que siempre he sido y seré su pro- [121r] tectora y madre compasiva, las presenté a mi Hijo y se ha dignado contener su ira”. Y así se verificó, pues luego cesaron las aguas y el río volvió a sus antiguas corrientes. A este beneficio y a otros muchos es deudora la ciudad de Toledo a esta santa y venerable virgen, lo que debe tener presente para la gratitud y reconocimiento.
El deán de la santa iglesia de Toledo, de quien en varios pasajes desta historia hemos hecho honorífica mención, formando el concepto que se merecían las virtudes de la santa (como testigo ocular del singular prodigio de la milagrosa llaga del costado), la veneraba, fiando mucho en sus oraciones. Tenía gran consuelo en tratarla, comunicando los negocios más graves que se le ofrecían, sacando siempre luz y acierto en el consejo de María. En el citado año de 86, rogó encarecidamente a la santa pidiese al Señor por la paz entre dos grandes personajes muy inmediatos al solio [13], cuya discordia ocasionaba en el reino funestas consecuencias e irreparables males. Obedeció la santa y, estando un día en oración en un sitio donde se veía salir el sol, vio a este fogoso planeta en su primer oriente, pero tan benigno en su aspecto que, como si fuera una estrella, se dejaba registrar sin ofensa de la vista. [121v] Advirtió que dentro del sol había una cruz de oro finísimo y, allí inmediato, dos hombres que estaban peleando uno con otro, pero luego se volvieron las espaldas y apartaron. Conoció por esta visión que cesarían presto aquellas discordias y así lo dijo al deán, lo que se verificó, pues aquellos personajes desistieron de su enemistad y se apartaron de la demanda, quedando todo en suma tranquilidad. En otra ocasión, estando orando a la hora de tercia, vio un cerco grande de luna y dentro d’él dos capitanes que, cada uno con su escuadrón, peleaban varonilmente, pero el uno fue vencido habiendo muerto mucha gente de una y otra parte. No conoció la santa lo que contenía esta revelación, pero de allí pocos días llegó la triste tristeza de la prisión del conde de Cifuentes por los moros en las entradas del Reino de Granada.
8.- Toda alabanza será corta para lo que se mereció don Diego de Villaminaya, capellán mayor del coro de la santa iglesia de Toledo, y de quien la pluma ha hecho comemoración repetidas veces en esta historia. Era este grande héroe sujeto de no vulgar santidad adornada de bellas prendas, piadoso, liberal, afable y, sobre todo, [122r] gran limosnero y bienhechor de las huérfanas, de los pobres, de los encarcelados y desvalidos. Amaba todo lo bueno y, como lo era tanto, la sierva de Dios, María de Ajofrín, le tenía una santa inclinación y, juntamente a todas aquellas exemplares religiosas, socorriendo largamente sus necesidades, siendo como padre y fundador de aquella casa. Murió este edificativo prebendo con universal sentimiento de toda la ciudad entre diez y once de la mañana, en ocasión que la santa estaba con las demás religiosas oyendo misa. Luego que espiró, fue arrebatada la sierva de Dios en un profundísimo éxtasis y vio cómo San Juan Bautista, San Jerónimo y Santa Catalina llevaron su alma al tribunal de Dios, y oyó que le acusaron delante de aquel severo juez de no haber cumplido un testamento que quedó a su cargo, pero a esta acusación respondió que ya lo dejaba el declarado en su testamento, mandando se cumpliese luego. Entonces, el juez dio la sentencia que fuese al Purgatorio hasta que se cumpliese lo que dejaba ordenado. Dieron de allí a poco el clamor en la Catedral y las religiosas conocieron que a la gloriosa virgen se le había revelado el estado del alma de aquel su bienhechor, aunque no se atrevieron a preguntarlo. Con [122v] esta revelación, quedó la santa muy consolada por estar aquella alma en carrera de salvación, aunque afligida de que no fuese luego a ver a Dios por aquel descuido. Llamó a su confesor y le refirió lo que había visto, y el confesor luego a informarse de los testamentarios si era cierta aquella declaración, pues nadie hasta entonces lo sabía, y halló ser así y puso gran diligencia para que inmediatamente se cumpliese, para dar alivio aquella alma y fuese a gozar de Dios. Así lo hicieron los testamentarios, dando entero crédito a la sierva del Señor por la gran fama de santidad que para con todos tenía y a vista del claro testimonio que tenían presente de la revelación divina. Eran tan fogosos los incendios de la caridad que ardían en el pecho de nuestra santa que no le permitían ver padecer a alguno y no intentase eficazmente su remedio. Enfermó de muerte (al parecer de todos los facultativos) la prelada del convento, que entonces llamaban hermana mayor y, afligida la santa por la pérdida de mujer tan exemplar, pues a la verdad lo era, se fue a la iglesia a pedir a el Señor por la salud de su prelada. Estuvo en oración desde las nueve de la noche hasta las doce delante del altar de Nuestra Señora, derramando tier- [123r] nas lágrimas por su prelada. Eran fervorosas sus súplicas a su dulcísima madre como nacidas de un corazón todo mariano. Ofrecía su vida por la de su prelada, pedía, lloraba, esperaba y se afligía. Oyó en fin sus ardientes votos la que es consuelo de afligidos y salud de los enfermos, María, Señora Nuestra, y le dijo: “He oído tus ruegos y le es concedida la salud que pides”. Al oír este favor de la boca de su dulcísima reina quedó toda absorta y enajenada y, continuando los favores del Señor con esta su fiel sierva, vio al glorioso mártir San Lorenzo que, vestido de diácono y adornado de resplandores, llegó a la enferma y le puso en la cabeza una cinta de oro y, echándole su bendición, desapareció. Volvió en sí la sierva de Dios y luego fue a visitar a la enferma y la vio trasportada en dulce sueño, dispertó de allí a poco y se halló buena y sana de repente.
[14] [125r] Cayó por casualidad un ladrillo sobre la cabeza de una religiosa y, habiéndola herido gravemente, se llegó a ella la sierva de Dios, María, y lastimada de ver a su hermana padecer, le puso la mano sobre la herida con mucha blandura y suavidad pronunciando tres veces el dulcísimo nombre de Jesús, con que se detuvo la sangre, se cerró la herida y sanó perfectamente. Como era mujer poderosa y rica la madre de nuestra santa, labró en el convento un precioso altar y colocó para él una hermosísima imagen de Nuestra Señora, para desahogo piadoso de su afecto, y que su santa hija tuviese donde emplear el objeto noble de sus cariños que, como nacida en pueblo tan proprio de la Virgen, no podía ser otro más de su agrado. Era esta soberana imagen el imán de sus potencias, el asilo en sus necesidades y la obradora de infinitas maravillas y prodigios. Y si hubiéramos de historiar los beneficios que alcanzó desta sagrada imagen, [125v] los milagros que obró por su intercesión y portentos que se vieron en su tiempo, sería necesario alargarnos mucho contra el deseo que tenemos de no molestar y, así, pondremos uno u otro caso para inferir otros muchos. Un hermano de la santa, joven bizarro y de alientos, corriendo en Ajofrín un fogoso caballo, tropezó en la carrera y arrojó al jinete a una distancia desmedida con el mayor furor y violencia. Quedó el infeliz muy maltratado y casi sin sentidos. Voló a su madre esta infausta noticia en alas de la desgracia y, luego que oyó la fatalidad, le sorprendió un tan violento accidente que, torcida la boca, turbados los ojos, trémulos y lisiados los demás sentidos, causaba compasión a cuantos la veían. Dieron parte a la santa y, lleno su corazón de fe, acudió a María Santísima y, haciendo oración delante desta milagrosa imagen, mereció la respuesta que se sigue: “Hija, para el domingo estarán ya buenos tu madre y tu hermano”. Enviolo a decir a los enfermos y que tuviesen fe, que así se cumpliría. El suceso se acreditó, pues llegado este día, sanaron de repente sin medicina alguna. [15] [123r] Gemía en duras prisiones el referido hermano de la santa, tan triste y afligido que faltaba el esfuerzo y la paciencia, noticiosa su santa hermana acudió a su universal remedio, María Santísima, Nuestra Madre y, haciendo oración [123v] delante de una sagrada imagen, a quien tiernamente amaba y era todo su consuelo, se le apareció esta misma imagen al preso y, quitándole los grillos y cadenas, le dijo que saliese de la cárcel, que ya estaba suelto y libre por las oraciones de su santa hermana. Estaba entonces dormido y, al dispertar, se halló fuera de la cárcel, sin prisiones, añadiéndose a este otro prodigio que fue verse también sano de una grande inflamación que tenía en un pie a causa del mucho peso de las prisiones. Fue luego a ver a su hermana, refirió el milagro y, viendo la imagen de Nuestra Señora, conoció era la misma que le había quitado las prisiones y librado de la cárcel. Con este justo motivo, ofreció a la Virgen venir todos los sábados desde Ajofrín a Toledo, que dista tres leguas, a visitarla y traer cera para su culto. Cumpliolo puntualmente por el espacio de 9 años y, viniendo un sábado a traer la cera y visitar a Su Majestad, se cayó muerto en el camino de repente. Mucho sintió este accidente su santa hermana afligiéndose por haber muerto de repente y sin sacramentos. Pedía fervorosa a la Sagrada Virgen que, pues vivo le había librado de la cárcel del cuerpo, le librase muerto de la cárcel eterna. Pasados ocho días, se le apareció su hermano y, dándole gracias por sus oraciones, le dijo cómo a la hora de su muerte se había visto en grande riesgo, pero que invocan- [16] [125r] do en su ayuda a Madre Santísima le libró esta Señora y que se hallaba por su patrocinio en carrera de salvación. Pidiola que cumpliese ciertas obligaciones que tenía y que solo esperaba eso para irse a gozar de Dios para siempre [17]. [124r] Esta sagrada imagen que, como hemos dicho, era el imán de los cariños de la sierva de Dios y por cuya intercesión obró infinitos milagros, se intitula “Nuestra Señora de la Encarnación” y la dejó muy encomendada a las religiosas. Hoy se venera con el mayor culto y decencia en el coro deste religiosísimo convento, siendo el asilo común de todas las necesidades y aflicciones, continuando en los prodigios y milagros como antes. Es de talla muy hermosa y en el pecho tiene un óvalo cerrado con un cristal, por el cual se registra un niño pequeño, pero hermosísimo, que tiene dentro. Está vestida de tela de variedad de colores, por habérselo pedido así a una sierva de Dios deste mismo convento. Después que murió la santa, diciéndola quería que la adornasen como a Reina, según la pinta David (M) con vestido de oro, y de hermosa variedad, or el mes de agosto le mudan [18] vestido y concurre toda la comunidad a este acto [124v] [19] devoto y tierno y, con este motivo la adoran, y al niño que tiene en el pecho. Todos los sábados cantan las letanías y, todos los días, el santo rosario y otras devociones.
9.- [20] [126r] Descollaba cada día más y más nuestra santa en religiosas perfecciones y, aunque su corazón era un precioso relicario en el cual descansaban, como en su centro, los esmaltes de todas las virtudes, se aventajó con especialidad en la de ser ternísima devota de la Virgen María, como su fiel vasalla, esperando de su patrocinio aun el mayor imposible.
Llegábase la fiesta de Nuestra Señora de septiembre del año 1486 y, estando postrada en una cama con vehementes dolores y un tumor grande en la garganta, consideraba que las demás religiosas se levantarían a los maitines, asistirían al coro, oirían misa y comulgarían en tan gran festividad. De todo lo que se veía privada por sus dolores y achaques, afligíase sobremanera y esto le era más doloroso que todos sus dolores. Tocaban ya a maitines de la fiesta y, no pudiendo contener en su virginal pecho sus afectuosos deseos, hablando con María Santísima, se quejaba tiernamente en estas dulces y cordialísimas expresiones: “Reina gloriosa de mi alma, amparo de los que te invocan, consuelo de afligidos, alegría de los tristes, salud de los enfermos. ¿Es posible Señora y Madre mía que me tengo de privar de [126v] asistir a tus divinas alabanzas? ¿Que no pueda cantar con mis hermanas tus maitines? Bien conozco, Reina de los cielos, que no merezco alabaros ni estar en compañía de tan santas hermanas. Pero, Señora, ¿para cuándo son las gracias? ¿Para cuándo tus piedades y clemencias? Ahora las habéis de derramar liberal en esta indigna esclava vuestra”. Al decir esto, bajó del Cielo una gran claridad sobre la santa y luego se sintió sin dolores, sana y buena. Se levantó al punto y, llena de alegría y gozo, fue a maitines, comulgó y oyó misa a otro día. Admirándose todas las religiosas de lo que veían, pues estaba fuerte y sin aquel gran tumor que había tenido en la garganta, que todo estaba publicando un conjunto raro de prodigios. Enamora<da> salamandra de su Divino Esposo, se hallaba un día leyendo un libro devoto para divertir sus amorosas ansias y, no pudiendo por sus dolores ir a visitar a Su Majestad en la iglesia, pidió a una religiosa [127r] le trajese el Niño de la Virgen para adorarle. Recibiole con suma reverencia y le puso encima del libro, en cuyas hermosas hojas se puso a contemplar por un rato, derramando dulces y tiernas lágrimas. Llevada de tan fervoroso impulso, fue a besar el pie del divino infante y, anticipando este los favores, levantó él mismo su piececito ofreciéndoselo a su sierva con estremada caricia. Diole el ósculo llena de consuelo y el Niño se quedó con el pie levantado para eterna memoria de tan gran fineza. Notaron esto todas las religiosas y empezó aquella sagrada efigie a obrar mil prodigios y milagros. Uno solo historiaremos brevemente por haberlo obrado con la santa: tenía una peligrosísima apostema la bendita virgen, que la afligía no poco, pero luego que la tocó el pie divino del Niño se abrió y quedó sana a vista cuasi de toda la comunidad. Este Niño se mantiene en el convento con el mayor culto y devoción, es el Esposo que sirve para las profesiones de las religiosas y obra mil prodigios con los enfermos, se llama “El Niño de la Paz”.
Capit. VII. Continúan los favores del Cielo con que dispone el Señor a su sierva, María de Ajofrín, para su dichosa muerte, y se refieren algunos prodigios que ha obrado después de su feliz tránsito
[127v]
1.- No se ciñen los caminos que guían a la virtud a una sola senda. Muchas previno la divina Providencia a los viadores correspondientes a las diversas moradas de los bienaventurados en la gloria. No todos los bajeles siguen en las dilatadas playas del océano un mismo rumbo, por distintos se navega a un mismo puerto. A muchos santos ha llevado el Señor al puerto deseado de la gloria por el suave camino de la oración y la contemplación; a otros por el áspero y trabajoso de la mortificación y penitencia. A unos les ha preparado lo ardiente de la caridad para su mérito; a otros ha exercitado en las valerosas campañas de la fe, derramando la sangre por Jesucristo. A unos los ha puesto en el desierto, a otros los ha [128r] traído a los poblados. A unos los ha salvado en los palacios, a otros en las chozas, guiando aquella altísima Providencia a cada uno por el rumbo proporcionado a sus inescrutables fines. A nuestra gloriosa virgen llevó el Señor por un camino extraordinario: le regalaba con dulcísimos favores revelándole los más ocultos misterios y sanándola en sus dolencias y enfermedades, pero por otra parte la visitaba con trabajos, llagas y dolores y, no contento con eso, añadía un cúmulo admirable de austeridad y penitencias.
Ni le faltaba el mérito de la caridad ardiente, pues trabajaba con un celo verdaderamente apostólico para evitar las ofensas de Dios, destruir las herejías y aniquilar los errores; perseguía con oraciones, escritos y diligencias las infames razas de moros y judíos, para lo que el Cielo le avisó repetidas veces. Igual era la paciencia, pues ni por infortunios ni enfermedades jamás se la vio enfadada. Era para con sus hermanas afable y cariñosa, ayudándoles en todo lo que podía, pero la humildad era la basa donde se fundaban todas las virtudes. Aunque tan favorecida del Cielo, siempre estaba pegada contra el suelo, se reputaba por la más ingrata de las criaturas, buscando medios para que la despreciasen. Pedía a la prelada que la reprehendiese en público as- [128v] perísimamente, mandándola postrar a la puerta del capítulo para que las demás la pisasen. Afirmaba su prelada (que lo era entonces la venerable Catalina de San Lorenzo, religiosa de no vulgar santidad y mucho mérito) que, entre todas, ninguna había más humilde que María de Ajofrín, no obstante las grandes religiosas que florecían entonces en aquella santa casa y refieren las crónicas de la orden. En premio destas y otras excelentes virtudes, fueron sin número los favores que recibió del Cielo siempre que comulgaba, o se elevaba en el aire, o quedaba en un éxtasis profundísimo que le duraba mucho tiempo. Por entonces, se fundó el Santo Tribunal de la Inquisición en Toledo con gran consuelo de nuestra santa virgen, pues veía cumplidos ya sus deseos. Uno de los nombrados para conocer de los procesos y causas del Santo Oficio era su confesor, el venerable padre fray Juan de Corrales, cuyas recomendables prendas le hicieron acreedor a tanto mérito y, como la sierva de Dios era el archivo y depósito de misterios tan re- [129r] cónditos, le ilustraba a su confesor de cuanto convenía hacer, a honra y gloria de Dios y exaltación de la santa fe católica. Le avisaba clara y distintamente (según le era revelado) los insultos que cometían los judíos, dando todas las señas de personas, caras y cuanto era necesario para la dirección de los asuntos. Le decía lo que maquinaban contra los cristianos, le descubría sus antes, le instruía en cuanto había de hacer para el mejor éxito de los negocios y, como el confesor hallaba por la experiencia ser cierto cuanto le decía, adquirió gran crédito por sus aciertos y bien fundados dictámenes y así le fiaron los negocios más arduos que ocurrían, no solo en Toledo, sino en otras provincias de España, los que desempeñó con la mayor satisfacción ayudando no poco a ello nuestra santa con sus oraciones y consejos. Nombrole el Santo Oficio para que fuese a tierra de Burgos a comisiones graves del tribunal, urgían en el día, y fue preciso tomar el camino en tiempo de invierno entre nieves y lluvias con mucha incomodidad y trabajo. La santa le animó a llevarlo con paciencia y le dijo cuánto había de padecer en el camino, señalando los días y lugares, [129v] pero le aseguró que el Señor le sacaría bien de todos los peligros y, así, puntualmente se verificó.
Cuando le dieron el cargo de la Inquisición, le pronosticó que había de padecer muchos trabajos y una grave enfermedad pero que, armado con el fuerte escudo de la constancia, lo vencería todo y, como lo dijo, se cumplió. Adoleció de un agudo dolor de costado muy a los principios de su oficio estando ocupado en materias muy graves del tribunal. Asaltole la enfermedad en el convento de San Pablo donde la santa estaba y, lastimada la sierva de Dios de que se atrasasen asuntos tan importantes al servicio del Señor, hizo sobre el enfermo la señal de la cruz y quedó sano, pero con mucha gracia dijo al enfermo: “Padre, ya estáis sano, aunque no por virtud de vuestra fe, pues no solo no creistes que os había de sanar, sino que os burlastes de mí en vuestro corazón y, en castigo desta poca fe, sentiréis por algunos días ciertas [130r] punzadas en el costado, pero no os impedirán las ocupaciones”. Todo pasó puntualísimamente como lo dijo la santa, pues el confesor se burlaba della sin esperar beneficio en la salud y, después, le quedó en el costado un pequeño dolor que no le impidió el trabajar.
2.- El año de 1488, después de haber comulgado un día de Pascua de Resurrección, fue arrebatada en espíritu delante de toda la comunidad y de su confesor, que se halló presente. Así estuvo extática hasta las 6 de la tarde, y aun hubiera estado más tiempo si la voz del confesor, a esfuerzos de la obediencia, no la hubiera llamado. Volvió en sí luego que oyó la voz de su prelado, la que antes estaba inmoble como una estatua. Mandola el confesor, después que todas se retiraron, le dijese lo que se le había revelado, y ella, compelida por la obediencia, dijo que había sido llevada delante del Señor, el cual estaba rodeado de ángeles y serafines, y que, allí, se le mostraron las muchas maldades que los judíos y moros executaban en Toledo. Exortó al confesor [130v] a la constancia esforzándole a trabajar varonilmente sin desmayar en lo comenzado. Presumiendo el confesor algún otro misterio, le preguntó si tenía abierta la llaga del costado y la santa, aunque con mucho rubor, respondió que sí. En otra ocasión fue también arrebatada en un profundo éxtasis y vio a Cristo, vida nuestra, atado a la columna y que cruelmente le azotaban los judíos. Toda llena de compasión y pena lloraba la santa lo que padecía el Señor y, volviéndose a ella, Su Majestad le dijo estas palabras: “Hija mía, desta suerte me azotaron todos los días los judíos, herejes y moros. Díselo al deán y a tu confesor, que entienden en los negocios de la Inquisición, para que no cesen en lo comenzado y que me agradan mucho en lo que trabajan”. Dio cuenta a su confesor (como lo hacía siempre por mandato suyo) de lo que el Señor le había revelado y, concurriendo con el deán, les refirió lo que había oído de la boca de Jesucristo. Demás desto, dijo a su confesor privadamente otras muchas cosas que el Señor le reveló para su gobierno y, no solo ilustraba a su venerable confesor nuestra santa en lo que pertenecía a su empleo de la Inquisición, sino también en lo que [131r] trataba a su oficio peculiar de prior de la Sisla. Viniendo en cierta [ocasión] a confesar a la santa, le dijo volviese pronto a su monasterio para remediar un daño grande que amenazaba a su comunidad, diciéndole con claridad el delito, los cómplices, con todas sus circunstancias. Hízolo y halló ser cierto cuanto le había dicho la sierva de Dios.
A otros muchos reveló las cosas más recónditas y ocultas de su interior. Un religioso de la orden, varón muy espiritual, llevado de la fama de santidad con que florecía la sierva del Señor, la buscó para tratar con ella varias cosas pertenecientes al alma. Luego que le vio la venerable virgen, le dijo: “Padre, bien sé que ha días que deseabas verme y la causa de donde nacen tus deseos. También sé que tal día empezaste a escribir cierta materia y, aunque os diste mucha prisa, no pudiste acabarla hasta la noche”. Al oír esto, se quedó admirado el religioso, pues solo Dios y él eran testigos de aquellas cosas. Después que trataron los negocios del alma con no poco consuelo suyo, al despedirse, dijo la santa: “Padre, decid a tal monje -nombrándole- que examine bien su conciencia y pida a Su Majestad perdón [21] de lo que halle, pues de aquí nace la aflicción que padece y, mientras eso no haga, no tendrá quietud su [131v] espíritu”. En otra ocasión, estando hablando cosas místicas y espirituales con un religioso también de la orden, le dijo a la sierva de Dios cómo había en el Monasterio de la Sisla cierto religioso (sin nombrarle) a que Su Majestad hacía muchos favores en la oración por la gran pureza de su alma. Entonces, la santa dijo: “Ese es padre fray Fulano -nombrándole por su nombre y apellido- y es cierto que tiene un alma muy pura, agrada mucho a Dios y el Señor le llena de bendiciones”. Refiriole algunos favores que había recibido del Cielo, y quedó maravillado, pues solo él los sabía por ser su confesor y padre espiritual.
Afligió a la ciudad de Toledo una gran peste el año de 1489. Eran lastimosamente funestos los estragos que en todas partes causaba. Adoleció en el convento, herida del contagio, una religiosa llamada Sancha Díez, muy estimada de toda la comunidad por su virtud y bellas prendas. Pedían por ella al Señor con la mayor eficacia, pero a la santa le fue revelado que le convenía morir entonces. Díjolo a las demás, previniéndolas para la conformidad y paciencia, y, de allí a poco, murió.
Un canónigo de la Santa Iglesia, varón espiritual y devoto, enfermó tan gravemente que, en pocos días, cerró todos los pasos aun a la más remota esperanza. Agotáronse los esfuerzos todos del arte y de la medicina, pero sin fruto alguno. Súpolo [132r] la santa y, haciendo oración por él, le reveló el Señor no moriría. Enviole una granada y, con ella, la alegre noticia de su salud, que tanto deseaba. Recibió el enfermo con mucha devoción y fe el regalo de la granada y, luego que comió della, se puso instantáneamente bueno, se levantó y fue a dar las gracias a su bienhechora por haber alcanzado del Señor la salud o, por mejor decir, la vida.
3.- Ya es razón que pongamos fin a las revelaciones, profecías, éxtasis y otro favores que recibió del Señor esta asombrosa mujer, nacida más para el Cielo que para la Tierra, pues su vida, si así se puede llamar, fue siempre extática y divina, su trato más con los ángeles que con los hombres, su espíritu siempre inflamado, su caridad siempre ardiente tan apartado de todo lo terreno, que solo vivía a Dios y por Dios, de suerte que pudiéramos dudar si vivía en la tierra o en el cielo, pues los ángeles o la llevaban desde su celda al Cielo, o el Cielo se bajaba con [132v] los ángeles a su celda. Sus éxtasis profundos y visiones misteriosas fatigan con el número la memoria y la admiración con la grandeza. Todos los historiadores de su pasmosa vida dicen que omiten muchas revelaciones y nosotros hemos omitido no pocas de las que ellos escribieron, con que de aquí podrá inferir el curioso cuán habrán sido. El historiador de la orden (N) dice estas palabras: “Ya que me determiné a escribir la vida desta santa, acordé de decir las más notables cosas que Nuestro Señor le mostró y las obras milagrosas que por ella hizo, aunque omita algunas por no molestar”. Lo mismo dice Villegas en el Flos Sanctorum. Una cosa debemos advertir en crédito de la santa, que es que en las vidas que corren de la sierva de Dios, particularmente manuscritas, se han introducido por error de los escribientes o mala inteligencia de los autores, algunas inversiones en los pasajes que hacen la historia fastidiosa y poco deleitable. También hemos notado no pocas equivocaciones o adiciones nada conducentes a la historia y que pudieran servir de algún tropiezo, por eso hemos puesto gran cuidado en referir los hechos desnu- [133r] dos de todo follaje y circunstancias impertinentes, mirando solo la verdad de la sustancia y despreciando los accidentes inútiles. Las revelaciones (como en otro lugar quedó insinuado) tienen todo cuanto puede pedir la crítica más escrupulosa para acreditarlas verdaderas, pues están fundadas sobre las basas firmes de la humildad y penitencia, y se dirigen al bien y utilidad de las almas. De los milagros que obró en vida la santa, podemos decir lo mismo que de las revelaciones, fueron muchos, admirables y estupendos, pues su gran virtud abría los Cielos a milagros en favor de los enfermos y desvalidos, pero también los omitimos en gran parte haciendo este sacrificio a favor de la brevedad que profesamos, aunque quedaran quejosos los devotos de la santa. En estos últimos años de su vida, iba disponiendo su alma con mayor fervor para lograr la dulce vista de su amado Esposo. Vivió siempre tan honesta y recatada que rarísima vez se le vio el rostro, trayéndolo siempre cubierto con un velo, de suerte que su confesor no se lo vio jamás [133v] y, así, apartando su vista y consideración de lo terreno, pensaba en las cosas celestiales. Rarísima vez hablaba ni aun con las mismas religiosas, andando siempre extática y como fuera de sí. Aunque en aquel tiempo salían las religiosas del convento con decente compañía, por no tener clausura, no se dice saliese la santa alguna vez. Vivía tan [22] retirada por huir los peligros del aplauso y la lisonja. ¿Cuántas generosas virtudes se vician [23] al alhago de quien las mira o alaba? ¡Con cuánta facilidad se marchita la flor a los rayos de los ojos que lo aclaman! Padece, también, sus epidemias la virtud, como la sangre. La santidad de María, tan recatada como discreta, se teme y se retira, no solo de los aplausos, sino aun de las conversaciones. Con esta prudente cautela de vivir separada de los contagios del siglo, crecieron en asombrosa proceridad sus virtudes.
4.- Ya era tiempo que esta bendita alma subiese a gozar de la dulce presencia de su amado Esposo y, así, se lo dio a entender repetidas veces por medio de angélicas embajadas. Gusto- [134r] sa noticia para quien vivió siempre suspirando por la presencia de su Dueño. Crecía el gozo de su espíritu cuando se apresuraba el desatarse aquel lazo con que le aprisionó Dios en la cárcel de su cuerpo. Sea horroroso el año de la muerte a quien vivió tan olvidado de su memoria como medroso de su cercanía. Sea desapacible su semblante al que, habiendo vivido desbocado en la carrera de los vicios, muere despeñado en el principio del infierno. Pero a nuestra santa, que había atesorado tanto caudal de virtudes en el discurso todo de su vida, ¿cómo había de ser desapacible la muerte? Cuanto su vida se iba acercando al ocaso iba esforzando sus agitaciones el amor en aquel pecho, no teniendo sus potencias otro estudio ni los sentidos otro empleo que el amar solo, reduciendo a esta todas las operaciones del alma. Andaba tan absorta en su dulcísimo amado objeto que, el desasirse de entre sus brazos, se le arrancaba el corazón de su sitio. Así vivía extáticamente enajenada robando el amor todos los demás afectos, pudiendo cantar entonces la fama que María ni miraba, ni oía, ni sentía, sino que solo amaba. [134v] Eran, en este tiempo, más frecuentes los favores que recibía del Cielo, pero también era más profunda su humildad, confesando su miseria y viviendo recelosa de sí misma, por eso ahora más que nunca suplicaba a los santos, sus devotos, la ayudasen con sus ruegos. Quien primero ocupaba altar en su alma para la veneración y culto era María Santísima, a esta Señora acudía en sus necesidades con la mayor confianza, amándola como fiel vasalla. Después veneraba con singular devoción al glorioso San Miguel Arcángel, príncipe de las milicias del Cielo y al santo ángel de la guarda. Tenía otros muchos santos y santas a quien se encomendaba muy de veras, diremos algunos, omitiendo otros: San Pedro y San Pablo, San Juan Evangelista, San Lorenzo, San Jerónimo, San Ildefonso, Nuestro Padre San Francisco, Santa Catalina mártir, Santa Bárbara, Santa Leocadia y Santa Casilda. Esto, y aún más larga, era la letanía de sus santos, con quien tenía dulces coloquios, gozando de su presencia muchas veces, como si fuera cortesana del Cielo. Enfermó últimamente para serlo y, habiendo dado singulares muestras de tolerancia y resignación, recibió los santos sacramentos [135r] bañada su bendita alma de un extraordinario gozo que, comunicándose también al cuerpo, la transformó en un bello serafín. Abrazose después con una imagen de Cristo crucificado (cuyo sangriento retrato tenía esculpido en su virginal cuerpo) y, aplicándole a sus labios con ternísimos ósculos, le decía tan dulces palabras que causaba a todas las religiosas sentimiento y gozo. Encomendaba muy de veras al Señor los dos conventos de la Sisla y de San Pablo, pidiendo afectuosísimamente los conservase en observancia, virtud y religión, como vemos que hoy florecen acaso por las oraciones y ruegos de nuestra santa. Abrazada así con Jesucristo y con señales de crucificada, exaló su espíritu, entregándole en manos de su querido Esposo, sábado 17 de julio a las tres de la mañana del año de 1489. Su muerte más pareció dulce sueño que congojosa agonía, ni se vio gesto alguno que mirase con desagrado a la parca, pues a la verdad ella estaba bien con la muerte y, así, observaron las demás religiosas algún rato dudosas de si estaba muerta o vivía extática, como no pocas veces había sucedido y tenían repetidos exemplares. Pero de allí a poco depusieron toda la duda, pues salió su última respiración tan olorosa que se conocía en la fragrancia haberse quebrado el alabastro desta María, como en otro tiempo el de la Magdalena, y haber derramado el [135v] nardo su preciosa vida. Percibiose en todo el convento un olor suavísimo que excedía sobremanera a los bálsamos más puros, a los jazmines más blancos, en cuya comparación los aromas, flores, tomillos, ámbares, cantuesos, y cuanta fragancia exalan los mejores jardines de la Acaya, sería ofensa del olfato. Quedó tan hermoso y tratable su virginal cuerpo que más parecía bulto de quien duerme que cadáver exánime y frío. Aun agostada la vida desta mística planta, no decayó su hermosura ni su olorosa fragrancia. Verdad es que murió, pero no tuvieron en ella jurisdicción los horrores de la muerte, pues indultada de la común deformidad que ocasiona en un cadáver, era la agradable hermosura del suyo devoto asombro de quien le miraba. Finalmente, conservándose hermosa y odorífera entre los ultrajes de la muerte, manifestaba bien en los privilegios del cuerpo haberse trasplantado su alma a ser vistoso recreo del celestial paraíso.
[136r] 5.- Temiendo las religiosas que, divulgándose la muerte de su santa hermana por Toledo, sería crecidísimo el concurso del pueblo que viniese a venerar su venerable cadáver y que, pasando a devoción indiscreta, cometerían no pocos excesos. La llevaron luego al Monasterio de la Sisla, situado entre unos ásperos montes a media legua de distancia de Toledo. Aquí le dieron honorífica sepultura los religiosos en la sala que llaman de capítulo y, aquí también, se enterraron por muchos años todas las religiosas que morían en el Convento de San Pablo. Pero no se enterró con su cuerpo su fama, pues ni la muerte ni el sepulcro pudieron borrar el crédito de la vida asombrosa y portentos ilustres de María. La tierra en que se depositaba difunta pudo usurpar a la vista su cadáver, pero no estrechar la fragrancia de sus milagros, ni la fama de sus virtudes. Pudiéramos decir que no se enterró su cuerpo, sino que se sembró su memoria para que, multiplicada, exalase aún mayor suavidad de portentos y milagros. [136v] No pusieron lápida a su sepulcro, sirviendo de más decoroso epitafio las maravillas que el Señor empezó a obrar en su túmulo, que las majestuosas vanidades que esculpe la soberbia en las losas frías de sus tristes panteones. Apenas la enterraron cuando en repetidos prodigios y milagros empezó a gritar la fama desde la cima de aquellos montes, haciéndola a todos espectables. Consumido y cuasi exánime se hallaba un canónigo de Toledo a fuerza de unas calenturas ardientes y malignas sin hallar alivio en la medicina. Amor dio confiado a la santa por las muchas noticias que tenía de su gran virtud y prodigios estupendos que había obrado en vida. Envió un criado a la Sisla suplicando a los padres que le encomendasen muy de veras a la sierva de Dios, María de Ajofrín. Hiciéronlo los religiosos y, aquella noche, le apareció la santa al enfermo rodeada de vistosos resplandores y le dijo: “Ya estás sano, pero de aquí adelante procura arreglar tu vida emendándote de tales [137r] y tales defectos”, señalándolos distintamente. Quedose dulcemente dormido y, por la mañana, entrando los criados y dispertándole, se halló con fuerzas, conoció había faltado la calentura y que estaba bueno. Pidió a los criados le traxesen de comer, asombrados estos y temiendo no fuese algún letargo, lo suspendían, pero viendo guardaba consecuencia en lo que hablaba y oyendo que aquella santa se le había aparecido, le trajeron de comer, comió con gusto, levantose luego y, aquel mismo día, envió a la Sisla, en reconocimiento de tan singular beneficio, un cirio grande para que ardiese en el sepulcro de la santa y una cabeza de cera para que la colgasen por voto y, a otro día, fue él mismo a dar las gracias a la sierva de Dios, María de Ajofrín, y postrándose en su sepultura, la regaba con muchas lágrimas sin saber apartarse della. Dijo misa y quedó tan agradecido a su bienhechora que, a boca llena, la llamaba santa. Fue tan público y tan patente este milagro que no solo en Toledo, sino en otras muchas partes se estendió [137v] la fama de la sierva de Dios.
Cuasi al mismo tiempo se hallaba a los umbrales de la muerte otro canónigo de la misma Santa Iglesia, hijo de la condesa de Paredes. Era muy edificativo y exemplar este prevendo y, sintiendo la madre perder tal hijo, así él como ella, sabiendo los prodigios que obraba la santa en su sepulcro, enviaron a rogar a los padres pidiesen a la sierva de Dios, María de Ajofrín, los socorriese en aquel conflicto. Hiciéronlo así y, no contentos con eso, enviaron al enfermo una almohada que había servido a la santa mientras estuvo en el féretro, y, apenas se la aplicaron, instantáneamente se puso bueno, con admiración y asombro de todos los presentes. Levantose al punto de la cama y fue sin detenerse a la Sisla, donde hizo devotas novenas a la santa, ofreciendo en su sepulcro muchos y ricos dones de votos y presentallas.
Estos dos casos tan portentosos en [138r] personas tan ilustres y de carácter tan distinguido dieron mucho vuelo a la fama de nuestra sierva de Dios, María de Ajofrín, hablando todos con el mayor respeto y aumentándose cada día más y más su devoción y culto, aun en las provincias más remotas.
6.- Juana Martínez, vecina de Cuacos, obispado de Palencia, se hallaba tullida de una pierna y, oyendo los muchos milagros que obraba Dios en su sierva, un día que más afligida estaba, llenando su pecho de fe, se encomendó a ella muy de veras y, hablando con una niña que tenía como de seis años, la mandó la ayudase también con sus oraciones. Hincose de rodillas el angelito y, poniendo sus manecitas, empezó a rezar y, de allí a poco, se sintió sana la doliente, se levantó de la cama y empezó a an- [138v] dar sin impedimento alguno, alabando a Dios en sus santos todos los presentes. Después, envió a la Sisla una pierna de cera, para que colgase ante su sepulcro y un rollo grande, que ardiese en memoria y agradecimiento del beneficio recibido. No lejos del dicho pueblo, en otro que llaman Jaraíz, se hallaba agonizando con la candela en la mano Francisco Díaz. Asistíale un primo suyo sacerdote y, viéndole ya agonizar y sin remedio, sabiendo las maravillas que obraba la sierva de Dios, María de Ajofrín, hizo voto de visitar su sepulcro si daba salud al enfermo. Apenas lo había hecho cuando mejoró y, de allí a poco tiempo, se puso sano y, uno y otro, fueron a cumplir la promesa, llevando mucha cera al sepulcro de la santa y dejaron testimonio auténtico, firmado de su mano, de todo lo sucedido. Juana de San Miguel, tercera de Nuestro Padre [139r] San Francisco y vecina de Toledo, tenía un zaratán en un pecho y, después de cinco años de medicina, se le vino a encancerar, a que se llegaba una ardiente calentura que del todo cerraba los pasos a la esperanza. Afligida y sin remedio, puso toda su esperanza en la sierva de Dios, María. Hízose llevar a la Sisla, aunque con trabajo y, entrando en el capítulo, percibió luego un olor suavísimo que, sin otra guía ni noticia alguna, la llevó derecha a la sepultura de la santa. Postrose en tierra, besó las losas que ocultaban el sagrado cadáver, derramó tiernas y devotas lágrimas y, luego, instantáneamente se sintió libre de todos sus males y, después de dar afectuosas gracias, se volvió ella sola a su casa, dejando llenos de admiración a cuantos fueron testigos [139v] de tan rara maravilla. Otra mujer, vecina también de Toledo, padecía igual accidente en los pechos y, después de haber pasado por el tormento del fuego y la crueldad del cuchillo, llegó por su desgracia al último vale de su vida. Ya en este tiempo se habían escrito varias copias de la admirable vida de nuestra santa y, habiendo oído leer parte desta sagrada historia, concibió gran fe en sus méritos y, habiéndole aplicado una reliquia de la santa, quedó buena instantáneamente sin otra medicina y fue a la Sisla a dar gracias por el beneficio. Un religioso lego de la orden, morador del Monasterio de San Jerónimo de Madrid, se hallaba sumamente afligido por un tenaz y peligroso tumor que le había salido en un ojo. Iban ya a darle [140r] un botón de fuego con no pequeño peligro de perder la vista, estando ya en su presencia el brasero encendido y los instrumentos prevenidos para la operación, aterrado por una parte del martirio cruel que le esperaba y, por otra, inflamado del afecto y devoción a la sierva de Dios, exclamó diciendo: “Santa mía, pues eres tan liberal para con todos, sedlo también con este indigno hermano vuestro. Dadme salud, santa mía, y libradme destos tormentos”. Apenas hubo dicho esto, quedó de repente a vista de los cirujanos, y otros muchos que habían concurrido a la operación, se desvaneció el tumor y quedó sano y bueno sin lesión alguna, y los circunstantes llenos de admiración y espanto. Otros infinitos prodigios y estupendas maravillas obró Dios por esta su sierva, que sería nunca acabar como dice el historiador Sigüenza (O) si todas se hubieran [140v] de referir. No había enfermedad que no sanase, a todos socorría, a todos remediaba, a todos consolaba y a todos atendía, siendo tan raros y esquisitos los milagros que cada día obraba que, por tan frecuentes, ya no eran admirados.
7.- Al eco glorioso de tantas maravillas, concurrían de todo el reino en crecidas tropas los devotos a venerar el sepulcro de la santa, siendo en tanto exceso que ya perturbaban el retiro y silencio de los claustros. Para evitar este inconveniente y que el sagrado cadáver tuviese más decente lugar, determinaron trasladarlo a la iglesia del monasterio desde la sala del capítulo donde estaba. Quien más promovió esta traslación fue la condesa de Fuensalida por el grande afecto que tenía a la santa. Mandó labrar al lado del evangelio, en la pared del cuerpo de la iglesia, un magnífico sepulcro de piedra con el retrato de la santa. Llegado el día de la traslación, que fue el 25 de abril del año del Señor de 1495, [141r] cuasi 6 años después de su glorioso tránsito, aunque se procuró ocultar, concurrieron al monasterio el Clavero Mayor de Calatrava, Juan Antonio de Silva, muchos prevendos, caballeros ilustres y un sin número de gente que, llevados de su afición, quisieron hallarse presentes a este sagrado acto. Descubrieron el sagrado cadáver a vista de toda la comunidad y caballeros nobles y, luego, se percibió un olor suavísimo que excedía en fragrancia a todos los aromas de por acá y llenó de consuelo a los circunstantes. Manaba del sagrado cadáver un licor como bálsamo, que también exalaba una fragrancia suavísima. Colocáronle con mucha reverencia en una rica caja, guarnecida de seda y, formándose una solemne y devota procesión con luces en las manos, y al sonido alegre de campanas y concertada música de órganos, le llevaron a la iglesia cantando el Te Deum Laudamus, no como quien lleva un cadáver en un féretro, sino unas sagradas reliquias en un trono. Pusiéronle en la iglesia al público por espacio de 13 días para satisfacer la devoción de los concurrentes, que eran infinitos. Aquí obró el Señor muchos prodigios por su sierva, pero omi- [141v] tiéndolos todos, solo diremos el que obró en beneficio de toda la provincia. Estaban los campos áridos y secos y los panes cuasi perdidos por la gran falta de agua. Crecían las necesidades y cada día era mayor la aflicción y angustia de los pueblos. Determinaron los religiosos hacer una rogativa a su santa hermana, María de Ajofrín, pidiéndole el remedio con aquel conflicto. Oyó el Señor sus votos por intercesión de la gloriosa Virgen y, luego, empezó a llover con abundancia y se remediaron las necesidades.
Fueron muchas las personas que, por haber recibido algún beneficio, venían a velar a la santa, entre ellas, fueron dos hijos del conde de Oropesa, a quienes la sierva de Dios dio salud milagrosamente y, después de haber velado sus sagradas reliquias, dejaron una imagen de plata de mucho valor, una palia muy rica, una cruz bordada muy singular y dos imágenes de cera con otros dones preciosos. También, vino un hombre de Jerez, llamado Santos Fernández, el que, hallándose ya olea- [142r] do y en las últimas agonías, invocó del modo que pudo el patrocinio de la santa y, de repente, se levantó de la cama bueno y sano, dejando admirados a todos los presentes. Pasados los trece días, fueron colocadas, solemnemente, las sagradas reliquias en el sepulcro que tenía labrado la condesa de Fuensalida y aquí permanecen hasta el día de hoy, visitadas frecuentemente por los raros prodigios que ha obrado y obra cada día a favor de sus devotos, pero de ninguno se ha tomado testimonio y consta por deposición de aquellos religiosísimos padres, que sí se hubieran notado todos los milagros que ha obrado, no cupieran en muchos libros, pero su singular retiro y abstracción del mundo les impide tratar negocios desta naturaleza. Y, aunque nuestra santa se ha mostrado prodigiosa en todo género de enfermedades, parece se ha señalado más en sanar de quebraduras a los niños y, así, son muchos los que llevan las criaturas y, poniéndolas en el sepulcro de la santa, luego sanan. De suerte, que no hay dolencia, trabajo ni necesidad que no remedia esta sierva de Dios. Bastará referir un solo caso por vivir el sujeto con quien obró la santa el prodigio: el reverendo padre fray Joseph Moraleda, presentador del número de sus provincias de Padres Mercedarios Calzados de Castilla, siendo de edad de dos meses [142v] cayó en el suelo de los brazos de su madre yendo en una caballería. Como era tan tierno y el golpe fue grande quedó muerto y sin sentido, pasaron siete horas y, no viendo en el niño señal alguna de vida, crecían las aflicciones y angustias de la madre pero, inspirada del cielo, poniendo toda su esperanza en Dios por los méritos de su sierva María de Ajofrín, de quien era muy devota, tomó el niño en sus brazos y dijo: “Santa mía, dad vida a mi hijo, que yo os lo ofrezco de buena gana”. Apenas pronunció estas palabras cuando el niño abrió los ojos y, como si volviera de un dulce sueño, empezó a moverse sin haberle quedado lesión alguna ni señal de la caída. Vive hoy este religioso, sujeto bien distinguido en su provincia por sus méritos, y a quien hemos oído este caso, y vive sumamente agradecido a la santa, a quien confiesa deber la vida y en este favor otros infinitos.
8.- Esta es la vida prodigiosa de la sierva de Dios, María de Ajofrín, natural deste afortunado pueblo, dichosa a la verdad una y mil veces por haber dado cuna a tan asombrosa mujer. Será siempre famoso en las historias por haber sido nido deste maravilloso fénix, botón desta peregrina fragracia, y esta sola gloria bastaba para eternizar su memoria en los futuros siglos. La [143r] vida, pues, de nuestra santa fue toda sembrada de luces que dirigieron a infinitos por el camino del acierto, derramó tan celestial fragrancia que, corriendo muchas almas tras el ungüento oloroso de sus virtudes, se pobló su Convento de San Pablo (y aún otros muchos) de santas y exemplares religiosas, cuyas admirables vidas pueden leerse en el ya citado Sigüenza. Desde entonces ha sido este sagrado convento vergel hermoso de las más acendradas virtudes y bastaba una sola María de Ajofrín para hacerse ilustre. Su ardiente celo de la exaltación de la fe católica y extirpación de las herejías abrazó también el fogoso pecho del Gran Cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, para que solicitase con los Reyes Católicos el establecimiento del Tribunal de la Santa Inquisición, que vio la sierva de Dios en su tiempo y, aun dicen, le mostró el Señor las admirables leyes sobre que se fundó esta gran fábrica. Y dejó también sembrado mucho fuego para expeler después todo el judaísmo, como se verificó tras años después de su feliz tránsito. La bien merecida estimación que hicieron desta heroína cardenales, arzobispos, obispos, prevendos, títulos y otros grandes sujetos, no es fácil explicar. Una cosa confiesa nuestra ingenuidad, y es que la pluma ha corrido ligera por [143v] el dilatado campo de sus virtudes y méritos, delineando en esta pequeña tabla su dedo para que, derramando la vista por el dibujo, se pueda formar algún concepto de su agigantada estatura. Pero lo que más acredita su virtud es que, por tantos siglos, se ha merecido el elogio de “santa” entre todos los escritores, que es prueba de lo bien fundada que está su opinión. Y me admiró no poco el que la sagrada reliquia jeronimiana no haya procurado su culto público y universal con la corte romana, colocándola en los altares, lo que no fuera difícil en las circunstancias en que se halla. Esta misma queja dejó estampada en su historia el padre Sigüenza (P) por estas palabras:
‹‹Comenzó luego Nuestro Señor a sellar con infinidad de maravillas la santidad de su sierva (María de Ajofrín) para que, con ellas, se entendiese los avisos que, por medio della, había dado al pueblo y tuviesen reverencia y devoción a la santa. De muchas diré [144r] algunas en este capítulo, por si pudiese dispensar la tibieza desta religión a que tuviese en más sus cosas y procurase levantar la memoria desta santa y la de otros muchos que se han criado en el encerramiento de sus claustros que, con tanta razón, pudieran ponerse en los calendarios de toda la iglesia››.
¡Raro desinterés de religiosos que, pudiendo para crédito de su santo hábito tener muchos santos manifiestos en los altares, se contenten con tenerlos ocultos en los claustros! Aún dura la parentela desta santa en Ajofrín en las familias de los Maestros y Garcías y el reverendísimo padre Comisario General de Jerusalén, fray Antonio Martín Maestro, del sagrado Orden de la Observancia de Nuestro Seráfico Padre San Francisco, es pariente muy inmediato. Ni podemos negar (para confusión de nuestra tibieza) que también nos toca muy de cerca esta santa por línea materna, sagrada vanidad pudiéramos fundar en este blasón tan ilustre, si nuestra vida se conformara con la vida de la santa. Pero será cargo terrible en el tribunal de Dios descender de santos y no imitarlos, tener estos y otros exemplos que se referirán en la historia y no arreglar la vida [144v] a ellos pero, no obstante, esperamos en su poderoso patrocinio nos alcanzarán de Su Majestad el fervor y espíritu que nos falta y que, pues han sido liberales aun con los estraños, lo serán también con los que nos preciamos de parientes. Últimamente concluimos la vida admirable de nuestra santa con las mismas palabras con que la empieza el historiador della, el padre Sigüenza (Q), y son las siguientes:
‹‹Si no estuviera la vida desta santa tantos años ha escrita y predicada por otros y nuestro Señor en vida y en muerte no hubiera calificado y, como si dijésemos, sellada su santidad con tantas maravillas, no me atreviera a poner la mano en ella y pasara en silencio cosas tan maravillosas››. Hasta aquí el citado historiador y, a la verdad, es tan prodigioso y admirable que excede los límites [145r] de lo humano y, solamente sostenida con la divina gracia, pudo llegar a proceridad tan desmedida. Alabemos al Señor que la hizo tan ilustre y famosa en su iglesia santa y, ahora, pasaremos a referir la vida de otro insigne hijo de Ajofrín en el capítulo siguiente.
(A) Fructus honoris et honestatis. Ecclesiatt. 24. 23
(B) Ego quasi terebinthus extendi ramos meos, et rami mei honoris, et gratie. Ibi v. 22.
(C) Cap. 1, 2 y 3
(D) Rami mei honoris, et Gratiae, Eccli. ut supra. 8.
(E) Cap. 4 núm. 13
(F) Fray José de Sigüenza, Crónica de San Jerónimo, 3ª parte, lib. 2, cap. 49 y sig.
(G) Monstruosum est quod homo habeat duo corda, quod numquam est auditum, nec posibile per naturam. S. Anton de Padua, Serm. 2. Quinquag.
(H) Fray José de Sigüenza, tom. 3, lib. 2, cap. 43.
(I) Cap. 5, n. 9 y 10.
(J) Surge, et vade in Ninivem civitatem grandem, et praedica in ea; quia ascendit malitia ejus coram me. Et surrexit jonas, ut fugeret in Tharsis. Jon. 1 v. 2 y 3.
(K) Ne suscitetis neque evigilare faciatis dilectam, quod usque ipsa velit. Cantis. 2.7.
(L) Benedic anima mea Dominum et omnia quae intra me sunt nomini sancto ejus. Psalm. 102. 1.
(M) Regina a dextris tuis in vestitu deaurato, circundata varietate. Ps. 44. 10.
(N) Sigüenza. Hist. de la orden de S. Jer. Parte 3. lib. 2. c. 46.
(O) Fray José de Sigüenza, historia del Orden de S. Jerónimo. 3 parte, lib. 2, c. 48.
(P) Fray José de Sigüenza, parte 3, lib. 2, cap. 48.
(Q) Fray José de Sigüenza, parte 3, lib. 2, c. 44.
Vida impresa (1)
Ed. de María Morrás; fecha de edición: octubre de 2020.
Fuente
- Vega, Petrus de la, Chronicorum fratrum Hieronymitani ordinis libri tres. Compluti, Ioannes Brocarius, 26 Octobris 1539, fols. 78va-86rb (Lib. iii Chs 40bis[=41]–50).
Criterios de edición
Se trata de una transcripción fiel de la impresión latina, que conserva las grafías (exceptuando la v vocálica como en vt que se transcribe ut) y desarrolla abreviaturas. Se señalan las columnas dentro del folio. Es esta la primera edición latina del Catálogo, y la primera vida impresa de María de Ajofrín: la versión castellana, ligeramente modificada, de este texto latino, del mismo autor, se ofrece en la segunda versión impresa de esta vida.
Para esta transcripción usamos el ejemplar latino de la Universidad Complutense de Madrid, sig. BH FLL 18849, digitalizado en <https://biblioteca.ucm.es/hathitrust> y, para complementar la lectura de fols. 86r y 86v: https://books.google.co.uk/books?id=BtiDgpwiKNIC.
Vida de María de Ajofrín
- [Fol. a6va] "Tabula alphabetica eorum quę pręcipue in his Chronicis annotantur": ⸿Marię de Ajofrin laudes & vita. li. iii. a cap. 40. usque ad finem libri, folio. lxxviii.
[Capítulo 41]
[Fol. 78va] DE BEATA MARIA DE AIO- / frin magnę religionis magnarumque/ revelationum fœmina / CAPUT XL[I].
Praesentis operis alienum non est, si in calce huius tertii libri res admirabiles beatę Marię de Ajofrin, & reuelationes quas vidit, et miracula que fecit summatim annotemus.
[Fol. 78vb] Recte enim huius sanctę virginis opera, que hac ętate fuit admirabilis, operibus beati Ferdinandi archiepiscopi coniunguntur, qui & ipse (ut superius constat) hac floruit ætate. Huius sanctissimæ fœminę vitam, & reuelationes sibi diuinitus factas venerabilis frater Ioannes de Corrales prior Sislanus descripsit: partim ut oculis vidit manibusque contractauit: partim ut a fidei dignis accepit. Verum ego ob breuitatis causam, & ad lectorum molestiam euitandam ex multis pauca hoc loco annotare curaui.
Fuit igitur hæc virgo ex territorio Toletano loco qui Ajofrin appellatur oriunda, ex parentibus honorabilibus ac deum timentibus orta. Pater eius Petrus Martinus vocabatur: mater vero Marina Garsias. Qui cum hanc filiam locare vellent: & a multis ob coniugii gratiam peteretur: puella constanter renuit. & ne a tam alto proposito ab aliquo inpediretur: cum adhuc teneræ esset ætatis sine humano consilio religionis ingressum vouit. Et cum ob id quotidie molesta esset parentibus: tandem cum quindecim esset annorum, & nullo modo ad coniugium eam parentes inclinare valerent: illam pater cum magno cordis dolore e domo subtraxit, & ad ciuitatem Toletanam adduxit. Cumque ecclesiam maiorem christi ancilla ingrederetur ignorans quo iret, diuina disponente clementia ad monasterium ordinis nostri quod in eadem ciuitate a nobili Maria Garsia est constructum deducta fuit. Quo ingressa in omnibus excercitiis spiritualibus religionis multum breui profecit. Conuersabatur sancte , humiliter & sine quærela in domo domini. Sanctæ orationis meditationisque exercitium voluptas sibi erat; lachrymis abundans omnium fœminarum se vilissimam: ac super ipsas peccatricem reputabat. Decem annis a suæ religionis ingressu transactis, cum ei dominus sua secreta pandere vellet: illa generalem confessionem facere decernens se nimis affligebat, ac multis lachrymis deum omnium peccato- [fol. 79ra] rum suorum remissionem postulabat. Cum igitur tali proposito staret: optans scire an sua peccata sibi dimissa essent, dies suæ confessionis aduenit. ingressaque domunculam in qua cæteræ sorores confiteri solent: coram imagine beatissimę dei genitricis filium in brachiis habente, ibi in tabula depicta se deiecit: eamque innumeris lachrymis deprecari cœpit ut sibi veniam a suo filio impetraret. Cumque attente per hoc virginem rogaret: subito claritatem magnam imaginem & partem domunculę illius illuminantem aspexit: & claritate imaginis vidit filium quem mater tenebat in brachiis manum contra se eleuantem, sicuti a sacerdote cum pœnitentem absoluit eleuari solet. Ex huiuscemodi visione nimis territa confessionem cum magno labore fecit. qua peracta, cum iterum coram imagine oraret: claritatem priorem & filii manum eleuatam ut prius vidit: ex cuius visione robore animi recuperato valde lęta remansit, quod semper celauit: & nulli nisi priori qui hęc in literas misit patefecit. Ex hac enim hora ut prędicto priori ipsa manifestauit, motus magnus in corde illius relictus est: ac sæpius tales cordis ictus sentiebat. veluti si a corpore vellet exire. Cum iterum nocte quadam pro statu ecclesię oraret attente: ipsa sola cęteris recedentibus in choro orans remansit: & in sacrario ubi sacratissimum domini nostri Iesu christi corpus stabat flammam ignis accensam vidit: quę dimidię horę spacio ardens extincta est: ex qua visione nimis pauida remansit.
[Capítulo 42]
QUOMODO IN DIE RESUR- / rectionis ad communionem accedens / agnum viuum in similitudine panis / (ut sibi videbatur) accepit: & post / hac quoties communicabat alie- / nabatur a sensibus. CAPUT. XLII.
CUM IN SABBATO sancto ad communionem sequentis resurrectionis dominicæ diei se prępararet: totam [fol. 79rb] illam noctem huc ac illuc per domum discurrens duxit insomnis: instanterque a domino cordis puritatem ad digne dominici corporis sacramentum recipiendum cum lachrymis postulabat. Tandem cum communionis hora aduenisset, cum cæteris sororibus ad communionem accessit: & sacrosanctam eucharistiam in similitudine agni viui sub specie panis recipiens, statim bullire eum in ore sensit: illumque cum magno timore deglutiuit. post cuius sumptionem illum super ipsius pręcordia insedere pręsensit: & adeo tanto gaudio cordisque lęticia fuit repleta, ut per quindecim dies orationem cum fletu miscens absque somno transierit, statimque rapta in spiritu fuit: & ex tunc ei accidit ut quoties christi corpus recipiebat: spiritu rapiebatur: ac alienabatur a sensibus quandoque magis quandoque minus ut in sequentibus apparebit. Ab hac igitur die hoc donum a domino in communicando promeruit: ut quoties sacramentum recepit, toties quidam admirabilis dulcor in corde, gutture, atque ore remansit: qui quadraginta dierum spacio perdurabat. & his quidem diebus absque corporali cibo transire poterat: ut ipsa prædicto priori dixit: propter singularitatem tamen euitandam: hominumque iudicia fugienda hoc facere renuit. In octauo vero die resurrectionis dominicę rapta spiritu fuit: & virum ætate vultuque reuerendum capa serica rubri coloris indutum ad se venire vidit: cui & dixit: Veni, a regina vocaris. Cæterum illa se a regina terrestri vocari existimans, cum illo ire recusabat: sed postquam cognouit quod a regina cœli vocabatur, cum illo libentissime abiit: ac se in quadam ecclesia extra ciuitatem inuenit: ubi sanctissima virgo aderat in brachiis filium suum tenens; quam cum illa vidit genua coram illa flexit. Et cum genibus flexis staret, vir qui eam vocauerat ad illam accessit: & pannum sericum in manibus eius posuit. quo facto statim dei genitrix super pannum filium suum collocauit: alioque viro iuniore sibi dato qui eam cum priore [fol. 79va] sociaret, dixit illi. Cum filio meo quo isti duo viri ibunt, perge. Vir autem qui capa rubra erat indutus paululum veluti hospitium quærens pręcedebat, & ingressus ciuitatem ad ianuas clausas clamabat: ac ter portas omnes percutiebat dicens. Aperite: ecce enim dominus venit ad hospitandum vobiscum. Et vidit neminem domus suæ portas reserantem: quinimo si qui eas apertas tenebant, eas velociter obturabant: dicentes, multis negociis impliciti hospitium vobis dare non possumus. Et ita (ut sibi videbatur) totam perambulauerunt urbem diuersorium in ea non inuenientes. Et cum illac qua ierant reuerterentur: mulieribus duabus in singulis asinis sedentibus obuiauerunt: quas duo clerici sociabant: & illis clerici dixerunt. Vos quidem recepissemus, sed nunc properamus: interea tamen quo reuertimur in stabulum hoc intrate. Sic itaque ubi gloriosa dei genitrix remanserat reuersi sunt: quæ filium suum de manu ancillæ suæ accipiens dixit. Ecce tempus aduenit in quo sic despicitur dei filius. iam nunc tempus est ut dominus angelum suum mittat: ad quosdam flagellis, quosdam gladio, alios igne percutiendos. sed ne prælatis, quos dominus sui gregis pastores fecit, ipsi vero in vestibus ouium lupi rapaces inueniuntur. dignitates cupiunt: easque summa solicitudine procurant, non ut christo seruiant: sed ut splendide viuant. Hac denique visione transacta, christi mater discessit. & illa in se reuersa ea quæ viderat cogitabat: & non post multos dies omnia hæc mala completa sunt: nam venit pestis, famis & scabies quædam quæ alio nomine morbus gallicus appellatur in viros ac fœminas quæ nullo medicorum adiutorio curari poterat. A peste quidem infecti: hi sunt quos angelus gladio percussit. qui vero fame peribant: quos flagellis cecidit: a scabie autem tacti quos igne combussit. nam (ut diximus) nullo penitus medicorum iuuamine poterat hæc scabies mederi. Iterum hæc christi famula in die ascensìonis domini rapitur: & beatissimam [fol. 79vb] virginem filium suum in brachiis tenentem vidit, magnisque vocibus clamantem, Videte filium meum, videte inquam fructum ventris mei. accipite illum & comedite: quinque enim modis quotidie per malos sacerdotes crucifigitur: videlicet defectu fidei, cupiditate, luxuria, ignorantia, & irreuerentia quasacerdotes ad altare accedunt, Cum iterum hæc domini ancilla attente pro omnibus sacerdotibus deum oraret: & ad saluatoris faciem quam depiêtam in quodam libro tenebat, aspiceret: super illam magnum fulgorem vidit: qui unius horæ durauit spacio: ac in ea carnem & sanguinem aspexit. & ab hac die adeo carnem abhorruit: ut eam deinceps etiam cum infirmaretur comedere nullatenus potuerit: & si sororii importunitate deuiôta aliquando carnem manducabat: statim stomachus illam reiiciebat. Fuit postea eius cibus uua, passa & cæterę res dictę. Hanc saluatoris faciem abstulit postea ab ea confessor eius: & ipsa ex hac visione stupefacta: & quasi extra se posita remansit. Multis se afflixit pœnis ut apertius factum hoc ei dominus indicaret. Postea tandem in diebus ultimis mensis Septembris in grauem valitudinem cordis incidit. & cum de sua salute desperaretur: correpta spiritu velut mortua per tres horas stetit: quam adhęrentes sorores multis suppliciis spergiscere interim nitebantur. & stas sicin extasi posita dominam nostramvidit: quę pręcepit eiutomnia quę viderat suo confessori narraret: ut ipse manifestaretea duobusviris catholicis Toletanę ecclesię; videlicet decano & capellano maiori, quos suis nominib”designauit: ut & ipsi cuncta archiepiscopo apperirent: & sic prędicta clericorum mala corrigerent. Verum cum illa suo confessori cuncta narras set: prudenter ille incredulum se ostendens dixit. Licet mihi hoc quod ais certum sit: quo pacto illis erit: quibus per me ut dicis reuelandum venit. Eapropter signo ad veritatem huius rei cognoscendam indigentis: ut sic credatur id de quo potest dubitari.
[Capítulo 43]
[Fol. 80ra] DE DUABUS EPISTOLIS / quas diuinitus reperit scriptas./ CAPUT XLIII.
IGITUR CUM DEI ANcilla responsum hoc audiuit valde turbata est: & suspirans ac gemens suo confessori per epistolam respondere in corde suo proposuit, ut ipsa facto conplemit. Et cum sic afflicta collapsaque animo staret: huc ac illuc p domum discurrebat requiem non inueniens: & cum casu per quendam locum transisset ubi fenestra aderat una: in ea papyraceam chartam duplicem in qua nihil erat descriptumvidit: & ignorans aquo ibi positafuerat eam accepit: & quoddam anæ trum ingreditur: ubi aliquando lignorum strues ponebantur: ibi parieti innixa resedit. Et cum sicstaret, subito claritatem in papyracea charta fulgentem aspexit: & sicut ipsa prædicto priori patefecit, quis manu eius accipiens duas epistolas in charta prędicta scripserit, ignorabat, quarum una suo confessori: altera venerabilibus patribus quibus hæc manifestanda erant dirigebatur: cum luce clarius sit nec ipsam scribere, nec literas per artem pingeredidicis se: nec in monasterio erat qui tales formaret apices. Epistolis tandem eo quo diximus modo descriptis, claritas disparuit, & iuxtase prędictas chartas inuenit: quas accipiens in manicasua posuit. Et cum ad hauriendam aquam ex dolio aheno iret: una de epistolis in dolium cecidit: quę supra aquam stetit in ære: mittensque manu, illam sine madefactione ex dolio subtraxit. Ex epistolis istis una ad capellani maioris Toletanę ecclesię (viri profecto magni meriti) manus peruenit: qui supradictum priorem certiorem fecit quod cum epistolam hanc super tres posuisset ęgrotos: a diuersis langoribus curati sunt. Cum itaque christi ancilla litteras has suo confessori dedisset, valde admiratus est: tum quia ipsa scribere nesciebat: tum etiam quia non erat aliquis in monasterio cuius notæ illæ fuisset: [fol. 80rb] ex quo coniectabat epistolas diuinitus fuisse descriptas, & ex hoc nimium admiratus est: cum in charta quæ ad ipsum dirigebatur nonnulla reperit scripta sibi sòli comperta, nec tamen ob id hoc factum diuulgare ausus est: quia nondum venerat hora in qua dominus manifestari disposuerat. Dubitabat enim ut alter Thomas: ad omnium dubitationem postea effugandam. Cum prædictus denique confessor pro tunc ad ei confabulandum oportunitate careret: ei literas misit. & inter cætera demonstrabat se nullatenus posse credere: quod illa epistolas has scripsisset ut in publicum egrederentur. De qua re valde turbata in corde suo domino quęrebatur. Postea confessoris pręsentia habita, grauiter eum de cordis eius duritia increpauit; ostendens ei per euidentes rationes neminem pręter illam angeli tamen adminiculo epistolas scripsisse. Ex hac hora misericordiam domini in corde suo deprecari proposuit: ut de tantis discriminibus eam liberare dignaretur, & sìlentium in talibus deinceps tenere voluntate firmauit; quod & fecit. Orabat autem dominum ut prędicto confessori suo aliquod signum ad credendum si tali capax fuisset daret; sin autem dure eum flagellaret, ut sic credere posset propter incredulitatem suam hoc sibi euenisse. Cęterum christi famula [n]ouem mensibus tacuit: coram domino tamen gemitibus & suspiriis non tacebat. O quam suauis & mitis est dominus sanctis suis, de se presumentes humilians: & humiles in oculis suis exaltans. Orationibus tandem suis dominus victus eam multis modis visitare dignatus est: passionis suę participem illam faciens euidentibus signis, qualia nostris diebus, nec in multis sanctis pręteritis visa non sünt: ut in suo loco dicetur. Considerans igitur hęc religiosa fœmina signum in epistola illa factum, quę in dolio cadens madefacta non fuerit; eam secum retinere cogitauit: & nocte quadam prędictum antrum ingrediens, supradictam epistolam transcribere ut potuisset cupiebat: nam ut diximus [fol. 80va] ipsa notas arte nesciebat formare, & cum ignem in ollula portaret ad candelam quam extinctam manu gerebat accendendam: subito candela sine applicatione ad ignem accensa est. Et statim ut epistolam transcribere voluit: sanguis ex eius naribus distilare cœpit: quem unius horę spacio stringere non potuit. Quo ab caviso epistolam illam temporibus suisapplicans: mox sanguinis emanatio cessauit. Post hęc cum in die conceptionis dei genitricis Mariæ quædam puella paruula per septem horas mortuaiaceret: & christi famulæ in monasterio hoc nunciatum fuisset: magna fide prædictam misit epistolam quam super mortuam imponi iussit: & eo ipso oscitauit resurrexitque sana. Et cum mulier quædam pectus haberetapertum: mox ut hæc chartasuper illud posita fuit curata remansit. Clericus itidem ad diuum Iacobum pergens hancepistolam secum magna deuotione ferebat: & cum infortunio in flumen cecidisset: vestibus omnibus madefactis epistola supradicta illęsa permansit,
[Capítulo 44]
DE LATERIS VULNERE, AC / aliis pœnis eius. / CAPUT. XLIIII.
POSTEA PRAESAGIens sibi ventura, cum omnium sanctorum dies aduenisset: matrem monasterii deprecauit ut communione illius diei per acta: eam in aliquo loco domus recluderet, ubi a nemine videretur. Dominici tandem corporis sacramento percepto: adeo fletus illius magni fuerunt antequam raperetur, & cordis ictus quos intrinsice sentiebat: ut nullus effari possit: fecitque sìbi tantam vim ne audiretur exterius quod intus patiebatur: ut sicut cuppę musto plenę quę citius sine spiraculo rumpitur ei acciderit: nam sic illa in capitis apice crepuit apertura ipsa usque ad frontem apparente : ac tam grandis cæsa in capite visa est, veluti si nouacula facta fuisset: quæ multis aperta stetit diebus / pluribus eam videntibus: & non est humano beneficio medicata. sensitque tam grandem dolorem [fol. 80vb] atque cruciatum ex vulnere: ut sibi velut mors fuerit. Visum est postea hoc vulnus a testibus fide dignis: & a notario ut infra dicetur. Postea itaque priuatur a sensibus: & quadraginta horarum spacio in extasi mansit, & in hoc tempore sorores (multis suppliciis in naribus, pedibus, manibusque eius factis) eam reuocare procurabant: ut nonnihil cibi posset recipere. Et usque adeo ad aperiendum os eius vim fecere: ut ei molarem dentem frangerent. Et cum sic in extasi posita esset, defunctorum nocte ter vel quater magnasuspiria magnosque gemitus dedit cum grandi sui corporis motu. & ex hoc raptu ante cœleists regis thronum deducta fuit: viditque ibi res magni pauoris, quæ humana lingua bene explicari non possunt. vidit enim dominum nostrum Iesum christum in throno magno sedentem: magnamque turbam in conspectu eius stantem: habentem gladium transuersum ex utraque parte acutum in ore: diuinoque oraculo intellexit quod gladius ille designabat iram magnam quam rex super ecclesiam eiusque pręlatos tenebat. Et illi hęc cernenti imperatum est, ut viris quibus antea secundum præceptum sibi factum res sunt patefactę diceret, qua de causa sibi dicta obliuioni tradebant: erantque negligentes in præceptis diuinis adimplendis: & quod si diuinum iudicium euadere cupiebant: statim ad archiepiscopum irent: ut ipse ad ciuitatem ad quinque peccata supradicta corrigenda personaliter accederet: quę secundum annotationem superius factam sunt defectus fidei, cupiditas, luxuria, ignorantia sacerdotum: & illorum in sacerdotali ministerio irreuerentia: quibus peccatis quotidie dominus noster Iesus christus blasphemabatur: destrueretque hęreses quę in illa ciuitate vigebant. Dictumque est illi postea, hoc signum e cælo ut credaris tibi dominus dat: videlicet ut gladius ille quem in ore regis transuersum vides scindet cor tuum atque illud pertransiet: facietque in eo uulnus ex quo sanguis viuus exibit: quod cunctis testimonium verum erit: & tu passionis filii dei imitatrix atque particeps eris. Sic igitur factum est, [fol. 81ra] nam mox dolore indicibili latus sinistrum super cor apertum reperit. Tantę crat magnitudinis hoc vulnus, ut pollicis caput bene in vulnere intromitti poterat. statimque ex eo ita sanguinem decurrere sensit: ut vix rem potuerit celare. Huius autem vulneris apertio viginti diebus durauit: & in sextis feriis sanguinis emanatio cæteris maior erat: nam his diebus sine impedimento pannorum in vulnere positorum sanguis usque ad crura decurrebat. Nunquam putredinis signum in hoc vulnere apparuit: nec medicamen humanum in illo positum est: sed pannis mundis impositis cum priores cruentabantur, alii de nouo ponebantur in vulnere, Sanguis hic mundus & purus erat: ut apparet in pannis qui in vulnere illo positi fuerunt. Et licet hæc christi ancilla ad celandum hoc vulnus, & dolores magnos quos patiebatur pro viribus quandiu potuit operam dederit: decem tamen diebus transactis deficientibus iam viribus diuinitus sibi reuelatum est, ut quod habebat monasterii matri & alteri ex sororibus quę Teresa vocabatur, ostenderet: his enim pannos sanguinolentos patefecit: ex quorum visione nimis illę territę, confessore secrete accersito, rem ei pandunt, Verum confessor ne hoc factum extra domum diuulgaretur omni studio egit: timebat enim ne aliqua illusio esset vel fictio: ideo ad omnem dubietatem abigendam, rei veritatem omni solicitudine inuestigare curauit. Tandem suis propriis oculis vulnus considerans admiratione repletus, et rei fidem adhibtiit: & eam fidelibus testibus reuelatuit: ut fideliter de illa testimonium omnibus perhiberent. Fuerunt enim eiusmodi rei testes ecclesię maioris Decanus, ac eiusdem ecclesię Capellanus maior: cui Didacus de Villaminaya nomen erat: qui, pręsentibus notario & confessore prędicto & monasterii matre aliaque ex sororibus (de qua supra diximus) uulnus viderunt per lintei aperturam, christi ancilla in lectulo iacente nulla alia corporis sui parte discooperta. Hi sex testes quatuor viri & duæ fœminę vulnus recens & cruentum suis oculis viderunt, & manibus contrectarunt: videtes etiam pannos qui [Fol. 81rb] nouiter in vulnere positi sunt, & capellanus maior filorum copiam sanguinolentorum manu sua ex vulnere subtraxit. Omnes itaque hi testes magna cum diligentia vulnus considerantes: non humanitus nec casu sed diuinitus esse factum apertissime cognouerunt: & sic (ut diximus) aliquo medicamine humano curatum non est: tametsi ex ipso dei famula magnum cruciatum interius exteriusque sustinuerit. Stetit hoc vulnus supradicto modo viginti diebus apertum: quibus transactis se absque aliquo beneficio clausit, cicatrice tantum in loco vulneris remanente: & dolore continuo quem in parte illa sentiebat: qui quidem multis diebus durauit. His quoque diebus in capite manibus & pedibus cruciatur. cum enim valde debilis & afflicta ex pręteritis in lectulo iaceret: surrexit in eo: & coram crucifixi signo quod ibi depictum tenebat genua flectens, statim dolorem grandem in pedibus manibusque pręsensit ac si illę partes quibusdam clauis perforarentur. Et cum in hoc esset cruciatu: & eius manus sinistra (ut sibi videbatur) transigeretur: tam grandi cruciabatur dolore: ut, pollice manus dexterę in palma sinistræ posito, adeo palmam ob doloris magnitudinem compressit, quod sanguis super manum crepuerit. et sapienter hoc vulnus abscondit tenens manum panno coopertam: quod diebus quadraginta durauit: et sine humano denique remedio signo tantum in manu remanente, curatum est. Et ut omnium pœnarum passionis dominicæ particeps esset: ultra supplicia que antea in capite passa est, subito tunc in eo nouum & magnum dolorem sensit: ac si caput illius spinarum circumdaretur corona. & licet diuersa remedia capiti fuissent imposita, nullum tamen penitus profuit: iustum enim erat ut diuinitus facta humana industria non sanarentur. Cum igitur ex supradictis pœnis corpus eius satis debile staret. non his contentus dominus aliam grauiorem pœnam et dare disposuit: nam in circuncisionis domini nocte in spiritu rapitur: & ante quendam magnum iudicem vultu terribilem ducitur: ubi quia in reuelandis rebus visis his quibus manifestandę erant obedire contempsit, dure a iudice increpatur, & Mi- [fol. 81va] chaële suo iudicio ex uno brachio, ac ex altero beato Ioanne euangelista eam tenente: quos singulari obsequio venerabatur; flagellis iussit iudicis a quodam angelo cęditur. Tam dure itaque flagellata est, ut totum eius corpus (facie, manibus pedibusque exceptis) fuerit plenum verberibus, non tamen vibices nec vulnera in corpore eius apparuerunt: sed quidam scobriculi tantum: erantque ita coniuncti, ut vix inter eos aliquid poterat apponi: & ex hac punitione grauissìmum dolorem sensit in corpore. Hęc quidem flagellorum signa quindecim mensibus vel quasi in corpore eius durarunt. Ipsa autem hoc factum tacuit nemini illud referens quousque. monasterii mater quadam die mittendo manum recontinuationis velaminis causa super scapulam eius signa prædicta inuenit: qua de re nimis territa eam durius increpauit, credens ipsam se crudeli pœnitentia mactauisse: propter quod tunc christi ancilla ei rei veritatem (sicut scriptum est supra) aperuit. Omnia hæc ad notitiam pontificis Toletani Petri a Mendoça cardinalis postea peruenere: ut ex epistola ipsius ad Priorem Sislanum missa patet, cuius verba hæc erant. Venerabilis pater: hac pręcedenti nocte hora post eiusdem noctis medium secunda / libellum quem mihi dimisistis accepi, & nunquam illum ab oculis separaui, donec omnia eius capita integre perlegi. & quod magis admiror sic cordi meo adhęsit: ut nihil, &si in his reuelationibus credendis tardus, de eo dubitauerim. In fine notarii testimonium vidi: & testium confirmationem: quibus utique omnis fides adhibenda est: ego nanque eorum cuilibet equidem fidem pręberem: quanto magis omnibus illis iunctis. Omnes testes mihi noti sunt: monasterii matre excepta, quæ propter officium merito approbanda venit. Notarium esse virum bonum & fidei dignum non me latet. Tantarum quippe visionum in spiritu & corpore admiror: sed quam maxime tantam duritiam in fœmina inueniri in celando quæ sępissime viderat: pręsertim cum de reuelandis mysteriis sibi ostensis [fol. 81vb] ab eo qui omnia imperat & gubernat mandatum acceperit: quod profecto suæ profundissìmæ humilitatis atque inanis gloriæ contemptus indicium est. Cęterum pater venerabilis pro mea parte & p hoc quod ad me attinet date illi gratias: quas dominus noster sibi largiatur abunde: & pœna quam patitur sìt ei centuplum ad gloriam: & si quid pro eius consolatione ego facere possim, vos ex parte mea illi omnia integre offerte. meque illi recommendate ut in orationibus suis mei sit memor: ut in domini nostri seruitio hanc vitam consummare valeam, in omnibus eius voluntatem adimplendo. Post hac vero cardinalis memoratus epistolam de manu huius sanctissimæ fœminę suscepit: & per hunc modum eidem rescripsit. Deuota ac in christo dilectissima soror: epistola tua & his quę prior Sislanus mihi retulit magnam suscepi consolationem. at dominus noster qui te in talem posuit statum in eo te usque ad finem feliciter conseruare dignetur: & mihi gratiam prestet ut eius voluntatem facere possim: & quę mihi consulis adimplere valeam: quod pro te a domino eiusque genitrice impetrare cupio: & ob id tuis orationibus me multum recommendo: & quia priori Sislano latius sum locutus, plura non dicam. Vale in domino. Obiit autem hic memoratus antistes post mortem huius sanctissimę fœminæ, langore prolixo multis diebus laborans: in quibus plurima pia opera executioni mandauit.
[Capítulo 45]
DE OMNIUM LANGORUM / eius curatione: deque his quæ in sacratissima natiuitatis nocte vidit. CAP. XLV.
CUM IGITUR HÆC christi ancilla continuis ęgrotationibus vexaretur: octavo die solemnitatis diui patris nostri Hieronymi peracto lateris dolore in lectum decidit, sanguinem per os euomens. & cum omne medicorum consilium abhorreret: suo iudicio quinque pillulas sumere ausa est: quibus sumptis ad mortem peruenit. At cum sic staret, anima (ut sibi videbatur) a corpore eius euulsa super vulnus cordis insedit: quam archangelus Michael (ut si- [fol. 82ra] bi videbatur) manu sua illic tenebat compressam: & sic viuebat: & virtus ad sacramenta sancta suscipienda sibi non defuit. Matrem autem monasterii deprecabatur ut priorem qui hæc in literas misit vocaret: ut eius confessione audita cętera ministraret sacramenta. Contigit hoc in mense Octobris. anno octuagesimo quinto supra millesimum ac quadringentesimum. eratque dies ille sabbatum: in cuius nocte sanctam communionem quam receptura erat meditans: cupiensque a corpore absolui magna deuotione suum monasterium, & Sislanum domino commendabat. Ei quidem sic stanti monachus a quo in ipsa dominica die res diuina in monasterio erat agenda in visione demonstratus est. cui domina nostra cum ad consecrationis verba peruenit, filium suum quem tenebat in brachiis dedit: qui a sacerdote in tres partes diuisus in qualibet ipsarum puer viuus & lætus remanebat. Vidit etiam splendorem super altare: & angelos ex utroque brachio sacerdotem sustentantes: aliosque plures circa altare ambulantes: & diuam Caterinam & Barbaram sibi dicentes. Cras feria secunda hora nona ante meridiem in splendore quem hic cernis dominum recipies: statimque sanaberis: quod sic factum est. Cum igitur prior ad confessionem eius audiendam peruenisset, ne illa die ad monasterium reiterteretur eum humiliter rogauit: ut si forsan eam mori contingeret sua non careret presentia: sin autem ipsa nocte non migraret a sęculo: pro certo sciret: se perfectam sanitatem adepturam. Quod sic euenit ut ipsa prędixerat: nam cum in die lunæ communionem de manu prioris vellet accipere: prioreque ad eam cum corpore domini conuerso, in ipsius pectore & manibus ingentem vidit splendorem: quem etiam in illa hora paruula quædam quatuor annorum vix fari sciens conspexit, quę ibi cum matre sua aderat: splendoremque magnum tanquam solis quem in manibus prioris & in christi famula cernebat matri indicauit: sed mater videre non valuit quod filia videbat. Corpore domini itaque suscepto satim rapta est spiritu: omnibusque sensibus per- [fol. 82rb] ditis sic per nouem horas stetit, & cum quæ si violenter expergisceretur: oculosque aperuisset: psalmistę versum recitauit dicens. Benedic anima mea dominum: & omnia quę intra me fiunt nomini sancto eius, qui propiciatur omnibus iniquitatibus tuis, qui sanat omnes infirmitates tuas. & mox se sanam reperit: & reuersionis ad pręsentem vitam eam pœnituit. Alia complurima secreta cœlestia hęc christi famula vidit quæ quidem sibi visibiliter ostensa sunt, pręsertim in sacratissimę natiuitatis dominicæ nocte: de quibus tantum sequentia annotabimus. Cum semel itaque in ipsa natiuitatis domini nocte, noctis medium summa cum attentione expectaret: eo quod illam esse horam, in qua redemptor noster in carne visibiliter apparuit, non ignorabat. & genibus flexis in oratione insisteret coram sacratissimę christi matris altari, in quo eiusdem virginis effigies astabat: ac etiam altare ipsum mire compositum, candelisque accensis plenum esset: & cuna opulenter adornata cum pannis ceruicalibus in eo posita: faceretque in cuna coram matre sua puer paruulus vestibus pręciosis indutus ecce noctis medium aduenit. & cum sìc multis suspiriis ac lachrymis dominicæ natiuitatis sacramentum contemplarci: oculis corporeis magnam claritatem super altare descendentem vidit: & dominum nostrum in paruuli speciem nimis fulgentem, quem angelorum multitudo reuerenter adorabat. Angelorum itaque adoratione, quæ per dimidiæ horæ spacium durauit, finita: pastores festiuantes ad infantem adorandum venire prospexit: illisque recedentibus, mox tres orientales reges magna cum societate ingressi sit: quos tres soles nimis fulgentes comitabantur, qui cum ad altare accessìssent: statim ex tribus unus sol effectus est. Reges vero procidentes puerum adorauerunt: eique sua munera obtulere. & in hac regum adoratione dei genitricis imago que in altari erat, ter contra puerum arrisit. Post regum angeli admonitione recessum, Herodem sęuissimum puerum ad perdendam quęrentem vidit: vidit etiam quomodo [fol. 82va] beata Maria filium brachiis tenens Ioseph comitata tristes in Ægytum fugiebant. Huiusmodi autem visio a noctis medio usque tres subsequentes horas in oculis eius perdurauit. Quibus finitis, cathedralis ecclesię capellanus maior desiderio seruiendi christo attractus ad monasterium venit. ad primam missam galli cantus vocabulo appellatam celebrandam: & ut sorores communicarent in ea: cantores itidem qui solemniter rem diuinam agerent secum adducens. Et cum ipse sacris indutus ad altare exiret: statim hęc christi ancilla oculis apertis duos cereos magnos super altare vidit: & ab uno quoque illorum quinque radii usque ad ipsam directi procedebant: nullumque impedimentum cortinę quę ante chorum erant extensæ ei prestabant ad videndum omnia que in altari erant facienda. Cum itaque magna solemnitate res sacra inchoaretur: & suo ordine perueniretur ad sanctus: magnam angelorum cateruam ad altare descendere vidit: qui quidem sacerdotem ipsum a pedibus usque ad caput cooperuere: & ipsi ascendentes ac descendentes cum magno gaudio sacrificio assistebant. & cum sacerdos hostiam consecratam eleuaret: prędictos angelos brachia eius attollere vidit. Ad pater noster tandem peruento, non valuit ultra super genua sua stare: nimisque spiritu defatigata cecidit super faciem suam: & sic in eodem loco usque ad horam diei duodecimam iacuit: qua transacta ex sororibus quędam eam ad lectulum suum deportauere; (nam ab hora noctis decima: in qua ad matutinum pulsatum est usque ad hanc quam pdiximus horam, semp genibus flexis in supradicto loco stetit immobilis). In sero autem illius diei ob sororum deprecationem parum conditaneæ cidoneę comedit: & sic sine alio cibo feria secunda & tertia permansit. Feria vero quarta uno tantum ouo contenta aperte demonstrauit quod spirituali alimonia ei vitam contra conditionem humane naturę prestabat. Iterum die quinta ante natiuitatis dominicę solemnitatem ob famem, quę propter farinæ defectum ex fluuiorum incrementis tunc vigebat: nimis esset afflicta absque dormitione noctem illam tran- [fol. 82vb] segit, & cęteris sororibus dormientibus, surtexit ipsa: & in pauimentum subdiale ex quo fluuius conspici poterat, ascendit: & cœlo nut dosignum crucis contra amnem faciens, mox ad orandum in quodam cubiculo se recepit: & brachiis ad modum crucis extensis super terram procidens per magnum interuallum in orationem pdurauit. dei enim genitricem deprecabatur attente: ut filium suum exorans eum placabilem faceret populo. Et cum in hac pœna posita christi matrem exoraret deuote: subito quendam magnum splendorem vidit totam domunculam illam in qua erat illuminantem. aspexitque in claritate dominam nostram: quę lachrymosis oculis voceque tristi illi dixit. Omnes has pręteritas aquas per tot dies diuisas in tribus diebus per alluuionem emittendas esse scito filia; ac earum maiorem partem super istam ciuitatem perfluendam propter maximapeccata quę in ea quotidie perpetrantur: ego tamen tuis precibus inclinata: & propter orationes quas pro populo effudisti: filium meum exoraui, ut petitio tua acceptabilis coram eo esset: & exaudiri pmerui: & sic ira eius placata est. Stabat hęc famula christi ocfis apertis manibusque eleuatis cum dei genitricem videbat: que attamen recedente in terram cecidit: & absque sensu aliquot horis pdurauit. Postea in se reuersa, corpore & spiritu roborataad dormitorium reucrtitur: nulla ex sororibus hoc sentiente. Cum igitur fama eius non usque adeo tegi potuisset, quin ad aliquorum piorum hominum notitiam deuenisset: inter alios apud quos latere non potuit, episcopus Pacensis fuit: qui tunc erat ecclesię Toletanæ Decanus: q & cum illa sępe locutus est: & fuit testis vulneris lateris. Huic ergo semel eam deprecanti pro cuiusdam discordię sedatione quę erat in curia ipsa libentissime obediens: ante solis ortum orationis causa superiora domus ascendit: & magnum splendorem in cœlo ubi sol oriturus erat aspexit. soleque orto, oculis claris eum sine claritatis obstaculo intuebatur: viditque intra ipsum solem foramen grande quod in cœlum intrabat: ex quo magni claritatis radii ad diuersas partes exierunt. crux etiam aurea magni quidem fulgoris intra foramen apparebat: quę tam- [fol. 83ra] diu demonstrata est donec ad primam factum estsignüm. In ære etiam quendam haud procul a se distantem aspexit: qui suo iudicio erat ut luna, cum ali[o] pugnantem: & interuallo modici téporis transacto: scapulis adinuicem auersis recessere. Et cum quedam ex sororibus illuc ascendisset: statim illa a loco discessit: & sic visionis pdictæ finem videre non valuit. Verum credi potest pręcibus illius discordiam postea sedatam fuisse quæ inter nonnullos viros illustres vigebat in curia: pro cuius sedatione cum supradicta vidit, orabat. Contigit hoc infra octauas resurrectionis dominicę; anno octuagesimo sexto supra millesimum ac quadringentesimum, Cum iterum in mense Iulii in aurora illius dici quo sanctę crucis triumphum colit ecclesia, oculis sursum eleuatis oraret: vidit quasdam flammas in cælo. & interuallo horę unius consumpto: ipsum cælum aptum notauit: & solem itidem per aperturam quamviderat egredientem: ac in illo om nesicgli pulchritudines cognoscebantur: & statim insubsequenti die in quodam libro hora tertia orans attente: iuxta fenestramex qua cælum poterat intueri: tertie hilem cuiuspiam vultum veluti lunę apud se vidit duasque hominum effigies deintus stantes unum contra alium gerentes bellum: & ibi etiam occisorum aderat multitudo. Hac nempe die comes Cifontanus captus fuit a Mauris.
[Capítulo 46]
DE ANIMA SACERDOTIS / defuncti qui eidem apparuit: & de aliis visionibus eiusdem. / CAPUT. XLVI.
CUM HÆC CHRISTI ancilla in supradicto anno quadam nocte in stratu suo faceret: noctisque medio finito nondum esset pręoccupata somno: sacerdos monasterii nuper defunctus ei apparuit: qui Ioannes Hulmensis vocabatur de quo supra mentionem fecimus (nam Hic fuit ille confessor eius qui vulnus lateris vidit) & propter molestias quas sibi intulerat veniam ab ea humiliter postulauit ob epistolam pręsertim quam ad eam [fol. 83rb] rescripserat: quæ magnæ perturbationis causa extitit ei: ac etiam quia illius verbis fidem non præbens, eius consilia temerarius spreuerat. Supradictis etiam sequentia adiecit. Dicito quęso priori Sislano: & huius monasterii matri: ut omnium molestiarum quas illis feci veniam mihi concedere dignentur: ac etiam sex milia dipondia quæ huic monasterio debeo mihi indulgeant: pariterque librum quem vendidi remittant: & eleemosynę gratia quinquagies altaris sacrificium pro me faciant celebrare: ut sic eruar ab hac pœna quam modo sustineo: & tu christi famula pro me ora. Et his dictis disparuit. Cęterum illa cum ex hac visione nimis terreretur: semianimis & sine loquela quatuor horis remansit: & in se r[e]uersa magna deuotione cuncta quę defunctus ab ea petiit adimplere curauit. Nec est hoc loco tacendum visionem quam vidit eo die quo capellanus maior in humanis agere desiit. Hic enim Didacus de Villaminaya appellabatur vir sane religiosus & prudens, charitatisque operibus plenus: de quo nuper multis in locis mentionem fecimus. Cum igitur hic vir venerabilis esset pro suis laboribus a deo remunerandus: in fine mensis Martii anni octuagesimi septimi egrotauit: & tandem ingrauescente langore ex hac vita migrauit, cuius mortem quasi ciuitas tota deplanxit: sed doloris huius maxima pars Marię Garsię monasterium occupauit: propter beneficia magna tum spiritualia tum temporalia quæ sororibus veluti earum pater quotidie faciebat. Et cum vitę eius finis parum post decimam diei horam euenisset: stabant in ecclesia sorores & cum illis hæc christi famula rem sacram audientes: & campanarum pulsatione propter illius obitum in ecclesia maiori facta: statim illa rapta spiritu fuit: & vidit defuncti animam a Ioanne baptista, & diuo Hieronymo sanctaque Caterina ad iudicium coram diuina magestate in quendam magnum nimisque deliciosum campum deferri, animabus plurimis ibi astantibus laudantibus deum. Accusatus est itaque propter obmisionem quam fecerat in adim- [fol. 83va] pletione cuiusdam defuncti voluntátem qui illum sui testamenti reliquerat executorem. etiam licet predictus capellanus hoc ante mortem suo testamento emendare curauerat: tamen a domino nostro Iesu christo iusto iudice iudicatum est ut eius anima in loco illo detineretur donec compleretur legatum: quo soluto mox ad gternam beatitudinem perueniret. Cęterum illa hęc omnia in ipsa ritu videns, statim ut ad se est reuersa: multospacio quasi extra se mansit: inagna pœna gaudioque adinixta ob prędictam visionem poccupata. Et ita magnis exanimationibus in lectulum cecidit: ut de eius desperaretur vita. & nemini hanc rem dempto priori prędicto patefecit: qui eam obedientię pręcepto ad reuelationem omnium quæ sibi dominus ostendisset constrinxerat. Huius igitur visìonis certitudo ex supradicti patris testamento liquet: cuius ordinationem hæc christi famula ante hanc visionem penitus ignorabat. In raptu quadraginta horarum cum vulnus lateris suscepit (de quo nuper diximus) se purgatorias pœnas vidisse asseruit: ubi tormenta horribilia (que dici non possunt) aspexit. & cum circumquaque respiceret quendam sacerdotem adhuc viuentem aiarum curionem in magno cruciatu inuenit positum: serpens nanque horribilis cui duo capita duoque ora erant eum pręcinctum ac ligatum in circuitu tenebat. viditque etiam iuxta illum drachonem ingentem: qui super spinam cuiusdam infantis aiam in sportula habebat: que quidem magnis quærellis ob pœnam quam patiebatur iudiciuma deo fieri instantissime postulabat propter culpam solummodo sacerdotis illius. Cumque famula christi quęnam pœna esset illa angelum qui eihęc omnia ostendebat interrogaret: ei angelus dixitque infans ille propter sacerdotis illius culpam nondum. regeneratus baptismo obierat: ac ob id quęrebundus iusticiam a deo postulabat de illo. Postquam vero ad se rediit valde territa, p sacerdote illo quotidic dum orabat: & dierum octo interuallo transa & o hic sacerdos rem sacram in monasterio agebat: corporeque domini iam eleuato iterum illa rapta fuit spiritu: & vidit sacerdotem hunc [fol. 83vb] serpente præcinctum tria habente capita, quorum primum cor, secundum linguam, tertium vero scapulas sacerdotis comedebat. Viditque ctiam infantem coram eo clamantem & dicentem. A dei visione tua negligentia priuor: tua culpa sine baptismo mortuus sum: tanti peccati veniam a deo non consequeris. Tertio itaque die post hanc visionem sacerdotem istum vocari fecit: & omnia quæ viderat secreto eidem aperuit. Quod cum ille audisset adeo territus est, ut loquelam medię horæ spacio perdiderit. quem christi famula sic afflictum pusillanimemque videns: in domino confortauit. Tandem ad se rediens quomodo hoc secretum dominus sibi reuelauerat vehementer admirari cœpit. & ita in veritate fuisse sicut illa dicebat aperte confessus est: tam de puero qui sine baptismo sua obierat culpa: quam de cæteris rebus quibus hactenus deum se offendisse cognouerat: prout ab illa eidem sunt enarrata. Post hęc dei famula dixit illi. Ne de his valeas quiquam dubitare: cras dum in altari fueris dominum ostendere tibi signum pro certo tibi sit. Quod sic euenit: nam hic sacerdos confessus est postea, quod dum sequenti die sacrificium christianum ageret: & rerum diuinarum codicis verteret folium, ubi effigies crucifixi erat depicta: quinque guttas sanguinis inuenit in illo: et post annos quinque in diui Michæelis archangeli festo hic sacerdos ex hac luce recessit: quem dei ancilla suis orationibus iuuit. Postea denique in aurora diei sancti Francisci in figura horribili eidem apparuit: plurima quæ inter ipsum & alia personam secreto transierant, ei aperiens: quę quidem ita in veritate comperta sunt.
[Capítulo 47]
QUOD SPIRITU PROPHE / tię multa arcana reuelauit. / CAPUT. XLVII.
MULTA OCCULTA hæc christi ancilla spiritu prophetię repleta indicauit: ut ex supradictis faciliter agnoscitur: & per alia quæ de ea scripta reperiuntur, gratiam quam ei dominus in cognoscendis secretis dederit, aperte in- [fol. 84ra] telligimus. Cum igitur illis diebus iam inquisitionis negocium contra hęreticam prauitatem in Toletana ciuitate ageretur: nonnulla archana huic sancto officio attinentia priori Sislano aperuit: & ipsi quonammodo ista sciebat interroganti respondit. Dominus noster Iesus christus ea forma qua ad columnam ligatus stetit mihi apparuit: scapulas habens sanguinolentas: & mihi dixit. Aspice filia qualis ab hęreticis contrector quotidie: idcirco dic ecclesię huius Decano, & Sislano priori, qui inquisitionis rem tractant, omnia quę nunc oculis cernis. Quod sic adiplere curauit. nam hęc eadem verba (supradicto priore presente) ecclesię decano dixit; aperiens utrisque quędam occulta ad sanctum inquisitionis officium ptinentia. Cum alia vice staret mente eleuata, sacrosanctam eucharistiam magna cum solemnitate a clericis de maiori ecclesia depromi vidit: & cuidam egro hęretico deferri: iussumque est ei ut omni velocitate ad clericos iret: ac eis diceret. Ad ecclesiam cum sacramento reuertimini: hæreticus namque est ad que illum defertis. Et sic factum est. verum angelus qui hęc sibi imperabat sequentia postea adiecit dicens. Ut quę tibi dico vera esse comperias: hodie cum res diuina celebrabitur sanguinis guttas ab hostia distillare videbis. In hac itaque die hęc christi famula hostiam cruentatam oculis claris aspexit, cum post consecrationem fuit eleuata. Semel etiam futura cognoscens priori Sislano dixit. Curam pater adhibe in domo: duo enim in ea sitnt qui tale peccatum perpetrare procurant. Quod postmodum rei euentus eam vera dixisse comprobauit. nam post paucos dies duo famuli deprefensisunt: qui malum grande eodem modo eademque forma ut ipsa prędixerat perpetrare volebant: & mox a monasterio. fucrunt expulsi. Monachus quidam eam proptereius famam videre & alloqui cupiens: pro hacre impetranda magnopere laborabat: tandem quod desiderabat obtinuit. & cum ad colloquium illius fuisset admissus: hęc ipsa inter cętera illi dixit. Iamdiu pater est q te meum colloquium. expetere scio: & causam cur hoc deside- [fol. 84rb] rio laboras: scio etiam quod tali die scriptionem faciebas: quam ea die optabas perficere: & non potuisti: & consummasti eam nocte sequenti. His auditis stupefactus monachus quomodo secreti huius notitiam potuit habere eam interrogauit: cui ipsa respondit se omnia hęc in spiritu vidisse. Et postea sequentia adiecit. Dic pater tali monacho (illum nomine suo designans) quod multum tristatur spiritu: videat vias suas: & si aliquid fecit punitione dignum, indulgentiam petat: alias magno subiacebit periculo. Et cum huic monacho & cęteris domus hoc esset experimento cognitum: valde admiratus est: intellexitque eam spiritu dei esse repletam. Contigit hoc cum ordinis nostri primarius in Sislano monasterio inquisitionis causa erat. Cum isdem etiam monachus iterum illam alloquens, alterius monachi cuius nomen tacebat vitam multum commendaret: christi ancilla eum deprecari cœpit, ut fratris illius nomen vellet sibi aperire: sed cum monachus hoc negaret: tunc illa dixit. Monachus de quo pater dicis sic appellatur, vir quidem religiosus est: partem habens cum deo. Quod monachus audiens nimis territus est: videns quomodo spiritu dei sciebat, quod ille ei noluérat indicare. Dificiliter & non sine magno tędio cum exteris loquebatur licet viri religiosi fuissent. & cum talium colloquium vitare non poterat: breuis in sermone erat.
[Capítulo 48]
DE EO QUOD SUIS ORA / tionibus salutem multis impetrauit. / CAPUT. XLVIII.
PLURIMUM HÆC christi ancilla orationibus valuit: erat enim feruidę orationis, ut ex prędictis coniectari potest: idcirco multis suis pręcibus obtinuit salutem. Unde cum semel monasterii mater tertia mensis Augusti ante diui Laurentii festum pleuritidis morbo laboraret: essetque a medicis iam derelicta: valde hęc sancta de matris morte tam propinqua affligebatur: & nocte adue- [fol. 84va] niente sacellum ingreditur: & cum multis lachrymis coram deiparę virginis effigie pro matris salute cœpit orare. Oratione tandem finita, vultum virginis quam candela explorabat, veluti viuentis inflammatum: & post paululum sudantem aspexit. Cæterum illa oculis se falli opinans: ad virginis faciem pręsumpsit accedere: at rei veritate comperta, ter capitis sui velamine sudorem imaginis abstergens: oculos suos ac faciem cum sudore lauit. Et magno gaudio repleta iterum obnixius pro matris vita dei genitricem cœpit orare: & facta est ad eam vox, dicens. Propter consolationem tuam & remedium vita illi conceditur. & statim in excessum mentis eleuata est: & vidit diuum Laurentium in forma pueri quindecim annorum splendida veste indutum pyxidem auream in manu ferentem: quam supra caput & latus posuit ęgrotę: signans eam manu sua signaculo crucis: quo facto discessit. Statimque illa ad se rediens intellexit dei parę virginis meritis quod petebat impetrasse. Et confestim ad infirmam pergens, illam quieto somno dormientem inuenit, quę quidem expergiscens a dolore subleuatam se sensit: & post modicum perfecte conualuit. Cum iterum importune in ecesfa dei genitricem oraret pro quodam fratre suo in vinculis existente: fratri dormienti sanctissimavirgo apparuit in effigie ut in monasterii sacello habetur depicta: & a compedibus eum absoluens dixit. Propter sororis tuę & aliorum monialium præces quas ob tuam liberationem feruenter apud me fundunt a carcere erueris. Et ipse expergiscens liberum a compedibus, & tumore quem in pedibus ob vincula ferrea fabebat: se reperit. & diesequenti ad monasterium veniens, liberationis suę mos dum sorori cæterisque religiosis enarrauit: & pro certo compertum est quod hora qua ille se dixit per dei genitricem a vinculis fuisse absolutum: eadem hęc christi ancilla & aliæ sorores pro eo specialem orationem faciebant. Ipse itaque virginis Mariæ effigiem in altari monasterii positam cernens: simili figura ipsamsibi apparuisse [fol. 84vb] asseruit. ob idque deinceps ceram, ut omnibus sabbatis coram prædicta imagine arderet, per totum vitę suæ tempus se daturum repromisit. Verum post hac annis nouem transactis, cum in vigilia assumptionis eiusdem sacratissimę virginis hic virsui promissi non obliuiosus factus, ceram ad prędictam imaginem illuminanæ dam portaret: in via morte subitanea pręoccupatus defecit. Quod christi ancilla audiens magna tristitia affecta est: pręsertim ob mortis casum: & multis lachrymis multaque instantiaprofratresicdefunctocoram dei genitricis imagine orabat: hoc inter cętera scire cupiens: an in via salutis esset. Et tandem cum pro hac refm portune deprecaretur: octauo post fratris obitum die hora secunda post noctis medium vultum supradictę imaginis aspexit: & illum lætum veluti personæ viuentis & loqui volentis vidit: & ex hac visione magno gaudio repleta flere cœpit. Quod duæ ex sororibus cernentes eam ad lectulum deduxerunt: & sororibus illic iuxta eam cum candelis accensis stantibus, cuiuspiam flatum frigidissimum post scapulas sensit: sed propter sorores quę cum illa colloquebantur, ad locum illum respicere non curabat. sed post paululum magno timore concussa caput illic conuertit: & frustrum nubis obscurę aspiciens: intus fratrem suum faciem nimis lętam habentem vidit: qui dixit ei. In magno nempe periculo fui cum spiritu exhalaui: sed affuit mihi dulcissima virgo Maria auxilium pręstans: ac propter eius merita euasi: sumque ad purgatorias pœnas transmissus. & his dictis, de cæteris rebus ad quarum soltationem erat astri & us mentionem faciens: ab oculis sororis eius euanuit. Et cum alius eiusdem sanctę virginis ff in loco suo equi currentis lapsu valdetorsus, grauique oculorîi passioneremansisset: ob idque eius mater (quę propter mortem alterius filii nuper defuncti satis erat afflicta) hoc factum audiens adeo amaritudine atque tristitia repleta est: ut os & oculi eius fucrint obuarati. Post aliquot itaque dies huicsanctæ fœminæ hoc in monasterionunciato, ad altare [fol. 85ra] dei genitricis a cessit pro matris salute oratura: inspirataque diuinitus nuncio qui casum ei narrauerat respondit. In dominica sequenti sanabitur mater mea: quod sic factum est ut ipsa prædixit. Accidit quoque semel ut hæc sancta graui langore correpta in stratu iaceret. & sacratissimæ virginis natiuitatis die superueniente, videns quod nec cum cęteris sororibus communicare hac solemnitate, nec diuinis interesse poterat: dolore magno percussa est. Cum igitur ea nocte sorores ad matutinum exurgerent: & ipsa que non procul a choro iacebat eas cantare inuitatorium audisset: sic cum grandi sui cordis dolore orauit. O gloriosa domina dei genitrix virgo Maria peccatorum spes: ego peccatrix tuis matutinis hac nocte ut indigna priuor: & ctiam in crastinuin sacratissimi filii tui corpus participatione: tu pietatis mater ct desiderium meum: & pœnam quam pro his patior non ignoras. Tandem super ipsam hęc dicentem claritas magna descendit. & claritate recedente se sanam reperies: mox surrexit: & ad horas matutinas pergens, cum cęteris etiam sororibus ipsa die sacrosanctum christi corpus in ecclesia recepit: dei genitrice cordis sui desiderium ex audiente.
[Capítulo 49]
DE OBITU EIUSDEM: ET / quam statim cœpit fulgere miraculis. / CAPUT. XLIX.
SI CUNCTA QUÆ de hac sanctissima fœmina in literas missa sunt: & reuelationes quas vidit hoc loco annotarentur: grandis quidem liber exurgeret: cum pene nulla fuerit dies in qua dominici corporis sacramentum susceperit: quinspiritu raperetur: in raptuque illo mirabilia dei videret: idcirco omnibus his ob breuitatis causam, ac lectorum fastidium dimissis: ad obitum illius transiens nonnulla etiam miracula ex multis quæ post mortem eius facta sunt, annotabo. Igitur cum hæc christi ancilla tam magnifice in hac vita signis & reuelationibus adeo (ut supra est anno- [fol. 85rb] tatum) sublimaretur: eam de corporis carcere eruere diuinę pietati placuit: quod quidem desiderio suo consonum erat: cupiebat enim multis iam antea diebus dissolui & esse cum christo: & illa beata ęternaque beatitudine frui/quam sanctis & dilectis suis se daturum repromisit. Obiit itaque hęc sanctissima fœmina septima die Iulii sabbato tunc cadente: anno octuagesimo nono supra millesimum ac quadringentesimum, tempore quo Toleti pestis vigebat: ad horam tertiam post noctis medium. Fuit autem eius obitus cœlesti odore honoratus, ut sorores quę ibi aderant testatę sunt: dicentes mirabilem odoris fragrantiam se eadem hora sensisse. Sepulta fuit in illius diei vespera in monasterii Sislani capitulo: tunc enim sorores illius cœnobii ibi sepeliebantur. quam statim signis dominus magnificare cœpit: de quibus hęc quę sequuntur pauca (cęteris ob breuitatem dimissis) referam. Contigit in die sancti Martini, anno nonagesimo supra millesimum ac quadringentesimum in mense Nouębri ut quidam Franciscus Diaz nomine de Xarahiz incola grauiter egrotaret: factusque morio cum iam in extremis sacro oleo perunctus esset: & quidam sacerdos qui Martinus Diaz appellabatur, eiusdem egroti patruelis qui & ipsum a primis nutrierat cunabulis, atque uxorem ducere fecerat: magnum de eius morte dolorem haberet: quedam vidua Ioanna Martina nomine quę visitationis causa illuc venerat: sacerdoti afflicto sic ait. Non vos latet compater langor quem ego in crure cum coxendice habui. & hoc anno cum Gabriel frater meus Hieronymitani ordinis monachus ex cœnobio de Madrid profectus [1] huc venit: & me inueniret egrot[a]m: hoc mihi dedit consilium: ut cuidam religiosę magnę sanctitatis fœminę quæ Toleti in Marię Garsię monasterio obierat: & in Sislano iacebat humata: quę quidem magnis fulgebat miraculis: me commendarem ex corde: peregrinationem ad eius tumulum vouens: & sine dubio sanitatem propter eius merita recuperarem integram. acquieui equidem fratris consilio: et per dei mise- [fol. 85va] ricordiam sanitati perfectę restituta sum. Sic vos infirmum hunc isti sanctę religiosę vouete: & propter eius merita domino placebit sanum & incolumen vobis illum restituere. Quod sacerdos audiens votum statim emisit: ut si eger ille huius sanctę meritis pristinę restitueretur sanitati: ambo pariter illius visitarent sepulchrum. Cuius petitionem dominus exaudiens sanitatem integerrimam donauit infirmo: & postea ambo votum suum compleuere. Huius itaque miraculi prędictus sacerdos testimonium dedit, cum esset in monasterio ubi huius sanctę corpus requiescit: ibique illud sua descripsit manu sabbato septima die Maii anni nonagesimii primi supra millesimum ac quadringentesimum. In Toletana quoque ciuitate canonicus quidam grauiter egrotabat: & omnibus beneficiis humanis factis semp virtus deficiebat in illo: quo cognito huic sanctę virgini se deuote commendans: eius sepulchrum visitare fecit. & cum nonnihil terrę illius sepulturæ sibi fuisset allatum: collo illam suspendit. Et in nocte sequenti hęc virgo beata visibiliter ei apparuit: qui postea euigilans sanum se reperit. & cum Inane illo potionem sumere debuisset: accipere eam renuit: sed cibum co quem se sentiebat incolumem postulauit: & statim surrexit: & sepulchrum huius sanctę debita religione visitans. gfas de sua salute deo egit: offerens ibidem oblationes suas. In mense Septembri, eodem anno quo hęc christi virgo humanę naturę debitum soluit, Alphonsus comitis de Paredes filius Toletanęque ecclesię canonicus eadem in ciuitate gratiissime egrotauit: & cum iam in extremis sacro esset oleo unctus, huic virgini se deuote cômendauit: & ceruicali in quo hęc sancta obierat sibi allato: mox ut illud super se posuit perfecte conualuit. Suscepti beneficii memor ad monasterium Sislanum postea venit: & nouem diebus ibidem deuote pmanens: ceream effigiem & vestem sacram ibidem obtulit. Is (ut opinor) fuit Alphonsus Manricus Hispalensis antistes: qui superiori anno in humanis agere desiit. In supradicto anno nona Septembris die, ad monasterium ubi hec sancta condita iacet quidam vir Ioannes de [fol. 85vb] Pastrana vocatus cum uxore sua venit: filium paruulum paralysis morbo laborantem secum afferens: qui nullo medicorij remedio curari potuit: tametsi propter huiuscemodi causam non modicam substantię partem in physicis impenderat. Et cum parentes in ecclesia deuotius pernoctarent, filium suum huic virgini commendantes: mox pręcum suarum obtinere fructum meruerunt: quandoquidem puerum quem membris debilem ad sepulchrum huius virginis attulerant: sanum in domum suam reduxere. His quoque diebus quędam mulier Ioanna de sancto Michaele nomine tertii ordinis diui Francisci religiosa Toleti cohabitans carcinomatis siue cancri morbo in mammilla periclitabatur sua, & cum quinque annorum spacio a physicis mederi nequaquam potuerit: tandem ab illis relinquitur. eratque quorundam consilium ut abscideretur mammilla in qua cancrum habebat ne moreretur. Cęterum illa (huius sanctę virginis fama audita) magna cum deuotione sepulchrum eius visitare properauit: & cum locum in quo condita iacet ingrederetur, cęlestem odorem a sepultura procedere sensit, seque super illam inclinans, magna pietate ac multis lachrymis sanctam pro salute deprecari cœpit: moxque super illam manus domini facta est: & perfectę restituta est sanitati. Alia multa signa diuinitus per eam facta statim post mortem scripta reperi: quę breuitatis (ut dixi) causa prętermittuntur: sequens tamen miraculum quod in vita eius factum est prędictis subnectam. Cum dei famula semel dictaret epistolam quam cardinali Petro Mendocio destinare erat illi in animo: & chartam notis exciperet quędam ex sororibus cui Agnes sancti Nicolai nomen erat, & exsiccationis causa ad ignem post descriptionem illam applicuisset: adeo igni coniuncta est, & combusta: ut a nemine postea legi potuerit. Et cum iterum scribenda esset epistola: & de hac re Agnes prędicta nimis affligeretur ob longitudinem eius: epistolam christi ancilla accipiens, in quadam arca eam iniecit. Altera die prędicta soror chartam voluit scribere: & aperiente virgine archam epistolam sanam inuenerunt.
[Capítulo 50]
[Fol. 86ra] DE TRANSLATIONE EIUS / dem: & odore cœlesti quem astantes sen/ sere: deque pluuia diuinitus propter / eius merita data. / CAPUT. L.
CUM FAMA MIraculorum quę deus propter sanctæ suæ merita operabatur in dies cresceret: iamque glorificationis illius rumor in omnes peruenisset: multorum virorum honorabilium deuotioni placuit operam dare: ut huius sanctę virginis corpus de capitulo in quo prius sepultum fuerat ad ecclesiæ monasterii locum honorabilem transferretur. Hac autem in re illustris comes de Fuensalida fœmina religiosavalde obnixius supra cæteros laborauit: ob cuius deprecationes sanctæ virginis corpus de loco illo ubi statim postmortem conditum fuerat translatum est: & collocatum in sepulchro quod ipsa comes ad dexteram partem ecclesię ędificari fecerat. Factaque est translatio hæc vicesima quinta die mensis Aprilis: anno nonagesimo quinto supra millesimum ac quadringentesimum, ab obitu eiusdem sanctę anne sexto. Aderant itaque huic translationi venerabilis prior eiusdem monasterii frater Ioannes de Morales appellatus: ac alii multi eiusdem cœnobii monachi: clauicularius Calatrauę militię, illustris Alphonsus a Silua: cæterique religiosi viri. Inuenta sunt autem eius ossa multum odorifera: oleoque peruncta: & odor qui fragabat ex ossibus suauissimus ac cœlestis erat: qui ab omnibus pręsentibus tum religiosis, tum sęcularibus sensibilis fuit. Verum cum prior monasterii hęc cerneret omnia: quod hactenus quasi in occulto, & non monachis omnibus pręsentibus facere disposuerat: omnes vocari iussit: & organis campanisque pulsatis, corpus cum magna solennitate ad ecclesiam transferri ordinauit. Ossibus itaque in quadam arca intus adornata serico positis, quam Alphonsus a Silua secum attulerat: & cereos [fol. 86rb] accensos quos et Alphonsus prędictus ad hoc traxerat omnibus tenentibus sacrisque ministri induti arcam in qua huius sanctæ virginis ossa posita fuere: ad ecclesiam magna cum deuotione perduxerunt: monachis, Hec dies quam fecit dominus, & Te deum laudamus cantantibus. Et cum omnis illa regio magna siccitate tunc laboraret: omnesque pro pluuia deum deprecarentur: huius sanctę meritis mox pluuia grandis super terram descendit. adeo ut nullus fuerit qui dubitare posset: quin ob merita eius pluuię beneficium patria illa susceperat: qua panes cęterique fructus ad maturitatem deuenere perfectam. Stetit corpus eius in ecclesia in arca (de qua supra diximus) tredecim dies: propter fideles qui deuotionis causa ad ossa eius visenda veniebant quotidie: sepultumque est postea ad dexteram ecclesię partem in supradicto sepulchro. Gratia quam dominus huic sanctę virgini hac ætate dederit dignissimæ consideranda venit: ut omni tempore erga famulos suos mirabilia dominum operari cognoscamus: et quomodo diligentes se & in eum sperantes in suisque oculis humiles exaltat: qualis hęc sanctissìma fœmina fuit: mirabiliter nanque humilitatis virtute resplenduit. quod quidem omnium sororum fuit testimonio comprobatum: sed quam maxime monasterii matris, cuius nomen Caterina de sancto Laurentio erat: hęc enim multa secreta eiusdem sanctę post eius obitum aperuit: dicens illam tantæ fuisse humilitatis, ut sæpe magna instantia eam deprecaretur ut in sextis feriis cum capitulum culparum tenebat, durius illam increparet: ac pœnitudinis causa tempore refectionis in terra cibum sumere: & refectione finita, ad chori ostium prostratam iacere præciperet: ut cęterę sorores super eam intrarent & exirent. Omnium igitur quę de vita, reuelationibus & miraculis huius sanctissimæ fœminę scripta reperi hic finis erit: non enim ad longum (ut in principio testatus sum) omnia quę de illa in literas sunt missa scribere proposui. Et sic explicitus est liber tertius.
Notas
[1] “professus”, corrección de una mano posterior en el ejemplar impreso señalado de la Biblioteca de la Universidad Complutense.
Vida impresa (2)
Ed. de María Morrás; fecha de edición: octubre de 2020.
Fuente
- Vega, Pedro de la, Cronica de los frayles de la orden del bienaventurado sant Hieronymo. Universidad de Alcala de Henares: Juan de Brocar, 12 Octubre 1539, fols. 94v–103v (Lib. iii Chs 41–50).
Criterios de edición
En el texto castellano de Pedro de la Vega (con variantes respecto a su anterior vida latina), el criterio de edición que se ha seguido ha sido muy conservador para poder cotejarlo con el latino. Se conservan las grafías, pero se separan o juntan palabras y se puntúa de acuerdo a criterios actuales. Las versiones latina y castellana difieren ligeramente entre ellas.
En la tabla índice del texto latino, la rúbrica referente a la beata de Ajofrín lee “Marię de Ajofrin laudes & vita li. Iii. a cap 40 usq ad finē libri folio lxxxviii”; en cambio la rúbrica del capítulo resalta su carisma visionario: De beata Maria de Aiofrin magne religionis magnarumque reuelationum foemina. Es significativo que ambas rúbricas se modifiquen en el texto en castellano, pues tanto en la tabla como en la rúbrica que inicia el capítulo se omite la mención a las revelaciones “De la vida y obras marauillosas de la sancta y bienauenturada María de Ajofrín, religiosa del monesterio de Sant Pablo de Toledo”.
Para esta edición, usamos la versión castellana digitalizada de la Biblioteca de Castilla-La Mancha, en <http://bidicam.castillalamancha.es/bibdigital/bidicam/i18n/consulta/resultados_ocr.cmd?id=475&materia_numcontrol=&autor_numcontrol=&posicion=1&tipoResultados=BIB&forma=ficha>.
Vida de María de Ajofrín
[Fol. †4va] ‘Tabla de los capítulos’: ⸿Cap. xli. de la vida y obras maravillosas de la sancta y bienaventurada María de Ajofrín religiosa del monesterio de sant Pablo de Toledo. folio. xciiii. [Transcripción con acentuación].
[Fol. 94va]
Capítulo 41
De la vida y obras maravillosas de la sancta y bienaventurada María de Ajofrín, religiosa del monesterio de sant Pablo de Toledo
No será fuera de propósito escrevir en fin deste tercero libro así como en suma la sanctidad y obras maravillosas de la bienaventurada María de Ajofrín, y las revelaciones que vido y los miraglos que Nuestro Señor hizo por ella, y ayuntar los hechos desta sancta virgen que fue maravillosa [fol. 94vb] en esta nuestra edad a las obras del sancto arçobispo que floreció en este mismo tiempo según de suso son escriptas. La vida desta sanctíssima muger que vino a mis manos, y las grandes revelaciones que vido y obras que hizo, escrivió el venerable fray Juan de Corrales, prior del monesterio de la Sisla de Toledo, parte como las vido y trató con sus manos, parte según las oyó a personas dignas de fe, mas yo no escriviré aquí sino pocas de muchas por abreviar y quitar el enojo a los lectores que les suele causar la prolixidad. Fue pues esta sancta virgen natural de un lugar que se dize Ajofrín, de tierra de Toledo; hija de padres honrrados y temerosos de Dios: su padre se llamava Pedro Martín y su madre, Mariana García. Y como ellos tuviessen tuviessen voluntad de casarla, y muchos la demandassen, nunca la santa donzella consentió en ello, mas antes varonilmente resistió a sus padres y a todos los otros que hablavan del casamiento.
Y por que no pudiesse por alguno ser estorvado este su tan alto propósito, siendo aún de pequeña edad, sin consejo ni ayuda humanal hizo voto de virginidad y de entrar en religión. Y tanto importunó sobre esto a sus padres y hermanos que de todos fue aborrecida. Y al cabo, siendo ya de edad de quinze años, no la pudiendo los padres inclinar a su voluntad, sacola el padre con gran dolor de su casa y trúxola a la ciudad de Toledo. Y como entrasse en la yglesia mayor no sabiendo ónde yr, ordenándolo la divina providencia fue traýda al monesterio de nuestra orden que está en la dicha ciudad que edificó la noble y religiosa señora doña Mari García, que agora se llama Sant Pablo. Y recebida en él, diose toda a los exercicios santos de la religión conversando santamente, y con grande humildad menospreciando a sí misma, haziendo al Señor de sí contino sacrificio sin querella. Sus deleytes fueron siempre la santa oración y meditación, derramando de sus ojos muchedumbre de lágrimas, teniéndose por la más [fol. 95ra] peccadora e indigna de todas las mugeres. Y passados ya los diez años después que entró en el monesterio, queriendo Nuestro Señor demostrarle sus secretos y maravillas, estando ella con propósito de se confessar generalmente, affligiose mucho y con lágrimas continuas rogava a Dios que le perdonasse sus peccados. Estando pues ella con este propósito y desseando saber si sus peccados le eran perdonados, vino el día de su confessión; y entrando en el confessionario onde todas las religiosas se suelen confessar, derribose en tierra delante la imagen de Nuestra Señora que allí estava en una tabla pintada con el Niño en los braços, y començóle a rogar con muchas lágrimas que la quisiesse oýr y ganar perdón de su hijo. Y como estuviesse con atención orando, súbitamente vido una gran claridad que alunbró la imagen y parte de la casilla. Y en la claridad de la imagen vio cómo Nuestro Señor, estando en los braços de la madre, alçó la mano contra ella como la suele alçar el sacerdote quando asuelve al penitente. Y espantada desta visión y muy turbada en su espíritu, hizo con mucho trabajo lo mejor que pudo su confessión; la qual acabada, como tornasse a hazer oración a la imagen ya dicha, vido la claridad primera y la mano alçada del Niño como primero la avía visto y quedó muy consolada y esforçada en su coraçón.
Y siempre guardó el secreto desta visión, que nunca lo dixo a ninguno, sino al prior suso dicho que escrivió estas cosas. Y desde esta hora certificó al suso dicho prior que le avía quedado tan gran movimiento en el coraçón, que muchas vezes le dava golpes que parecía que le quería salir del cuerpo. Y como en estos días orasse una noche con mucha atención por el estado de la Sancta Yglesia, quedose sola en el choro rezando y vido en el sagrario, onde estava el cuerpo de nuestro señor Jesu Christo, una llama de fuego encendida con gran resplandor; y ardió por espacio de una hora, la qual acabada se mató y quedó muy espantada desto.
[Fol. 95rb]
Capítulo 42
De cómo comulgando el día de la Resurrectión le pareció que rescibió un cordero bivo so las especies del pan; y cómo desde este día cada vez que comulgava se trasportava en espíritu, y de la visión que vido el día octavo de la Resurrectión
Como esta sierva de Dios se aparejasse un Sábado Sancto antes para comulgar el día siguiente, no dormió toda aquella sancta noche de Pascua, mas andava de lugar en lugar por la casa llorando, y orando al Señor, y demandando limpieza y aparejo para rescebir el sancto sacramento. Y venida la hora de la communión, fue con las otras hermanas a comulgar y recebió el sanctíssimo sacramento en semejança de un cordero bivo en especie de pan. Y como lo rescibió en la boca, sintiólo luego bullir y andar de un cabo a otro como cosa biva; y tragolo con gran pavor y mucho temor y sintió cómo se le puso sobre las telas del coraçón. Y tanta fue la alegría y consolación que entonces rescibió que en quinze días con sus noches no dormió llorando y orando continuamente; y luego fue arrebatada en espíritu, y dende entonces le quedó que cada vez que rescebía el sanctíssimo sacramento se transportava en espíritu y se enajenava de los sentidos exteriores, quando más, quando menos, como adelante se dirá. Y desde este día le dio el Señor este don y gracia que cada vez que comulgava le quedava un dulçor maravilloso en el coracón y garganta y en la boca que no se le quitava por espacio de quarenta días. Y dixo al prior suso dicho que bien podía bivir y passar todo este tiempo sin comer cosa alguna, mas por evitar la singularidad y juyzio de los hombres no lo hazía.
Y fue el día octavo de la Resurrectión arrebatada en espíritu: y vido cómo vino a ella un varón [fol. 95va] muy reverendo por gesto y edad vestido de una capa de seda colorada, y díxole: “Ven, que te llama la reyna”. Y ella pensando que la llamava la reyna terrenal no quiso yr con él. Entonces aquel varón díxole otra vez: “Ven que te llama la reyna del Cielo”. Y ella entonces fue con él, y hallose en una yglesia fuera de la ciudad, onde estava Nuestra Señora con su Hijo en los braços. Y como la vido, púsose de rodillas delante della, y el varón que la llamó púsole en las manos un paño de seda, y la Sanctíssima Virgen puso su Hijo encima del dicho paño, e dándole a otro honbre de menor edad para que la acompañasse junto con el que la avía llamado, díxole: “Ve con mi Hijo onde fueren estos dos varones”. Y el que llevava la capa colorada yva un poco delante como a buscar posada. Y entrando por la ciudad llamava a las puertas que estavan cerradas: y dava tres golpes a cada puerta, diziendo: “Abrid que viene el Señor a posar en vuestra casa”. Y vido cómo ninguno las abría, mas antes los que las tenían abiertas corriendo las cerravan diziendo que no avía allí posada porque estavan allí negociados. Y desta manera le pareció que anduvieron toda la ciudad sin hallar posada. Y tornándose después por donde fueron, encontraron con dos mugeres que yvan cavalleras en dos asnos y dos clérigos que las acompañavan. Y los clérigos dixeron: “Nosotros os acogiéramos si no fuérmos de priessa, mas entre tanto que venimos entraos en esse establo”. Y así se tornaron onde la gloriosa Virgen, madre de Nuestro Señor, estava, y ella tomando su Hijo de las manos de su sierva, dixo: “Venido es el tienpo en que es tan menospreciado el Hijo de Dios, mas tienpo es que embíe el Señor su ángel para que a unos hiera con açotes, y a otros con espada y a otros con fuego. Mas, ¡ay de los perlados de la yglesia que hizo el Señor pastores de su grey y de las ánimas, y ellos traen vestiduras de corderos y coraçones de lobos robadores! Procuran dignidades y honrras y no para ser- [fol. 95vb] vir con ellas a Jesu christo, mas para se dar a muchos plazeres”. Y después de toda esta visión passada, desapareció la Nuestra Señora, y ella tornando en sí pensava en lo que viera.
Y cumpliéronse dende a poco estas plagas que Nuestra Señora dixo que avía de embiar el Señor, porque vino gran hambre y pestilencia, y el mal de las bunas sobre muchos hombres y mugeres, de manera que los que el ángel hirió con la espada fueron los heridos de la pestilencia y los que con fuego los que fueron tocados de las bubas, las quales no podían ser curadas por los físicos.
Y vido después el día de la Ascensión cómo Nuestra Señora tenía en el altar a su Hijo en los braços así bivo como lo parió y que llamava a altas bozes con lágrimas, y dezía: “Mirad el mi Hijo, mirad el fructo de mi vientre: tomaldo y comeldo, porque en cinco maneras es cada día crucificado en las manos de los malos sacerdotes. La primera por mengua de fe, la segunda por cobdicia, la tercera por luxuria, la quarta por ignorancia y no saber lo que conviene al estado sacerdotal, la quinta por la poca reverencia con que se llegan a celebrar”.
Y como otra vez esta sierva de Jesu Christo rogasse con mucha atención por todos los sacerdotes y mirasse a una Verónica que tenía en un libro pintada, vido en ella y sobre ella por espacio de una hora gran resplandor, y vido carne y sangre. Y desde este día así se le cerró el estómago, que ni sana ni enferma pudo dende adelante jamás comer carne y si la comía por importunación de las religiosas, el estómago no la quería retener; y así fue después su comer passas y cosas de dieta. Esta Verónica le tomó después su confessor. Y quedó ella muy espantada desta visión, y affligiose por muchas maneras de penas, porque el Señor más claramente descubriesse este hecho y mostrasse su voluntad.
Y después en fin del mes de setiembre cayó en una gran enfermedad del coraçón: y no avien- [fol. 96ra] do esperança de su salud fue arrebatada en espíritu y estuvo como muerta espacio de tres horas, y las hermanas que estavan presentes dávanle muchos tormentos por la retornar. Y estando así transpuesta vido a Nuestra Señora, la qual le mandó que dixesse a su confessor todas las cosas que avía visto para que él las dixesse a dos varones católicos de la sancta yglesia de Toledo que le nombró —conviene saber, el deán y el capellán mayor— para que éstos las dixessen al arçobispo y desta manera se remediassen los males suso dichos de la clerezía. Y como ella dixesse estas cosas a su confessor, él demostró con prudencia dureza de coraçón en las creer, y díxole: “Aunque a mí sea esto cierto, ¿cómo lo será a aquellos a quien vos dezís que se aya de revelar? Por ende, menester es alguna señal para conoscer la verdad deste hecho y para que sea creýdo lo que puede ser dubdoso”.
Capítulo 43
De las cartas que divinalmente halló escriptas cerca de sí no sabiendo escrevir
Como la sierva de Dios oyó la respuesta de su confessor fue muy turbada y dio muchos sospiros y affligiose mucho y propuso en su coraçon de le responder por carta como lo hizo. Y estando así affligida y muy quebrantada andava en lugar por la casa no podiendo reposar su espíritu. Y como pasasse por un lugar donde estava una ventana, vio estar en ella un pliego de papel blanco. Y no sabiendo quién lo avía allí puesto y tomolo y llevolo en las manos. Y como se metiesse en un sótano onde algunas vezes ponían la leña, y asentasse muy affligida y se arrimase a una pared, vio súbitamente una claridad que resplandecía y daba el resplandor en el papel, y según ella dixo al prior suso dicho, [fol. 96rb] no supo quién le tomó su mano y escrivió dos cosas: la una para el su confessor y la otra para los venerables padres a quienes tal cosas se avían de dezir, siendo muy clara verdad y a todos los que la conocían manifiesta que ella nunca sabía escrivir, ni lo supo jamás, y que no avía en monesterio quién hiciesse tal letra. Y como las cartas fuesen escriptas por la manera suso dicha, desapareçió la claridad. Y hallando las cartas cerca de sí, tomolas y metiolas en la manga. Y como fuesse a sacar una caldera de agua de una tinaxa, cayó una de las cartas dentro; y detúvose en el ayre y no llegó al agua, y metió la mano y sacola no llegando la mano al agua. Y una destas cartas ovo después el capellán mayor de la yglesia de Toledo, que era varón de gran merescimiento. El qual dixo al prior que escrivió estas cosas que poniéndola sobre tres enfermos fueron sanos de diversas enfermedades.
Y como ella diesse estas cartas a su confessor, maravillose en demasía, mayormente porque sabía que ella no sabía escrevir, ni avía persona en la casa que tal letra pudiesse hazer, de lo qual fue muy espantado, mayormente quanto vido y leyó en su carta cosas que otro no las sabía sino él. Y como quiera que conoscía que divinalmente las cartas fueron escriptas no tuvo por esso osadía para lo divulgar porque aún no avía llegado el tienpo que el Señor avía puesto y dudava como otro Sancto Tomás. Por poder quitar la dubda a todos, y como el confessor no tuviesse lugar para la hablar, entonces escrivióle que no podía él creer que escriviera ella aquellas cartas con intención de las sacar y manifestar en público. De lo qual ella tuvo gran sentimiento y pena, y quexóse mucho desto a Nuestro Señor.
Y como después se hablassen los dos, reprehendiolo ella mucho de la gran incredulidad y dureza de su coraçón, demostrándole por razones muy claras que ninguno avía escripto las cartas sino ella con el favor del Señor que avía embiado [fol. 96va] su ángel que las escriviera. Y desde esta hora propuso ella en su corazón de rogar al Señor que por su misericordia tuviesse por bien de la librar de tan grandes affrentas, y puso en su voluntad de no hablar más en las cosas; y así lo hizo. Y rogaba al Nuestro Señor que diesse a su confessor alguna señal evidente por que creyesse, si fuesse capaz, y si no fuesse digno, le diesse duro azote por que pudiesse creer que le venía por esto.
Y calló la sierva de Dios nueve meses que no habló palabra destas cosas, mas su coraçón con gemidos y sospiros no callava delante del Señor. ¡O quánto es el Señor piadoso a los santos! ¡Y a los que presumen de sí abaxa y a los humildes y que esperan en Él levanta del polvo! Pues vençido el Señor por sus plegarias, plúgole de la visitar en muchas maneras y demostrar en ella tales señales que todos creyessen que era por Él visitada, haziéndola parçionera e remedadora de los tormentos y Passión que su Hijo, Nuestro Señor Jesu Christo, passó en la su Sancta Passión con señales tan manifiestas que no fueron vistas tales en nuestros tienpos y aun en pocos de los sanctos passados, según parecerá adelante.
Viendo, pues, esta sierva de Dios de la maravilla de la una carta que cayera en el agua y no se mojara, pensó de no la dar a nadie. Y una noche tornose a aquel sótano con intención de la trasladar como supiesse porque, como diximos, ella no sabia escrevuir ni formar las letras por arte. Y como llevasse en una ollica un poco de fuego para encender una candela que llevava muerta, luego súbitamente se encendió sin llegar a la lunbre. Y así como quiso començar de escrevir la carta, le començó a salir sangre por las narizes; y duró tanto el salir de la sangre que por espacio de una hora que no la pudo restañar. Y ella viendo esto, puso la carta en las sienes y luego cessó de salir la sangre. Y fueron después hechos los miraglos siguientes. Como el día de la Concepción de Nuestra Señora, estuviesse una niña muerta siete ho- [fol. 96vb] ras avía, y esta sierva de Dios lo supiesse en el monesterio, embió aquella carta con mucha fe para que se la pusiessen, y luego que se la pusieron bostezó y resusçitó y sanó perfectamente. Y como una mujer tuviesse el pecho abierto, luego que le pusieron encima esta cara se le cerró y sanó. Y un clérigo yva a Santiago y llevava consigo con gran devoción aquella carta, y cayó en un braço de mar y mojándosele toda la ropa, la carta no se le mojó.
Capítulo 44
De la llaga del costado y de las otras penas que divinalmente le fueron dadas
Teniendo después de la Fiesta de todos los Santos, rogó a la madre de monesterio que como oviesse comulgado la pusiese en un lugar de la casa donde no oviesse ninguno, conosciendo por Espíritu lo que le avía de venir. Y así rescebida la sancta comunión, antes que se traspusiesse, tan grande fueron los sus lloros y suspiros y golpes del coraçón, que dentro de sí sentía que ninguna criatura humana lo podría dezirr. Y hízose tan gran fuerça para que las cosas que sentía de dentro no fuessen oýdas, que le acaesció como a la cuba que está lleña de mosto sin respiradero que muy presto rebient; y así ella rebentó por encima de la cabeça, que se le abrió hasta encima de la frente. Y pareció en ella una tan gran cuchillada como si fuera hecha con navaja, la qual estuvo muchos días abierta y fue vista de muchos, y nunca recibió benefiçio humano ni melezina alguna en ella. Y sintió dello tan gran dolor y pena que le llegó a par de muerte. Y viéronla testigos y notario, como se dirá adelante.
Rescebida pues la sancta comunión y hecho esto [fol. 97ra] que diximos, luego fue robada en espíritu y privada de todos los sentidos y estuvo así por espaçio de quarenta horas. Y en este tienpo que estuvo fuera de sí provaron a le dar algunos tormentos en las narizes, y en las manos y pies por hazer tragar alguna cosa de comer, y tanta fue la fuerça que le hizieron por le abrir la boca que le quebraron una muela. Y estando así la noche de los Finados por tres o quatro vezes dio muy grandes gemidos y sospiros con grande estremecimiento del cuerpo. Y deste arrobatamiento fue levada al throno del Rey Celestial, onde vido cosas de gran espanto, que lengua humana no puede bien explicar: vido a Nuestro Señor Jesu Christo estar assentado en un grande throno; y estava delante d’ Él gran multitud de gente y tenía atravessado en su boca un cuchillo agudo de entrambas partes. Y fuele dicho que aquel cuchillo que el Rey tenía atravessado en su boca era la grande yra que tenía sobre la Yglesia y sobre los perlados y regidores della. Y le fue mandado que dixesse a aquellos varones a quien antes le fuera dicho que manifestasse estas cosas: que porque echavan en olvido y eran negligentes en cumplir lo que les era dicho no curando de la boz divinal; y que los amenazasse so pena de la divina sentencia si no lo pusiessen luego en obra y fuessen al arçobispo y le dixessen que viniesse por sí mismo a poner remedio en los çinco peccados suso escriptos, conviene a saber: mengua de la fe, cobdiçia, luxuria, ignorancia y mengua de reverencia, por los quales peccados cada día era blasphemado y crucificado Nuestro Señor Jesu Cristo, y que destruyesse las heregías que avía en la cibdad. Y fuele después dicho: “Esta señal del Cielo te da el Señor porque seas creýda, y es que este cuchillo que vees en la boca del Rey que está assentado en el throno traspassará y cortará tu coraçón y hará en él llaga, y saldrá sangre bi- [fol. 97rb] va que será verdadero testimonio a todos, y tú serás remedadora y parcionera en la Passión del Hijo de Dios”.
Y así fue luego hecho, porque en el punto que le fue dicho esto halló en sí el lado siniestro abierto encima del coraçón, con tan gran dolor que no se pued dezir; y de tan gran abertura y grandeza era esta llaga que pudiera caber por ella la cabeça del dedo pulgar de un honbre. Y luego sintió correr la sangre que apenas la pudo encobrir. Y duró esta llaga abierta veinte días enteros y los viernes corría mucha más sangre que los otros días. Y nunca en esta llaga pareçió señal de materia, y nunca se puso en ella melizina humana, sino los paños limpios, unos ensangrentados y otros puestos.
Y como quiera que esta sierva de Dios trabajó sobre todas sus fuerças de esconder esta llaga y los grandes dolores que passava, a cabo de diez días desfalleciéndole ya todas las fuerças, fuele revelado divinalmente que demostrasse lo que tenía a la priora y madre del monesterio y a otra religiosa que se llamava Teresa, a las quales mostró los paños sangrientos. Y como ellas fuessen muy espantadas desto, llamaron en secreto al confessor, el qual puso en casa el mayor silencio que pudo por que ninguno de fuera lo supiesse porque se recelava que no fuesse alguna cosa fingida. Así, por quitar toda dubda, puso gran diligencia en saber la verdad. Y al cabo con sus ojos vido la llaga y creyó, y fue lleno de grande espanto y revelolo a testigos muy fieles y dignos de fe, que dello fielmente diessen testimonio. Y fueron el deán de Toledo y el capellán mayor de la dicha yglesia, que se dezía Don Diego de Villa Minaya. A los quales, en presencia de un notario, estando presente el confessor y la madre del monesterio con la otra religiosa que diximos, vieron la llaga susodi- [fol. 97va] cha estando en la cama por la abertura de una sábana, que otra cosa de su cuerpo [no] pudo ser vista. Las quales seis personas, quatro varones y dos mugeres, vieron con sus ojos la llaga y la tocaron con sus manos; la qual estaba reziente y sangrienta, y los paños sangrientos que de nuevo le fueron puestos. Y el propio capellán mayor por su propia mano sacó de la llaga una copia de hila de paño, todas bañadas en biva sangre.
Y todos miraron con diligencia cómo aquella llaga era divinal y no humana, ni hecha por alguna occasión ni se curó por alguna melezina humana. Y suffrió esta llaga la sierva de Dios con gran tormento y pena, de dentro y de fuera. Y estuvo abierta de la manera suso dicha por espacio de veynte días; y los veynte días passados, ella se cerró sin melezina humana. Y quedó la señal de la abertura en el lugar de la llaga y el dolor contino que sentía en aquell parte, lo qual duró muchos días.
Y también fue en este tiempo atormentada en los pies y en las manos y en la cabeça, porque como estuviesse muy flaca y affligida de las cosas passadas acostada en su cama, levantose una vez en la cama para orar y poniendo las rodillas delante una imagen del crucifixo que tenía allí pintada en un papel, sintió luego gran dolor en los pies y en las manos que parecía que le ponían en aquellas partes unos clavos gruessos. Y como estuviesse en esta pena, parecíale que le transpassavan la mano izquierda, y tan grande fue el dolor que sintió, que puso el dedo pulgar de la mano derecha en la palma de la mano izquierda y apretó quanto pudo con el gran dolor que sentía y rebentó la sangre por encima de la mano siniestra y espantose mucho dello. Y muy sabiamente lo ascondió que nadie lo vido, trayendo la mano cubierta con un paño de lino, sin otra melezina humanal. Y durole por espacio de quarenta días, y después que [fol. 97vb] sanó le quedó la señal en la mano, y porque successivamente sintiesse en su cuerpo las insignias y dolores de la Passión de Nuestro Señor Jesu Christo, allende de los tormentos que en la cabeça tenía, súbitamente sintió en ella un grande y nuevo dolor, que le pareció que le pusieron sobre ella una guirnalda o coro que le cercó la cabeça en derredor, y por toda ella sentia sentía que le metían un clavo que le duró muchos días. Y como quiera que le ponían en la cabeça diversas medicinas, nunca ninguna le aprovechó porque no era razón que las cosas hechas por la mano del Señor recibiessen sanidad por industria humana.
Y como de las penas suso dichas estuviesse su cuerpo estuviesse flaco, muy atormentado, no (no) se contentó el Señor del trabajo suso dicho y diole otro tormento grave para que más cumplidamente imitasse su Passión. Y fue que el día de la circuncisión fue robada en espíritu. Y fue llevada delante de un gran juez de cara muy espantable; porque no havía querido obedecer en manifestar las cosas que avía visto a las personas que le era mandado, reprehendiola el juez gravemente de su desobediençia. Y teniéndola de un braço según le parecía el archángel sant Miguel y del otro Sant Juan Evangelista, en los quales ella tenía gran devocón, mandó el Señor a un ángel que le açotase. Y tan duramente fue açotada sacadas las manos y los pies, que todo su cuerpo quedó lleno de açotes. Y no parecieron llagas ni ronchas, sino unos hoyos que apenas cabía cosa entre uno y otro y grandíssimos dolores en el cuerpo. Y duraronle estas señales en el cuerpo quinze meses poco más o menos. Y ella calló todo esto, que nunca dixo a persona biva hasta que un día la madre del monesterio, metiendo la mano por le endereçarle una toca encima de la espalda, halló y tocó con la mano las dichas señales y fue muy espantada, y reprehendiola mucho creyendo [fol. 98ra] que ella se matava con cruel penitençia, y ella le dixo entonces la verdad de todo lo que avía acaesçido según es arriba escripto.
Todas estas cosas vinieron despues a noticia del arçobispo de Toledo que era el cardenal Don Pero Gonçález de Mendoça según parece por una carta suya embiada al prior de la Sisla del tenor siguiente:
“Venerable padre esta noche passada a las dos después de media noche tomé esta lectura que me dexastes y nunca la partí de mis ojos hasta que capítulo por capítulo la leý y passé toda, que en ella no quedó letra que no la leyesse. Y lo que más me maravilló es que así se me pegó al coraçón que no dubdé della cosa alguna. Como quiera que soy tardío en dar crédito a estas revelaciones y al cabo vi el testimonio del notario y la confirmación de tales testigos varones y mugeres a quien toda fe se debe dar. Y a cualquiera dellos yo la daría aunque fuesse solo, quánto más a todos juntos, a los quales yo conozco, excepto a la hermana mayor, que por tener el cargo que tiene está aprovada de suyo; conozco al notario que es hombre de bien y digno de fe. Maravíllome de tantas visiones en cuerpo y en espíritu y maravíllome mucho más hallarse en muger tanta dureza en no querer dezir lo que tantas vezes vio y sintió, mayormente siéndole mandado por quien todo manda y rige, lo qual es señal de su grandíssima humildad y del menosprecio que tiene de la gloria mundana. Por lo que a mí toca, le dad vos padre por mí las gracias y Dios Nuestro Deñor se las dé y la pena que padece le será en ciento doblada gloria. Y si ay alguna cosa que yo pueda hazer por consolación suya, ofreced gela vos de mi parte muy enteramente y recomendadme a ella rogando a Nuestro Señor me dexe acabar en su servicio y hazer en esta vida su voluntad”.
Y después el suso dicho cardenal recibió [fol. 98rb] una carta desta sierva de Dios y le respondió la siguiente:
“Devota y muy amada hermana, con vuestra carta y con lo que el padre prior de la Sisla me dixo, ove gran consolación: Nuestro Señor Dios que os puso en tal estado os dexe acabar en su servicio y a mí dé gracia que pueda hazer Su Voluntad y poner en obra lo que vos me aconsejáis, y así os pido que lo demandéis a Nuestro Señor y a Su Bienaventurada Madre. Y en vuestras oraciones y a vos me encomiendo, y porque al padre prior de la Sisla hablé largo, no digo aquí más sino que Nuestro Señor os conserve en su gracia”.
Y murió el cardenal suso dicho después de la muerte desta sancta muger en la ciudad de Guadalajara. Y estuvo enfermo primero muchos días, en los quales hizo por su ánima muchas obras pías.
Capítulo 45
De cómo rescibiendo una vez una vez el cuerpo de Nuestro Señor fue llena de fe e un resplandor visible y quedó sana de todas las enfermedades que entonces tenía. Y de las cosas que vido la noche sancta de la Natividad y de otras maravillassí que divinalmente le fueron mostradas
Como está sierva de Dios estuviesse de contino enferma, acaesció en el año del señor de mil y quatrocientos y ochenta y cinco del mes de octubre, passada la octava del bienaventurado nuestro señor padre Sant Hierónymo, que le sobrevino dolor del costado y lançava sangre por la boca. Y aborresciendo todo consejo de físicos, atreviose a tomar cinco píldoras y llegó casi a la muerte. Y pareciole que se le arrincava el ánima del cuerpo y que se puso sobre la llaga del coraçón, y que el bien- [fol. 98vb] aventurado Archángel Sant Miguel por su mano se la tenía allí apretada, y que desta manera tenía aun vida y esfuerço para rescebir los santos sacramentos. Y rogó a la madre del monesterio que embiasse al prior de la Sisla para que la viniesse a confessar y dar los sacramentos. Y esto fue un sábado, en el qual pensando ella en la sancta comunión que avía de de rescibir y desseando ser libre del cuerpo, encomendava con mucha devoción a Nuestro Señor el monesterio suyo y el de la Sisla.
Y estando así, vido en visión al religioso que aquel domingo vino a decir missa en el monesterio y cómo, quando llegó a las palabras de la consagración, Nuestra Señora le dava el Niño que tenía en los braços y cómo el sacerdote lo partía en tres partes. Y era el Niño vivo y alegre en cada parte, y vido un gran resplandor en el altar y cómo los ángeles de entrambos brazos me sustentavan al sacerdotre y otros muchos ángeles que andaban por el altar. Vio así mismo a Sancta Catalina y a Sancta Bárbara que le dezían: “Mañana lunes a las nueve horas recibirás a Nuestro Señor en este resplandor que aquí vees y serás sana”. Y así fue cómo estas sanctas le dixeron en la visión. Pues como el prior suso dicho de la Sisla la viniesse a confesar, rogole mucho que no se tornasse al monesterio hasta otro día por si Nuestro Señor la llevasse, se hallase él presente a su muerte y si aquella noche no muriesse, que del todo quedaría sana. Y así acaesció como ella lo dixo, porque queriendo recibir la Santa Comunión el lunes por la mañana de mano del prior suso dicho, en la hora que el prior se bolvió a ella con el santo sacramento para se lo dar, vio ella en los pechos y mano del prior un muy grande resplandor; el cual resplandor vido en aquella hora una niña de hasta cuatro años que apenas sabía hablar y estaba allí con su madre; la qual dijo a la [fol. 98vb] madre cómo veía una gran claridad en las manos del prior y en la sierva de Dios muy gran resplandor, así como el sol. Mas lo que la niña vido, la edad mayor no lo pudo ver. Y luego que recibió el sacratíssimo cuerpo de Nuestro Señor Jesu Christo fue robada en espíritu y perdió todo el sentido, y estuvo nueve horas sin ningún sentimiento, Y como casi por fuerça fuesse despertada y abriesse los ojos, dijo aquel verso del psalmista que dize “Benedic anima mea Dominum, et omnia que intra me sunt nomini Santo eius”. Y luego se halló sana de todos los dolores y enfemedades que de antes tenía, y pesóle mucho porque tornara a esta vida, porque todo su desseo era, según dijimos, verse libre de la cárcel del cuerpo.
Otros muchos secretos celestiales fueron visiblemente demostrados a esta sierva de Dios, mayormente en la sancta noche de la Natividad de Nuestro Señor Jesu Christo, onde como una noche de esta sancta fiesta estuviesse muy atenta para conoscer la media noche —porque avía oýdo y sabido que en aquella hora avía nascido Nuestro Redemptor—, y el altar de Nuestra Señora en que estava una su imagen de bulto estuviesse compuesto y lleno de cirios y candelas, y estuviesse en él una cuna muy adereçada con sus ricos paños y almohadas y un Niño muy chiquito, vestido reciamente, puesto en la cuna delante la dicha imagen de Nuestra Señora, estaba ella orando con mucha devoción, esperando la media noche. Pues como la media noche viniesse y ella estuviesse de rodillas, y con muchos sospiros y lágrimas pensasse en el sancto nacimiento, vio con los ojos corporales descender muy grande resplandor sobre el altar y a Nuestro Señor en figura de Niño muy resplandeciente cómo nascía de la Virgen Sancta María y cómo vinieron los Ángeles a adorar y servir y a le dar gloria.
Y duró esta adoración media hora, y la adoración de los ángeles acaba- [fol. 99ra] da, vido venir los pastores. E ydos después que adoraron y estuvieron allí un buen espacio, luego entraron los Reyes de Oriente con mucha compaña. Y venían con ellos tres soles resplandecientes, y llegando al altar de todos tres se hizo uno. Y los Reyes con profunda reverencia adoraron al Niño y le ofrecieron sus dones. Y vido cómo la imagen de Nuestra Señora que estaba en el altar se rió contra el Niño; y después los Reyes, amonestados por un ángel, se bolvieron a sus tierras.
Y partidos los Reyes, vido cómo Herodes se encrueleció y mandava buscar el Niñoo para lo matar y cómo Nuestra Señora con su Hijo en los braços y con el sancto Joseph se ivan muy tristes huyendo a Egipto. Y duró esa visión en los ojos desta sierva de Dios desde las doze de la media noche hasta las tres.
Y a las tres horas vino el capellán mayor de la yglesia al monesterio con desseo de hazer al Señor servicio a les dezir la missa del gallo y las comulgar. Y truxo consigo cantores que le oficiassen la missa. Y como saliesse revestido al altar, luego esta sierva de Dios vido con sus ojos claramente dos antorchas de fuego de resplandor maravilloso encima del altar. Y de cada una salían cinco rayos y venían derechos hasta el lugar donde ella estava de rodillas; y no le impedía nada para ver las cosas que se avían de hazer en el altar las cortinas que estavan delante el choro. Y como se celebrasse la missa con gran solemnidad y se començassen los sanctus, vido tanta multitud de ángeles que descendían al altar, que cubrieron al sacerdote desde los pies hasta la cabeça, y subían y descendían con gran gozo; y quando ovo de alçar la Hostia consagrada, los ángeles le levantaron los braços. Y llegando al Pater Noster no se pudo sostener más de rodillas y muy fatigada del espíritu, cayó hasta las doze horas de medio día, que no se movió de aquel [fol. 99rb] lugar. Y passadas las doze, como estuviesse muy fatigada porque desde las diez que tañeron a amitines avía estado allí de rodiillas sin se mover, tomaronla algunas de las hermanas y lleváronla a su cama. Y a la tarde pro satisfazer los ruegos dellas, comió un poco de carne de membrillos. Y así estuvo sin comer otra cosa alguna lunes y martes, hasta el miércoles, que comió un huevo, en lo qual se mostrava claro que el manjar celestial le dava vida contra la condición humana. Estas cosas manifestó ella solamente al prior suso dicho en secreto porque le tenía mandado por obediencia que ninguna cosa le encobriesse de lo que el Señor le mostrasse.
Y aun como otra vez, cinco días antes de la Natividad del Señor, estuviesse muy affligida de la hambre que avía en la tierra por falta de harina por las grandes aguas y crecimientos de ríos, no durmió toda aquella noche. Y dormiendo las otras religiosas, levantose ella y subiose a un terrado de donde se parecía el río. Y estando el cielo estrellado hizo la señal de la cruz contra el río y bendíxole, y metióse después en un retrete a orar y derribose en tierra los braços tendidos a manera de cruz. Y estuvo así muy gran rato, haziendo de sí sacrificio al Señor. Y rogava con grande atención a la Sanctíssima Virgren María, Madre de Nuestro Señor, que tuviesse por bien de rogar a su Hijo que amansasse su ira. Y como estuviesse así orando puesta en aquella pena, súbitamente vio un gran resplandor que sobremanera esclareció aquella casilla que estava, y apareciole Nuestro Señor a la Virgen María con ojos muy llorosos, y díxole con boz triste: “Sabe, hija, que todas las aguas que son venidas en tan largos días avían de caer en tres, y la mayor parte sobre esta ciudad por los grandes peccados que en ella se cometen cada día, mas por las plegarias que me has hecho por este pueblo, yo suppliqué al Señor que tu petición [fol. 99va] fuesse oýda, y oyome. Y así la ira del Señor es ya aplacada”. Y estava esta sancta virgen con ojos abiertos y las manos alçadas quando Nuestro Señor le dezía esto. Y desapareciendo la Madre de Dios, cayó en el suelo, y estuvo ciertas horas sin sentido, y después se levantó muy esforçada del cuerpo y del ánima. Y ninguna de las hermanas lo sientió, ni supo della en ningún tiempo este hecho. Y como su fama no se pudiesse tanto encobrir que muchos de su sanctidad y merescimientos no tuviesen alguna noticia, fue uno entre los otros el señor obispo de Badajoz, que a la sazón era deán de Toledo, el qual habló muchas vezes con ella y fue testigo de la llaga del costado como fue dicho de suso. Pues como este muy reverendo padre tuviesse mucha fe en sus oraciones, rogole una vez que orasse por la pacificación de cierta discordia que avía en la corte. Y como ella, obedeciendo a sus ruegos, se pusiesse en oración antes que saliesse el sol en un terrado de la casa en las octavas de la Resurrectión el año de ochenta y seis, vio un gran resplandor en el cielo en el lugar donde el sol avía de nascer. Y salido el sol, ella lo acató con ojos claros sin embargo de su claridad, y dentro del sol vio un gran agujero que entrava al cielo, del qual salieron grandes rayos de claridad hazia muchas partes; y dentro del agujero, una cruz de oro muy resplandeçiente, la qual pareció hasta que tañeron a prima. Y vido en el ayre, no muy lexos de sí, uno que le pareçió como la luna que peleava con otro, y el otro con él, y pasado algún espaçio bolviéronse las espaldas el uno a otro. Y como subiesse allí una de las hermanas, quitose ella luego de allí y así no pudo más ver en qué parava la dicha visión. Puédese creer que por sus oraçiones pacificó aquella discordia que era entonces entre ciertos cavalleros de la corte, pues al cabo se hizieron las pazes.
Y aun como otra vez esta sancta virgen en el día [fol. 99vb] del Triumpho de la Cruz cerca del alva estuviesse rezando hazia el cielo, vio así como unas llamas en él. Y dende a una hora vido el cierlo abierto y que salía el sol por aquella abertura; y en aquel sol se conosçían todas las hermosuras del Cielo. Y luego otro día, estando rezando en un libro a una ventana que salía al cielo, a hora de tercia vido cerca de sí un rostro como el de la luna, muy espantable, y dentro como dos formas de hombres y peleaban el uno contra el otro; y cayó mucha gente muerta. Y en este este día prendieron los moros al Conde de Cifuentes.
Capítulo 46
De cómo le apareció desspués de finado el capellán del monesterio, y de cóm vido en espírituo ser lleva a juyzio el anima del capellán mayor de la yglesia de Toledo en la hora que murió y de la visión que vido de otro clérigo bivo
Como esta sierva de Dios estuviese una noche acostada en su cama, y passada la medianoche no dormiesse, apareciole el ánima del capellán del monesterio, que se llamava Joan de Huelma, con quien ella se avía confessdo algún tiempo, que avía pocos días que finara. Y demandole perdón de muchos enojos que le avía hecho, mayormente por la carta que le escriviera que le fuera causa de mucha turbación y porque avía despreciado con osadía sus consejos y no avía creýdo las cosas que le avía dicho. Y después díxole: “Yo os ruego hermana que digáis al prior de la Sisla y a la [fol. 100ra] hermana mayor desta casa que por la caridad de Dios me perdonen todos los enojos que aya hecho, y seis mil maravedís que soy en cargo a esta casa y un libro que vendí, y que me hagan por limosna dezir cinquenta missas. Y vos rogad por mí, por que el Señor me saque desta pena”. Y estas cosas dichas, desapareciole y ella quedó amortecida sin habla; y estuvo así quatro horas. Y tornando en sí puso luego diligencia en hacer dezir las misas y en cumplir lo que más le pidió: rogó con mucha devoción a Nuestro Señor por él.
Y no es de callar en este lugar lo que vido el día que murió el capellán mayor de la yglesia de Toledo, que se llamava Don Diego de Villa Minaya, de quien de suso en muchos lugares se haze mención. Este era varón muy honrado y discreto y muy limosnero y caritativo, porque quanto tenía gastava en casar huérfanos y en hazer otras obras pías con desseo de hazer thesoro en el Cielo. Pues venida la hora en que Nuestro Señor le quiso dar le pago de sus buenas obras, enfermó en fin del mes de março del año ochenta y siete y passó desta vida, de cuya muerte casi toda la ciudad de Toledo ovo sentimiento y dolor. Y cupo gran parte desta pena al monesterio de doña Mari García por la grandes limosnas y bienes que les hazía, así espirituales como corporales; y era tenido como padre de toda la casa. Y como su fallecimiento fuesse entre las diez y onze del día, estavan en el dicho monesterio en esta hora y todas las religiosas estavan en el choro. Y començando a tañer en la yglesia mayor por su muerte, luego esta sierva de Dios fue robada en espíritu y vido cómo Sant Juan Bautista y Sant Hierónymo y Sancta Catalina llevavan el ánima del dicho capellán a juyzio delante la Divina Magestad en un gran campo muy deleytoso, en el qual estavan muchas ánimas loando a Dios. Y fue acusado delante el juez de un cargo que tenía de un finado que lo avía dexado por albacea en su testamen- [fol. 100rb] to y no lo avía complido. Y como quiera que el dicho capellán mayor mandó en su testamento que aquel cargo se cumpliesse, luego Nuestro Señor, justo juez, mandó que su ánima estuviesse detenida en aquel lugar y no entrasse en la Gloria hasta que fuesse satisfecha la manda. Y como esta Sierva de Dios vido esto, quedó fuera de sí con muy gran pena mezclada con grande alegría de lo que viera. Y cayó luego en la cama con muy grandes amortecimientos, que muchas vezes pensaron que se muriera. Y ninguno de la casa supo eso sino el prior suso dicho, que le tenía mandado por obediencia que le dixesse todo lo que Nuestro Señor le mostrasse. Y fue hallado ser verdad por el testamento del dicho capellán mayor, onde mandó cumplir la falta dicha, de lo qual ella no tenía antes noticia.
Y en el traspassasamiento de las quarenta horas, quando le fue dada la llaga del costado, dixo esta sancta muger que la llevaron por las penas del purgatorio, onde vido tormentos tan espantosos que no se puede dezir.
Y andando por el purgatorio, vido un clérigo que era bivo y tenía cura de ánimas en una pena muy grande, que una grande serpiente muy espantosa que tenía dos cabeças y dos bocas le tenía atado y cercado alrededor. Y vido un dragón horrible que estava cerca del clérigo, el qual tenía encima del espinazo una esportilla en que estava el ánima de un niño chiquillo que dava quexas, demandando justicia de la pena que suffría por culpa de aquel clérigo. Y como ella preguntasse al ángel que le mostrava estas cosas qué pena era aquella, respondióle que aquel niño que por culpa de aquel sacerdote muriera sin baptismo y demandava justicia al Señor. Y ella, espantada desto, desque tornó en sí hazía oraçión especial por aquel sacerdote. Y a cabo de ocho días, diziendo aquel clérigo mismo missa en la iglesa del monesterio, acabando de alçar, fue otra vez esta Sierva de Dios levantada en espíritu y vio cómo aquel sacer- [fol. 100va] dote tenía ceñida al cuerpo serpiente con tres cabeças: y la primera se comía el corazón, la segunda la lengua y la terçera cabeça le comía las espaldas; Y al niño que dava bozes ante él y dezía: “Por tu causa no veo a Dios, porque por ti morí sin baptismo y no alcançarás perdón deste grande cargo”. Y dende a tres días, esta sancta muger llamó a este saçerdote y díxole en secreto lo que viera. El qual se espantó tanto que se le quitó la habla por espacio de media hora. Y ella, desque lo vido tan pusillánime y sin esfuerzo, esforçolo mucho. Y tornado en sí, le dixo que estaba muy maravilado cómo Nuestro Señor le avía revelado aquel secreto. Y conosció que era verdad así esto del niño que murió por su culpa sin baptismo como otras cosas muchas que le dixo, en que ofendía mucho a Dios. Y díxole despues la sancta muger: “Tened por cierto, padre, que esto lo mostrará el Señor por señal otro día”. Y este sacerdote confessó después que otro día diziendo missa, quando bolvió la hoja del missal onde estava la imagen del crucifixo vido en él cinco gotas de sangre. Y dende çinco años murió el sacerdote, día de Sant Miguel, y ella encomendolo mucho a Nuestro Señor; y apareciole después el día de Sant Francisco, por la mañana, muy espantable, y díxole cosas muy señaladas que passaran en secreto entre él y otra persona, las quales hallaron ser así en verdad.
Capítulo 47
De cómo resplandeció por espíritu de profecía y dixo por la gracia de Nuestro Señor muchas cosas secretas
Resplandeció también esta sancta virgen por espíritu de profecía, como se puede conoscer por algunas de las cosas que [fol. 100vb] ya son de suso escriptas, y por otras muchas que reveló y manifestó seyendo ocultas. Onde como en aquel tiempo se començasse la Inquisición en la ciudad de Toledo, dixo ella muchos secretos al prior de la Sisla tocantes al Santo Officio. Y preguntándole el prior cómo sabía aquellas cosas que le dezía, respondiole y le dixo: “Nuestro Señor Jesu Christo se a aparecido en la manera que fue atado a la coluna, y tenía las espaldas sangrientas, y díxome: ‘Verás, hija, quán me paran cada día los hereges. Por ende di todo esto que has visto al deán de Toledo y al prior de la Sisla, que entienden en las cosas de la Inquisiçión para que pongan remedio en ello’”. Y así lo hizo, porque estas mismas palabras con otras cosas secretas tocantes al Santo Offiçio dixo después al dean suso dicho en presencia del prior que escrivió estas cosas.
Y vido otra vez levantada en espíritu cómo sacavan con gran solemnidad de la yglesia mayor el sanctíssimo sacramento para comulgar a un herege que estava enfermo, y fuele divinalmente mandado que fuesse apriessa a dezir a los clérigos que se tornassen a la yglesia con el cuerpo de Nuestro Señor porque era herege aquel hombre a quien lo llevavan; y así se hizo. Y díxole después el ángel que esto le mandava, “porque creas que es verdad lo que digo, hoy en la missa verás destellar de la Hostia gotas de sangre”. Y así acaesció, que en aquel mismo día vido esta bienaventurada muger con ojos claros la hostia llena de sangre en las manos del sacerdote quando después de la consagración la levantó en alto para el que pueblo adorasse.
Y aun otra vez dixo ella al prior de la Sisla que viniesse a poner recaudo en el monesterio porque andavan dos personas por hazer un desconçierto. Puso diligencia en saber la cosa de que la sancta muger le avía avisado y dende a pocos días fueron hallados dos moços que querían hazer un mal recaudo de la manera y for- [fol. 101ra] ma que ella lo avía dicho, y fueron despedidos y echados de casa.
Y como un religioso deseava mucho hablar con ella por las cosas que oýa de su virtud y sanctidad, y no pudiesse, al cabo tanto trabajó por ello que lo alcançó y como un día la hablasse, díxole ella: “Bien sabía yo, padre, que ha muchos días que deseávades hablar conmigo y la causa por qué, y sé que tal día (nombrándolo) escrevistes una escriptura y no la acabastes por más priessa que os distes, y la acabastes después en la noche”. Y como el religioso se espantasse desto y le preguntasse cómo lo sabía, díxole cómo lo avía visto en espíritu. Y después díxole: “Dezid padre a tal religioso (nombrándoselo por su nombre), que vea cómo anda, que está mucho atribulado en su espíritu. Y si alguna cosa ha hecho que no deva demandar della perdón porque si esto no haze, no podrá salir del trabajo en que está”. Y como este religioso a quien ella dezía esto conosciesse por experiencia la pena y congoxa que aquel fraile de quien hablava tenía, y poco menos los supiessen todos los de la casa, maravillose mucho cómo estando ella encerrada en el monesterio sabía el trabajo que tenía este religioso en su espírito; y conosció claro que tenía espíritu de profecía.
Y acaesció esto en los días que estava el general de nuestra orden en el monasterio de la Sisla entendiendo en las cosas de la Inquisición. Y aun, como otra vez este religioso hablasse con ella y le alabasse mucho a otro religioso que era de sancta vida y le rogasse ella que le dixesse quién era y cómo se llamava, y él no se lo quisiesse dezir, díxolo entonces ella: “A esse religioso que vos, padre, dezís, llaman así, y sé yo que es persona religiosa y devota y que tiene parte con Nuestro Señor”. Y espantado desto el religios con quien ella hablava, viendo cómo sabía lo que él no le avía querido manifestar, díxole ella que en aquella hora misma Nuestro Señor se lo avía revelado.
Rescebía esta Sierva de Dios gran [fol. 101rb] pena en salir a hablar con las personas que venían a ella aunque fuessen religiosas. Y trabajava de abreviar las tales hablas lo más que podía, y hablava con pocas personas por más graves y honestas que fuessen.
Capítulo 48
De cómo alcançó por sus oraciones salud a la madre del monesterio y libró a un su hermano de las prisiones y a su madre de la enfermedad que tenía
Era esta bienaventurada virgen muy ferviente en la oración y alcançó a muchos salud y remedios de sus males biviendo en la vida presente rogando a Nuestro Señor por ellos. Onde como una vez la madre del monesterio enfermasse en el mes de agosto del dolor del costado, y tres días antes de la fiesta de Sant Lorencio llegasse a la muerte y los físicos la tuviessen ya desamparada, viéndola esta sierva de Dios estar tan cercana a la muerte, fuesse a la yglesia siendo ya de noche y púsose a orar con muchas lágrimas ante el altar de Nuestra Señora, rogándole affincadamente que no quedasse ella huérfana de tan bienaventurada madre y que tuviesse por bien de se la dar sana y biva. Y ende a un rato mirando ella con una candela en el rostro de la imagen de Nuestra Señora, viole encendido y como de persona biva. Y dende a poco vídole sudar, y pensando que se le antojava, atreviose allegar a su rostro y con su toca alimpió el sudor tres vezes, y lavose los ojos y cara con ello. Y del plazer que ovo tornó a le demandar con importunidad la salud de su madre espiritual, y oyó una boz que le dixo: “Otorgada le es la vida para consolación y remedio tuyo”. Y luego fue levantada en espíritu y [fol. 101va] vido a Sant Lorencio en semejança de moço de quinze años vestido de vestidura muy esplandeciente. Y levava en la mano una buxeta de oro y púsola sobre la cabeça y costado de la enferma, y santiguóla con su mano. Y después que tornó en sí, entendió que avía alcançado lo que a Nuestro Señor pidiera por intercessión de su gloriosa madre. Y vino luego con mucho plazer a visitar la enferma y hallola dormiendo con reposo. Y desque despertó sintiose muy aliviada de la enfermedad y dende a poco sanó perfectamente.
Y como otra vez esta sancta muger rogasse con mucho affinco a Nuestra Señora delante su altar por el libramiento de un su hermano que estava preso, apareció al preso estando dormiendo Nuestra Señora en semejança de la imagen suya de vulto que tenían en el monesterio, y sacole los hierros de los pies y díxole que por la importunación de su hermana y de las otras religosas que por él en aquella casa rogavan sería libre de aquella prisión. Y despertando, hallose libre de las prisiones y de la hinchazón que tenía en los pies de los hierros. Y luego otro día vino al monesterio y contó este miraglo, y hallose por cierto que en aquella hora que él dixo que Nuestra Señora le avía librado, esta sancta muger y otras hermanas de la casa hazían oración especial por él. Y viendo la imagen en cuya semejança Nuestra Señora le apareciera, prometió de le traer toda su vida cera que ardiesse todos los sábados delante aquella su imagen. Y como dende a nueve años víspera de Nuestro Señora de agosto truxesse este su hermano cera para alumbrar esta imagen como lo tenía prometido, falleció súbitametne en el camino. Y como ella lo supo, angustiose mucho, mayormente por aver sido su muerte de tal manera, y rogava por él con muchas lágrimas y gran affinca delante la imagen suso dicha de Nuestra Señora, que pues en esta vida lo avía librado de las prisiones, tuviesse por bien [fol. 101vb] de lo librar de las penas de la otra y mostrarle si estava en carrera de salvación. Y como estuviesse haziendo oración por el día octavo después de su mierte, a las dos horas después de media noche, miró el rostro de la imagen y vidolo alegre, como de persona biva que quería hablar. Y ella con el grande gozo que rescibió desto començó mucho a llorar, y dos de las hermanas que lo sintieron llevaronla a la cama. Y estando allí las dos religiosas con candelas encendidas, sintió a sus espaldas un huelgo de persona my frío, y como estava hablando con las dos hermanas, no curava de mirar a aquel lugar y dende a poco ovo gran miedo. Y bolviendo la cabeça vio un pedaço como de nuve escura y allí dentro el rostro de su hermano muy alegre. Y díxole que a la hora de la muerte se viera en gran peligo, mas que Nuestra Señora a fuera allí con él y le ayudara. Y después díxole ciertas cosas que tenía de cargo y que estava en el purgatorio; y esto dicho, desapareció la nuve.
Y como otro hermano suyo en el lugar de Ajoffrín corriesse un cavallo y cayesse con él, quedó muy atormentado y con gran passión de los ojos. Y como lo oyó la madre desta sierva de Dios, que estava muy triste y dolorida por la muerte del otro hijo que avía poco que falleciera, doblósele el dolor. Y tan grande fue su pena que se le torcieron los ojos y la boca. Y sabiéndolo ella, después de algunos días, rescibió dello mucha pena y se fue para el altar de Nuestra Señora y supplicole por la salud de su madre. Y acabada la oración, respondió inspirada divinalmente al mensajero que le truxo estas nuevas, que el domingo siguiente sanaría su madre. Y así fue cumplido porque en aquel domingo que ella dixo, sanó perfectamente su madre por la virtud de Nuestro Señor.
Y acaesció otra vez que estando esta bienaventurada virgen muy mala en la cama, vino la fiesta de Nuestra Señora de setiembre y co- [fol. 102ra] mo viesse que no podía comulgar con las otras hermanas de aquel sancto día ni estar presente con ellas al officio, rescibió gran dolor en su coraçón. Y como las otras religiosas se levantassen a los maytines y ella estuviesse tan cerca del choro que las pudiesse oýr, luego que començaron el Invitatiorio, dixo con gran dolor de su coraçón orando a Nuestra Señora: “¡O[h] gloriosa madre de Dios, esperança de los peccadores! Yo no soy digna de estar en tus maytines, ni menos de poder comulgar con las otras; tú, Señora mía sabes la pena que en esto rescibo”. Y como acabó de dezir estas palabras vino una claridad sobre ella. Y sintiose luego sana del todo. Y levantándose de la cama fuese a los maytines, y comulgó esse día con mucho gozo con las otras hermanas.
Capítulo 49
De la muerte de la bienaventurada María de Ajoffrín y cómo luego començó a resplandecer por miraglos
Luengo tratado el libro se haría si particularmente quisiesse aquí hazer memoria de todas las cosas que hallé escriptas desta sancta muger, y así no quiero más detenerme en relatar sus virtudes y las otras revelaciones que vido, porque apenas comulgó vez que no fuesse luego arrebatada y alçada en espíritu y le fuessen demostrados muy grandes secretos; mas escribiré agora brevemente cómo murió y cómo después de su muerte començó luego a resplandecer por miraglos.
Pues como esta santíssima vir- [fol. 102rb] gen fuesse por Nuestro Señor tan altamente visitada en esta vida presente, según ya es dicho, plugo a Su Magestad de la hazer gloriosa y bienaventurada en el Cielo y darle el galardón que a sus sanctos y amigos antes de los siglos tiene prometido. Venido pues el tiempo de su muerte, por ella tan desseado, enfermó en el mes de julio, año mill y quatrocientos ochenta y nueve, quando andava la pestilençia en la ciudad de Toledo. Y falleció con mucha devoción sábado a las tres horas despues de la media noche; y fue enterrada a las vísperas de aquel día en el capítulo del monesterio de la Sisla porque entonces en este monesterio se enterravan las religiosas de Sant Pablo. Y fue sentido a su fallecimiento un olor celestial, según dieron dello testimonio las hermanas que se hallaron presentes a su muerte.
Y luego Nuestro Señor la magnifició por muchas señales y miraglos, de los quales se notarán aquí los siguientes.
En el año de mill y quatro çientos y noventa, en el mes de noviembre, día de Sant Martín, a la noche enfermó de modorra un hombre que se llamava Francisco Díaz, vezino de Xarabiz de la Vera. Y como llegasse la hora postrimera, rescebida ya la extrema unción, un clérigo que se dezía Martín Diaz, su primo, que lo avía criado y casado, sentía gran dolor de su muerte, y como a caso veniesse allí una muger que se dezía Juana Martínez, biuda, y viesse al clérigo tan affligido, díxole: “Compadre, ya sabéis la enfermedad que tenía yo de mi pierna con la cadera y este año quando vino aquí mi hermano fray Gabriel, professo del monesterio de Sant Hierónymo de Madrid, me dixo de una sancta religiosa que falleció en Toledo en el monesterio de doña Mari García y está enterrada en el de la Sisla, por la qual el Nuestro Señor hazía grandes maravillas y que si me encomendasse a ella con devoción y prometiesse de yr a visitar el lugar de su sepultura, creyesse sin dubda que [fol. 102va] por sus merescimientos avría salud. Yo me encomendé a a esta sancta y sané por la misericorida de Nuestro Señor, y así prometeldo vos a ella y plazerá a Dios de os oýr y dar vida a este vuestro primo que al presente véys que se os muere”. El clérigo, oyendo esto, hizo luego voto y prometió que si Nuestro Señor dava salud a su primo enfermo de lo traer al monesterio de la Sisla a visitar el sancto cuerpo desta virgen. Y Nuestro Señor oyó sus ruegos por los merescimientos de su sierva, y dio salud perfecta a aquel enfermo. Y vinieron los dos juntos a cumplir el voto. Y el clérigo dio testimonio de la verdad deste hecho y lo escrivió de su mano, sábado a siete días del mes de mayo, año de mil y quatrocientos y noventa y uno, estando presente en el suso dicho monesterio.
En la ciudad de Toledo estava un canónigo para morir, y obrados en él ya todos los remedios humanos, como siempre perdiesse, encomendose con mucha devoción a esta bienaventurada virgen, y embió a visitar su sepultura y que le truxessen un poco de tierra della. Y luego la primera noche que se la puso al cuello, estando dormiendo, le apareció la dicha sancta entre sueños y despertando se halló sano. Y como le oviessen de dar aquella mañana una purga, no la quiso rescebir, mas dixo que le diessen de comer porque él se sentía bueno. Y levantándose de la cama, fue luego al monesterio de la Sisla a visitar el cuerpo desta virgen y dio allí muchas gracias a Nuestro Señor, y offreció sus offrendas.
Y en el mes de setiembre del mismo del mismo año que esta bienaventurada María de Ajofrín finó, enfermó muy gravemente en la ciudad de Toledo Don Alonso, hijo de la condesa de Paredes, canónigo de la yglesia mayor. Y estando ya oleado y muy cercano a la muerte, encomendose a esta sancta. Y fuele traýda una almohada en que la dicha sancta virgen finara y luego que la puso sobre sí sanó. Y fue después al monesterio de la Sisla a tener no- [fol. 102vb] venas y offreçió una imagen de cera y una casulla de seda.
En el suso dicho año a nueve días del dicho mes de setiembre, vinieron a visitar el lugar onde esta sancta muger fue enterrada un hombre que se dezía Joan de Pastrana y su muger, y truxeron un niño, que era su hijo, tollido. Y avía el padre gastado con los físicos lo que tenía y no le avían podido curar. Y encomendáronlo el padre y la madre con mucha devoción a esta sancta y velaron una noche en la yglesia, y sanó el niño a gloria de Nuestro Señor.
En este tiempo una muger que se llamava Joana de Sant Miguel, beata de la tercera regla de Sant Françisco, que morava en la ciudad de Toledo, estava muy mala de un çaratán que tenía en la teta, y avía cinco años que la curavan los físicos y todos ellos no la avían podido remediar. Y desamparada dellos, aconsejavan algunos que por que no muriesse le fuesse cortada la teta. Mas ella, viendose en esta angustia, acordó, oýda la fama de los miraglos que esta sancta hazía, de se encomendar con mucha devoción a ella. Y así, con este propósito, vino al monesterio de la Sisla. Y luego que entró al lugar onde el cuerpo de la bienaventurada María de Ajoffrín estava enterrado, sintió un olor celestial que salía de la sepultura. Y ella, con mucha devoción y lágrimas, derribose sobre ella rogando a esta sancta que la quisiesse ayudar y alcançar de Nuestro Señor sanidad; y luego fue sobre ella la mano de Dos y fue sana perfectamente.
Otros muchos miraglos hizo Nuestro Señor por los merescimientos desta su sierva luego después de su muerte, como se hallan escriptos en el libro de su vida. Y aun hasta tiempo presente no cessa Nuestro Señor de la mangnificar por señales maravillosas, mas yo no quiero escrevir más en este lugar y sólo diré aquí un miraglo que acaesció en su vida acerca de una carta quemada que por sus oraciones fue hallada sana y restituyda en su primero ser. Como una vez esta [fol. 103ra] sierva de Dios notasse una carta para el cardenal Don Pero González de Mendoça, y la escriviesse otra religiosa que se llamava Ynés de Sant Nicolás. Y acabada la carta de escrevir, por no tener allí polvos para la enxugar, la llegassen al fuego. Tanto la allegaron, que se quemó en tal manera que era necessario tornarla a escrevir otra vez. Y como desto rescibiesse mucha pena la religiosa que la escriviera, porque la carta era muy grande, díxole ella: “Ýos agora, hermana, y no rescibáys pena, porque después se podrá escrevir”. Y tomó ella la carta quemada y echóla en un arca. Y como otro día viniesse la otra religiosa para la tornar a escrevir, abrió la sierva de Dios el arca y hallaron la carta sana.
Capítulo 50
De cómo fue trasladado el cuerpo de la bienaventurada María de Ajoffrín y puesto en una sepultura muy honrrada que le fue hecha en la yglesia, y del olor maravilloso que sintieron todos los que se hallaron presentes y de cómo llovió luego y se remedió la tierra
Como la fama de los mirgalos que Nuestro Señor hazía para glorificar a esta sancta virgen cresciesse de cada día, muchos devotos, movidos con zelo de la honrra de Dios, trabajavan que fuesse su cuerpo trasladado del capítulo onde estava enterrado y pasado a la yglesia del monesterio. Y en- [fol. 103rb] tre las otras personas que en esto más diligencia pusieron fue la condesa de Fuensalida, por cuyo ruego, a veynte y cinco días del mes de abril del año de mil y quatrocientos y noventa y cinco, aún no seys años cumplidos después de su muerte, fue sacada de la sepultura en que estava en el capítulo y passada a la sepultura que avía edificado la dicha condesa a la mano derecha de la yglesia. Y estuvieron presentes a esta translación el prior del monesterio fray Juan de Morales y otros religiosos, y el clavero de Calatrava y Don Alonso de Silva, y otras algunas personas devotas. Y luego que abrieron la sepultura, sintieron todos un olor celestial y fueron hallados los huessos desta bienaventurada sancta muy olorosos, de los quales parecía que manava un licor a manera de azeyte. Y el olor suavíssimo que salía de los huessos fue sentido de todos los que estavan presentes, así religosos como seglares. Y viendo esta maravilla, el prior mandó llamar al convento —el qual hasta aquella hora no avía parte desta translaçión— a todos, y tañer los órganos y campanas. Y puestos los huessos en un arca que truxo Don Alonso de Silva enforrada de seda por partes de dentro y teniendo todos en las manos cirios encendidos, que el dicho Don Alonso avía traýdo para todos los frayles, y vestidos el sacerdote y ministros de las vestiduras sagradas, llevaronla en provessión con mucha alegria a la yglesia cantando Hec dies quam fecit Dominus y el Te Deum laudamus. Y fue pedida agua, que estava la tierra en gran necessidad, y Nuestro Señor, por magnificar su sancto nombre en su sierva, llovió luego en grande abundançia, de manera que todos pudieron claramente conoscer que aquella agua les era dada por los merescimientos desta sancta virgen. Y así fueron remediados los panes, que estavan ya para se perder todos. Y estuvo su cuerpo en la yglesia en el ar- [fol. 103va] ca suso dicha treze días para lo mostar a los que lo venían a ver. Y fue después sepultado en la sepultura que la condesa hiziera a la mano derecha de la yglesia, como es ya dicho.
Cosa es por cierto de contemplar la aarcia que Nuestro Señor dio a esta su sierva en los tiempos presentes. Y así podremos bien conoscer que en todas las edades obra Dios cosas maravillosas en favor de los que verdaderamente lo aman y sirven. Y cómo levanta del polvo y ensalça a los que son humildes de coraçón como lo fue esta bienaventurada María de Ajofrín la qual, entre todas sus virtudes, resplandeció singularmente por humildad, de lo qual dieron testimonio todas las religiosas que la conoscieron, mayormente la madre del monesterio que se llamava Catalina de Sant Lorençio, diziendo que era tan humilde que muchas vezes le importunava que la reprehendiesse y castigasse delante todas, mayormente los viernes en el capítulo, y le mandasse comer en tierra y prostarse a la puerta de la yglesia para que las otras hermanas pasassen sobre ella quando entravan al choro.
En las cosas dichas se da fin a las obras maravillosas de la bienaventurada María de Ajofrín y a las revelaciones que vido estando en la vida mortal, porque no fue mi intención de las escrevir aquí todas, como lo dixe al principio desta historia y después en otros lugares. Y por consiguiente se acaba el tercero libro de la presente crónica, a honrra y gloria de Nuestro Señor Jesu Christo, y alabança de sus santos y siervos, y para provecho de todos los religiosos presentes y advenideros. Amén.
Vida impresa (3)
Ed. M. Mar Cortés Timoner; fecha de edición: noviembre de 2020; fecha de modificación: diciembre de 2022.
Fuente
- Villegas, Alonso de, 1588. Addicion a la Tercera Parte del Flos sanctorum: en que se ponen vidas de varones illustres, los quales, aunque no estan canonizados, mas piadosamente se cree dellos que gozan de Dios por auer sido sus vidas famosas en virtudes... Huesca: Iuan Perez de Valdiuielso. Fols. 45v col. a – 47r col. b.
Criterios de edición
El relato aparece en el apartado 193 de la Adición de la Tercera Parte del Flos Sanctorum de Alonso de Villegas, a continuación de la vida de María García [fols. 44r col. a ‒ 45v col. a]. Para esta edición se maneja el ejemplar de la Biblioteca de Catalunya: Res 740/2-4º. Se indica, entre corchetes, el fragmento que fue eliminado en la edición censurada del año siguiente (1589) siguiendo el ejemplar conservado en la Biblioteca Nacional de España:
Villegas, Alonso de. 1589. Addicion a la Tercera Parte del Flos sanctorum: en que se ponen vidas de varones illustres, los quales, aunque no estan canonizados, mas piadosamente se cree dellos que gozan de Dios por auer sido sus vidas famosas en virtudes..., Toledo: Iuan y Pedro Rodriguez, Biblioteca Nacional de España, sig. R/32084. En línea: http://bdh.bne.es/bnesearch/CompleteSearch.do?field=todos&text=alonso+de+villegas&showYearItems=&exact=on&textH=&advanced=false&completeText=&pageSize=1&pageSizeAbrv=30&pageNumber=8. Se han seguido los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por ello, han sido eliminadas las duplicaciones de consonantes: cc/c, ss/s, ff/f. En cambio, se respetan los grupos consonánticos: -nt- (sant), -nc- (sancta) y -pt- (captivo), también las contracciones ‒aunque se ha añadido el apóstrofo clarificador en “del” para escribir “d’él”‒. Además, se ha mantenido la conjunción copulativa “y” ante palabras iniciadas con el sonido vocálico “i”. Asimismo, se indican en pie de página las erratas subsanadas y, para facilitar la localización de los textos, se citan el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).
El texto editado ha sido estudiado en:
- M.Mar Cortés Timoner, “Censuras, silencios y magisterio femenino en la Adición a la tercera parte del Flos Sanctorum de Alonso de Villegas”, Specula. Revista de Humanidades y Espiritualidad, vol. 1 (mayo 2021), pp. 183-210: https://www.ucv.es/investigacion/publicaciones/catalogo-de-revistas/revista-specula
- M. Mar Cortés Timoner, “La autoridad espiritual femenina en la Castilla bajomedieval y su reflejo en el Flos sanctorum de Alonso de Villegas”, Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, vol. 39 (2021), pp.: 25-35 DOI: https://revistas.ucm.es/index.php/DICE/article/view/76403
Vida de María de Ajofrín
[Fol. 45v col. a] Vida de María de Ajofrín monja de Sant Pablo de Toledo
María de Ajofrín [1] fue natural de un pueblo que tiene este mismo nombre, cercano a Toledo. Nació de padres honrados y temerosos de Dios, llamábanse Pero Martín y Marina García. Eran ricos de bienes temporales. Desde niña se inclinó al servicio de Dios. Quisieron sus padres casarla, pidiéndosela muchos, mas la bendita doncella nunca consintió, sino que, varonilmente, resistió a todos los que la hablaban de casamiento. Y por que no pudiese ser impedido su deseo, que era de emplearse toda en el servicio de Dios, aun siendo muy pequeña, sin consejo ni ayuda humana, hizo voto de entrar en religión. Lo cual, sabido de sus padres y visto que ponía fuerza para cumplirlo, fue causa de grande sentimiento y lloros y aun de que sus hermanos la aborreciesen y persiguiesen. Siendo de quince años, y no pudiendo inclinarla a otro modo de vivir, su padre la sacó de su casa y trujo a Toledo. Entró en la iglesia mayor a hacer oración, donde tuvo noticia del monasterio fundado por doña Mari García, del Orden de Sant Jerónimo, que era a la sazón de beatas sin encerramiento o clausura y después fue de monjas profesas y se llamó Sant Pablo. Fue llevada a él María de Ajofrín y recebida con grande voluntad de las religiosas, donde luego se ejercitó en obras sanctas, mostrándose muy humilde, menospreciando a sí y haciendo al Señor sacrificio de sí misma. Su ejercicio ordinario era la oración y meditación, derramando sus ojos multitud de lágrimas con grandes sospiros, teniéndose por la más pecadora y indigna de todas las mujeres.
A los diez años de su recogimiento quiso hacer una confesión general de toda la vida y, hecha con grande sentimiento y lágrimas, pusose de rodillas delante una imagen de la Madre de Dios que tenía en sus brazos a su Benditísimo Hijo. Y pidiéndole al Hijo, por intercesión de su Sagrada Madre, que le declarase si había hecho lo que debía en esta confesión y podía asegurarse de la vida pasada, como esto fuese con muchas lágrimas y ternura, vido una claridad grande que rodeaba [fol. 45v col.b] la imagen y pareciole que el Bendito Niño levantaba la mano, a la manera que la pone el sacerdote cuando absuelve, de lo cual recibió grande temor, mas siguiose luego un celestial consuelo. Y el secreto desta visión descubrió solamente al prior Juan de Corrales, certificándole que, desde esta hora, le quedó tan grande movimiento en el corazón que, a tiempos, le daba golpes que parecía quererle salir del cuerpo. Muchos regalos tuvo de Nuestro Señor, siéndole medio no de ensoberbecerse sino de más humillarse. Fuéronle descubiertos algunos secretos acerca de pecados de personas particulares; y ella daba avisos por donde venían a remediarse, enmendándose aquellos a quien tocaba porque era aquel negocio de Dios, que es el que penetra y conoce los corazones.
La privanza que tenía con Su Majestad, su encendida caridad y la perseverancia en le servir y volver por su honra, fue parte a que la regalase, y con regalo que a pocos se le ha concedido; y fue que la señaló con la señal de su Pasión y llaga del costado. Hallose un día en él una abertura que cupiera por ella la cabeza del dedo pulgar de un hombre. Y durole abierta esta llaga veinte días, de la cual los viernes corría más sangre que los otros días, aunque siempre corría alguna. Nunca pareció en ella materia ni la aplicó medicina alguna, sino paños limpios, quitando unos y poniendo otros. La sangre era muy viva, como daban muestra los paños que se quitaba, los cuales quedaban rojos como un carmesí. Padecía graves dolores, y fueron causa para que la bendita doncella lo descubriese, aunque disimuló primero y lo encubrió cuanto le fue posible. Descubriose a la hermana mayor y a otra noble matrona llamada doña Teresa, y estas, con admiración grande, lo descubrieron al confesor de la casa. El cual estuvo duro en creerlo, y quisiera deshacerlo, mas visto por sus ojos quedó lleno de admiración. Y él reveló a testigos dignos de fe que dello dieron testimonio: el uno fue don Pedro de Prejano, deán de Toledo, y el otro don Diego de Villaminaya, capellán mayor del coro de la sancta iglesia; llamábase el confesor Juan de Biezma [2]. En presencia de los cuales entró Gracián de Berlanga, capellán de la reina doña Isabel, notario apostólico y de la audiencia arzobispal, y, estando la bendita doncella María de Ajofrín en su cama, le fue descubierta la llaga que tenía en el costado de la manera que se ha dicho, y dello dio testimonio: en el cual señala día en diez y nueve de noviembre, casi a las seis horas de la tarde, en el año del nascimiento de Cristo de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro. Y dice que la llaga era como un real, y que no tenía hinchazón y que carecía de toda putrefacción. Dice que la tenía una doncella echada en una cama dentro de un palacio, en las casas [fol. 46r col. a] de doña Mari García, y que tenía rostro de ángel. Y dice que, habiendo visto, se tornó a salir muy espantado y que, a pedimiento del mismo Juan de Biezma, lo dio por testimonio firmado de su nombre y sellado con su sello.
No solo padecía la bendita doncella tormento gravísimo de la llaga, sino otro bien grande en mostrarla estando en su cama, cubierto su cuerpo, rostro y manos honestísimamente al tiempo de mostrarla, que solo se veía por una sábana abierta. Pasados los veinte días, ella por sí se cerró sin medicina humana y quedó la señal de la abertura, con algún dolor, en aquel proprio lugar. Ni quiso el Hijo de Dios decorarla con sola la llaga del costado; antes, como se levantaba de su cama para orar delante un crucifijo, al tiempo que entendió, por el sonido de las campanillas, que alzaban en una misa, sintió tan gran dolor en los pies y en las manos que parecía que le ponían en aquellos lugares clavos gruesos. Y como estuviese en esta pena, parecíale que le traspasaban la mano izquierda. Y fue tan vehemente el dolor que puso el dedo pulgar de la mano derecha en la palma de la izquierda y apretó cuando pudo con el gran dolor que tenía, y reventó la sangre, de que ella quedó admirada. Aunque, teniéndolo por regalo de Nuestro Señor, procuró de encubrirlo trayendo la mano cubierta con un lienzo sin poner otra medicina. Y durole por cuarenta días. Y, después que sanó, le quedó la señal en la mano izquierda que fue la que rompió en sangre. Y por que, sucesivamente, sintiese en su cuerpo las insignias y dolores de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, allende de los tormentos que en la cabeza tenía de ordinario, súbitamente sintió un grande y nuevo dolor que le pareció que, poniéndole sobre ella una guirnalda o corona que le cercó la cabeza enderredor, le entraban por ella puntas de clavos con tormento suyo excesivo, cayéndole gotas de sangre. Y aunque le aplicaban diversas medicinas, nunca alguna [3] le aprovechó porque no era razón que llagas hechas por la mano del Señor recibiesen sanidad por industria humana hasta que, pasado algún tiempo, por sí mismo cesó el dolor y quedó sana la cabeza como la mano y [4] costado.
Grandes fueron los regalos que recibió de Nuestro Señor. Arrobábase y quedaba sin sentido, y como le aconteciese esto estando presente el mismo que escribió su vida, el cual la solía confesar, la hermana mayor dijo: “Mandadla, padre, en virtud de sancta obediencia que recuerde y os hable, que luego lo hará”. Hízolo él así, y volvió en su sentido y mostró sentimiento grande como de que la hubiesen quitado de cosa que le daba grande contento. Descubríale Nuestro Señor algunos secretos para bien y provecho de almas particulares, como se ha dicho. Y diole gracia de sanar enfermos, [fol. 46r col. b] porque, con hacer la señal de la cruz y orar por algunos, fueron sanos.
Llegose la hora de su muerte bien deseada por ella, y cayó enferma en el año de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve [5], habiendo pestilencia en Toledo. Y murió sanctamente, sábado, diez y ocho de julio, a las tres horas después de medianoche. Y fue sepultada en el monasterio de Sisla, en el capítulo. Sintiose en su fallecimiento un olor celestial, según dieron testimonio las hermanas que se hallaron presentes a su muerte. Hizo Dios por ella algunos milagros de personas que visitaban su sepulcro o se encomendaban a ella en diversas partes, por lo cual se acordó que su cuerpo fuese trasladado del capítulo a la iglesia del mismo monasterio, en un sepulcro que le hizo una señora ilustre que era condesa de Fuensalida. Hízose la traslación en veinte y cinco de abril, del año de mil y cuatrocientos y noventa y cinco. Halláronse presentes con el prior del monasterio, que se llamaba fray Juan de Morales, el clavero de Alcántara y don Alonso de Silva y otras personas, donde, luego que abrieron la sepultura, sintieron todos un olor celestial y parecía que salía de sus huesos y que estaban bañados de un licor a manera de óleo. Mandó el prior tañer los órganos y las campanas, y en una bien ordenada procesión, llevando todos velas encendidas, levantaron el cuerpo puesto en una arca aforrada de seda y llegaron con él al coro de la iglesia donde estuvo por trece días descubierto. Y en este tiempo pidieron a Nuestro Señor por intercesión de su sierva [6] que enviase agua a la tierra, de que había grande necesidad, y llovió en grande abundancia y entendieron todos haberles hecho Dios esta misericordia por honra de aquella bendita alma. Y así fueron remediados los panes que estaban a punto de perderse. Pasados los trece días fue puesto el cuerpo en el nuevo sepulcro, a la mano derecha, y allí es visitada y honrada de muchos. Y fue premio merecido a su humildad porque, como dio testimonio Catalina de Sant Lorenzo, hermana mayor de su monasterio, era esta bendita mujer tan humilde que, muchas veces, la importunaba que la reprehendiese y penitenciase delante de todas, mayormente los viernes en el capítulo, y le mandase comer en tierra y postrarse a la puerta del coro cuando las hermanas entraban a rezar en él, para que la pisasen. Y junto con ser humilde era honestísima tanto que pocas personas, ni de las que conversaban con ella, podían dar testimonio de su rostro trayéndole de ordinario cubierto con una toca que dejaba caer hasta la boca.
Anda la vida desta sierva de Dios escripta de mano por un religioso confesor suyo y en ella se pone muchas revelaciones que tuvo. Yo he querido pasarlas en silencio como también lo hizo el que escribió la crónica de los jeró- [fol. 46v col. a] nimos, donde está la vida desta bendita monja, aunque con la limitación que digo. Del testimonio que dio de la llaga de su costado Gracián de Berlanga, notario, tengo yo un traslado por donde parece que fue certísimo [7].
[Acerca de lo cual digo que algunas personas, atrevidamente en mi tiempo, han contradicho (y aun algunos predicándolo públicamente) semejantes llagas en alguna persona después que el Hijo de Dios las padeció, sino es el bienaventurado sant Francisco. Y, pareciéndoles que en esto hacen servicio, quieren atar las manos a Dios. A estos digo que, cuando no creyeren a los auctores tan graves y fidedignos que lo escriben de algunas sanctas, como de sancta Catarina de Sena y de otras, y que, en particular en Roma, se pinta y estampa la misma sancta Caterina [8] con las llagas, en ciencia y paciencia de los sumos pontífices que lo ven [9] y lo permiten y aun, por lo mismo, por ser negocio tan grave parece que lo aprueban, si esto no basta, pueden, por vista de ojos y tocándolo con sus manos, certificarse en este caso con lo que de presente (creo que para confusión de estos) ha permitido Nuestro Señor.
Y es que, en este año de mil y quinientos y ochenta y seis en que esto escribo [10], está viva una bendita mujer, señora de ilustre linaje, priora en el monasterio de la Anunciada de Lisboa, en Portugal, llamada María de la Anunciación [11], doncella de edad de treinta y dos años. La cual está decorada con las llagas de Cristo de cabeza, manos, pies y costado. Tiene en su cabeza treinta y dos agujeros a la redonda como corona, abiertos y patentes; en las manos, por las palmas, una como rosa y, en medio della, una abertura triangular de clavo y, por detrás, la misma señal aunque algo menor. Estas han visto y ven cada día diversas personas. Tiene otras semejantes en los pies. También tiene abierto el costado y todos los viernes, poniéndose allí un lienzo pequeño, salen señaladas cinco gotas de sangre a manera de cruz, y la [12] de en medio es mayor. Y destos pañitos he yo visto dos en Toledo en poder de personas religiosas que los recibieron de la misma sierva de Dios. Y ella los da compelida por obediencia, como también por ella, y no en otra manera, muestra las llagas de las manos. La del costado vieron, por orden del sumo pontífice Gregorio décimo tercio, algunas personas, y fueron: oficiales del Sancto Oficio de la Inquisición y el padre fray Luis de Granada y otros perlados de su orden. Y sobre ello dio breve el mismo pontífice Gregorio, y yo le vi impreso y le leí, en que alaba a Nuestro Señor y persuade a su sierva a que siempre vaya en augmento en su servicio. También por cartas del mismo padre [13] fray Luis de Granada que, para mí, son de grande auctoridad, y de otros perlados de su orden, se sabe de su vida que, desde niña, ha vivido sancta- [fol. 64v col. b] mente y no se halla que, en cosa alguna, se haya desmandado en ofensa de Dios. Nunca se agravió por cosas de pena que le sucediesen ni se quejó por ocasiones que le diesen. Siempre conservó paz y humildad en su alma. Su caridad es grandísima con pobres necesitados de cuerpo y de alma remediando todo lo que puede. Siempre muestra el rostro alegre y devoto. En hablándole de sus llagas, se aflige y entristece grandemente. Duerme abrazada con una cruz de madera de su estatura. Hase visto mucha claridad de noche en una pequeña celda que tiene y levantada del suelo con su cruz orando. Vinieron a Lisboa un turco y un moro que dijeron habérseles aparecido estando en una galera y persuadiéndoles a que se hicieses cristianos; y la conocieron sin haberla visto más de aquella vez y recibieron el baptismo.
Della se dicen muchas otras cosas y todas ellas al talle de los sanctos. Y el padre fray Luis de Granada tiene escripto muy a la larga todo lo que pertenece a la vida desta sierva de Dios, y así él pondrá finos colores sobre el dibujo mal bosquejado de mi mano. Yo lo he referido aquí por dos razones: una, para prueba de que suele Nuestro Señor regalar con sus llagas a algunas personas siervas suyas, y contradecirlo es ir contra la verdad; y lo segundo, que, por haber escripto tres libros de vidas de sanctos de los que pasaron muchos años ha, hiciera agravio a cosa tan digna de ser sabida en los siglos venideros como es lo de mi tiempo desta sierva de Dios, si no lo pusiera en memoria. Y lo mismo hicieron sant Jerónimo escribiendo la vida de Malco, monje captivo que se le dejó vivo. Y sant Teodorito comenzó a escrebir la vida de sant Simeón Estilita [14] y no la acabó diciendo en ella que la dejaba vivo y que, con tan alto principio, era bien de creer que el fin no sería menor. Así yo digo desta sierva de Dios, que su fin no será menor que el principio y, cuando sea de otra suerte, lo de hasta aquí es mucho de estimar y loar a Dios, que no tiene la mano abreviada, sino que siempre hace mercedes a los que de veras le sirven.
Y en lo que toca a las llagas del seráfico padre sant Francisco, yo confieso que, de la manera que a él, no le ha sido concedido a otro, porque o fue por algún breve tiempo o no todas cumplidas o con menos sentimiento de dolor o, a lo menos, que cesasen con la muerte y no que, aun después de muerto, permanece el cuerpo del seráfico padre sant Francisco con ellas tan frescas y recientes como las tuvo en vida. Y este fue favor particular suyo y, como dice el doctísimo y muy religioso maestro [15] fray Vicente Justiniano Antist, del Orden de Predicadores, en una apología que hizo en defensa de las llagas de sancta Catarina de Sena, esto sería lo que quiso decir el papa Sixto cuarto en un breve que dicen haber dado en [fol. 47r col. a] favor de las llagas de S. Francisco. Verdad es que, como el mismo maestro dice, nunca este breve pareció en el mundo, ni nadie habrá, con verdad, que diga haberle visto. Y es prueba desto que, en un volumen grande, donde semejantes breves y motus proprios andan impresos, que se intitula Collectio Bullarum, y es de Laercio Querubino jurisconsulto, impreso en Roma, año de mil y quinientos y ochenta y seis, donde están todos los divulgados desde Gregorio séptimo hasta Sixto quinto, y hallándose entre las demás todas las bulas y motus proprios del mismo Sixto cuarto que son doce en número, no aparece entre ellos semejante breve; porque yo los [fol. 47r col. b] pasé uno por uno buscando este y así es cierto que no le hubo. Mas en caso que le hubiese habido, lo que pretendería en él el pontífice sería, dice este auctor, señalar las ventajas que el seráfico padre sant Francisco hace en este misterio de las llagas a todos los sanctos a quien Dios ha decorado con ellas, que cierto son muchas y muy particulares.]
De la primera [16] destas dos religiosas (de las cuales ninguna está canonizada) se vea la historia de Toledo de Pedro de Alcocer, libro. 2. cap. 27; y de la segunda, María de Ajofrín, la crónica del Orden de Sant Jerónimo, desde el capítulo cuarenta y uno hasta el fin della, donde la sanctidad de ambas es grandemente encarecida. [17]
Notas
[1] En el margen izquierdo leemos: “En 18. de Iulio.”
[2] En el texto leemos: “Diezma”. Se ha subsanado la errata.
[3] Entiéndase: “alguna de las diversas medicinas”. Ejemplo de la tendencia a la elipsis que muestra la prosa del autor.
[4] Como la mano y el costado.
[5] En el margen derecho leemos: “Año de 1489.”
[6] En el ejemplar manejado impreso en 1589 aparecen tachadas las sílabas y palabras siguientes: “-cubierto y en este tiem […] intercesión de su”.
[7] Como se ha indicado, se reproduce entre corchetes el fragmento eliminado en la impresión de 1589. Cabe precisar que las palabras: “por donde parece que fue certísimo” se hallan tachadas con tinta negra en el ejemplar manejado de la BNE.
[8] Se mantiene la oscilación vocálica al escribir el nombre de la santa dominica.
[9] Se elimina la duplicación de la vocal en la escritura de esta palabra.
[10] En el colofón del ejemplar se indica que el libro fue terminado “último de septiembre del año de 1586”.
[11] Se refiere a la lisboeta María de la Visitación, quien vivió en la segunda mitad del siglo XVI.
[12] Entiéndase: “la gota de en medio”
[13] Se subsana la errata: “podre”.
[14] En el texto leemos: Stilita.
[15] En el texto figura: “relignoso maastro”. Se han subsanado las erratas.
[16] Alude a las dos religiosas que centralizan el apartado 193 de la Adición a la Tercera parte del Flos Sanctorum: María García y María de Ajofrín.
[17] A continuación, en el ejemplar mencionado de la BNE ‒en el mismo apartado 193‒ leemos: “Antes de poner fin en las vidas destas dos siervas de Dios, Marías religiosas de Sant Pablo de Toledo, quiero hacer mención de algunas otras monjas del mismo convento, dignas de que, en los siglos por venir, se tenga honorífica memoria y su propria casa y la ciudad de Toledo reciban honra y les sea de importante provecho el tener y gozar de sus benditos cuerpos. Lo que dijere se ha sacado de un libro que recopiló de memoriales y relaciones antiguas y modernas de aquel convento doña Ana de Zúñiga, de cuyas virtudes pudiera yo escribir mucho si llegara mi atrevimiento adonde llega el deseo y la verdad.”
Y se añaden diez vidas breves que se hallan editadas en el Catálogo: Aldonza Carrillo, condesa de Fuensalida; su madre Teresa de Guevara; Inés de Cebreros; Inés de Santa Catarina, sobrina de María de Ajofrín; Lucía de los Ángeles; Catalina San Juan; María de San Ildefonso; María de la Visitación; Paula de los Ángeles y, por último, Quiteria de San Francisco.
A doña Ana de Zúñiga, Alonso de Villegas dedicará una reseña hagiográfica en impresiones posteriores a la de 1589, como evidencia el ejemplar de 1595 guardado en la Biblioteca de la Universidad de Barcelona con la signatura B-50/5/11.
Vida impresa (4)
Ed. Lara Marchante Fuente; fecha de edición: septiembre de 2017; fecha de modificación: noviembre de 2022.
Fuente
- Sigüenza, Fray José de, 1605. “Libro II de la Historia de la Orden de San Jerónimo”, Tercera Parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, dirigida al Rey, Nuestro Señor, Don Felipe III Madrid: Imprenta Real, 465-497.
Vida de María de Ajofrín
CAPÍTULO XLIV
[465] La vida de la sierva de Dios María de Ajofrín, religiosa de San Pablo de Toledo
Si no estuviera la vida desta santa, tantos años ha, escrita y predicada por otros, y Nuestro Señor en vida y en muerte no hubiera calificado y, como si dijésemos, sellado su santidad con tantas maravillas, no me atreviera a poner la mano en ella y pasara en silencio casos tan maravillosos, porque, aunque no soy de los muy incrédulos ni de aquellos que se ríen de todas estas visiones y revelaciones, especialmente en mujeres, que por su flaqueza están tan sujetas a recebir engaños, no soy tampoco de los que lo creen todo y se les antoja milagro cualquier cosilla.
Estos extremos, sin duda, son dañosos y aun peligrosos, y no sé cuál más, porque el uno parece temerario y poco pío, y el otro da ocasión con su facilidad que pierda el crédito y reverencia aun lo más verdadero y calificado. Confieso que en aquellos primeros tiempos de la Iglesia, y en aquellas primicias del espíritu, se halla poco o nada destas cosas, y la santidad y milagros con que Dios confirmaba su fe y la autoridad de sus ministros (estas son las dos principales razones o fines de los milagros) eran muy diferentes en aquella feliz era, y que algunos centenares de años después, cuando florecieron tantos mártires y, tras ellos, tantos y tan ilustres confesores, y Dios tenía poblados los desiertos de tan admirables hombres, tampoco se hallaba nada desto, y si se ha escrito algo (no faltaron entonces algunos hombres varones que sembraron muchas niñerías) tuvo siempre poco crédito.
De doscientos años poco más a esta parte, ha habido algunas mujeres santas con quien parece que [466] Nuestro Señor ha querido (digámoslo ansí, aunque con miedo y reverencia) mudar estilo, facilitarse tanto con ellas y allanar el trato de suerte que no haya sino encoger los hombros y dejar el juicio y determinación dello a la Iglesia que, como a su esposa querida, no le encubre los secretos de su pecho. Junto con esto (que también aprieta mucho), parece que ha querido hacer excepción de la regla de su Apóstol, que no permite que las mujeres enseñen en la iglesia, y ha permitido (como algunos dicen) que dejen estas santas muchas epístolas y libros grandes de revelaciones y doctrinas para enseñamiento de los fieles, cosa que en ninguna de aquellas sanísimas hembras que florecieron de mil años arriba, nunca la vimos ni tenemos, sino es de alguna cosa de ingenio, que ya saben los que algo han leído que son. Todas estas razones hemos de tragar y atravesar por todo con sumisión de la regla que he dicho, y decir que no se ha abreviado la mano del Señor.
Esto he dicho antes de entrar en la vida desta santa, que sin duda me hace gran admiración. Diré con la mayor fidelidad que pudiere lo que ya otros han publicado, y lo que en un cuaderno antiguo de mano he hallado, que en sustancia todo es uno. El original de todo, o la mayor parte, fue el padre fray Juan de Corrales, religioso desta Orden, profeso y prior de la Sisla de Toledo, hombre docto y gran fraile, y que confesó a esta santa casi todo el tiempo en que Nuestro Señor la hacía las mercedes que diremos; y ansí dice en la última cláusula del Prólogo que hizo en la relación de su vida desta suerte: “Yo, el muy indigno siervo de los siervos de Dios, fray Juan de Corrales, prior de la Sisla de Toledo, recontaré a honra y gloria del soberano Rey Dios, Nuestro Señor, las maravillas y secretos que por mis ojos vi, y por mis manos traté, y oí a personas dignas de fe y de gran memoria, las cuales Nuestro Señor quiso poner y demostrar en una pobrecilla sierva suya, llamada María de Ajofrín, virgen y santa, en el Monasterio y Casa de doña María García, en la ciudad de Toledo”.
Ajofrín es una villa junto a Toledo; vivía allí un varón honrado, llamado Pero Martín Maestro, con su mujer, Marina García, temerosos de Dios, de vida honesta, abundantes de bienes temporales. Entre otros hijos, tuvieron una hija que llamaron María, de gran hermosura en el cuerpo, y tanto mayor en el alma que luego, desde sus primeros años, se le conoció la quería Dios para su esposa. Apenas sabía hablar, ni decir las cosas por su nombre, ya sabía rezar y poner las manos delante de las imágines, y hacer otras santas niñerías, regalo entonces singular de sus devotos padres, que se regocijaban en las almas, viendo los tempranos y santos ensayos de aquel angelico.
Como fue creciendo, comenzaron muchos a amarla y desearla, y ansí se levantaba muchas veces plática, entre sus padres y otros del pueblo, de su casamiento. Como la santa estaba prevenida de otro más divino amante y tenía puesto en su voluntad, entendiendo los rumores y tratos tan anticipados de sus casamientos, con un impulso divino la doncella santa hizo, siendo de trece años, voto de virginidad y de entrar en religión, que ya este principio y acto tan heroico descubre y promete mucho. Tratábanse los casamientos de cada día con más calor; los padres y hermanos la daban prisa, [467] y los parientes, todos la importunaban.
Resistió a todos varonilmente, declarando sus votos y sus deseos, cosa que lastimó mucho a sus padres, y sobre esto padeció y sufrió por el amor de tal Esposo, grandes encuentros, palabras y aun obras pesadas, porque todos eran contra ella. Al fin pudo tanto que su padre, aburrido, enojado y lastimado en el alma, importunado della, la sacó de su casa, siendo ya de quince años, vínose a Toledo con ella, sin saber adónde había de parar, ni donde había de sacrificar una hija tan querida. Entró en la iglesia mayor, rezaron allí entrambos.
Rogó ella a su Señor y Esposo la llevase adonde Él fuese servido. Púsole en el corazón que se fuese a la compañía de aquellas religiosas que se llamaban jerónimas, en el Monasterio de doña María García. Díjoselo a su padre, llevola allá, entregola allí y volviose a su casa lleno de tristeza, viendo que dejaba como sepultada la prenda que más en sus entrañas tenía. Puesta la sierva de Dios donde tanto deseaba, no cabía de gozo, viendo el ejercicio de aquellas santas, y procuró imitar todo cuanto excelente de virtud y perfección consideraba en cada una.
Señalose siempre en humildad y obediencia: parecíale que, en comparación con sus hermanas, no merecía besar el suelo donde pisaban. No tenía otro gusto sino cuando se ofrecía ocasión, y ella se las buscaba, de emplearse toda en su servicio. En pudiendo retirarse a algún rincón, allí levantaba el alma y los ojos al Esposo de su alma, y le importunaba con lágrimas y suspiros pusiese en ella sus ojos de misericordia; su deleite y sus regalos eran la oración y meditación. Ansí pasó una vida santísima, callada y humilde de diez años de religión, teniéndola todas, las otras hermanas, en nombre de religiosa perfecta, y que caminaba por un camino muy seguro, aunque con grandes ventajas de otras compañeras, porque en todo este tiempo no se vio en ella cosa digna de reprehensión, sino de grande y conocida virtud, principios legítimos para las mercedes que Dios había de hacerle.
Pasados estos diez años como temerosa de Dios, cuidadosa de su salud, determinose a hacer una confesión general, como si quisiera comenzar una vida nueva (propio de los santos imaginar que cada día comienza), y el Señor, que también quería comenzar a señalarse en el amor que tenía a su sierva, puso en ella tanta compunción y lágrimas, que bastaban a lavar otra alma por grandes manchas que tuviera.
Al punto de entrar en el confesionario, derribose en tierra delante una imagen de nuestra Señora, que tenía su hijo en los brazos, y allí, con grandes ansias y suspiros, suplicó al Señor le perdonase sus pecados, y a la madre, de clemencia, que le alcanzase el perdón de su hijo. Estando ansí orando, con este vivo afecto, vio que súbitamente la imagen se llenó de luz divina, que alumbraba también parte de aquel aposentillo; y en la claridad de la imagen vio cómo el niño, desde los brazos de su madre, levantaba la mano hacia ella, de la forma que el sacerdote la extiende cuando absuelve al penitente. Espantase desto la santa doncella, que es propio de vírgenes prudentes temer visiones extraordinarias. Quitose de allí y fuese a los pies del confesor, no imaginando mas de que podía ser antojo o gran flaqueza. Hizo su confesión lo mejor que pudo. Al salir, tornó a hacer oración a la imagen y súbito tornó [468] a esclarecerse, y el niño, sacerdote eterno, tornó a levantar la mano como en forma de absolución. Y esto puso alegría y consuelo grande en el alma de la sierva de Dios, que entendió, con mucha certidumbre, Nuestro Señor le perdonaba sus pecados. Tuvo esto en secreto mucho tiempo, que jamás lo reveló a nadie, sino solo a su confesor, fray Juan de Corrales, a quien manifestó que, desde aquel día, le quedó en el corazón un movimiento tan grande que le parecía le quería algunas veces saltar del pecho. De allí a pocos días, quedándose sola en el coro una noche, haciendo oración por el estado de la Iglesia con grande afecto y devoción, vio encenderse una llama de fuego grande en la Custodia del Santo Sacramento, y ardió por espacio de una hora poco menos, de que quedó en extremo maravillada.
Había de comulgar el día de la Resurrección del Señor con las otras hermanas, y la noche antes andaba nerviosísima, con aquel deseo de recebir al Esposo, orando y llorando sin enjugar las lágrimas, suplicándole le diese digna disposición para recebir tan alta Majestad, y sentir los frutos de su gloriosa venida. Fue, pues, con las otras hermanas a comulgar, y recebió el Santo Sacramento, a su parecer en forma de un corderito vivo: cuando lo tenía en la boca, se bullía y meneaba. Tragolo con el mayor temor y reverencia que pudo, y sentía luego que se le puso sobre las telas del corazón. Allí, sintió tanta alegría, reposo, dulzura y consuelo que en diez días con sus noches no durmió ni pegó los ojos, destilando dellos continuas lágrimas de alegría. Desde entonces, las veces todas que comulgaba, se trasportaba o enajenaba de los sentidos como se entraba allá, dentro el alma, con todas sus potencias, a hacer estado a la Majestad de su Rey y Esposo, y junto con esto le quedaba un dulzor extraordinario, y de otra quintaesencia en la boca, garganta y corazón, que le duraba un espacio de cuarenta días, que del supremo gusto del alma quería Dios le alcanzasen aún en esta vida tales relieves al cuerpo. Certificaba la santa al prior que si no fuera por evitar la singularidad, no comiera en todo este tiempo, ni a su parecer tenía necesidad dello. Hacésenos a nosotros estas cosas como imposibles porque estamos muy lejos dellas.
El día octavo de la Resurrección, estando orando, vio cómo vino a ella un varón anciano, de aspecto venerable, cubierto de una capa de seda colorada y le dijo:
“Ven conmigo, que te envía a llamar la Reina”. Estaba a aquella sazón la Reina, doña Isabel, en Toledo, y como entonces salían estas religiosas de casa, con compañía honesta, entendió que la Reina la enviaba a llamar, y rehusaba de ir a allá. El varón le tornó a decir: “Ven hija, que te llama la Reina del Cielo”.
Entonces, se fue con él, y hallose en una iglesia, fuera de la ciudad, donde vio a Nuestra Señora con su hijo en los brazos. Púsose de rodillas, delante della, y aquel hombre anciano que la había llevado llegó y púsole un paño de seda en las manos, y la santa Reina le puso luego a su hijo encima, y mandando a otro hombre, de menos edad, que la acompañase junto con el otro que la había llevado allí, le dijo la Señora del Cielo: “Ve con mi Hijo donde fueren estos dos varones”.
El que llevaba el vestido colorado iba como por guía, delante, como buscando posada. Entraron por la ciudad, y llamaban a las puertas que estaban cerradas, diciendo: [469] “Abrid, que viene el Señor a vuestra casa”, y ninguno quería abrirles. Y si algunos tenían las puertas abiertas, acudían de prisa a cerrarlas, respondiendo unos y otros que pasasen de largo, porque estaban embarazados y no había posada. Anduvieron desta suerte poco menos toda la ciudad, sin hallar donde los acogiesen. Tornáronse por donde habían ido, encontraron en el camino con dos mujeres caballeras en dos asnillos [1], que las acompañaban dos clérigos, y estos les dijeron: “Nosotros os acogiéramos si no fuéramos deprisa, mas en tanto que volvemos, recogeos en ese establo”.
Ansí, se tornaron al templo donde la Virgen estaba, y tornando a recebir a su hijo de la mano de su sierva, le dijo: “Llegado es el tiempo en que es tan menospreciado el Hijo de Dios, y ansí también se ha llegado el tiempo en que Él herirá por su ángel: a unos, con duros azotes, a otros, con espada aguda, y a otros, con fuego. Mas, ¡ay de los perlados de la iglesia, a quien el Señor hizo pastores de su grey, y de las almas que compró tan caras, que traen vestidos de ovejas y corderos y son dentro lobos rabiosos robadores, que no tratan sino de beber la sangre de los súbditos! Procuran con toda su ansia honras y dignidades, no para servir con ellas a Jesucristo, mas para sus gustos y deleites”.
Con esto, le desapareció aquella visión. Tornó la santa en sí y estuvo pensando en lo que había visto, lastimada en el corazón de lo que oyera a la Reina del Cielo. No tardó mucho tiempo el castigo amenazado y merecido. Vino luego una gran carestía de hambre, cerrose el Cielo y no llovió para que se pudiesen coger los frutos. De allí se siguió luego una gran pestilencia. Entró en España aquella enfermedad tan asquerosa y fea de las bubas, que con el tiempo se le ha perdido el miedo, y ansí se vieron el cuchillo, el fuego y el azote que se le reveló a la santa puestos en ejecución, para que se entienda que no fue antojo la visión, pues es esta la verdadera prueba y señal por donde Dios nos manda que las examinemos.
El día de la Ascensión de aquel mismo año, quedándose en el coro, como tenía de costumbre después de Maitines, llevada del afecto y amor de Jesucristo, se llegó a cerca del altar mayor, y allí fue levantada en espíritu y la mostró Nuestro Señor una visión maravillosa:
Pareciole que la habían llevado a un campo espacioso, lleno de verduras y deleites; en medio d’él estaba un claustro grande, de paredes muy altas y de ricas piedras labrado. Vio que tenía cinco puertas como de vidrio o cristal, y en cada una estaba entallada la encarnación de Nuestro Señor, la Salutación del Ángel a la Virgen. Vio luego que salía, por cada una de las puertas, una procesión solemnísima de sacerdotes, vestidos de majestad y gloria, y caminaban a una casa hermosamente labrada, que estaba en aquel mismo campo. Entraron todas las procesiones dentro y se postraron delante del altar, cantando el himno Gloria in excelsis Deo. Acabado, estuvieron todos en gran silencio, y con tanta compostura y reverencia que no se miraban unos a otros. En el altar estaba la Santísima Virgen, con su Hijo en los brazos, y estas no eran figuras pintadas, sino vivas en cuerpo y alma, como si fuera en el mismo Cielo donde reinan. Comenzó la señora Soberana a decir en voz alta y lastimera, mostrando su Hijo al pueblo que allí estaba junto: “Veis aquí, hombres, el fruto [470] de mi vientre, tomadlo y comedlo. En cinco diferentes maneras es cada día crucificado por las manos de los malos sacerdotes: la primera, por mengua de fe; la segunda, por la codicia de los bienes de la tierra; la tercera, por el vicio torpe de la lujuria; la cuarta, por ignorancia, que ni saben lo que a sus ministerios conviene ni los misterios que tratan, ni procuran entender sus obligaciones; y la quinta, por la poca reverencia que tienen a su Dios y mi hijo, después que le han recebido. Ansí le tratan, como si fuese el pan que echan a los perros”. Habiendo dicho esto, llegó un sacerdote que parecía de mayor autoridad y reverencia que los otros, y vistiose para decir la Misa. Cuando llegó al punto de consagrar la Hostia, nuestra Señora le puso en las manos su Hijo, y luego quedó como en forma de Hostia. Levantolo en alto para que lo adorasen todos, y parecía como un rayo de Sol, y poco a poco se fue subiendo al Cielo, hasta que el Padre Celestial lo recebió en su seno, y sonó una voz que decía: “Este es mi hijo muy amado”. Entonces, un sacerdote de los que allí estaban, que había sido capellán de aquella Casa de doña María García, y había fallecido algunos días había, se llegó a ella y le dijo: “Esto que aquí has visto tiene gran misterio, y significa a los que celebran este santo Sacramento de tal suerte que, aunque receben la verdad y la forma del Sacramento, no participan el fruto. Mira que cuentes todo lo que aquí has oído”. Y en estas últimas palabras, desapareció la visión.
Vuelta en sí, la santa comenzó a pensar en lo que había visto, y púsole mucho miedo, pensando no fuese alguna ilusión del enemigo que le había puesto aquello en la imaginación, porque de todo punto se tenía por indigna de cosas tan altas; por otra parte, dentro de sí misma, le parecía que tenía aquello una certeza tan grande que no pudiera el demonio entremeterse en cosa tan admirable. Ni sabía si lo diría o callaría. Al fin, se determinó de no decirlo a nadie sino a su confesor, debajo del sello de aquel Sacramento, pensando que se comprendía en él. El confesor quedó admirado cuando lo oyó, y aunque entendió que aquella visión venía de buenos principios, porque tocaba en lo fino, y declaraba la raíz de la corrupción de las costumbres del pueblo y de las faltas de los que habían de ser espejo de la iglesia, cosas que el demonio no había de procurar se enmendasen, con todo eso, mostró no hacer caso dello y la reprendió, diciendo que eran burlerías, antojos y fantasías de cabezas flacas de mujeres, quedando a la mira y ver en qué paraba el caso. Estas fueron las primeras cosas que pasaron por esta santa Virgen, que las refieren otros cortamente, y yo las relato con la fidelidad que las escribió su confesor, fray Juan de Corrales.
CAPÍTULO XLV
[2] Prosíguese la vida de la santa virgen María de Ajofrín, y las cosas admirables que Nuestro Señor obró en ella
El mismo año luego adelante, día que se celebra en Toledo, y agora en toda España, el Vencimiento de la Cruz, quedándose en oración después de Maitines, cuando ya quería romper el alba, estando postrada delante del altar y roba- [471] da en espíritu, le apareció Nuestro Señor, llegose a ella y la mandó levantar; vio que venía cubierto con una alba o sobrepelliz y una estola al cuello, y por las piernas abajo le corría mucha sangre, y díjole ansí: “Como me ves, corriendo sangre, ando por las iglesias desta ciudad, desde esta hora hasta que tañen a la plegaria de a medio día”, y dicho esto, desapareció. Considerando la santa estas cosas, hacía con ardientes suspiros oración a Nuestro Señor por el estado de los sacerdotes, entendiendo cuánto le ofendía el descuido de sus vidas. Entre otras veces, el día de San Agustín, estando rezando en una imagen de Nuestro Señor, que llamamos Verónica (teníala en un libro), se llenó la imagen de una claridad grande, y luego la vio convertida en sangre. Diole esto gran dolor y turbación, no sabiendo qué hacerse, ni qué quería el Señor darle a entender en esto, teniendo siempre algún recelo de si esto era algún engaño del enemigo. Sucediole de aquí que, desde aquel día, jamás pudo comer bocado de carne ni entró hasta que murió cosa della en su estómago, y su manjar fue pasas o alguna otra fruta con el pan.
En fin de Setiembre de aquel año cayó muy enferma: llegó a punto de muerte al parecer de los médicos. Estando ansí, en el extremo de la vida, fue arrebatada en espíritu y quedó como muerta espacio de tres horas. Mandó el médico que le diesen algunos garrotes y le hiciesen mal para volverla de aquel paroxismo. Hiciéronle llagas en los pies, y en las piernas y en otras partes, pretendiendo despertarla o ponerla en acuerdo. En este tiempo fue llevada a aquel claustro donde vio primero salir las procesiones. Caminando para él, le salió el demonio al encuentro y quiso llegarse a ella para que no pasase. Llegó nuestra Señora y reheprendió al enemigo, rempujándole con su mano propia; y tomola luego por la mano y llevola al claustro, donde vio salir otra vez las mismas procesiones, y díjole la Reina del Cielo: “Este es el lugar donde te fue mandado que dijeses lo que habías oído y visto, y ansí otra vez te mando que lo que entonces y agora ves lo digas a tu confesor, y él lo diga a otras personas fieles, al deán y capellán mayor de la iglesia desta ciudad, y ellos lo digan al arzobispo, y se divulgue en toda la la Iglesia, que mi hijo está muy indignado por las injurias y escarnios que le hacen los que indignamente tratan sus misterios y Sacramentos”.
Desaparecida la visión y vuelta en sí, hallose sana. Díjolo todo a su confesor, y como hombre prudente se detuvo, y, aunque no se mostró tan duro ni tan incrédulo como la primera vez, le dijo: “Cuando yo diese entero crédito a esas cosas, ¿cómo lo creerán, (decidme, hermana) esas personas a quien queréis que se diga? Menester es, a mi parecer, alguna seña o alguna manera de certeza, para que ni se rían de vos ni de mí, teniéndonos por livianos”.
Como oyó esto la santa, afligiose mucho y por entonces no le respondió nada, pensando de responderle en una carta y buscar quién se la escribiese. Pasando acaso por un lugar de la casa donde estaba una ventanilla, vio en ella un pliego de papel y tomolo. Metiose en un sotanillo obscuro donde algunas veces ponían leña. Sentose [3] allí con harto deseo de hallar quién la escribiese su carta, porque ella no sabía, ni en su vida tomó pluma en la mano. Estando desta suerte, sin saber qué hacerse, vio que súbitamente resplandecía el papel y, sin saber quién ni cómo, [472] sintía que le tomaron la mano y se la meneaban como para escribir; y escribió dos cartas: la una para su confesor, que a esta sazón era el cura o capellán de aquella casa, que se llamaba Juan de Velma [4], y la otra para el deán y para el capellán mayor de la iglesia. Escritas las cartas, desapareció la claridad, plegolas y púsoselas en la manga. Fue luego a hacer los oficios y ministerios en que andaba siempre como monja humilde ocupada, barrer, fregar y otras haciendas semejantes. Sacando agua de una tinaja para llenar una caldera, cayósele la una de las cartas dentro y detúvose en el aire antes de llegar al agua. También parecerá esto menudencia y cosa de aire a los censores rígidos, sin acordarse que también fue menudencia que la cuchilla del hacha que se le cayó al discípulo de Eliseo en el agua vino nadando a enastarse en el palo que tenía en la mano el Profeta.
Vino una destas cartas a manos del capellán mayor de Toledo y probó muchas veces la virtud que tenía dentro, porque la puso sobre algunos enfermos harto lastimados y tuvieron luego salud.
Cuando el cura vio las cartas, quedó maravillado, porque sabía muy cierto que la santa en toda su vida había escrito letra, ni tomado péñola en la mano, ni en aquel convento había quien hiciese tal letra, y tras esto leyó cosas en la carta que para él venía de que tenía evidencia, que solo Dios y él la sabían, y ansí estaba espantado y temeroso, entendiendo que habían escrito por modo más que humano. Con todo, no osaba dar parte dello a ninguno, sospechando siempre que le habían de tener por hombre demasiado crédulo y vano.
Determinose por entonces de callar, y respondiole por escrito, que él había recebido las cartas, aunque entendía que no tenía ella intento que se manifestasen ni saliesen a público, y ansí determinaba de guardarlas. La santa se afligió con esta respuesta; viendo la dureza y incredulidad de su confesor, querellose a Nuestro Señor dello.
Vinieron después los dos a hablarse y, aunque ella era como una cordera mansa y humilde, entonces se mostró enojada, y le reprendió duramente, llamándole pertinaz y cabezudo, pues a tan evidentes cosas no asentía. Hízole algunas razones harto perentorias, con que le convencía y mostraba que aquellas cartas habían sido escritas divinalmente. Desde aquel día, rogó la santa a Nuestro Señor que le hiciese merced librarle de aquellos negocios y encomendase su causa a otra persona que tuviese más autoridad y le diesen más crédito: pleito y petición muy ordinaria en los ministros humildes que el Señor ha escogido para remediar cosas graves, como si fuesen ellos los que lo han de hacer, y no la virtud divina que entonces resplandece más, cuando no hay de qué poderse gloriar la carne. Con esta determinación estuvo nueve meses, que, aunque tuvo algunas visiones y revelaciones, no descubrió jamás ninguna. Pasaba con el discurso de su vida humilde adelante, ejercitándose en el servicio de las hermanas, velando en continua oración y lágrimas, rogando a Nuestro Señor se apiadase de los que tan a su costa había redemido, y también rogaba a Nuestro Señor quitase la dureza de su confesor, para que le diese crédito o le diese alguna seña tan cierta que no pudiese dudar.
Guardó la santa la carta que se detuvo en el aire sin llegar al agua, teniendo gana de quedarse con ella, y enviar un traslado. No osaba darla a nadie que la trasladase, y pensó que sería bien [473] trasladarla ella, mal o bien, como pudiese, enseñándose a escribir con tan buena materia. Para esto, se encerró en un aposentillo y llevaba una ollilla con lumbre, para encender allí dentro una candela; en entrando, se encendió la candela por sí misma, sin llegar a las ascuas. Comenzó a probar y querer trasladarla, y sobrevínola un flujo de sangre a las narices que, en mucho rato, no la podía restañar. Púsose la carta en las sienes, pareciéndonle que cuanto más iba, más se iba abriendo la vena, y al punto se le restañó. Ansí se salió de allí, sin probar el traslado de la carta, y hizo Nuestro Señor con ella notables maravillas.
Estaba una niña de una mujer vecina allí muy mala: muriose el día de la Concepción de Nuestra Señora, y la santa, cuando lo supo, condolida de su madre, que la quería mucho, envió que pusiesen aquella carta encima del cuerpo de la niña. Pusiéronla y resucitó después de haber pasado siete horas que era muerta. Otra mujer tenía un pecho abierto y muy lastimado, que se le iba cancerando; pusiéronle en el la carta, y al punto fue sana.
Un clérigo principal de Toledo, a cuyas manos vino después la carta, fue a Santiago de Galicia en romería: llevábala con mucha fe y devoción en su pecho. Pasando cierto brazo de mar, cayó del barco en el agua, mojose cuanto llevaba hasta la camisa. Escapó con la vida y la carta salió enjuta, porque debía de estar escrita al olio de la caridad de Dios.
Ya la santa, entre sus hermanas, era conocida por cosa muy excelente, y con las muchas veces que la habían visto fuera y enajenada de sus sentidos conocían, aunque ella lo disimulaba y encubría, que Nuestro Señor le hacía grandes mercedes, y el discurso de su vida daba buen testimonio de todo. Prevínola Nuestro Señor y diole aviso que el día de Todos Santos quería comunicarle sus secretos y misterios, y hacerla particionera de los dolores de su Pasión. Parece ser esto ansí, porque ella misma le dijo a la priora, que entonces no llamaba más de hermana mayor, que en el punto que acabase de comulgar el día de Todos Santos, e llevase antes que fuese arrobada en espíritu y pusiese en algún aposento de la casa, donde no la viese nadie.
Fue el caso que en el punto que recebió el cuerpo de Nuestro Señor, antes de padecer el arrobamiento de lo que allí se le reveló, luego fueron tantos los gemidos y sollozos, y tan fuertes los golpes del corazón que dentro sentía que, que sin duda, fue milagro no espirar en aquel instante. Puso tanta fuerza y estribo tan fuertemente para callar y no dar gritos, diciendo lo que sentía, y aquel fuego y hervor del alma encendió y subió la sangre con tanto calor y ímpetu a la cabeza que vino a reventar por la frente y por las sienes, y se le vio una cuchillada en ella, como si se la cruzaran y abrieran con una navaja. Estuvo ansí muchos días abierta y la vieron muchas personas, y lo que de todo punto excede a cuanto podemos imaginar es que por el resto y cerco del celebro se le cortó el casco de tal suerte que, quedando por defuera sano el pellejo, se sentía la división con los dedos, y lo tentaron diversas personas; la cuchillada que era más visible se estuvo ansí muchos días, sin recebir beneficio ni medicina ninguna. Sintió desto tan extremado dolor que fue milagro no morir y, de hecho, de suyo la llaga y rotura era mortal, sino que el mismo que la heriría la sustentaba, para mostrar en ella la grandeza de sus maravillas.
Después de haber comulgado fue luego robada en espíritu y tan ajena de [474] todos los sentidos que, en cuarenta horas, no sentía cosa criada, aunque las hermanas hicieron demasiadas pruebas en ella, porque, temiendo no se les quedase ansí, porfiaron de tornarla en acuerdo, dándole muchos tormentos en las manos, pies y narices, y hicieron tanta fuerza por abrirle la boca que le quebraron una muela. Estuvo toda la noche de los Finados desta suerte; por tres o cuatro veces dio algunos aquejados gemidos, con notable estremecimiento del cuerpo.
Reveló después a su confesor que el tiempo que estuvo ansí vio cosas espantables que no las puede ni sabe decir la lengua. Vio a Nuestro Señor Jesucristo sentado en un trono de gran majestad y delante d’Él, gran multitud de gentes. En la boca tenía un cuchillo de dos filos muy agudo, y oyó que le decían que aquel cuchillo que el Señor tenía en la boca era la ira contra los malos ministros y pastores de su iglesia. Mandáronle que dijese esto a los varones que le habían señalado y los reprendiese, porque le echaban en olvido y eran negligentes en cumplir lo que se les había mandado, y hacían poco caso de la voz divina; que los amenazase con pena de la sentencia del Cielo, sino lo pusiesen luego por obra; que avisasen también al arzobispo y le dijesen viniese por sí mismo a poner remedio en aquellos cinco pecados de que Nuestro Señor tan gravemente estaba ofendido: falta de fe, codicia de las cosas del mundo, lujurias y sensualidades, ignorancia de las cosas divinas, y poca reverencia en ellas. Maldades y culpas en que cada día era como de nuevo Jesucristo crucificado, y que pusiese eficaz remedio en destruir y extirpar las herejías que en aquella ciudad iban sembrándose, y que no permitiese que se dijese misa en casa de personas seglares, porque había tanto exceso en esto que ya cualquier hombre particular quería que le dijesen misa junto a su cama, cosa de gran escarnio y menosprecio de las cosas sagradas.
“Y para que seas creída, se te dará esta señal del Cielo, que este cuchillo que está en la boca de Dios traspasará a tu corazón, y hará en él una llaga de donde saldrá sangre viva, que será verdadero testimonio a todos, y tú serás participante y como un trasunto en quien se verán las llagas y los tormentos que el Hijo de Dios padeció en su Pasión”.
Acabando de decir esto, se sintió luego herida y con tan gran dolor en el corazón que no se puede explicar, y en él una llaga tan grande que a lo que se veía por de fuera podía caber por la cuchillada la cabeza de un grande dedo pulgar. Mostrase abierta esta llaga veinte días enteros, y los viernes corría sangre en más cantidad que los otros días; y aunque le ponía algunos paños para restañarla no bastaba, porque corría hasta los pies. Viose ser hecha esta herida sobrenaturalmente, porque ni nunca se enconó, ni se mudó la carne circunstante, ni hizo materia, ni mostro género de corrupción alguna, aunque estuvo tantos días abierta, ni se le hizo género de remedio, ni aplicó alguna medicina. La sangre era tan limpia que parecía como de un palomino. Poníanle cantidad de paños, remudándolos; todos quedaban hechos sangre.
Quiso al principio la sierva de Dios esconderla, y hizo las diligencias que pudo, mas fuele dicho que la manifestase a sus superioras, a la patrona, y a la que llamaban hermana mayor. Mostró los paños sangrientos aunque con harta vergüenza; maravilláronse de caso tan [475] extraño. Espantadas ello y de la llaga, enviaron a llamar luego al confesor. Él, como prudente, puso todo el silencio que pudo a todas las hermanas, y recelándose no fuese esto alguna ilusión diabólica o otro fruncimiento humano, procuró informarse de todo el suceso. Vio la llaga, y quedó suspenso y como atónito; fuese a dar parte del caso al deán de Toledo, hombre de letras y prudencia, y al capellán mayor, don Diego de Villaminaya [5]. Parecioles que no se divulgase el caso hasta que se diese bastante testimonio y se averiguase con la mayor certeza que fuese posible. Acordaron los tres, el deán y el capellán mayor y el cura o capellán, de llevar consigo un notario, persona de confianza, y fueron todos cuatro al monasterio. Hablaron con la hermana mayor, diciendo era menester que certificarse del caso, y que se hiciese aquello de manera que constase con mucha firmeza.
Mandáronla a la santa que se acostase y, cubierta honestamente con una sábana, abrieron por la parte del costado cuanto fue bastante para ver la circunferencia de la llaga y buena parte del pecho. Halláronse presentes estos cuatro varones, y la hermana mayor con la patrona de la casa, y todas seis personas vieron atentamente el costado herido y abierto, y lo tocaron con sus manos, estando la llaga tan viva y tan reciente que salía della sangre purísima, y el propio capellán mayor sacó con sus mismos dedos gran copia de hilas llenas de sangre. Advirtieron que aquella herida no se había podido hacer humanamente. Acordaron que el notario diese testimonio dello. Y porque este se guarda original en el archivo del Convento de la Sisla, de Toledo, me pareció ponerle aquí ad verbum, por ser tan notable el caso. Dice desta manera:
“Decente e cosa convenible es escribir por memoria las buenas obras e vidas de las personas que nos precedieron, porque podamos por los buenos ejemplos de aquellos obrar siempre bien, e nos esforcemos a apartar siempre del mal. Cosa cierta es que si lo precioso no fuese apartado de lo no tal, la concupiscencia local, no bastante de se temperar, sería demergida por curso muy ligero en un oscuro tragamiento. Por tanto, yo, Gracián de Berlanga, capellán de la serenísima Reina doña Isabel, nuestra señora, notario apostólico e arzobispal, afirmo e doy fe, que el año de la Natividad de Nuestro Redemptor e Salvador Jesucristo, de mil cuatrocientos y ochenta y cuatro, en diecinueve de noviembre, casi seis horas después de mediodía, por ruego e instancia de Juan de Biezma, rector de la Casa de doña María García, entré en la dicha casa, para que notase lo que viese, y ansí notado lo guardase. Después pasados algunos días, aunque no muchos, quise demostrar lo que había visto al Reverendo, padre prior de la Sisla, fray Juan de Corrales, considerando aquel dicho del Eclesiástico, en el capítulo 41: ‘Que provecho hay en el tesoro escondido, etc.’ El cual dicho señor muchas veces me mandó que aquello que había visto que se lo diese por escrito; mas yo, por entonces, no pude satisfacer a su voluntad por muchos negocios que me cercaban e a ello no me daban lugar; aunque allende de lo tener escrito en el corazón lo tenía en mi protocolo hasta diez días de noviembre del año del Señor de mil cuatrocientos ochenta y seis. Y es, que, el dicho Juan de Biezma me metió en un palacio de la dicha casa, en el cual estaban los reverendos señores don [476] Pedro de Prejano, deán de Toledo, e don Diego de Villaminaya, capellán mayor en el coro de la santa iglesia de Toledo, e dos o tres religiosas de la dicha casa, e viendo en una cama que en aquel palacio estaba una doncella que verdaderamente parecía bulto de ángel, y tenía una llaga en el costado donde Nuestro Señor Jesucristo fue herido tan grande como un real, e no tenía hinchazón y carecía de toda putrefacción: tenía un color muy fino, ansí como grana, e después que todos lo hubimos mirado, a poco de rato habló aquella doncella estas palabras: ‘Dios Nuestro Señor os lo demande si no pusiereis aquello en ejecución’. Y ansí, espantado, me aparté de allí, e me torné a salir; en fe de lo cual lo signé y firmé de mi nombre que fue fecha en Toledo, año, mes, día quibus supra. Gratianus, notarius apostolicus”.
Cosas son estas ocultas y divinas; yo confieso que no sé qué decirme a ellas, aunque no faltan ejemplos harto parecidos a este en los Profetas del Viejo Testamento a quien Dios de hecho mandó profetizar y decir con sus mismas penas las cosas que quería reprender a su pueblo, y los castigos que por sus culpas quería darles. Mas esto es para otro lugar, que excede los lindes de historiador.
CAPÍTULO XLVI
Padece la sierva de Dios María de Ajofrín mucha parte de los dolores y tormentos que Nuestro Señor sufrió en su Pasión, y otras visiones admirables
Pasados veinte días que bastaron para dar firme testimonio, en que sentía la sierva de Dios intensísimos dolores en el corazón, se cerró la llaga por sí misma, sin haberse puesto en ella ningún género de medicina, quedando allí una señal harto clara y visible de la herida, no en forma de cicatriz, sino como un rubí hermosísimo. No le cesaron por esto los dolores, hasta que después de muchos días Nuestro Señor la sanó del todo.
Estando así en la cama, porque la graveza del dolor no la dejaba fuerzas para levantarse, oyó un día las ruedas de las campanillas que tañían en la iglesia al tiempo que alzaban. Esforzose como pudo para levantarse y ponerse de rodillas delante de una imagen de nuestra Señora que tenía allí pintada en un papel, orando con hervoroso espíritu, y fue tan grande el dolor que sentía en las manos y en los pies, y tanto amortiguamiento de brazos y piernas, que hizo mucho en no dar dolorosos gritos; puesta en esta recia angustia, le pareció que le traspasaban la mano izquierda, y el dolor fue tan penetrante como si le atravesaran un clavo por ella. Puso luego el dedo pulgar en ella, porque las hermanas que allí estaban no le viesen la herida que de hecho Nuestro Señor le mandó dar, disimulándola después con revolverse un paño en la mano, y trajo esta llaga con harto intensos dolores más de cuarenta días, y quedó después la señal. Esta llaga no la mostró a nadie sino a su confesor fray Juan de Corrales, que afirma la vio por sus ojos; y porque Nuestro Señor sucesivamente regalando a su sierva quería sufriese los dolores que Él en su Pasión había sufrido, fuera del dolor gravísimo que siempre sentía en la cabeza desde el rompimiento primero, sintió un día súbitamente un dolor nuevo, tan vivo y tan agudo como si por el contorno della la metieran clavos [477] agudos ardiendo, y saltaron luego por todo el cerco gotas vivas de sangre. Duró esto muchos días, y poníanle las hermanas algunas cosas medicinales para mitigar la fuerza del dolor, aunque no servían de nada, porque heridas del Cielo no se curan con socorros de la Tierra.
Estaba el cuerpo de la tierna y santa doncella con todas estas tan amorosas y santas heridas y con la fuerza de los dolores muy consumida, y con todo eso, queriendo el Esposo Soberano hacerle mayores favores, y que el discurso de sus penas se fuesen retratando en ella, el primero día del año siguiente, que es su santa Circuncisión, le fue dicho que revelase y dijese lo que se le había mandado a las personas que le habían señalado. Respondió la sierva de Dios que ella no podía hacer aquello porque era una criatura vil y desechada, y antes parecía burla y escarnio que testimonio de Dios, y que no lo haría. Acerca deste rehusar y escusarse desta santa, y de otros muchos que en la Santa Escritura hallamos haber hecho esto mismo, se ofrecía una excelente consideración; si las leyes de la historia nos dieran licencia para divertirnos a ella, no faltara ocasión donde decirla.
Luego a la noche, estando en oración fue arrobada en espíritu, y lleváronla delante del tribunal de un juez, que se mostraba con rostro y semblante airado y espantoso. Reprendióla duramente porque no quería obedecer a sus mandamientos, y mandola azotar a un ángel por inobediente; los azotes fueron tantos y tan duros, que le quedó todo el cuerpo magullado; alcanzábanse los unos a los otros, sin haber cosa que no estuviese como molida, aunque por de fuera ni se vían ronchas ni cardenales, porque la mano sutil del ministro desta justicia sabía lastimar lo de dentro, dejando la corteza santa. Este dolor y quebrantamiento le duró poco menos año y medio, callándolo la santa, sufriendo por el amor grande de su Esposo y Señor las heridas y azotes de su mano.
Acertó una vez que tenía la toca mal puesta y la hermana mayor quiso aderezársela; metió la mano por el cuello y las espaldas, hallola tan lastimada y magullada la carne, que, entendiendo ella se había puesto así disciplinándose, la reprendió mucho por hacer aquello con tanto exceso; la sierva de Dios confesó la verdad del caso, de que quedó maravillada, confirmándose ser así, porque sin mostrarse por de fuera señal alguna, tenía todo el cuerpo parejo de la misma suerte magullado, cosa que no se podía hacer con azotes de manos humanas.
Cuando estuvo la primera vez transportada por espacio de cuarenta horas, y recibió la llaga del costado, dijo la sierva de Dios que la llevaron por el purgatorio, donde vio penas y tormentos terribles, que no se pueden explicar con nuestra lengua, donde no se oían sino lloros, gemidos, gritos y alaridos temerosos, y figuras de animales extraños, fieros, espantosos, jamás vistos ni imaginados en la Tierra, y que con sola su vista bastaría a quitar la vida al más valiente. Dijo que vio muchas diferencias y maneras extrañas de gusanos, y estaba todo el suelo tan lleno de1los que apenas había dónde asentar el pie. Entre otros, vio uno del tamaño de una cuarta de vara, y de anchura de tres o cuatro dedos, cubierto de unas conchas de fuego y unas uñas fuertes y agudas; deste gusano preguntó la santa al ángel que la iba guiando qué era, y la respondió que aquel gusano era el que llaman de la concien- [478] cia, que está oyendo el alma del cuitado pecador antes y después que acometa el mal, y después que el hombre muere es lo que más le atormenta, viéndose sin remedio y que estuvo tan en su mano no hacer el mal que la conciencia decía que no hiciese. Llegábase uno de aquellos gusanos, abierta la boca, y quiso morderla en el pie, si no se lo estorbara el ángel, y solo permitió que le tocase en lo bajo del dedo meñique: llegole con una uña y sacole un pedazo de la carne con excesivo dolor.
Pasando más adelante por aquel lugar del purgatorio, vio un clérigo que aún era vivo, cura de una iglesia a quien ella conocía, en una pena de gran aflicción. Tenía ceñida por el cuerpo una fiera serpiente de dos cabezas: con la una boca le roía el espinazo y con la otra el estómago; y junto d’él, un dragón espantoso, que tenía encima del lomo una esportilla, y en ella un niño que daba grandes gritos, demandando justicia al Señor de la pena que sufría y había de sufrir para siempre de no ver a Dios, por la culpa de aquel clérigo. Preguntó esta santa al que la guiaba qué era aquello, y respondiole que aquel niño no fue bautizado por culpa de aquel clérigo, que era su cura, y demanda a Dios justicia de un mal tan irreparable. Espantase mucho la sierva de Dios desto, y hizo oración por él, y sucedió que, estando él diciendo misa de allí a ocho días, en acabando de alzar, fue esta virgen robada en espíritu, y vio que aquel cuitado cura tenía ceñida al cuerpo una serpiente con tres cabezas: una le comía el corazón, la otra la lengua y la otra las espaldas, y el niño daba gritos delante d’él, y decía: “Por su causa no veo a Dios; por ti no recebí el agua del bautismo; por ti me quedé hijo de Adam y no llegué a tan gran bien como ser hijo de Dios, y no alcanzarás jamás perdón de tan grande cargo”.
De allí a poco más de a tres días, esta santa llamó al cura y le dijo todo lo que había visto, de que quedó el pobre hombre tan espantado que perdió el habla por más de media hora. Cuando ella le vio tan derribado, esforzole lo mejor que pudo, animándole a que hiciese penitencia. Él le dijo que se maravillaba mucho cómo había entendido cosas tan secretas, porque junto con aquello le había amonestado se enmendase de otros pecados muy graves en que ofendía mucho a Nuestro Señor. Conociolo él todo, entendiendo que Dios le había revelado a su sierva el estado de su alma. Después descubrió este sacerdote a la santa que, estando otro día diciendo misa, cuando volvió la hoja del canon vio en ella cinco gotas de sangre, y fue caso cierto que él murió de allí a cinco años, día de San Miguel. Rogó ella al Señor con gran afecto por el ánima de aquel clérigo y dos días antes de la fiesta de San Francisco, estando sola la santa, tuvo grande miedo, pareciéndole que estaba junto a ella un bulto grande y no sabía qué era, y el día del mismo santo, antes de amanecer, se le representó muy espantable y le dijo cosas extrañas, que habían pasado entre él y otra persona en secreto. Todo esto parece que eran tristes señales de su salvación y que hubo falta de verdadera penitencia: negocios secretos que se quedan para Dios.
Como el padre fray Juan de Corrales viese tantas y tan claras señales que estas cosas eran divinas y que no podía ya padecerse engaño en ellas, pues se habían hecho tantas pruebas y confirmaciones, y la causa era tan grave y importante, y tan para el servicio de Nuestro Señor, como la enmienda de los vicios, pecados y herejías que en [479] aquella ciudad entonces se sembraban por los judíos y moros, cosas tan dignas de remedio, asegurose no podía ser que el demonio, adversario de Jesucristo, pretendiese por este ni por otro medio, el remedio dellas, pues según la sentencia del Señor no querrá dividir ni destruir su Reino. Ansí determinó de dar larga noticia y relación destos sucesos al arzobispo de Toledo, que a la sazón era el cardenal don Pero González de Mendoza. Díjole todo lo que había entendido hasta aquel punto de palabra, y dejole una relación que había escrito de todo ello. El arzobispo tornó atentamente a leer todo el discurso, y respondiole con esta carta:
“Venerable padre:
Esta noche pasada, a las dos después de medianoche, tomé esta lectura que me dejastes y nunca la partí de mis ojos, hasta que capítulo por capítulo la pasé y leí toda, que en ella no quedó letra que no la leyese, y lo que más me maravilla es que ansí se me pegó al corazón que no dude della cosa alguna. Como quiera que soy tardío en dar crédito a estas revelaciones, y al cabo vi el testimonio del notario y la confirmación de los testigos, varones y mujeres, a quien toda fe debe dar y a cualquiera dellos yo la daría, aunque fuese solo, cuanto más a todos juntos, a los cuales yo conozco, excepto a la hermana mayor, que por tener el cargo que tiene está aprobada de suyo. Conozco bien al notario, que es hombre de bien, y digno de fe.
Maravíllome de tantas visiones en el cuerpo y en el espíritu, y maravíllome mucho más hallarse en mujer tanta dureza, en no querer decir lo que tantas veces vio y sintió, mayormente siéndole mandado por quien todo lo manda y rige, lo cual es señal de su grandísima humildad y del menosprecio que tiene de la gloria mundana. Por lo que a mí me toca, le dad vos padre por mí las gracias, y Dios Nuestro Señor se las dé, y la pena que padece le será en ciento doblada gloria; y si hay alguna cosa que yo pueda hacer por consolación suya, ofrécesela vos de mi parte muy enteramente, y recomendadme a ella, rogándole que me tenga encomendado en su oración, rogando a Nuestro Señor me deje acabar en su servicio y hacer en esta vida su voluntad”.
Recibió la sierva de Dios este recado del arzobispo y escribiole ella una carta; y sucedió que después de habérsela escrito una hermana, y notándola ella, queriéndola enjugar, porque no tenían salvados que echarle, llegáronla demasiado a la lumbre. Quemose parte della, de suerte que era necesario tornarla a escribir; la secretaria, que se llamaba Inés de San Nicolás, se afligió, porque la carta era larga. Díjole María de Ajofrín: “No se aflija hermana, vamos, que otro día se hará”.
Echó la carta en una arquilla que tenía. Volvió la escribana otro día para trasladarla, y al tiempo que la sacaron del arca, la hallaron sana, y la envió con el mismo padre fray Juan de Corrales. Recibió esta carta el Cardenal, aunque no supo lo que con ella había pasado, y respondiole desta manera:
“Devota y muy amada hermana:
Con vuestra carta y con lo que el padre prior de la Sisla me dijo, hube gran consolación Nuestro Señor Dios, que os puso en tal estado, os deje acabar en su servicio, y a mí me dé gracia que pueda hacer su voluntad, y poner en obra lo que vos me aconsejáis, y ansí os pido que lo demandéis a Nuestro Señor y a su bienaventurada Madre, y en vuestras oracio- [480] nes, y a vos me encomiendo, y porque al padre prior de la Sisla hablé largo, no digo aquí más, sino que Nuestro Señor os conserve en su gracia”.
Como esta santa se trataba tan mal y hacía tantas penitencias, allende de los dolores que en si sentía de las llagas con que probaba los que el Señor había padecido por ella, caía enferma muchas veces. Estaba una cuaresma mala en la cama y deseaba entrañablemente comulgar. No osaba pedir le trajesen el Cuerpo del Señor, por no parecer singular. Con esto estaba grandemente afligida, y rogaba a Nuestro Señor, con muchas lágrimas, se apiadase della y le diese salud para levantarse a oír misa y comulgar. A la hora del alba vio junto a sí un niño muy hermoso. Turbose la santa y no osaba llegarse hacia él, porque era de tan gran belleza que le ponía admiración, y se le turbó el habla. De allí a un poco, algo más esforzada y vuelta en sí, le preguntó con mucho temor si era señor San Miguel, de quien la santa era muy devota. El niño, con singular donaire y gracia, meneó la cabeza, como diciendo que no, sin hablarle palabra. Tornole a preguntar si era señor San Francisco y sonriose el niño, haciendo también semblante que no era. Preguntole algunas veces, con mucha reverencia, que le dijese su nombre, entonces le respondió: “Yo soy muy poderoso y mi nombre es de grande majestad”, y diciendo esto, llegose a ella, diole paz en el rostro, y púsole la mano en la cabeza y díjole: “Sana eres de tu enfermedad, levántate y irás a misa”. En diciendo esto desapareció, quedando la santa tan llena de alegría y de consuelo en el alma, que le pareció estaba como en gloria. Levantose y hallose sana de la enfermedad que entonces padecía y de un intenso dolor de cabeza, que estas eran enfermedades suyas, porque de los dolores que sentía en pies y manos, y en los otros lugares de las llagas, antes de allí adelante sintió más intenso dolor que nunca, porque la parecía que la lanzaban clavos por ellas, y, desde aquel día, sentía los viernes mayor dolor en todas estas partes, desde la mañana hasta después de vísperas.
El año de ochenta y cinco padeció otra enfermedad grave. Diéronle primero unas recias calenturas, y después en las octavas de la fiesta de nuestro padre San Jerónimo le sobrevino un dolor de costado muy agudo, echando por la boca cantidad de sangre, y ella, sin consejo de médicas, se atrevió a tomar unas píldoras con que llegó a punto de muerte. Y pareciole que se le arrancaba el alma de todos los miembros, y solo hacía asiento en el principio vital, que es en el corazón, donde siempre perseveraba la llaga, aunque por de fuera no había quedado sino la señal. Estando ansí, apareciole una mano que conocía en visión era del arcángel San Miguel, apretándole con ella el corazón y la llaga. Con el esfuerzo que con ella sintió pudo hablar, confesarse y recebir el Santo Sacramento, porque, como no había comido en muchos días y las evacuaciones de cámaras y sangre habían sido tantas, estaba de todo punto consumida.
Rogó a la hermana mayor que la llamasen al padre prior de la Sisla para que la confesase y diese los sacramentos. Era esto sábado. Venida la noche, estaba la santa pensando cómo había de recebir a Nuestro Señor muy alegre, porque entendía que había de partir de este mundo, y encomendaba con mucho hervor al Señor los dos monasterios, el de la Sisla y el [481] de doña María García.
Estando ansí, fue arrebatada en espíritu, y vio al religioso que le había de venir a comulgar que le decía misa, y cuando llegó a las palabras de la consagración, Nuestra Señora, que estaba en el altar, le daba el Niño que tenía en los brazos, y el sacerdote le dividía en tres partes, quedando en cada una alegre, vivo y entero. Había en el altar grande resplandor y los ángeles sustentaban al sacerdote por los brazos. Vio allí a las dos santas vírgenes: Santa Catalina y Santa Bárbara, llegáronse a ella y le dijeron: “Mañana, lunes, a las nueve horas, recebirás a Nuestro Señor en este resplandor que aquí ves y serás sana”. Ansí fue como las santas se lo dijeron. Vino el prior de la Sisla a confesarla y rogole mucho que no se tornase al monasterio hasta otro día, porque, si Nuestro Señor la llevase, se hallase presente a su muerte; y si aquella noche no moría, quedaría sana del todo, y ansí sucedió.
Queriendo recebir el Santo Sacramento el lunes de mañana de mano del prior, al punto que se volvió a ella con la Hostia en la mano para comulgarla, vio en el pecho y manos del prior un resplandor muy crecido y permitió el Señor que también lo viese una niña de hasta tres años, poco menos, que apenas hablaba y estaba allí con su madre, y dijo con palabras claras que vía en las manos del sacerdote y en la enferma una gran claridad que parecía el sol. Y no la vio ninguna otra persona de las que allí estaban. En recibiendo el santísimo cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, fue robada en espíritu, perdió el sentido y quedó en un éxtasi soberano por espacio de nueve horas. Procuraron despertarla las compañeras contra el mandamiento del Esposo, que veda no quiten a su querida esposa deste sueño hasta que ella quiera despertar. Y vuelta en sí, abrió los ojos y dijo aquel verso y principio del salmo: “Benedicat anima mea Dominum, & omnia quoe intra me sunt nomini santo eius”. Y luego se halló sana de todos los dolores y enfermedades que antes padecía.
Pesole mucho de tornar a esta vida, porque tenía ardientes deseos de salir de la cárcel deste cuerpo. Importunábanle mucho que tomase algún mantenimiento, porque estaba muy flaca y había días que no comía cosa ninguna. No quiso, diciendo que no tenía necesidad, porque habiendo comulgado no le era cosa difícil sustentarse cuarenta días con sola la suavidad que aún corporalmente sentía. La vigilia de Navidad estaba esta santa enferma en la cama, porque casi nunca traía salud. Padecía a esta sazón grandes dolores en el cuerpo, y con todo se esforzó lo más que pudo, y aparejábase para comulgar. Sobrevínola tan gran dolor de cabeza, y padecía tan fuertes latidos y golpes en el corazón le parecía querérsele despedir el alma. Reconciliose, y fue a comulgar: decía la misa el capellán mayor de la Iglesia de Toledo, y cuando se volvió con el Santo Sacramento para dárselo, ella, con el fuerte deseo, lanzó un aquejoso suspiro y levantó las formas, de suerte que sin duda cayeran en el suelo, sino que vio cómo llegaron con gran presteza tres ángeles, y las detuvieron en la patena. Desde allí se tornó a la cama con tan intensos dolores en cuerpo como llena de suavidad en el alma.
Vino la noche, y cuando [482] oyó tañer a Maitines en las iglesias, ardía de devoción y deseo de hallarse en ellos, y esforzose como mejor pudo, no sufriéndole la devoción estar en tan santa noche del nacimiento del Señor en la cama. Levantose y fuese a la iglesia: estábase allí, puesta de rodillas, derramando lágrimas de sus ojos, contemplando aquel divino nacimiento. Vio cerca de la medianoche, con ojos corporales, de[s]cender un resplandor soberano en el altar, y a Nuestro Señor, en figura y talle de niño más resplandeciente que el Sol, cómo nacía de la Virgen Madre, y cómo se derribó luego gran multitud de ángeles a adorarle y cantarle himnos de gloria. Duró esta adoración media hora; acabada, vio entrar los pastores muy alegres. Estuviéronse allí algún espacio y fuéronse, y de allí a un poco entraron los Magos de Oriente, y venían con ellos tres soles de grandísima claridad, y llegando al altar, le pareció que todos tres se hacía uno. Los reyes y todos los que con ellos venían adoraron con profunda reverencia al niño y le ofrecieron sus dones, y por este mismo orden vio los demás misterios que en el nacimiento de Nuestro Señor pasaron, porque duró la visión desde las doce de la noche hasta las tres de la mañana.
A las tres vino el capellán mayor de la Iglesia de Toledo, con deseo de hacer algún servicio a aquellas siervas de Dios, y decir la misa primera de aquella santa noche y comulgarlas. Trajo consigo músicos de la iglesia para que la oficiasen. Al punto que salía vestido al altar, vio luego esta sierva de Dios dos antorchas de un fuego y resplandor extraordinario encima del altar, y de cada una salían cinco rayos que venían hasta ella. Celebrose la misa con grande solemnidad, y cuando comenzó Los Santos, vio descender sobre el altar tanta multitud de ángeles que cubrían al sacerdote desde los pies a la cabeza. Subían unos y bajaban otros con grandes muestras de extremada alegría y, cuando hubo de alzar, los mismos ángeles le levantaban los brazos; cuando llegó al Pater Noster, ya la sierva de Dios no se pudo sostener sobre las rodillas, y con el ansia y vehemencia del espíritu, cayó postrada en el suelo, aunque tenía el alma llena de un gozo divino.
Estuvo desta manera postrada hasta las doce del día, sin moverse de aquel lugar; dadas las doce estaba muy fatigada, porque había estado allí desde la diez de la noche. Levantáronla algunas de aquellas hermanas, y lleváronla a la cama, y a la tarde, por satisfacer a los ruegos dellas, comió un poco de carne de membrillo, y sin tomar otra cosa alguna pasó lunes y martes, y el miércoles comió solamente un huevo, donde se vía harto claro que el manjar divino la sustentaba contra toda la condición de la carne. De todo esto no descubrió cosa alguna a persona viviente jamás sino solo a su confesor, que era el prior de la Sisla, que le tenía mandado, por obediencia, no le encubriese cosa alguna de cuanto el Señor le mostrase.
CAPITULO XLVII
Prosiguen se las revelaciones y visiones grandes que mostró el Señor a su sierva María de Ajofrín, y las cosas señaladas que por ella hizo
[483] Ya que me determiné a escribir la vida desta santa, acuerdo de decir las más notables cosas que Nuestro Señor le mostró, y las obras milagrosas que por ella hizo, aunque atrancaré algunas por no parecer menudo. El año de mil cuatrocientos y ochenta y seis, creció por el mes de diciembre con las continuas aguas el río Tajo en tanta pujanza que, en muchos días, no pudieron moler los molinos. Padecíase grande hambre por la falta de las moliendas Sintió la santa mucho la aflicción del pueblo. Estuvo una noche con gran desasosiego, que no podía dormir con la pena que esta falta de pan para los pobres le daba. Levantose de la cama, sin que alguna de las hermanas la sintiese; subiose a un terrado de donde se descubría el río, alzó sus ojos al cielo y echole su bendición, y tornose a un aposentillo secreto y apartado, donde estaban unas imágenes viejas, y púsose a orar extendiendo los brazos en forma de cruz, tendida en el suelo, pegando el rostro con la tierra. Era cerca de la medianoche, y oró al Señor y a su Santa Madre tuviesen por bien apiadarse de los pecadores y amansar el rigor de su ira. Sintió luego que estaba levantada en el aire, y de allí a un poco, vino una claridad que alumbró el aposentillo, y vio las imágines que allí estaban pintadas, tuvo miedo y comenzó a llamar al Señor en su ayuda. De allí un poco, vio otra más excelente claridad, y vio luego a la Virgen santísima, Nuestra Señora, con el semblante triste y el cabello revuelto y los ojos llorosos, y díjole a la sierva de Dios: “Sepas, hija, que todas las aguas que han caído por el discurso de tantos días habían de haber caído en tres, y la mayor parte dellas sobre esta ciudad, donde pereciera mucha gente por los grandes pecados que en ella hay, con que es mi hijo gravemente ofendido; y por las oraciones que has hecho por este pueblo al Señor y a mí, yo le presenté tus ruegos; por ellos se ha movido su clemencia y amansado su saña, y yo, por la piedad que tengo al pueblo cristiano, vengo a ti cual me ves”.
Dicho esto, desapareció la visión, y la santa quedó como atónita, caída de rostro en el suelo, donde estuvo como amortecida y sin sentido algún rato. Levantose luego llena su alma de gran admiración y consuelo, alegre y confortada en el espíritu. No descubrió esto jamás a ninguna de sus hermanas. Comenzó luego a serenarse el suelo y a enjugar el aire. Cesaron los nublados y el río se tornó a sus canales, y hubo luego pan por las oraciones de la santa, aunque no sabía aquel pueblo de dónde le venía tanto bien, que ansí acontece muchas veces, y nosotros, como gente de poca fe, lo echamos a las conjunciones de la luna y a otros astros, habiéndonos dicho Dios que no temamos de las señales y estrellas del cielo, sino a los pecados que son la causa de los castigos que de allá nos vienen, y de aquí se había de tomar la razón de los reportorios y pronósticos que tan vanamente se han multiplicado estos años en España, quiera Dios no sepa a paganismo.
Uno de los que tenían mucha noticia de la santidad de María de Ajofrín era el deán de Toledo, que después fue obispo de Badajoz, y uno de los testigos de la llaga de su costado. Habló muchas veces con esta santa doncella, y entre otras le rogó una vez suplicase a Nuestro Señor pacifi- [484] case la discordia que había entre ciertos personajes de la Corte, porque de sus discordias se seguían grandes daños en el Reino y podían cada día ser mayores. Obedeció la santa a sus ruegos y púsose en oración una mañana en el terrado de aquella casa, antes que saliese el sol (era en las octavas de la Resurrección el año de ochenta y seis); estando allí, vía hacia aquella parte donde rehía el alba un resplandor extraordinario; cuando comenzó a despuntar el sol le estuvo mirando tan sin embargo de la fuerza de sus rayos, como si fuera otra estrella. Dentro del cuerpo solar, le pareció vía un agujero por donde se parecía lo de más adentro del Cielo, y de allí salieron grandes rayos de claridad a diversas partes, y dentro, una cruz de oro muy resplandeciente, que se la estuvo mirando hasta que tañeron a prima. Vido también en el aire, no muy apartado della, uno que le parecía del color de la luna, que peleaba contra otro. Pasado algún espacio, volviéronse los dos las espaldas y cesó la pelea. Subió a esta sazón una de las hermanas, y ella se levantó de donde estaba, y así no vio el fin desta visión, mas viose el efecto, porque aquellos personajes discordes desistieron de su enemistad y contienda, y vinieron a ser amigos.
Otra vez, estando rezando en un libro a una ventana que salía al aire claro, a hora de tercia, vio muy cerca de sí un rostro como de luna espantable y temeroso, y dentro de su cerco, dos que peleaban fuertemente, el uno contra el otro, y cayó mucha gente de sus escuadrones muerta. No pudo entender lo que aquello significaba, hasta que después vino la triste nueva de la prisión del Conde de Cifuentes, cuando le cautivaron los moros en las entradas del Reino de Granada, como se ve en la Historia de los Reyes Católicos.
Estaba una vez una de las hermanas de la misma casa poniendo a enjugar una saya en una pared donde alcanzaba el sol, subió en una escalera para clavar un clavo que llevaba para colgarla; llevaba un ladrillo para esto, cayósele de la mano y dio de canto en otra religiosa que tenía la escalera, y hízole una mala herida en la cabeza, de donde le corrió mucha sangre. Hallose cerca esta sierva de Dios y, condolida della, acudió luego, y con piedad y devoción púsole la mano en la herida, diciendo tres veces “Jesús”: hinchole la mano y los dedos de sangre, y apretándole un poco, bendíjola, y luego cesó la sangre, y sanó la llaga en breve espacio, sin ningún otro remedio ni medicina.
En el mismo pueblo de Ajofrín, corría un caballo, el hermano desta santa trabucó en la carrera, y dieron él y el caballero una peligrosa caída: con la fuerza del golpe se hizo la silla pedazos y el mozo quedó atormentado, de donde le sucedió un grande corrimiento y pasión de ojos. La madre d'él y desta santa estaba muy triste, porque había pocos días que había enterrado otro hijo; cuando le dieron la triste nueva de lo que a estotro le había acaecido, fue tan grande el dolor y la turbación que se le torció la boca y los ojos: era grande lástima verla. Dieron noticia a la santa de lo que había sucedido a su madre, y lastimase mucho de la desgracia. Fuese luego a un altar de Nuestra Señora, que su misma madre había mandado hacer, y rogó allí a la santisíma Reina fuese servida de darle salud. Tuvo respuesta dentro de su corazón de que su pe- [485] tición era oída, y díjoles a los que le trajeron la nueva dijesen a su madre que tuviese esperanza en Nuestro Señor, y le hiciese gracias por todo, que el domingo siguiente sería sana por merced de Dios. Ansí fue que, sin otra medicina, el domingo mismo quedó tan sana como antes estaba.
El mismo año de mil y cuatrocientos y ochenta y seis, murió el cura o capellán de aquella casa, que se llamaba Juan de Viedma que, como dijimos, había confesado muchas veces a esta santa. El día de San Francisco sintió que estaba junto della un bulto que le ponía gran temor; quiso levantarse de donde estaba acostada y la sombra le habló y dijo: “Esforzad y no hayáis temor, ni os vais de aquí; y por la caridad del Señor os plega de oírme, porque seis noches ha que ando aquí penando, y por sentiros con tan grande desfallecimiento y no daros pena no me he osado descubrir. Pídoos perdón de muchos enojos que os di, y de aquella carta que os escribí, que fue causa de daros mucha pena y turbación en pago de las santas amonestaciones que me hicisteis, y de los buenos consejos que no supe recebir para el gobierno desta casa, y yo los despreciaba con altivez y atrevimiento, sin mirar que, como sierva de Dios, me decíades de parte d'Él lo que tanto me importaba; y también os pedí algunas veces, con gran soberbia, que mandásedes señales a Dios, y puso el Señor en mis manos lo que no eran dignos de ver mis ojos. Por esto, os digo que os esforcéis mucho y no dejéis de manifestar al Cardenal lo que os fue mandado que le dijeses, ni temáis trabajos temporales, ni el ser conocida, porque si no lo hiciéredes, seréis azotada del Señor rigurosamente, y porque no penséis que soy alguna ilusión o fantasma engañoso, sabed que yo soy el cura y capellán desta casa, que sabéis cuán poco ha que pasé desta vida, y os ruego digáis al padre prior de la Sisla, y a la hermana mayor que, por amor del Señor, me perdonen en cualquier suerte que los haya ofendido, y también tengan por bien perdonarme seis mil maravedís, que soy en cargo a esta casa, y un libro que vendí, y que me hagan decir cincuenta misas de limosna, y vos, rogad por mí, porque el Señor me saque desta pena. Dicho esto desapareció, y la santa quedó suspensa, y casi sin habla. Estuvo ansí cuatro horas poco menos, y después puso diligencia en que se cumpliese todo lo que le pidió, rogando a Nuestro Señor por su alma con ferviente corazón.
El día que murió el capellán mayor de la Iglesia de Toledo, don Diego de Villamiñaya, de quien he hecho memoria por veces, estaba toda la ciudad de Toledo muy triste por la falta que les hacía un hombre tan pío y limosnero, padre de todos. Gastaba cuanto tenía con pobres y huérfanas, y favorecía todas las casas de piedad y religión; y a la Casa de doña María García le cabía desta pérdida mucha parte por las continuas buenas obras espirituales y corporales que d'él recebían, porque era como un patrón y protector de toda aquella santa congregación.
Murió entre las diez y las once del día, al punto que estas siervas de Dios y la santa, María de Ajofrín, estaban en la misa. Cuando comenzaron a hacer clamor en la iglesia mayor, fue arrobada en espíritu la santa, y vio cómo San Juan Bautista y el sagrado dotor, nuestro padre [486] San Jerónimo, y Santa Catalina, llevaron el ánima del capellán mayor a juicio delante de la Divina Majestad, donde tenía su trono en un hermoso campo, lleno de frescura y gloria, donde había infinitas almas, dando loores al mismo Señor. Allí vio cómo fue acusado delante del juez de un cargo que tenía a un difunto que le había dejado por su testamentario, y no había cumplido su testamento. Respondió al cargo que él dejaba ordenado en su testamento que aquella obligación se cumpliese, y luego el juez soberano dio por sentencia que su ánima fuese detenida en aquel mismo lugar, y no entrase en la Gloria hasta que fuese cumplida y satisfecha la manda. Como la santa oyese esto, quedó como fuera de sí, llena de dolor mezclado con alegría porque, aunque estaba detenida aquel alma de no ver a Dios, estaba al fin con tanta seguridad de su bienaventuranza. No osó descubrir a ninguno esto, sino solo al prior, que le tenía mandado no le encubriese nada. Informose él mismo si quedaba esta manda en el testamento, halló ser ansí, y puso gran diligencia en que se cumpliese con presteza, cosa de que esta santa ninguna noticia tenía, sino que el Señor fue servido manifestárselo para el bien de aquel alma.
Cayó mala la hermana mayor del convento el día de San Lorenzo [6] de un dolor de costado que la puso en lo último, tanto, que los médicos la desampararon: levantósele el pecho y daban ya todos por concluida su vida. Sentía mucho nuestra santa la pérdida de su superiora, que era mujer santa y de prudencia y gobierno. Cuando la vio ansí, fuese a la iglesia a las ocho o a las nueve de la noche, y púsose a orar delante el altar de Nuestra Señora; y estuvo allí hasta las doce, rogando con muchas lágrimas a la santísima Reina fuese servida darle salud, porque no quedase ella desamparada de tan buena madre.
Estando ansí, en su importuna petición y lágrimas, vio que el rostro de la imagen se cubría de sudor; pensó que se le antojaba y que las lágrimas que ella tenía en los ojos le parecía que estaban en el rostro de la Virgen; para ver si era ansí, atreviose a llegar con su toca y limpiarle el sudor, y por tres veces hizo esto, de tal suerte que quedando la toca humedecida se lavó los ojos y la cara con ella; del placer que tomó, tornó con más confianza y alegría a rogar por la salud de la hermana mayor. Oyó luego una voz que le dijo: “Otorgada le es la vida, por tu consuelo y remedio”. En oyendo esto, quedó robada en espíritu y vio, estando ansí, al glorioso mártir San Lorenzo, en semblante de mancebo hermosísimo, vestido como diácono, con grande claridad y resplandor: llevaba en la mano una bujeta de oro, y llegose a la cama donde estaba la enferma y púsosela en la cabeza y en el costado, santiguola con su mano y luego se fue.
Cuando volvió en sí la sierva de Dios de aquel trasportamiento, fuese muy alegre a ver la enferma y halló que dormía reposadamente; cuando despertó se sentía tan aliviada de su aprieto, que le pareció no tenía mal ninguno, y ansí fue porque luego estuvo buena. Y claro está que dirían los médicos que la enfermedad se había terminado bien y que, por la ayuda de los medicamentos que la habían aplicado, la naturaleza había vencido al mal, y no les iría a la mano la que con sus lágrimas le había alcanzado la salud, porque, como virgen prudente, callaba, que es de locas ir a buscar el olio de los loores vanos del mundo. Solo lo reveló a su [487] confesor, por la obediencia que le tenía puesta, de que hago muchas veces memoria, porque, si no fuera por ella, todo esto quedara sin saberse.
Estaba un hermano desta santa preso, harto apretadamente, con muchas prisiones. Rogaba a Dios por él y encomendó otras hermanas que le ayudasen también con sus oraciones, pidiendo a la Virgen santísima, delante de su imagen, que le librase de aquel aprieto. Apareció al preso la imagen misma de la Reina soberana, y quitole las cadenas y grillos de los pies, y díjole que, por las continuas oraciones de su hermana y de otras siervas de Dios de aquel monasterio, sería libre de aquella cárcel.
Adurmiose el preso y, cuando despertó, hallose fuera de la cárcel y sin prisiones, y sanó de la hinchazón que tenía en un pie, por hierros apretados que había tenido. Vino al monasterio donde estaba su hermana, y contó el milagro, y en viendo la imagen la conoció, y dijo que aquella era la imagen que le había libertado; según el tiempo que señaló, se verificó que era al mismo punto que su hermana y las otras religiosas estaban orando por él delante de aquella imagen. Viendo tan extraña maravilla, se ofreció con promesa de traer cera para que ardiese todos los sábados delante della, en tanto que viviese.
De allí a ocho o nueve años, viniendo un sábado a cumplir su voto, trayendo la cera a la imagen, súbitamente en el camino cayó muerto. Cuando su hermana lo supo, recibió notable tristeza y pena, por ser la muerte subitánea y sin recebir los Santos Sacramentos. Rogaba por él con muchas lágrimas a Nuestro Señor, y hízole decir las misas que pudo. Suplicábale a la santísima Virgen delante de aquella, su imagen, que pues vivo le había librado de aquella prisión y cárcel del cuerpo, muerto le librase de la cárcel eterna, y le mostrase si estaba en lugar de salud.
Estando una vez entre otras haciendo oración delante la misma imagen, el día octavo después que murió, a las dos horas de la noche, vio el rostro de la imagen más alegre que otras veces, y que le parecía como vivo, y como con semblante de quererle hablar. La santa, con el alegría que recibió desto, comenzó a derramar muchas lágrimas y comenzose a trasportar. Estaban allí con ella dos hermanas, y como sintieron esto lleváronla a la cama. Estándose allí con ella, con dos candelas encendidas, vuelta en sí, razonando con las compañeras, sintió a sus espaldas como un huelgo de persona, aunque muy fría. Como hablaba con las hermanas, no curó de volver a mirar qué era. Diole luego un espeluzamiento grande, y volviendo la cabeza, vio como un pedazo de nube obscura, y dentro, el rostro de su hermano con semblante alegre. Hablole y díjole cómo a la hora de su muerte se vio en grande aprieto, mas que Nuestra Señora vino y le ayudó a salir d’él. Declarole ciertas obligaciones que tenía, rogándole pusiese cuidado para que saliese dellas, y que estaba en penas de purgatorio detenido; diciendo esto, desapareció.
CAPÍTULO XLVIII
Otras muchas visiones y revelaciones de esta sierva de Dios, en que se mostró claro tener espíritu profético
Fueron sinnúmero las visiones y revelaciones que esta sierva de Dios tuvo, y sin duda que se echa de ver [488] era de gran pureza y virtud, porque ninguna cosa destas la altivecía, ni se estimaba por eso en más, antes andaba siempre puesta en un continuo menosprecio de sí misma. Afirmaba la hermana mayor, que se llamaba Catalina de San Lorenzo, mujer de gran valor y prudencia, que ninguna religiosa igualaba a esta santa en cosas de humildad, y cuanto más el Señor la levantaba con sus favores y visiones maravillosas, tanto más se derribaba ella a los pies de todas.
Excelente prueba de todo esto tenía seguros y buenos fundamentos; decía también esta superiora que le pedía muchas veces esta santa que la reprendiese en capítulo los viernes y la mandase postrar a la puerta d’él, por que todas las hermanas la pisasen cuando entraban o salían. Era, junto con esto, pacientísima en las enfermedades continuas que padecía, caritativa y amorosa con las otras. Y lo que es más fina prueba de su santidad es tener por tan suyos los males ajenos, condolerse tanto de los otros, y sentir tan en el alma los daños comunes porque los altivos, soberbios y hipócritas todo lo hacen, y todo lo convierten en su gloria vana y en sus particulares intereses, que quien les mirare un poco a las manos presto les conocerá en palabras y en obras que se buscan a sí mismos, frutos por donde nos enseñó el Señor a conocer tan malas plantas, pues de las espinas y cambrones no se cogen uvas ni higos.
Hase visto también en este discurso, con mil ejemplos, que tuvo esta sierva de Dios espíritu de profecía y, para confirmación desto, pondré aquí algunos de los muchos que se escriben en la relación del padre fray Juan de Corrales, prior que también afirma que no los escribe todos.
Comenzose en aquel tiempo la Inquisición en la ciudad de Toledo, y descubrió esta sierva de Dios al mismo prior, que era uno de los que estaban señalados para el examen de los procesos de los herejes y judíos, grandes y extraños insultos que cometían, y otros particulares avisos y secretos que no era posible saberse sino por revelación divina.
El año de mil y cuatrocientos y ochenta y ocho, después de Pascua de Resurrección, estando un día orando en la capilla de su monasterio y pensando cómo se había hecho aquella tan admirable unión de la divinidad y humanidad en una persona del verbo eterno, vio bajar una luz muy clara y encendió el cirio pascual. Daba una luz tan excelente que recibía su alma notable consuelo, que fue mostrarle con aquel símbolo alguna cosa de lo que en su pecho trataba, como otro tiempo a Moisén el fuego que vio arder en la zarza. Estando aquel mismo año el Santo Sacramento en el altar en las octavas de la fiesta del Corpus, como se acostumbra en muchas casas de la Orden, estando las hermanas comiendo, quedose ella allí orando; buscábanla para que comiese, y retirose en un aposentillo que servía de vestirse allí los sacerdotes para decir misa, y orando con intensísimo afecto, sintiose levantada del suelo como una vara, y pareciole que salían de la custodia unos hilos de oro y llegaban hasta ella, y se remataban en sus manos, pies y costado, y desde aquel punto fue tan grande el deseo que tuvo de recibir a Nuestro Señor que le parecía se reventaba del pecho el corazón, y envió a rogar al prior, que estaba en la Inquisición, ocupado en las causas de aquel tribunal, que en todo caso viniese a confesarla y comulgarla, porque no tenía otro remedio el mal de su corazón, de que si se tardaba moriría.
El [489] prior se desembarazó lo más presto que pudo, fue allá y, en comenzando a confesarse, fue arrobada en espíritu. Mandole por obediencia que despertase y volviese en sí, y al punto tornó. Preguntole si tenía abierta la llaga del costado, como otras veces, y después de muchas importunaciones le confesó que sí, rogándole que no descubriese esto en tanto que viviese, y la maldición de Dios le viniese si no lo guardase. Acabose al fin de confesar y comulgó a las nueve de la mañana, y luego fue arrebatada en espíritu, y estuvo ansí hasta las seis de la tarde, y estuviera más si no le mandaran, por obediencia, recordar. Cuando volvió en sí, mostró el rostro alegre, como si viniera de algunos particulares gustos y recreos.
El prior tuvo gana de entender lo que había visto en aquel rapto; preguntóselo, y sintió grande pena en que la apretase para que se lo descubriese. Dijo al fin, compelida por obediencia, que la habían llevado a un campo fertilísimo, donde estaba un altar, y allí vio a Nuestro Señor cercado de muchedumbre de santos ángeles, y que allí vio la multitud de maldades y pecados que se cometían contra la bondad divina, y muy particularmente los que se hacían en la ciudad de Toledo. Y díjole también al mismo prior que tuviese buen ánimo y no desmayase en el servicio de Dios, porque había de padecer muchos trabajos y dolencias. De allí a pocos días que fue, en la Vigilia de los apóstoles San Pedro y San Pablo, se sintió malo y, en acabando de decir misa a aquellas hermanas, se fue a comer. Luego le dio dolor de costado y por no entristecerlas no quiso quejarse, ni decirles nada. Acabó de comer, y fuese luego a echar en la cama. Estando allí, se acordó de lo que la santa le había dicho, que había de padecer trabajos y dolencias, que tuviese buen ánimo, y corrido de haberse rendido tan presto, dijo entre sí mismo: “Los valientes soldados no han de morir en la cama”; diciendo esto, levantose y fuese a donde estaba la sierva de Dios. Comenzole ella a consolar y, sin que él lo viese, disimuladamente, le hizo una cruz con su dedo en las espaldas sobre el mismo manto que tenía cubierto, aunque sintió que le había tocado. Hízole luego otra vez la señal de la cruz en la misma parte; aquí ya sintió lo que había hecho, y como el prior era hombre entero y lleno de severidad, tuvo aquello por liviandad y alguna manera de atrevimiento, particularmente porque jamás le había visto hacer cosa semejante, porque certifica que nunca la había visto el rostro, por andar siempre muy cubierta con un mantillo. Llegó la tercera vez la santa, y hízole otra cruz y díjole: “Andad padre, que ya sois sano, aunque no por la virtud de vuestra fe, pues no solo no creísteis que os había de sanar, antes os reísteis y burlasteis de mí en vuestro corazón, y aunque es bueno y seguro y de hombres enteros no creer fácilmente, no es cordura burlar de la fe ajena”.
Sintiose luego aliviado del dolor, aunque para memoria le quedó por muchos días el amortiguamiento de la carne en el mismo lado. Díjole también a vueltas de aquellos días, estando allí con ella, que fuese presto a su convento, y remediase cierto daño que querían hacer unos mozos. Fue el prior, y con el aviso de la santa procuró hacer Inquisición de lo que había, con el mayor secreto y recato que pudo, y halló ser así, que querían cometer una travesura muy escandalosa. Despidiolos del convento, y ansí quedó remediado sin llegar al efecto. Tanta noticia le daba Dios de las almas ajenas.
[490] Luego, el mes de julio siguiente, le dijo al mismo prior otras muchas cosas de gran secreto. Entre otras, que Nuestro Señor Jesucristo se le mostró de la manera que le pusieron cuando le ataron y azotaron en la columna, en casa de Pilatos, y le dijo: “Mira, hija, cuál me ponen cada día los herejes, díselo al deán de la iglesia de Toledo y al prior de la Sisla, que entienden en los negocios de la Inquisición, porque pongan remedio en ello”. Ansí lo hizo, porque estas mismas palabras les dijo a entrambos juntos.
Mandáronle al Padre fray Juan de Corrales, prior de la Sisla, que fuese a hacer ciertos negocios de la Inquisición a tierra de Burgos. Era invierno y pasó en los puertos y en los caminos muchas aguas y nieves, viéndose algunas veces en peligro. Escribiole la santa una carta, consolándole y contándole por tan menudo los pasos malos, los peligros y los días más trabajosos, condoliéndose d'él con tanta puntualidad como si se hallara allí presente. Un religioso de nuestra Orden, varón espiritual, tuvo gran deseo de hablar con esta santa por las muchas cosas que de su virtud y santidad había entendido; pidió licencia y, al fin, a cabo de algunos días, se la dieron. Vino a hablarla y a las primeras palabras le dijo la santa: “Bien sé, padre, que ha muchos días que trabajáis por hablar conmigo y la causa también de donde os nace, y sé también que tal día (señalándolo), escribisteis cierta escritura y no la acabastes, aunque os distes mucha prisa y la venistes a acabar a la noche”.
Maravillose el religioso de oír cosas tan secretas suyas, que entendía no las podía saber sino Dios y él. Preguntole cómo las sabía. Respondiole que todo lo había visto en espíritu. Estuvieron después platicando en cosas espirituales. Acabada la plática, cuando ya se quería partir, le dijo: “Padre, decid a tal religioso de vuestra casa (nombrándoselo por su nombre) que mire cómo anda, porque está muy atribulado y afligido en su espíritu, y si ha hecho cosa que no deba, pida perdón della, porque si esto no hace, jamás podrá salir deste trabajo en que está”. Sabía bien este religioso a quién ella decía esto, el trabajo y la aflicción en que el otro estaba, y aun a otros era harto manifiesta, y maravillose mucho cómo podía tener ella noticia de esto, y vio que, si no era por espíritu profético, no podía alcanzarlo.
Estaba a esta sazón el general de la Orden haciendo Inquisición contra unos religiosos del linaje de los judíos que habían recebido allí el hábito, hombres perversos y que pretendían más dañar y engañar a otros que hacer ellos la vida que profesaban de fuera, siendo perniciosísimos judaizantes enemigos de Jesucristo y que burlaban desvergonzadamente de los sacramentos, en especial de la Eucaristía y la Penitencia. Y entre otros testigos que fueron preguntados en la causa, fue esta sierva de Dios uno, y leí yo en el proceso un dicho suyo en que descubrió cómo, estándose confesando una vez con uno destos, no permitió el Señor que fuese engañada y le descubrió la burla y el escarnio que aquel fraile judío estaba haciendo de su confesión, poniéndose a oírla de confesión en una postura tan deshonesta que sola ella bastara para quemarle mil veces.
Estaba esta sierva de Dios otra vez comunicando con otro religioso de esta Orden, de gran ejemplo (aunque estas hablas eran muy raras y las más breves que ella podía, y solo con personas graves), y vino a decirle cómo conocía él un religioso de santísima vida, a quien Nuestro Señor hacía muchas mercedes, por la gran pu- [491] reza de su alma. Preguntole ella quién era y cómo se llamaba, el religioso no se lo quiso decir porque el otro le había rogado que, en tanto que él viviese, ni descubriese cosa suya a hijo de hombre. Entonces ella le dijo: “Pues, padre, bien se yo cómo se llama y quién es: lllamase ansí (y nombrole), tiene mucha parte con el Señor, por ser verdadero religioso, y tiene un alma muy puesta en lo que toca al servicio de Dios y de los hermanos”. Maravillose de oírle esto, preguntole cómo lo sabía, y díjole que Nuestro Señor se lo había revelado allí, porque él no se lo quiso decir.
Estando otra vez elevada en espíritu, vio cómo sacaban el Santo Sacramento de la iglesia mayor, con grande acompañamiento, para comulgar a un enfermo, y llegose a ella un mancebo vestido de ropas blancas y en un caballo blanco, y díjole con palabras airadas: “Corre, ve y di a los clérigos que se tornen con el Sacramento a la iglesia, porque aquel enfermo a quien se le llevan es hereje”. Fue ella y díjolo a uno de aquellos que ella conocía, y respondiole él: “Calla, no oses decir tal cosa que nos matarán a todos”. El del caballo blanco se llegó y le dijo: “No tengas miedo y di en todo caso se torne el Santo Sacramento a la iglesia, porque aquel hombre es un pernicioso hereje”; y vuelto a la santa le dijo: “En señal que lo que te digo es verdad, verás hoy en la misa destilar sangre de la Hostia”; y los que llevaban el Santo Sacramento se tornaron a la iglesia, y ella vio después, estando oyendo misa, la Hostia llena de sangre cuando la levantaba el sacerdote, para que la adorase el pueblo; esto pasó todo en espíritu.
Estaba esta santa una vez rezando en el oratorio y tenía allí dos librillos por donde leía algunas devociones, y rogole a una hermana que le trajese la imagen de un niño Jesús que estaba en el altar de Nuestra Señora. Tenía el niño una ropita larga que le habían hecho las religiosas. Trajósele y tomole ella con grandísima devoción; púsole encima del libro, y allí le estaba adorando con grandísima ternura, derramando gran copia de lágrimas a sus pies. Fue la santa a cabo de un grande rato a alcanzar la ropilla para besarle los pies y el Niño alzó el pie como si fuera vivo, para que pudiese besárselo; besósele ella con grandísima ternura y quedose el pie ansí alto, que jamás se tornó a bajar, cosa que la vieron todas las religiosas con grande admiración, aunque como prudentes jamás quisieron mostrarlo a nadie, porque no las juzgasen por vanas y fáciles en estas cosas. Tenía esta sierva de Dios una postema en uno de los ojos, que le daba notable pena. Puso el pie que levantó el Niño encima d’él y, al punto, se abrió y fue sana a vista de todo aquel convento de religiosas.
El mes de julio de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve entró la peste en la ciudad de Toledo. Fue herida una de las hermanas de aquel convento, que se llamaba Sancha Díez, sobrina del vicario de la Sisla de Toledo. Queríanla mucho las otras, y rogáronle a esta sierva de Dios que hiciese oración por ella a Nuestro Señor. Estaba a la sazón rezando en un libro, púsose luego en oración por ella, ansí como estaba sentada, y vio súbitamente una calavera de difunto encima del libro. Volviose a las hermanas y díjoles: “No os fatiguéis por su salud, el Señor quiere llevársela, veis aquí su calavera”. Y ansí fue, que de allí a muy poco murió.
Un canónigo de la Santa Iglesia, hombre espiritual y devoto, enfer- [492] mó gravemente; súpolo la santa y, entendiendo que era persona espiritual, hizo oración por él a Nuestro Señor, y enviole de secreto una granada con una mujer de la misma casa. Recibiola el canónigo con devoción, sabiendo quién se la enviaba comió della y, al punto, estuvo sano y bueno. Levantose y fue a hacer muchas gracias a Nuestro Señor, porque había oído las oraciones de su sierva y dándole salud.
Estaba otra vez esta santa, en la fiesta de Nuestra Señora de septiembre, enferma y padeciendo con larga paciencia sus continuas dolencias; tenía entonces una esquinencia o angina peligrosa en la garganta y, como vio que las otras hermanas iban al oficio divino, y se levantaban a Maitines y habían de comulgar a la misa, afligiose, viéndose privada de tantos bienes espirituales y que no podía acompañarlas en tan santas estaciones. Estando ansí con estas ansias en la cama, un poco antes que tañesen a Maitines sintió gran dolor y ansia en su corazón. Tañeron luego y ella, no pudiendo sufrirse, comenzó a hablar con la Santísima Virgen Madre, y díjole: “Virgen gloriosa, madre de mi Señor, amparo de los que te llaman y en ti esperan, no soy digna de estar en la compañía de mis hermanas, ni gozar de los Maitines, ni de comulgar con ellas, mas tú por tu misericordia usa conmigo de tus continuas misericordias”. En diciendo esto vino una claridad del Cielo sobre ella y, al punto, se sintió sana. Levantose y fuese a Maitines con las otras siervas de Dios, y comulgó otro día con ellas, con grande admiración de todas, sabiendo la hinchazón grande que tenía en la garganta.
No acabaría si menudease en la infinidad de visiones y revelaciones que esta sierva de Dios tuvo, pues apenas comulgó vez que no fuese elevada sobre sí y le demostraba Dios grandes secretos. Bien veo que es una extraña manera de proceder y fuera del curso ordinario que ni lo alcanzan nuestras reglas ni discreciones; y que nunca se allanó tanto Dios con sus mayores profetas según lo que hallamos escrito en el texto sagrado, mas yo refiero, como dije al principio, lo que otros han dicho, y aun no tanto, porque son infinitas las cosas deste jaez. Estas que he referido fueron las más públicas y que palpablemente vieron muchos. Aunque algunas se refieren aquí, y otras he callado que, o no las entendieron bien o no las escribieron como ella las reveló, y ansí parece que tienen algunos inconvenientes, especialmente en las visiones imaginarias, que las relaciones no se aciertan a hacer como ello se demostró en lo secreto del alma, y muchas cosas no se sabe cómo fueron, y ansí padecen muchas dudas y dificultades que se salen mal dellas, y la mejor solución es decir que no se entendían bien o se refirieron mal.
CAPÍTULO XLIX
La muerte de la santa María de Ajofrín. Y algunos de los muchos milagros que Nuestro Señor obró por ella después de su muerte
Llegó el tiempo deseado para esta santa en que Nuestro Señor quiso sacarla deste mundo y llevarla al descanso de su gloria porque, aunque recebía por una parte singulares y altos consuelos de [493] [7] la mano del Señor, por otra la afligía y labraba con muchas angustias y enfermedades, principalmente con el ansia de verle y gozarle sin enigmas y sin velo, que es la cosa que más aflige el alma de los que, en esta vida, han comenzado a gustar la suavidad de aquel siglo bienaventurado, como lo deseaba el Apóstol, porque el peso y la carga deste cuerpo es gran estorbo para aquellos puros y divinos sentimientos y alborozos del alma.
Cayó, pues, enferma el mes de julio, el año de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve, cuando andaba en lo más vivo la peste en la ciudad de Toledo, aunque no le tocó a la santa, sino de otra enfermedad ordinaria se la llevó Dios, el sábado diecisiete del mismo mes, a las tres de la mañana, habiendo estado con la misma quietud que si estuviera durmiendo.
Enterráronla aquel mismo día, a hora de Vísperas, en el capítulo del Monasterio de la Sisla, porque, como dije en otra parte, se enterraron mucho tiempo las religiosas de San Pablo en el Monasterio de la Sisla. Al tiempo que falleció, se sintió en todo el convento un olor de gloria, y todas las hermanas afirmaron que era cosa tan extraordinaria que parecía estaban gozando las flores del Paraíso. Comenzó luego Nuestro Señor a sellar con infinidad de maravillas la santidad de su sierva, para que con ellas se entendiese que los avisos que, por medio della, había dado al pueblo y principalmente a los sacerdotes descuidados, eran verdaderos, de autoridad y importancia, y que para siempre se estimasen en mucho y tuviesen reverencia y devoción a la santa.
De muchos diré algunos en este capítulo, si pudiese con ellos despertar la tibieza desta religión a que tuviese en más sus cosas y procurase levantar la memoria desta santa y la de otros muchos que se han criado en el encerramiento de sus claustros, que con tanta razón pudieran ponerse en los calendarios de toda la iglesia. Luego como pasó desta vida a la eterna esta santa, adolecía un canónigo de Toledo con unas fiebres continuas, que poco a poco le iban consumiendo; los médicos hacían sus diligencias (que muchas veces valdría más que no las hiciesen): sangráronle y diéronle una y otra purga. Vino al fin a términos que le querían dar la Extremaunción, porque no se terminaba la dolencia, ni daba señal alguna de salud. Él, viéndose en este extremo y deseando guardarse para otra vez, deseando más tiempo para hacer penitencia, envió por todos los monasterios que le dijesen misas y le encomendasen a Dios.
Tenía noticia de la santidad y vida de María de Ajofrín, cómo Nuestro Señor había hecho por ella, aún viviendo, muchos milagros. Envió a la Sisla de Toledo a los religiosos que le encomendasen muy de veras a aquella sierva de Dios que tenían en su compañía. Hiciéronlo y aquella noche le apareció la santa, prometiéndole sanidad y amonestándole que de allí adelante pusiese mucho cuidado en mejorar la vida. Cuando despertó, pareciole que se sentía muy aliviado, entendió que aquello no había sido sueño, sino veras.
Entraron a la mañana los médicos y los de su casa para darle cierta bebida con que descargase algo la malicia de la fiebre. No quiso tomarla, diciendo que él se sentía sin necesidad y que le diesen de comer, porque no era día de los que los médicos llaman críticos para tan notable mudanza. Comió con buen semblante y gana: levantose luego y envió a la Sisla, en reconocimiento de la me- [494] dicina que de allí le había venido, un cirio grande y una cabeza de cera, para que la colgasen delante la sepultura de la santa, y luego, de allí a poco, vino él y dijo misa en hacimiento de gracias.
El mismo año le dio una grave enfermedad de fiebres continuas a don Alonso, hijo de la Condesa de Paredes, que también era canónigo de Toledo, y tan recio dolor de cabeza que se le saltaban los ojos. Apretábale de tal suerte el mal que se tuvo por cierta su muerte. Andaba la fama de los milagros de la santa ya por toda la ciudad y crecía la devoción en ella. El canónigo y la condesa, su madre, enviaron a pedir a los religiosos afectuosamente rogasen por él a la santa. Hiciéronlo ansí, y junto con esto le enviaron una almohada que llevaba puesta debajo de la cabeza cuando la llevaron a enterrar. Pusiéronsela encima y luego se sintió sano, con gran admiración y aplauso de todos. Levantose de la cama y fue a la Sisla. Tuvo allí novenas, haciendo infinitas gracias a Nuestro Señor. Ofreció una figura de cera y una casulla para que dijesen misa.
Estaba en San Jerónimo de Madrid, que entonces se llamaba del Paso, un fraile lego que se llamaba fray Gabriel, de Cuacos, junto a Plasencia; hízosele una hinchazón en un ojo muy peligrosa, tanto que trataban de abrírsele con un botón de fuego con harta duda que le había de perder. Temiendo el fraile lo uno y lo otro, y teniendo noticia de las maravillas que Nuestro Señor obraba por su sierva María de Ajofrín, encomendose a ella, rogándole con mucha devoción, pues socorría a tantos, le ayudase en aquel aprieto, porque estaban ya para darle el botón de fuego. Sintió luego el socorro de la santa. Resolviose la hinchazón milagrosamente sin ninguna medicina, con una presteza milagrosa, quedando el ojo sano y claro. Sucedió luego que este religioso fue a su tierra, y halló a una su hermana tullida de una pierna. Contole lo que a él le había acontecido encomendándose a esta santa y, dándole noticia de los muchos milagros que hacía, refirió el que habría obrado con él.
La hermana concibió luego grande fe y esperanza que había de sanar por los méritos de esta santa, pues había ansí acurrido a su hermano. Rogole con muchas lágrimas se apiadase della y le sanase su pierna. Tenía allí una niña de seis a siete años, y díjole: “Niña, tú también me ayuda, ruega a esta santa que me sane”. Hincose la niña de rodillas y puso sus manecitas rogando lo que le decían que hiciese; caso de extraña maravilla, que antes que se acabase la oración, fue sana de todo punto con grandísimo regocijo de todos cuantos estaban presentes; viendo milagro tan palpable, rompieron en voces de alabanzas divinas. Envió luego al monasterio dos piernas de cera y otro rollo grande della, en testimonio desta maravilla y de su agradecimiento.
Sucedió luego, tras esto, que llegó esta mujer a un pueblo que se llama Jarayz, que está allí junto; y fue a visitar a un hombre honrado del pueblo que se llamaba Francisco Díaz, primo hermano del capellán del mismo pueblo, que se llamaba Martín Díaz. Estaba el hombre muy enfermo, y tanto que le habían oleado. Tenía la candela en la mano, poco menos muerto. El capellán estaba muy angustiado porque quería mucho a su primo; díjole la Juana Martínez, que ansí se llamaba la hermana del fraile: “Señor capellán, bien sabéis cuán mala y cuán perdida estaba yo desta pierna”. Contole los milagros que la santa había hecho con [495] ella y con su hermano la sierva de Dios, María de Ajofrín, y otras muchas maravillas que Dios había obrado por ella, conforme se las había referido su hermano, y persuadiole al enfermo y al capellán hiciesen voto que, si Nuestro Señor por intercesión de aquella santa le diese sanidad, que irían a visitar su santo cuerpo. El clérigo respondió: “Yo soy pecador y no merezco que Nuestro Señor me haga tan señalada merced, mas yo prometo, si le da salud, de llevarle a visitar su santo sepulcro en estando para ello”. Caso admirable: apenas había acabado de hacer el voto cuando el enfermo cobró evidente mejoría y luego, en breve, fue sano, y vinieron entrambos a cumplir su voto, ofreciendo cierta cantidad de cera, y el capellán dejó en el Monasterio de la Sisla un testimonio firmado de su nombre, en que refiere todo el discurso destos tres milagros.
Una beata de la tercera regla de San Francisco, llamábase Juana de San Miguel, estaba afligida de un zaratán que se le había hecho en una teta; había cinco años que andaba en manos de físicos y no la habían dado remedio alguno; el último que querían intentar, porque se le canceraba y corría riesgo de la vida, era cortársela; venían en ello los médicos, no sabiendo qué hacerse. Juntábase con esto una calentura que le había sobrevenido del dolor y de la corrupción del pecho, al fin estaba ya como hética y sin ninguna esperanza de remedio humano. Llegó a su noticia la fama destas maravillas que la santa hacía, y cobró alguna esperanza de sanar por su intercesión: fuese a la Sisla y, al punto que entró en el capítulo donde estaba enterrada la sierva de Dios, sintió un olor celestial que salía, a su parecer, de aquella parte donde estaba la sepultura. Llegose con mucha devoción y lágrimas, y postrose sobre la misma sepultura, rogando a la santa la socorriese en tan gran necesidad: oyó la santa su ruego, y fue de tal manera, que antes que de allí se levantase se sintió sana de todos sus males. Maravilla evidentísima que provocó a muchos a hacer a Nuestro Señor infinitas gracias.
Otra cuitada mujer natural, también de Toledo, padecía el mismo mal de pechos, y había llegado tan adelante su trabajo que le habían dado en ellos algunos botones de fuego y puéstola en el artículo postrero de la vida; llegola a visitar un hombre honrado, contole los milagros desta santa y leyole parte de su vida, que ya se publicaba por toda la ciudad; concibió la afligida mujer grandes esperanzas de salud; hízose llevar a la casa de doña María García, donde la santa había vivido, porque a la Sisla era imposible llegar, que muriera en el camino. Llegada allí, encomendose a ella, sacáronle las hermanas unos paños que habían sido de la santa, pusiéronselos en los pechos y, al punto, reventaron las postemas, y luego del todo sanó sin otra medicina. Y desta manera hay infinidad de maravillas que nunca acabaría si las quisiese referir por menudo.
Como se multiplicaban los milagros tanto, y la fama crecía por todo el Reino, pareció a muchas personas devotas era cosa justa que el cuerpo de la santa fuese trasladado del capítulo donde le habían puesto a la iglesia del monasterio, donde tuviese lugar más decente y el pueblo pudiese gozar más cómodamente de llegar a su sepultura; los que más [496] de veras trataron esto fueron la Condesa de Fuensalida, y el clavero de Calatrava y don Alonso de Silva. Hablaron al prior, fray Juan de Morales, y propúsose al convento, y vinieron todos en ello con mucha voluntad; viendo cuán manifiestamente el Señor se señalaba en engrandecer a su sierva, don Alonso de Silva trajo una arca guarnecida por de dentro de seda, en que fuese puesto el cuerpo.
El año de 1495, a veinte y cinco de abril, poco menos seis años después de su muerte, abrieron la sepultura, estando presentes todos estos señores y otras muchas personas principales, y gente devota, y los religiosos del convento. En descubriendo el santo cuerpo, salió un olor celestial que puso alegría, admiración y consuelo en todos. Manaba dellos un licor, como de aceite, que también despedía de sí una fragrancia suavísima. Viendo esto el prior, mandó tañer las campanas; pusiéronlos en el arca, y con mucha lumbre de hachas y cirios llevaron en el arca el santo cuerpo, cantando el himno Te Deum Laudamus, y otras antífonas alegres; la Condesa de Fuensalida había hecho labrar un sepulcro a su costa en el cuerpo de la iglesia a la mano derecha.
Estaba la tierra muy necesitada de agua, pidieron a Nuestro Señor, por la intercesión de su sierva, tuviese por bien socorrerlos, porque los panes se iban ya a perder, y luego llovió en gran abundancia, entendiendo todos que, por los méritos desta santa, Nuestro Señor se apiadaba dellos. Tuvieron el cuerpo sin enterrar en la iglesia trece días, porque era tanto el concurso de la gente y los que venían atraídos de la devoción que pareció así justo para cumplir con ella.
Obró también allí el Señor muchas maravillas por su santa. El Conde de Oropesa envió a su hija y a su hijo para que velasen en la iglesia al sepulcro desta santa, y los criados que venían con ellos afirmaron que entrambos habían estado muy enfermos, que la hija había llegado al punto de la muerte; teniéndola ya sus padres por muerta, la encomendaron con mucha devoción a esta santa, y a entrambos les dio salud. Ofrecieron una imagen de plata, y una palia rica para el altar, una cruz bordada muy rica, y tres imágenes de cera, en testimonio y gratitud del beneficio recebido.
Llegó también luego un hombre de Jarayz, que se llamaba Santos Fernández, que estando a la muerte y oleado se encomendó como pudo, dentro de su corazón, a esta santa, y recibió luego salud repentina y de todo punto milagrosa. Vinieron él y su mujer luego a cumplir el voto, y dieron testimonio dello delante de muchas personas.
No quiero alargarme más en referir milagros; una cosa diré que me parece lo confirma todo, por ser la única prueba que Dios nos dejó para conocer los verdaderos profetas y distinguirlos de los falsos, que ninguna cosa dijo esta santa haber de acaecer que no viniese como lo dijo y profetizó.
Sucedió luego la peste que hemos dicho; hubo también notable carestía de pan, que morían las gentes de hambre, y viose en España en aquellos tiempos, la primera vez, aquel afrentoso y endiablado mal de las bubas, que entonces y muchos años después (hasta que ya le hemos domesticado) fue muy temido y con razón. Donde se cumplió el amenaza que Dios hizo a su pueblo por esta su sierva, y los cuchillos que vio en la boca de Dios y el ángel que hería con azote y con espada [497] y con cuchillo. En el mismo estado nos vemos ahora, en este año de 1599, poco más de cien años después de la muerte desta santa, pues casi no hay pueblo en Castilla que no esté herido de peste, y el hambre alcanza ya a todos, y no nos despiertan de nuestras culpas los continuos azotes del Señor, señal que ha llegado nuestra dolencia a poco menos que insensibilidad y dureza, plegue a Él que no sea señal de reprobación.
Notas
[1] En el texto original figura como “ansillos”, lo corrijo como errata probable.
[2] Se repite el capítulo XLIV en el texto, por lo que todos los capítulos que editamos de la vida de esta santa, desde el presente, cuentan con un número más que en la edición de Sigüenza empleada, corrigiendo la errata.
[3] Figura en el texto original como “sentase”, corregimos la posible errata.
[4] El apellido del capellán o cura de la casa, Juan de Velma, varía a lo largo de la narración de la vida de María de Ajofrín, ya que este figura como Biezma en este mismo capítulo, página 475, y como Viedma, en el capítulo XLVII , página 485.
[5] El apellido de Diego de Villaminaya es modificado en la narración de la vida de esta santa más adelante, pues aparece como Diego de Villamiñaya en el capítulo XLVII, página 485.
[6] En la edición aparece como San Lorencio.
[7] Figura como la página 494.
Vida impresa (5)
Ed. de María Aboal López; fecha de edición: octubre de 2020; fecha de modificación: junio de 2021.
Fuente
- Pisa, Francisco de, 1605. Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo e Historia de sus antigüedades y grandeza y cosas memorables que en ella han acontecido, de los Reyes que la han señoreado y gobernado en sucesión de tiempo, y de los arzobispos de Toledo, principalmente de los más celebrados. Toledo: Pedro Rodríguez, Imprenta Real, fols. 275r, 276v.
Criterios de edición
Aunque esta vida forma parte de una enumeración de santos y, por tanto, no es propiamente una hagiografía, la recogemos aquí para que quede constancia de su inclusión en esta obra del siglo XVII.
Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo, es decir, se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.), las sibilantes y se eliminan las consonantes geminadas. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza, así como la acentuación y la puntuación, que se adaptan a las actuales. No obstante, se ha mantenido la escritura de “monesterio”.
Vida de María de Ajofrín
Capítulo XXXVI
[Libro Quinto]
[Fol. 275r] Catálogo o lista de santos propios de esta ciudad de Toledo
[…]
[Fol. 276v] […] María de Ajofrín, monja del monesterio de San Pablo de Toledo, y su cuerpo está enterrado en el de la Sisla, a la mano derecha del altar mayor, donde es visitado y venerado por muchos, y ha Dios obrado por ella milagros y dado sanidades: falleció año de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve.