Juana de la Cruz
Nombre | Juana de la Cruz Vázquez Gutiérrez |
Orden | Franciscanas |
Títulos | Abadesa |
Fecha de nacimiento | 3 de mayo de 1481 |
Fecha de fallecimiento | 3 de mayo de 1534 |
Lugar de nacimiento | Azaña, Toledo |
Lugar de fallecimiento | Cubas de la Sagra, antiguo Toledo, Madrid |
Canonización | 3 de mayo |
Beatificación | Es proclamada como Venerable el 4 de mayo de 1630 |
Canonización | En proceso |
Contenido
- 1 Vida manuscrita (1)
- 1.1 Fuente
- 1.2 Criterios de edición
- 1.3 Vida de Juana de la Cruz
- 1.3.1 Capítulo I
- 1.3.2 Capítulo II
- 1.3.3 Capítulo III
- 1.3.4 Capítulo IV
- 1.3.5 Capítulo V
- 1.3.6 Capítulo VI
- 1.3.7 Capítulo VII
- 1.3.8 Capítulo VIII
- 1.3.9 Capítulo IX
- 1.3.10 Capítulo X
- 1.3.11 Capítulo XI
- 1.3.12 Capítulo XII
- 1.3.13 Capítulo XIII
- 1.3.14 Capítulo XIV
- 1.3.15 Capítulo XV
- 1.3.16 Capítulo XVI
- 1.3.17 Capítulo XVII
- 1.3.18 Capítulo XVIII
- 1.3.19 Capítulo IXX
- 1.3.20 Capítulo XX
- 1.3.21 Capítulo XXI
- 1.3.22 Capítulo XXII
- 1.3.23 Capítulo XXIII
- 1.3.24 Capítulo XXIV
- 1.3.25 Capítulo XXV
- 1.3.26 Capítulo XXVI
- 1.3.27 Capítulo XXVII
- 1.3.28 Capítulo XXVIII
- 1.4 Notas
- 2 Vida manuscrita (2)
- 2.1 Fuente
- 2.2 Criterios de edición
- 2.3 Vida de Juana de la Cruz: Libro de la Casa y Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz
- 2.3.1 [PRIMER AUTO DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN]
- 2.3.2 [SEGUNDO AUTO DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN]
- 2.3.3 [ORACIÓN DE JUANA]
- 2.3.4 [COLOQUIO DE JUANA CON EL SEÑOR]
- 2.3.5 [SEGUNDO COLOQUIO DE JUANA CON EL SEÑOR]
- 2.3.6 [RELATOS DE SUCESOS EXTRAORDINARIOS OCURRIDOS EN VIDA DE JUANA]
- 2.3.7 [JUANA DESCRIBE A SU ÁNGEL]
- 2.3.8 [TABLA DE CORRESPONDENCIAS ENTRE MONJAS Y ÁNGELES]
- 2.3.9 [SUCESO OCURRIDO A LA RELIGIOSA GERMANA DE LA ASCENSIÓN CON UNA IMAGEN]
- 2.3.10 [GRACIAS QUE EL SEÑOR HIZO A LA CASA]
- 2.3.11 [RELATO DE LOS APARECIMIENTOS DE LA VIRGEN]
- 2.3.12 [CELEBRACIONES DE LOS SANTOS Y ÁNGELES]
- 2.3.13 [COFRADÍAS]
- 2.3.14 [GRACIAS QUE OTORGA LA IMAGEN DE LA VIRGEN]
- 2.3.15 [REVELACIÓN QUE ESTA IMAGEN DE LA VIRGEN HIZO A JUANA]
- 2.3.16 [MÁS RELACIONES DE SUCESOS EXTRAORDINARIOS CON LAS IMÁGENES]
- 2.3.17 [REVELACIONES DE LOS ÁNGELES Y SANTOS A JUANA DE LA CRUZ]
- 2.3.18 [SERMÓN DE SAN JUAN BAUTISTA]
- 2.3.19 [VERSOS LAUDATORIOS A LA VIRGEN]
- 2.3.20 [VERSOS A LA CIRCUNCISIÓN DEL NIÑO]
- 2.4 Notas
- 3 Vida impresa (1)
- 4 Vida impresa (2)
- 5 Vida impresa (3)
- 6 Vida impresa (4)
- 7 Vida impresa (5)
- 7.1 Fuente
- 7.2 Criterios de edición
- 7.3 Vida de Juana de la Cruz
- 7.3.1 Prohemio del autor
- 7.3.2 Cap. I. Del nacimiento, niñez y muestras primeras de santidad de esta sierva de Dios
- 7.3.3 Cap. II. De los deseos que tenía de ser religiosa y de las penitencias que en la tierna edad hacía
- 7.3.4 Cap. III. De como la santa doncella se fue en hábito de hombre al convento de Santa María de la Cruz para ser religiosa
- 7.3.5 Cap. IIII. De cómo recibió el hábito y de muchas cosas notables que sucedieron siendo novicia
- 7.3.6 Cap. V. De un maravilloso rapto de la sierva de Dios, y de sus grandes penitencias
- 7.3.7 Cap. VI. De cómo se desposó la santa con el niño Jesús y de su devoción al Santísimo Sacramento
- 7.3.8 Cap. VII. De la familiaridad que tenía con los ángeles y en especial con el de su guarda, y cuán devota era de san Antonio de Padua
- 7.3.9 Cap. VIII. De cómo la sierva de Dios fue electa abadesa y de un muerto que resucitó
- 7.3.10 Cap. VIIII. De las milagrosas cuentas que nuestro Señor bendijo en el Cielo, a instancia de su sierva
- 7.3.11 Cap. X. De los milagros hechos en virtud de estas cuentas y de las tocadas a ellas
- 7.3.12 Cap. XI. De algunas revelaciones que el Señor reveló a su sierva y de la devoción singular que tuvo a la Virgen Santísima
- 7.3.13 Cap. XII. De las maravillosas cosas que dijo la sierva de Dios estando elevada y del don de lenguas que el Señor la comunicó
- 7.3.14 Cap. XIII. Cómo nuestro Señor dio el sentimiento de sus llagas a su sierva, y el apóstol san Pedro la sanó estando sorda
- 7.3.15 Cap. XIIII. De la gran devoción que la santa tenía con las ánimas del purgatorio y lo mucho que rogaba por ellas
- 7.3.16 Cap. XV. De los trabajos y enfermedades con que probó Dios a su sierva y de su grande paciencia
- 7.3.17 Cap. XVI. De cómo el ángel de su guarda mandó a la sierva de Dios que escribiese las cosas que el Señor le revelaba y de su gloriosa muerte
- 7.3.18 Cap. XVII. De algunos milagros que acaecieron después de su dichosa muerte y de la incorruptibilidad y entereza de su cuerpo
- 7.4 Notas
- 8 Vida impresa (6)
- 9 Vida impresa (7)
Vida manuscrita (1)
Ed. de María Luengo Balbás y Fructuoso Atencia Requena; fecha de edición: abril de 2019; fecha de modificación: octubre de 2024.
Fuente
- El Escorial, K-III-13. fols. 1r-137r.
Contexto material del manuscrito de El Escorial, MS K-III-13
Criterios de edición
Los criterios de edición que hemos seguido son conservadores ya que se trata de un testimonio único.
- Se conserva la oscilación de b/v, y de i/y.
- Se ha conservado el uso y la oscilación de las sibilantes, así como de las consonantes geminadas.
- Se han desarrollado las abreviaturas, como N. S. (Nuestro Señor) o primº (primero).
- Respetamos el uso o ausencia de la –h, sea o no etimológico. También respetamos el uso de la –s líquida, tal como aparece en el texto (spíritu).
- Hemos conservado dello y desto. En el caso del artículo contracto, separamos la preposición del artículo mediante apóstrofe cuando este incluye el pronombre personal masculino singular: d’él.
- Acentuamos las palabras, y unimos o separamos las sílabas de que se conforman, de acuerdo a la norma ortográfica actual.
- Se utiliza la mayúscula para los nombres propios como Dios y las fórmulas como Nuestro Señor o Divina Majestad.
- Los diálogos aparecen, en el primer nivel, entre comillas dobles (“). En el caso de que dentro de este diálogo se incluyan palabras de otro personaje, estas irán entre comillas simples (‘).
- En lo que respecta a las composiciones poéticas, hemos separado y colocado los versos de acuerdo a la escritura habitual de los poemas.
- La puntuación y separación de párrafos es nuestra.
Vida de Juana de la Cruz
Capítulo I
[fol. 1r] Comiença la vida y fin de la bienaventurada virgen sancta Juana de la Cruz, monja que fue professa de quatro botos en la orden del señor sant Francisco, en la qual vivió perfeta y sanctamente. Mostró Nuestro Señor Dios en esta bienabenturada muy grandes maravillas y gloriosos milagros, dotándola de su divina graçia y dones de su Sancto Spíritu muy copiosamente. Primero que digamos las gracias y sanctidad desta bienaventurada, diremos cómo fue edificado el monasterio en que ella vivió y hizo su fin glorioso.
Fue mostrada por la voluntad de Dios a una muy santa muger una revelaçión de cómo apareçió Nuestra Señora la Virgen Santa María çerca de un pueblo llamado Cubas a una pastorçica, y cómo rogó a su precioso hijo, Nuestro Señor Jesucristo, con muy gran fervor y humildad y charidad de las ánimas, su Divina Clemençia les diese liçençia con su graçia y poderes para edificar en la Tierra una casa de religiosas donde Él y Élla fuesen servidos y estuviese su culto divino reverençiado y servido y huviese memoria para siempre della y de su bocaçión,
Nuestro Señor le respondió: “Madre mía muy amada, ¿cómo lo havéys vos eso de hazer? Que ya yo no quiero ni es mi voluntad que os vean ya los ojos humanos y de carne después, que ya soys glorificada y ensalçada conmigo porque, como a mí no me puede ver nadie después que fuy subido a estos altíssimos çielos y asentado a la diestra del Padre, assí por semejante a vos, señora, que soys mi amada madre, no es raçón que os vean clara y abiertamente. Que si alguno os á visto hasta agora, no vos á de ver de aquí adelante; no á sido ni será tan clara ni abiertamente que vea la misma manera [fol. 1v] y hermosura y claridad que vos tenéys. Preçiosa señora madre mía, en eso que vos queréys edificar conviene que aya medianera”.
Y la Reyna de Misericordia, Señora Nuestra, le respondió con muy profunda humildad y charidad: “Hijo mío muy amado, deme vuestra Altíssima Magestad liçencia para haçer y edificar la casa, que yo, con el ayuda de vuestra divina graçia, buscaré la medianera para ello”.
Y entonces, le otorgó la liçençia el poderoso Dios, y vajó la Emperadora de los Çielos a la Tierra por su profunda humildad y soberada charidad, y apareçió a una niña del pueblo de Cubas cuyo nombre era Ynés, la qual guardava puercos y hera de simple y recta yntençión y de limpio y paçífico coraçón. Y después de havella apareçido por tres vezes o más, cada una de su manera, y la habló enseñándola algunas cosas provechosas para su ánima, y mandole que dixese en el dicho lugar cómo la havía visto a ella, o bulto o claridad suya, y cómo hera voluntad de su preçioso hijo y suya le hiciese un monesterio de religiosas, el qual se llamase Sancta María de la Cruz, y porque desto la creyesen dio Nuestra Señora tal señal: y fue pegalle los dos dedos de la mano derecha a manera de cruz, y después de haver tomado la misma Señora la cruz que está en la mesma casa con sus sagradas manos y fincádola en el lugar donde havía de ser edificado el altar principal. Y después de ser fecha la casa y entradas en ella algunas religiosas y con ellas la dicha Ynés, a quien Nuestra Señora apareçió, la qual fue puesta y elegida por madre y perlada della, y las quales hazían vida muy virtuosa y aprovecharían mucho en el serviçio de Dios.
Y algunas vezes tenía esta santa Ynés rebelaçiones y consolaçiones espirituales, y apareçiole el Demonio con un azote en la mano, y amenazávala muy cruda y ásperamente, y le dezía a vueltas de otras cosas: “No çesaré de travajar basta que te destruyga”, y hazíale muchos despechos y aun tormentos corporales. Y esta Ynés esforçávase como podía. Y la antigua [fol. 2r] serpiente, con toda su maliçia y astuçia, le causó muy grandes y rezias tentaçiones por algún tiempo. Y faltándole a ella virtud spiritual y fuerça para vençer a su adversario, cayó en algunos peccados y falta de virtud, de manera que ella propia hizo oyo en que ella cayó, y algunas ovejas de la casa que Nuestra Señora le havía dado para que las administrase y ayudase a salvar. Y viendo la muy piadosa Señora la caýda de sus sierbas y perdiçión de su casa donde Ella se havía apareçido −y en especial le dolían las que se salían del santo monasterio− tornó a suplicar a su preçioso hijo Nuestro Señor Jesucristo con muy gran charidad e humildad que quisiese su Divina Magestad haçer de manera que fuese restaurada la honra de su sancto apariçimiento y la virtud de su casa, la qual estaba muy caýda, y hera menester que su poderosa mano criase alguna criatura más perfeta que la primera a quien ella se apareçió, y que fuese esta que criase para restaurar la caýda de las otras y levantar la devoçión de su apareçimiento y virtud en las monjas abitadoras de su casa, y que fuese llamada Juana, que es nombre de graçia, y ella llena de gratitud.
Y el poderoso Dios le respondió con mucho amor: “Madre mía, un varón tengo empeçado a hazer en esta ora en el qual querría poner mucha parte de mi graçia para que fuese esto; y por amor de vos, señora, yo le tornase muger para esa obra que vos pedís. Yo vos juro, por mi Passión y por mis llagas, os prometo dar y otorgar por algún tiempo tal graçia y un tal don y misterio que nunca en la Tierra se aya dado ni otorgado a ninguna persona de quantas en ella viven. Y la graçia será de mí mesmo, y de mi parte y virtud yo le participaré y daré graçia en el bientre de su ma [fol. 2v] dre, y entendimiento dentro en él de perfeta hedad. Y comunicaré con ella y con todas las religiosas, si ellas lo fueren, para lo conservar y guardar y tener en lo que es raçón, y conoçerme cómo soy misericordioso”.
Y Nuestra Señora la Virgen María, oyendo la charidad tan sin medida y la promessa tan poderosa y larga del altíssimo Dios, fincados sus sagrados ojos, le dio muchas graçias, diziendo: “Yo os adoro y bendigo, Dios mío, hijo mío muy amado, y os doy loores y graçias sin quenta por tan grandes mercedes como vuestra divininal clemençia me a otorgado en querer offreçer tal graçia e don a aquella mi casa que yo edifiqué, o mandé edificar, en aquel campo despoblado, aunque yo, Señor, no pedía a vuestra Divina Magestad tan singular don, sino algún poquito de graçia en alguna de las mismas religiosas para que las otras conoçiesen cómo yo havía edificado la casa e tuviesen por bien de estar en ella”.
Y el poderoso Dios le tornó a dezir con ynmensa charidad: “Por solo edificar vos, señora, la casa, y ser fundadora, quiero yo de mi propio grado y voluntad haçer mostrar grande graçia y maravilla, y más: le otorgaré y enfundaré tal graçia que no solamente se eleve y vea visiones angélicas y cosas çelestiales y maravillosas, mas aun que os vea a vos, madre mía, no una ni dos vezes, mas muchas, y aun a mí mesmo en la manera y forma que yo quisiere y fuere mi voluntad”.
Y como su Divina Magestad otorgó a su sancta madre la virtud que le mandava, y la bienabenturada Juana de la Cruz estava entonçes en el vientre de su madre enpezada a façer varón, tornola muger, como pudo y puede haçer como todopoderoso. Y no quiso su Divina Magestad deshazerle una nuez que tenía en la garganta, porque fuese testigo del milagro. Y quando la tornó muger aún [3r] no tenía spíritu de vida, y guardándola el poderoso Dios de los peligros que a otras criaturas les suelen acaezer en el vientre de sus madres, nasçió a luz en un lugar llamado Azaña de Sierra y Arçobispado de Toledo, de padres buenos y christianos, y virtuosos y limpios en las costumbres, y de gente de mediana manera. Tuvieron hijos muy nobles y bien acostumbrados, y algunos dellos fueron religiosos, de muy buena y aprovechada vida, entre los quales nasçió esta bienabenturada candela lumbrosa en el año de la Sancta Encarnación de mil y quatrozientos y ochenta y vn año, y pusiéronle nombre de Juana. Fue dotada de mucha graçia y hermosura corporal. Criola su madre a sus pechos, porque en nasçiendo tomó con ella mucho amor. Hera muy graçiosa y mansa, y deçía su madre que no tan solamente no padeçía pena ni travajo en crialla, mas consolaçión y alegría espiritual sentía en sí mesma todas las veçes la tomava en sus brazos, aunque ella estuviese muy triste e angustiada. Y esta bienabenturada, desde las tetas de su madre, tuvo arrobamientos, que muchas vezes la hallava su madre elevada en la cama y en cuna, de lo qual se angustiava mucho su madre pensando que hera dolençia, pues perdía el comer y tomar su refeçión corporal de niñez. En una vez estuvo tres días que no volvió en sí, salvo que tenía pursos y estava caliente. Y su madre, muy angustiada, supplicó muy afincadamente a Nuestra Señora la Virgen María le resucitase a su hija, y que ella le prometía de llevalla con su peso de [fol. 3v] çera a velar una noche a Santa María de la Cruz, que está cave Cubas. Y tornando esta bienaventurada en sus sentidos, consolose mucho su madre, pensando que cobrava salud corporal. Y assí creçía en grandes graçias espirituales y dones de Dios, aunque por entonçes no hera conoçido de sus padres.
Siendo esta bienaventurada de dos años, poco menos, hizo Nuestro Señor con ella un milagro por ynterçesión del señor sant Bartolomé, que estava muy enferma de manera que no podía mamar ni pasar ninguna cosa, y con mucha angustia y devoçión lleváronla a una yglesia del señor sant Bartolomé, que está en otro lugar que se dize Añover, en la qual haze muchos milagros. Y estava esta bienabenturada tan doliente y desbilitada que pareçía que se quería finar cumplida la vela, la qual hiço su madre. Y su madre enseñava a la niña que pusiese las manos y que mirase a sant Bartolomé, que estava en el altar, por que le diese salud. Y la niña, súpitamente, se rió, mirando la ymagen. Y preguntada de qué se havía reýdo o qué havía visto, no respondió ninguna cosa, salvo que luego pidió de comer por señas, y mamó. Y dende adelante tuvo perfeta salud con su niñez y juventud. Y andando algún tiempo, ya que hera más creçida, dezía esta bienabenturada que havía visto al señor sant Bartholomé, y la havía abrazado y besado, y le havía dicho: “Niña, acuérdate de mí, que yo me acordaré de ti”, y la havía sanado y vuelto la color, la qual tenía quitada de la dolençia.
Y aquesta sancta bendicta hera de hedad de quatro años; como tuviese tan claro entendimiento y perfecto conoçimiento de Dios, aunque niña de tan poca hedad, siempre andava su pensamiento con ocupaçiones çelestiales y en hazer nuevos serviçios con su desseo y pensamiento a su muy dulçe esposo y amado [fol. 4r] Jesuchristo, Nuestro Señor. Nunca la vían jamás jugar en cosa de banidades, ni desaprovechada, ni hablar palabras banas como otros niños hazen; de manera que sus padres y parientes, y personas que la conoçían, se maravillavan mucho de las grandes virtudes que en ella vían resplandezer, y pensavan haver nasçido sanctificada, pues siendo tan niña vían en ella graçias tan singulares.
Siendo en tiempo de agosto, quando cogen el pan, y esta bienabenturada siendo de tan tierna edad, embiola su madre a las heras, porque se holgase ençima de una bestia, y un mochacho con ella que la llevase. Y el mochacho fuese por otra parte, dexola sola. Yba por una calle por la qual havían llevado el Sanctíssimo Sacramento a un enfermo, y ella acordose de esto: pensó: “Por aquí llevan a mi Señor Jesuchristo”. Y pensando en esto, arrovose, y cayó de la bestia en que yba. Y el cura de aquel lugar açertó a pasar por allí, y vidola caýda en el suelo como muerta, y sola. Y él, pensando de la caýda se havía amorteçido, tomola en brazos, y llevola a casa de su agüela. Y ansí como ella fue privada de sus sentidos, fue arrovada, e se vio yncontinente en un hermoso prado lleno de diversidad de berduras e flores muy hermosas, y frescas y olorosas, y fue puesta a par de un claríssimo e grande río que en aquel deleytoso prado estava. Y estando ella allí mirando, vido muchedumbre de árboles muy floridos e con frutos, e llenos de diversidad de muy hermosas aves, las quales cantavan muy dulçemente. Y también vido otra muchedumbre de niños muy hermosos, los quales cantavan a consonante, y respondíanles las aves. Y este tan dulçe canto dixo hera en otra lengua, que ella no la podía entender, salvo que la armonía hera muy dulçe y deleytosa de oýr. E allende de esto, vido allí, en aquel prado, otra muy hermosa suerte de mugeres muy apuestas [fol. 4v] e adornadas. E unas le pareçían como dueñas e otras como donzellas, e unas muy más lindas y hermosas que otras, que pareçían muy grandes señoras, e otras no tanto, como quier que toda hera gente muy benerable y luzida. Y también vido allí una grande señora, como emperatriz y señora de toda aquella suerte, y el resplandor y hermosura della hera sin comparaçión. E los niños que allí estavan cantando, hablavan a esta bienaventurada Juana de la Cruz, que todas estas cosas estava mirando, e le dezían: “Anda acá, niña, ¿qué hazes aý, por qué no vas a hazer reverençia e humiliaçión a aquella gran señora, que es la Madre de Dios e señora de todos, e a quien todas las personas deven servir e reverençiar?”.
Y esta bienaventurada le respondió: “Yo no sé cómo tengo de haçer, mas rezarle he el Ave María”. E luego yncó las rodillas, e puso sus manos, y saludó a la Reyna de los Çielos con la salutaçión angelical. Y estando ansí, a desora vido aparçer ý un muy hermoso manzebo (que entonçes, como hera niña, no supo dezir que hera ángel), sino un muy lindo donzel, el qual según ella, después adelante, vido e conoçió en sus revelaçiones. Hera el sancto ángel su guardador, el qual entonçes le habló e dixo: “¿Quien te trujo acá, de dónde heres?”. Ella, como niña, le respondió: “De mi casa soy”. Y él le dixo: “¿Adónde es tu casa?”. Él [¿sic?] le respondió: “En casa de mi padre”. Y el sancto ángel le dixo: “¿Pues cómo veniste aquí?”. Ella le respondió: “Embiome mi madre a las heras con un muchacho, y no hallo las heras ni la borrica. Llévame vos, señor, en casa de mi madre”. Y el sancto ángel le respondió: “No estás en casa de tu madre, sino en casa de tu agüela”. Y ella le dixo: “Pues llévame en casa de mi agüela”. Y él le dixo: “Plázeme”. Y la causa porque el sancto ángel le dezía que no estava en casa de su madre hera porque la havía llevado el clérigo, quando se arrovó, en casa de su agüela, madre de su madre. Y acabó de dezir çiertas oraciones.
Tornando [fol. 5r] en sus sentidos, hallándose hechada en una cama, maravillose de verse en casa de su agüela, y empezó como niña a contar las cosas que havía visto a su agüela. Y oyéndola ella, riñola y reprendiola, y amenazándola mucho, porque dezía tales cosas, que no hera sino como havía caýdo de la borrica. Y la bienaventurada tornava a dezir, con juramento de ynoçençia, que hera todo verdad lo que havía dicho, y relatava cada una de las cosas en la manera que lo havía visto. E tornando la prudente agüela a dezille que callase, calló por entonzes.
Y en el mismo año, estando esta planta sentuosa asentada a la puerta de la casa de su padre, según acostumbran los niños, pasavan con el Sanctíssimo Sacramento por allí, que le llevavan a un enfermo. Y como la bienaventurada hera dotada de tanta graçia e ympuesta en las cosas de Dios y de su sancta fee chatólica, salió con mucho fervor a mirar y adorar al Señor, que llevava el clérigo en sus manos. Vido que yba sobre el cáliz o custodia a Nuestro Jesuchristo hecho niño vivo, muy resplandeçiente y hermoso, y los pies del mesmo niño Jesuchristo puestos sobre un manojo de albaca que salía del mesmo cáliz, y en su preçiosa caveza llevava una corona o guirnalda de rosas e flores, e un manojo de clavellinas en sus sacratíssimas manos. E quando vido esta revelaçión hera en tiempo de hymbierno, quando la tierra ninguna flor produze. Y por entonzes no dixo esta revelaçión, pensando que todos veýan lo mesmo que ella veýa por Nuestro Señor, que es dador de las graçias y descubridor de los secretos. Tuvo por bien de traer tiempo en que estos e otros muy grandes misterios fuesen en ella vistos e conoçidos, sin ser en su mano podellos encubrir.
Capítulo II
Cómo siendo esta bienaventurada de hedad de siete años quedó huérfana de su madre
Plugo a Nuestro Señor de llevar de esta presente vida a su madre desta [fol. 5v] bienaventurada, la qual llamavan Catalina Gutiérrez, y a su padre, Juan Vázquez. Como esta honrada dueña huviese vivido muy cathólicamente, y assí fue su fin, mirando ella los cargos de su consçiençia, acordose de la promessa que havía hecho a Nuestra Señora de llevar a esta bienaventurada su hija, con su peso de çera, a velar una noche a la casa de la Reyna de los Çielos llamada Sancta María de la Cruz. Rogó a su marido lo cumpliese por ella, y él se lo prometió de lo complir lo más presto que pudiese. Y quando esto pasava entre los dos, estava delante la bienaventurada su hija Juana de la Cruz, y ella, con cuydado, miró la promessa de su madre. Y como su padre quedó obligado de la cumplir y ella tenía muy gran desseo que se cumpliese, e decía entre sí: “Mi padre se descuyda en cumplir esta promessa, bueno será que me vaya yo a aquella sancta casa y me quede en ella para perpetuamente y así se descargará la conçiençia de mi madre”, y esto dezía con conosçimiento que tenía que se an de cumplir las cosas que prometen a Dios y su bendita madre. Y como esta bienaventurada quedó en casa de su padre, creçían en ella muy grandes fervores e ansias de ser religiosa y hazer mucha penitençia por servir y agradar a Dios, a quien ella tan dulçe y perfetamente amava.
Y creçiendo en hedad, empezava a poner en obra sus fervorosos desseos. Y tenía una tía, hermana de su madre, donzel[la] y de muy sancta vida, en quien Nuestro Señor mostró muy claro y manifiesto milagros e maravillas, con la qual ella se consolava y comunicava mucho. Y en este tiempo metiose religiosa esta su tía en la Orden de Santo Domingo, en un monasterio que se llama Sancto Domingo el Real de la çiudad de Toledo, en el qual vivió y acavó su vida muy sanctamente. Y la bienaventurada Juana de la Cruz sintió mucha soledad en faltarle tal [fol. 6r] compañía e conversión, y que fuera mucho yrse con ella a ser religiosa. Y rogolo y pidiolo con muchas lágrimas a su padre y agüela, y ellos no se lo quisieron conçeder, diziendo que tenía poca edad y no podría llevar las asperezas de la religión, que serían muy grandes. Y esto dezían ellos porque la amavan mucho y no la querían quitar de su compañía. Hera en gran manera bien acondiçionada y obediente a su padre, y muy hermosa. Y viendo ella que aprovechava poco rogallo, calló por entonçes con prudençia, y pensava entre sí: “Yr yo a ser religiosa a aquel monasterio, por estar allí mi tía, no es perfeçción, mas quiero yr a otro qualquier monasterio por solo Dios y su amor, y serville e aplaçerle”. Y este desseo creçía en ella de cada día.
Y la tía desta bienaventurada hera muy sancta y muy amada de Dios, el qual le mostrava muchas revelaçiones. Y le mostró y reveló que su sobrina havía de ser muy gran criatura y de muy singulares graçias y dones spirituales. Y contando esta revelaçión a la priora de su monasterio, fue por ella con grande aýnco, procurada y deseada para su orden y monasterio, y con mucha diligençia y ruego la pedía a su padre y parientes se la diesen para monja. Y como todos la amavan mucho no conçedieron el ruego de la priora. Y viendo la priora y monjas que no la podían alcançar por aquella manera, travajavan de hazella hurtar, y tanpoco pudieron. Y en todo este tiempo no cesavan de suplicar a Nuestro Señor, su Divina Magestad, permitiese de traer a su orden aquel tan preçioso thesoro y criatura tan sancta. Y nunca la pudieron alcançar, por quanto no la havía criado Dios para ellas, sino para el reparo de la casa de la Reyna de los Çielos, por cuyos ruegos fue criada.
Y estando esta bienaventurada en la yglesia oyendo missa con muy gran devoçión y atençión un día de la purificaçión de Nuestra Señora, con una candela ençendida en la mano, al tiempo quel preste quería alzar el Sanctíssimo [fol. 6v] Sacramento, acatándole a ella con mucho fervor para le adorar, vido la hostia en su mismo tamaño y redondez muy clara, buelta como a manera de una redoma de bidro muy hermosa e clara, e dentro della, fecho el bulto del cuerpo de nuestro Señor Jesuchristo en carne viva. Y parezíale a ella que en la mesma redondez de la hostia estavan unas como asas muy delicadas y resplandeçientes, de las quales asas o figuras dellas le pareçían los sanctos ángeles tenían asida la sancta hostia por tres partes, de arriva y de los lados. Y esto vido ella espaçio de quando el saçerdote alçó el Sanctíssimo Sacramento, y de la qual visión tan gloriosa fue muy alegre y conso[la]da; la qual revelaçión no tenía ella por entonçes por cosa muy grande, pensando que todas las personas veýan e goçavan lo mesmo. Y este pensamiento, que todos veýan esta mutaçión del Sanctíssimo Sacramento después de ser consagrado, le duró hasta vino a la sancta religión. Pero Nuestro Señor Dios truxo tiempo en que esta bendita criatura conosçió cómo no hera visto de todos el Sanctíssimo Sacramento como ella le vía y goçava.
Fue llevada esta bienaventurada a casa de un tío suyo, muy prinçipal persona e muy abastado de bienes de este mundo, el qual lo alcanzó con muchos ruegos de su padre. E la amava en tanta manera, y su muger, que también hera su tía, como si verdaderamente fuera su hija, y así le dieron el mando en su casa y bienes. Y ella les hera muy obediente y a sus personas muy piadosa. Hera muy honesta en todas sus obras, y muy caritativa para los servidores de casa y personas que en ella travajavan; cuydadosa y diligente en los travajos corporales y muy administradora en las casa de Dios, e dadora de buenos consejos. Hera muy humilde, e tenía la voluntad muy aparejada para hazer penitençia, y lo tomava sobre sí con mucha alegría, por amor de Dios. Y assí lo ponía por obra, que en sus ayunos fue muy abstinente, que su comer hera pan e agua y no comía más de una [fol. 7r] vez al día, y desto no todo lo que havía menester; y no solamente ayunava con solo pan y agua, mas se estava dos o tres días sin comer ni beber ninguna cosa, y esto hazía ella muy ordinario y muy secreto. Todas las vezes que ella se podía desocupar para reçar y contemplar, lo hazía: oraçión muy fervorosa bañada en lágrimas, salidas de su coraçón y lloradas con compasión de la Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, que hecha de otra manera la oracçión la tenía por yndigna de ser resçivida delante del acatamiento divino.
Hera cruel para su cuerpo, que traýa junto con sus carnes un siliçio hecho de unas cardas que buscó ella muy secretamente, y las deshizo, e todas las púas e puntas cosió en una cosa muy áspera. Y aquello traýa junto a sus carnes. Andava de contino dolorosa y toda llagada, y muy alegre y consolada, porque tenía contino dolores que offreçía al Señor en reverençia de los que Él padesçió por nos redimir y salvar. Quando travajava, dávase mucha priesa porque los dolores y heridas fuesen mayores siempre. Esta bienaventurada offreçía tres cosas a Dios: travajo corporal, hecho muy alegremente por amor de Dios e la charidad del Próximo; la segunda, sacrifiçio de sangre y dolores, que le causavan las cosas ásperas y crueles que traýa junto a sus carnes; la terzera, los pensamientos siempre puestos en Dios y en las cosas çelestiales.
Hazía siempre muy ásperas disçiplinas, dándose con muy gruesos cordeles dados en ellos muy grandes [¿nudos?]. Dávase con estos tan cruel y despiadadamente hasta que le salía sangre y se hazía muy lastimossos cardenales y heridas. Tenía tan gran silençio que nunca hablava palabra oçiosa que fuese fuera de Dios o la neçessidad no la pudiese escusar. Andando por casa, o haziendo labor de manos, se dava secretamente en los mureçillos de los brazos y en qualquier parte de su cuerpo que ella podía muy reçios pellizcos, y quando havía de hazer algún travajo al fuego o orno, se destocava y se arremangava mucho los brazos para hazer penitençia e quemar sus carnes e offreçerlas a Dios en sacrifiçio. Y el día que alguna de estas cosas no hazía, no se tenía por [fol. 7v] digna de comer el pan ni de ollar la tierra que Dios havía criado.
Y como ella le tenía siempre en su memoria y coraçón, su Divina Magestad le mostrava las revelaçiones que Él hera servido, ansí de mostrársele a ssí mismo como a sus sanctos ángeles, que los veýa esta bienaventurada muchas vezes. Y en espeçial cada vez que estava en un palaçio veýa en un margen que estava puesta de un paramento delante della dos serafines muy hermosos y resplandesçientes, y entre medias de los dos seraphines estava una fuente muy hermosa y muy clara, con caños muy luçidos y corrientes de agua. Y los seraphines tenía cada uno una xarra de oro en la mano, y enchíanlas de agua de la agua de la fuente, y a deshora las baçiavan. Y no veýa ella dónde, porque no se derramava ni pareçía en ningún lugar visible. Y esto hazían los seraphines muchas vezes de llenar las xarras en la fuente y tornarlas a baçiar; la qual fuente, le dixo della su sancto ángel andando el tiempo, hera divina y, el agua, la graçia muy abundosa del Spíritu Sancto, la qual aquellos dos seraphines en figura y persona de Dios derramavan sobre ella y la infundían en su ánima. Aunque oculto por entonçes a sus ojos corporales, dezía esta bienaventurada que hera tan grande la consolaçión que sentía quando lo veýa, que en ninguna manera quisiera de allí ser apartada. Y assí hera, que ella entrava allí muy a menudo y se estava por largos ratos, en tanta manera que hera por ello muchas vezes reprehendida ásperamente. Pero sufríalo con humildad, y no ser por eso dexava de entrar todas las vezes que ella podía, y quando entrava la miravan los sanctos seraphines y se reýan y gozavan con ella, aunque no la hablavan.
Y como ella hera tan amiga de la oraçión, y del silençio y recogimiento, buscava tiempos en que ella pudiese, sin estorvo, estar en prolongada oraçión. Y para esto pareçíale que el silençio y reposo de la noche hera tiempo muy convenible. Y quando hera la gente de la casa de su tía recogida y que todos dormían, quedávase ella [fol. 8r] rezando en la cámara donde durmía. Y de que veýa muerta la candela, en el tiempo de las noches frías y largas del himbierno, para hazer mayor penitençia −junto con la ferviente oraçión− desnudávase en carnes delante de unas ymágenes, quedándosele el siliçio muy áspero, que contino traýa. Y assí estava de ynojos en oraçión hasta que veýa que la gente, e unas o dos o tres criadas de casa con quien ella dormía, era ora que se levantasen. Entonçes, por no ser sentida, ýbase acostar. Y como ella hiçiese esto muchas vezes, aconteçió, quiriéndolo Dios porque fuese conoçida, sus compañeras lo sintieron y vieron cómo se yba acostar quando quería amaneçer; y sentían cómo yba muy fría, que solo el fríor de sus carnes las depertava. Y reprehendida muchas vezes dellas, porque no se acostava quando ellas se acostavan, que qué hazía, adónde estava o venía a tales horas, la bienaventurada les respondía con mucha prudençia que alguna neçessidad tenía de venir donde venía. Y como ella no çesase de proseguir en su buena obra y perfeta oraçión, acordó una de aquellas sus compañeras de dezillo a su señora, cómo su sobrina venía tan tarde a la cama, y muy fría, y que ellas no la havían sentido levantar ni visto antes acostar; la qual se angustió mucho quando esto le dixeron. Y mandó a aquella su criada que, con cuydado y en secreto, viese dónde se yba su sobrina aquellas oras, e qué haçía. Luego, la noche siguiente, la moza, viendo que no estava en la cama la bienaventurada, acordó de ponerse a la puerta de la cámara donde dormían con yntençión de çerrarla, pensando la bienaventurada havía salido fuera. Y con este pensamiento llegó a la puerta, y hallola çerrada, y maravillose mucho. Y como estavan ascuras no la veýa, que estava en oraçión delante de las ymágines, y púsose junto a la puerta por verla quando fuese a salir. Y estando allí por algún rato, oyola llorar y gemir. Y la moça, por çertificarse, quitose de la puerta, y fue donde ella estava en oraçión descuydada, que nadie la oýa ni aguardava. Y fue a asir della y sintió cómo estava de rodillas, y desnuda en carnes, y envuelta en áspero siliçio, de lo qual la bienaventurada resçivió gran tribulaçión por ser vista. Y la moza, más maravillada que se podía dezir, disimuló con ella [fol. 8v] por entonçes, y dixo a su señora quán bienaventurada persona hera su sobrina y en quán sanctos y provechosos actos la havía hallado, de manera que su buena vida y obra se divulgó y conoçió por todas las personas de la casa y aun por otras muchas personas, de lo qual ella resçivía muy gran pesar, [dos o tres palabras con tinta desvaída y manchón] pensamiento donde se podía apartar a haçer sus acostumbradas obras que [¿no?] fuese vista, y acordose de un palomar que estava tapiado y sin texado en un corralejo y corrales en aquella casa de su tía. Y tomó una Berónica en que ella tenía gran devoçión, y púsola en un gran pedaço de terçiopelo y, doblándola, traýala consigo. Y todas las vezes que ella podía yba a aquel palomar y ponía la Berónica que traýa en una parte; y con unas cadenas que ella tenía allá escondidas, dávase muy crueles azotes, hasta que le salía sangre de sus carnes, y andava de ynojos, desnudas las rodillas sobre las grigeras y cantos, hasta que se le ollavan. Y con muchas lágrimas y gemidos andava desta manera con la más priesa que podía, considerando que yba por los lugares sanctos y por donde havían llevado a cruçificar a Nuestro Señor Jesuchristo apasionado, como quando llevava la Cuz a cuestas, y que la mirava con sus ojos de misericordia.
Un día de Viernes Sancto tenía esta bienaventurada gran desseo que la llevasen a la yglesia para ver el sancto monumento y adorar y reverençiar a Nuestro Señor Jesuchristo, que estava en él, y pidiolo a su tía. Y no conçediéndoselo, fuéronse todos a la yglesia, y quedó solo ella en casa, acompañada del dolor y compasión que aquel sancto día representava. Y con esta contemplaçión tan piadosa yncose de ynojos delante un cruçifixo con muchas lágrimas, compadeçiéndose de lo qu’en tal día su Dios y Señor havía padeçido. Y fue tanta el agua que de sus ojos manó que mojó la tierra, y del dolor que sentía en su coraçón cayó en el suelo como muerta. Y estando [fol. 9r] con esta compasión, a deshora vido a Nuestro Señor Jesuchristo, o la ymagen de sancto crucifixo muy apasionado y llagado, y pareçieron allí todas las ynsignias e misterios de la Passión, y las tres Marías, todas muy llorosas y cubiertas de luto. Y tantos fueron los misterios e autos de la Sancta Passión que allí vido y sintió, y lo mucho que lloró e se traspasó su coraçón, que quando ya çesó de ver esta revelaçión, la qual vido e oyó corporalmente estando ella en sus propios sentidos e no estando arrovada, quedó tal que pareçía muerta, e su gesto tan difunto e disgustado que quando sus tías y la gente de casa vinieron se maravillaron mucho de la ver tan demudada, y le preguntavan qué le havía acontesçido o qué sentía, que tan desmayada estava, y apremiáronla que comiese y no ayunase aquel día a pan y agua. Y la bienaventurada suplicoles no la quitasen su devoçión, que muy bien podía ayunar, que bien dispuesta se hallava.
Teniendo el tío de esta bienaventurada unos cavalleros por huéspedes en su casa, acaesçió que, haviendo ya çenado toda la gente, haçía luna e noche serena. Salió la bendita a un corral a buscar soledad para haçer sus acostumbradas oraçiones, la qual se puso de ynojos en tierra y empeçó a reçar y orar mirando el çielo con mucha devoçión y atençión. Y estando assí mirando, a deshora vido cómo el çielo se abría, y vido desçender a Nuestra Señora, la Virgen Sancta María, trayendo en sus brazos al Niño Jesús, y pareçíale que venía haçia ella, y la mirava y acatava. Y muy admirada de esto, la bienaventurada, casi enagenada de sus sentidos, no siendo en su mano ni saviendo de sí, dava muy grandes gemidos y gritos, toda muy temerosa, sintiéndose por muy yndigna que viniese a ella; y encomendávase a Nuestra Señora, diziéndole muy grandes loores y haziéndole muy grandes [fol. 9v] ruegos y suplicaçión, cuya voz tan clamorosa de todos los huéspedes y criados suyos y de sus tíos fue oýda. Y no saviendo lo que hera, ocurrieron todos, y como la vieron yncada de ynojos conoçieron estava en oraçión. Y callaron todos, y estuvieron por algún rato mirando por entre las puertas, y oyeron cómo hablava con Nuestra Señora e le haçía muy grandes ruegos. E después de ser haver çertificado bien y visto la maravilla que por entonçes mostrava Nuestro Señor en ella, entraron todos, y habláronla disimuladamente diziéndole que qué haçía. La bienaventurada tornó en sí, turbose en alguna manera en su spíritu porque la havían visto, e respondió disimuladamente diziendo que entonçes se havía puesto allí a reçar. Y como se fue a levantar, cayósele un manojo de nudos en que rezava, y como la vieron los huéspedes, dieron graçias a Dios. Y el uno de aquellos cavalleros diole entonzes un rosario de cuentas en que rezase, diziéndola que rogase a Dios por él.
La bienaventurada, sitiendo que no se podía encumbrir, dávale pena y congoja tres cosas: la una, no tener tiempo y livertad para servir a Dios como ella deseava; la segunda, que hera conoçida de todos la graçia que Dios ynfundía en su sancta ánima; la terçera, el gran desseo que tenía de la sancta religión, de manera que muy públicamente y con mucho fervor y lágrimas pedía de ser religiosa a sus padres y a sus tíos, los quales con mucho desabrimiento la deshechavan, y la menospreçiavan con palabras. Y en espeçial su tío, que la havía criado, le dixo como haziendo burla della: “Mi sobrina quiere ser monja por ser sancta”. La bienaventurada le respondió con mucha humildad: “Pues si lo fuere por la graçia de Dios, rogase por vuestra merçed”.
Y por entonzes no los ymportunó más, no perdiendo la esperanza que Nuestro Señor se lo havía de otorgar, pues ella se lo suplicava sin çesar. Y con esta esperanza fuese a aquel lugar do estava el palomar, y entrando en él puso la sancta [fol. 10r] Berónica y sacó la cadena que tenía escondida y empeçose a dar con ella muy crudamente, porque todas las vezes que ella yba a aquel lugar primero [¿secrestava?] que se pusiese en oraçión. Y hecha su desçiplina, yncó sus ojos en tierra, y derramando muchas lágrimas empeçó a decir mirando a la sancta Berónica: “O, muy dulçe señor mío Jesuchristo, suplico a la vuestra Divina Magestad por reverençia de los misterios, que tal día como oy, día de Viernes Sancto, Vos mi Señor sufristes, y por los dolores y tomentos muy crudos que por me redimir y salvar padeçistes, que me conçedáys esta miel que muchas vezes con ynportunidad he pedido: que merezca yo ser vuestra esposa y entrar en la sancta religión para que mejor os pueda servir y amar, porque ninguna cosa ni ocupaçión mundana desto me pueda apartar. Y esta merçed, mi Señor, supplico a vuestra Divina Magestad no me sea negada en este sancto día”. Y estando la bienaventurada en tan prolongada oraçión, a deshora vido la sancta Berónica mudada y transformada en el rostro y figura de Nuestro Señor Jesuchristo, como si estuviera allí vivo, en carne apasionado, y llagado y corriente sangre; y hablola y consolola con muy dulçes e amorosas palabras, diziendo que havía oýdo su petiçión y resçivía su buen desseo, y los tomava por obra muy açeptable a Él, y le plazía de la tomar por esposa. Y conçediole la religión con tal condiçión que pusiese ella diligençia en ello, que para alcançarlo havía menester alguna interçesión y soliçitud. Y de que Nuestro Señor la hubo hablado y consolado, tornose la sancta Berónica a deshora en su mesmo ser. Y dende aquella hora, buscava y procurava en su coraçón cómo y de qué manera saldría secretamente, que ninguna persona la viese [fol. 10v] yr al monasterio de Nuestra Señora Sancta María de la Cruz, que allí la alumbrava el Spíritu Sancto fuese.
Capítulo III
Cómo esta bienaventurada virgen buscó manera para ser religiosa
Después de pasada la Pasqua de la Sancta Resurrecçión, como ya fuese cumplida en ella la voluntad del poderoso Dios para que fuese religiosa, acordó con ayuda suya de tomar una mañana de madrugada unos bestidos de un primo suyo que ella tenía en guarda, e calzas, y borçeguíes y çinto, y vistiese de hombre para salir sin ser vista e yrse al monasterio llamado Sancta María de la Cruz. Estava dos leguas del lugar donde ella vivía, y de que estuvo bien adereçeda de ávito de barón, púsose ençima los acostumbrados bestidos de muger que ella sólía traer y toda de la mesma manera que acostumbrava, y llamó a las mozas diziendo que hera tarde, y junto con ellas hizo las haziendas de la casa como acostumbrava otras vezes. Y de que todos los de la casa la huvieron visto que esta hera su yntençión, que la virgen, por que se descuydasen della por algún rato y ella pudiese yrse sin que la siguiesen, entrose aprisa en un aparte y quitose los bestidos de muger y púsose un tocador de hombre en la caveza, y arrevoçose una toca de camino, y hechose una capa en el hombro y una espada en la mano; y un lío que tenía hecho de sus aderezos de muger, tomole debajo del brazo y, santiguándose, empeçó su camino, el qual ella no savía sino por oýdas.
Y yendo ella con mucho fervor, el Demonio, que tenía mucho pesar de la tal obra, travajó de le poner tentaçiones y peligros por [fol. 11r] estorvalle tan glorioso viaje, convatiéndola de muy reçios temores y espanto de su padre y parientes, y que no saldría con lo començado. La bienaventurada, como arrepintiéndose de lo que havía puesto en obra, creçiole el temor en tanto grado que le falleçieron las fuerças corporales y le temblava todo el cuerpo, que no podía andar paso, en tanta manera que se huvo de assentar en el mismo camino muy desmayada; y, estando assí, enconmendávase con muchas ansias a Nuestra Señora, suplicándole SSu Magestad la quisiese esforçar y ayudar en tan grande neçessidad para que ella pudiese acavar la obra començada.
Y estando en esta esclamaçión, oyó una voz que le dixo: “Esfuérçate, esfuérçate, esfuérçate, no desmayes, acava la buena obra que as empezado”. Y no vido por entonzes quién la hablava, mas después supo en revelaçión que hera su sancto ángel, en la qual voz se esforzó mucho y se levantó muy alegre, y anduvo su camino. Y, ya que havía andado buena parte d’él, sintió venir tras sí, aunque algo lejos, una persona cavalgando en un cavallo, la qual hera un hombre muy honrado que tenía muy gran desseo de casar con esta bienaventurada virgen y lo havía procurado y rogado. Como ella alçó los ojos y conoçió que hera el susodicho manzebo, y se vido sola en un campo y que por entonzes no pareçía nadie ni aun siquiera un pastor, turbose su spíritu más de lo que se puede pensar, temiéndose por deshonrada e perdida. E alumbrada y esperida en aquella sazón del Spíritu Sancto, pensó en su coraçón de se apartar disimuladamente antes [fol. 11v] que él llegase çerca, y assí lo hizo, que se apartó del camino, y a él le çegó tanto Dios los ojos del conoçimiento que no solamente no la conoçió mal: aun la color de los bestidos de hombre que llevava la bienaventurada le paresçieron a él de otro, y quando pasó por enfrente donde ella estava, dixo en su corazón: “Mira qué cobardía de hombre; qué le havía yo de hazer que en viéndome se apartó del camino”. Y tornando él a miralla vido el lío que la bienaventurada traýa debaxo del brazo, y dixo: “Algún sastre debe de ser que viene de cortar y coser de alguno de estos lugares”. Y con este pensamiento pasó aquel manzebo su camino sin la conozer.
Y de que la sancta virgen se vido librada de aquel tan gran peligro, yncose de hijonos con muy gran fervor y devoçión y empezó con muchas lágrimas a orar y dar graçias al poderoso Dios, que la havía librado. Y suplicando a Nuestra Señora con muy amorosas e dulçes palabras quisiese Su Magestad rogar por ella a su preçioso hijo, y alçando los ojos al çielo, vido a Nuestra Señora la Virgen María yncada de ynojos y puestas las manos a manera que rogava por ella, y díxole: “Esfuérçate, hija mía, que yo rogaré por ti, y te pedía a mi preçioso hijo para mi casa de la Cruz, y él te me crió para eso. E yo te doy las llaves de mi casa para que en ella estés y mandes, y disipes y cortes lo malo, y aumentes el serviçio de mi preçiado hijo y el mío”. Y estas palabras y otras de mucho amor le dixo la Reyna del Çielo, y la bienaventurada, con mucha humildad, dio muchas graçias a Nuestra Señora, y con muy gran consolaçión en su spíritu se levantó a andar su camino.
Y anduvo gran parte d’él, y apartó a un lugar qu’es dicho Casarrubielos. Y por la mucha fatyga y cansançio del camino, que todo havía andado a pie, y llegó a una casa en aquel lugar a pedir un jarro de agua y, como se le dieron, asentose a descansar y puso la espada sobre un poyo y olvidosele allí. Y ya que hera salida de la casa, tornó por ella y dixo: “O peccadora de mí, la [fol.12r] espada se me olvida”. Y estas palabras oyó la moza, que salió a dalle de beber, y las dixo a las personas de aquella casa, diziendo: “Muger es aquel paje que pidió el agua”. Y no creyendo a la moza, no la siguieron.
Y la bienaventurada, llegando al monasterio, entró luego en la yglesia a hazer oraçión, y offreçió su ánima y su cuerpo a su esposo Jesuchristo. Supplicóle la quisiese resçivir en aquella sancta compañía y congregaçión y, de que huvo orado, como no havía nadie en la iglesia, apartose a un rincón della y quitose los bestidos de hombre, y bestiose sus propios bestidos de muger, que havía traýdo consigo. Y de que fue adereçada de muger, fuese al resçivimiento o portería de la cassa, en el qual estava una ymagen de Nuestra Señora, de bulto, de mucha devoçión e milagros. E yncándose de hinojos y puestas las manos con mucho fervor, le dio gracias, porque la havía traýdo a su sancta casa sin peligro de su persona, y dezía con mucha humildad a la sancta ymagen: “¿Qué serviçio podría yo, Señora, hazer a Vuestra Real Magestad por tan gran virtud como esta? Suplícole a mi Señora me dé graçia, que yo perseveraré en serviçio de vuestro preçiosíssimo hijo Nuestro Señor Jesuchristo toda mi vida en esta vuestra sancta casa, y en ella acave mis días”. Entonzes la sancta ymagen la habló, diziéndole: “En nora buena seáys venida, hija, a esta mi casa. Entra en ella alegremente, pues para ella fuysteis criada, y yo te torno a dar la mayoría como te tengo dicho”. Entonçes esta bienaventurada le respondió: “Ay, Señora, que no sé si me querrán abrir la puerta e resçivir estas vuestras siervas”. La sancta ymagen la dixo: “No tengas temor de eso, pues mi preçioso hijo te truxo con su graçia. Él hará de manera que seas resçivida”.
Y levantándose esta bienaventurada delante la sancta ymagen, fue a llamar a la puerta, rogando que la abriesen, y preguntándole la casera de las monjas quién hera o qué [fol.12v] quería, respondió que hera una donzella que quería ser religiosa. La casera le dixo: “Las que bienen a ser religiosas no vienen solas, que sus padres o parientes las traýan”. La bienaventurada le respondió: “Vine en ábito de hombre ascondidamente, que de otra manera no viniera así, mas por amor de Dios me abrid siquiera para que me caliente, que como esta mañana llovió, tomome el agua en el camino, y vengo cansada y muerta de frío; siquiera para que me caliente y me dé por caridad un poco de pan, que vengo muy neçessitada, que si no queréys no digo yo que me metáys allá para religiosa, que, como vine ascondida, presto me hecharán menos mis parientes y me vernán a buscar, y si no me quisieredes, yr me he con ellos”.
Y la casera la metió dentro, en la casería, y la dio de comer y la hizo caridad, siempre preguntándola y examinándola, y la bienaventurada le dava muy çierta entera quenta de su deseo y venida. Y quando la serbienta de la casa fue a la yglesia, vido los bestidos de hombre que havía traído. Pensó en su coraçón no fuese varón que venía con alguna burla o engaño, pero ansí en los cavellos largos, como en los pechos y gestos y en otras señales, se çertificó cómo hera muger, y aun virgen y donzella, y de tierna hedad. Entonzes la dicha serbienta llegó al torno del monasterio y dixo a la portera que quería hablar a la abbadesa. Y quando la fue a hablar el abbadesa, la sirvienta le dixo: “Señora, aquí es venida una donzella de hasta quinze años, que dize que es de Hazaña, y vino sola, en ábito de hombre, y pareçe que trae muy gran fervor de ser religiosa”. El abbadesa, oýdas las palabras que la sirbienta la dixo, mandó llamar a la bienaventurada donzella, e informose muy bien della y de su desseo. Y después que la huvo muy bien esaminado, aunque fingidamente, reprehendiola, porque havía venido de tal manera. Y la bienaventurada la respondió con mucha humildad, [fol.13r] diziendo que su venida no havía sido por otra yntençión ni ocasión sino solo de servir a Dios, y vivir y morir en el dicho monasterio y sancta casa en su servicio, y hazer todo lo que la mandasen, y ser toda su vida su sirbienta.
Entonçes el abbadessa, dando graçias a Dios, entró donde las monjas con gozos, diziendoles: “Hermanas mías, una donzella está aquí que dize que quiere ser nuestra hermana. Creo la trae Dios por milagro, porque nunca havía savido este camino ni vístole”. Y ansí les dixo y relató la manera de su venida, y cómo dezía palabras de mucha prudençia. Las religiosas, oýdas las nuevas que el habadessa les dixo, dieron graçias a Dios, y demandaron liçençia para la yr a hablar y ver. Y ordenándolo la Divina Magestad, a todas les pareçió tam bien quando la hablaron que con yntençión de la resçivir en su compañía, y tuvieron por mucho milagro que no havía sino solos ocho días qu’el perlado mayor dellas havia ydo dela casa, sin el qual perlado no la podían resçivir, o sin su liçençia y mandamiento, y vino en aquella saçón. Y habló aquella bienaventurada, y supo su yntençión y sancto deseo, y con mucha voluntad dio la liçençia y merçed al confesor de las monjas le diese el ávito. Y antes que la metiesen dentro d’el monasterio, vinieron algunos de sus parientes a la buscar y, hallándola en la casería, reprehendáronla mucho porque se havía venido sin liçençia, y les havía dado tanta pena y enoxo. La bienaventurada, pidiéndoles perdón con mucha humildad y vergüenza, les respondió que ya savían ellos su deseo y quánto lo havía demandado, y que pues hera venida a tan preçioso y sancto lugar, çierto havía de ser religiosa en él, y no en otro ninguno. Y viendo el abbadesa y monjas su constançia e lágrimas, que derramava con fervor entrar en su compañía, defendíanla a sus parientes, y conçertáronse con ellos en lo que le havían de dar.
Y dieron el ávito a la sancta virgen con mucha solenidad e alegría spiritual, en presençia dellas, e dieronle maestra que la administra- [fol.13v] se como es costumbre de dar a los que nuevamente son religiosos. Y administrándola su maestra de las cosas que havía de guardar, según Dios y la regla de su orden, que en la profesión prometen de guardar, díjole que havía de tener silençio todo un año, que no havía de hablar sino con las perladas y con ella, y quando confesase; del qual silençio ella holgó mucho, porque de natural hera muy amiga d’el. Y ansí empezó a hazer vida marabillosa y muy provechosa para los que la savían e oýan.
Su bestido hera muy pobre e humilde, muy más qu’el de las otras religiosas. Traýa túnica de sayal, e una saya muy vieja y remendada, e el ávito lo mesmo, e unos alpargatas en los pies, e lo más del tiempo andava descalza, e la más gruesa cuerda que ella podía haver se çeñía. Y en la caveça una albanega de estopa, y ençima lo más despreçiado que ella tenía y, devajo de esto, que no se lo vía nadie, un muy áspero siliçio, el qual nunca se quitava de noche ni de día. Estas muy graves e ásperas penitençias hazía. Era su paçiençia cosa maravillosa de mirar e oýr, que no solamente holgava de ser menospreçiada y reprehendida sin culpa, e levantados testimonios e ynjuriada de qualquier manera que quisiesen fatigalla: deseava tormentos e llagas, heridas, dolores, frío e cansancio, e todas maneras de penas por amor de Dios. E no solamente en el año del noviçiado tuvo esta manera de vivir e tan perfetas obras, mas todo el tiempo de su vida guardó el silençio tan perfetamente que ninguna palabra la oýan hablar en todo el año, si no hera con su maestra abbadesa e vicaria, y esto siendo preguntada.
Hazía penitençia con la boca trayendo en ella ajenjos amargos por la guarda del silençio, con mérito de penitençia, por el amargor de la yel e vinagre que dieron a Nuestro Señor Jesuchristo. Traýa siempre en su memoria la su muy cruda e amarga passión. De muchas maneras hazía esta bienabenturada penitençia con la boca, algunas vezes trayendo una piedra algo grande que le dava dolor, [fol.14r] e otras vezes tomava en la voca aguas, y teníalo tanto espaçio dentro hasta que del dolor no la podía sufrir. Tomava con los lavios un candelero mediano, y teníale tan largo rato por la parte donde se pone la candela hasta que le dolían las quijadas. Pensava hella que guardar silençio sin penitençia de dolor no sería ante Dios serviçio açeto ni sabroso.
Heran sus ayunos muy perfetos, e mucho assí espiritual como corporalmente, que no solo usava dende su niñez ayunar ordinariamente comiendo una vez al día, mas aun estar tres días con sus noches sin tomar ningún mantenimiento corporal. Y no solamente ayunava de comer, mas aun de dormir. Hazía penitençia e ayunava, e tenía puesta entre sí tal tasa que dezía e considerava en su corazón: “Pues las personas, quando ayunaban, no comen hasta mediodía, e después de haver comido una vez, pueden tomar alguna refeçión de vever entre día, e alguna colaçión a la noche, de esta manera será bien ayunar del sueño hasta medianoche, y después, la comida de la medianoche serán los maytines e offiçio divino; e a la mañana, en lugar de vevida o colaçión, tomar un poco de sueño corporal para sustentar la naturaleza”. Y para bien cumplir e poder hazer perfeto su ayuno del sueño, sin quebrantarle en ninguna cosa, acordó de tener esta manera.
Como todas las religiosas acostumbran dormir juntas en un dormitorio y en medio d’él tienen una lámpara ençendida, como quiera que cada una esté en su cama por sí, llevava esta bienaventurada una rueca a prima noche a su cama, y quando veýa que todas las religiosas heran recogidas e dormidas, tomava su rueca e ylava cave su cama, a vezes en pie e otras de ynojos en tierra, rezando con gran fervor, e otras vezes contemplando en la Passión de su amado Christo hasta que tañían a maytines.
Como hera esta sancta virgen tan cuydadosa de aprovechar en el [fol.14v] spíritu, quando travajava corporalmente endereçava con su pensamiento e limpia intençión todos aquellos serviçios e travajos que hazía por la sancta obediençia a la persona realíssima e divina del poderoso Dios. E contemplando, dezía entre sí mesma que hera su moza y esclava, y los platos que fregava e todas las otras cosas pensava que heran de oro e de piedras preçiosas para en que comiese su Alta Magestad. Y quando barría, contemplava la escoba: hera un manojo de rosas y flores muy olorosas con que alimpiava e adornávalo sus estrados. Y quando guisava de comer, contemplava: heran muy preçiosos y delicados majares para que comiese su Divina Magestad y la Virgen Sancta María, su madre, y todos sus sanctos. E ansí lo offreçía ella, y de esta manera y de otras muchas offreçía esta bienaventurada sus travajos corporales ante la Magestad Divina.
Queriendo Dios darle a conoçer que los misterios que ella veýa en el Sanctíssimo Sacramento le heran mostrados por singular graçia e don que Él le dava e hazía, acaeçió que fue a comulgar siendo noviçia y, comulgando, no vido ni sintió por aquella vez ningún gusto ni mutaçión en el Sanctíssimo Sacramento; de lo qual se angustió mucho en su spíritu, y resçivió tan gran tristeza e afliçión que no se pudo contener sin yr luego a su confesor a dezirle su gran pena. Y con muchas lágrimas se lo contó, diziendo pensava haver comulgado en peccado mortal e muy yndinamente, pues no havía sido dina ni mereçedora de ver ni gustar a Nuestro Señor Jesuchristo, sino assí como se estava la hostia antes que se consagrase. Al qual llanto y loable desconsuelo el confesor la respondió, diziendo: “Consolad vos, hija hermana mía, que no por eso comulgastes vos en peccado ni yndinamente, que eso que vos dezís que no fuysteis dina de ver ni sentir, ninguna persona lo ve, ni es digna dello; como quier que las [fol.15r] mutaçiones del pan en la carne de Jesuchristo sean muy çiertas y verdaderas e artículo de fee, enpero presençialmente no se ve tal cosa, que con la fee sola se á de creer, y por eso es más meritoria”. Entonzes la bienabenturada se consoló, e dio graçias a Dios con nuevo don del Spíritu Sancto de conoçimiento de los señalados dones y merçedes que hasta entonzes su Divina Magestad le havía hecho, y con muy profunda humildad se hallava yndina dello.
Oyendo esta sancta virgen leer una liçión en el libro llamado Floreto del glorioso padre sant Françisco, cómo havía mandado yr a un frayle desnudo en carnes a predicar, pensó entre sí: “Si el padre sant Françisco mandava yr al frayle a predicar desnudo no teniendo peccados, cómo yo no yré a confesarme de los míos e desnudarme dellos, desnuda en carnes e yriéndolas con piedra y palo a cada peccado que dixere. Encomiéndome a Dios y a vos, padre sant Francisco, y sola la cuerda ceñida a mi cuerpo y cuello quiero yr a confesar como malhechora, y por tal me pregonaré ante Dios y mi confesor frayle de vuestra sancta orden”. Y con este pensamiento, llevando a Jesuchristo y a su Passión en su coraçón, y arta contriçión de sus peccados, entró en el confisionario, el qual es de manera que no se puede ver ninguna cosa de una parte a otra, que ay pared en medio e una regeçita de yerro a manera de rallo espeso, y ençima un belo grueso. Y empezó a confesar yncada de ynojos, con muchas lágrimas. Y hera tiempo de mucho frío, y como ella lo sintiese tanto, empezó a dar muy grandes temblores del gran frío que sentía, de manera que no lo podía encubrir; y fue tanto que la habló el confesor, pensando que hera enfermedad, y díxole: “¿Estáys enferma, hermana, tenéys çiçiones, que templáys tanto?”. Respondió la bienaventurada que no, que de frío lo hazía. Y acavada de confesar, [fol.15v] salió del confisionario. Y ella, que se empezava a vestir, y otra religiosa que yba a confesar, vidola, y entró en el confisionario, y dixo al confesor que riñese a Juana de la Cruz por tan áspera y estremadas penitençias como hazía, que entró a confesar desnuda como naçió. Y el confesor le respondió: “Verdaderamente yo la sentí temblar muy reçiamente, y pensé estava enferma y preguntele si lo estava, e dixo que no”. Y de allí adelante no solamente en hymbierno, mas aun en verano le preguntava quando yba a confesar si yba cubierta y, si no, no la confesaría.
Todas las vezes que esta bienabenturada yba a confesar, resçivió el confesor singular consolaçión en su ánima y dotrina maravillosa para la enmienda de su vida. Y no solamente este, mas todos los otros padres que la confesaron mientras ella vivió en este mundo dezían que sus peccados se podrían llamar alumbramiento y aviso de conçiençia. Dezía, quando hera muy ymportuna de sus confesores les dixese lo que sentía en su spíritu, que más vergüenza tenía de contar las cosas de virtud y graçia que Dios le havía dado que no de dezir sus peccados, porque esto hera de sí propia y lo otro hera de Dios y de su misericordia.
Siendo coçinera esta bienaventurada, algunas vezes hera reprehendida de su compañera y de la provisora, no contentándose de lo que hazía, y se le mostravan enojadas. Ella, no respondiendo ninguna palabra, con mucha humildad, yncados los inojos, les dezía la culpa. Ellos diziéndole con enojo que se fuese de allí, muy angustiada ýbase al coro, y suplicava al Señor le perdonase la pena que havía dado a su hermana y le quitase la turbaçión que tenía con ella. Estando en esto, tornávala a llamar su compañera y dezíale qué haçía en el coro. La bienaventurada la respondía con mucho amor humildad: “Suplicava a Nuestro Señor, Su Magestad, le perdonase la turbaçión que fue causa, hermana mía, de os dar; e os diese su graçia, me perdonásedes e os quitase [fol.16r] la turbaçión que conmigo teníades”. Oyendo la compañera e la Provisora la respuesta, edificávanse en tanto grado que por algunos días les durava muy gran compunción e lágrimas en lo secreto de su coraçón. Y esta oraçión hazía todos los que la reprehendían e angustiavan. Yendo un día al pozo llevava un barreño con carne para lo lavar, y topó con él en una piedra, y quebrose y cayó en el suelo hecho dos o tres partes, y vertiose todo lo que en él llevaba. Y a la sazón encontró con ella una religiosa, y díxole: “Pues eso, hermana, ¿cómo se a quebrado el barreño?”. Ella respondió: “Ay, no sé”. Y diziendo esto, yncó los ynojos en tierra, y tomó en sus manos los pedazos del barreño, e juntolos e alçó los ojos al çielo, e hiço su oraçión. E luego, a deshora, fue el barreño sano y tan perfeto como de primero estava, y levantose muy alegre y hechó dentro la vianda, y fue a hazer su offiçio. La religiosa, que esto veýa muy maravillada, le dixo: “¿Qué es esto, hermana? ¿No estava este barreño en el suelo hecho pedazos, cómo está ya sano?”. Y la bienaventurada le respondió con mucha humildad, diziendo: “Ansí es, señora, mas el Señor a tenido por bien de rremediar por su bondad lo que yo havía hechado a perder por mis peccados”. Y la religiosa tomó el barreño en ausençia della y llevolo a mostrar a las monjas del convento, y contoles el milago que havía visto. Y tornando el barreño en serviçio de la cozina, duró sano por dos o tres años en testimonio.
Hera esta sancta virgen muy prudente, y muy reverenda en sus pensamientos, e de mucha discrepçión y capacidad, y de gesto muy hermoso y de gran gravedad, adornada de mucha humildad y actos honestos y perfectos. Tenía presençia de muy grande autoridad. Hera de amigable conversaçión y de mucha piedad, y admirable consejo e provechoso a las [fol.16v] ánimas y a los cuerpos, y de muy graçiosa habla y de mucha mansedumbre. Hera mesurada en su risa, y provocava a quien la oýa y veýa a más devoçión que a risa bana. Llorava muy sereno y sin mucho clamor, salvo quando se elevava, que salía de sus sentidos en algunos pasos de la Pasión, que entonzes no hera su mano, porque el Spíritu Sancto gemía y llorava en ella e la hazía dar algunos devotos sospiros con algunas palabras del paso o misterio que estava contemplando. Hera de mucha cortesía y muy grande crianza, y humilde en todo, y holgava más de hazer a qualquier persona demasiada reverençia y honra que no de menos. Hera ygual a todos, tratando a cada uno según su estado y manera. Hera de mucha verdad, y no a lo contrario ni aun en burla, e muy secreta y callada en todas y qualesquier cosa que le heran dichas e descubiertas de tribulaçiones e angustias o cosas de otra qualquiera calidad que en secreto le fuesen dichas o descubiertas. Fue remediadora de muchos y graves daños, e libradora de grandes peligros presentes e por venir. Hera de tan gran sanctidad que jamás prejudicava a sus próximos ni los agraviava, aunque fuese en burla. Llegándose a ella las monjas de su convento, como dellas e de todos hera conosçida, rogávanle en secreto les dixese cómo harían la oraçión que agradasen a Dios con ella y aprovechasen en su spírictu. Respondía: “Yo no tengo qué deziros, señoras, mas como peccadora, direos lo que hago quando yo no offrezco al Señor la oraçión bañada en lágrimas muy fervorosas salidas del coraçón, e lloradas por amor divinal y compasión de Nuestro Señor Jesuchristo, o por sus gozos y misterios: la tal oraçión hecha de otra manera no la tengo por digna de ser resçivida ante el acatamiento divino, ni tanpoco me pareçe ser muy fructuosa ni a mi ánima se abasta ni consuela, [fol. 17r] ni tengo por entera oraçión la que es algo tibia y relaxada. Mas doos por consejo, señoras mías, que no offrezcáys a Dios solo un sacrifiçio, mas tres e quatro, e más si pudiérades, porque cada hora podría qualquiera persona offreçer a Dios tres sacrifiçios prinçipales, los quales son estos: el primero, el afiçión y contemplaçión muy viva hecha dentro del coraçón e ánima; el segundo, oraçión vocal e graçias e loores a la Magestad Divina sin çesar; el tercero, alguna penitençia, e golpes e heridas dadas secretamente. Y aun para deshechar la azidia, se puede añadir lavar de manos. Y haviendo soledad e tiempo sufiçiente, es bueno haver lavatorio, e fuentes de lágrimas lloradas de contriçción de los peccados o por compasión de la Passión de Nuestro Señor Jesuchristo. Y entonçes podrá qualquier persona dar çinco sacrifiçios offreçidos en reverençia de las çinco llagas de Nuestro Señor, y quando esto no se pudiese hazer tan secreta y ascondidamente, podrán offreçer tres en reverençia de la Sanctíssima Trinidad, estos sin ser vistos ni sentidos de ninguna persona”.
Capítulo IV
De cómo esta bienabenturada comulgava spiritualmente
Procurava esta sancta virgen de, en amanesçiendo asta estuviese en el coro, en los offiçios divinales o en otra qualquier parte, o en ocupaçión y trabajo corporal, de apartarse para comulgar spiritualmente, pues no podía corporal e sacramentalmente cada día e hora como ella deseava, porque hera tan devota del Sacramento del Altar e de le gustar contino que nunca otra cosa quisiera hazer noche y día sino artar y abastar su ánima deste manjar del Çielo. Y por el mesmo [fol. 17v] Dios y Señor fue mostrado y revelado a todas las monjas del convento, por palabras formadas que, por la boca della, estando enajenada de sus sentidos, hablaba e pronunçiava el Spíritu Sancto, que tanto hera el gozo e gusto que esta sancta virgen sentía en el Sancto Sacramento que no solamente comulgava cada hora y momento, mas cada vez que resollava e tornava el resuello, adentro comulgava en spíritu, e reçevía a Dios, e sentía el dulçor y savor del Sanctíssimo Sacramento, e la consolaçión e abastamiento de ánima que sentía las vezes que sacramentalmente comulgava. E dava muchas vozes a Nuestro Señor por tan copioso benefiçio, y dezía: “O, Señor mío y Dios mío, qué buen comulgar es este, sin ser de nadie visto ni sentida, ni dar pesadumbre a los padres de penitençia, y sin resçivir fastidio ni ocupaçión el cuerpo, y sin ser oy reverençia, frequentaros tantas vezes, ni dar cuenta de mi desseo a ninguna criatura humana sino a Vos, mi Criador e mi Señor, que por hazerme a mí tan grandes merçedes, después de me haver criado a vuestra ymagen y semejanza e redimídome por vuestra preçiosa muerte e pasión, me recreáys e artáys a mí, peccadora yndina, de los muy dulçes e sabios majares de vuestro Sanctíssimo Cuerpo y Sangre”.
Estando esta sancta virgen en la casa de la lavor, víspera de los sanctos apóstoles San Pedro y San Pablo, vido una figura de todos los doze apóstoles como quando cada uno acava de espirar, e luego, a deshora, vido doze sepulcros muy hermosamente labrados e abiertos, e que salían dellos los doze apóstoles bestidos todos de blanco, e sus personas dellos más alvas que la nieve, e levantávanse, puestas las manos juntas, como que adoravan al Señor, e le davan graçias. Y ella, muy maravillada de ver esta visión, deseava saber por qué pareçían los sanctos apóstoles que salían de los sepulcros [fol. 18r] como difuntos, estando ya en el Çielo todos glorificados, e no haviendo muerto ninguno dellos de su muerte natural, mas de muy crueles martyrios por amor de Dios. Estando con este desseo e pensamiento, a deshora vido todos los sanctos Apóstoles a deshora vestidos, ordenados muy ricamente, y coronados e cubiertos de pedrería e muy alegres y gloriosos, e Nuestro Señor Jesuchristo en medio dellos, dándoles muy grandes premios, e gozos e galardones, por los travajos e buenas obras que por su amor, estando en el mundo, havían hecho. Ansimesmo le fue mostrado que levantarse los sanctos apóstoles de los sepulcros hera significaçión cómo todos havemos de ser muertos y resuçitados quando Dios nos llame el día del juyzio, e cómo Nuestro Señor Jesuchristo haze fiesta e llamamiento en el Çielo a todos los sanctos apóstoles juntos el día que es fiesta de qualquiera dellos, e como la Yglesia militante, los días de las tales fiestas, siempre haze triunphante memoria de los martirios y muerte de los sanctos que pasaron por amor de Dios e de la vida eterna e bienaventuranzas, que por ello les da el Señor e a todas qualesquier órdenes de sanctos y sanctas, quando es fiesta de uno o de una en especial, junto con Él a todos los de aquella orden, les hazen fiesta en general.
Estando en la casa de la lavor esta bienaventurada, trabajando en lavor como todas, pensava en su coraçón qué cosa tan alegre sería, y hermosa de ver y acatar, a Nuestra Señora la Virgen Sancta María con el niño Jesús en los brazos. Y creçiendo en ella estos desseos y fervoroso amor, a deshora vido a la Reyna de los Çielos y Madre de Dios, y con el niño Jesús en brazos. Y la hermosura y dulzura, assí de la madre como [fol. 18v] del hijo, hera cosa ynefable y enposible ‒dezía ella‒ esplicar y dezir con lengua humana. Y quando assí vido a Nuestra Señora, hera grandíssimo gozo. E postrada su ánima delante della, con muchas suplicaçiones le pedía le tuviese por bien de rogar a su preçioso hijo e Señor suyo por ella, e se le dar para ella se consolase. Nuestra Señora la respondió con palabras de reprehensión, diziendo: “Tú no ves que heres peccadora, e que no hazes bien todas las cosas en que mi hijo se aplaze. Por eso no heres digna que yo te le dé; antes te quiero reprehender, porque no heres aún perfeta esposa, ni tal qual mi hijo mereze”. E viendo la reprehensión de la Reyna de los Çielos, muy humillada conoçió sus culpas. No perdiendo la esperança de alcanzar su petiçión, proçedía en sus ruegos, prometiendo con el ayuda suya y de su preçioso hijo la enmienda. Entonzes, la Madre de Misericordia volvió sus hojos al piadoso hijo que en sus brazos tenía, y suplicole que tuviese por bien de se consentir dar aquella persona, que con tanto ahínco le pedía. Y el dulçe Redemptor hizo de señas que le plazía, y luego la Reyna de los Çielos estendió sus brazos y diole el Niño Jesuchristo. E la bienaventurada estendió el escapulario, porque sus manos le pareçían no heran dignas para tomar en ellas el thesoro del Çielo, e resçiviole en sus brazos. E por aquella vez le gozó muy copiosamente a Él y a su bendita madre, la qual le habló muy dulçemente, e le dixo: “Toma, hija, el preçioso fruto de mis entrañas, e gózale, que estos son mis deleytes, darle de muy buena gana a los christianos, y más a los que más me sirven e aman. Y assí te le encomiendo yo agora a ti y a todos sus amigos y míos que me le améys [fol. 19r] y sirváis, e tratéys muy bien, y no me le hiráys y lastiméys por vuestros peccados, porque Él es todo mi consuelo, y gloria y Señor del Çielo, y de la tierra, de todas las cosas. E por los humanos quiso ser niño chiquito e pobre, e padeçió mucha ambre, sed, frío, cansancio, y quiso ser flaco, e llagado e doloroso, e sobre todo muerto. Aved compasión d’Él todos los humanos, pues por Él soys redimidos e hechos salvos”. E mostrava mucho sentimiento de los peccados e yngratitud hecha contra ella e su preçioso hijo, e ansí çesó por entonçes esta revelaçión.
Estando esta bienaventurada en el confesionario a hora de missa, e diziéndola en la yglesia, tañeron las campanillas que querían alçar, y el confesor díxole que saliese a ver e adorar al Señor, y que él también yría a haçer lo mismo. Y como el coro y red estava lejos del confesionario, por presto que ella salió, quando llegó al medio de un portal que está junto a la iglesia, ya alçaban. Y hincose allí de rodillas, con gran desseo y fervor de spíritu, e adorando allí al Señor, pues no podía verle con los ojos corporales, estando assí de hinojos, vio abrir la pared casi toda, a la larga, de manera que vido el Sanctíssimo Sacramento, y le adoró. Y vido al sacerdote, que le tenía en las manos, e toda la yglesia e las personas que en la misa estavan, e las conoció. E assí como huvieron alçado, se juntó la pared. E estando todavía de hinojos, medio enagenada de sus sentidos, quando se tornó a alçar la segunda hostia, se tornó a abrir la pared como la primera vez, la qual tenía en ancho una bara, y el çimiento de piedra e cal hasta una tapia en alto. E quando la pared se abrió, fue por el çimiento. Y quiso el poderoso Dios que este milagro no fuese encubierto, antes quedase muy señalado para mientras el monasterio durase, e fue la señal que, quando se juntó la pared la postrera vez, por donde se acabó de çerrar quedó una piedra muy diferente de las otras, por quanto quedó blanca e partida en tres partes, como a manera de cruz, y las otras piedras del cimiento están todas [fol. 19v] muy morenas. E las monjas del monasterio tenían siempre puesto un belo negro delante esta piedra en señal y reverençia del milagro.
Siendo esta bienaventurada compañera de la portera, tenía muy consolados assí a los de fuera como a los de dentro, así por obras de caridad como por palabras, e consejos consolables y alumbradores de las ánimas, con el qual offiçio no se apartava de la contemplaçión ni cesava de tener en su spíritu mucho gozo y consolaçiones spirituales. Y quando respondía a los que llegavan al torno, pensava que heran ángeles del Çielo o sanctos o sanctas, según se endereçava su contemplaçión. Y el torno considerava que hera cuna o brezo de oro muy resplandeçiente en que meçía al Niño Jesuchristo. Quando volvía el torno para dar o tomar alguna cosa, en muchas vezes le aconteçía, volviendo el dicho torno con este pensamiento, ver al Niño Jesuchristo, con bulto muy claro y gesto muy alegre, y dulçe y amoroso; la hablava y consolava, y abastava de graçia y dones divinales. E otras veçes veýa grandes revelaçiones en la mesma portería hasta perder los sentidos corporales.
Hera tan humilde y paçiente en todas las cosas que le heran mandadas que le acaeçía algunas vezes dezirle la compañera de la portería: “Trae recado para dezir misa”, y como ella hera sacristana, aunque ayudava a la portera, llevava lo mejor que podía. E la compañera, no agradándose del hornamento, se le arrojava con enojo, y sin responder ninguna palabra le tomava, y lleva[va] otro, y tanpoco se contentava, de manera que la haçía yr y venir tres o quatro vezes. Y tan paçiente yba la postrera vez como la primera. Oyendo palabras reprehensibles, e barriendo y adereçando la parte con mucha diligençia y limpieza, e proveyendo todo lo que hera menester, venía la compañera a la sazón y reprehendíala con mucho [fol. 20r] desabrimiento, diziendo: “¿Pensáys ahora vos que todo esto está muy bien hecho? Pues a mí no me pareze assí”. Y con enojo e palabras injuriosas, quitando y puniendo de una parte en otra, deshaçía lo que estava hecho, y pisava con los pies lo que havía regado, y hechávale paja ençima, e haçíalo como lodo, diziendo: “Assí mereçe ello estar, pues vos lo havéys hecho”. Entonzes la bienaventurada, yncada de ynojos, dezíale: “Digo mi culpa, hermana mía. Ruegoos, por amor de Dios, me perdonéys e perdáys el enojo, que yo me enmendaré”. Y en su secreto rogava mucho al Señor por ella, que la consolase su ánima.
Estando esta sancta virgen un día negoçiando al torno, a deshora vido en él al Niño Jesuchristo. Y queriéndole ella tomar para se gozar con Él, tomole Nuestra Señora la Virgen Sancta María en sus braços. Y assímismo pareçió allí a deshora, y voló en alto con Él, y yba acompañada de muchedumbre de Ángeles, e todos yban tañendo y cantando, e haçiéndole muchos géneros de serviçios. E angustiándose mucho esta bienabenturada porque tan en breve se yban la madre y el hijo, hablola la clementíssima Reyna de los Çielos, diziéndola: “Hija mía, vente a la diestra parte de la casa, hazia adonde están las higueras, que allí me hallarás”. Ella, oyendo esto, desocupose lo más presto que pudo, y fuese para allá muy aquejadamente, mirando por todas las partes del corral [¿opuesto?] por ver si vería lo que su ánima desseava. En no viéndola, con mucha congoja se açercó hazia una parte do estava la casa del horno, porque allí le pareçía que oýa sonidos divinales. E habriendo la puerta, vido muy gran claridad, y entró dentro, y halló lo que con mucho fervor buscava, que hera a Nuestro Señor Jesuchristo y a su bendita madre con muche- [fol. 20v] dumbre de ángeles y huestes celestial. E prostándose en tierra, gozó de ynefables gozos e de hablas muy secretas. Y estava tan enagenada de sus sentidos de las cosas terrenales, e tan ocupada en los çelestiales, que la llamavan con la campanilla del convento acostumbrada para llamar a las officialas, e nunca lo oyó. E la humildíssima Madre de Dios la dixo ansí: “Hija, ve a la obediencia, que te an llamado tres vezes con la campanilla, e nunca la as oýdo”. Y esta bienaventurada, obedeçiendo el mandamiento de Nuestra Señora, fue luego adonde hera llamada. E haziéndolo lo más apresuradamente que pudo lo que le mandavan, tornose a yr a la dicha casa del horno, adonde se havía estado con Nuestra Señora. E quando vino al llamamiento de la campanilla, acatándola las religiosas el rostro, viéronsele muy resplandeçiente, e olieron muy suaves olores que traýa consigo. Y como tan apresurosamente se tornó a volver a la dicha casa, siguiéronla, e vieron cómo entrava allí y, escuchando, oyeron cómo hablava con Nuestra Señora, y dezía con muy grande humildad: “O, Señora mía, Madre de Dios, ¿cómo esta vuestra alta Magestad en [sic] tan humilde para conmigo, peccadora, que yéndome yo e dexándoos, mi Señora, qual volví os torné hallar aquí?”. E la Reyna de los Çielos la respondió, diziendo: “Hija mía, hallásteme porque fuiste a cumplir la obediencia, de la qual mi hijo y yo somos tan amigos, que Él por ella desçendió del Çielo, e passó muerte y Passión; e yo también, por la mesma obediencia, mereçí ser Madre de Dios, porque es de gran mereçimiento el fruto de la obediencia, e resçívela Dios por açertable beneffiçio, y son bienabenturados los que a Dios y a sus mandamientos obedeçen”. E assí se supo esta revelaçión, que de ella no pudo ser encubierta.
Estando esta bienaventurada [fol. 21r] en el offiçio de la portería, vino a ella una religiosa, la qual tenía mucha neçessidad de alguna refeçión corporal, con yntençión de pedille alguna cosa de comer para su neçessidad, y hallola hablando con otra religiosa. Y viendo que no havía dispusiçión para la poder hablar, volviose disimuladamente y, pasando un poquito de yntervalo, desocupándose, supo por graçia de Dios la neçessidad que aquella religiosa tenía, y lo que le yba a pedir. Y tomando en su manga lo que que le pareçió havía menester, fue a buscarla al convento, e llegándose a ella diole lo que llevava, e díxole: “Tomad, hermana, lo que me ýbades a pedir denantes”. Y la religiosa, muy maravillada, diole graçias por la caridad que le haçía, e díxole: “Gloria sea a Dios, que os lo reveló, que yo no lo he dijo a ninguna persona”.
Estava una religiosa enferma de tercianas, e tenía devoçión e pensamiento que si comía alguna cosa de lo que esta sancta virgen mordiese, se le quitarían las çeçiones. Y estando con el açidente de la çeçión, entró donde estava, e Dios, que lo quiso, havía resçivido alguna refecçión corporal. E tomando la enferma secretamente un poquito de pan de lo que ella havía tomado en su mano e mordido, comiolo con mucha devoçión, e luego a la hora se le quitó esta çeçión y calentura, que no le vino más. A esta misma religiosa le vino una enfermedad muy reçia y peligrosa, y fue que le nasçieron dos caratanes en los pechos. Y encomendose con mucha devoçión a esta bienaventurada que rogase a Dios por ella, y ella le respondió lo haría con mucho cuydado, aunque yndigna, e mandole reçar çierta devoçión e poner ençima unos pañitos de agua bendita. Y assí fue sana y guareçida desta enfermedad, por la misericordia de Dios e ruegos desta bendita sancta. Viniendo una muger en romería a la sancta yglesia de Nuestra Señora de la Cruz [fol. 21v] traýa vna hijita suya muy enferma de muy gran mal de coraçón, y habló con esta sancta virgen, rogándole que metiese luego en el monasterio a aquella niña e la santiguase, e le pusiese la mano sobre el coraçón. Y ella lo hizo ansí, por la caridad como la muger lo pedía, y santiguándola rogó a Dios por ella. Y plugo a su Divina Magestad que la niña fue sana y guareçida de aquella enfermedad.
Dezía muchas veçes esta bienabenturada que, quando comía o vevía, tomava gusto en aquel manjar corporal, pues savía ella Dios hera todas las cosas, y en todas las cosas le podía hallar. Y con este pensamiento y contemplación que siempre tenía puesto en Dios, en cada bocado que comía o trago que vevía hallava dulçedumbre y gustos divinales; tanto que, estando muchas vezes comiendo corporalmente, se arrovaba en spíritu, hasta ver los secretos çelestiales y la visión de Dios e los spíritus angélicos.
E creçió tanto en esta graçia de elevarse y perder los sentidos corporales con el gusto spiritual que, donde fuera que aquella graçia le tomava, se quedava como muerta, aunque muy hermosa, aora fuese en el coro o refitorio, o en otro qualquiera lugar de la casa, a qualquier hora del día o de la noche que hera la voluntad de Dios, e muy a menudo, y no a una hora, ni breve el spaçio de tiempo que estava elevada, mas tres horas, y cinco, y siete y doze −esto al prinçipio de sus elevaçiones−. E andando el tiempo, diole Nuestro Señor muy copiosamente esta graçia, que estava un día y una noche, e algunas vezes quarenta oras. Y la primera vez que esta bienabenturada se elevó delante el convento fue a siete años de su bien empleada religión. E todas las religiosas vieron en ella muy grandes mutaçiones, las quales en ninguna de sus elevaciones, que adelante muy continuas tuvo, nunca más en ella fueron vistas. Viéronla propiamente como difunta, assí en el gesto y ojos e labios como en el descoyuntamiento [fol. 22r] de todos sus miembros, lo qual adelante nunca más tuvo cosa de aquella manera; antes en aquellos tiempos e ratos estava muy más hermosa y colorada que quando estava en sus sentidos.
Después que fue tornada, ymportunáronla mucho las religosas les dixese qué hera lo que havía sentido. Y ella, por entonçes, no les dixo ninguna cosa, hasta passados algunos días que, hablando con el sancto ángel su guardador, le dixo quán ymportunada hera de sus hermanas las religiosas les respondiese a tal pregunta que le havían hecho. E dada por el sancto ángel la liçençia de voluntad de Dios, les dixo esta sancta virgen: “Señoras, quiero satisfazer vuestro desseo, pues desseáys saver qué es lo que vi y sentía aquella vez que dezís que acá en el cuerpo estava muy demudada, a manera de muerta. Yo me vi en un lugar escuro, donde huve mucho temor, y apareçió allí un ángel lleno de resplandores, que alumbró aquellas tinieblas, al qual después acá he conoçido que hera el sancto ángel mi guardador. Empero no le osé hablar ni preguntar, mas mirávale, que se gozava e deleytava mi ánima de verle tan hermoso. E conoçiendo él el demasiado temor que yo tenía, hablome, diziendo: ‘No ayáis miedo ni temor’. E dicho esto, acatome, y mirándome, como que lloró. E por entonçes no vi más, sino tornome acá. Pero como otras vezes le he visto y hablado, y perdido el temor, e cobrale entrañable amor, porque es de muy dulçe conversación. E suplicándole, le pregunté me dixese por qué havía llorado aquella primera vez que le vi en la escuridad, que entonçes de temor e reverençia suya no se lo osé preguntar, e respondiome, diziendo: ‘Por compasión que huve de ti, lloré de verte cercada de muchas persecuçiones que has de tener. E te as de ver en ellas así de enemigos spirituales, que son los demonios, como temporales, que son las criaturas de la Tierra, e de muchas enfermedades y maneras de tribulaçiones que as de pasar; e de ver que tu spíritu estava [fol. 22v] fuera de tu cuerpo, y hera voluntad de Dios que tornases a él’. E yo preguntele: ‘¿Pues cómo, señor, dize, si allá en la Tierra que los sanctos ángeles no pueden llorar, y vos, señor, dezís que llorasteis? Y a mí así me pareçió que lo vi’. Respondió: ‘No te maravilles, que assí como el Señor nos da poder e liçençia que tenemos estos cuerpos con que pareçemos los mesmos ángeles como en bulto humano, assí Él nos da liçençia e poder que mostremos algunas veçes sentimientos como de dolor, con vestigios de lágrimas, en tiempos y cosas convenientes, a compasaçión y charidad como es aver compasaçión de la pasión de Nuestro Señor Jesuchristo; o quando vemos que se van las ánimas de los christianos al Infierno, en espeçial aquellas que el poderoso Dios nos da en guarda, e las tenemos en nuestro cargo; o quando vemos la sancta Yglesia e sancta fe cathólica seca, e quando vemos que ay muchos pecados, e las personas christianas del mundo están en ellas olvidando a su Dios de estas tales cosas, havemos muy gran compasión los ángeles, e lloramos por ello quando Dios quiere. E verdaderamente te digo que si el Señor Dios fuera servido, no quisiera yo que más desde aquel día te mandara Su Magestad tornar al cuerpo. Supliquelo a su muy alta grandeza, e respondiome: ‘Déxala, que ansí la quiero yo que vaya y venga. Y quiero ver qué muger será, y como peleará hasta que venga su ora’. Yo, vista la voluntad divinal, callé en aquel caso. Y supliquele, pues hera servido, tuvieses toda tu vida esta graçia de elevarte, no fuese con tanto trabajo, como fue la primera vez. Su Divina Magestad me lo otorgó, y que antes sería con demasiado gozo, e otras veçes con amor e compasión suya. E dende aquella hora tuve, e tengo, e terné mucho cuydado de ti, e procuraré de te consolar con mucho cuydado e todas mis posibilidades, e quanto fuere la voluntad de Dios de me dar liçençia’”.
Tuvo esta bienabenturada, al prinçipio de sus elevaçiones e graçia, mucha angustia y tribulaciones. Como heran tan copiosas, algunas personas se escandaliçavan de verla, e la angustiavan e molestavan con palabras. [fol. 23r] E quexándose ella a su sancto ángel, le rogava la ganase de Dios la desatase presto de la carne, que no podía sufrir tantas adversidades e presecuçiones porque, según hera de flaca, tenía temor de perder la paçiençia. Y él la consolava en muchas maneras, dándole muy sanctos consejos e avisos, y diziéndole que por eso la mandava el Señor tornar en sus sentidos a ratos e tiempos, para que pelease e padeçiese penas en el mundo mientras venía su hora. Ella le dixo: “Señor, ¿qué hora es esta que algunas veçes me diçe vuestra hermosura?”. El sancto ángel la respondió: “La hora de que te hablo es la hora de la muerte, que es salir el alma del cuerpo para nunca más tornar a él, hasta el final juyzio”. La sancta virgen le tornó a preguntar, diziendo: “Señor, ¿quando será esta mi hora?”. El sancto ángel, oýda la pregunta, le respondió: “No tengas cuydado de preguntar tales cosas, sino déxate en las manos de Dios, tu criador, e consuélate con su amor, e con sufrir e padeçer por amor d’Él todos los tormentos e angustias que te tuviere por bien de darte”.
Ymportunándola las religiosas les dixese de qué manera o dónde estava quando se elevava, ella les dixo, por las consolar, la lleva su sancto ángel por la voluntad de Dios e la ponía en un asentamiento a manera de sepulchro. Y aquel lugar donde la ponía estava como entre términos, e deçía: “Para que mejor lo entendáis, está, señoras, como arrabal o çiudad, salvo que el valor y preçio de los edifiçios que allí son hechos e[s] sin número e sin comparaçión, e la hermosura de toda aquella sancta gente es muy maravillosa, e yncomprehensinble, y en cada una dellas havía mucho que contemplar. E los muros, y paredes y edificios, no embaraçan para no poder ver lo que dentro está y se haçe, porque todo, o mucha parte de lo que en aquella gran çiudad se haze, se puede ver y gozar en aquel lugar donde yo estoy. Quando Dios me lo quiere mostrar por su grande misericordia e bondad, paréçeme que todos los miembros de mi cuerpo, dende la caveça hasta los pies, estoy llena de ylos como de alambre, muy delgados [fol. 23v] y muy resplandeçientes, y no palpables, y no puedo yo comprehender de qué espeçie sean, salvo que veo que desçienden todos haçia bajo, e se asen o nazen de los miembros de mi cuerpo. Y con estos y con los [¿o?] rrayos estoy toda pressa, que no me dexan yr adonde quiero, sino adonde me ponen o mandan estar. Y desta manera de asimiento no veo yo a ninguna persona de aquellos sanctos reynos; antes están todos libres e desatados, e pueden muy bien andar e gozar donde quiera que quieren. Y estos rayos que me tienen asida desde el spíritu hasta el cuerpo, es figura que aunque yo estoy donde Dios quiere poner mi spíritu, no estoy del todo difunta, ni arrancada mi ánima del cuerpo, y por esto no gozo de la livertad que los bienabenturados tienen, que ya son salidos de esta vida. Y esta manera de asimientos y rayos que en mí veo no me dan ninguna pena ni dolor, ni estorvan a menearme holgadamente mis miembros quando quiero y como quiero, ni son para más −aquella señal de aquellos rayos− de estar yo por mandamiento y voluntad de Dios señalada, que vean cómo aún no soy difunta, ni mi ánima arrencada del todo de mi cuerpo.
”El lugar donde el sancto ángel me acostumbra poner es muy hermoso, y luçido e resplandeçiente, e claro, e todo muy bien pintado y entallado, e más valorado y estimable que de oro ni de piedras preçiosas; y este sepulchro tan resplandeçiente, no penoso, sino como asentamiento de gradas, muy apuesto y glorioso y alegre. E cada cosa que veo en aquellos sanctos reynos, todas son labradas y entalladas por maravillosa manera y admirables hornamentos, según su speçie de cada cosa apuestos, de claridad sin comparaçión; tanto que, mejor que en espejos muy claros, se puede cada persona ver a sí mesma en el suelo o en cada uno de los edifiçios que mirase se vería, e todas las cosas çelestiales que deseasen ver. Y desta mesma claridad y resplador son todas las bestiduras de qualesquier colores o matizes que son. E más claros que el sol, en muchos grados, son todos los bultos de las personas que en aquel sancto reyno moran.
”De las façciones y gesto que me preguntáys os diga de mi sancto ángel, paréçeme que no ay cosa en la Tierra, por hermosa y preçiada que sea, a que se pueda comparar. Es muy hermoso doncel, e muy más resplandeçiente que el sol blanco, e colorado e rubio, [fol. 24r] e muy claríssimo e de muy suaves olores, e de bulto muy preçioso, e de gesto muy sereno, e grave persona de muy gran reverençia y dignidad. Tiene alas de muy gran resplandor e ligereza, e de muchas colores y pinturas, las quales no le nasçen de las vestiduras, mas de su mesma persona, y assí como a todos los otros sanctos ángeles les nasçen las alas de sí mesmos. La bestidura del sancto ángel mi guardador es de ynestimable valor, e de yncomparables colores e labores. Yo le veo bestido de muchas maneras. Mas direos los motes que trae vordados en ellas, con los quales yo mucho me consuelo: tiene en su caveça corona e diadema más preçiosa que de oro, çercada de piedras preçiosas, y en la frente una cruz esmaltada, hecha a manera de joyel con letras a la redonda, que dizen: ‘confiteantur omnes lingua quoniam Christus est Rex angetor’. E trae otras letras borradas en la vestidura, ençima del pecho, que dizen: ‘spiritus sancti illuminet gratia sensus de corda vestra’. Y en la manga del brazo derecho trae bordada de pedrería la señal de la cruz, con pie e con ramos muy hermosos, que adornan toda la manga y la cubren; y el pie de la cruz haçia la boca de la manga, y la altura della haçia el hombro con letras y en lo alto, en la mesma cruz, que dizen: ‘ecce cruçem Domini fugite partes adverso’. Y en la manga del braço siniestro trae bordada la mesma divisa de la sancta cruz, con los clavos y todas las ynsinias de la Passión, con letras que diçen: ‘dulce lignum, dulces clavos, dulce pondus substinet, quo sola fuiste digna portare talentum animas’. Y en el calçado de los pies trae labradas de pedrería letras que dizen: ‘quam pulchri sunt gressus tui filia prinçipis’. Y en el calçado de ençima de las rodillas, letras muy hermosas, que diçen: ‘flectamus genua levare’. Y ençima de los muslos, otras letras, que diçen: ‘çelestium terrestium de infernorum’. Y las mesmas ynsignias de la sancta cruz, y los clavos, e todas las armas de la sagrada Passión trae pintadas e dibujadas por muy rica manera en un lindo pendón. E junto con ello, trae figurada e dibujada la ymagen de Nuestra Señora con el Niño Jesús en los braços, e de otras maneras e misterios, ansí como quando Él y Élla estavan acá en la Tierra, e como después que [fol. 24v] entrambos subieron a los Çielos; en espeçial la trae pintada como ella está en su trono real, sentada y çercada de vírgines, y sanctos e ángeles, que la están sirviendo. Y estos motes y armas tan preçiosas son assí para defensión de las ánimas que él tiene en guarda, como para el provecho de las de Purgatorio.
”E también los sanctos ángeles apreçian de adornar sus personas e bestiduras de las ynsignias e armas con que su Dios y Criador hizo la obra de la redempçión. Las ánimas que están en Purgatorio se goçan mucho con su visitación, y se recuerdan de su Dios en los tormentos que padeçe. Este mi sancto ángel siempre anda envuelto, e otras vezes de hinojos, y también en buelo véole venir algunas vezes, e desçender de alto haçia el lugar que yo estoy. E quando desçiende, viene assentado en un trono, y en silla, y en buelo por el ayre, y es todo muy rico y resplandeciente, e adornado e de muchas pedrerías, e trae en su mano algunas vezes a manera de çetro muy preçioso, e otras vezes trae un ynstrumento con que tañe de tan admirable espeçie que en solo tocalle haçe qualquier son e armonía que quiere haçer quien le tañe. Dize las palabras como las puede dezir y cantar qualquiera persona humana, pero muy más suaves y deleytosas de oýr. Múdase este laúd en otros instrumentos, los quales todos haçen muy acordado e deleytoso son, según cada uno en su speçie. Este mi sancto ángel no es de los ángeles de dos alas guardador, es de las almas, porque él es de más alto choro: las alas que yo le veo quando él me lleva entre ellas algunas vezes son seys, e ocho, e diez. No se le encomiendan todas ánimas, sino algunas señaladas, porque yo sé tuvo a cargo a señor Sant Jorge, y al rey David, y al señor don Gregorio, e a otros sanctos singulares.
”A las ánimas de dignidad e sanctidad, dáseles ángel prinçipal, y él tiene muchos privilegios, y assí les he oýdo yo llamar en el Çielo a los sanctos ángeles e sanctos. E si ángel privilegiado, tiene liçençia de Dios de responder a algunas preguntas que le fueren fechas de las personas de la Tierra por interçessión de mí, su yndigna sierva, o por las otras ánimas que a tenido a cargo, y estas respuestas se entienden en quanto fuere la voluntad de Dios. De todos los nueve choros [fol. 25r] de los ángeles, tiene graçia y don singular: el amor e abrasamiento de los seraphines, la sçiençia y conoçimiento de los cherubines y el serviçio y adoraçión de las dominaçiones, e la holgança de los tronos y el mando de los prinçipados, e la pelea de las potestades, e la oraçión e caridad de las Virtudes, e la revelaçión de los archángeles, y el offiçio de los ángeles.
”Tiene otros muy grandes e singulares dones −los quales no digo− dados de la mano de la muy poderosa Trinidad, la qual le dotó como pudo y quiso, y le inflamó en su divino amor. Tiene offiçio de ayudar a las ánimas de Purgatorio, yéndolas a visitar y consolar. Por los méritos de la muerte y Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, e mereçimientos de su sancta Madre, sácalas a fiestas e líbralas de las penas, e defiéndelas de los demonios, e por eso anda bestido e adornado de tan ricas libreas, e guarneçido de tan preçiosas armas. Así como los demonios le sienten venir e le ven alçar el brazo derecho con la señal de la sancta cruz, van todos huyendo e aullando, y dando muy espantosos gritos e gemidos, a manera de canes mordiendo de unos a otros.
”E muchas vezes sé que va al socorro e ayuda de las ánimas e personas que están en pasamiento, llevando consigo otros muchos ángeles que le ayuden a defender aquella persona que en tan gran batalla está de tentaçiones de los demonios. E algunas veçes le digo yo, quando son difuntos mis devotos y personas que se me an encomendado que tienen conocimiento de mí por oýdas o parentesco de vosotras, señoras, o personas que os conoçen, de las quales si son difuntas algunas dellas o están en tribulación, e le digo yo que se acuerde de tal persona, que es difunta, o de tal, si es viva, que está angustiada, respóndeme: ‘Ya yo he hecho lo que he podido’. Y si es difunta, dize: ‘Yo fuy a su muerte e pasamiento, e llevé conmigo otros sanctos ángeles, e la acompañamos e libramos de peligros hasta que fue juzgada, y tengo cuydado della hasta que esté en descanso’. E yo le digo: ‘Pues nunca, señor, se la havía yo encomendado a vuestra hermosura’. Respondiome: ‘No es menester que tú me la encomendases, que para esto basta la charidad que mora en los ángeles, e saber yo tiene memoria de ti aquella persona, o conoçían a tus hermanas, o tienen deudo con ellas para haçer yo toda imposivilidad’”.
Dezía esta bienabenturada: “Yo sé, y aun por vista, que las personas que por mí tienen interçessión tienen devoçión a este mi sancto ángel, de que son passadas de esta vida y están en Purgatorio, y las va él a visitar, aunque va entre otros muchos sanctos [fol. 25v] ángeles, le conoçen y le dizen: ‘Paréçeme, señor, me da en el spíritu, aunque yo no os he visto ni nadie me lo a dicho, que soys el ángel guardador de una persona que vive en la Tierra, que se llama Juana de la Cruz’. Él le responde: ‘Verdad diçes, ánima, que yo soy, y de la mano del poderoso Dios te viene ese conoçimiento’. Ellas, entonçes, yncose[n] de hinojos dándole graçias por los bienes que les ha hecho, y les suplican no las olvide.
”Quando me lleva mi sancto ángel, veo algunas vezes muchos demonios, e házenme algunos dellos muchos enojos y miedos. Entonçes, mi sancto ángel esgrime con una espada muy rica que traýa, y ellos, viéndole esgrimir la espada, [u]yen todos, y en un muy gran miedo, e tiemblan, porque él pelea con ellos e los yere, e tiene él solo más poder para pelear e vençer que muchos demonios juntos. Trayéndome una vez mi sancto ángel de la mano, vi a deshora muchedumbre de demonios de muy espantables figuras, de diversas maneras, e venían hablando entre sí unos con otros, diziendo: ‘Mirad estos garzones bolanderos e resplandeçientes en qué se andan aquí, quitándonos nuestras almas, que contino andan cargados como alquilados, acarreando ánimas christianas a Dios e buscándoselas de todas las maneras que pueden, en especial este que va aquí delante, que es un rapa almas, que no le basta lo que haçe con la suya que Dios le dio en cargo, mas otras muchas nos quita, assí de personas vivas como difuntas dentre las unas, y las perdemos por los ruegos que él haze a Dios, e por los consejos que él les embía con aquella que allí va con él. Mas nosotros procuraremos de hechar nuestro estiércol en sus ojos quando estén más limpios, y assí les ensuçiaremos sus almas, que son nidos de Dios. Mas este su Jesuchristo a todos sus christianos dexó redimidos, y aun hasta los niños chiquitos dexó redimidos, que no se los pudiésemos quitar, y assí nos los arrebatan todos quantos ellos quieren e pueden’. E diziendo los demonios estas e otras muchas palabras contra Dios e los sanctos ángeles, e contra los buenos christianos, volvió contra ellos mi sancto ángel, esgrimiendo su muy luçida espada, e yriéndolos muy reçiamente, dezía: ‘Anda ahora, demonios malinos, traydores, que vosotros os ys [sic] a reñir lexos, que nosotros los ángeles que tenemos las ánimas en guarda no somos sino ayos de los hijos e hijas del Rey del Çielo, e como fieles siervos y leales amigos procuramos de le acarrear todas las ánimas que son suyas e quitarlas a cuyas no son’. E assí fueron [fol. 26r] los demonios uyendo y dando muchos aullidos”.
Capítulo V
Cómo esta bienabenturada tenía graçia de ver y oýr las cosas ynvisibles e que muy lejos acahazían
Dezía esta sancta virgen algunas vezes las cosas que savía por graçia de Dios antes que acaeçiesen, para escusar daños de los próximos e offensa de Dios. E oýa muchas veçes las cosas que hablavan las personas que estavan muy ausentes della, y aun lo que havían hecho, y esto no tan solamente lo savía estando elevada, mas en sus propios sentidos lo savía e sentía. Veýa las cosas que pasavan e se haçían lejos, y para verlo no la estorbavan muchas partes ni edifiçios. Acaesçíale, estando ocupada en cosas de la obediençia, oýr el officio divino que se reçava en él. E hera oýr la missa de la yglesia víspera de la Sancta Rresureçión, estando en su çelda, la qual estava apartada de la yglesia, quando tocaron las campanas que dezía la Gloria in exelçis Deo, hincándose ella de hinojos para dar graçias a Nuestro Señor e adorarle desde allí, oyó los cánticos e çeremonias que se haçían en la sancta Iglesia, e vido a Nuestro Señor Jesuchristo como quando salía del sepulchro, muy hermoso e alegre, e florido e resplandeçiente, e muchedumbre de ángeles çercados de su Real Magestad, que le adoravan e serbían de muchas maneras de servicios, e tañían y cantavan muy dulçemente. Y entre otras muy altas cançiones que deçían en nuestro lenguaje y en otros, los quales deçía ella no entendía, oyó por aquella vez unas palabras a los sanctos ángeles, que deçían en voz de cántico:
“Ya sale el Rey y los ángeles con Él,
ya sale el Rey del sancto sepulchro,
con alegre gesto y hermoso bulto,
ya sale el Rey de sepulchro sancto,
con alegre gesto y bulto muy claro,
con alegre gesto y muy claro bulto,
“el mundo tiene ençerrado en su puño,
con alegre gesto y bulto muy claro,
el mundo tiene en su puño ençerrado”.
Estando elevada esta bienabenturada, vido a Nuestra Señora la Virgen Sancta María que venía hazia donde ella estava, y traýa en los sagrados braços el Niño Jesús, hijo de Dios e suyo. Venía acompañada de muchedumbre de ángeles e vírgines. Viéndola tan çercana, assí suplicole con grande humildad [fol. 26v] y soberano desseo rogase a su preçioso hijo la quisiese tomar por esposa, aunque ella no fuese digna de tan gran niño. E la Reyna de los Çielos e Señora Nuestra le dixo le plaçía de rogarlo a su preçioso hijo, y no solamente suplicó a la madre para con el hijo, mas a los sanctos ángeles e vírgines que la ayudasen a suplicar a su Divina Magestad le otorgase el don que le pedía de tomarla por su esposa, e para ello darle su palabra e mano, e todos respondieron les plaçía. Yncontinenti, yncaron los hinojos, y suplicaron a su Divina Clemençia del poderoso Dios otorgase aquella persona la tan loable y desseada petiçión que demandava. Y estando todos en esta esclamaçión, el dulce Niño Jesús volvió sus ojos de misericordia hazia esta bienabenturada, con gesto muy alegre e amoroso, e mirándola, e díxole palabras muy entrañables, hablando a manera de niño muy graçioso, diziendo: “Pláçeme de ser tu esposo, e de tomarte por amiga y esposa”. Y estendió su mano poderosa, e diósela a ella en señal de desposorio, e mostrole señales de amor. E la bienabenturada tornó a su torno a suplicar a la Reyna de los Çielos que, pues su dulçe hijo havía tenido por bien de la tomar por esposa, su clemençia se la quisiese dar para lo tener en sus braços como a señor y a esposo suyo, e se goçar e consolar con él. Nuestra Señora le dixo le plaçía, e se le dio luego a ella en sus braços. E dándosele, habló a su preçioso hijo, diziendo: “Muy dulçe y amado hijo mío, pues havéys tenido por bien de tomar a esta persona por esposa, e os humillastis a haçer tan copiosa virtud, bien será, hijo mío, le déys alguna empresa, en señal del fiel desposorio e amor que le tenéys”. Y el dulçe Jesús hiço de señal a la sagrada madre que le plaçía, e que le diese ella de su mano alguna cosa para aquella su esposa. Nuestra Señora la Virgen María sacó de su preçioso dedo una sortija, e diola al sagrado hijo para que él de su mano la diese a su esposa. Y ansí fue hecho, que el mesmo Niño Jesús se la dio e puso en su mano. Acaeçió que, yendo camino un padre compañero del confesor de las monjas del monasterio en que esta bienaventurada morava, por olvido llevose en la cuerda la [fol. 27r] llave de la capilla donde Nuestra Señora se havía apareçido, porque allí está el altar mayor y deçía contino la missa. Las monjas, no pudiendo oýr missa por la falta de la llave, fueron con mucha pena a la sancta virgen que rogase a Dios apareçiese la llave, que no savían si el padre se la avía llevado o si hera perdida, que estavan desconsoladas por la falta de la missa. Ella dixo le plaçía de rogar a Dios la deparase, y estando aquella noche recogida adonde acostumbrava estar, e con ella dos religiosas, a la hora de las nueve o diez, a deshora sonó un golpe de cómo la llave cayó de alto en el suelo, en presençia de aquellas religiosas que con ella estavan, que lo vieron y oyeron. La bienaventurada riose de ver caer la llabe en el suelo, porque veýa muy bien el que la traýa, que hera su sancto ángel, que por los ruegos della e consolaçión de las religiosas la tomó al padre de la cuerda e la traxo, porque no perdiesen de oýr misa. Dixo la bendita sancta a una de aquellas religiosas: “Levantaos, hermana, e toma aquella llave”. Y assí fue visto e savido este milagro. Estando el dicho padre en el camino, vido cómo llevava en la cuerda la llave, e huvo pena de la falta que en el monasterio había. Pero quando vido que la llevaba, hera ya noche, que se fue acostar, y quando a la mañana se levantó mirose acaso la cuerda e vido cómo le faltava la llave. Maravillose dello, y dende a días, quando tornó al monasterio, contó a las monjas lo que havía aconteçido con la llave, y por semejante ellas le contaron cómo a deshora, tal día en la noche, la vieron caer en la çelda de la madre Juana de la Cruz. Y assí dieron graçias a Dios por el milagro.
Perdiose un asno con que traýan las cosas de provisión al monasterio, y havía dos días que hera perdido, e le andavan a buscar e no le podían hallar. E fueron a esta bienabenturada que rogase a Dios que pareçiese, que havía mucha neçessidad de çiertas cosas, y no havía en qué las traer. Y ella respondió lo haría. Y estando en esto, elevose como acostumbrava, e quando tornó en sus sentidos, preguntó si hera pareçido el asno. Respondieron las religiosas que no. Entonçes dixo ella: “Pareçido es, e presto vernán con él”. Y dende a poco espaçio, vinieron los que le havían ydo a buscar e le traxeron bueno [fol. 27v] e sano. Y de esta calidad de saber cosas occultas y depararlas el Señor por sus ruegos acaesçió muchas vezes, no solamente en el monasterio, mas a otras personas que se venían a encommendar a ella. Pasados dos años que en esta bienabenturada se vido públicamente la graçia de elebarse, la qual tuvo muy continuamente toda su vida, plugo al muy poderoso Dios dotalla de otra muy copiosa graçia e don maravilloso: que, estando ella así elevada en aquel rato, enagenada de sus sentidos, hablava por su propia lengua el Spíritu Sancto cosas muy maravillosas, e altas e provechosas a las ánimas, assí para las religiosas de la casa como para las personas de todos estados, e condiçiones e offiçios mayores y menores que la venían a oýr, e goçar e aprovecharse dello. Oýanla frayles de algunas órdenes, predicadores e letrados, e abades e canónigos, e obispos e arçobispos, y el cardenal de España don fray Francisco Ximénez, de gloriosa memoria, e los ynquisidores de la Sagrada Ynquisiçión, jueçes della, e condes, e duques e marqueses, e cavalleros muy graçiosos, e señores e todos otros estados, assí de hombres como de mujeres, que este misterio vieron e oyeron, y estuvieron en él presentes. Veýan cómo estava esta bienabenturada bestida e tocada de religiosa como lo hera, y hechada sobre una cama de la manera que las religiosas la ponían, e sus braços puestos a manera de persona recogida, y el cuerpo como muerto y los ojos çerrados, y el gesto muy bien puesto e muy hermoso, resplandeçiente a manera de lleno e redondo. Esto tenía quando la graçia del Spíritu Sancto hablava con ella, que de su natural le tenía aguileño.
E quando esta graçia le dava el Señor, primero se elevava en el lugar que aquella graçia le tomava, e las monjas la tomavan en los brazos e la ponían sobre una cama. E de aý un poco de interbalo, veýan en ella señales que veýa al Señor. Algunas veçes le veýa como en la humanidad, quando andava por la Tierra, e como después de resuçitado e subido a los Çielos glorificado, e de todas las maneras que Dios hera servido de se le [fol. 28r] mostrar. E oýase cómo le llamava estando elevada, como haçe la persona que la ve otra de lejos quiriendo que se le llegue çerca, e oýrse la voz de esta bienabenturada quando estava elevada, e veýa al Señor e le llamava. E ver los movimientos que haçía con los braços, causava no estar desatada el ánima del cuerpo, que por las cuerdas que bajavan del spíritu al cuerpo veýan los movimientos, e se oýa la voz quando ella llamava al Señor Dios todopoderoso. O quando su Divina Magestad le dava el resuello de su Spíritu, se oýa la voz por la persona della como se oye por una zerbatana quando vna persona habla a otra, la qual hera tan poderosa e de tan gran doctrina para la salvaçión de las ánimas e reprehensible a los pecados que todos quantos lo veýan e oýan, por grandes letrados que fuesen, se maravillavan e quisieran estar tan veçinos y çercanos del monasterio que todas las veçes que el poderoso Dios hablava en ella la pudieran oýr.
Durava el habla del Spíritu Sancto çinco o seys oras, e si Este hera tan dulçe que a todos los que la oýan, que aunque fuesen muy peccadores e yncrédulos desta sancta graçia antes que lo oyesen e viesen, les pareçía estuvieran tres días con sus noches oyéndola sin sentir ningún fastidio, los que eran yncrédulos, ellos mesmos se manifestavan, diziendo: “Yncrédulo hera de esta graçia, y quando vine a ver si podía oýr hablar a esta bienabenturada, muy yncrédulo vine, y aun con yntençión de ponerla en la Ynquisiçión”. Estos eran algunos ynquisidores de la Sancta Ynquisiçión, e otros que allí luego quisieran poner las manos en ella. En espeçial huvo uno, en un sermón, que hera incrédulo, y traýa aparejado un azote para le haçer mal.
Y hablando el Spíritu Sancto sin descubrir ni señalar quién hera, dezía: “Az lo que pudieres si tienes poder para ello; si me quieres conjurar, conjúrame, que yo te esperaré como espero al saçerdote en el altar”. Quando çesava el Spíritu Sancto de hablar, dezía cada uno la yntençión con que havía venido.
Quando ella llamava al Señor, dava muy clamorosas he reçias vozes, haziendo muy devotas e humildes suplicaçiones [fol. 28v] e ruegos, para que llegase çerca donde ella estava. E de rato en ratos llamava muy apriesa, con el brazo derecho; e quando çesavan las vozes e llamamientos con el braço, quedava muy sosegada, e no solamente suplicava a Nuestro Señor Jesuchristo tuviese por bien de açercarse a ella, mas aun a los sagrados ángeles haçía muy grandes ruegos y plegarias, diziéndoles: “O, señores, vosotros que traéys el trono muy luçido e aseado de mi Señor; y vosotros, señores, los que traéys los ençensarios de oro e taças de perfumes delante el Rey del Çielo, e los que traéys las hachas ynçendidas y floridas; vosotros, señores, los que traéys los paramientos e las cortinas del pavellón de mi Señor y mi Dios; e vosotros, señores, los que tendéys los doseles muy ricos e paramentos de oro por el suelo, por donde pasa su Real Magestad; e vosotros, señores, los que venís en el ayre volando con los candeleros de oro e velas ençendidas sobre las caveças: suplico a mi Señor que venga por aquí su Divina Magestad. E vosotros, señores, que lleváys los pendones e guiáys las danças, guiad haçia acá, por donde yo estoy; no guiéys por esotras calles, que aquellos señores y señoras contino le ven, e muchas veçes le goçan, mas yo, peccadora, aún no soy digna d’Él ver y goçar sino muy poquito, y contino estoy ambrienta y deseosa d’Él”. Y después volvía su habla con los sanctos apóstoles e mártires, e confesores y vírgenes, e otros muchos sanctos e sanctas.
Señalava algunas veçes por sus propios nombres, diziéndoles y suplicándoles rogasen al Rey del Çielo, su esposo y su [¿señor?], viniese por donde ella estava a la bendeçir y santiguar, como haçía a los otros señores e señoras. E después tornava su habla con Él, Nuestro Señor, suplicándole por muchas maneras de suplicaciones, e dulçes e amorosas palabras, diziendo la quisiese venir a bendeçir y consolar, aunque ella no hera dina de tan gran benefiçio, viniese su Alta Magestad, porque tenía muchas cosas que le offreçer e dezir y suplicar, ansí de oraçiones que a ella le havían dado le offreçiese e suplicaciones que le havían encomendado le hiçiese; e que tenía muchos padres, y madres y hermanos, y se los quería offreçer y dar. Y esto dezía ella por los frayles y monjas, hijas [fol. 29r] y hermanas suyas spirituales, e perlados mayores e menores, e señoras e amigas, e devotas que assí se lo havían mandado y encomendado, e por todas las personas que se encomendavan en sus oraçiones.
E durávale hazer estas exclamaciones: primero que la graçia del Spíritu Sancto hablava en ella espaçio de hora y media, y pasado este yntervalo vía señales en su cuerpo cómo el Señor, por su clemençia, se açercava adonde ella estava, e tanto que, según acá se mostraba, le podía adorar e besar el estrado de sus sagrados pies, e ver goçar muy çerca. Y entonçes le haçía muchas suplicaçiones públicas, e otras secretas que nadie no las podía oýr, e grandes adoraçiones por sí mesma e por todas las personas de la Tierra, y se las encomendava en general, y algunos en especial, e todo el estado de la sancta Madre Yglesia e religión christiana, e a los que están en peccado mortal, e a las ánimas de Purgatorio. E algunas vezes permitía el poderoso Dios que en la propia bestidura de su Divina Magestad y en su estrado e trono real, viese ella todos los estados del mundo: primeramente el estado del Sancto Padre, e cardenales e obispos, con toda la clereçía e todas las órdenes, e las perfeçiones e ymperfeçiones dellas; e los emperadores e reyes, e todas las maneras de estados, de grandes e cavalleros que havía en los reynos e ymperios e toda la república, e los mereçimientos e desmereçimientos de cada unos. E vía cómo los ángeles se llegavan a las personas mansas e humildes, e castas e pobres, e despreçiadas e de perfetas obras, mas que no a los malos, e ynchados de riquezas e avariçia, e sobervia e simonía.
E vía también a la sancta Madre Yglesia a manera de muger casi como viuda, e llorando e dando gritos, quexándose al Señor, que estava muy mal casada con los maridos que le havía dado, conviene a saber: los pastores y perlados de la sancta Yglesia, obispos e arçobispos, e toda manera de regidores de ánimas; los quales, dezía la sancta Madre Yglesia, heran sus maridos, e lo haçían muy mal con ella, e le davan mala vida con sus peccados de yproquesía e vanagloria, e codiçias e viçios. Dezía más en su llanto e quejas: “Vos solo, Señor Dios, de los justiçia [sic] e marido [fol. 29v] mío, resplandeçéys en mí, que las otras estrellas algo se escureçen, e sale dellas a las veçes poca claridad con que yo me esclarezca, e poco me favorecen. Si no fuese por vos, Dios mío y marido mío, que vives y permaneçes para siempre en mí, ya del todo sería viuda, según los pocos favores e [¿ánimos?] que de vuestros pastores tengo, que más se acuerdan de las cosas bajas y viles, e del mundo e sus deleytes, e de querer honras y dignidades, que de favoreçerme y ayudarme; e más huelgan de morir por las cosas transitorias que matan el alma que no por Vos, Rey del Çielo, que soys salud perdurable e podéys dar vida eterna”. Y estas cosas le heran mostradas a esta bienabenturada en figura, porque aunque ella tenía cuydado de rogar por el estado de la sancta Madre Yglesia, rogase con mayor afínco e diese graçias a Dios por las merçedes que haçe a sus criaturas, e le suplicase por ellas. E hecho esto, ponía las manos, e haçía suplicaçión secreta, que no se la podía nadie oýr, salvo que la veýan haçer humillaçiones con la caveza y que meneava los labios, a manera de persona que habla en secreto. Y estas maneras heran muy humildosas, e algunas veçes le oýan muy devotas palabras en voz de cántico. Ansí mesmo, veýan en ella señales de encogimiento e temor, e soberana reverençia e acatamiento, e goços e consolaçiones.
Y estando en este estado, el mesmo Dios la soplava con el soplo de su sagrada boca, e con el ayre de su poderosa mano, e le dava e ynspirava el Spíritu Sancto, como haçía a sus sagrados apóstoles quando los embiava a predicar su sancta palabra. Quedava entonçes en silençio, e postrava sobre su faz las manos puestas. Quando las religiosas veýan estas señales en ella, levantávanla, e poníanla vien en su cama donde ella estava, e nada desto no vía ni sentía, ni oýa ninguna cosa, ni savía las personas que allí estavan. Luego, a deshora, se oýan voçes muy altas que salían por la boca della aprisa e conçertadas. Hablava el Spíritu Sancto, en persona de Nuestro Redemtor Jesuchristo, oýanlo todos los que estavan presentes. Tomava la plática con ella mesma, diziéndole: [fol. 30r] “¿Qué hazes, Juanica? Dios te salve. Dios te salve. ¿Quién eres tú que me llamas? ¿No saves que no es ninguna criatura dina de Dios, en especial los peccadores que viven en la Tierra?”. E luego proseguía por otras muy dulçes palabras, hablando muchos e grandes e divinos secretos, e misterios çelestiales, e declarando los sagrados evangelios y scripturas, según heran las fiestas, e días e solemnidades, e según hera su voluntad de querer hablar. Deçía de rato en rato: “Tú, Juanica, ¿no viste esto y esto, e tal y tal cosa que pasó y se hiço en mi sancto reyno çelestial?”.
Heran todas las palabras muy notables e provechosas, e saludables e consolativas a todos los oidores. Y si entre aquella gente que la estava oyendo havía tentados de qualquiera tentaçión que fuese, o encrédulos o desesperadicos, o de otra qualquier manera que tuviesen neçessidad sus almas, a todos satisfaçía y consolava, e aconsejava y reprehendía, e administrava de qué manera se havían de salvar. Y esto haçía hablando a todos en general, y a cada uno de los oydores le pareçía hablava a su propósito, según lo que tenía en su conçiençia e ánima. Yban muy edificados y consolados. Quando el Señor acavava el habla, dava su sancta bendición, diziendo: “La bendiçión del Padre, y de mí, su Hijo Jesuchristo, y del Spíritu Sancto consolador; que me voy, quedad en paz, mas no del coraçón, que bien me quisiere y me amare, y de mí no se apartare”. A esta sancta bendición toda la gente que allí estava hincava los hinojos, e los hombres, quitados los bonetes y abaxadas las caveças, la resçivían con mucha devoçión. E luego salían todos del monasterio. Y para la entrar a oýr, los prelados davan liçençia.
Duró esta graçia de hablar el Spíritu Sancto en esta bienabenturada treze años, la qual le venía algunas veçes, entre día y noche, dos vezes, y esto no haviendo tornado en sus sentidos entre la una vez e la otra; e otras vezes a terçer día, e otras vezes a quatro días, e a ocho e quinçe, como hera la voluntad de Dios. Mas las elevaçiones e arrobamientos tenía siempre día y noche, e desde su niñez hasta que Dios la llevó desta presente vida. E aunque havía çesado la graçia del habla, no careçía de sus muy altas elevaciones, e gozosas e [fol. 30v] alumbradas revelaçiones, e de ver a Dios, e gozarse con Él y con su sanctíssima madre, e con los ángeles, según en esta Vida se puede ver, y con todos los sanctos e sanctas de la corte celestial. Porque más hera su conversaçión en el Çielo que con la Tierra, que muchas veçes le acaeçía aver acavado de entrar en sus sentidos de muy larga elebaçión, e de oýr nombrar el dulçe nombre de Jesuchristo, tornarse a elevar. E otras vezes de oýr nombrar la sancta Passión, o ver alguna ymagen de Nuestro Señor apasionada, e otras vezes de goço. E quien la quería hablar cosas secretas de su ánima y conçiençia, se guardava de no nombralle cosas de devoçión, en espeçial de la Passión del Señor, porque no se elevase. Acaeçíale muchas veçes estar sin tomar ninguna refeçción corporal hasta terçer día, por estar elevada y no tener dispusiçión de tomar el cuerpo mantenimiento.
Viendo los prelados cómo la graçia del Spíritu Sancto creçía tanto en esta bienabenturada, y hera tan pública a grandes y menores, quisieron probarla bien en sus prinçipios por muchas maneras, que para ello hicieron públicas e secretas, con que se conoçió e afirmó muy bien, e dio testimonio de ser obra de Spíritu Sancto. Mandó el prelado, por sancta obediencia, que no la oyese nadie quando aquella habla le viniese, ni diesen lugar a ningún seglar para que la oyesen. Y assí fue obedeçido por el abbadesa y monjas, que quando le vino la graçia del habla del Señor la dexaron sola en la çelda que el abbadesa e monjas le havían dado para que allí estuviese apartada en sus elevaçiones e contemplaçiones. E le dieron una monja que tuviese cuydados della en aquellos tiempos e la acompañase e sirviese. E dexándola sola, çerraron la çelda, que ninguna ossó entrar dentro ni escucharla por de fuera. E desde a un buen plazo, mandó el abbadesa a una religiosa fuese a ver si havía acavado de fablar, o si hera tornada, [fol. 31r] o qué haçía. E yendo, vido cómo aún el Señor todavía hablaba, y el suelo de la çelda estava lleno de muchas maneras de aves volantías, e todas muy atentas y quietas, escuchando la palabra de Dios, e las más e todas estavan muy çercanas a ella y alrededor de su cama, y assí estuvieron hasta que el Señor huvo acavado de hablar e dado la bendiçión, según otras veçes ascostumbrava haçer. E quando la religiosa entró e vido aquel tan gran milagro de hablar el Señor e la çelda llena [1] de aves tan quietas oyéndole, maravillose mucho, e con muchas lágrimas fue aprisa al abadesa e le dixo el misterio. Y el abadesa fue a verlo con otras tres o quatro religiosas, las más ançianas de la casa, e todas las vieron el milagro, e se maravillaron mucho, e dieron quenta a los perlados de la gran maravilla que havían visto, e cómo pasado un poco de yntervalo, después que la habla çesó, tornó la bienaventurada en sus sentidos e se halló un paxarico dentro en la manga que se le havía quedado en testimonyo del milagro; en lo qual se vía claramente hera voluntad de Dios la tan grande obra no fuese yncubierta, pues faltando las criaturas raçionales que tienen ánimas vivientes para lo oýr y goçar, permitía Dios viniesen las aves a lo oýr y escuchar. E oyendo esto los perlados, resçivieron con humildad la reprehensión que Nuestro Señor les dava por vía de las aves, e de aý adelante tuvieron por bien que todos la oyesen, assí religiosos como seglares, e dexaron liçençia a la abbadesa para que no estorvase la entrada a todos los que viniesen con devoçión a oýrla. Y assí lo hiçieron todos los perlados que subçedieron todo el tiempo que esta graçia duró, que fue treçe años.
Todos, o los más que venían a oýr esta sancta habla, venían con grande devoçión, e algunos con querer probar esta graçia. Acaeçía que, de que havía yncrédulos, quando [fol. 31v] el Spíritu Sancto reprehendía muy piadosamente en general, e hablava a sus propios pensamientos, diziendo: “Estás tú aora pensando: ‘¿Cómo puede ser esta habla de parte de Dios?’. ¿Por qué pones tú límite a su poder? ¿No saves que lo que quisiere, puede, y que todo lo que haçe es bueno, e por charidad y amor de las ánimas que redimió tiene aora menos poder y charidad que quando vino al mundo a las redimir? ¿Su graçia no la puede dar e poner donde él quisiere, hallando vaso donde la pueda poner e marco para guardarla e conservarla?”. Y estas y otras muchas cosas muy maravillosas dezía.
Acaeçió que vino un ynquisidor, muy arrojado [2] letrado y juez de la Sancta Ynquisiçión, con yntençión d’especular esta graçia, lo qual no havía dicho a nadie su yntençión. Y entrando a oýr con los otros [3], fueron tales las cosas que en su ánima sintió que, a la mitad de la habla, se yncó de rodillas, e con muchas lágrimas la acavó de oýr. Y de que esta sancta virgen fue tornada en sus sentidos, rogó a la abbadesa se la diese a hablar por el locutorio. Y assí fue, que la habló y le dixo la yntençión con que havía venido, la qual ninguna persona la havía savido de su boca, sino hera ella en aquella hora, y que heran tales las cosas que le havía oýdo que no podýan ser dichas sino de Dios. E dávase en los pechos con lágrimas, e dezía: “Yo, como malo y peccador, venía a arguyr a Dios, y tal hera mi yntençión. Ruégoos, señora, por la charidad, roguéys a Dios por mí que me perdone”. La bienabenturada le respondió que lo haría, pero de lo que él dezía muy poca quenta le daría, que ella no savía si hablava ni si no, ni dello tenía qué dezir, sino que estava adonde Dios hera servido, y Él podía hazer della e de sus miembros su sancta voluntad. Desta manera acaeçieron muchas cosas estando elevada, e hablando la graçia del Señor, e oyéndolo [fol. 32r] muchos.
Estava una gran señora a su cavezera, e yncole un alfiler gordo, muy cruelmente, por la caveça, y assí la pudiera matar por entonçes, que ella no lo sintiera. Tornada en sus sentidos, quexávase mucho de aquel dolor, e mirándole la caveça, hallaronle el alfiler yncado. Estando otra vez hablando el Spíritu Sancto, en gran fervor, levantose una persona de gran dignidad, eclesiástico, e tomó el braço desta sancta virgen, y arrojosele reçio para ver si la habla haçía algún movimiento con aquel golpe e dolor. E no sintió ninguna cosa, sino proçedió en lo que estava hablando, teniéndose el braço caýdo adonde se le havían avajado, hasta que fue tomado por una religiosa, e puesto como havía de estar.
Dixo el Señor, hablando en esta bienabenturada, reprehendiendo a los incrédulos, que no se aprovechavan de este tan gran bien y doctrina; que por espaçio de una legua a la redonda del monasterio estavan llenos y çercados todos los campos e ayres de ángeles e ánimas que venían a oýr y goçar la palabra de Dios, e dar testimonyo della el día de su juyzio, a confusión de los que, viviendo en la Tierra, la oyeron e menospreçiaron por maliçia o ynvidia. Scrivieron las religiosas de las palabras e misterios e secretos que el poderoso Dios habló por la boca desta sancta virgen un libro, llamado Conforte o Luz norte.
Capítulo VI
De cómo esta bienabenturada estuvo un tiempo muda antes que le fuese dada la graçia de hablar el Spíritu por su lengua
Como esta sancta virgen tuviese por dos años la graçia de elevarse −esto se entiende público, antes que tuviese la habla del Señor por su lengua− en este tiempo hera muy importunada de personas spirituales, que le dixese y contase algo de sus revelaçiones y cosas que Dios le mostrava, así de gozos çelestiales como de penas de Purgatorio; de lo qual esta resçivía muy gran pena y fatiga por quanto hera muy severa [fol. 32v] en las cosas que Dios le mostraba, e porque resçivía mucha pesadumbre de ser tan ymportunada y molestada, así de las personas de fuera como de las religiosas de la casa, a causa de la graçia que Dios le dava.
Quiriendo Él mesmo haçer esta misericordia, primero que hablase el Spíritu Sancto en ella en persona del Hijo de Dios, y esto que ella no lo sintiese ni supiese, sino estando en rapto de sus sentidos arrevatado su spíritu, adonde Dios le quería poner, tuvo por bien el mesmo Señor de quitarle súpitamente su habla, e tornarla a deshora muda, que ninguna cosa podía hablar si no hera por señas. E quando el Señor la enmudeçió, primero la habló en spíritu, y le dixo: “Guarda mi secreto, e no hables, que yo hablaré”. En lo qual dio a entender su Divina Magestad que Él mesmo, por su humildad, con el amor que tiene a las ánimas, las quería hablar e revelar algunos secretos e muy grandes maravillas de los que a ella preguntavan, y aun muchos más, como su Divina Magestad lo hiço. Quando las religiosas la vieron tornar de la elevaçión así muda, que ninguna cosa les podía hablar, maravilláronse mucho. E por entonzes no pudo alcançar a saver por qué havía permitido Nuestro Señor aquella penitençia sobre ella. Y en tanto que stuvo muda, la puso Nuestro Señor en estado de tanta ynocençia que no pareçía sino niña; esto en quanto las cosas de esta vida. E desde algunos días y meses, estando elevada en contemplaçión, como solía, vido al Niño Jesús, Señor Dios nuestro, e gozándose ella mucho con él, suplicole la sanase. Y ella habló a manera de niño, según se le havía mostrado, y metiéndole sus sacratíssimos dedos en la boca della, díxole: “Por eso te havía enmudeçido, porque quería yo hablar primero. E aunque te sano, guárdame mi secreto. E algo di, e algo calla de lo que yo te mostrare”. E quando tornó de la elevaçión e rapto, a deshora vino sana con su habla, como de primero. Y dende a pocos días, hablava por la boca della el Spíritu Sancto, y deçía secretos y eselençias [fol. 33r] maravillosas.
Hera esta sancta virgen muy ynclinada a servir e haçer piedad a los enfermos. E havía en el monasterio una enferma que estava en la enfermería, [¿hetría?] e algo penosa, y asquerosa, e serbíala esta bienabenturada quando sus elevaçiones le davan lugar. E llevándole una vez el servidor, olía muy mal. Y ella huvo asco, y empeçó a dar arcadas, y enojándose contra sí mesma e reprehendiéndose con el pensamiento he palabras, metió la caveza dentro en él, e resçivió por la boca e nariz el mal olor. Y andando más adelante con el bazín, llevándole al lugar donde le havía de alimpiar, tornó a haver muy grande asco, e moviéndosele el estómago, dio muchas arcadas como primero las havía dado. Y quiriendo vençer esta tentaçión, esforçose e tomó con la caveza a resçivir del hedor de lo que estava dentro del servidor. Y assí vençió muy poderosamente aquella tentaçión.
Vino a esta bienaventurada una religiosa con mucho frío y dolor de estómago, y díxole: “Señora, por la caridad, que pidáys para vos un trago de vino, diziendo que lo havéys menester por algún dolor que tenéys, y dármelo heys a mí, que traygo gran dolor del estómago, e no lo oso pedir”. Ella dixo que sí haría, e considerando en su coraçón que dezir tenía dolor de estómago por entonçes que no dizía verdad, e dexarlo de pedir hera falta de charidad, supplicó a Nuestro Señor, porque ella pudiese dezir verdad y la religiosa resçiviese refrigerio en su neçessidad, le diese a ella dolor de estómago por algún rato. Y el poderoso Dios le conçedió su petiçión, que le dio dolor en el estómago, y ansí pidió el vino con verdad, e diolo a la religiosa que se lo havía pedido.
El abbadesa y monjas del monasterio en que esta bienaventurada morava tenían desseo le dixese cómo llamavan a su sancto ángel, e preguntádoselo, respondió, diziendo: “Yo tengo el mesmo desseo, e muchas veçes se lo he suplicado, y ame respondido que no ay neçessidad de saver su nombre señalado, mas de quanto se llama ángel de Dios y spíritu çelestial”. Y el abbadesa y monjas la tornaron a ymportunar, que no çesase de suplicar le dixese su nombre, porque le tuviesen en memoria e hiçiesen muy señalados serviçios [fol. 33v] e conmemoraçión. E desque le tornó a ver, suplicole le dixese su nombre, que el abbadesa y monjas se lo suplicavan porque le querían hazer señalado serviçio. Y el sancto ángel se escusó como primero, diziendo se llamava ángel de Dios, y spíritu çelestial y bienaventurado. E de que vido esto esta sancta virgen, supplicó a la Emperadora de los Çielos le alcançase esta virtud que ella supiese el nombre señalado de su sancto ángel. E la Soberana Emperadora se lo otorgó luego. E para esto llamó luego al alto seraphín Sant Gabriel, y díxole: “Ven acá, Gabriel, llámame a Laurel Aureum. E obedesçiendo Sant Gabriel al mandamiento de la Madre de Dios y Señora Nuestra, fue luego, e llamó a este sancto ángel, que estava junto con esta bienaventurada su ánima, y díxole: “Señor sant Laurel Aureum, andad acá, que os llama la Reyna Nuestra Señora”. Y él obedeçió de hinojos, e a deshora voló en alto, e fue a ver lo que le mandava. Y assí conoçió esta bienabenturada que hera su sancto ángel aquel que llamavan aquel nombre. Y quando el sancto ángel bolvió donde ella estava, díxole con mucho gozo: “Señor, ya he savido vuestro nombre. Aunque vuestra hermosura nunca me lo a querido dezir, mi Señora, la Reyna de los Çielos, me a hecho esta virtud, que me encomendé yo a su clemençia y otorgó mi petiçión”. E de que tornó en sus sentidos, dixo con mucho lo que le havía aconteçido, e de qué manera havía savido el nombre de su sancto ángel. E díxosele a las religiosas, y ellas se goçaron mucho e dieron graçias a Dios, e tenían muy gran devoción a este sancto ángel, y encomendávanse a él en todas sus tribulaçiones spirituales, y él las socorría e ayudava e favoreçía e suplicava a la Divina Magestad por sus ánimas e petiçiones.
E de que tornó a ver a su sancto ángel, díxole: “Señor, allá he dicho a mis hermanas vuestro nombre, y anse goçado mucho con él”. Y él respondió: “Ya lo sé, mas no me saven nombrar, que algunas me llaman Laurel y me haçen árbol, mas no yerran mucho en ello, que la sustançia de mi nombre casi eso quiere dezir, que ansí soy yo por la voluntad del muy alto reverdeçedor de ánimas e amparador de los que devajo de sus alas e de las mías se pusieren, e de los que mi nombre con devoçión e amor ynvocasen”.
Estando esta bien˂abentu˃- [fol. 34r] abenturada arrobada en contemplaçión un día de la bienaventurada sancta Bárbara, entre otras muchas cosas çelestiales que el Señor tuvo por bien de le mostrar, vido que pasavan por donde ella estava a sancta Bárbara. Y viéndola ella, llamola, e suplicole que se llegase a ella. E la sancta Bárbara se llegó, e la habló muy dulçemente. E la sancta Juana de la Cruz la pregunta: “Señora, ¿por qué tray vuestra hermosura tan rico, preçioso e resplandeçiente collar a su garganta?”. Sancta Bárbara le respondió que su esposo Jesuchristo se le havía dado porque la havían degollado por su amor. Ansimesmo le dixo: “O, señora mía, qué hermosa palma es esa que traéys en la mano, e cómo resplandeçen esas letras de oro que están scriptas en las hojas, en las qualas viene scripto vuestro nombre preçioso e vuestra sancta vida y martirio. Y bien savéys vos, mi señora, quánto soys mi señora, e quánto os quiero”. E la señora sancta Bárbara le respondió: “Ya lo sé, y así te tengo yo por devota e amiga, e rogué a Dios que os diese esa graçia que ahora tienes”.
Y çesando de hablar con la sancta Bárbara, a deshora llegó a ella un niño, de los chiquitos de teta que se va al Çielo después de su muerte por sola la Passión de Nuestro Señor Jesuchristo e virtud del sancto baptismo, el qual niño la dixo: “Otra vez te he hablado, y te dixe que dixeses a mi madre que castigue a sus hijos dende chicos, y también quando grandes; si no, que lo pagará delante de Dios, e le será demandada estrecha cuenta. E yo doy graçias a Dios que me truxo a este reyno en mi niñez, que si llegara a ser grande, por mis peccados e mal recogimiento de mi madre no me salvara. E por eso te ruego que tú se lo digas”. Entonçes, esta bienaventurada respondió a este niño: “Ni sé quién es tu madre, ni la conozco, ni adónde mora, ni tampoco aunque lo supiese e lo quisiese deçir no me crehería”. El niño le respondió: “Díselo tú, que yo te diré çierta cosa señalada, secreta de su ánima, que no lo save sino Dios y ella, que lo hiço. Y dile tú que se enmiende dello, e con esto te creherá. Y di que su hijo chiquito que se le finó te lo dixo, el amonesto y consejo. E mi madre se llama fulana, y es muger de fulano, e bibe en tal lugar”. E así le señaló y le dixo quién hera su madre y dónde morava. E quando esta sancta virgen tuvo lugar e dipusiçión, mandó llamar a esta muger, y hablola en secreto, y díxole lo que su hijo chiquito, que estava en el Çielo, le avía encomendado. E la muger lo creyó muy bien, por las señas que esta sancta bendita le dio e por las verdaderas palabras que le dixo. E dende adelante fue [fol. 34v] aquella muger muy su amiga, y la visitava muchas vezes, y estava a todo lo que le aconsejava e corregía.
Dezía esta bienabenturada que andan muy enjoyados, e adornados e señalados, los bienabenturados de la corte çelestial, assí los sanctos del testamento nuevo como del viejo, de las armas e ynsignias del Redentor e de su sagrada Passión, e de su sancta madre, Nuestra Señora; que traýan sanctos apóstoles y mártires, junto con estas armas, cada uno su martirio por divisa, bordado en sus bestiduras e pendones y estandartes. E los sanctos de la ley vieja, dezía, andan señalados e bordados en sus bestiduras çiertas figuras que en tiempos les dio el poderoso Dios en figura del Redemptor, y de comienzos havía de venir a los redimir. Dezía que traýan, unos el altar nuevo que Dios les mandó edificar, e otros el carnero que Abraham sacrificó en lugar de Ysac, su hijo; e otros el poço de Jacob; e otros, la çarça de Moysem; e otros, la verga de Harón; e otros, la serpiente que el Señor mandó alçar en el desierto; e otros el arca de la sancta sanctorum; e otros, los tres ángeles que vido Abraham quando dixo que havía visto tres, e adornado uno; e otros la Virgen con el niño en braços, según les fue profetiçado que la Virgen havía de conçebir e parir hijo; e la escalera de Jacob; e otros, otras muchas figuras del tiempo antiguo, según el tribu e generaçión que es cada uno.
Deçía esta bienabenturada que todas aquellas figuras hermosean e adornan a todos los que sobre sí las traen, en memoria de las sagradas maravillas e beneffiçios que el poderoso Dios les hiço. E otras de las ánimas christianas que están en el Çielo muy gloriosas, dezía, traen en sus vestidos por divisa algunas el cáliz con el Sanctíssimo Sacramento, muy ricamente bordado; e otros las llaves del señor Sant Pedro, que significa la perfeta confesión e sancta absolución, e ricos thesoros de la sancta Madre Yglesia; e otros la pila del sancto baptismo; e otros, las crismeras del sancto olio de la crisma e unçión. E assí dezía que vía a todos los cortesanos çelestiales con diversos motes y figuras del poderoso Dios e de la dulçíssima Virgen María, su madre, y que su sancto ángel le declarava e deçía por qué, para qué traýan los bienabenturados cada una de estas figuras o empresas, las quales ella no declarava ni dezía.
Hablando el Señor por la boca de esta bienaventurada, la llamava [fol. 35r] algunas vezes por su nombre, diziéndole “Juanica”, e luego declarava que la llamava este nombre diminutivo porque aún no hera del todo nasçida su ánima de su cuerpo, ni naçida perfetamente a luz, que entonzes es digna la persona de nombre entero. Quando después de passada de esta vida el alma se salva e ba al Çielo, queda que, quando muere, si se va al Infierno, no se puede a tal dezir naçida, sino abortada, e no es dina tampoco entonzes de nombre. Algunas vezes la llamava el Señor mesmo por la mesma habla el nombre entero de “Juana”. Dezía su Divina Magestad que la llamava e dezía este nombre entero de “Juana” porque quería dezir nombre de graçia, e de conoçer e amar a Dios; e otra alguna vez la llamava “Juana”, que deçía el mesmo Señor que quiere deçir graçia, graçiosa, dada de ánima.
Dezía el Señor, quando hablava por la boca de esta sancta virgen, que quando se diçen e tratan los misterios de la sancta misa, son tan ynumerables las yndulgençias e perdones que ganan los que con devoçión y limpieza de conçiençia los oyen que no ay en la Tierra sentido humano que los pueda numerar ni deçir, por estar allí presençialmente la Magestad de Dios. Deçía el mesmo Dios e Señor que, aunque al parezer de los ojos humanos está puesto el Sancto Sacramento en altar de barro o de madera, y en los paños, y lienços e sedas, e plata e oro que acá le ponen, que también le traen los sanctos ángeles del Çielo yglesia nueva e altar nuevo, y entoldaduras nuevas e frontales, e sábanas e corporales, cáliçes e patenas, e todos los aparejos del altar he hornamentos nuevos para el preste; e aún guantes o sandalias para las manos, porque las manos de los sacerdotes, por limpias e sanas que sean, por ser humanas, no son dinas de tomar a Dios en ellas, e todas las cosas que acá se ponen en los altares, por valerosas e ricas que sean, no son para otra cosa perteneçientes sino para [¿foros?] de los celestiales que traen los ángeles para serviçio de Nuestro Señor. Y aun quando sean dinas las cosas e serviçios que los humanos ponen por hornamento en las yglesias y altares de Dios, an de ser muy limpias e valerosas, reverençiales; y si tales no son, pudiéndolas poner, el mesmo Dios lo demandara a cada un ánima que tiene cargo dello, así de lo mandar como de lo haçer alimpiar.
Dezía el Nuestro Señor, quexándose e reprehendiendo a los que diçen que no es bien que se ponga oro ni plata, ni brocados ni cosas valedoras en los altares para honra de culto divino, que el mesmo Spíritu Sancto responde a esto, el qual tiene cuydado de tornar por la [fol. 35v] honrra de Dios, e dize, a quién le perteneçen todas las cosas valerosas limpias e preçiosas, e dulçes ministriles e famosos cantores, e todas cosas que buenas sean, sino a solo Dios, criador e haçedor del Çielo y de la Tierra.
Dezía el Señor, a manera de quexa e reprehensión: “Dizen en la Tierra los humanos que Dios y su madre quisieron andar pobres e menospreçiados. Es verdad, empero hiziéronlo por dar exemplo, y si nos quisimos humillar, tanto más son los humanos obligados a nos ensalçar y servir con las cosas mejores y más preçiadas que tuvieren, honrar y solemnizar sus sanctos templos e altares”. Pues todos los bienes que tenemos los humanos, así spirituales como temporales son suyos, e no nuestros, e los alcançamos por ruego e ynterassión de su preçiosa madre Nuestra Señora. E por tanto, quiere su Divina Magestad e le plaçe que con todos sirvamos a su preçiosa madre junto con Él, pues se lo debemos; e que si no se quisieron tratar quando estavan en la Tierra entre sus criaturas, según su estado e dignidad lo mereçía, que nosotros, que somos sus basallos, so pena de la pena, somos obligados a los servir como siervos a señores, e como basallos a reyes, e como criaturas al Criador y madre suya e, si no lo hiçiéremos, o a lo menos todas nuestras fuerças o posibilidad −dezía el Señor− pagaremos en su juyzio divino.
Dezía hablando por la boca desta bienaventurada, que quando se dize la missa y el sancto evangelio toda persona que presente estava hera obligada a estar muy atenta y en silençio, e de hinojos y en pie, e que así como quiere el preste empezar el sancto evangelio, los ángeles que allí están presentes en la missa, que son muchos, tocan todos juntos las trompetas, hablando con los humanos, diziendo: “Levantaos todos en pie y escuchad atentos con mucha devoçión, y abrid vuestros coraçones, e orejas y sentidos, para oýr al Señor, que quiere hablar; y entended sus maravillas y secretos, que os quiere deçir e descubrir como amigos; e obrad sus exemplos, que os dexó, e tomadlos y enseñadlos vosotros, christianos, e guardadlos en vuestros coraçones. Escuchad, dichoso pueblo christiano, que os habla vuestro Dios, e os declara sus misterios, e os releva sus maravillas, e os descubre su coraçón, e os manifiesta el desseo que tiene de hazeros merçedes, e os convida al Reyno de los Çielos, que os llama [fol. 36r] para que os vengáys a Él, que se desea açercar a vosotros, christianos, que os convida a bodas divinas, e os avisa de lo que os havéys de apartar. Por eso escuchad a vuestro Dios, tan venino que vino a la Tierra por vos redimir, e os dexó en memoria lo que es su sancta voluntad que hagáys para le aplaçer, y lo que es dañoso para vuestras ánimas y conçiençias, porque no lo obréys y os apartéys de lo malo. Por tanto, pueblo christiano, adora y servi, y escucha al Señor Dios tuyo, que tanto le devéys”.
Declaró más el Señor, que havía Él dicho, estando en la Tierra, quando consagró su sancto cuerpo, tornando del pan en carne, y el vino en sangre: “Esto haréys en mi commemoraçión”, que quería tanto deçir como si dixera: “Cada vez que este Sancto Sacramento de mi cuerpo consagráredes, anunçiaréys y declamaréys mi muerte e Passión, e lo offreceréys al Padre mío celestial en memoria mía, y assí renovarés mi sagrada muerte e Passión para remedio e salvaçión de vuestras almas, como si yo estuviese en aquella hora puesto y colgado en la cruz, haziendo nuevamente la obra de vuestra redempçión”. Y esto deçía el Señor havía Él hecho con sobra de amor que tiene al linage humano, de querer venir en el Sancto Sacramento del Altar cada vez que es llamado con las palabras de la sancta consagraçión.
Como el Señor descubría e mostrava a esta bienaventurada algunos de sus secretos, así de los gozos çelestiales como de las penas que las ánimas padeçen por sus pecados, y aun de las ánimas que andavan por los ayres, yendo ella una noche a tañer a maytines, que hera sacristana, oyó gritos muy espantosos como de persona que se quexava muy triste y dolorosamente. Y ella, muy maravillada dello, preguntó a su sancto ángel qué voçes heran aquellas tan espantosas que havía oýdo, si se le havía antojado. El sancto ángel le respondió: “No te se antojó, que gritos heran de ánima neçessitada, que con liçençia de Dios se le venía a encomendar que la hiçieses haçer çiertos bienes. Y no te maravilles que lo oyeses tú, que María de Sant Gabriel, religiosa de tu convento, lo oyó también, aý en tu casa, quando tú la oýste”. Y dende a pocos días, apareçió aquel ánima a esta sancta virgen, la qual ánima hera una gran señora del mesmo reyno de Castilla que havía pocos días hera difunta, e padeçía muy grandes penas, la qual le dixo: “Ruégote, por amor de Dios, que ayas compasión de mí, y scrivas a tal çiudad de este reyno, a tal señora que es mi madre. E yo soy fulana, hija suya. E dile cómo te apareçí y estoy en [fol. 36v] grandes penas, e tengo neçessidad que me hagas tales y tales bienes, y abré muy gran remedio con ellos”.
Y con esta ánima desta señora venía otra ánima de un su hermano, con liçençia y voluntad, que en este mundo havía sido muy gran cavallero e havía tenido algunos cargos e viçios por lo qu’él padeçía en el otro mundo. E ansimesmo, aquel ánima habló a esta bienaventurada, e le dixo que embiase a deçir que rogasen a Dios por él, que tenía mucha neçessidad. Ella, movida de compasión y caridad [4] de aquellas ánimas, scrivió aquella señora, diziéndole que hiçiese hazer por fulana su hija, que estava en mucha neçessidad e penas de Purgatorio, tales bienes; la qual señora no lo quiso creher, ni mandar hazer ningunos bienes por el ánima de su hija. E quando esta sancta virgen vido tal respuesta, congoxose mucho, y dixo: “Pésame por haver scripto aquella señora e descubierto el secreto de aquel alma, pues a sido sin fruto e provecho. Empero, yo sé çierto que esta señora a quien yo agora scrivo no vivirá mucho en este mundo,porque, allende de ser sus días cumplidos, su mesma hija demanda justiçia de Dios della, y ruega que vaya muy presto a sentir las penas que ella siente, pues ni las creyó ni para salir dellas la quiso ayudar”. E así, cumplido por la voluntad de Dios, que luego en muy breve tiempo finó aquella señora tras su hija, e le fue revelado a esta bienaventurada cómo estava en muchas penas.
Y el ánima del cavallero, viendo que no la havían creýdo lo que havía dicho de su hermana, y que por eso no embió a dezir a su muger hiziese hazer por él los bienes que él mandava, tornó otra vez a pareçerle e mostrársele muy bravo y enojado contra ella, diziéndole: “Por çierto, tú me as sido muy cruel e sin piedad para mí, porque si mi madre no creyó lo que le embiaste a deçir de mi hermana, mi muger bien creyría lo que le embiaras a dezir. Y si no lo hazes, por çierto yo te tornaré apareçer otra vez, e te espantaré de tal manera que se te acuerde”. Y diziendo estas palabras, asió della, elevola desde el dormitorio donde estava una çelda, y díxole: “Por que veas qué son las penas que padezco, quiero demostrar algo dellas”. E sacó la mano, e tocole tan mala vez e quemole los cavellos [fol. 37r] en señal de sus muy sobradas penas e tormentos; la qual señal de quemarle los cavellos e de llevarla de una parte a otra supieron todas las religiosas, e la causa e secreto dello. E contreñida de charidad, scrivió a su muger deste cavallero, y ella lo creyó muy bien, e hiço lo que esta bienabenturada le dixo; la qual, por la graçia que le hera dada del poderoso Dios, conoçió las cosas secretas de algunas personas, e le hera revelado lo que le querían hablar antes que se lo dixesen.
E le heran manifiestas algunas neçessidades spirituales de algunas personas e sus de[f]etos antes que ninguna persona de la Tierra se los manifestase. Y savía por revelaçión si heran çiertas las palabras que le deçían, o cautelosas, e respondía a estas tales personas más al propósito del coraçón que no a las palabras. Tenía graçia que si delante della havía alguna persona endemoniada que no se supiese, ella veýa besiblemente a los demonios que venían dentro en ella. Y si algunas personas estavan tentadas de algunas tentaçiones, veýa a los demonios que las tentavan como se les ponía, si a las vezes en los hombros, y en las caveças o en el çelebro, y a las veçes en los ojos, y otras vezes las asía del coraçón. Y esto es según la manera de las tentaçiones que el demonio trae. Vido a una persona esta bienabenturada que la entrava a hablar en su çelda, la qual traýa pensamientos de haçerle mal en una çierta cosa. Y ella, en mirándola, le conoçió el pensamiento, que era ya contra ella, e vídole un demonio hechado en el cuello, que le abraçava e le hablava a los oýdos, el qual hera muy grande. E vido al ángel de esta persona estar muy lejos della, e muy chiquito. E maravillose mucho. E contando a su sancto ángel la revelaçión que havía visto, preguntole por qué causa estará el ángel guardador de aquella persona tan apartado della y tan chiquito, al pareçer, e con semblante triste. Respondiole el sancto ángel: “Eso es porque esa persona a dado lugar a las tentaçiones del demonio, y entonçes le dava entero consentimiento. E por eso se apartava el ángel della, e se mostrava chiquito e de semblante triste, porque nunca havía querido en el aquel caso tomar las espiraçiones suyas”.
Fue una religiosa muy desconsolada en el alma, y en su spíritu muy afligida, a se consolar con esta sancta virgen. Y assí como ella la vido entrar por su çelda, mirola e vido alrededor della tres [fol. 37v] demonios muy espantables, e las façes como negros, e por los ojos e boca les salían llamas de fuego, e traýan en las manos unos como garrotes de fierrro, con los quales dava muy grandes golpes de los hombros arriva a aquella persona. Y el sancto ángel su guardador estava muy çercano a ella, y andando a la redonda della dezía a los demonios: “Dad y herid a esta persona, porque es la voluntad de Dios, que lo quiere, y dello se sirve. Aunque vosotros le dáys tan crueles golpes, no sentirá más de lo que Dios quiere”. Y esta bienaventuada, maravillándose mucho de ver la tal visión, preguntó a su sancto ángel por qué hera atormentada la tal religiosa tan cruelmente viviendo en la carne, y más que deçía su sancto ángel que lo quería Dios, y ella dello servido; respondiole: “No te maravilles de las cosas que son secretos de Dios; y esa tal persona mereçe mucho en ello, y a se lo Dios dado por gran misericordia”.
Capítulo VII
De cómo privó el Señor por algunos tiempos el sentido del oýr, y por qué causa, a esta sancta virgen
Tenía graçia de entender las aves y animalias, y conoçer sus neçessidades en quanto comer y bever. Y algunas vezes dexava de pensar en pensamientos más subidos e divinales, y ýbase adonde pudiese oýr las aves quando estava en sus sentidos. Y escuchávalas y holgávase, e maravillávase mucho de las cosas que les oýa, tan pronunçiadas e tan claras a su pareçer della, e cómo deçían e tratavan entre sí, unas entre otras, cosas maravillosas que pareçía que conoçían a su criador. E le davan graçias, porque las havía criado e vestido, e adornado de alas y plumas, e les dava los campos, e árboles e frutas para su consolaçión e mantenimiento. E cada género de aves, deçía esta bienaventurada que loava a su hazedor, e le dava graçias de su manera. E toda cosa que tiene spíritu de vida, loa e da graçias a su criador e hazedor. E como ella se ocupava tanto en oýr las aves y holgava de entendellas, hechava mucho tiempo de su pensamiento en ello. Nuestro Señor Jesuchristo, como la amava tanto, no quería ni hera servido que se ocupase en otra cosa, sino en el que hera su creador y criador. Y a esta causa, quitole súpitamente el sentido del oýr corporal, que estando en sus sentidos ninguna cosa de esta vida pudiese oýr, aunque las cosas çelestiales bien las sentía, que ni por esta sordedad tan [fol. 38r] estremada no dexava de se elevar tan a menudo, y de estar tan grandes ratos elevadas, ni de açer las predicaçiones e hablar del Señor en ella como antes que ensordase. Y estando sorda, aunque no estuviese elevada, oýa y sentía los cánticos y ynstrumentos celestiales, porque las más vezes que se elevava o ponía en su coraçón o contemplaçión oýa cantos çelestiales que junto con el Spíritu Sancto la ayudavan a inflamar e alçar el spíritu en Dios. Estuvo sorda desde el día de sancta Escholástica, que es a diez de febrero, hasta señora sancta Clara, que es a doze de agosto.
Estavan todas las religiosas de su convento e otras muchas personas muy angustiadas por la neçessidad que tenían de su habla e consolaçión, porque no las oýa, aunque ellas le querían deçir y encomendar sus desseos y cosas tocantes a su consolaçión y conçiençia; por lo qual suplicavan mucho a Nuestro Señor le volviese el sentido del oýr. Y su Divina Magestad tuvo por bien de oýr las plegarias de todos, e tornole el oýr día de la señora sancta Clara. E híçolo desta manera: que estando ella elevada como solía, vido a Nuestro Señor Jesuchristo en spíritu, e la habló e consoló, e le dio el soplo del Spíritu Sancto, e hiço un sermón maravilloso, declarando muy grandes excelençias e maravillas. E hablando, dixo su Divina Magestad que quería dezir por qué la havía ensordeçido, aunque él no tenía neçessidad de dar quenta por qué haçía estas ni otras más cosas: pero que le havía quitado el oýr por tenella más quieta e junta a Él, e recoxidos sus sentidos e pensamientos en Él e no en otra cosa terrena, e tenerla en sancta y simple ynoçençia de niña, y en una puredad de spíritu sin ninguna maliçia, y que no oýa otra cosa sino cosas çélestiales. Mas pues hera tan importunada y rogada de muchas personas, que a Él le plaçía de la sanar. Y en çesando su Divina Magestad de hablar, antes que ella tornase en sus sentidos, vino a ella el apóstol San Pedro, por mandado del poderoso Dios, e metiole los dedos en los oýdos, e bendiciéndola con la señal de la sancta cruz de parte de Dios. Tornando ella en sus sentidos, a deshora se vido sana, e tornado el oýr tan perfetamente como de primero, de lo qual ella y todas las religiosas fueron muy alegres y dieron graçias a su Divina Magestad por la misericordia de ynclinar a su oreja las suplicaçiones que le havían hecho.
Viernes Sancto siguiente, luego que esta bienabenturada ensordeció, estando ella [fol. 38v] elevada e puesta en cruz, assí en la elevaçión tenía tan fijos sus brazos y piernas, e todos sus miembros, como si no fuera de carne sino un crucifixo, de manera que ninguna fuerça bastava para la quitar de así, aunque se provó muchas vezes por las religiosas en otros días que la veýan muchas vezes estar elevada e puesta en cruz. Pero no estava en pie, sino hechada donde las religiosas la ponían. Y en este mesmo ora del Viernes Sancto, estando todas las religiosas en el choro, que hera por la mañana, quando se diçe el sancto offiçio, ella estava en una çelda ençerrada, porque assí hera la voluntad de Dios y de los prelados, que, quando estuviese en rapto, estuviese desta manera. Estando diziendo la sancta Passión, tornó en sí, e fuese al choro, e yba llorando y descalça. Y no pudiendo andar, ponía los pies de lado, que de otra manera no los podía poner, y aun esto con mucha pena. E viéndola las religiosas entrar en el choro, assí fueron a ella, e preguntáronla por señas por qué yba de aquella manera. Respondió que le dolían mucho los pies e no podía andar con ellos. E mirándoselos las religiosas, viéronselos señalados, y ansimesmo las manos, de las señales del Señor: no llagas abiertas ni manantes sangre, sino unas señales redondas, del tamaño de un real, e muy coloradas, de manera que pareçían por las palmas de las manos que estavan ympresas por la parte de ençima, e por semejante pareçía en las plantas de los pies. Tenía también estas preçiosas señales, e muy maravilloso olor, e no de ninguna manera de las flores de la tierra. E quexávase muy reçiamente, e llorava de los dolores que en las partes de las señales tenía. E viéndola las religiosas de aquella manera, llorando e con mucha devoçión, davan muchas graçias a Dios. E tomáronla en sus brazos, e lleváronla a su çelda y hecháronla. Hera tan grande el ardor e fuego que en las manos e pies tenía en el lugar do tenía las señales, que le ponían las religiosas unos pañeçitos de agua fría, y en muy breve espaçio se enjugavan del gran fuego que de allí salía. E muy a menudo le ponían los pañeçitos mojados y ella mesma se soplava las palmas de las [fol. 39r] manos, por mitigarse el gran fuego e dolor que sentía. E las religiosas le preguntavan qué hera aquello o quién le havía dado aquellas señales. Ella, entendiendo, les respondió con muchas lágrimas y dolores que sentía, diziendo: “Vi a Nuestro Señor Jesuchristo cruçificado en aquel lugar donde mi sancto ángel me suele poner, y assí, llagado y cruçificado como venía, se juntó conmigo, e puso sus manos junto con las mías, e sus pies con los míos; y así como esto hiço, sentí en mi spíritu gran dolor e sentimiento en mis manos e pies y, a deshora, me vi tornada acá en mis sentidos, con estas señales que véys, y con muchos dolores en ellas, y tan reçios que casi no los pudo sufrir”. Tuvo estas señales tan maravillosas y creçidos dolores dende el día del Viernes Sancto, hasta el día de la Sancta Asçençión. Y esto no contino, sino los viernes, y sábados y domingos, tres días arreo hasta la hora que fue la Sancta Resurreçión, y dende aquella ora hasta otro viernes no tenía más dolor ni señal. Viendo esta bienaventurada cómo no podía encubrir estas preçiosas señales que no fuesen vistas de personas devotas del monasterio −pues ya se publicava, y su confesor y el compañero se las havían visto junto con las religiosas−, suplicó a Nuestro Señor muy afetuosamente que en ninguna manera permitiese su Divina Magestad que en ella, su yndigna sierva, pareçiesen ni tuviese tal thesoro ni tan ricas joyas, que no hera digna dellas, ni quería tal don, pues no le podía encubrir. E nunca çesó de haçer esta suplicación, derramando muchas lágrimas, hasta que lo alcançó del poderoso Dios. E hablando un día su Divina Magestad por la lengua y boca della, dixo: “Mucho me ruegas e ymportunas que te quite ese don que te he dado. Yo lo haré, y pues no as querido tener mis rosas, yo te daré cosa que más te duela que ellas”. Y assí le fue otorgado del Señor no tener ya más aquellas señales.
Por entonçes, muchas personas heran consoladas spiritualmente e libradas de sus tentaçiones por consejo e lumbre de esta bienaventurada. Y aunque fuesen más de çiento las que juntamente se le encomendasen para que rogase a Dios por ellas y que huviese respuesta de su sancto ángel, dotola Dios de tanta graçia que ninguna se le olvidava; que por todas rogava a Dios a su sancto ángel le dixese qué respondería a cada una de aquellas [fol. 39v] personas.Y el sancto ángel la respondía en cada cosa, según el poderoso Dios le dava liçençia para ello. E havidas ella las respuestas, las dava a las personas que se le havían encomendado, sin trocar ninguna cosa de lo que el sancto ángel le deçía, e savía lo que havía de dezir a cada persona. Y esto, de una vez que se elevase, traýa todo esto en su memoria.
Vino a ella un religioso muy tentado de no querer reçar las horas e offiçio divino ni ninguna cosa que hera obligado, diziendo que Dios no tenía neçessidad de sus oraçiones. Encomendándole esta bienaventurada al Señor, díxole a su sancto ángel la tentaçión y neçessidad de aquel religioso, e suplicole que le dixese alguna cosa que ella le pudiese dezir para el remedio de aquella neçessidad. El sancto ángel le respondió, diziendo: “Dile tú a esa persona que verdad es que Dios no tiene neçessidad de las oraçiones de las criaturas que Él crió, empero todas las criaturas raçionales tienen neçesidad de la ayuda de Dios e de le servir para le aplacar, así como de neçessidad e fuerça es obligado qualquier labrador pechero de pagar a su rey y a su señor el pecho que es obligado e le debe; y si esto de su grado no haçe qualquier basallo, mandarle á dar gran pena su señor y mandarle á prender a sus alguaziles y justiçia, y si mucho fuere revelde, haçerle matar, e assí perderá la persona e los bienes; lo mesmo hará Nuestro Señor Jesuchristo a los christianos religiosos, assí hombres como a mujeres, si no le sirven y le pagan lo que le juraron en el sancto baptismo y en su profesión. A los religiosos, demandárselo á muy reçiamente, por peccado mortal, e si mucho perseverare en su reveldía de no querer amar ni servir a Dios, ni reçar sus oras y lo que es obligado para le aplacar, siquiera con algunos serviçios e buenas obras, mandará a los sus alguaçiles, que son los demonios, le prendan y enfermen, e saquen el alma del cuerpo a muchos tormentos. Y después, en su juyzio, condenarle á el alma a penas eternas, de manera que perderá la persona y el alma, e bienes spirituales que pudiera tener. Por tanto, di tú a aquella persona que desheche la tal tentación, que es de Satanás, y se esfuerçe e reçe, y sirva a Dios, e pague el tributo y pecho que le debe por su [fol. 40r] juramento y vasallaje. Si no, que le será demandado como he dicho”.
Vino otra persona a esta bienaventurada a pedirle consejo y doctrina, diziendo qué haría para aplaçer a Dios. Ella preguntolo a su sancto ángel, e suplicole respondiese sobre ello, e díxole: “Dile a esa persona que paz, e oraçión, e silençio son cosas que aplaçen mucho a Dios. Y que trayga belo negro en su coraçón, e ánima de dolor de la sancta Passión de Nuestro Señor Dios, y alguna carga que ponga ençima de su persona. Dé frutos de penitençia, y esto tome por vestido, y el llanto por tocado, y assí estará bestida y adornada su ánima para ser perteneçiente a su Dios”.
Otra preguntó a esta bienaventurada qué haría para estar siempre en graçia e aplaçimento de Dios. Ella díxolo a su sancto ángel, e pidiole respuesta para aquella persona. Y él dixo: “Dile que llore con los que lloran, y ría con los que ríen, y calle con los que hablan”. Otro consejo: estava una religiosa enferma de una muy grande enfermedad e fatigada de muchos dolores, y dixo a esta bienabenturada Juana de la Cruz le suplicava dixese a su sancto ángel le embiase alguna palabra de consolaçión. Y él le respondió que qualquier persona enferma que está en la cama, pues no puede reçar ni offreçer otro sacrifiçio sino sus dolores a Dios, ponga en su memoria por çielo de su cama a Nuestro Señor Jesuchristo cruçificado e llagado por los peccadores, e por paramentos e çercadura todas las ynsinias de la Passión e tormentos que el Hijo de Dios padeçió por redimir y salvar sus criaturas. E piense qualquier persona enferma siempre en esto, e offrezca sus dolores a los de Christo, y rescivillos á el mesmo Dios, e serle an meritorios sus dolores y enfermedades. Y aun hasta las mediçinas e cosas neçesarias que tomase en su enfermedad, ofreçiéndolo todo en reverençia de la Passión del Señor y de la hiel y vinagre que le dieron a beber; y aun la flaqueza, y desmayos e sed que padeçiere, le será contado en mereçimiento, si lo ofreçiere en reverençia de la hambre y sed, y ayunos y cansancios, e flaqueças e desmayos que padeçió el Hijo de Dios. E lo mesmo le será contado el frío, y la calentura e sudores, offreçiendo cada cosa de estas a su misterio. Y assí terná cada criatura sus penas y dolores, acordándose [fol. 40v] quánto fueron mayores las que padesçió su Dios, e todas por sanar las llagas y enfermedades de los peccadores. Y aun si perfeçión e conoçimiento de Dios tiene la tal ánima que estas cosas pensare, será bien que diga: ‘En el nuestro Jesuchristo duélanme los dolores, en tal que no me aparten de la caridad de vuestro amor’. Y a Nuestra Señora puede dezir, si la enfermedad le diere lugar: ‘O, Virgen singular, entre todos piadosa, haz a mi ánima ser suelta de sus culpas, y en el cuerpo ser mansa y casta’”.
Consejo a otro: una persona suplicava la respondiese el sancto ángel, por ynterçessión de esta bienabenturada, y asý fue, que digo: “Dile a esa persona que se enmiende, e guarde de ofender a Dios, que le hago saver que se demanda por hurto en el juizio de Dios qualquier tiempo e palabras mal dispendidas e habladas, e se pagan con las setenas como hurto, e se an de restituyr como fama qualquier mal exemplo o enseñamiento u ocasión que dé para que otra peque. Por eso, que se avisen hechos e horas e palabras”.
Estando aparejadas las monjas para comulgar, e juntas en un lugar que para ello tenían diputado, hallose con ellas esta sancta virgen, la qual no yba a comulgar, sino a ver y adorar este Sanctíssimo Sacramento. Y como estuviese allí, llegáronse las religiosas a ella, y ocupávanse en la hablar, encomendándole algunas cosas de sus ánimas. A deshora fue tomada y arrevatada dentre las religiosas, e de los ojos dellas, e alçada en alto. Todas, muy maravilladas, allegaron a comulgar, cada una como mejor pudo. E de que huvieron comulgado, pasado algún yntervalo, a deshora la vieron entre ellas. Todas, muy espantadas, se hallegaron çerca della, y la rogaron muy afincadamente les dixese dónde havía estado mientras ellas comulgaron, que a deshora se havía desapareçido. Y enportunándola mucho, les respondió, diziendo: “Los ángeles me llevaron porque no os ocupásedes conmigo, sino con solo Dios, e dixéronme: ‘Anda acá, súbete aquí, a la cumbre de la casa con nosotros, por que no se ocupen en ti las religiosas el tiempo del comulgar’. Y allí me tuvieron en el ayre entre ellos, e me cubrieron con sus hermosas alas porque vosotras no me viésedes. E dende allí goçávamos todos del Sanctíssimo Sacramento. E quando me bajaron, dixéronme: ‘Anda acá, que aora no estorvarás nada’. E las monjas dieron [fol. 41r] graçias a Dios por tan gran milagro, e rogaronle mucho les dixese lo que Nuestro Señor le havía mostrado en la comunión de ellas. Ella les dixo: “Las que comulgavan muy devotamente, llegava el sancto ángel su guardador e tomavale del braço, e abraçávala, e besávala e goçávase mucho con ella; e la que no comulgava devotamente, desviávase algo de ella su sancto ángel, e orava al Señor muy devotamente por ella, que la cumpliese de su graçia”.
E no solo esta vez fue esta bienabenturada alçada en cuerpo y en alma dentre las religiosas, mas otras vezes lo vieron y supieron las mismas monjas que los sanctos ángeles le alçavan en contemplaçión, y assí tenía condiçión angelical e sanctas hablas e consejos. Desde a çiertos días que este milagro vieron las religiosas de alçarla en alto los ángeles quando comulgavan, pidiola la provisora una cosa que tenía neçessidad, e deçía no la havía en la casa, y ansí lo creýa de çierto. E oyéndolo esta sancta virgen, dixo a la provisora: “Sí tenéys, hermana, aunque no se os acuerda. Que yo le vi el otro día, quando las religiosas comulgaron en tal zaquizamí, quando los sanctos ángeles me subieron en alto”. E fue la provisora, e halló lo que buscaba.
E aconsejava muchas veçes esta bienaventurada scriviesen e agradeçiesen mucho a los sanctos ángeles custodios las buenas e caridosas obras que contino hazen a nosotros peccadores. Dezía: “No solamente son nuestros guardadores, mas los podríamos llamar nuestros compañeros. Y esto por el mucho amor que nos tienen, e por ser compañeros de nuestras almas que, allende de ser nuestros ayos y guardadores, son berdaderos e fieles compañeros y amigos para nos defender, así de los demonios e peligros del mundo como para nos ayudar e favoreçer en el amor e serviçio de Nuestro Señor Jesuchristo e provechosa salvaçión de nuestras almas. E por esto −deçía esta bienabenturada− clamo yo a los sanctos ángeles guardadores de ánimas ‘compañeros’, porque nos acompañan día y noche, y en vida y en muerte. Y quando algunos de los fieles christianos están en artículo de muerte, el sancto ángel guardador, como a compañero muy leal e amigo verdadero, haviendo compasión de aquel ánima, va al Çielo, y ruega e convida a algunos sanctos e santas que él save que aquella persona tiene devoçión y a hecho algunos servicios, e dízeles: ‘Señores, tal persona, que es ánima que yo tengo a [fol. 41v] cargo por mandamiento divinal, está en gran neçessidad, que está en artículo de muerte. Por eso, ayúdame a rogar a Dios por ella, e sedle favorables’. E los bienabenturados responden que les plaze, y ansí lo ponen en obra”. Dezía que, aun después de difuntas, las personas christianas e salvas por la misericordia de Dios, los sanctos ángeles sus guardadores no las desamparan en Purgatorio, porque las socorren e visitan, llevándoles las sufragios e oraçiones en que van los mereçimientos de la passión de Nuestro Señor Jesuchristo, e limosnas çelestiales con que las visitan, y consuelan e sanan limpiándoles sus llagas e tormentos muy crueles que padezen las ánimas en Purgatorio; y tales, que ninguna criatura humana las podría creer. Dezía esta sancta virgen que, así como la offensa que la criatura haçe, por chiquita que sea a nuestro pareçer, es infinita porque offende con ella al infinito Dios, así las penas que en el otro mundo dan a las ánimas, por pequeñas que sean, son muy indeseables [5], e gravíssimas e amargas, e no tienen otra consolaçión sino la que le da y lleva el sancto ángel su guardador.
Hablando el Spíritu Sancto por la boca de esta bienabenturada, dixo que qualquier persona que se desea salvar y alcançar perdón de sus peccados á de ser como paloma que no tiene hyel. Conviene a saver, que no tenga maliçia, ni odio, ni malquerencia, aunque le hagan mal, sino haga como la paloma que, aunque le haçen mal, no se save tornar a quien se le haze, sino gime entre sí y pasa su pena, e va a fazer su llanto çerca de las aguas, porque, si viniesen los caçadores o otras aves contrarias suyas a quererla empeçer, se esconde devajo de las aguas, y allí se guareçe. Lo mesmo debe de façer la persona fiel: yr a hazer el llanto de sus peccados çerca de las aguas de la Passión e llagas de Christo; porque si le vinieren tribulaçiones o persecuçiones de los próximos o del Demonio, el qual como caçador quiere caçar las ánimas e llevarlas al Infierno, entonçes es muy buen remedio a la ánima pensar en la Passión de Dios e meterse con el desseo en las fuentes e guaridas que con sus sanctas llagas. Ansimesmo, dixo su Divina Magestad, tiene la paloma otra propiedad, que todo su canto es gemido, e casi como triste llanto. E lo mesmo debe façer qualquier persona, pues a offendido a Dios, que ninguna es tan justa que no tenga peccados, e toda su vida justa raçón á de ser llanto; o que bien puede dezir la mesma persona que a offendido a Dios si la mandaren reýr o cantar, o alegrarse vanamente: “Ya se quebró mi hórgano e no puedo cantar, [fol. 42r] que el día que offendí yo a mi Dios y Señor, yo mesma que bi el órgano del alegría de mi alma, y no sé si tengo enfado o aplacado a mi Dios, e hasta que vaya a la tierra del alegría, que lo sepa e le vea, no me quiero alegrar ni tornar plazer que sea fuera de Dios, sino vivir en llanto, pidiendo a Dios perdone mis peccados”.
Otro consejo del Spíritu Sancto muy provechoso: dixo el Señor que, para defenderse el ánima del demonio, á de resçivir las buenas espiraçiones del Spíritu Sancto en el coraçón, y haçer lugar para ello, y calçar los pies del ánima de muy buenos pensamientos, y bestirse el arnés de la charidad, e ponerse el capaçete de la fee; y para resçivir los golpes de los adversarios, ponerse á el escudo de la esperança, y esgrimir muy reçiamente con la espada del buen desseo, premiándolo en obras perfetas. E armada qualquier ánima fiel con estas armas, podría muy bien pelear con Satanás, el qual viene desnudo y despojado, que no tiene ninguna de estas virtudes con que se pueda armar. Por ende, si Satanás nos vençe a nosotros, los christianos, es porque nos desarmamos e quitamos de sobre nuestras almas algunas o alguna destas virtudes, e quando el Demonio ve que havemos dexado caer alguna dellas, esfuérçase muy reçiamente a nos convatir, e herir e llagar, y matar con ella, trayéndonos tentaçiones de las cosas en que más flacos nos ve, e de las virtudes de que más nos ve careçer.
A la saçón que el Señor estava hablando por la boca de esta bienaventurada, estava una religiosa de poca hedad en pasamiento. Y quitada ya la habla, e así como estava, la llevaron las monjas allí, e pusiéronla delante en una cama. E la enferma empeçó a gemir muy reçiamente, e muy apriesa y congoxada. Dixo entonçes el Señor: “Bien haçes, hija, de reconoçer a tu criador y redemptor. Sométete devajo de su poderío, pidiéndole misericordia. Esfuérçate, esfuérçate, que piedad y misericordia hallarás ante Dios”. E buena cosa es que quando alguna persona estuviere en pensamiento diga estas palabras con devoçión, y si la tal persona no las pudiere dezir, dígalas otra por ella, en su presençia. E las palabras son estas: “El Señor que suelta los presos, suelte a esta. El Señor que alumbra los çiegos, alumbre a esta. El Señor que sana los contritos, sane a esta. El Señor que socorre a los neçessitados, socorra a esta. El Señor que alegra los tristes, alegre a esta. El Señor que perdona los peccadores, perdone a esta. [fol. 42v] El Señor que salva los yndignos, salve a esta”. Muchas vezes, hablando el Señor, mudava el lenguaje, según havía la neçessidad. Algunas veçes en latín, quando havía letrados, para dezirles algunas cosas secretas a ellos, para aviso de sus sçiencias; otras vezes hablava en vizcaýno, e muy çerrado, haviendo personas que entendiesen aquel lenguaje. Estava una vez un perlado mayor, de la orden del glorioso sant Francisco, el qual tenía en el secreto de su coraçón yntençión de haçer perlada e abbadesa a esta bienabenturada Juana de la Cruz. Lo uno porque vía en ella gran marco, e lo otros porque havía muchos días que se lo pedían las religiosas con muchas lágrimas. E no lo havía hecho porque no tenía tanta hedad como hera menester para semejante cargo. E teniendo esto en su coraçón, hablole el Señor en bascuenço, estando él oyendo esta bendita habla, e díxole que la pusiese sin temor por perlada, que marco tenía para ello e para más. El qual perlado, quando la eligió por abadesa, dixo: “No la hago yo solo abbadesa, que Dios la tiene elegida, e me la mandó poner”. Y contó lo que le havía dicho en bascuenço.
Quando los christianos ganaron a Orán, dio el obispo de Ávila a esta bienabenturada, o al monasterio por su ynterçesión, dos esclavas que traxeron de aquella ciudad. La una hera ançiana, la otra moçuela de treçe o catorçe años, las quales aún no heran christianas. Las monjas, deseando lo fuesen, empeçaronlas a hablar e dezir que se tornasen christianas. Ellas, oyendo esto, hazían tantas bramuras como si las quisieran matar, en espeçial la más ançiana: se arañaba toda, hasta que le corría sangre. Viendo esto, no la apremiavan ni enportunavan mucho. E hablando el Señor un día por la boca desta bienaventurada, las monjas lleváronlas, para que oyesen a el Señor. Aunque yban de mala gana, estuvieron allí presentes, e su Divina Magestad del poderoso Dios las habló en algaravía, y ellas, muy atentas, escuchavan lo que el Señor les deçía, e respondían ellas en su mesma lengua. Y así estuvieron un buen rato en presençia de todos, e convirtiolas el poderoso Dios, y ellas pidieron el sancto baptismo con mucho fervor. E de aý adelante, todas las vezes que el Señor hablava por esta voz, estando estas esclavas oyéndole, aunque algo apartadas, Él mesmo las llamava por sus nombres en algaravía, a cada una por sí, e luego ellas se levantavan e pasavan entre toda la gente, e se ponían çerca hincadas de hinojos, e allí las hablava e consolava en su lenguaje, y ellas le respondían e quedavan muy alegres. E así bivieron y [fol. 43r] murieron christianas, en el serviçio de Dios y del monasterio.
Siendo esta bienaventurada abadesa, vido estando elevada una figura en el Çielo de unas sus monjas, a las quales mandó la bicaria hiçiesen çierta cosa de la obediençia, y ellas, escudándose, dixeron no lo podían hazer. La bicaria, viendo que no obedeçían, mandó a otras lo fuesen a hazer, las quales obedeçieron de buena voluntad, he hizieron lo que havía mandado a las primeras. Y pasando esto, tornó esta sancta perlada en sus sentidos, e sin darle ninguna persona cuenta de lo que havía pasado, mandó le llamasen a la bicaria, e díxole: “Penada havéys estado, madre, que yo lo he savido, e havéys tenido raçón por la desobediençia de aquellas religiosas, pero llámenmelas, que yo las reprehenderé, e daré penitençia, e les diré lo que an perdido por la desobendiençia”. E viniendo las religiosas ante ella, reprehendiolas, e amonestándolas, dixo: “Mirad, hermanas mías, en la negligençia que oy havéys caýdo. No os acontezca más, porque yo he visto en spíritu vuestra figura, que, ansí como desobedeçísteis, a deshora pareçieron los sanctos ángeles vuestros guardadores como henojados contra vosotras, e tomaron los pendones e cubriéronlos de negro, e arrastrávanlos por el suelo diziendo palabras como de dolor. E luego, a deshora, pareçieron allí junto con ellos los sanctos ángeles guardadores de las que hiçieron la obediençia que la vicaria les mandó, muy alegres y goçosos, y traýan los pendones alçados y en cada uno una corona, e llegaron a vuestros sanctos ángeles, e pidiéronles vuestras coronas que ellos traýan en sus pendones, e por permisión divina diéronlas ellos e tomaronlas los ángeles que las pidieron, e pusiéronlas en sus pendones. He llevava cada uno dellos dos coronas, e los vuestros no ninguna. E fueron con voz de cántico, e dulçes sones, a offreçerlas e presentarlas al poderoso Dios. Y esto fue figura de lo que vosotros perdistes e las otras ganaron, e cómo llevaron sus mereçimientos e los de vosotras. Por eso, nunca otra tal cosa acontezca, que mucho se henoja Dios con el revelde de desobediente, e los sanctos ángeles sus guardadores de los tales se yntresteçen de ver que no andan sus súbditos en la carrera de la obediençia. E quieroos también dezir a vosotras e a todas lo que vi desde nuestra çelda, que tañó la vicaria la campanilla de la comunidad para que se juntase todo el convento, e como no vinieron tan presto, tornó a tañer otra vez, e los ángeles guardadores de todas las religiosas fueron en breve juntos todos a par de la campanilla, la qual es llamada voz de Dios e del ángel. E dezían [fol. 43v] ellos: ‘Vengamos todos a cumplir e obedezer el llamamiento divinal por nuestras súbditas, que no vienen’. Y esto no se entiende que vienen a haçer la hazienda, sino a confusión de vosotras. Mirad que enojays a Dios, e days travajo a los sanctos ángeles, vuestros guardadores. Ya béys quán gran peccador es enmendado, e obedeçed por amor de Jesuchristo, que con tanta mansedumbre lo enseñó, obedeçiendo él hasta la muerte de cruz”.
Quando esta bienaventurada tenía capítulo, havía estado en rapto, y savía por la graçia de Dios todas las neçessidades que en el monasterio havía, públicas y secretas, en las ánimas y cuerpos de sus súbditas. E muchas veçes tenía al sancto ángel a par de su hombro, hablándola al oýdo, lo que havía de haçer e de ordenar.
Capítulo VIII
De una revelaçión que esta sancta virgen contó dando consejos a sus monjas
Algunas vezes deçía esta bienabenturada algunas cosas de las muchas que el poderoso Dios le mostraba. E decía hera mucho mérito dezir sus culpas claramente, como las hazía al confesor, e también en el capitulorio disculparse, porque más valía publicarse en este mundo por peccadoras que no en el otro, como ella havía visto por la voluntad de Dios en un lugar de Purgatorio. La primera pena que davan a las ánimas que allí yban es qu’ellas mesmas se pregonan, el qual lugar hera muy grande, e havía muchedumbre de ánimas e demonios. Y estava hecha a manera de ciudad con calles, e adarbes y plaças, e por todas aquellas partes y calles á de yr el ánima pregonando todos quantos peccados a hecho en toda su vida, así públicamente delante de todos, para que lo vean e sepan quantos allí están, e los moradores de aquella çiudad lo sepan e oygan. Y esto es a las ánimas muy gran bergüenza y aun pena.
“Y mirando yo en este lugar de Purgatorio, vi entre otras muchas ánimas una ánima de una muger, la qual me habló y dixo: ‘Di a fula[na], religiosa de tu casa, que digo yo que me pague ella agora lo que su hermana fulana me deve, de tal buena obra que le hiçe en todo lo que yo pude. E que yo soy fulana’. Y dixe yo a aquella ánima: ‘Si le hiçistes buena obra, páguesla ella’. Y el ánima me respondió: ‘No quiero que me lo pague ella, porque es mala pagadora, sino esotra, su hermana’”. Y esto dixo en público [fol. 44r] esta bienaventurada, he llamó en secreto a la religiosa que el ánima se havía señalado, e dixo: “Quiere una muger, que se llama fulana y hera veçina de Toledo, y es ya difunta, la qual es esta que yo he dicho que vi e oý; pide a vos que le paguéys çierto beneffiçio que hiço a vuestra hermana fulana”. E la religiosa, muy maravillada de oýr tal secreto, el qual ninguna persona savía sino ellas tres, y díxole: “Verdad es, señora, que mi hermana y yo fuymos tantos años a casa de la persona con tal y tal neçessidad, y ella nos socorrió, e nos lo guardó en secreto, y nunca más en toda mi vida vi ni hablé aquella muger, y aora pareçe ser que es difunta, e quiere que ruegue a Dios por ella, e hazerlo é yo de buena voluntad”.
Dixo esta bienabenturada vido en el susodicho lugar de Purgatorio, donde las ánimas se pregonaban, a una ánima de un perlado, el qual padeçía muchas penas, y dezía: “De lo que más me maravilla es que vi estava aquel ánima hecha como a manera de un gran palomar, con muchos hornillos y nidos y edificios. He de rato en ratto, así como estava, caýa, dando muy grande golpe consigo, e luego, a deshora, se tornava a levantar, e pareçía en su propio ser como ánima. E dende a poco espaçio tornava a pareçer en figura de palomar. E yo, muy espantada de ver aquel ánima en tal manera, pregunté al sancto ángel mi guardador qué hera aquello, e respondiome: ‘No te maravilles, que figura es’. E tornole a preguntar de qué o cómo, e díxome: ‘Esta ánima que ansí ves es de uno que fue perlado en el mundo, e por eso pareçe como palomar, porque tenía devajo de su mano muchas ánimas. E porque las rijió mal tiene ahora la figura de todas ellas dentro sí, ansí como el palomar tiene las palomas. Y a esta ánima dale mucha pena estar assí por sus peccados, e por los que sus súbditos e basallos hiçieron por su negligencia, y aun por su mal exemplo hiço a otros peccar. Aora lo paga e sirve todo junto su ánima con muy grandes penas, e aunque él paga su culpa e la ajena, no dexarán de pagar cada uno de sus súbditos por sí propio todo lo que a Dios offendió’. Dixo mi sancto ángel: “Con justa raçón padeçe este perlado las penas que ves, porque ansí como el palomar çerrado y çercado [fol. 44v] defiende y guarda las palomas e palominos, así qualquier perlado o persona que tiene cargo de ánimas á de poner la vida y persona, si fuere menester, por guareçer y librar de peligro de peccados a qualquier de sus súbditos e feligreses, desde el pequeño hasta el mayor, que no se los lleve el bilano, que es el demonio. E dentro, en sus entrañas, los deve tener metidos, para rogar a Dios se los libre de peccado y de toda ocasión que trae las ánimas en donaçión. E las caýdas que viste que dava aquel ánima −dixo el sancto ángel− son figura de las faltas y negligençias que hiço en su vida en el serviçio de Dios y en los officios divinales, e las que las otras ánimas hiçieron por su causa. Ansí es la justiçia de Dios, que quiere y permite Su Magestad que, de diversas maneras, y aun algunas veçes de muchas figuras, paguen las ánimas mudándolas de su natural, según la calidad y condiçión de los peccados con que offendieron a su Dios en el tiempo que le pudieron agradar y servir’”.
Deçía esta bienabenturada: “Llevándome mi sancto ángel dende la Dominica yn passione a visitar los sanctos lugares e misterios de Jerusalem, vi allí dos cosas de que mucho me maravillé: la una, que vi a los sanctos ángeles meterse todos dentro de la Tierra, e dentro de las paredes e de los edifiçios de aquellos sagrados lugares. E deçían los mesmos ángeles que entravan e se metían por allí adorar la verdadera tierra sancta, porque estava ya tocada, y rebuelta e mezclada, porque las gentes lo havían ya todo mudado, labrando de otras maneras los tales lugares que estavan quando Nuestro Señor Jesuchristo padeçió y anduvo por ellos. Porque, depués que el poderoso Dios subió a los Çielos, muchas mudanças a havido en los lugares desta tierra sancta. E deçían: ‘Como nosotros con ángeles savemos adónde está la tierra más sancta y más perfeta reliquia, metémonos por estas cosas espesas como spíritus sotiles e gloriosos a adorar y reverençiar las reliquias de nuestro Señor y criador’.
”Lo que más vi fue muchas ánimas que heran ya salidas de esta vida y andavan con los sanctos ángeles por aquellos sanctos lugares, entre los quales vi e hablé a una [fol. 45r] ánima de una muger que yo conoçí en este mundo, estando viva. E maravilleme mucho de verla, porque la vi muy encoxida y pobre, y neçessitada al pareçer, según ella se mostró bestida de una como camisa, toda hecha pedaços; e por muchas partes estava descubierta, y ençima de una como sayuela vieja muy corta, e uno como sayuelo, al pareçer prieto y muy viejo, y en la caveça una como toca muy corta y vieja, y metidos en los pies unos como çapatos muy rotos. E yo le dixe: ‘Soys fulana, que bien os conozco’. Y ella respondió: ‘Sí, soy’. E yo le dixe: ‘¿Dónde estáys, e cómo os fue en vuestro pasamiento? ¿Por qué estáys tan encogida y pobre?’. Respondiome: ‘Bien me fue, gloria sea a Dios, pues me salva’. Díxele: ‘¿Havéys visto a Nuestro Señor Jesuchristo?’. Y el ánima me respondió: ‘Sí, gloria sea a Él. Quando me finé, vi y le adoré a Él y a su preçiosa madre, Nuestra Señora, y me goçé mucho. Lo que me preguntáys, adónde estoy por la voluntad e mandamiento del poderoso Dios, estoy agora en la yglesia de mi lugar, y a vezes en mi casa, y otras vezes en casa de mis veçinos, pagando algunos peccados que en aquellos lugares hiçe’. Preguntele: ‘¿Estáys alegre o triste?’. Respondiome: ‘No estoy muy alegre, porque ya no me hago de estar en mi casa, ni en ninguna parte del mundo, después que dexé el cuerpo; empero, agora, a placer, tengo con liçençia de Dios de andar por estos sanctos lugares, e más goço deste sancto tiempo e sanctos misterios que si allá estuviera en el mundo, porque los puedo ver e andar con el ánima. Y aquí me dan agora, en estos sanctos lugares, goços por todas las misas que en mi vida oý’. E díxele: ‘¿Por qué traes esa camisa tan rota, que pareçe que os la an sacado toda a pedazos?’. ‘Traygola’ −dixo− ‘que en penitençia de mis peccados e de los bocados que di a mis próximos’. Preguntele: ‘¿Pues cómo les dávades bocados?’. Respondiome el ánima: ‘Todas las palabras malas e con yra que les hablava me fueron demandadas en el juyçio de Dios por bocados, como si los mordiera, que assí me pareçe que se quentan e demandan, e pagan acá en este mundo’. E díxele: ‘¿Y esa saya, tan corta y vieja que traes?’. Respondiome: ‘Aun esta que traygo [fol. 45v] me fue dada por gran misericordia, que desnuda del todo havía de andar, con esta camisa aboqueada, e toda de fuera e abergonçada, sino de charidad me vistieron estos señores ángeles, y esto por las oraçiones que yo con charidad hiçe por mis próximos. Y este sayuelo tan viejo y de tan poco valor me fue dado de virtud, que desnudos havía de traer mis braços, mas pusiéronmele para cubrírmelos, e por el tiempo que estuve desnuda, padeçiendo frío y dolores en ellos, en mi larga enfermedad. Y esta tan corta toca que me pusieron por algunas tocas que di de limosnas en ese mundo, que destocada y descubierta havía de andar mi caveça en penitençia de mis peccados. Y estos çapatos, aunque son rotos y viejos, no merezco otro calçado que bueno sea, que quando me los dieron dixéronme que los tuviese en virtud de Dios, que descalça havía de andar, sino por algunos çapatos que havía dado de limosna; por amor de Dios me dieron este pobre calçado con que cubriese mis pies’”.
Dixo esta bienaventurada, contando todas estas cosas: “Mucho me maravillo de la providençia divina, que aun en las penas, y, antes que el ánima sea sanctificada, en la gloria depara, y sola empieça Nuestro Señor a remunerar las buenas obras que en este mundo obró. Que aquellas pobres bestiduras que aquel ánima traýa figurada hera de las muy ricas y nobles que Dios le havía de dar a ella, e otra qualquiera persona, que por amor de suyo padeçiere penas y enfermedades con paçiençia, e hiçiere limosnas e buenas obras. Pregunté a aquella ánima, diziendo: ‘Dezidme, ¿havéys visto a vuestros hijos los difuntos?’. Respondiome: ‘A los que están en el Çielo no los he visto. Mas he visto otros de mis parientes, e otras personas que yo conoçía que son también difuntos, e pensava yo que avía muchos tiempos que estavan ya en el Çielo, e todavía me pareçe están en penas de Purgatorio, de lo qual estoy muy maravillada’”. Y así cesó esta habla y desapareçió a deshora esta ánima estando esta sancta virgen elevada.
Una religiosa que della e de su çelda tenía cargo, buscando çierta cosa, fue a abrir un cofreçito que estava [fol. 46r] en la çelda, e halló dentro unas ojas berdes y muy frescas, a manera de ojas de parra muy preçiosas, una hostia enbuelta en ellas. E la religiosa, muy maravillada y no saviendo lo que hera, estávalo mirando. Y estando ella en esto, a deshora tornó esta bienabenturada Juana de la Cruz de la elevación, y aún no hera casi bien tornada en sus sentidos quando vido que la religiosa andava en el cofre. Y díxole con grande apresuramiento: “Estad hermana, no lleguéys ni toquéys a esa reliquia que aý está, que es el Sanctíssimo Sacramento, mas traedme acá ese cofre yncada de hinojos”. Y con muchas lágrimas, e admirable reverençia y fervor, dixo: “Quiero haçer lo que los ángeles me mandaron, y resçivir a Nuestro Señor, aunque dello no soy digna”. Y tomó la sanctíssima hostia, e consumiola, y comiose las ojas en que estava envuelto el Sanctíssimo Sacramento, sin dexar ninguna cosa. Aunque fue muy rogada de la religiosa que la dexase alguna parteçita de aquellas sanctas ojas para las tener en reliquias o para las comer, respondió: “No me a sido dada liçençia para que diese parte dello a ninguna persona, sino que yo sola la tomase e comiese todo”. E la religiosa le suplicó mucho le dixese este secreto, y esta sancta virgen le dixo: “Los santos ángeles pusieron aý el Sanctíssimo Sacramento envuelto en unas ojas del Paraýso terrenal, según los mesmos sanctos ángeles me dixeron, que un hombre que hera hereje o mal christiano, e tanto que fue al Infierno, e murió agora, e diéronle el Sanctíssimo Sacramento; y así, quando acavó de comulgar, espiró, y no tragó la hostia consagrada, sino quedósela en la boca. E los señores ángeles sacaron al Señor de la boca de aquel hombre malo después de muerto, e truxéronle aquí, y mandaronme, pues yo lo havía visto y savido, lo [fol. 46v] tomase e resçiviese por una de las ánimas de Purgatorio. E traxéronme aprisa de allá, y dixéronme que ellos le havían puesto en cobro, y que ya estava cerrado porque çierta persona, que no savía lo que hera, llegava a ello, e por eso me traxeron tan apriesa. E la religiosa le dixo: “Poquito haçía, señora, que havía llegado a ello; e verdad dizen los sanctos ángeles, que mirándolo estava. Digo mi culpa dello”.Y ansí se supo esta maravilla del Señor.
Ymportunada de las religiosas esta sancta y bienabenturada les dixese por caridad qué hera lo que sentía espiritualmente quando la graçia de la elevaçión le venía, respondioles, como madre a hijas que en el Señor mucho amava, diziendo: “Acaésçeme algunas veçes, quando aquella graçia me viene, que me lleno dentro de mí de una dulçedumbre de licor y blancura como de leche. Y quando deste liquor soy casi llena, aún no salgo de mis sentidos, ni se me despide del todo el spíritu para subir e ver y gozar las cosas çelestiales, empero queda mi ánima alegre. E otras vezes, quando esta graçia me da el Señor, no solamente está mi ánima arta, e llena e abastada a todo mi contento, mas aun me sobra este liquor y blancura, e se vierte hasta mis vestidos; e otras vezes, los bestidos y cama a do estoy hechada; e otras vezes sobrepuja tanto, que cama e çelda está llena, e me pareze que más de una bara en alto está toda nuestra çelda llena. Y estando en esto pierdo el sentido, y me hallo donde Dios tiene por bien. E pero sé os deçir que es lugar muy glorioso, y el ánima que allí se halla no tiene más que desear por entonçes, e por las vezes que Dios por allí la quiere consolar, mostrándole su realíssima preferençia por su ynfinita [fol. 47r] misericordia.
”E quando yo torno en mis sentidos corporales hallo, en todas aquellas partes que primero vi redamada la graçia en nuestra çelda, nasçidos muchos árboles de muchas maneras, y frutales con hermosas ojas y mucha diversidad de flores, y yervas odoríferas e de muy gran fermosura, las quales me pareçe están nasçidas en la rama y en mi persona e bestidos. Y el suelo todo de la çelda, y las paredes hasta una bara en alto, y en estos árboles y flores ay muchedumbre de aves muy hermosas, cantando de diversas maneras. Y así diera por alguna graçia. E como vosotras, hermanas, sentís que yo soy tornada, y empeçáys a entrar en la çelda, a mí me pesa y tengo compasión en mi secreto, aunque no os lo digo, de ver pisar cosa tan preçiosa e hermosa. E assí, poco a poco, se va desapareciendo, que no lo veo. E yo, maravillándome qué podría ser esto, preguntelo a mi sancto ángel, e respondiome, diziendo: ‘Ay, verás tú cómo se cumple muy bien la palabra del Señor que diçe: ‘¿Quándo mi spíritu vano bolverá a mí bazío?. Pues mira tú que, si en las tierra o ropa, que son cosas ynsensibles, donde cae la graçia del Señor, que es llamada de Spíritu Sancto, como tú ves nasçido e frutificado es que no vuelve a Dios sin dar su fruto, pues quánto más es raçón haga fruto en el alma, que es viviente e ymagen de Dios, la graçia del Spíritu Sancto, y ese mismo Dios que la hiço y crió’. Y muchas vezes la embía esta graçia, y si el alma se ayudase, haría en ella muy dinos frutos, e le daría muy grandes dones de gloria. Y también dize que la medida dará a quien más le amase, llena y colmada, e revertida como tú la ves. E muy gran raçón es, y así lo quiere ese mismo Dios, que en el coraçón que esta graçia es ymbiada no cayga en baçío sin haçer fruto, e frutos como tuviese en la tierra”.
Siendo esta bienaventurada abbadesa, [fol. 47v] hazían en el monasterio un cuarto. E yendo ella a ver la obra que se haçía, acompañada de çiertas religiosas, e mirándolo por un rato, apartose de los que allí estavan, e púsose entre muchas piedras que estavan al pie de la obra. Y estando ella en pie, he se la vino la graçia del Señor, y elevose. Y guardándola Dios por su misericordia, nunca se cayó ni meneó más que si fuera de mármol, porque, si perdiendo los sentidos cayera, se hiçiera pedazos entre las muchas piedras que allí estavan. Y allegando a ella un padre, compañero del confesor de las monjas que allí estava, hablar con ella, pensando estava en sus sentidos, e hablola. E como no le respondió, el frayle llegose a ella, e vido cómo estava elavada. E maravillose, e dando graçias a Dios, díxolo a las religiosas que allí estavan. E viéronla los maestros, e todas las personas que allí estavan trabajando en la obra. E corriendo todos a mirar esta maravilla, davan graçias a Dios de verla así, sin sentidos, e tenerse en pie como si por mano la tuvieran, sin caerse ni menearse de allí. La tomaron y llevaron a su çelda e recogimiento acostumbrado, e saliendo [¿el principal?] ya dicho fuera del monasterio, venían unas personas a la casa a hablar a esta bienaventurada. E llegaron al torno, diziendo que por amor de Dios se lo dixesen, ella los quisiese consolar.
El frayle, viendo su ymportunaçión, les dixo: “En verdad ella no tiene agora dispusiçión para hablar, que yo salgo agora del monasterio, e os diré el misterio que vi, que es esta maravilla: que la hallamos elevada, e puesta en pie sin se caer“. E diziendo el padre estas palabras, a deshora vido, [fol. 48r] él y otros con quien hablaba, un niño de hedad de çinco años a par de sí, que les respondió, diziendo: “Teníanla los sanctos ángeles, ¿cómo se havía ella de caer?”. El frayle, espantado de oýr tales cosas y palabras a niño tan pequeño, volviendo la caveça a preguntarle qué hera lo que deçía, quando miró ya hera desapareçido. E todos los que allí heran presentes se maravillaron mucho, e dieron graçias a Dios. Conoçieron no ser criatura terrena, sino celestial, que pareçió allí por permisión de Dios para dar testimonio desta bienabenturada.
Capítulo IX
De una revelaçión que le fue mostrada a esta sancta virgen de un hermano
Dixo esta bienaventurada: “Yo sé que estava un hermano en un desierto haziendo penitençia, el qual hera hombre de muy sancta vida. E Satanás travajava mucho por destruyr su ánima si pudiese. Quando este hermitaño se ponía en oraçión, apareçíale el demonio en figura de Nuestro Señor Jesuchristo cruçificado, y deçíale que le adorase, que hera su Dios a quien él mucho servía y agradava. Y el hermitaño adorávale con mucha devoçión. E permitió la Divina Magestad que este su siervo no fuese más engañado, pues él pensava adorava a Dios, y así le hera contado.
”E acontesçió que, un día del señor Sant Miguel, fueron todos los ángeles a Nuestro Señor Jesuchristo, y suplicáronle les diese a Nuestra Señora la Virgen María para que le querían ellos haçer muy grandes fiestas como a Reyna y Señora suya. Y el poderoso Dios le respondió, diziendo: ‘Mis amigos, vuestra es agora la fiesta, por tanto no os quiero dar a mi sancta madre, que conmigo [fol. 48v] me la quiero tener en mi trono. Y a nosotros hágannos todos mis sanctas fiestas, e muy grandes obras, pues soys mis siervos, y a mis primos juntos, y todo lo merecéys’. Los sanctos ángeles respondieron, diziendo: ‘Nuestro Dios y criador, pues vuestra Divina Magestad no nos quiere dar nuestra Reyna y Señora, nosotros no queremos otra ninguna fiesta; antes nos yremos a pelear con los demonios’.
”He hazíendolo assí, fuéronse a Purgatorio a pelear con los demonios y sacar muchas ánimas. En viendo los demonios cómo los sanctos ángeles hazían tan grande espojo [6], fueron algunos dellos ahullando e dando muy grandes vozes al yermo a llamar aquel prínçipe malaventurado, que se estava entonçes haziendo adorar del hermitaño, en figura del cruçificado Nuestro Señor Jesuchristo. E llegaron los demonios con mucho ruydo, diziendo: ‘Andad acá, prínçipe nuestro malymíssimo, maldito seas tú, que te estás agora adorando e haziéndote Dios, y están los ángeles de Jesuchristo cruçificado destruyendo nuestros purgatorios e rovándonos las ánimas que tenemos presas y cautivas. Anda acá, que no te aprovecha nada todas esas adoraçiones que te hazen aý, que su Jesuchristo assí se lo cuenta por meritorio como si él mesmo lo hiziese. Ya saves tú que no quiere él otra cosa sino la yntençión’. E oyendo aquel demonio estas cosas que los otros sus compañeros le dezían, e que el hermitaño le havía conoçido a él y a los que havía oýdo todo lo que le havían dicho, dio un grande estalido, que pareçía que todo aquel yermo se quería destruyr, y desapareçió él y todos los otros spíritus malinos que le llamavan. Y quedó el hermitaño muy espantado y enagenado de sus sentidos de ver el yerro tan grande en que estava caýdo. [fol. 49r] Empero dava muchas graçias a Dios, por la lumbre e aviso que le havía dado.
”Mira, hijas y hermanas mías, qué engaño tan grande, y cómo no son dignas de creer todas las cosas, sino fuere las que dieren testimonio de ese mismo Dios. Y estas cosas y otras muchas me muestra el sancto ángel por la voluntad de Dios para mi lumbre y covijo, e por él mismo creo resçiviréys. E os he dicho, señoras, esto que agora me fue mostrado. Ansimismo, llevándome mi sancto ángel en spíritu algunas vezes por la voluntad de Dios, veo muchos demonios tentadores de las ánimas, los quales traen unos libros muy grandes, e cada uno de aquellos demonios scrivía y ponía por memoria todos los peccados e malas obras que haçen las gentes. E los sanctos ángeles, nuestros guardadores, quando ven que sus ánimas que tienen en cargo an confesado y comulgado, y an satisfecho en todo lo que heran en cargo y están con alguna devoçión, van a los demonios, e toman los libros, diziendo: ‘Dad acá, que queremos ver qué peccados son los que nuestras almas tienen aý scriptos’. Y aunque les pesa a los demonios, e reúsan que no los quieren dar, lo sanctos ángeles llegan e les toman por fuerça los libros, e miran los peccados, que ellos saven que su ánima a confessado y están absueltos y perdonados de Dios, he tráenlos de los libros. E de que los an quitado, llaman a los demonios, diziéndoles: ‘Toma vuestros libros, que no los queremos, que ya havemos mirado y visto en ellos lo que queríamos’. He los demonios, no osando llegar, se van huyendo, temiendo, aullando. Entonzes los sanctos ángeles se los arrojan, e los demonios toman los libros, e míranlos, e hallando raýdos los peccados que tenían scriptos, con gran rabia los arrojan muy lejos. Pero cuando los peccadores [fol. 49v] tornan a peccar, luego se tornan a enllenar los libros, que los demonios los scriven.
”Dízeme mi sancto ángel que es muy buen consejo e cosa muy segura apartarse de las personas de las ocasiones de peccar, e vivir siempre en charidad y amor de Dios. E oý dezir a los sanctos ángeles, en voz de cántico, que hera a Dios muy açeto el bien obrar e vivir en puridad de conçiençia, e qu’el ayuno e las lágrimas, e la penitençia, da alegría a Dios e a los ángeles. Y ansimesmo dezýan que heran obligados los christianos, según buena conciençia, de ayunar la víspera de la sancta Navidad de Nuestro Señor Jesuchristo como el Viernes Sancto, y esto se entiende a pan y agua, o muy pobre comida; e quien con amor y reverençia de Nuestro Señor lo hiciere, ganará muy gran galardón de Dios”.
Hablando el Señor por la bocca e lengua de esta bienaventurada, enseñó cómo y de qué manera havíamos de obrar, e de lo que nos havíamos de guardar e de haçer declaró el verso del psalmista que dize: ‘Dies diei eructat verbum, et nox noctem indicat scientiam’. Y es que el día de la presente prosperidad que contra Dios nos gozamos dará vozes contra nosotros, para que el día de la gloria eterna no nos resçiva en sí, e que la noche de la tribulaçión por Dios sufrida en este mundo dará voçes por nosotros, para que la noche de la pena infernal no nos traye, manifestando la sçiençia que tuvimos en sufrir de buena gana la pena corporal por escapar de la eterna.
Todas las más vezes que esta bienabenturada hablava al Señor en spíritu, e quando le da la graçia del soplo, le suplicava con grandes suplicaçiones e ruegos le diese su Divina Magestad penas e dolores, e persecuçiones muy rezias [fol. 50r] que padesçiese por su amor, assí de enfermedades como de ser atormentada de las criaturas de la Tierra, que esto sería su alegría e consolaçión: padesçer siempre pena y tormentos por su amor. Y ansí padesçió esta bienabenturada mientras bibió penas e persecuciones, e tentaçiones espirituales, que algunas vezes fue azotada de los demonios, e tanto, que las señales vieron en su cuerpo las religiosas muy grandes e crueles. E una vez le duraron por más de un año, que no se le quitaron las señales de los azotes que los demonios le dieron, e le quedó una que no se le quitó en un lado de su cuerpo mientras vivió. Diole Nuestro Señor un dolor muy grande de caveça, y tanto, que la tenía como muerta, que no comía ni dormía por tres e quatro días, sino contino en un gemido, que no podía hablar sino por señas. Veníale este mal de caveza ordinariamente de quinçe en quinze días, e otras vezes a tres semanas, según Dios quería.
Estando una religiosa en pasamiento en la enfermería a ora de misa, esta sancta virgen, yendo oýr la del choro, quiso primero visitar la enferma, que estava en estrema neçessidad. E consolándola, hablava con gran charidad e amor. E la religiosa se le encomendó mucho, diziendo fuese amigga e rogase mucho al Señor por ella, e supiese d’Él si hera su voluntad, y si le haría serviçio en resçivilla otra vez, antes que muriese. Y ella le respondió le plazía de voluntad. E fuese a misa, e rogó muy afincadamente al Señor por la enferma. E alçando el Sanctíssimo Sacramento, oyó esta bienabenturada una voz del Señor que la hablava desde el Sancto Sacramento, diziéndole: “Di a essa persona que se me encomienda que yo la resçiviré e ayudaré, e seré con ella, pues me quiere a mí resçivir para su partida, [fol. 50v] en la qual no la desampararé”. En las quales palabras mostró el Señor a esta sancta virgen que savía mentalmente no le resçiviría en esta vida aquella enferma. E con esta respuesta la fue visitar cuando salió de missa, e le dixo se consolase, que del Señor sería ayudada e resçivida, e le sería piadoso consolador. E ansimismo le fue mostrado a esta bienabenturada, después del pasamiento de esta religiosa, cómo el Señor le pareció, quando quiere espirar, y la esperó hasta que le salió el ánima, la qual tomó el Señor con su poderosa mano, e la llevó e pasó por los fuegos, e aguas e vientos de Purgatorio, e ninguna cosa le empeció, porque la llevava el Señor, e la libró. E passados algunos días que esta religiosa era difunta, estando esta bienabenturada en su çelda en oraçión un día de la sancta cruz, encomendando a Dios çierto secreto que tenía en su pensamiento, que tocava al monasterio e provecho d’él, e ansimesmo a esta religiosa difunta, a deshora le apareçió la mesma religiosa, a la qual vido venir muy blanca e resplandeciente, e traýa en sus manos una muy hermosa cruz verde. Y le dixo: “De eso que deseáys saber si es conçiençia o no, yo vos çertifico no lo es, que mi padre no hera heredero de mí, porque antes que él muriese, yo tuve hijo, el qual es al monasterio donde yo hize professión, por la qual é alcançado mucha parte en el Çielo”. E replicando muchas vezes esta palabra en el Çielo, desapareçió como bolando e subiendo en alto.
[fol. 51r] Viniendo en romería mucha gente al monasterio en que la sancta virgen Juana de la Cruz estava, que hera Sancta María de la Cruz, entre la dicha gente venían dos personas, marido y muger, e traýan una su hija, niña de teta. E diole, a deshora, súpitamente un mal, e murió la niña. E sus padres, muy angustiados, derramavan muchas lágrimas. Y ellos y otras personas que allí se juntaron hizieron en la niña muchas espiriençias, e ninguna cosa aprovecharon, que así se estava difunta. E sus padres, con otras personas, llegaron al locutorio, que a la saçón estava allí esta bienabenturada, e rogáronle, muy afetuosamente, quisiese mandar meter por el torno aquella niña. E contáronle lo que havía acaesçido, e que estava difunta. E tenían fee, según las maravillas savían Dios hazía por ella, si la santiguava viviría la niña. Y esta bienabenturada escusávase con palabras humildes, diziendo que no hera digna que Dios hiçiese tales milagros por ella, ni la querría oýr. Pero siendo muy importunada de sus padres, con muchas lágrimas e clamores, mandó a las torneras tornasen la niña por el torno, e se la trajesen allí al locutorio. E tomándola ella en sus braços, hiço su oraçión, e santiguándole, púsola ençima una ymagen del sancto cruçifixo, que traýa ella siempre en sus brazos en memoria de la cruz e Passión de Nuestro Señor Jesuchristo. Y en poniéndosele, empeçó la niña a [¿chillar?], tornó en sí e vivió. E diéronsela a sus padres biva y sana, los quales la tomaron con muy gran gozo y alegría. E fue manifiesto este milagro de más de ochenta personas, que primero la bieron [fol. 51v] difunta y meterla por el torno del monasterio, e después la vieron salir viva y sana.
Vino a esta bienabenturada un frayle, el qual estava tentado de muy reçias tentaçiones, y en especial le traýa Satanás al pensamiento que él havía de ser el yncubierto, e havía de remediar todo el mundo. Y en llegando esta sancta virgen a la red del locutorio, le vido cómo traýa al demonio en figura de un grande gato muy fiero, y negro y espantable, sobre su persona. E lo mesmo veýa a todos los que traýan tentaciones, que la hablavan tener los demonios sobre sus personas, e la figura dellos de muchas diferençias, según hera la calidad de las tentaçiones. E muchas vezes le dava gran pena el hedor de los peccados que algunas personas traýan consigo. Vido esta bienaventurada cómo el demonio tenía aquel frayle tomado el cuello e la caveza e sentidos, conviene a saver, los oýdos e ojos e lengua, e con una mano le tenía prendido e travado el corazón, de manera que este religioso estava atónito e como loco. Empero tenía una devoçión que dondequiera que llegava, antes que ninguna cosa hazía, se saludava a Nuestra Señora con el avemaría. E assí como llegó a hablar al locutorio, comenzó la acostumbrada oraçión. Y en empezando el avemaría, se le quitó el demonio de ençima, y fue uyendo. Y en acavando de dezir la salutaçión, luego se tornó el demonio a poner ençima d’él. E todo lo veýa esta bienaventurada, aunque a él no le dixo ninguna cosa desta visión. Pero amonestole e avisole, e díxole no se curase de tales tentaciones, e banos e malos pensamientos, que son peccado e gran ofensa de Dios, e tentaçión de Sathanás, e podía perder el alma. E amonestándole mucho, e dándole sanctos consejos, fue librado este religioso de las uñas de Sathanás por su ruego y consejo.
Acaesçiole muchas vezes esta bienaventurada, estando [fol. 52r] orando en su çelda por las personas que se le encomendavan, e por las que ella conoçía, ver sus figuras representadas delante de sí, e las neçessidades que cada una de ellas tenía, y en lo que más estava. Y ella, muy maravillada de la tal visión, preguntolo al sancto ángel su guardador, diçiendo: “Señor, estoy muy espantada de una cosa que he visto estando yo sola, ençerrada en la çelda en oraçión. Que me pareze algunas vezes gozo en spíritu de oýr algunas misas muy solenes, de lo qual mi ánima resçive muy gran consolaçión, e junto con esto me pareçe veo todas las personas que yo conozco que son vivas, y aún artas dellas están muy lejos de casa, e me pareçe las veo en estas, y en estas tribulaçiones e neçessidades, assí de las ánimas como de los cuerpos”. Y el sancto ángel le respondió: “No te maravilles, que la figura de todas esas personas es que permite el Señor veas algunas vezes, y sepas las neçessidades en que están, pues se an encomendado en tus oraçiones para que las ayudes con ellas. Que esa es la verdadera charidad, rogar unos por otros, e socorrer siempre en sus neçessidades”.
Capítulo X
De una revelaçión que a esta bienaventurada le fue mostrada
Dixo esta sancta virgen: “Bien supe, por la voluntad de Dios, una cosa ayer: que vino mí una persona, y me dixo rogase a Dios por el ánima de su padre y supiese en qué estado estava. Y yo rogué a mi sancto ángel me lo dixese, y él supplicó a la Divina Magestad le diese liçençia me dixese el estado de esta ánima por quien yo rogava y desseava saver. Respondiome que hera salva por la misericordia y Passión del poderoso Dios, e yo díxelo a una su hija, que el ánima de su padre havía savido que hera salva, pero tenía neçessidad hiçiese bien por él. Y ella se consoló mucho de saberlo, y hiço todo lo que pudo por el ánima de su padre; y entre todos los bienes que por él hizo [fol. 52v] ganó un gran jubileo, e todo lo offreçió a Dios por él. E vino a mí, y díxome lo que havía hecho por aquella ánima de su padre, que rogase yo a Dios le aprovechasen los bienes que por él havía hecho. E yo, en viendo a mi sancto ángel, le encomendé y supliqué tuviese cuydado de aquella ánima, e díxele todo lo que su hijo me havía dicho. E respondiome: ‘Bien hazes de rogar a Dios, que la buena obra nunca se pierde, mas a esa persona difunta no le aprovecha lo que por ella se haze por agora, que la justiçia divina le quita todo lo que por ella haçen agora, e lo da a otra ánima de Purgatorio’. E maravillándome yo, le dixe: ‘¿A qué ánima, señor, le dan los tales bienes?’. ‘Al ánima de su padre de ese por quien ruegas, y es la causa porque él heredó los bienes de su padre, y no tuvo cuydado de haçer bien por él; y si él hiço algo fue poco, y no tanto quanto hera obligado a haçer y su padre tiene neçessidad, que pudiera ser mediante la misericordia de Dios ser salido de Purgatorio, si le huviera ayudado este su hijo con algunos bienes. Y pues fue descuidado, a mandado la justiçia divina le despojasen de todos los bienes que por él se an hecho, e los den a su padre hasta tanto que basten sacalle de penas de Purgatorio. E más te hago saber: que ese jubileo que esa su hija ganó agora en la Tierra, fuera bastante con el ayuda de Dios para salir él de Purgatorio, mas quitáronsele. Y el ángel del ánima de su padre, de ese por quien se hazían los bienes, le fue a llevar las nuevas de este jubileo, y le dixo: ‘Alégrate, ánima, que el poderoso Dios manda salgas de penas, por quanto todos los bienes que se an hecho por el ánima de tu hijo se te an [fol. 53r] dado a ti, porque él fue descuydado en su vida en haçer bien por ti quanto hera obligado, y agora ganó una tu nieta un jubileo para tu hijo, con el qual saliera de penas de Purgatorio, y este se la quita e se da a ti, con el qual sales de Purgatorio’; con las quales nuevas se mucho consoló aquella ánima, e dio graçias al poderoso Dios. Y dixo a su ángel: ‘Señor, mucho querría ver a mi hijo, y hablalle si me diesen liçençia’. Vido a su hijo, y díxole cómo él se yba a tal gloria mediante la misericordia de Dios, ‘y por un jubileo que ganó para ti una hija tuya y nieta mía, con el qual tú salieras de penas, y quítasele la justiçia de Dios y dámele a mí, con el qual voy a la gloria, porque tú te descuydaste en tu vida de haçer bien por mí. Por eso ave paçiençia, y el Señor haga contigo la gran misericordia que conmigo a hecho’. Y su hijo, conoçiendo su culpa y descuydo, respondió: ‘Justo es Dios, e justos son sus juyzios’. Y dixo el sancto ángel, mostrando muy grande compassión: ‘¡Ay de los hijos que heredan los bienes de sus padres, e los gastan y distribuyen sin haçer bien por ellos! Pagarlo an, porque se les será bien demandado. E que no les queden bienes son obligados a rogar por sus padres, e haçer bien por ellos. E lo mesmo digo por los albazeas que façen lo mesmo, que ellos darán estrecha quenta a Dios’”.
Y traxeron una niña de teta, chiquita, para que la sanctiguase esta bienabenturada, que traýa una gran enfermedad. Y ansí como se la pusieron delante, la vieron toda cubierta de un belo negro de siliçio, de lo qual se maravilló mucho, e dixo a las religiosas: “Mirad, hermanas mías, las cosas que Nuestro Señor permite en la Tierra por nuestros peccados: que esta niña ynoçente, que no á sino siete meses que nasçió, tiene ya Satanás poder para la atormentar en el cuerpo, que en el alma no [fol. 53v] puede empezer. La que os digo, en verdad, la he visto toda cubierta de un siliçio muy áspero y negro, de lo qual estoy muy maravillada. Ruegoos, amigas, roguéys por ella, que lo mesmo haré yo”. E santiguándola e rogando a Dios por ella, fue guareçida de aquel peligro.
E otras muchas cosas secretas le mostrava Dios. Algunas vezes vía las personas que conoçía que havían de enfermar muy presto, e si havían de morir de la enfermedad o no, e otras muchas cosas que Dios hera precido de mostrale espiritual y corporalmente. Dezía esta bienabenturada: “Quán temoroso es el juyzio e cuenta que a cada ánima se toma. Esto digo, hermanas mías, porque vosotras y yo nos guardemos de offender a Dios, que algo dello a sido su Divina Magestad servido de mostrarme, porque el lugar donde mi sancto ángel me pone, quando Dios es servido que yo me eleve, es muy çercano al lugar diputado donde el señor Sant Michael, con muchedumbre de ángeles, se pone a juzgar las ánimas buenas e malas, en el qual juyzio veo cosas muy espantosas e maravillosas. Está assentado el príncipe Sant Michael, quando á de juzgar, en un trono muy real, con toda la auctoridad e poderío del Señor Dios Todopoderoso. Tiene corona de oro en la caveza, a manera de Rey, e pareçen ante él qualesquiera ánimas que de este mundo an salido, e junto con las ánimas, los sanctos ángeles que las guardaron mientras vivieron, e también los demonios, sus tentadores e acusadores. E a todos habla y oye, y escucha y demanda señalada cuenta de lo que cada uno hizo en esta vida, e dixo e obró, en la manera siguiente, hablando a cada un ángel guardador de cada un ánima, [fol. 54r] diziéndole: ‘Venid acá, señor fulano, dadme cuenta de esta ánima que por espaçio de tantos años tuvistes cargo, e fuystes su ayo y guardador, porque de todo manda mi señor Jesuchristo tome la cuenta e sentençia para la pena o gloria, según sus obras mereçiesen, como quier que su Divina Magestad, en sus secretos, la tiene juzgada en sola una palabra, en la qual la bendize o maldize. Empero quiere pase por juyzio de ángeles, para que todos vean y sepan con quán justa justiçia salva o condena, o le da pena o gloria’.
”Y el sancto ángel guardador de aquella ánima responde, diziendo: ‘Señor juez, ya véys que estos demonios vienen aquí a acusarla, e quántos libros traen scriptos della, e los aullidos y gritos que dan diziendo que es suya. E pues tantos peccados a hecho, hablen ellos primero, e digan lo que quisieren, e después yo hablaré, y daré cuenta çierta y verdadera della, pues estamos juramentados en la memoria de Dios y en la su sabiduría todos los ángeles que tenemos ánimas a cargo que, en el último día de su vida o quando nos lo demandasen, la daremos’. E quieren los sanctos ángeles que los demonios hablen primero. Es por mejor, porque los demonios, como son tan maliçiosos e llenos de maldad, quando las personas finan, aora sean buenas o malas, no solamente tienen guardados todos los peccados que fiçieron mortales, mas aun los beniales tienen por mortales, que se los acusan en el juyzio, y acen hasta el más liviano pensamiento que no sea bueno; le acusan por cosa muy creminosa, e ban muy cargados de libros muy grandes, todos scriptos, y el papel de ellos es de yerro. E dan muy grandes vozes, diziendo que les den aquel ánima, que es suya [fol. 54v] y que a ellos perteneçe, por tales y tales obras que fiço. E Sant Michael, oyendo la respuesta del sancto ángel que diçe hablen primero los demonios, llámalos y escúchalos, y escucha lo que diçen de aquel ánima, porque ansí lo quiere Dios. Porque los demonios, quexándose d’él, no digan que oye de justiçia a los otros, e no a ellos. E de que los demonios an dado sus razones e quexas, llama al sancto ángel que dé él su razón, y diga todas las obras buenas y malas de aquel ánima, el qual responde: ‘Señor, tales y tales cosas que esos demonios dizen, hizo esa ánima; verdad es que hera peccado mortal, empero ya lo confesó, y hizo penitençia dello, aunque no tanto que bastase para que del todo se le perdonase sin ninguna pena que por ellos padezca; e tales e tales cosas que le acusaron por peccado mortal, no fue sino venial; e tales e tales obras e pensamientos no fueron de esa manera, sino de esta y desta, e ya lo confesó’. Y assí da el sancto ángel públicamente cuenta y raçón de todas las cosas que aquella ánima hiço en su vida, aora sea bueno, aora sea malo.
”Y en todo esto calla el ánima, que ninguna cosa responden. Se escusa, mas está muy encogida y temerosa, temblando si la an de condenar o no. E oýdas el señor Sant Miguel ambas partes, juzga e sentencia, según la voluntad de Dios e la justiçia, del ánima, y embía cada una dellas al lugar diputado, donde por entonçes á de estar: a la gloria de Paraýso, si tan perfetas obras tiene, o penas de purgatorio, si desta vida no va perfetamente acavada de purgar, o a penas infernales, si tan mala y peccadora fue que no quiso amar ni servir a Dios o si le tomó la muerte en peccado. Mas [fol. 55r] que en el estado que le tomó la muerte la juzga Dios. Después que Sant Miguel a dado la sentençia a cada ánima según la volutad de Dios, todavía tiene el sancto ángel el ánima a par de sí, la qual tuvo a su cargo, mientras en este mundo vivió. E si la tal ánima por sus peccados es condenada, aunque sea christiana, el sancto ángel, con semblante triste e de mucha compasión, llama a los demonios con çierta señal que ellos tienen. E oýda dellos, van con mucha priesa, como bestias fieras, recogiendo los dientes he hiriendo las colas, e abriendo las bocas para las tragar.
“Los sanctos ángeles héchanles las ánimas condenadas a manera de quien convida a canes, diziéndole: ‘[¿Çito?], tú, toma, mata tu ambre de lo que as desseado’. Luego los demonios las recogen en las bocas, e con las uñas las van despedazando, e tragándolas, haziéndoles muchos tormentos, las llevan adonde la justizia de Dios quiere que padezcan. E las ánimas que van a pagar a Purgatorio, llévanlas los sanctos ángeles en los braços e manos, e vanlas hablando e consolando, y esforçando quanto pueden. Y ellos, por sus propias manos, las arrojan de presto em purgatorio, en el lugar de penas que Dios quiere que paguen. Y el sancto ángel vuela en alto, e sube al Çielo, e quedan las ánimas dando muy grandes gritos y alaridos, e padesçiendo muy grandes penas. E nadie por entonçes las bale ni consuela, hasta que nuestro Señor Dios otra cosa manda. Porque así es justa su justiçia, aunque las sufragias y oraçiones hechas por las ánimas de Purgatorio quiere su Divina Magestad les aprovechen.
”En aquel lugar que juzga Sant Miguel, ay çierto número de sanctos ángeles que tienen un offiçio, por mandamiento del poderoso Dios, que con azotes en las manos açotan las ánimas, e las hechan de allí del Çielo, donde son juzgadas, afrentándolas públicamente, diziéndoles: ‘Anda, sal fuera, e ve para las aguas de Purgatorio, que así lo mereçes por tus peccados yr al lugar de penas, y no de [fol. 55v] gloria. Toma este azote por tal y tal peccado que hiziste contra la Divina Magestad, e toma este por la offensa que hiziste hazer a tu próximo, y este por el mal exemplo que diste’. E desta manera de vituperio e injurias hechan los sanctos ángeles las tales ánimas del Çielo, e las embían a Purgatorio, y ellas resçiven muy grande afrenta en ser heridas e ynjuriadas de los sanctos ángeles. Y estas tribulaçiones e otras muchas padesçen las ánimas que an offendido a Dios, aunque son christianas y se salvan.
”Ay otra muchedumbre de ángeles, en aquel lugar diputado de juyzio, que todos juntos, en una voz acordada, tañen con trompetas, y en voz de cántico loan la justa justiçia de Dios quando condena a algunas ánimas o las salva, y embía a las penas e fuegos de Purgatorio. Y dizen aquellos sanctos ángeles con aquel gran poderío: ‘O, Señor, qué templada justiçia hazes: a quien mandas dar un infierno mil quentos infiernos mereçe, y a quien mandas dar pena de Purgatorio mereçe ser eternamente condenado. O, Magestad Divina, quán bien hazes e obras tu justiçia, e por ello te loamos e adoramos, e vendeçimos e damos graçias’. E desta manera tienen unos ángeles offiçio de exerçitar la justiçia de Dios con castigo, e otros de loalla con cánticos e alabanzas.
”Ay otros sanctos ángeles, en aquel lugar de juyzio, diputados para maldezir las ánimas que se condenan, aora sean moros, o judíos o christianos. Assí como Sant Miguel acava de dar la sentençia que sean algunas ánimas condenadas para el Infierno, luego aquellos sanctos ángeles alzan todos la voz en uno de parte de Dios, maldiziendo aquellas tristes ánimas d’espantosa maldiçión, que de solo oýrlo es ynumerable el amargura e temor, e batimiento de dientes; tanto que los mesmos ángeles, que tal officio tienen de maldezir, an muy gran compassión y sentimiento de la eterna pena de aquellas ánimas que maldizen. E cada vez que lo an de haçer, se cubren los mesmos ángeles todos sus preçiosos bultos e fermosas fazes de bestiduras negras, a manera de luto, que traen señal del sentimiento que tienen del perdimento dellas. Porque diçen, con maldiçión, ‘que justamente son malditas e dignas de ser maldeçidas las ánimas que offenden a su Dios y criador. No solamente [fol. 56r] son maldeçidas con justa causa del poderoso Dios que las crió, mas de nosotros, sus ángeles spíritus çelestiales fidelíssimos, deven ser maldeçidas, e por tanto las maldeçimos de aquella maldiçión que Dios hechó a Luçifer, con toda su grey e hueste de enemigos malaventurados, desterrados e despojados de la gloria del Paraýso’.
“Y entonçes matan las hachas negras que están ençendidas, e cubre la cruz de luto, la qual llora como si Nuestro Señor Dios estuviese en ella, mostrando la mesma tristeza y dolor que los sanctos ángeles muestran por el perdimiento de aquella ánima, diziendo: ‘¿Cómo no aprovechó en ti mi grande y amarga Passión, que por comprarte y librarte y descautibarte del Infierno me puse a padesçer, e no forçado sino de mi grado? O, ánima, mi querida, ¿por qué heres agora perdida tú mesma? Te as dañado. Tú te as perseguido con tus malas obras. No te quexes de nadie, sino de ti mesma, que tú te as condenado, de lo qual a mí me pesa. Vesme aquí: mi justiçia no puede haver piedad de ti. Ángeles, cantad e alavad a Dios por el bien e por el mal’.
”Luego, los sanctos ángeles alavan a Dios por la condenaçión de aquel ánima, e quitan el luto, diziendo: ‘Justo heres, Señor, e justos son tus juyzios. Laudamus te, benediçimus te, gratias agimus tibi’, tornando todos e alavando a Dios como de primero, e como lo hazen quando alguna ánima se salva, que ençienden candelas blancas, doradas e plateadas, dando gloria a Dios con alegría, demandando muchos perfumes odoríferos en señal que las maldades, damnaçiones, hidiondezes, todas van al Infierno con las ánimas dañadas y spíritus malinos, que son los demonios de quien proçedió la maldad, como se muestra en Eva y en Adam, y en los travajos que por su peccado se recreçieron.
”Algunas vezes he visto juzgar y condenar ánimas de algunas personas que en esta vida havían sido hipróquitas. Y es tan reçio y espantable su juyzio, que es cosa maravillosa de ver. Después de haverlas juzgado y esaminado, traen allí los sanctos ángeles bestiduras, e coronas e adornamientos muy preçiosos, e adórnanlas con ellos, e pónenles cada cosa por sí, diziéndoles: ‘Por tal y tal obra que hiziste, que al pareçer de las gentes era muy buena, y si verdaderamente lo hiçieras por solo Dios, huvieras mereçido esto y esto, que nosotros agora te ponemos; e por tal e tal penitençia, si la hizieras por amor de Dios, tuvieras galardón de esto, y de esto con que agora [fol. 56v] te adornamos’. E desta manera adornan e coronan los sanctos ángeles aquellas tristes ánimas de todas las maneras de mereçimientos e galardones que tuvieran y poseyeran, si reta e verdaderamente lo hiziera por solo amor de Dios, e de su sagrada Passión e penitençia de sus peccados. Después tornan los sanctos ángeles a descomponer estas desdichadas ánimas, quitándoles cada cosa por sí, a manera de quando desgradúan en este mundo algún saçerdote. Y a cada cosa que les quitan, los sanctos ángeles los maldiçen de muchedumbre de maldiçiones, diziendo: ‘Yd, malditas, al fuego eterno e perdurable, que desto soys vosotras dignas e mereçedoras, que no de esta gloria e bienaventuranzas que aquí os havemos mostrado. E para mayor pena vuestra, e para que siempre lo lloréys, os vestimos e adornamos, pues por la banidad del mundo lo hiçistes. Allá resçivistes vuestro galardón, que así es la justicia de Dios, que, quien por su amor algo haçe, Él se lo bien galardona y paga, e quien por la banidad del siglo, e por su propia honra y banagloria, también se la bien demanda. Por tanto, yd, malditas, de entre la compañía de los ángeles buenos, e sed para siempre en la de los malos, que con una pena y trabajos ganastis otros. Yd adonde ay siempre dolor, e llanto, e batimiento de dientes, donde nunca alegres, ni consolados ni descansados os veréys. Mirad quán derecha es la justiçia de Dios, que por sola aquella buena haz qual fuera mostrávades, os quiso aún dar este breve espacio, e proveheros de nobles bestidos e adornamentos, como quier que por agora, ni en ningún tiempo para vosotras, esto ni ninguna otra cosa os aprovechara’. E desta manera, desnudas e maldeçidas e menospreçiadas, son hechadas estas ánimas del lugar del juyzio, e dadas a los demonios, los quales las arrebatan e llevan en sus dientes e uñas, dándoles muchas maneras de penas. E muy más estrecho es el juyzio de los hypróquitas, e más largo que no de ningunas otras ánimas, e más penado, e más maldeçido cada vno de los miembros de los tales que otros ningunos peccadores, por ser tan engañoso e falso el tal viçio e peccado. Que es cosa de que mucho se offende y enoja Dios: atormentarse a ssí mesmos por banagloria, lo que por él mesmo se les haría muy grave de hazer e se quexaría, diziendo que hera Dios cruel, pues tales cosas les mandava hazer, las [fol. 57r] quales heran insufribles.
”Haviendo sentençiado vnas ánimas de unos hipróquitas, díxome mi sancto ángel: ‘¿Qué te pareçe de estas cosas, o qué tomas dellas para tu aviso?’. Yo le respondí: ‘Dígame, vuestra hermosura, su alumbrado consejo’. Respondiome: ‘No se te entiende que este fuerte juyzio se da de sentençia sobre los hypróquitas. Son obligados, los juezes de la Tierra o otras personas, a sentençiar y juzgar a sus próximos quando los vean haçer alguna obra justa y sancta, en serviçio de Dios e salvaçión de sus ánimas e buena edificaçión del próximo. Porque no son todos hipróquitas ni falsos christianos. Y pues la cosa es secreta y está solo en la yntençión e condiçión del que la obra, e Dios solo lo save e juzga al tal, según su yntençión e obras buenas o malas, a solo Él se deve dar el juyzio dello, pues es verdadero juez, executor poderoso e galardonador de qualquiera buena obra hecha puramente por su serviçio. E las personas malévolas, que se meten en juzgar e mormurar, peor lo librarán con Dios que los hypróquitas el día del juyzio, e con los ángeles, que no avrá quien abogue ni ruegue por las tales personas, y ternán sobre sí muy cruel sentençia de Dios, porque se atrevieron a robar e tomar el juyzio para sí en cosas. Que a solo Dios pertenece el saber lo çierto de aquello que los hombres o gentes juzgan sobre sospecha, no saviendo la verdad e como Dios, y el buen christiano, que obra las obras de virtud, aunque sean exemplares, públicamente, según el evangelio que dize: ‘Luzga vuestra lumbre delante de los hombres, porque vean vuestras buenas obras e glorifiquen a vuestro Padre, que es en los Çielos’, e en otra parte dize: ‘No arranquéys la çizaña o ballico, mas dexaldo creçer juntamente’, porque a bueltas de la çiçaña no se arranque el trigo bueno y perfeto que perteneçe para mi granero, que el día del juyzio los ángeles harán manojos de lo uno, de lo otro, e la çizaña será hechada en el Infierno por que allí se queme, y el trigo apartado y escogido será puesto en el alholí de Dios’, conviene a saver, que los ángeles apartarán los malos de los buenos [fol. 57v] por mandado de Dios, e será puesta cada ánima en el lugar que mereçieren, Paraýso o en el Infierno, del qual Dios nos libre a bien’.
”Aquel lugar del juyzio, con el señor san Michael, otro çierto número de ángeles, que heran scrivanos, y otros notarios, e otros vehedores, e otros examinadores, y estos scriven, y notan y examinan todo lo que los sanctos ángeles e los demonios dizen de las ánimas que al presente están en juyzio, en las cosas que les acusan o abogan para ellas, e la sentencia, e causas et raçones, que Sant Miguel dize o da para salvar o condenar las ánimas. Y assí lo toman por testimonio y lo llevan a presentar delante el trono real de la Sanctíssima Trinidad, porque assí lo quiere Su Magestad Divina se haga. E otros sanctos ángeles están en el lugar de juyzio a manera de gente armada de pelea: y estos para defender las ánimas que allí están presentes, assí buenas como malas, de los demonios, que allí van gran multitud dellos deseándolas tragar. Que como las ánimas, por buenas que ayan sido en este mundo, ninguna se halla assí justa, atrévense algunas vezes los demonios a arremeter a ellas, y los sanctos ángeles no consienten que las toquen, ni enpezcan ni lleguen a ellas hasta que el juyzio dellas sea difinido. Y assí están allí los sanctos ángeles, en honor y serviçio del soberano Dios, y en ayuda y favor de san Michael, e reguarda de las ánimas. E quanto mejores obras been en el juyzio los demonios que tienen las ánimas, tanto más gritos e aullidos dan, diziendo se las den, que suyas son; e viendo que no lo pueden alcanzar, travajasen allí donde están, en juyzio, demoderlas [sic] e asombrarlas. Todos los sanctos ángeles que en el lugar del juyzio están son de los nueve choros del Çielo.
”Tienen los demonios muy grande enemistad y miedo a Sant Michael dende que peleó con Luçifer y le hechó del Çielo. Tienen gran pesar y enojo de ber que Sant Miguel tiene la sancta Madre Yglesia de los christianos a cargo, y le tiene Dios dado por prínçipe e defensor dellos, e por juez de todas las ánimas, e aún por su abogado e favoreçidor. Pero antes que el ánima vaya a ser juzgada [fol. 58r] de los ángeles, la tiene ya Dios juzgada y sentençiada para condenaçión o salvación. Entre Él y el ánima, por quanto en el tiempo que cada una persona muere, antes que del todo sea acavada de arrancar el ánima del cuerpo, le apareze Nuestro Señor Jesuchristo en la manera que estava en la cruz, padesçiendo la Passión, porque esta es su sancta voluntad: que todos sus redemidos sepan, y vean y conozcan, que tuvieron redemptor que los redimiese, si ellos dello se quisiesen aprovechar. Y este aperçivimiento, que Nuestro Señor Jesuchristo haze a qualquiera de sus criaturas raçionales que Él crió, haze tan general, que moros e judíos e christianos le veen en aquella ora de su pasamiento de esta vida a la eterna, buena o mala, y en solo una palabra que le diçe quando ella le ve, que es: ‘Bendita eres por tus obras, o heres por tus obras maldita’, la sentençia y juzga, e luego vuelve las espaldas e desapareçe, que no le ven más”.
Capítulo XI
De çiertos avisos que el sancto Miguel dio a esta bienabenturada
Dezía esta sancta virgen a sus monjas: “He oýdo yo dezir a mi sancto ángel que qualquier christiano, para ser bien agradeçido a Dios, sería dezente cosa que entre día y noche aprovechase con su pensamiento, a lo menos siete horas, de dar graçias a su Dios por los benefiçios que d’Él resçive e a resçivido, que fue crialle e darle ánima semejante a sí, apostada de grandes dones e graçias, e darle libre albedrío para disçernir lo bueno de lo malo; e agradeçerle la misericordiosa redempçión que Él dio, e las graçias e yndulgençias que puso en la sancta Madre Yglesia para el remedio de los peccados; e adorarle muchas vezes, porque quiso estar en el Sancto Sacramento del Altar, e venir todas las vezes a Él, que nuevamente es consagrado, e comunicarse con cada un ánima con tan grande amor y charidad; e darle graçias porque no le condena aun de quando le offende, mas antes le espera con infinita misericordia y le embía muchas inspiraçiones con que se concierta y enmiende. Y en estas cosas y otras semejantes es obligado el buen christiano de ocupar [fol. 58v] su pensamiento, devajo del temor e amor de Dios.
”Mas oý platicar a los sanctos ángeles de los humanos, no tener raçón de quexarse de que Dios los crió pobres, que al rico y al pobre dio entre día y noche veynte y quatro quentos de renta. Yo, maravillada de oýrles tal plática, díxeles cómo hera aquello que dezían, que muchos pobres conocía yo en la Tierra que no tenían qué comer ni qué beber. Respondiéronme: ‘Los quentos que nosotros dezimos son por las veynte y quatro horas que ay en el día y en la noxe, las quales, si bien las dispenden, cada uno de los que viven en la Tierra se hará muy rico y poderoso en el Reyno de los Çielos, donde son las riquezas valerosas y duran para siempre. Y tales obras puede cada una persona haçer en una ora de estas veynte y quatro, que merezca alcanzar muy grandes dones, e premios y coronas, que son más valerosos que no rentar [7] quentos en la Tierra. E por esto dezimos que son ricos todos los humanos, pues pueden hazer y obrar con que sirvan e aplazgan a su Dios e criador, e hazerse a ssí propios generosos, e de título y corona e silla y dignidad de sanctos; tanto podrá una persona sentir la Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, e llorarla, e haver compassión, que le sea contado como si derramase sangre de martirio’.
”Hablando yo una vez con mi sancto ángel, vile muy triste, e se le mudaron a deshora las bestiduras resplandeçientes, e claras e fermosas, en manera de un romero pobre de los que demandan por amor de Dios. E preguntele por qué se le havían mudado tan súpitamente las bestiduras, e respondiome: ‘La tristeza que ves que traygo, e la mudanza de mi persona, toda es por ti sola, que a dado Dios Nuestro Señor una gran sentençia sobre ti de muchas penas e travajos, los quales tú sentirás y verás, antes de mucho tiempo. E como yo te quiero tanto, he acordado andar en este ábito, pidiendo limosna a los sanctos y a Nuestra Señora, que todos rueguen por ti a Dios, que lo as mucho menester. E yo también rogaré, e tú ruega por ti, e por las ánimas e personas bienhechoras que tienes a cargo y heres obbligada. E pregunta a tus hermanas las religiosas qué es lo que dixo el Señor la postrera vez [fol. 59r] que habló en ti, pues saven no a hablado después acá en aquella manera que solía estando tú elevada’”.
E preguntando esta bienabenturada a las religiosas lo que el sancto ángel le mandó, respondiéronle diziendo: “Nosotras no savemos si es postrera vez o no la plática que oýmos al Señor pocos días á, que pareçía profetiçava. E las profeçías heran rezias, con palabras de amor, e otras de reguridad. En las de amor, dezía quería hazer vna prueba en su esposa querida e amada. E amostrava a las que la oýan de ninguna cosa se maravillasen ni escandaliçasen, ni pensasen en sus coraçones hazía Dios aquella prueba o castigo en aquella persona por peccados que en ella hiçiese, ni porque Él estuviese enojado con ella por ninguna cosa, mas de quererlo Él haçer, e lo haría porque le plaçía, y hera su voluntad de quebrar aquel órgano o trompeta en qu’ Él hablava. E le quería mudar e trasmudar en otro estado que pareciese muy menospreçiado y enfermo, y muy lastimado, e doloroso e quexoso, que casi no pareçiese el que solía”.
E hablava con la mesma, diziendo: “Juanica, tú heres este órgano, que digo que quiero que seas despreçiada e abilitada, e gravemente atormentada, por probar tu paçiençia. Yo me ataré de ti por algún tiempo, y çesará mi habla. E convertirse te an los gozos en dolores, y las risas en gemidos e tristeza, e quanto a lo corporal; que en quanto a lo espiritual, la enfermedad enfortaleza la fee, e la virtud del ánima no está en fuerça de brazos, ni de miembros corporales”.
E todo esto que el Señor dezía e profetiçava no lo entendían las personas que lo oýan, hasta que después, dende a pocos días, veýan a esta bienabenturada tullirse toda en tanto grado que no le quedaron fuerças ningunas, ni miembro sano, ni coyuntura en su cuerpo que no estuviesen desparçidos los huesos unos de otros, hasta los dedos [fol. 59v] de las manos e pies, que no se podía encubrir ni sus dolores sin gemidos. Sufrir tenía muy gran conformidad, e paçiençia en su larga e grande enfermedad e yncreýbles dolores, sugetándose a la voluntad del poderoso Dios con gran desseo de padesçer siempre por su amor. Encogiéronsele las rodillas, que nunca más las estendió, e los brazos e manos, por semejante, teníalas tan tullidas, y los dedos bueltos e quebradas las coyunturas, de manera que no podía comer con sus manos, ni las podía menear si no se las meneaban, ni volviese de ninguna parte si no la volvían, ni comer ni vever si no se lo davan por mano agena. Ningún miembro de su persona podía menear, si no hera la lengua.
Dixo esta sancta virgen a sus monjas: “Supliqué a mi sancto ángel me dixese qué hera este mal tan reçio, que unos dizen uno, e otros otro, en ninguna cosa de quantas manda haçer para remedio mío aprovechan. Respondiome, diziendo: ‘Qué maravilla que sea agora, por amor de las gotas sanguíneas, quien no olgó de tener las mayores perlas e joyas tenga esas. Esto digo por las llagas que rogaste a Dios te quitase. A determinado su Divina [8] Magestad de ymprimir en sus dolores e sentimiento de su sancta Passión como lo verás’. E ansí se cumple como él me lo dixo, que estando yo elevada un día de viernes, víspera de los diez mil mártires, veýa en espíritu que haçían remembranza de la Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, como si fuera Viernes Sancto. Esto hera en un campo, y veýa, ansimismo, allí a los sanctos mártires, cuya fiesta e día hera, e cómo los matavan e cruçificavan, y a Nuestro Señor Jesuchristo con ellas confortándolas, y Él ansimismo cruçificado, e deçíales: ‘Ea, mis amigos, que yo esa muerte morí por vosotros, e justa cosa es vosotros la paséys por mí, que el amor no se pagó con amor, ni la muerte si [¿contra?] muerte: que no tiene ninguno mayor amor que poner la vida por su amigo. Yo soy vida, y resurrección, e gloria. Consolaos conmigo e acompañarme, que abrierto está el Paraýso, y vuestras coronas delante de cada uno la tiene su ángel [fol. 60r] propio’.
”E yo, muy espantada de estas cosas que veýa, pregunté a mi sancto ángel que estava delante de mí: ‘¿Qué cosa es esta, que Nuestro Señor Jesuchristo está aquí cruçificado, y ansimesmo estos otros muchos que le acompañan?’. Respondiome: ‘Muchos compañeros tiene Dios, después que resçivió la sancta humanidad en el vientre virginal de Sancta María. E tú, que esto vees, aparéjate, que partiçipar tienes de esta cosa, que ansí lo quiere Dios. Que para eso te truxe yo a ver esta remembranza, que se haçía este día en memoria de la Passión de Nuestro Señor y de sus siervos’. Y estando mi sancto ángel diziéndome estas palabras, voló a deshora Nuestro Señor Jesuchristo, y vile delante de mí, y preguntó a mi sancto ángel: ‘¿Qué estás aquí platicando con esta persona?’. Y, él arrodillado en tierra, dixo: ‘Señor, está maravillada de los misterios que aquí pasan’. Entonçes, mirome el Señor, y dixo: ‘¿Quieres tú gustar de esta fruta?’. Yo respondí: ‘Señor, quiera vuestra sancta voluntad, e no más ni menos’.
”Entonçes, abrazome el Señor, y puso sus pies en mis pies, e sus rodillas en mis rodillas. Todo las alimpió, e sus palmas en las mías, e su caveza e cuerpo todo juntó con el mío. Y quando esto hizo, fue tanto lo que sentí que me parezía entravan en mí muchedumbre de clavos muy agudos e ardientes. E sonava estruendo enrededor, a manera de quando hazen la remembranza de Nuestro Señor dando martilladas, ynchávase con la presençia suya e con el gusto y dulçor de su amor. Aunque heran muy grandes los dolores que padeçí, no heran tan crueles como los que sentí después que fuy tornada en mis sentidos e naturaleza corporal. Parézeme veo todos los miembros, e benas e coyunturas de mi cuerpo hechas como a manera de cuerdas e teclas, o clavijas de vihuela, e a Nuestro Señor tocarlas con sus sacratíssimas manos a tañer con ellas, a manera de ynstrumento o vihuela, e azer muy dulçe e suave son de armonía. E quando su Divina Magestad apresura el son e le haze más alto, entonzes tengo muy grandes e creçidos dolores, e quando [fol. 60v] avaja el son, no solamente los tengo grandes, mas muy menores. Óygole cantar quando tañe palabras formadas, e muy preçiosas, e saludables para las ánimas”.
Capítulo XII
De una plática que el sancto ángel tuvo con esta bienaventurada açerca de su enfermedad
Dixo esta sancta virgen: “Diziendo yo a mi sancto ángel lo que siento en mi grande enfermedad, respondiome: ‘La caridad de Dios more en tu ánima. Yo te ruego ayas paçiençia, porque yo sé e te çertifico que çierta persona o personas, que tuvieron la enfermedad que tú agora tienes en ese mundo y la comportaron con mucha paçiençia, están agora acá en el Çielo muy bienaventurados; que demás de la grande gloria que estas ánimas contigo gozan e poseen de Dios, tienen un gran premio e muy señalado, que ellas mismas dan deleyte y consolaçión a otras ánimas. Porque de cada uno de sus miembros, donde fueron doloridas y atormentadas, les nasçen contino muchedumbre de flores muy fermosas e odoríferas, que todos se van tras su olor, e los consuela e abastan; e tanto, que llaman a cada una de estas ánimas huerto florido, e le dizen: ‘Tan preçioso e suave es el tu olor que qualquiera de tus miembros que menees nos abasta de tanto goço, que no querríamos por entonzes más. E si meneas toda tu persona y estamos çercanos a ti, es tan sobrado nuestro goço que nos embriagas’. Y esto porque de cada uno de sus miembros da olor por sí de diversas maneras, e todos juntos abastan quando son meneados para embriagar e dar gozos açidentales a los que están çerca de las tales personas. E quiere Nuestro Señor Dios que su nombre sea huerto florido de diversidad de olores, porque pasaron diversidad de colores, e que tenga diversidad de dones e gozos para sí, e los den a otros; porque sus dolores e males fueron diferençiados de otros, e muy penosos e ynsufribles. Por tanto, ánima, [fol. 61r] esfuérçate a tener paçiençia, que si heres para ello, tu gloria será grande, si por tu culpa no lo pierdes, pues Dios te a dado gran cosa en que merezcas’.
”Estando un día en mi cama muy atormentada de grandes e ynsufribles dolores, vi a deshora a mi sancto ángel, que venía bestido de una bestidura morada con bandas de oro y de otras muchas colores. Y quiriendo yrme con él, según otras veçes me a llevado, díxome: ‘Espera, no te cures agora de mí, sino oye y escucha al Señor, que te quiere hablar, e lo que te dixere tenlo e guárdalo en tu coraçón’. E yo, muy maravillada, y pensando cómo o de qué manera havía de ser, a deshora vi en el ayre presençialmente a Nuestro Señor Jesuchristo, muy glorioso, e potente e afable, assentado en un trono real çercado de muchedumbre de ángeles, mirando a mí, su sierba, con gesto muy alegre e amoroso, diziendo: ‘¿Qué haçes, ánima e persona, que estás aý?’. Yo, después de haverle adorado, respondí, diziendo: ‘Ay, mi Señor Nuestro, cómo paso yo muy grandes dolores, e no me viene de Vuestra Magestad remedio corporal y spiritual, que ya no gozo de vuestras dulçedumbres como solía, ni poseo sino estos dolores, los quales son tan reçios que no los puedo sufrir’. Respondiome, diziendo: “Amiga, qué maravilla es que vos tengáis. E pues me escogistes a mí, el qual fuy varón leproso e por tal tenido e reputado en el tiempo de la mi Passión por esposo e marido, e hezistes casamiento conmigo, dandoos me toda sin me negar cosa de que yo quisiese haçer de vos, y he tenido tanta parte en vos, quanta he querido, pues donde a havido tal comunicaçión çierto es que se os havía de pegar algo de mis enfermedades. Por eso, quien bien ama, á de sufrir a su amado qualquier cosa que por él se le recresca. E si en las tribulaçiones maldiçe, o es murmuradora de su Señor e amado, que se lo da, mudança se halla en el coraçón de la tal, e no es firme su amor’. Yo le respondí, diziendo: ‘Señor, ¿cómo me hallo yo agora tan seca y sin devoçión, y no me manda vuestra [fol. 61v] Divina Magestad llevar al Çielo tan a menudo como solía?’. Tornome a deçir: ‘No tengáys deso queja, mi amiga, que donde yo estoy, que soy Dios, allí es el Çielo. E no ay otro Çielo ni otro Paraýso sino yo, el qual estoy en todo lugar, e los Çielos e la Tierra son llenos de mi gloria e de mi magestad. E aunque tú estas aquí en esta cama, yo también estoy aquí contigo, en ora y lugar que sea, baçío de mí. Soy testigo de todas las obras de los hijos de los hombres, por ascondidas y secretas que sean’.
”E ansí çesó por entonzes el habla del Señor, y desapareçió. E yo quedé muy maravillada y consolada, e pensava en mi coraçón si esta revelaçión me havía sido mostrada en el cuerpo o fuera del cuerpo. Empero no me havía visto en aquellas partes altas del Çielo adonde otras veçes me solía ver y gozar la visión divina, que dende mi cama lo vi e gozé agora. Y estando yo tan pensativa e sospechosa, a causa de los muchos e grandes dolores que tengo, que el Señor está enojado conmigo, y que por eso me los da, a deshora le torné a ver en la forma primera, muy triunfamte e glorioso. Y me habló su Divina Magestad con gesto muy amoroso. E sus sagradas palabras heran muchas, y muy notables e ordenadas, a manera de sermón, y entreponiendo en ellas, para exemplo y doctrina, algunas palabras de la sagrada scriptura e sagrados evangelios, las quales palabras me gozava yo mucho de oýr, por ser habladas de la boca de Dios y endereçadas a mi consolaçión e propósito. E no hablava el Señor esta segunda vez conmigo sola, que también hablava con todos los bienaventurados çelestiales que con Él venían. No pude retener en la memoria sino una o dos comparaçiones de las muchas que habló: la una, que si los hombres de la Tierra tienen cuydado y travajan por que sus hijos sean muy prósperos, y el cuydado que aquellos hijos tienen es casi ninguno en comparaçión de lo que [fol. 62r] tiene el padre, que mucho los ama, que por les alcançar prosperidades e bienabenturanzas se pone a muchas afrentas e travajos, que quánto más cuydado y amor a tenido y tiene Dios de sus hijos, que es todo el linaje humano; e quánto mejor se supo poner por él a penas, e tormentos e injurias, e fatigas e neçessidades, tanto que, por subir sus hijos al Çielo, desçendió Él a la Tierra. Y por librarlos de la muerte del Ynfierno, murió Él muerte muy cruel de cruz; e por haçerlos muy ricos en las almas, se hizo Él pobre en el cuerpo; e por haçerlos señores en el Paraýso, e yguales con los ángeles, se hizo Él, en quanto hombre, como sierbo sujeto a muchas neçessidades y a las cosas de la ley.
‘E por mucho que los mis hijos de los mis redemidos se pueden querer o se quieren ellos mesmos, y desean su bien e su salvaçión, mucho más los quiero yo. Y estoy aparejado para les dar la gloria e grados de bienabenturanças, e hazerlos herederos de mi reyno. E por sus amores dellos, siendo criador, me hize criatura, porque a todos mis fieles e leales hijos christianos me puedan mejor comprehender e gozar. Mas tengo gran queja: que este linaje humano es muy yngrato y asido, y pocos de estos mis hijos quieren pasar, ni sufrir ni haçer, ninguna cosa penosa por mí. Y lo que es peor es que están contino quejosos, lo qual havía yo de estar, porque me ofenden, e no ellos, que lo haçen sin raçón. Empero, ni aun por todo esto, pues lo crié y redemí, no dexaré de los esperar para que se enmienden, e de les offreçer e otorgar graçia de los perdonar, e resçivir cada vez que fielmente a mí se conviertan, e aún de los mantener e dar corporalmente lo que an menester sin ellos mereçerlo. Que yo, su padre Dios, sé mejor lo que cumple a mis [fol. 62v] hijos que ellos lo que me piden. E contino los llamo, e les doy vezes que se vengan para mí, a vezes con halagos, dándomeles yo mesmo, assí en graçia espiritual como en manjar del Sanctíssimo Sacramento, e a vezes con azotes, porque sean buenos e perfetos en la virtud, ansí en la paçiençia como en las otras virtudes, las quales enseña el Spíritu Sancto, junto con la prudençia en las personas discretas’.
”Y ansí cesó el habla del Señor, y desapareció, y toda la hueste çelestial que con Él havía venido y estado. E yo, su sierva, quedé muy consolada para sufrir mis dolores y penas, e muy satisfecha de las dudas e pensamientos que tenía. E bien supe e conoçí que aquel que me apareçió e habló hera Dios verdadero. Que como yo, en los prinçipios de mi enfermedad me acaezía estar dos o tres días que no me elevava con la reçiura de los grandes dolores que sentía, tenía muy grandes combates en mi corazón, e quexábame a mi sancto ángel, diziéndole cómo ya no gozava de las dulçedumbres e arrovamientos e vista comunicable de Dios, como solía antes que tuviese la enfermedad, respondiome, diziendo: ‘Anímate, no te maravilles de lo que el Señor haze contigo, que assí lo acostumbra su Divina Magestad provar a sus amigos, que a su muy amadora sancta madre Madalena, al prinçipio de su conversión, con muchos alagos, e dulçedumbres et asimientos de sí mesmo, la llevó, e después de tenerla bien confirmada en su amor, quando se quiso subir a los Çielos y asconder su divinal presençia della y de los otros, después de su gloriosa resurecçión, no consintió le tocase, sino apartola de sí. E subiose a los Çielos, y mandole a ella hazer penitençia en el desierto por çierto tiempo, donde no gozava sino algunas veçes de bisiones de ángeles. Empero, después la tornó a abastar de sí mesmo en el Reyno [fol. 63r] de los Çielos para siempre. Por semejante, agora a ti no quiere el Señor le tengas por çierto tiempo, hasta que su divinal sabiduría otra cosa ordene. Y, entre tanto, harás penitençia en la esterilidad de los dolores. E según veo, te a mudado tus miembros, e toda tu persona, e te quiere ansimesmo mudar la sustançia de las cosas spirituales; empero, no te faltarán misterios en que contemples, e alguna obra pía en que spiritualmente aproveches a las ánimas. E la voluntad de Dios es que estés al pie del árbol de la cruz, padesçiendo qualesquier manera de tormentos que tuviere por bien de te dar. Que ansí lo estuvo su sacratíssima madre Nuestra Señora, e su muy amado primo Sant Juan, que tan grande fue el mereçimiento que allí mereçieron e ganaron, e acompañaron a su Dios e conpadeçerse d’Él, que fueron contados por más que mártires. No quiso Dios que para pasar de ese mundo al Çielo derramasen sangre de martirio, pues por la voluntad la derramaron, y quisieran ellos morir más aquella muerte que vérsela morir a Él con tanto dolor como le veýan’.
”Todas estas cosas, e otras muchas, me dixo mi sancto ángel, para que yo me consolase e conformase con la voluntad de Dios. Quando yo estoy elevada y enajenada de mis sentidos, me llevava mi sancto ángel al lugar donde el Señor a tenido por bien de ponerme de çierta lumbrera del Çielo, por donde yo algunas vezes veýa las casas divinales de lo más alto, con lo qual mucho me solía gozar. Me an ascondido y encubierto, y mostrado y descubierto çiertos secretos que yo antes no havía visto. Y es que junto a los muros del Çielo ymperial, de parte de fuera, a manera de arrabales está edificada la çiudad sancta de Hyerusalem, de tal forma y manera como si tomaran la mesma çiudad de acá juntamente e la trasladaran allí en lo alto. Esto á sinificaçión que assí como Dios es eterno e sin fin, así quiere que todos sus misterios sean sin fin eternalmente çelebrados, engrandeçidos e contemplados e llorados, según la justa raçón lo requiere lo hagan sus basallos cautivos e redimidos por su preçiosa sangre. Y porque las criaturas de la Tierra son tan malas e [fol. 63v] ingratas −que no le pagan el tributo que le deven− den contino serviçio e sacrifiçio e adoraçión, edificó esta çiudad de Jerusalem en lo alto, a figura de la Tierra donde le hagan los serviçios divinos, que su real y divinal Magestad mereçe.
”Esta çiudad de Jerusalem está edificada y labrada por maravillosa manera, muy resplandeçiente apostada, e adornadas de piedras preçiosas, e hecha como a manera de muy ricas yglesias, e cada una edificada a su misterio. En ellas ay altares y capillas con admirables yndulgençias para quien el poderoso Dios los quiere dar y conçeder. É visto allí otros muy hermosos edifiçios, como a manera de monasterios de frayles, e otros como de monjas, e otros como a manera de hermitorios de personas, que hazen penitençia a solas, e otros a manera de emparedamientos; de manera que de todas las figuras e redondez que ay en el mundo de religión están edificadas en aquella sancta çiudad. E toda ella labrada de templos de Dios, con devotíssimas ymágenes de figuras e ynsinias de la sagrada Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, e de todos sus misterios, e de su sagrada Madre, Nuestra Señora, llaman a estos preçiosos edifiçios. Y en aquel preçioso reyno çelestial, las tiendas de graçias muy abastadas e oratorios de los sagrados misterios de Jerusalem; y en cada una de aquellas yglesias y altares ay, en reverençia de cada misterio que allí está, contino cantores que offiçian muy solemnes offiçios, e ángeles y vírgines que cantan de muchas maneras y muy hermoso, y con ynçensarios muy resplandeçientes e odoríferos hechan perfumes, e derraman licores de diversas maneras de preçiosidad; e saçerdotes e diáconos, e subdiáconos e acólitos, revestidos e ordenados a manera de los que acá en la Tierra se revisten e ordenan, e ponen delante de los altares para dezir misas solemnes de pontificat.
”Y desta manera hazen allí, en aquellas sanctas yglesias, muy solemnes officios a Dios, e muchedumbre de sacrifiçios que le offreçen, [fol. 64r] hechos con muchas çeremonias muy cathólicas y devotas de nuestra sancta fee cathólica. Y estas adoraçiones e sacrifiçios divinales hazen los ángeles, e sanctos e sanctas, e remuneraçión e satisfaçión de las faltas que los eclesiásticos, e gente christiana hazen, en la honra e solemnidad e serviçio del culto divino, e agradeçimiento de la Passión de Nuestro Señor Jesuchristo. Y en los monasterios y hermitorios ay muchedumbre de gente, a manera de religiosos y religiosas, e de hermitaños e de mugeres penitentes, que contino sin çesar hazen oraciones; e otros offreçen sacrifiçios, e otros cantan las alabanzas de Dios, e otros andan como en penitençia, e otra muchedumbre de gentes andan de rodillas, a manera de proçesiones, e otros como disçiplinantes, e otros gimiendo y gritando, e hiriéndose en los pechos. E destas maneras, e otras muchas, visitan aquellos sanctos lugares e misterios con muy gran devoçión y compasión que an de su Dios y de lo que por ellos padesçió, e assí adoran e le agradeçen la obra de su redempçión. Y estas personas y gentes, que andan a manera de penitentes visitando a estas yglesias e misterios, son las ánimas que aún no an del todo acavado de purgar sus peccados, e por gran misericordia del poderoso Dios las traen e mandan venir a estos lugares a que satisfagan lo que heran obligados aver en el mundo con obra e pensamiento, según cathólicos christianos, e resçiven del poderoso Dios en los tales lugares muchas misericordias e merçedes, según su gran misericordia y voluntad. Ninguno de los dones, e benefiçios e misericordias que de su Divina Magestad havemos resçivido, dende la creazión del mundo hasta el último día del final juyzio, no quiere pasen sin que sea servido e agradeçido. Y esto en la Tierra vemos de haçer los humanos, y porque en este mundo no se haçe, quiere que en el otro mundo, que es sin fin, se haga: que los que acá no satisfiçieren e pagaran, que allá satisfagan [fol. 64v] e paguen. Porque como Dios es sin fin, así á de ser sin fin la memoria de sus maravillas e obras.
”Junto a par de esta sancta çiudad de Jerusalem están otros edifiçios, como a manera de arrabales de la mesma çiudad, por maravillosa manera obrados y edificados, e apuestos, hechos a manera de muy ricos hospitales, los quales llaman los sanctos ángeles los hospitales de la misericordia, porque allí meten a rezar las ánimas, quando algunas fiestas las sacan de Purgatorio, para las limpiar de sus malos olores y curarles las llagas que los demonios les an hecho. Allí las apiadan de todas las maneras de piedades que tienen neçessidad, e las visten y adornan. Y las enseñan los sanctos ángeles cómo an de adorar al Señor y a todos sus misterios, e cómo an de hazer todas las çerimonias y cuentas que los çelestiales bienabenturados van e hazen en honra e alabanza de Dios, e a tañer y cantar con que loen su criador. De allí llevan bestidas e adornadas las ánimas que an acavado de purgar a la sancta çiudad de Jerusalem, que está edificada a manera de oratorio, delante de estos preçiosos hospitales. E allí resçiven, por la voluntad e misericordia de Dios, las ánimas a última yndulgençia e postrimer jubileo, por los mereçimientos de la sagrada Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, en cuya reverençia andan estas sanctas estaçiones. Y dende allí las llevan los sanctos ángeles al Çielo, con muy grandes cánticos e alegres fiestas, a gozar e poseer la gloria perdurable para siempre. Las ánimas que están en aquellos sanctos hospitales resçiviendo misericordia y recreaçión de sus penas por algunos días o tiempo, según el Señor ordena, tórnanlas a Purgatorio, para que acaven de purgar e pagar sus peccados junto a los sanctos edifiçios de los misterios de Jerusalem y en los hospitales de la misericordia.
”Aunque algo están más baxos los preçiosos oratorios, está muy çercano un campo muy grande en medio de estos sanctos edifiçios, en el qual campo está plantado el árbol de la vida: conviene a saber, un ramo de la sancta cruz de Nuestro Señor Jesuchristo. Es tan grande su grandeza, la redondez a que devajo de su [fol. 65r] sombra se guarezen muchedumbre de ánimas, y tiene en su muy gran frescura e hermosura de ojas más preçiosas y resplandeçiente que de oro, e no ojas de una manera, mas de mucha diversidad de maneras, e rosas e flores, e frutas de diversidad de colores y olores e sabores, confortatibas al gusto de las ánimas, que son dinas de lo gustar. E del tronco y raýz de este sancto árbol nasçen e manan contino caños de muy dulçes y claras aguas. De los ramos de este sancto árbol están colgadas continuamente muchas piezas, como de baxillas de oro y piedras preçiosas, todas por maravillosa manera labradas. De este sancto árbol están contino muchos, e canastillos de oro llenos de muy hermoso pan y diversidad de manjares, muy sabrosos e preçiosos, e frutas de muy gran sabor, a significaçión que del árbol de la sancta cruz proçeden todos los bienes, e se hallan todos los manjares e deleytes, e frescuras e buenos olores. E consiste en sí todo el reposo, e gozo e bienabenturanza que el ánima fiel y amiga de Dios puede desear. Y en aquel sancto árbol está la vida para los buenos, e la muerte para los malos, por quanto Dios escogió este sancto árbol en lo último de su vida. Por su trono en medio de aquel sancto árbol de la vida está hecho e obrado un trono realíssimo, e luçido, resplandeçiente sin comparaçión, en el qual está e se muestra distintamente sin comparaçión la dulçíssima persona del consolador Spíritu Sancto, en figura de muy ençendido e sublimado serafín. E preside y manda allí, en persona de toda la Sanctíssima Trinidad. E ansí le llaman muchedumbre de ángeles que allí están contino sirviendo, e adorando e obedeçiendo a su mandado. E le diçen en voz de cántico: ‘O, preçiossísimo Señor, o muy poderoso, e caritatibo e limosnero en la casa real. O, franco repartidor de las misericordias de Dios en la casa de ese mismo Dios. O, verdadero e poderoso Spíritu Sancto, que heres tú solo y no otro en todos los mereçimientos, de los sanctos que están en el Reyno de los Çielos, para los repartir e haçer limosna dellos a quien te plaçe y ves que tiene neçessidad. O, riquíssimo Spíritu Sancto, Dios en Trinidad, que enriquezes [fol. 65v] los pobres abastados de los ambrientos, confortador de los flacos. O, amorosíssimo e muy leal verdadero amigo, que a tus criaturas cumples de donar de dones de merçedes. O, poderoso en Çielo, e poderoso en la Tierra, poderoso en los purgatorios, poderoso sobre los buenos e malos, alumbrador, esclarecedor, enseñador de todas las obras de Dios, bienhechor de los que te resçiven’.
”Todos los ángeles e sanctos que adoravan e dezían estas cosas al señor Spíritu Sancto, loaban a a la sancta cruz con muchos loores, diziendo: ‘O árbol de vida, en el qual nasçen y a cada día nuevas maneras de ojas, e flores e frutos, manjares de dulçedumbres, riquezas, dones, deleytes e consolaçiones, lo qual es figura que heres eterno, Señor Dios todopoderoso, e tus dones e bienabenturanzas son sin fin. O, trono de Dios, en el qual huelga en el Spíritu Sancto. O, reyno de Jesuchristo, en el qual reyno con mucho dolor entró y estuvo porque sus fieles e amigos reynen en el Çielo con gran favor e junto a aquel trono donde está el señor Spíritu Sancto’.
”En el mesmo árbol de la vera cruz está una muy preçiosa y devota ymagen del sancto crucifixo, de bulto muy acompasionatibo. E junto a par d’él una ymagen de Nuestra Señora la Virgen María, y otra de Sant Juan, y dos de las Marías, e todos los bultos muy devotos, como quando estavan al pie de la cruz. Y de tal espeçie çelestial son hechas que, por la graçia divinal, parezen como si estuviesen vivas, e se mudan a tiempos e vezes de diversidad de maneras, e todas muy devotas. Que a vezes pareçe la ymagen del crucifixo como quando Nuestro Señor Jesuchristo estava en la cruz descoyuntado, y muy llagado y sangriento e difunto, e otras vezes, si le acatan por algún espacio, pareçe que está como vivo y mirando a quien le suplica, con gesto alegre y bulto resplandeçiente e muy claro.
”E allí sin çesar le están sirviendo e adorando quando le suplican por algunas personas con quien su Divina Magestad está enojado, o le piden algunas petiçiones para ellas. Aunque parezen ser buenas, si la su sabiduría conoçe que no conviene darlas ni otorgarlas, menea la caveza a una parte e a otra haziendo señal como quien se atapa los oýdos, dando a entender que Dios no quiere oýr las tales peticiones, ni las quiere otorgar. Quando le ruegan [fol. 66r] por algunas personas devotas [9] e amigas de Dios, haze señas que huelga de lo oýr, y que le plaçe de otorgar las petiçiones. Pareçe otras vezes llagado y muy atormentado, e como vivo, que mueve a los que le miran a muy gran compasión; e de otras figuras se muda, todas muy devotas y acompasionatibas. Por semejante, se muda la ymagen de Nuestra Señora y del glorioso Sant Juan, según las maneras que el sancto cruçifixo, horas de muy gran tristeça, e otras de no tanta; y ansimesmo las tres Marías pareçen a vezes como llorosas, e las cavezas cubiertas, e otras veçes con buxetas de ungüentos en las manos, como que quieren ungir al Señor; de otras maneras se mudan todas muy devotas, y conformes a los misterios.
”Allí delante del árbol de la sancta vera cruz está labrado y hecho por maravillosamente el sancto sepulcro, muy rico, e adornado todo de piedras preçiosas de muy gran resplandor e valor. E cave el sancto sepulcro está Nicodemus e José e Abarimatía, con los aparejos e lienzos e ungüentos que estos bienaventurados llevaron quando desçendieron de la cruz, el sacratíssimo cuerpo de Nuestro Señor Jesuchristo para le poner en el sancto sepulcro.
”Quiere su Divina Magestad del poderoso Dios que las ánimas que por fiestas sacan los sanctos ángeles las lleven a recrear a los hospitales de la misericordia, e vayan ellos mesmos con ellas adorar la sancta cruz, e a resçivir la bendición del dulçe consolador Espíritu Sancto, e la refeçión que da de abastamiento de manjares a todas las ánimas que allí van. Assí como llegan allí, las ánimas demandan misericordia, e adoran a Dios y a su sancta cruz. Y el sanctíssimo Spíritu Sancto, que está assentado en el trono real de la sancta cruz, señoreando y haçiendo siempre merçedes a los que se las piden y las an menester, menea con muy gran poderío este fructíssimo árbol de la vida, y haçe haçer muchedumbres de preçiosas frutas e manjares. Y manda a las huestes de sanctos ángeles que repartan, e den a las ánimas menesterosas que allí vienen, de comer y de [fol. 66v] vever a las ánimas. E las recrean de muchas maneras de consolaçiones, por tanto espaçio quanto es la voluntad de Dios. Y tan grandes graçias y merçedes resçiven de su Divina Magestad que, aunque tornen a Purgatorio, les son descontados muchos años de lo que an de estar en penas, y a algunas les perdonan los medios peccados, e otras las tres partes, e otras más, e a otras menos, según la voluntad de Dios.
“Viendo los demonios el gran thesoro e bienabenturanza que las ánimas resçiven en aquel lugar, pésales mucho, quiriéndola quitar y estorvar por todas las maneras que ellos pudiesen. Y atrévense, con gran ossadía y rabia que tienen. Y van en figura de muchas maneras de aves, y muy feas, y de otras figuras muy espantosas, y llegan al lugar donde está la sancta cruz. Y arremeten muy reçiamente para assir las ánimas en las uñas, y llevarlas en los picos y dientes. Y para esto tiene esta providençia divina tan proveýdo aquel sancto lugar que todo el campo alrededor donde está el sancto árbol de la vida está çercado de muchedumbre de compañas de gentes, a manera de huestes, armadas con diversidad de armas y tiros, con que encaran y tiran y hieren a los demonios, que hasta el mesmo árbol de la cruz se atreven e quieren arremeter y tomar las ánimas de aquellas preçiosas ramas, y se asen algunas vezes los demonios por se guareçer de los tiros que aquellas compañas les tiran y hazen guerra. Y caen los malditos amodorridos por çierto espaçio, que no se pueden mover ni levantar, más que muertos. Mas como ellos no se pueden morir, levántanse de que Dios quiere, y tornan en sí, y van uyendo, dando muy grandes ahullidos. E otras vezes, de solo que les encaran los tiros, an tan grande temor, que uyen despaboridos e no osan parar allí. Porque Nuestro Señor Dios, e su preçiosa cruz y las compañas de sus sierbos, que allí Él tiene, defienden las ánimas de sus fieles christianos, [fol. 67r] por peccadores que ayan sido, e los favoreçe, e resçive, e les da de bestidos, e calçar de todas las maneras de arreo, e adornamentos que las ánimas an menester. Porque allende de las misericordia que el dulçe consolador Spíritu Sancto haze cada día con las ánimas, de les dar nuevos manjares y frutos, les haçen todos los domingos muy grandes merçedes.
“Y el mesmo Spíritu Sancto, dende el trono donde está assentado, haçe caer las joyas que nasçen de la sancta cruz, el árbol, y resplandor de las quales es sin comparaçión. Y manda a los sanctos ángeles que allí están presentes en su serviçio las coxan, y hagan bestiduras dellas, e adornamientos muy preçiosos con que vistan y adornen todas las ánimas pobres que allí vinieren. E assí como el Spíritu Sancto lo manda, es hecho, e como lo dize es criado. Y en tomando los sanctos ángeles las joyas en sus manos, se tornan muy maravillosas bestiduras, con las quales visten y adornan muchedumbre de ánimas pobres, las quales van abastadas e cumplidas de todos los bienes que de ninguna cosa llevan neçessidad. Porque el mesmo Spíritu Sancto, como es poderoso en sí mesmo con el Padre y con el Hijo, en trinidad de personas y en unidad de hesencia, e poderoso en los mereçimientos de Nuestra Señora la Virgen Sancta María, y de todos los sanctos y sanctas de la corte del Çielo, los quales son meritorios mediante Dios y su sancta cruz, de los quales mereçimientos y de cada uno dellos es figura y significaçión cada una de aquellas ojas o rosas, e flores e frutos, e manjares, riquezas y bienabenturanzas que del árbol de la vida continuamente manan e proçeden; que por muchos dones y limosnas que el dulçe Spíritu Sancto, limosnero real, que allí está, da a los pobres y monasterios, luego ymproviso mana y proçede el mesmo árbol de la vida otro tanto, e aun siempre cada día e ora, otras cosas más nuevas. Y esto a significaçión de los dones e mereçimientos e graçias de las sacratíssima divinidad e humanidad del soberano Dios, trino y uno e verdadero, sin prinçipio y sin medio e sin fin, de los galardones e gloria e nuevos [fol. 67v] dones de goços que cada día, e hora y momento, tiene de dar para siempre de cada uno de sus escogidos que con Él mesmo moran y morarán en la triunfante gloria. Quando la madre sancta Yglesia militante ruega en espeçial e haze sufragios por algunas ánimas de Purgatorio, el mesmo Spíritu Sancto ruega e aboga por ellas, como dino obrador e lustrador de todos los bienes. E para que sea hecha alguna misericordia a las ánimas de Purgatorio, permite la Divina Magestad que aquellas ánimas, por quien a hecho algunos bienes la madre sancta Yglesia, a deshora se hallan aquellas ánimas sueltas, aunque muy llagadas e atormentadas de las yntolerables penas que les dan los demonios en Purgatorio por sus peccados; empero puédense salir de Purgatorio, ansí llagadas e despedaçadas por diversidad de caminos. Unas van por devajo de las aguas, e otras por la tierra, e otras por çerros e otras por balles, e otras por cardos y espinas, e otras por riscos muy espesos e montes muy tristes, e desiertos muy desconsolados, e otras por los ayres calidíssimos, e por los çielos e los planetas. E dellas, por diversidad de caminos van tristes y desconsolados, gritando y dando vozes, diziendo: ‘¿Dónde yremos o qué haremos; si hallaremos por ventura quién nos haga caridad e algún bien?’.
”E yendo assí las ánimas tan afligidas, aparéçenles a cada una dellas el sancto ángel su guardador, e consuela en su neçessidad, e háblala con amor, diziéndole: ‘Dios te consuele, ánima, e te alumbre en tu camino. Llama en tu neçessidad a Dios, e oýrte á. Y si no, no faltará quien te responda. Pide virtud y limosna por amor de la Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, e pregunta por el camino de Jerusalem la alta, y que te enseñen yr donde está el árbol de la vida y de la misericordia’. Yendo assí las ánimas por diversos caminos con clamorosas vozes pidiendo a Dios misericordias, van tras ellas los demonios, viendo que se les an salido de las penas. E oyendo que piden a Dios misericordia, danles muy grandes golpes y tormentos, diziendo: ‘¿Cuál Dios o quál misericordia demandéys e buscáys? Que no ay piedad, ni otro [fol. 68r] consuelo os darán sino este que agora nosotros os damos’. E viéndose las tristes ánimas tan afligidas, angústianse, y no saben qué se hazer.
”Los sanctos ángeles, haviendo compasión dellas, tórnanles a parezer, y esfuérçanlas, diziéndoles: ‘Aunque os ayan atormentado los demonios y os yeran muchas vezes, andad, andad, no os detengáys por tribulaçiones y peligros que en este vuestro camino se os suçeden. No volváys atrás, ni çeséys de llamar, que abriros an. E pedid e resçiviréys, y hallaréys la misericordia’. Y cada uno de los sanctos ángeles dize a cada un ánima que tuvo a cargo: ‘Toma este bordón sobre que te afirmes, aunque vas llagada, que tal buena obra que hiziste; e tú, este que tal viernes que ayunaste; e tú, que tal limosna que diste; e tú, que tal misa oýste con devoçión; e tú este, de tales oraçiones que reçaste en serviçio de Dios e de su gloriosa madre; y este, de tal devoçión que tuviste a tal sancto o a tal sancta, e tales fiestas que hiziste por ellos’. E ansí les dan los sanctos ángeles bordones sobre que se afirmen de algunas buenas obras que en este mundo hiçieron. E ansí van hasta el lugar del árbol de la vida, aunque con mucho trabajo, y llegan y hallan muy cumplida la misericordia de Dios, e los thessoros e consolaciones, e refeçión e sombra del árbol de la vida, e yndulgençia de la Passión del Hijo de Dios e del limosnero Espíritu Sancto. E allí son consoladas de todas las maneras de consolaçiones que a sus neçessidades requieren, e de allí tornan algunas vezes a Purgatorio, e otra no, según es la voluntad de Dios y ellas lo mereçen. Tienen los sanctos ángeles gran desseo, con el amor que tienen a los christianos por peccadores, que sean sus ánimas sean salidas de penas quando están en Purgatorio. E las ayudan con todas sus fuerças e ruegos, e aun no contentos de esto que por ellas hazen, según el grande amor que tienen a nosotros, los humanos, se juntan muchos dellos, e se conçiertan según la voluntad del poderoso Dios, e diçen unos a otros: ‘Andad acá, señores, juntémonos algunos de nosotros e vamos abentureros a los lugares tristes y tenebrosos de Purgatorio, e quizá será tal nuestra ventura; y si la nuestra no fuere, será la de las ánimas, que provándolas a desaraygar e a arancar de aquellas dolorosas penas, pudiésemos sacar algunas. Grande sería nuestro gozo e alegría’. E van en quadrillas a Purgatorio, e aprueban con gran diligençia, [fol. 68v] rogándolo a Dios, a sacar o arrancar algunas ánimas, las más nezesitadas e desamparadas que ven. E traban de unas y asen de otras, diziéndoles a ellas que se ayuden, y hechan anzuelos y redes en los ríos e lagos e pozos donde las tristes ánimas están; e arman lazos e guindaletas para tirar y sacar algunas, si pudiesen; e pelean con los demonios, e despedazan los que están hechos dragones, para sacarles las ánimas que tienen dentro, en sus dientes. E quando Dios quiere, después que an travajado mucho, que aranquen alguna o algunas, tiénenlo a muy gran ventura e dicha, e góçanse, e haçen muy grandes alegrías, dando muchas graçias a Dios, que los hizo vitoriosos, e aquellas ánimas benturosas de salir de tan grandes males.
”E tómanlas luego, e van con ellas al prado de las flores. E allí las curan de sus llagas, e las visten de algunas bestiduras qu’ ellos traen para ellos. E las llevan con cantares y músicas al árbol de la vida, para que le adoren y sean recreadas de las dulçidumbres divinales que manan de las ánimas bienabenturadas que van al árbol de la vida, y a los hospitales de la misericordia y tiendas de graçia, abastadas de todos los bienes de los misterios de Jerusalem la alta. ¿Qué comen y veven? No es otra cosa sino unas obras muy grandes de las bondades y misericordias de Dios, y de los embriagamientos de las bodegas de la divinidad, de la zelda ordinaria donde la Sanctíssima Trinidad cumple de deleytes a sus amigos, e de los pastos de la sancta humanidad del Hijo de Dios; de la qual ay tan grandes pastos en el Reyno de los Çielos que abastan para artar e apazer todas las ánimas bienabenturadas, y aun muchas más que fuesen. E por semejantes, está la sancta Yglesia militante muy abastada de los pastos muy dulçes del Sanctíssimo Sacramento del Altar, e de todos los otros sacramentos de nuestra sancta fee cathólica que del soberano Dios dependen.
”Tienen los sanctos aventureros, alcanzando del poderoso Dios tal previlegio, que las ánimas que salen en manera de pesca con anzuelos e redes de penas no tornen más a Purgatorio. E después de haver adorado la sancta cruz, e gozado de sus frutos, las [¿viven?] ellos mesmos andar los misterios de Jerusalem la alta. Y en aquellos sanctos misterios les hazen cumplir lo que en Purgatorio havían de purgar en [fol. 69r] los tiempos que allá havían de estar. Se los reparten por días o por semanas, y en un oratorio las tienen un zentenario de días, y en otra capilla una quarentena, y en una yglesia otros sesenta días, y en otro çentenario treynta tres días. Y assí les hazen por misterios y días, por la voluntad de Dios, acavar de cumplir lo que deven, andando como en penitençia y haçiéndoles su Divina Magestad muchas merçedes, y dende allí las llevan al Çielo. Y ansimesmo llevan los sanctos ángeles algunas de aquellas ánimas a lugar y campo donde estava el árbol de la sancta cruz para que, con tiros y armas que les dan, tiren a los demonios, que allí con gran maliçia van a empezer a las ánimas.
”Y por semejante, después que el señor Spíritu Sancto dexó de hablar por la lengua de mí, su yndigna sierba, estando yo enajenada de mis sentidos, lo qual yo no sentía si lo hazía su gran Magestad, me mandó que, pues estava enferma en el cuerpo, y por mi yndispusiçión de salud el estrumento no tenía el Spíritu Sancto como solía, tuviese cuydado de ayudar a defender e consolar las ánimas que van a ser recreadas al árbol de la vida. Y esto es quando estoy elevada, que me ponen en çierta esquina de aquel campo con çierta arma y armas que el sancto ángel me da, defiendo con los otros a las ánimas que allí van a ser consoladas del dulçíssimo Spíritu Sancto. E quando estas cosas me son mostradas por mandamiento y ordenaçión divinal, me son encubiertas las más altas; e a vezes, quando es la voluntad de Dios, las más subidas y preçiosas, e no estas; e otras vezes me hazen tan copiosas merçedes como puede hazerlas, que me muestra junto lo uno y lo otro, e gozo de gozos doblados”.
Capítulo XIII
De los misterios y dulçedumbres que el día sancto del domingo manan de la sancta cruz
Dezía esta bienabenturada: “Todos deven ser muy devotos de la sancta cruz y de sus misterios, porque son tan grandes las grandezas de la sancta cruz, y los misterios que en ella se puede contemplar, que no se podrían acavar de dezir según lo que el poderoso Dios, por su gran misericordia, algunas vezes me muestra. El día [fol. 69v] del domingo proçede e mana del árbol de la sancta cruz de Nuestro Señor Jesuchristo muchedumbre de flores y frutos, e se mudan de toda diversidad de colores e resplandores, e cada un ramo naçen y proçeden tres nuevas frutas, todas tres en un solo ramo, el dulçor e sabor e olor de las quales era sin comparaçión su preçioso valor: esto a significaçión de la Sanctíssima Trinidad, Padre, Hijo y Spíritu Sancto, tres personas y un solo dios verdadero, cuya fiesta y solemnidad se çelebra el día del sancto domingo. E hallende de estas preçiosas frutas, mana en el tal día el sancto árbol nuevos espeçies de suavíssimos manjares, e olores y sabores, e tales e tales que bastan para dar entera gloria y bienabenturanza, ansí los preciosos manjares como las claríssimas aguas. E todo mana como de mar, muy abastada del soberano Dios, trino y uno. E las ánimas que están en Purgatorio, que fueron servidores e devotos de la Sanctíssima Trinidad, e el día sancto del domingo çelebraron en devotas e obras puras, avtiniéndose en tal día de viçios y peccados por el amor y serviçyo de Dios, allí en Purgatorio donde están son por los ángeles visitadas, e reservadas de las penas, e recreadas e alumbradas en sus escuridades. En tal día salen de Purgatorio los que fueron fieles y verdaderos amigos del poderoso Dios, e son llevados al Çielo, muy acompañados de ángeles, con dulçes cantos y ynstrumentos de muy gran melodía. Y el mesmo Dios les da en tal día ynumerables galardones e gozos de sí mesmo. Los resplandores, e riquezas e bienabenturanzas que el día sancto del domingo mana el árbol de la vida son más sublimados [10] que otro día de la semana, porque son de los thessoros de la Sanctíssima Trinidad, Padre e Hijo y Spíritu Sancto, tres personas y un solo Dios verdadero, el qual deve ser muy servido, e adorado, y creýdo de todas las criaturas que crió.
”El día del lunes produçen y nasçen del árbol de la vida nuevamente flores de diversidad de maneras e olores, con rayos e resplandores de mucha claridad, las quales flores tan preçiosas son todas en sí muy candidíssimas e blancas, sobre toda cosa de blancura e preçiosidad. Sinifican la puridad e limpieza, e mereçimientos e sanctidad, hermosura e primor de alteza de los mereçimientos de Nuestra Señora la Virgen Sancta María e todos los nueve coros de los ángeles. E tanta es la claridad de estas sublimadas [fol. 70r] flores de rosas que los sanctos ángeles llevan dellas a las ánimas de Purgatorio, las que Nuestra Señora e de los mesmos ángeles son devotas, e les abastan, e consuelan tanto, que solo el olor dellas les basta por manjar en su hambre y por deleytoso beber. Y les da muy gran claridad y resplandor en su obscuridad, y tinieblas muy profundas, e les es como roçío muy fresco e deleytoso en sus calores e fuegos, tan demasiados, e como candelas hechas delante dellas por mereçimientos de quien ellas significan, e consolaçión para sus devotos, e para otras quelesquier ánimas, que a todos haçen virtudes. Y las ánimas que en tal día mereçieren ser salidas de Purgatorio, embiándoles la soberana Reyna de los Çielos y abogada del género humano su favor y ayuda, las lleven los sanctos ángeles muy triunfantes; y ellos, junto con Nuestra Señora, les dan y alcanzan muy grandes virtudes, dones y gozos, e bienabenturanzas, como son primogénitos hijos de Dios herederos del Reyno de los Çielos.
”El día del martes se muestra el árbol de la sancta cruz todo produçiente, lleno de ynumerables resplandores, con rayos ylustríssimos y diversidad de rosas coloradas. Y las más dellas sobre colorado matizadas e puestas otras diversidades de colores. Junto con esto, nasçen baras muy pintadas e olorosas, resplandeçientes, e algunas dellas hechas a manera de armas de pelea, hechas de muchas maneras. Y esto significa los triunfadores mártires, y sanctos méritos e sangre derramada, e las historias que dellos está scripto, que labaron en la sangre del cordero sacrificado en la cruz al Padre por nuestros peccados, e la diversidad de tormentos e martirios que con crueles ánimas les dieron. E toman los sanctos ángeles guardadores de ánimas de estas tan odoríferas rosas, e cortan de las baras hechas a manera de armas, e van con ellas a Purgatorio para dar refeçión e consuelo a todas las ánimas que allí están, e las que fueron devotas de los sanctos mártires. E con las preçiosas rosas, e bara e armas que figuran sus preçiosos mereçimientos mediante la sancta cruz, e muerte e Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, por quien ellos padesçieron tantos tormentos, resçiven en este día muy gran consolaçión e afloxan sus penas. E las sanctas [fol. 70v] rosas les son manjares esforçosos, e recrean a cada una de las ánimas según su neçessidad. E con las armas les dan resplandor e defendimiento de los demonios, porque en aquel día no las pueden empezer. E las que el día del martes salen de Purgatorio, la muy hermosa hueste de cavalleros triunfadores, assí como grandes capitanes e señores muy valerosos, las favorezen e las acompañan a las que son sus devotas de qualquier dellos e les an hecho en la Tierra alguna memoria e serviçio, e porque su exemplo padeçieron e hiçieron algunas buenas obras e penitençias, e padeçieron penas y tormentos sin contradiçión, la qual puede ser contado por martirio. Y estas tales ánimas no solamente los gloriosos mártires las libran de Purgatorio, mas aun de los escarnios y enojos que los demonios acostumbran hazer a las ánimas quando las pueden enpezer. Y llévanlas al reyno de los Çielos con mucho triunfo, y offréçenlas al mártir de los mártires, Nuestro Señor Jesuchristo. Y Él, con poderosa mano, les haçe copiosas merçedes, e los sanctos mártires les dan muchos galardones por los serviçios que les hiçieron.
”El sancto día del miércoles se haçe espeçial memoria, en el Reyno de los Çielos, de los sanctos apóstoles, los quales en persona de Nuestro Señor Jesuchristo vendieron a nosotros peccadores el Reyno de los Çielos, e le dan muy barato; en figura de lo qual el sancto árbol de la cruz, en quien ellos tuvieron su honra y gloria, se muestra todo lleno de rosas y flores, e frutas muy hermosas, nuevas y deleytables. Y junto con esto, salen del sancto árbol pendones y estandartes muy ricos, y pintados y enjoyados, e obradas todas sus armas e ynsignias de Nuestro Señor Jesuchristo, e su sagrado y maravilloso nombre por zimera de muy ricas y preçiosas perlas e piedras labrado, más resplandeçiente que el sol, el qual nombre de Jesús ellos predicaron, y en su virtud hiçieron muy grandes milagros e maravillas. Y estos tan preçiosos y enriqueçidos pendones y vanderas representan todos los christianos, y significan los sanctos apóstoles e offiçios que tuvieron de predicación. E toman los sanctos ángeles, que allí están, en serviçio del dulze Spíritu Sancto e reguarda del árbol de la cruz [fol. 71r] y de la vida, y álçanlos en persona de los mesmos sanctos apóstoles, y en su nombre pregonan a muy altas vozes diziendo: ‘Ay, quién venga a comprar el sancto Reyno de los Çielos. Ea, vengan todos los que quisieren venir de su grado, que nosotros no hazemos a ninguno venir por fuerça, empero pregonamos e aconsejamos la fee muy çierta y verdadera, la carrera de vida y de salud. Enseñamos el camino del Paraýso. Vengan los que sin dinero son redimidos, sino por el gran preçio de la sangre del cordero. No teman de venir los pobres neçessitados, que por muy buen barato les venderemos el Reyno de los Çielos que, por el sancto baptismo y la fee de Jesuchristo, por guardar los mandamientos de Dios y hazer algunas buenas obras, por confisión y contrición −si cayeren en peccados−, por satisfaçión e comunión, e por los otros sacramentos de la Yglesia que ordenó el Spíritu Sancto, les venderemos el reyno de los Çielos a todos los que le quisieren comprar. Franco y muy manífico es nuestro muy altíssimo y muy sagrado Rey Jesuchristo, e muy agradeçido. Largo es en misericordias. Espera a sus siervos en penitençia, resçívelos de buena gana quando se vienen a Él. Venid todos, no os detengáys en los viçios y peccados y deleytes pereçederos, y más tardan los peccadores en venir que Dios en resçivillos’.
”Y los ángeles que esto dizen en persona de los sanctos apóstoles coxen las rosas y flores de sus mereçimientos. Y los ángeles que coxen los frutos del árbol de la vida en el tal día llévanlo a las ánimas de Purgatorio que an sido y son devotas de los sanctos apóstoles, e son muy recreadas y aliviadas sus penas, y consoladas en sus tribulaçiones que allí tienen. Y las ánimas que en este día del miércoles salen que son devotas de los sanctos apóstoles e hiçieron serviçios a cualquiera dellos, son por ellos acompañadas y honradas, e tan favoreçidas que llevan delante dellas un pendón de muy gran valor e preçiosidad y hermosura. Y la honra que a las tales ánimas se les da, es mayor que a otras ningunas, e van pregoneros delante dellas, pregonando a muy altas vozes todas sus buenas obras y virtudes, y cómo son dignas de mucho acatamiento e bien- [fol. 71v] aventurada gloria y corona de justicia, porque justamente obraron en creer y hazer lo que los sanctos apóstoles predicaron y enseñaron, y en tener por firme y verdadera la doctrina que dexaron scripta. Y pregonan los mereçimientos dellas por los quales, y por haver sido ellas sus devotas, y saviéndose aprovechar de su predicación e gozar de sus avisos y frutos de la sagrada Passión de Dios, eterno y sin fin, dizen los pregones les dan aquella honra; de lo qual resçiven las ánimas, que assí son beneradas, ynumerables gozos. E les es a ellas gran honra, y Nuestro Señor Jesuchristo las resçive de muy buena gana en el Reyno de los Çielos.
”El día del jueves vrota e produze el sancto árbol de la cruz novedad de maneras de muchedumbre de rosas, e lirios e frutas, e junto con esto escaleras muy resplandecientes e ricas, labradas e hermoseadas por maravillosa manera, obradas por la mano divinal del poderoso Dios. Lo qual es todo figurado por los mereçimientos de los sanctos confesores, que ansí como lirios, flores y rosas, dieron suavíssimo olor de exemplos y doctrinas, e muy sanctas vidas e gloriosas, y predicaciones; confesaron a Dios delante de las gentes. Nuestro Redemptor Jesuchristo los confiesa y ensalça delante de su Padre çelestial por fieles y leales e verdaderos amigos. E fueron tan prudentes y sabios que con el marco del offiçio que les dio, ensalçaron e honraron la sancta fee católica, tanto que fueron como escaleras más que de oro, que dende la Tierra asieron hasta el Çielo, subiendo ellos por virtudes, dexando sendero de libres y doctrinas, e penitençias e virtudes, sanctidad e declaraçiones con sanctos avisos y ensaminaçiones, con sanctas verdades, para que todas las nasçiones que quisieren se puedan salvar y subir de virtud en virtud hasta el Çielo por esta escalera que ellos subieron y enseñaron subir. Y las ánimas que están en Purgatorio que fueron sus devotas de alguno dellos e por sus exemplos e sanctas docrtrinas yçieron buenas obras, resçiven dellos espeçiales favores. E los que son devotos e amigos sobre otra devoçión e amor del gran hazedor Jesuchristo son en el día del jueves muy consolados, e resiçionados e descargados de sus penas, e abastados de suavidad de fruta y manjares. E por los sanctos ángeles sus guardadores le son mostradas estas [fol. 72r] tan fermosas e valerosas escaleras, denunçiándoles que, quando de allí salgan, tienen çierta seguridad de subir a gozar el Reyno de los Çielos por los mereçimientos de Nuestro Señor Jesuchristo e por su sagrada muerte e Passión, e mediante los sanctos confesores, los quales ganaron y subieron al Çielo como escaleras derechas donde gozan para siempre. E salidas de Purgatorio las tales ánimas, van los sanctos confesores, algunos o todos, según es la voluntad de Dios, e llevan a sus devotos y amigos muy acompañados, honrados y favoreçidos, y súbenlos por las escaleras de sus mereçimientos hasta la cumbre del Çielo, donde huelga para siempre, porque el dador de la vida los resçive con gesto alegre e cumple todos sus desseos buenos que tuvieron. E son contados e reputados con los hijos de Dios y sanctos del Çielo.
”El día del viernes veo nuevas mutaçiones en el árbol de la vida. Cada semana me pareze se muta de momento a momento de diversidad de colores. E por todo el día entero pareze que tiembla el árbol, y en cada temblor se mudan las flores de diversidad de colores e olores, e las frutas de muchas maneras e sabores, deleytosas, dulçes, muy más sublimadas que otros días. Y en este día del viernes ay en el sancto árbol muchos rayos de claridad, e resplandores, e otra infinidad de maneras tan exçelentes que no havría lengua ni sentido humano que bastase para lo esplicar y dezir; tanto que qualesquier ánimas de Purgatorio que allí son llevadas por la voluntad de Dios que le miran, sanan de qualesquier heridas e llagas que tienen por sus peccados hechas de mano de los demonios, e se les quita la tristeza y angustia que tienen. Y aun se podrían aprovechar de estos sanctos misterios del árbol de la vida espiritualmente, e gozar de estas dulzedumbres dentro en sus ánimas, qualesquier fieles personas, amigas de Dios, bibientes en este mundo, devotas y contemplativas de los misterios de la sagrada Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, e qualesquier de los bienabenturados del Çielo que en tal día acatan el árbol de la vida, adorándole y contemplando e apiadándose de lo que el Hijo de Dios en él padesçió. Y en cada un misterio de los que ellos contemplan resçiven ynumerables gozos acçidentales, porque todas las bien- [fol. 72v] abenturanzas juntas que se pueden pensar e dessear están en Dios, y en su sancta cruz, e sagrada muerte e Passión. E de allí manan, como de viva fuente, todos los grados de gloria e çelestiales consolaçiones que su Divina Magestad da a sus criaturas çelestiales e terrenales.
”Y también salen en este sancto día del árbol de la vida muy resplandeçientes e sonantes trompetas, que significan el poder de Dios, e su juyzio e justicia, e su sancta predicaçión e doctrina que sonó de mar a mar para nuestro enseñamiento e abiso. Y también salen lámparas ençencidas, muy resplandeçientes e consolatorias, muy bien labradas, más ricas que de oro y piedras preçiosas. La luz y claridad que dan es sin comparaçión e muy deleytoso de mirar, las quales significan la divinidad del Hijo de Dios, y el resplandor de sus muy sanctos exemplos que en esta vida dio viviendo entre los peccadores treynta y tres años. Y ansimismo significan la gran caridad con que el mesmo Christo nos vino a redimir, y el olio de la misericordia con que ungió a los peccadores a la sancta fee cathólica muy çierta, y la esperanza que nos dexó con que nos podemos salvar e alcanzar muy cumplida misericordia e perdón de los peccados mediante su sancta Passión.
”E junto con esto sale este día un muy rico altar, muy adornado de todas las maneras de aposturas que para el altar de Dios perteneçen, y en él muy luçidos y ricos y enjoyados hornamentos con que acostumbran dezir missa los saçerdotes de la Tierra. Y ençima de este sancto altar apareze Nuestro Señor Jesuchristo, Hijo de Dios vivo. Sí, es el sacerdote, y el sacrifiçio y manjar de aquel sancto altar. Y estando allí el mesmo Dios, el qual puede haçer todas las cosas, dase en comer y en vever a sus amigos, y offréçese en sacrifiçio a Dios Padre como en el Sancto Sacramento del Altar, por que perdone los peccados de los christianos, siervos suyos fieles. Y allí se offreçe el Hijo al Padre por el humanal linaje, con muy soberano amor y piadosas plegarias, y su sagrada Passión y sancta cruz. E las ánimas de Purgatorio, aquellas con quien Nuestro Señor quiere comunicallos sus misterios, gozan en este día del viernes dellos, por el mucho [fol. 73r] amor que les tiene. A las ánimas que en este día salen del Purgatorio que fueron devotas de la Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, y en esta vida le amaron e sirvieron, mándalas su Divina Magestad llevar muy prósperas e aportadas de riquezas, e acompañadas de cavallería celestial. E vanles delante tañendo las trompetas muy preçiosas que en este día salen del árbol de la sancta cruz, y llévanles ansimesmo delante las lámaparas ençendidas, que las alumbren a cada una dellas en muy mayor grado que el sol, y les dan ynumerables gozos e claridad, e también les llevan delante el altar, tan abastadas de todos los bienes que el mesmo Señor va en él en figura del Sanctíssimo Sacramento. E las ánimas que siguen al cordero sin manzilla no pueden herrar el camino del Paraýso, que muy çiertas y seguras van, y entran, y goçan y poseen a su Dios, por el qual en esta vida lloraron e gimieron con mucho amor; y Él se les da tanto abasto quanto ellas quedan contentas e satisfechas, que no tienen más qué dessear ni querer, porque todos los dones que son dados e las virtudes que son hechas por amor de la Passión de Nuestro Señor son muy más sublimadas sin comparaçión que otras ningunas. E las bienabenturanzas e aguas frías que en este día manan del árbol de la sancta cruz son muy más valerosas e aprovechantes a las ánimas que otras, porque tanta diferençia ay de los frutos de este sancto día de viernes a los otros quanto ay del Señor a los sierbos y del criador a sus criaturas, e de Dios a los sanctos. Porque los mereçimientos del Hijo de Dios y de cada uno de sus misterios no tienen comparaçión, ni ninguna persona ay que los sepa repartir, si no es el consolador Spíritu Sancto, criador con el Padre e Hijo, tres personas y una esençia divina.
”El día del sávado muestra el árbol de la sancta cruz en sí muchas mutaçiones, e muchas dellas son como el día del viernes. Empero, algunas de sus mutaçiones e muchas dellas son como el día del viernes, empero algunas de sus mutaçiones demuestran gozo e otras sentimiento de llanto, dando a entender que todo este día es de las sanctas y piadosas personas e mugeres. Demás de [fol. 73v] ser llamado sábado de holganza, este día significa a Nuestra Señora y a todas las vírgines, por quanto las mugeres son ynclinadas a compasión, e son de tierno corazón e piadoso. E por eso el sancto árbol de la vida en sus mutaçiones llama e convida que junto con él se entriztezcan o se alegren, según ve en las mutaçiones en él. Porque ansí como el día sancto del viernes es fruto de este sagrado árbol el cordero sin manzilla, Hijo de Dios, el qual en tal día se sacrificó a Dios Padre muryendo muy cruelmente y consangrando esta mesma cruz, para Él tan penosa, e haziéndola de madero seco e nudoso, árbol verde de muy ricos e preçiosos frutos, después de le haver regado con el agua viva, que es la sagrada sangre del mesmo redemtor nuestro Jesuchristo, assí en figura dello, en este día del sávado, el árbol de la cruz, que el día del viernes quedó muy bañado, se trasfigura de diversos colores e resplandores. E junto con esto produze a vezes muchas gotas grandes y espesas de viva sangre, e tan a menudo caen hasta que haze el suelo enrededor todo teñido como viva sangre. E viendo los santos ángeles que allí están la copiosa sangre que está en el suelo e la priesa que el sancto árbol se da a destilar gotas sanguíneas de sí, llaman a muy grandes vozes a las personas devotas, vírgines y no vírgines, que vengan al pie de la cruz muy aprisa a coger de las gotas sanguíneas que produçe de sí el árbol de la vida, ansí lo que está en el árbol como lo que a caýdo en el suelo, e diçen: ‘Vení, no os tardéis, todos los piadosos y piadosas, e aved compasión de vuestro Dios e de su piadosa madre, e acordaos cómo en aquel tiempo que Él padeçió y murió estava tan triste y sola. Y agora, en figura de remembranza de su dolor, coxe estas riquezas que abundosamente el árbol de la vida os da en persona del mesmo Jesuchristo, el qual, en tal día como oy, está su sagrado cuerpo puesto en el sepulchro, muy llagado y descoyuntado he herido, e de sus sanctas llagas destilando sangre. Tomad estas agora, vosotras, en paños muy preçiosos, e cogeldas en valerosos basos, e ponedlos en relicarios, donde estén muy guardados’.
”E vienen muchas personas bienabenturadas e mugeres sanctas del [fol. 74r] Çielo con gran prisa al llamamiento de los sanctos ángeles, trayendo en sus manos muchas tinajas, cáliçes y basos. E con gran reverençia e muchas adoraçiones que hazen a la sancta cruz, cogen las sagradas gotas e pónenlas en sus juridiçiones, e tiénenlo en soberana reverençia. Y esto es dando a entender a los humanos que lo mesmo havemos de hazer todos los peccadores que vivimos en la Tierra en los tales días, dentro en nuestras ánimas, y estas deven ser nuestras ocupaçiones y obras spirituales: pensar en Dios y en sus misterios, e haverle compasión, pues padeçió por nos redimir con soberano amor.
”Las ánimas que están en Purgatorio que son devotas de Nuestra Señora la Virgen Sancta María y de las sanctas vírgines, y de todas las sanctas mugeres, en el tal día del sábado gozan de muchas e gloriosas visiones, e oyen las bozes de los sanctos ángeles que las convidan. E por ellos mesmos les son representadas aquellas sanctas reliquias que el árbol de la vida da de sí el día del sávado, por cuyos mereçimientos muchas dellas son libradas, e por los méritos de Nuestra Señora, la Virgen Sancta María, e por las sanctas vírgines e mugeres bienaventuradas son aquellas ánimas llevadas al Çielo con muy gran triunfo e gloria.
”Produce el árbol de la vida el día del sávado, a ora de las conpletas, muchas coronas adornadas de muy hermosas piedras preçiosas, guarneçidas y enriquezidas sin comparaçión. E junto con las coronas, salen del árbol de la vida sillas muy enriquezidas, pomposas e reales, y enjoyadas. Y con las valerosas sillas, sale como plantado en cada una dellas un árbol, como de palma o cedro, e oliva e çiprés, e otra diversidad de árboles valerosos e suavíssimos en olor e maravillosa hermosura, cuyas ojas y flores son más que de oro, e resplandeçientes más que el sol; en las quales ojas están esculpidas por maravillosa manera unas [fol. 74v] letras que dizen: ‘Con razón son coronadas las vírgines mugeres que de Dios son sanctificadas’. E los sanctos ángeles toman las coronas, e pónenlas ençima de las palmas e árboles qu’ están plantadas sobre las sillas de apostura.
”E represéntanlo assí todo junto a las ánimas de Purgatorio, en espeçial a los que en este mundo se astubieron de los vizios y peccados e pelearon contra ellos, assí como son las personas religiosas, las quales quando salen de Purgatorio les llevan delante los sanctos ángeles las cosas ya dichas, a significaçión que, aunque todos los estados las gentes christianas se pueden salvar, el estado virginal e penitente, y devoto, casto, y limpieza de la corrupçión de los peccados, ese tal estado se lleva la bentaja para ganar la corona e gran premio en el Reyno de los Çielos, donde el azedor de las merçedes galardona a sus amados de galardones ynnumerables. El qual dixo por su sagrada boca: ‘Daré çiento por uno a qualquier persona que por su amor se avstuviere de quelesquier bienes e consolaçiones de este mundo y tiene sus gozos en solo Él’. Y el muy dulze Spíritu Sancto haze nuestros a estas tales ánimas y a quien a él más le plaze dar sus dones, e de los mereçimientos de los ángeles, e de los sanctos y sanctas. Y ansí enrriqueze los pobres, da de comer a los ambrientos, e de vever a los sedientos, viste los desnudos, suelta los presos, alegra los tristes, consuela los desconsolados, manda alvergar sus pelegrinos, da vida perdurable; a los que a él se encomiendan, enseña carrera muy clara; da enteros descansos a todos los que vienen ynvocando el nombre de Jesús; da gozos muy nuevos y açcidentales a los bienabenturados en cuya remembranza se muestra cada un día de la semana las figuras susodichas de sus merecimientos, para apiadar y haçer grandes merçedes a sus devotos dellos, que en esto resçiven todos los sanctos del Çielo ynnumerable gozo. Que el poderoso Dios se quiere servir y haçer dellos memoria, e repartir sus riquezas con sus amigos, que dellas tienen neçessidad, porque en los Çielos está la perfeta caridad.
”Síguese una adoraçión de la sancta cruz, de gran virtud para todos aquellos que con devoçión la dixeren, que me la mostró mi sancto ángel; de la qual, señoras, os podéys aprovechar y consolar en la dezir, pues aún no estáys contentas con quanto os he dicho, que todavía queréys saver más de las cosas que Dios es servido [fol. 75r] de me mostrar. Y ansimismo me a dicho mi sancto ángel e su Divina Magestad contento os las diga, porque en vuestro secreto se lo suplicáys me lo mande mi sancto ángel, que él me lo a dicho. Y a esta causa os he dicho las cosas secretas que me an sido mostradas, o parte dellas, y por la mesma voluntad de Dios diré adelante lo que Él me mostrare y diré la respuesta que me fuere dada en lo que me dixéredes diga y pregunte a mi sancto ángel.
Oración [11]
‘Adórote, cruz preçiosa, adórote sancta cruz, y adórote sanctíssimum lignum inter omnia lingua. Adórote, sancto madero, adórote, trono de Dios, adórote, escaño de los sus pies, con el qual justiçiara y pisara los peccadores y les hera ver y conoçer cómo solo Él es el Señor y criador del Çielo y de la Tierra, y juez de los vivos y de los muertos. Adórote, galardón de los justos, por el qual se salvan y justifican. Adórote, deleyte de los ángeles. Adórote, penitençia de los peccadores. Adórote, tálamo de Dios, en el qual está puesta su corona real. Adoro los clavos y tenazas y martillo y escalera y lanza. Adoro el redemptor en ti puesto. Adoro mi salvador, adoro su sancto bulto, adoro su santa faz. Vendigo y glorifico y adoro sus sanctos miembros, todos dende las uñas de los pies y plantas hasta ençima de la caveza, que son los cavellos. Adórote, árbol sancto de la vera cruz, árbol frondoso, florido y graçioso. Las sus flores eternas sin ser marchitas, olores perfetos de nunca cansar, perfetos e dulçes sin secar, frutas saludables, preçioso manjar muy mantenedor a quien lo supiere gozar y gustar’.
Capítulo XIV
De una revelaçión que esta bienabenturada le fue mostrada açerca de un ánima
Preguntando a esta bienabenturada las religiosas de su convento e monasterio por el ánima de un padre religioso de su misma orden, que fue su vicario y confesor e murió en el dicho monasterio siendo [fol. 75v] vicario, el qual se llamava fray Pedro de Santiago, persona muy notable y de mucha sanctidad e virtudes, si havía savido el estado de su ánima, respondioles, diziendo: “Yo he suplicado a Nuestro Señor, su Divina Magestad, tuviese por bien de revelar al sancto ángel mi guardador el estado de aquella ánima, e le diese liçençia me lo dixese. Y a mi sancto ángel le dixe mi deseo. Y como, señoras, deseáys saver el estado de aquel ánima y lo suplicáys, respondí a vuestra petiçión y mía. Respondiome: ‘Pues tanto rogáys y deseáys ver el ánima de este religioso, anda acá conmigo, y para mientes con atençión lo que verás’. E tomándome por la mano, llevome a un jardín de ynumerable hermosura e frescura, en el qual havía árboles de diversas maneras, llenos de muy hermosas colores, y en ellos muchas aves de mucha hermosura cantando muy dulçemente e grande armonía. Y los muros e adarbes y todos los edifiçios que allí stavan heran labrados de oro, e bariedad de perlas e piedras preçiosas, y todo muy resplandeçiente e de gran hermosura. Y dentro de este deleytoso bergel estava un palaçio muy ricamente labrado e de gran claridad, en el qual estava un trono muy alto, todo de pedrería, y en este estava sentado Nuestro Señor Jesuchristo. Junto, en otra riquíssima silla e trono, estava assentada Nuestra Señora, en presençia de los quales estava, de rodillas e postrada en el suelo, el ánima de este religioso, y pareçiéndome estava bestido de su ábito pardillo, e todo en la forma y manera como quando estava en el cuerpo. E a desora, yncontinenti, estando él así, mirando y contemplando él a tan gloriosa visión de Dios y de su gloriosa madre, a la qual hera él en gran manera devoto y servidor, vinieron allí presentes quatro vírgines: la una, la señora sancta Catalina, e la otra sancta Çiçilia, la otra sancta Bárbara, e la otra la gloriosa sancta Clara. Y entre ellas estava sancta Ana, muy çercana a Nuestra Señora, más que ninguna de las otras. Y estas sanctas vírgines, por mandado del poderoso Dios y de su sacratíssima madre, tenían [fol. 76r] en sus manos bestiduras blancas e muy candidísimas, e resvistieron al dicho padre de aquellas vestiduras, que heran como a manera de ornamentos que se visten los prestes para dezir missa. Y después que le huvieron revestido a manera de saçerdote, llegó la señora sancta Ana, y ençima del alma, que tenía bestida, hechole una almática colorada, como a diácono; e la Reyna de los Çielos, Virgen Sancta María, con sus sacratíssimas manos, le vistió una casulla más blanca y resplandeçiente que el sol, y ençima le puso un manto azul con estrellas de oro, el qual manto hera muy valeroso y de pontifical. Y junto con esto pareció, a deshora, coronado de mitra e abreola muy resplandeçiente, todos junto ençima de su caveça, la qual le hermoseava e auctoriçava mucho. Y en las manos le pusieron una bara muy pintada, como çetro, con una manzana de oro en la çimera, y en ella figurada la ymagen de Nuestra Señora con el Niño Jesús en brazos. E después que assí estuvo bestido e adornado, con alegre gesto empezó a cantar, diziendo: ‘Gloria sea a ti, Señor Dios poderoso, que por tu benignidad visitaste la Tierra y truxiste la gente a tu conoçimiento’. Y la Virgen María dio su glorioso fruto, y esta postrera palabra replicava por tres vezes, diciendo: ‘Dio su glorioso fruto’. Y esto hecho, a deshora desapareçió esta gloriosa visión.
”E otra vez, estando yo elevada, deseava mucho hablar aquella bendita ánima de aquel glorioso padre. Y estando con este desseo, a deshora vi venir en una muy hermosa y conçertada proçessión, la qual guiava el señor Sant Pablo apóstol, y junto con él yba de la una parte el señor sanct Pedro y de la otra el señor San Juan Evangelista; y en esta solemníssima proçessión yban muchos sanctos mártires y confesores, entre los quales yba el bienaventurado padre fray Pedro de Santiago, [fol. 76v] e mirávame él con atençión. Hablome palabras formadas, diziendo en su acostumbrada habla, que de humildad y menospreçio él solía tener, alçando el cuello y caveza hazia en alto, dezía ansí: ‘Que este es Dios, que save desnudar presto el pellejo al hombre que crió, el qual quedó allá como el de la culebra’. Yo, desseando saver si yo en los pocos días pasados que finó si había ydo o estado en Purgatorio, y no pudiéndoloselo preguntar, luego respondió a mi pensamiento, diziendo: ‘Por allí pasé, y estaban unas simas muy grandes, llenas de ánimas llorando y gritando con gran clamor. Y yo verdaderamente allí pensé quedar, mas la Virgen María no me dexó caer’. Y dicho esto, cesó el bendito religioso de me mirar y hablar, y fuese cantando en la proçessión. Y yo quedé consolada de la tal revelación.
”E ansimesmo me consolé pocos días, estando otra vez elevada. Y fue que me vinieron allí al lugar donde yo estaba, que es donde mi sancto ángel me pone, nuestro glorioso padre sant Francisco e sancto Domingo. Y gozándome yo con ellos, dixo el señor sancto Domingo a nuestro glorioso padre sant Franscisco, riendo: ‘Ya sabe vuestra sanctidad que esta hija, que vos tanto amas en la caridad de Christo, la qual llamas vuestra gallinita, porque devajo de sus alas cría y ampara muchas ánimas de vuestra orden, y aun también de la mía, parézeme, señor, a mí que es mi hija por derecho, y no vuestra, pues fue primero llamada a mi orden y desseada de mis monjas, y aun también de mis frayles, y buscada con arto cuidado; e quando ella fue a tomar el ábito a vuestra bendita orden, si la mía estuviera tan cerca como la vuestra, señor, le tomara en la mía, porque tenía notiçia della, y por esto deve ser mi hija’. Respondió nuestro glorioso padre sant Francisco, con semblante amoroso y risueño: ‘A eso avrá de perdonar vuestra sanctidad, que no es sino mía, pues tomó el ábito de mi orden, y está en ella de tan buena voluntad’. Tornó el señor sancto Domingo a dezir que no hera sino suya, y de esta manera estuvieron por algún espaçio de tiempo con mucha gloria y perfeta caridad de amor. Y vinieron en [fol. 77r] conçierto que quedase a lo que yo quisiese, diziendo el señor sancto Domingo: ‘Queremos te mostrar nuestros ábitos, a ver de quál te agradas más’. E mostrome el suyo, muy blanco y puro, que significava la sanctidad y limpieza de Nuestra Señora la Virgen María, Madre de Dios. E nuestro bienabenturado padre sant Francisco mostrome el suyo, humilde, y pobre e sangriento, que significa la sagrada Passión e llagas de Nuestro Señor Jesuchristo, las quales havía el mesmo Christo, Señor mío, transformado en Él. Respondí: ‘El que más me agrada y quiero de estos sanctos ábitos es el que está teñido en la Pasión e llagas de mi señor Jesuchristo’. E tomándole en las manos, le abrazé e besé con mucho amor y reverençia. Entonzes, tomando el señor sancto Domingo de la mano a nuestro padre sant Françisco, le dixo con grande amor y dulçedumbre: ‘No os devéys maravillar que tal joya como esta desee yo para mi orden’. Y diziendo esto, se fueron con mucha alegría y gozo.
”Estando yo elevada el día de la Sancta Purificaçión de Nuestra Señora la Virgen Sancta María, gozando de las maravillosas fiestas que este día çelebran en el Reyno de los Çielos, que Dios tuvo por bien de me querer mostrar, díxome mi sancto ángel: ‘Assí como en este tal día profetiçó el justo Simeón a la soberana Virgen y Madre de Dios que su preçioso hijo, redemptor del género humano, havía de ser cuchillo de dolor que traspase las entrañas de su piadoso corazón, assí te digo yo a ti que presto verás los pensamientos de los que mal te quieren e bien te quieren’”.
Capítulo XV
De cómo quitaron de abbadesa a esta bienaventurada, y qué fue la causa
Como esta sancta virgen, siendo abadesa, oyó dezir que personas eclesiásticas conduzía de aver para sí un beneffiçio que el monasterio tenía de un lugar muy çercano a él llamado Cubas, y que [fol. 77v] ordenavan de embiar a Roma por bulla para ympetrar el benefiçio al monasterio, diziendo que las mugeres, aunque fuesen religiosas, no heran sufiçientes para ser cura de ánimas de personas seglares ausentes dellas, pesole mucho, por la neçessidad que las religiosas tenían d’él, y desseava saver alguna manera con que pudiese remediar. E fuele dicho por algunas personas eclesiásticas letradas que no havía otro remedio para escusar este peligro, que tan a la mano estava, ni ymbiar por una bulla al Papa, señalando persona sufiçiente para estar en el serviçio curado por el monasterio, y, siendo tal, no le pudiesen evitar las monjas mientras viviese, no haziendo cosa de mal exemplo después de esta persona difunta, el monasterio proveyese otro [¿?] con las condiçiones susodichas. Y de esta manera, le podrán tener muy seguro.
Y esta bienabenturada, oyendo el tal consejo, holgó dello, por el remedio que dezían, mas no lo quiso efetuar sin consejarse primero con su santo ángel, al qual dixo lo que le havían consexado, suplicándole su hermosura le dixese si hera peccado haçerlo. El sancto ángel, dixo esta bienabenturada que le respondió: “No es peccado, sino caridad; mas podría ser venirte por ello alguna reprensión o menospreçio a tu persona”. Ella le dixo: “Pues dezís, señor, que no es peccado, e lo demás quiérome atrever por el remedio del monasterio, aunque por ello aya de resçivir reprehensión e menospreçio. Eso desseo, más que ser querida y estimada”. Y satisfecha por el sancto ángel no ser peccado, antes buena obra, hizo llamar a su bicaria con algunas religiosas, y en su presencia, con su consentimiento, ordenó una petiçión para el Papa. Y firmola esta bienabenturada como abbadesa, e su vicario, y otras tres religiosas en nombre del convento. E diola a una persona, que a la saçón yba a Roma, devoto del monasterio, el qual la traxo más por limosna [fol. 78r] pagando él la más parte, y el monasterio solamente dio siete ducados para ella.
Y el demonio, el qual pidió liçençia a Nuestro Señor para perseguir a esta bienabenturada, puso en el corazón de esta su vicaria muchos pensamientos y juyzios maliçiosos, la qual de secreto yndinó a otras personas con sus malos consejos, por cuya vía secreta hizo saber a los perlados cómo esta sancta virgen havía traído bulla para dar el serviçio del curado sin liçençia dellos; la qual bulla causava peligro para perder el beneffiçio, el qual peligro remediasen. Y no solamente dañó la yntençión, mas creçió el preçio de la bulla haver dado el monasterio más de los siete ducados. E la persona que al presente que en ella venía señalada para en quanto al servicio hera un hermano de esta sancta virgen, porque de antes de esto residía en el curado, puesto por mano y voluntad de los perlados, porque hera persona sufiçiente y aparejado a toda virtud, y el pueblo estava contento d’él.
Y estando todos los perlados y discretos de la orden sabidores de esta bulla, por la informaçión secreta vino una persona de los perseguidores de esta bienabenturada a hablar con ella, diziéndole hiziese quemar la bula que tenía del Papa, y quemada se podría remediar algo de lo que contra ella hera levantado. Y viendo ella no le convenía husar de este consejo, respondiole, diziendo: “Nunca Dios querrá tengan tan poco temor d’Él mesmo que queme las letras apostólicas con tan buena yntençión y líçita causa pedidas. Aquí estoy aparejada a padeçer por amor de mi señor Jesuchristo lo que me viniere”.
Y viniendo el perlado al monaterio, disimulando que no savía de esta bulla, hablole esta sancta virgen en secreto. Y con mucha humildad le dixo su culpa, manifestando la yntençión con que le havía pedido, y cómo en ella havía señalado a su hermano, porque hera persona fiel al monasterio, y residía en el serviçio de la mano de voluntad de perlados pasados e acontentamiento de todo el [fol. 78v] convento. E diziendo esto, diole la bulla en sus manos para que hiçiese della lo que fuese su volutnad; el qual le respondió que él lo haría lo mejor que pudiese, e lo comunicaría con los discretos de la orden, e todos se la tornarían con condiçión. E llevando consigo la bulla, ayuntó los discretos de ella e letrados religiosos e seglares, en la qual congregaçión fueron hechas grandes acusaçiones contra esta sancta virgen, dañando su yntençión e perfetas obras; las quales acusaçiones plugo a Nuestro Señor mostrárselas a ella en spírictu quando se tratavan, y vio, y vio y conoçió todas las personas que allí heran, e lo que a cada una le acusava.
E visto todo lo que pasava, díxole su sancto ángel: “¿As entendido por qué te an sido mostradas estas cosas?”. Díxole ella: “Dígamelas vuestra hermosura, y entenderlo he”. El sancto ángel le resplicó: “Esto es para que conozcas estas personas que te son causa de ganar coronas de gloria, y les agradezcas tam buena obra como tú aquí resçives con las cosas que te son levantadas, y ruegues a Dios por ellas, les dé su graçia, con que enmienden sus vidas, e amen a sus próximos con caridad, según Dios lo manda”.
Estando esta bienabenturada en su çelda orando una noche delante una ymagen del Señor del Huerto, suplicándole con muchas lágrimas por socorro y ayuda en las presentes tribulaçiones que tenía, fue tan grande su llanto e sollozos que pareçía quería espirar. Y de rato en rato dezía, como entre sí: “Qué triste relación”. Y esto oyó una de las religiosas que la meneavan e rodeavan de noche, por su enfermedad e tullimiento, la qual estava despierta quando la sancta virgen hazía sus esclamaçiones y llanto. Y esta religiosa estava muy angustiada, deseando saber la causa de su tan grande pena. Y çesando esta bienabenturada de llorar, llamó para que la volviesen. E yendo la religiosa que la havía oýdo, suplicole le dixese la causa de su tan grande llanto. La sancta virgen le respondió: “No tengo qué deziros. Llorava porque soy peccadora”. [fol. 79r] E tornándola a importunar diziendo cómo la havía oýdo dezir de rato en rato “O, qué triste revelaçión”, dixo la bienabenturada: “Verdad es que yo dezía esas palabras, y con mucha raçón, porque estando yo en mis esclamaçiones, salió de la ymagen del Señor del Huerto una voz que pareçía a manera de lloro, diziendo: ‘Mançilla tengo de ti, viendo las sentençias que sobre ti están dadas por el mi Padre çelestial. E assí como no fue [¿?] revocada la mía en el tiempo de mi Passión, aunque yo solo rogué y lloré, no quiere la divina clemençia no revocar, ni dexar de executar tus penas, las quales no pasarán por ti sola, pues muchas ánimas se te an encomendado, de cuyos peccados las penas todas de ese mundo son pequeñas para satisfazerse. E otra vez te digo, lloro por ti, y ruego por ti, mas tus alas serán quebradas, no solamente las quatro y las seys que tienes, mas las doze. E todos los miembros e tu cuerpo será como trillado, assí como hazen al pan para sacallo el grano’. Yo respondí: ‘Señor, arto quebradas veo mis alas y triste cuerpo tullido’. Respondió la sancta voz: ‘No es eso nada a lo que se á de quebrar y deshacer, e saber é que creçerán’. Yo le dixe: ‘Señor, pues los sanctos a quien yo me encomiendo en sus fiestas, ¿no ruegan por mí?’. Respondió la voz que salía de la ymagen: ‘Si quieres rogar a los sanctos, no te lo vedo, empero agora no se te escusará creçerte el mal, e las personas antes no podrán darte remedio ninguno para el cuerpo, aunque su oraçión dellas aprovecha para el alma, porque quando tal sentençia es dada, solo Dios la puede revocar. Mas no dexes de clamar a los sanctos rueguen por ti, y más a mi madre Sancta María e a mí, que lloro lágrimas dulzes por ti’. E oyendo tales palabras fue tanto mi llanto que quería espirar, e dezía las palabras que dezís me oýstes”.
Estando esta bienabenturada [fol. 79v] en su zelda otro día, viernes a la medianoche, le fue mostrada una visión muy dolorosa, que le pareçía se avría todo el Ynfierno, o veýa los demonios d’él en el monasterio. E havía tantos y tan espesos, que desde el suelo de la casa hasta la cumbre de los texados, y en los ayres, los veýan tan espesos como andan las matas muy espesas en el rayo del sol. Y veýanlos en muchos géneros de figuras, el suelo del monasterio estar lleno dellos, a manera de animalias rastables como culebras, lagartos e sapos, e salamanquesas e de otras muchas maneras de sabandixas ponzoñosas. Ansimismo, veýa dellos como canes, lobos, toros e leones, e osos e todo género de bestias bravas e de carga. Veýalos en el ayre a manera de cuerbos e buytres, y murciégalos y de otras figuras todas muy temerosas y feas. Y todas e cada una, según su espeçie, bramavan, e aullavan, e graznaban, de manera que deçía esta bienabenturada era cosa muy espantosa de oýr.
Y estando muy atormentada de ver cosas tan temerosas, empezó con mucho aýnco en lágrimas a rogar e suplicar a Dios de su poderosa mano le ymbiase socorro y quien le hechase aquella tan mala hueste que delante de sí veýa. Y estando por algún espaçio de tiempo sin ser socorrida, e creçiéndole mucho el temor e afliçión en su ánima, plugo a Nuestro Señor oýrla su oraçión en lágrimas y enbialle a su sancto ángel y a otros muchos ángeles que venían con él, para la favoreçer en su tribulaçión, entre los quales vino el archángel Sant Miguel, e otro ángel muy alto, a quien Nuestra Señora la Virgen María tiene encomendada la guarda de su bendita casa. Y estos sanctos ángeles pelearon fuertemente contra la malina hueste. Y como la hueste de los demonios hera mayor en mucha cantidad que los sanctos ángeles, deteníanse a pelear los demonios con ellos, haçiéndoles cara a los ángeles. Viendo su atrevimiento, fueron a la iglesia, por mayor socorro, [fol. 80r] e tomaron con mucha reverençia el Sanctíssimo Sacramento en sus manos, y vinieron con él a la zelda de esta bienabenturada, a la qual dixo su sancto ángel: “Pues heres christiana, adora al Sanctíssimo Sacramento. Y yo te ruego a ti y a tus hermanas os esforçéys a obrar toda virtud, e apartad de vosotras toda cosa en que Dios sea offendiddo”.
Dezía esta sancta virgen que le pareçía venía la sancta hostia tan grande como una rueda de molino, y toda hecha carne, con admirables resplandores. Traýla el sancto ángel, su guardador, y Sant Miguel traýa el peso, hecho a manera de arma, con que hería a los demonios; los quales, quando vieron venir a los ángeles con el Sanctíssimo Sacramento, empezaron a uýr. Y los ángeles fueron en pos dellos, yriéndolos y hechándolos del monasterio, y los demonios yban uyendo, diziendo con gran grita: “Aunque nos hechas, no nos tenemos por venzidos, que nosotros volveremos. Que la maliçia que está levantada en algún corazón o corazones nos tornará”. De manera que, aunque hecharon muy gran número dellos, algunos quedaron escondidos en çiertas partes y rincones del monasterio, y muy en espeçial en el confesorio y cozina. Y los sanctos ángeles tornaron el Sanctíssimo Sacramento a la custodia.
Y esta bienabenturada hizo luego, otro día, tañer a capítulo. Y llegadas las monjas en el lugar para ello diputado, hablolas con semblante triste e ojos muy llorosos, diziendo: “Señoras y hermanas, mas aunque quiero callar no puedo, y callando doy grandes vozes e gemidos muy dolorosos salidos de lo ynterior de mi corazón con mucho dolor, y para ello tengo gran causa. Otras algunas vezes, señoras, me soléis rogar e ymportunar os diga algunas cosas para vuestra consolaçión de lo que el Señor por su misericordia me muestra, y algunas vezes lo hago por consolaros. Y agora, sin que me lo roguéys, os quiero dezir una muy triste revelaçión [fol. 80v] que me fue mostrada esta noche”. Y contoles la susodicha revelaçión. E dezía con muchas lágrimas: “O, hermanas, mas qué buelta tan dolorosa a venido en esta casa. Solía ver yo este monesterio todo lleno de ángeles, y esta noche me pareçe veýa lo más del Infierno en él. Pienso lo causan mis peccados, y no los vuestros; y si de consuno, los míos y los vuestros. Enmendémonos, hermanas mías, y la que es sobervia, sea humilde; y la que es maliçiosa, travaje de ser buena yntençión; e la que aborreze a su próximo, ámele como a ssí”. Y estas cosas y otras muchas les dixo, de gran doctrina e lumbre, mostrando la gran caridad con que desseava la salvaçión de las almas.
Y pasadas todas las cosas ya dichas, tornó el perlado al monasterio muy acompañado de frayles para que él y ellos fuesen en el quitamiento de esta bienabenturada, los quales venían muy indignados por las grandes acusaçiones que les havían dicho della. Trayendo el perlado voluntad de executar en la sancta virgen la bara de su justicia −lo qual puso en obra, que, ayuntadas las monjas a capítulo donde esta bienabenturada estava, hizo su plática reprehendiéndola muy ásperamente, como si por obra huviera hecho todos los levantamientos que contra ella heran dichos−, e por mostrar que ella tenía culpa y él raçón de reprehenderla, diole una disçiplina en el hombro, sobre la ropa de la cama. Viendo las monjas la reprenhensión que el perlado le dava sin ella mereçerla, y cómo se la quitava de abbadessa, lloravan sin poderse sufrir, por lo mucho que la amavan, por la sanctidad que en ella siempre havían visto. Y no queriendo ellas dar votos para elegir otra abbadessa, aunque el perlado se los demandava por semejante, las maltrató con reprehensión e hirimento de palos, él y los frayles que con él venían, en tanta manera que en algunas hizieron sangre e[n] las caras y cavezas, e puso por presidente a la religiosa que havía sido causa del perseguimiento e daños [fol. 81r] que contra esta bienabenturada se hizieron, mandando por obediençia a las monjas la obedeçiesen por su presidente. Y hecho esto, fuese el perlado.
Y las monjas quedaron muy angustiadas e llorando, a las quales consolava la sancta virgen, diziendo: “Ruégoos, hermanas mías, que os consoléys y çesen vuestras lágrimas, que me days mucha pena en veros tan fatigadas por cosa que a mí toque. Poneos, señoras, al pie de la cruz con toda paçiençia, y padeçed lo que os viniere por amor de Jesuchristo, cuyas esposas soys, obedeçiendo a vuestros perlados en todo lo que os mandasen, no siendo cosa en que Dios sea offendido. N’os curéys de poneros en pena por mí desculpándome, que si en estas culpas no estoy caýda, podrá ser que aya hecho alguna cosa ante el acatamiento de Dios digna de reprensión. Obedeçed de buena gana e voluntad a la madre presidenta, tenedle mucho amor e reverençia, que yo nunca tanto amor le tuve como aora le tengo, y con los ojos querría haçer lo que su reverençia me mandase. En lo que me dixistes no me olvide de rogar a Dios os consuele, yo me tengo cuydado, que más é sentido vuestras penas que las mías. Y porque veáys si no me olvido, estando un día elevada donde Dios tiene por bien de ponerme, suplicando con mucho ahínco a Nuestra Señora la Virgen María Su Magestad tuviese por bien de consolaros e rogar a su preçioso Hijo por vosotras, pareçiome que veýa un trono muy resplandeçiente, e adornado y enriquezido de admirable hermosura, y en él assentado a Nuestro Señor con muy gran poderío y magestad, y su gloriosa madre y Señora Nuestra assentada a su lado; y rogava por los peccadores como contino haze, y por vosotras, hijas de su amparo. E respondía el Señor a su preçiosa madre como a manera de canto, diziendo:
‘Callad, Señora, Señora ýnclita,
que a estas [fol. 81v] vuestras siervas yo les tengo amor,
porque las penas sufren por amor
de mi padeçimiento ellas de buen corazón,
e nunca olvidando la mi devoçión,
mas antes hablando con mucho fervor,
aunque maltratadas con gran desamor,
muy atormentadas y afligidas según mi Pasión,
e mucho desagradeçidas mereçiendo con el disfavor,
padesçiendo penas por amor de mí.
Las penas passadas ya hizieron fin,
las aparejadas que an de sufrir:
esta es la gran prueba del amor de mí,
ansí se gana la gran corona del Çielo alto.
Cada persona con la gran paçiençia se á de salvar.
No se olviden amores de mí
quando acaeçiere venirles tormentos,
dévense abrazar a mis merecimientos
e a la vuestra, que es madre de mí.
Quando soy rogado y no quiero oýr
es por el peccado que no es de sufrir,
y quando lo oygo quiçá es por su mal,
y no digo por todos aquesta razón,
que los que a Dios aman tienen perfeçión
viviendo en travajo y en afliçión.
Y assí, purgados, son librados por mí,
mías son las almas que yo las compré,
quien me las maltratase demandárselo he.
Y hasta un corderito él me pagaría,
pastor de ovejas, que le encomendé.
Muchos se engañaron con su crueldad,
creyendo ser çelo de mí.
Los que a mi casa tienen devoçión
nunca su alma verán en perdiçión,
ni en el gran Infierno de cautibaçión,
donde es llamada la perpetuydad.
Yo tengo la llave del gran Paraýso,
abro a quien quiero y resçive mi aviso.
Para esto Dios quiso a mí embiar,
un y cunde y fili, in plenam amore
pro te mia peccatore’”.
Capítulo XVI
De cómo esta bienabenturada estava muy congojada pensando en sus tribulaçiones
Temiendo esta sancta virgen si havía caýdo en algún peccado, pues casi por tal estava reprehendida, dixo a su sancto ángel: “Bendito, ¿qué peccados hize yo ante Nuestro Señor y ante vos, por los quales he mereçido que tantos [fol. 82r] males me vengan assí de la mano del Señor, tocada y atribulada de muchas enfermedades, como perseguida y angustiada de las criaturas; e no solamente yo, mas las religiosas de mi convento, que an sido súbditas mías por la graçia del Señor, siendo todas ellas y yo súbditas a la sancta orden del glorioso padre nuestro san Françisco, cuyas hijas somos?”. El sancto ángel dixo a esta bienabenturada, le respondió diziendo: “Criatura de Dios, no te turbes a poder que puedas por cosa alguna ni por eso dexes de tener spíritu suave y gozoso en Dios, que te crió y te redimió, y está aparejado a te dar eternos galardones, por cada tribulaçión y dolor çient gozos en la gloria del Paraýso”. La sancta virgen dixo al ángel: “Señor, pues mis hermanas y compañeras, que conmigo padezen y an padeçido, ¿qué hará el Señor dellas, las quales yo tengo ofreçidas e resçividas para solo su serviçio y por su dulçe amor, a quien yo desseo y he desseado que siempre ellas amen?”. El sancto ángel le respondió: “Raçón tienes de haverlas lástima y aun dolor, más que de ti mesma o tanto, porque esta es la caridad que Dios manda tuviésedes los próximos unos a otros, y nunca siendo crueles y bengativos los unos a los otros, y aprovechándoos de la doctrina christiana e de los consejos de Sant Pablo, doctor de las gentes, baso escoxido de Dios. Y ansimismo los consejos de Sant Pedro, e Santiago, e Sant Juan, e de toda la Yglesia cathólica y verdadera christiana, sin las quales virtudes nadie no se puede salvar. Conforta tú a tus hermanas. Y digo que las confortes, que no las as menester enseñar, pues tienen exemplo de los sanctos y de las sanctas, de quien pueden aprender. [fol. 82v] Lean el Flos sanctorum y liçiones devotas en que se enseñen, que tú ya poca doctrina les puedes dar: lo uno, por la privaçión del offiçio de mandar sobre ellas y serles regidora, y lo otro, por el menospreçio que a subçedido a tu persona en la opinión y crédito que de ti se tomó. Por aquella simpleza y mal miramiento en que caíste, diste enojo a tus perlados mayores, y comoquier que fuiste digna de ser reprehendida, en más cosas te culparon y juzgaron, estando tú salva, como Dios lo save e yo lo sé. Confórtate, amiga de Dios, e sele leal, y ámale, que no te desamparará. Y a tus hermanas salúdamelas, que están tristes por ti, y tú por ellas. Allegado el convento en uno que es de Dios y de su madre, Sancta María, ese mesmo Dios está y mora en medio, y conforta a cada una según su graçia y misericordia. Amonéstalas, no desfallescas por los falsos testimonios ni por las reprehensiones. Leal es Dios, y verdadero amador de las ánimas; siendo ellas leales y agradezidas a sus benefiçios, padesçer tribulaçiones fielmente por el Señor, acreçentamiento de mérito es, e añidir piedras y perlas de gran valor en la corona, que muchas maneras de méritos ay en los siervos de Dios y siervas, aunque no sean de sangre”. Dixo la sancta virgen al ángel: “Pues, señor, mis hermanas también an redamado sangre, siendo heridas y lastimadas estando ellas sin culpa de mi peccado”. Respondió el ángel: “Todo peccador y peccadora tiene peccados. Y las passiones de esa vida no son dignas ganar la vida eterna, por muchas y reçias e fuertes que sean; digo vida eterna, vida gloriosa en el acatamiento de Dios para siempre jamás, sin fin, como la tienen los sanctos en la gloria del Paraýso”. Dixo esta bienabenturada al ángel: “Señor, para el perdón [fol. 83r] de mis peccados y para resçivir digna penitençia de vuestra mano dada, y de vuestra sancta boca mandada, aprovecharme á a mí deziros las culpas, que allá ya las he dicho a mis confesores y perlados”. Respondió el sancto ángel: “Yo no te fuerzo que me las digas, ni heres obligada si no quieres, si es verdad que las as confesado a tus confesores, y conoçido tu peccado, y hecho penitençia devota y paçíficamente, lo qual se requiere a toda persona christiana”.
Dixo esta sancta virgen que, estando en esto, le vino una ynspiraçión de Dios, con lágrimas de sus ojos, y empeçó de confesar sus peccados con el sancto ángel. Y a bueltas de sus peccados, quejávase de algunos agravios a ella hechos. Y junto con la quexa, preguntava si hera peccado quexarse, y deçir los peccados de aquella manera. El ángel le respondió: “Quando tú dizes la quexa y desabrimiento que te hizo tu próximo, los peccados d’él confiesas, y no á de ser ansí, sino confesar los tuyos propios, y tenerlos bien pensados, y estar muy contrita dellos, y con mucho pesar por las offensas hechas a Dios, y contra su honra y gloria, y acusar tu ánima, porque el enemigo no te la pueda acusar el día del juyzio y el de tu muerte, la qual deves tener siempre en tu pensamiento, y temer el juyzio de Dios, y el ynfierno, el qual mereçes por cada una de tus culpas, si por la misericordia de Dios y por los méritos de su sancta Passión no heres restaurada para la gloria por la su graçia y con tu ayuda de algunas buenas obras que tengas hechas en tu vida. Y muchas havían de ser en cantidad, y no pocas. Mas por quanto la vida de la criatura es corta no [fol. 83v] bastaría todo el tiempo della perfetamente y sin çesar hazer sanctas obras con fructuosos y devotos pensamientos, y religiosas costumbres, y bien ordenada vida sin defeto, para mereçer la gloria, quanto más que mucha parte del tiempo, y la mayor despendida, mala y falsamente, y desfrutada de buenas obras; y la mayor parte de los peccadores, en espeçial en el tiempo de agora, que Dios está maravillado y los ángeles se maravillan, de la abundançia de las maldades que ay en el mundo, en todos estados de personas, eclesiásticas y seglares, lo qual para de raçón no havía de ser ansí en la cristiandad, que es espejo en quien Dios se mira, y havía de ser muy esclareçido y limpio”. La bienabenturada preguntó al ángel, diziendo: “Señor, ¿quál es el mayor peccado que yo tengo en todos los que he confesado?”. El ángel le respondió: “Aquel que nunca se deviera hazer, que fue como el de Eva, que destruyó todo el mundo, e ansimesmo así tú causaste destruçción en ti mesma y en tu fama buena que tenías por las virtudes manifiestas a las gentes que Dios te havía dado sin ser tú mereçedora dellas, pues de la mano de Dios te venían. Y fuiste causa de menoscavo en la honra de Dios y en la consolaçión y honra de tus hermanas, las religiosas de tu compañía, las quales paçífica y ordenadamente servía a Dios, aunque no tan sin defetos que del todo fuesen limpias de peccados o costumbres no bien religiosas; lo qual no es de maravillar, ni yo me maravillo, porque las gentes son caedizas. E como dize la sagrada scriptura, si el justo cae siete vezes, el peccador quántas caerá, o quién podrá contar sus caýdas. Mas dígote que an abundado los peccados, o acreçentándose en esta morada que se dize Sancta María de la Cruz, e andando los tiempos se pareze mejor quando [fol. 84r] las ánimas que de la dicha casa salen se vieren en el juyzio de Dios, que dirán entre sí, gimiendo: ‘Mejor hera nuestra vida, y más limpias y paçíficas nuestras obras, e más fructuosos nuestros pensamientos, quando Juana de la Cruz hera viva y nos regía, con sanctas avisaçiones secretas a nuestras ánimas, con reprehesiones públicas quando menester las havíamos. Y aunque sea castigo, espantava a los malos; los buenos se consolavan con el mesmo castigo, obrando aquella virtud loable, que es dicha ‘ama a tu corrector y no le aborrezcas, porque si le aborreces, malo eres, y si le amas, la virtud de Dios está en ti’. Mas esto que te digo, no lo digo para que te banaglories ni tengas pensamiento que fuiste buena regidora en el offiçio pastoral, ni para que menospreçies el regimiento de otras abadesas, mas dígolo como profeta e ángel que sé algo de lo passado o por venir, y las faltas que subçeden de virtud, o subçederán en el ausençia de tu regimiento”.
Dixo esta sancta virgen al ángel: “Ay, dolor, dízese entre los frayles de nuestra sancta religión del bienabenturado padre nuestro sant Francisco, y casi en toda la orden, que yo no tenía buen regimiento ni buenas costumbres en mí mesma ni en mis religiosas. Y dízeme vuestra señoría esas cosas, las quales parezen contrarias, y lo son a los juyzios humanos, en espeçial a los que juzgaron así, religiosos como seglares, y aun mis propias hermanas, algunas pocas y no muchas, ni todas de las quales tuve sospecha me havían juzgado o causado. Y en las tales ocasiones me a faltado la paçiençia, y fáltame contino. Tengo en esto mucho que confesar. Rogá, señor, por mí al Señor”. Respondió el sancto ángel: “Consuélete Dios, hija de Dios, no me maravillo que tengas pena y algunas faltas de perfeçión que mientras estás en la carne caýble tienes. Y Sansón, con quánta graçia Dios le dio desde el vientre de su madre, no le sanctificó Dios en manera que no pudiese peccar si él quisiese errar; y Salomón, comoquier que sus fines [fol. 84v] fueron malos, no por eso dexaron de ser buenos los dones que Dios le dio por la graçia del Spíritu Sancto. Y ansí, tú no temas, aunque seas juzgada, que Dios sabe tu coraçón reconoçe, y los sanctos no pueden conoçerse ni ningún juyzio humano puede dar sentençia sin saver lo que juzga; e si da sentençia sin saber el mal, pecca en dar la tal sentencia. Por eso es bueno dexar el juyzio a Dios de las cosas secretas y no sabidas, y no curar de dar sentencia condenable con sola sospecha, pues Dios es el savedor de las verdades, mejor que los jueçes de la Tierra, y muchas veçes aconteze que testigos falsos matan los cuerpos a los hombres, mas no pueden matar las ánimas que delante Dios son puras e salvas de los delitos que fueron acusadas o sentençiadas”.
Dixo esta bienabenturada al ángel: “Ay, señor, que aquel yerro que yo hiçe, o peccado que me havéys dicho, verdad fue que le hize yo no pensando que haçía tanto mal como me havéys dicho que pareçió el de Eva. Y en ser tan malo, diría fuy, y soy, de gran penitençia. Creo que aunque me costase la vida lo mereçía todo, y después en el otro mundo donde las ánimas penan después de muertas”. El sancto ángel respondió: “Ya saves tú qué te dixe yo quando me preguntaste si hera peccado, y te dixe que no, sino caridad, mas que podría ser venirte por ello alguna reprehensión y menospreçio a tu persona. Tú dixiste que si no hera peccado en lo demás, tú te querías atrever, aunque hubieses de resçivir reprehensión y menospreçio, que eso hera lo que deseavas, más que ser preçiada y estimada”. La bienabenturada le preguntó: “Señor, ¿pequé yo más por ser mi hermano aquel que si fuera otra persona para la qual se procurava aquella bula?”. Respondió el ángel, y dixo: “Si para alguno otro los procuraras que no fuera tu hermano, mi deudo, también peccaras, y más, salvo si no ocurriera en el caso alguna buena yntençión, simple y sin [fol. 85r] maliçia, y con codiçia de hazer bien al monasterio y no mal, como pensaste ser al monasterio en lo temporal aquella procuraçión, de la qual te culparon con razón, puesto que él tornó a deçir que la yntençión no fue peccado, mas púdose juzgar por peccado entre las gentes, en espeçial no saviendo enteramente el secreto de tu yntençión, e no se creyendo tus palabras que en su salvaçión de tu culpa dixiste; las quales yo sé que heran verdaderas, y soy testigo que lo hiçiste por dos cosas: la una, porque fuiste consejada, y la otra, por miedo que te ponían que te podía ympetrar aquel benefiçio o pitanza eclesiástica por tiempo. Y puesto que por vía de afiçción te ynclinaras a darlo a persona de tu sangre o parentela, siendo la yntençión recta y sin engaño, hera mérito y no peccado. Esto digo porque te consueles, y resçivas la penitençia fructuosamente y sin desesperaçión, pensando que por aquel peccado heres condenada. Dios te lo perdonó Él, y los otros”.
Dixo la sancta virgen al sancto ángel: “Señor, yo os doy muchas graçias por las virtudes de mi Señor Dios, y por esta consolaçión, que muy grande es para mí, y mi ánima a resçivido en ella grande consolaçión sin medida, según estava angustiada e ayrada conmigo mesma, y en tanta manera penada”. Respondió el sancto ángel: “No te deseo penes por ninguna cosa, que mejor es esperando en Dios padeçer que desesperando peccar, que es añidir peccado sobre peccado”.
Y por aquella vez, la bienabenturada tomó la bendiçión del ángel, después de consolada en lo ya dicho.
Capítulo XVII
Cómo estando elevada esta bienabenturada, contó al sancto ángel su guardador que havía reprehendido y angustiado a sus hermanas, las religiosas, por la porfía que tenían de quererla por abbadesa
Teniendo esta virgen compasión de sus hermanas, suplicava [fol. 85v] al sancto ángel rogase a Dios las consolase de otra manera, el qual la respondió diziendo: “¿Por qué te turbas tanto con tus hermanas, reprehendiéndolas? ¿No saves tú que no es en su mano aquel desearte por la perlada? Yo te digo que ellas mereçieron en tener el tal desseo y no goçar del premio, como ellas quieren. Y bien mirado, dévense consolar porque tú estés consolada, pues te quieren bien. E tú haçes mal en dezirles que te aborrezcan, y ellas bien en amarte, pues lo haçen por Dios y por conoçimiento y crédito que Dios te ama a ti”. La sancta virgen le dixo: “Ay, Señor, ¿cómo creheré yo que el Señor me ama, pues me da muchos dolores y pasiones cada momento, que no lo puedo sufrir, ni mi paçiençia lo puede llevar, siendo pribada de todos los miembros? Y no soy ábil para ninguna cosa, sino para resçivir la muerte, la qual estoy desseando contino. Si al Señor plugiese llevarme de esta vida, pues estoy tan apasionada de dolores que me espanto cómo vivo, suplico a la misericordia de Dios me ayude, y a vos, sancto ángel mío, que me guardéys, para que viva yo vida en serviçio de Dios y muerte con salvaçión de mi alma”. Respondió el sancto ángel: “Estar pribada de los miembros, tullida y con dolores, no es defeto del alma, pues la crió Dios entera y sana, si ella está guardada de peccados y se save guardar dellos. Y conviene se guarde con toda diligençia la caxa, que es el cuerpo en que está puesta el alma, aunque esté quebrada o lisiada o maltratada por enfermedades que Dios da. Neçessario es que assí esté mientras es la voluntad de Dios. Si tú deseas morirte, no te podrás morir hasta que el Señor lo quiera o lo permita. Mientras vivieres, no pienses que te an de faltar penas. Yo siempre soy tu guardador e amparador, mas no tengo más poder de aquel que Dios me quiere dar para valerte ni para sanarte, ni tanpoco a dezirte todo lo que me preguntas: que solo lo que Dios quisiere que te [fol. 85r bis] diga, eso te diré, e lo que no quiere que te diga ni sepas, no te lo diré; antes te reprehenderé si me heres ymportuna enojosa, y dexarte he en tu naturaleza, usando yo de lo que Dios quiere y no de lo que tú quieres”.
Preguntó esta sancta virgen al ángel, diziendo: “Señor, ¿qué es la causa porque me entristesco yo tanto en los dolores y enfermedades que el Señor me da como quier? Yo conozco ser digna de mal, travajos e dolores e penas por mis peccados”. Respondió el sancto ángel: “Esa causa te pregunto yo a ti, que diçes entristeçerte por las tales cosas en las quales te havías de consolar, porque esas son las mediçinas que Dios suele dar a sus más amigos. Y los que son fieles y devotos, resçívenlo con conocimiento de graçias, mas los que son ynpaçientes y soberbios, pierden el mérito de la virtuosa paçiençia, y el alegría y gozo que tenían los sanctos quando padeçían por el Señor sus martirios”. Dixo la bienabenturada al sancto ángel: “Si yo fuera sancta, tuviera la virtud que tenían los sanctos, mas como soy peccadora, no siente el fruto de los benefiçios de mi Señor como haçían los sanctos, que con sus sanctas vidas e obras buenas tenían verdadera esperanza de verse en la gloria; mas yo, peccadora, temo perderme, [¿y ansí?] y sano de tantos dolores yrme al Infierno, del qual desseo ser librada, y sanctiguarme”. Dixo el sancto ángel: “Dios te sanctigue y guarde, alma de Dios, que si berdaderamente y con devoto coraçón y pensamientos le sirves y amas, no te perderás, ni te dexará Dios ver las puertas del Infierno, donde moran y están y son atormentados los malos; mas con los ángeles y sanctos de Dios estarás en Paraýso. Y da muchas graçias a ese mesmo Dios y Señor, porque ha mandado gozar y a permitido beas los bienes de Jerusalem la alta, como yo soy testigo que los vees, y me es mandado que te siga y guarde”. Dixo la bienabenturada: “Señor, pues vuestra señoría me reze y guarde, porque soy tan mala [fol. 85v bis] que me espanto de mis maldades y peccados”. Respondió el sancto ángel: “¿Qué peccados son los que tienes?”. Ella dixo: “Señor, no los podría contar, mas acuérdemelos y acusarme he dellos”. Dixo el ángel: “Los que yo te acordare no es el mereçimiento tuyo tanto como si tú te acordases, e humilmente, con dolor y contrición, los confesases, sin ser apremiada ni mucho amonestada por los dezir”. Dixo la virgen: “Señor, ¿las tentaçiones son peccado?”. El ángel: “Sí, quando son consentidas, mas quando no se consienten y pelea el alma con ellas y queda vençedora, el alma es digna de premio y galardón grande, con corona preçiosa, digna de acatamiento reverençial en todos los sanctos de Dios”. Dixo esta bienabenturada: “Señor, yo tengo muchas tentaciones, y en espeçial una, que la tengo por mucho defeto, y es que peno mucho quando me es levantado algún testimonio falso. Y aunque conozco por los peccados verdaderos merezco mucha pena, no puedo sufrir los levantados o sospechados de mí, en espeçial si soy reprehendida de lo que no hize. Y si veo que se da crédito a los que lo diçen, aunque sean mis próximos y hermanas de mi convento, me enojo con ellas, y siento mucho mi infamia y deshonra. Y esto es lo que juzgo de mí á mucho defeto, y pienso si, por mis peccados, es vanagloria, o si yo soy apetitosa de banagloria”. Respondió el sancto ángel: “No es banagloria mientras tú no estimas tu persona, y mientras no te plaçe que te tengan por sancta, pues heres peccadora. Mas en quanto sentir la infamia, dicho es que arto es de cruel quien su fama no guarda; e siquiera por la honra de Dios, el buen religioso o religiosa deve estimar su fama primero, adornándola de buenos exemplos y virtuosa vida. Y esta tal no se deve dexar infamar si escusarlo puede, mas si le viniere sin poderlo escusar, mereçerá con la tribulaçión, y no se deve perder el fruto de paçiençia”. Dixo la bienabenturada: “Ay, señor, ¿qué haré yo que he sentido mucho la infamia, y el pensar que me an aborreçido mis perlados [fol. 86r] viendo yo que en algo me maltratan y reprehenden? Y sé que no es sin tener yo alguna culpa, en epeçial aquella provisión que procuré por vía de Roma y pontifiçe, como artas vezes le he dicho, que me a dado y da pena y congoxa, y me pesa porque lo hize. Y me arrepiento, y no puedo ya remediar mi infamia, porque está tendida por casi toda la orden y mundo. Y sobre todo me da pena pensar que me an cobrado mala querençia los padres perlados y frayles de nuestra sancta orden de mi padre sant Francisco, al qual digo mi culpa de todas las offensas que he hecho a Dios e a él, e a la mesma sancta orden y religión, y de los malos exemplos que he dado”.
El sancto ángel respondió: “Bien sé yo que tú no heres codiçiosa de ser mucho amada ni querida de las criaturas, salvo que por la honra de Dios y por el mesmo amor de Dios deseas ser favoreçida y amada de los benerables padres de la orden y de qualesquier otras personas siervas de Dios y christinas. Mas quita de ti ese pensamiento que te aborreçen, que los que son sierbos de Dios verdadera y piadosamente nunca aborreçen a nadie, ni es justa cosa aborrezcan. Tú no deves dar crédito en eso a tu pensamiento, mas piensa que si te reprehenden, tus obras lo mereçen, y si no lo mereçen, en la reprehensión mereçerás y ganarás buena soldada ante Dios”. Dixo la bienabenturada: “Señor, y mis hermanas las religiosas, que an sido reprehendidas conmigo y por mí, y siendo tenidas por defetuosas, no lo siendo tan enteramente como les an puesto la fama, ¿ganarán soldada ante Dios, como dize vuestra señoría, y ansimesmo en las reprehensiones y travajos que les an sucçedido açerca de mi peccado o culpa, que a ellas también alcançó parte la pena sin tener ellas la culpa?”. Dixo el sancto ángel: “Otras vezes te he respondido que ellas y tú podéys mereçer dinos méritos ante Dios con esas tales cosas, mayormente no siendo culpadas. Mas dígote de verdad que me pesa, y tengo lástima, porque no sea honrado y benerado más esa casa de la sancta Virgen María María [12] de Dios, y porque es [fol. 86v] desfavoreçida, y tanto olvidada y despreçiada tan maravilloso apercivimiento de la mesma señora en esa casa que se diçe de la Cruz. Y pues que es de la cruz”, dixo el sancto ángel, “amad, hijas amadas, la cruz, y si algunas de vosotras no soys perfetas, travajad de serlo, y las que soys flacas, no os plega el peccado ni el daño de vuestras personas y costumbres; no viendo tú nobles, porque Dios se honra en las buenas personas, y las buenas personas se honran en Dios. Y por eso es peccado deshonrar las personas sanctas y las religiosas sanctas, e si no son sanctas no son dinas de llamarse sanctas. Y porque Dios sea en ellas, y ser reverençia, mereçen ellas toda beneraçión. E los yndebotos, que no honran las órdenes en la religión christiana, Dios los castiga; e aunque sean religiosos e religiosas, son obligados a ser afiçionados a las mesmas órdenes, y no para las maltratar ni tener en poco, mas para las apiadar y remediar en sus neçessidades e tribulaçiones”.
Dixo la sancta virgen: “Señor, nuestros perlados hizieron bien en angustiar tanto a mis hermanas las religiosas en aquel caso que savéys de ser heridas con palos”. Respondió el sancto ángel, diziendo: “No podían ellos, según Dios, con buena y loable y perfeta conçiençia hazer el agravio que se hizo en las siervas de Dios y de la Yglesia cathólica, aunque vieran culpa; ni tú devieras procurar, sin su liçençia por vía de Roma, cosa alguna, ni aquella bula, la qual, pues que simplemente fue hecho y sin perjuyzio a la orden, dellos simple y sabiamente y con alguna piedad se deviera castigar”. Dixo la bienabenturada: “Señor, peccaron ellos en deshazer lo que el Sancto Padre havía hecho”. Respondió el ángel: “Ese secreto quiero yo dexar a Dios, que save los poderes que dio a su Summo Pontífiçe, los quales poderes deven ser tenidos en todo acatamiento, y estimados sobre las mayores cosas de la Tierra. Mas, ay dolor, ay dolor. Dos vezes digo, y tres: ay dolor. Que oy día los christianos en poco tienen el Summo Pontífiçe, y sus poderes y antiguas y sanctas ordenaçiones perfetamente ordenadas por graçia de Spíritu Sancto. En la Yglesia cathólica romana [fol. 87r] esta es una llaga hecha a la persona de Dios, que ansí como no se le puede olvidar la del costado con la lanza en el corazón, ansí no se olvidará Dios los menospreçios que an tenido a su Yglesia. El día del juyzio lo verán las ánimas, quando aquel peccado y los otros les será demandado por el justo e verdadero juez, que es Jesuchristo, al qual te encomiendo sirvas y ames con todo coraçón, y temas, y honres y adores”.
Dixo la bienaventurada: “No plegue a Dios, señor, que yo piense que mis perlados offendieron al Señor en cosa alguna que hiçiesen. Porque ellos son alumbrados de Dios, y no creo yo que hizieron ni an hecho contra la Yglesia apostólica cosa que no devían”. Respondió el sancto ángel, e dixo: “Tú, de persona simple y poco entendida, entiendes que digo yo por tus perlados eso tocante a la Yglesia apostólica offendida. No lo digo sino por todo el mundo, doquier que ay christianos, y aunque sean religiosos, de todo se haze mençión. Tú me preguntas de una cosa çerca de tu peccado, yo respondo açerca de los peccados de todos”. Dixo la sancta virgen: “Yo, señor, no querría saber sino açerca de aquello que preguntava, mas pues vuestra señoría dize lo que es servido e mandado servir, todo ansí lo haré”. Y dixo el ángel: “¿Tus peccados quieres scrivir?”. Respondió ella: “Señor, no tengo otra cosa que dezir ante el acatamiento de Dios y Vuestra Señora sino mis peccados y defetos, y pedir perdón dellos, y rogar por mis próximos e amigos, y encomendados e bienhechores”. Dixo el sancto ángel: “Y aun los agenos dizes también, aunque te he yo amonestado confieses tus culpas y dexes las agenas, e mires la viga de tus ojos y no estimes la paja del ojo ageno de otro qualquier próximo”. Dixo la bienabenturada: “Señor, y si por scrivir esto que [fol. 87v] me manda vuestra señoría a mí biene mal y a las hermanas que lo scrivieran, ¿qué remedio?”. El ángel: “¿Por qué piensas te á de venir mal?”. Ella respondió: “Señor, no sé, mas lo que yo digo a vuestra señoría, y él me dize, es en secreto, y ansí querría se quedase en secreto, pues si se scrive, ¿cómo quedará en secreto?”. Él dixo: “No quiere Dios que estas cosas sean en secreto, pues públicas apareçieron sobre la Tierra”. Ella dixo: ¿Cómo, señor, apareçieron? ¿Por ventura son ángeles que pueden aparecer?”. Él respondió: “Todas las cosas que ligeramente passan por la criatura son apariciones, y el pensamiento bueno es llamado ángel, y el pensamiento malo es llamado adversario, o enemigo de la virtud o del bien. Por eso, guárdate del mal pensamiento y busca el bueno, y quando le hallares, estímale en más que el oro ni plata ni piedras preçiosas. Y con tanta diligençia busca el buen pensamiento y acava de dentro de ti trabajando buscando a Dios, y en sí, y en que parezcas a los que buscan el oro y las perlas, que con la grande codiçia e afinco no sienten el trabajo; mas no les parezcas ni seas cruel contra tus súbditas y hermanas, y compañeras y próximos, como lo son aquellos que maltratan en las Yndias a sus esclavos con crueldad, y sin misericordia y piedad, que pagarlo an ante Dios. Y encomendad a tus hermanas.”
Dixo la bienabenturada: “Señor, ya no son ellas mis súbditas”. Respondió el sancto ángel: “La religión les otorga liçençia ser humildosas a perladas y no perladas. Y pues en sus coraçones te consideran y tienen en tal grado, no dexando de obedeçer a quien les manda la obediençia y dinidad de sus superiores, bien puede gozar en sus pensamientos de ser tus súbditas, pues no lo hazen fingiendo ni por fuerza. Por tales, las offreçe a Dios, pues las resçiviste en la sancta religión, y recáudales bendiçión de Jesuchristo y de su madre”. Ella dixo: “Recáudasela vos dellas, y a mí”. Entonzes el sancto ángel, alçando la mano, bendixo diziendo: “In unitate sancti spiritus, benedicat vos pater et filius”.
Y la sancta virgen [fol. 88r] tornó a dezirle: “Señor, mire que no me mande scrivir lo que me dize, y ¡ay lo que está scripto! Todavía tengo temor me á de venir mal por ello”. El ángel dixo: “No scrivas ya más si no quieres, y di a tu hermana que çese la péndola”. Ella dixo: “Señor, lo que está scripto querría romper, si quisiesen las hermanas romperlo”. Respondió el sancto ángel, diziendo: “Haz penitençia de ese recado, que es más gave que por el que padezes. Ya saves tú que te lo mandé con premio, y te amenazé que te daría Dios muchos dolores acreçentados de Passión y permitiría sobre ti tribulaçiones más que puedes pensar si no lo scrives”. Dixo la virgen: “Señor, yo por eso temo y he temido, mas ya se a hecho vuestro mandato, conténtese vuestra señoría. Y dígame de las hermanas algo más, no me lo mande scrivir”. Dixo el sancto ángel: “Si lo as de scrivir [13] no te quiero dezir nada que digas público, porque te truecan las palabras y las ponen otro estado al como las dizes, y las dan otro entendimiento contrario a la verdad, y a tu yntençión simple y fiel, y que no deseas offender a Dios ni al próximo, ni condenar tu alma, ni dezir cosa que no sea verdad espiritual y temporalmente a lo que yo he conoçido. Si otra cosa te juzgan, respondo que Dios save la verdad”. Tornó la bienabenturada a preguntar, diziendo: “Señor, ¿qué será de mis hermanas, que nunca me lo havéys dicho, aunque os lo he suplicado?”. Respondió el sancto ángel: “El Señor dize por Sant Juan: assí quiero que quede. Yo digo por ellas que s’estén agora ansí, obedeçiendo y honrando a Dios, y a sus perladas presentes y pasadas y por venir, [fol. 88v] y cumpliendo las cosas de su profesión y regla con la ley de Dios y obediençia de la Yglesia cathólica christiana. Y ansí serán salvas si hazen penitençia digna y mueren en el Señor”.
Dixo la sancta virgen que se despidió el sancto Ángel esta vez diziendo el responso de requiem eternam. Y ella quedó muy angustiada, llorando por sus hermanas. Y quando tornó en sus sentidos esta bienabenturada no podía tener las lágrimas, diziendo a ymportunaçión que las monjas le hiçieron viéndola llorar: “Suplicando yo a mi sancto ángel me dixese algo de vosotras, hermanas, respondiome unas palabras, las quales yo no bien entendí y por entonzes él no me las declaró, y an me dado mucha pena, que pienso que el sancto ángel os juzga por muertas o savía algunas reçias cosas venideras sobre vosotras, y por esto tengo tan grande pena”.
Capítulo XVIII
De cómo esta bienaventurada hizo una pregunta a su sancto ángel
Estando elevada esta sancta virgen, tornó a preguntar a su sancto ángel, diziendo: “Señor, pues yo veo que vuestra señoría es servido diga o scriva algunas cosas de las que me a dicho, e dize hazerlo he de una sancta liçençia; y en espeçial, señor, le supplico le plegue oýrme otra cosa que quiero preguntar de mis hermanas, que estoy muy angustiada en ver el despedimiento que, señor, hizistes con el responso de muertos. No plegue a Dios que sus ánimas mueran, ni tanpoco sus cuerpos padezcan muerte con deshonra, sino que quando murieren sea en alabanza de Dios su pasamiento, y en gloriosa salvaçión dellas, y quando padesçieren travajos sean [fol. 89r] por el mesmo serviçio de Dios. Y ansí lo suplican ellas a vuestra señoría, y le besan los pies y las manos”. Respondió el sancto ángel: “Al señor Dios Jesuchristo besen los pies y las manos, y con lágrimas de sus ojos y toda devoçión y reverençia, humildoso y piadoso acatamiento, contemplen y adoren, y acordándose de los clavos y tormentos con que fueron presos los generosos y delicados miembros del mesmo Dios y Señor Jesuchristo en el tiempo de su sagrada Passión. Y quando ellas esto hagan, y tú también, sus ángeles por ellas, y tú también, y yo por ti, offreçeremos aquella buena obra delante de Dios, como fue offreçida la obra de las lágrimas y penitençia de aquella muger sancta que se dize la Madalena”.
Replicó la bienabenturada a sus palabras, diziendo: “Señor, dígame açerca de aquello de mis hermanas”. El sancto ángel respondió: “No as de saber todos los secretos. Mas dígote que el responso que yo dixe de requiem eternam es neçessario a toda persona, siquier sea viva, siquier sea difunta, que dos muertes que ay, una del cuerpo y otra del alma, para qualquier dellas aprovecha la dicha oraçión; y si tú acostumbrares muchas vezes dezirla en fin del pater noster, cuando rogares por los affectos también como por los difuntos o por los que están en peccado mortal, ganarás por ello. E si con mucha devoçión lo hizieres, cumplirás por tus próximos la falta suya y tuya”. Dixo ella: “Señor, no me satisfago enteramente”. Respondió el sancto ángel: “Déveste satisfaçer, que la palabra del sabio es preñada: cuando cogieres almendras e otra fruta que tenga cáscara, trabajo as menester para [fol. 89v] quebrarla, y aun deshollar la mesma fruta para que quede en lo perfeto, ansí puedes aprovecharte de mis palabras. Y aunque no te satisfagas del todo, míralas bien, y entiéndelas para reformaçión de tu conçiençia y para enseñar a quien no save, porque ay muchas personas ygnorantes y no pueden alcanzar la sabiduría verdadera y neçessaria”. Ella dixo: “Señor, ¿qué cosa es sabiduría?”. Respondió el ángel: “La verdadera sabiduría es amar y honrar a Dios, y guardar su ley y sanctos mandamientos, y saber cada un ánima salvar a sí mesma con el ayuda y graçia de Dios. Y si puede ayudar a salvar otras ánimas, buena obra es, y muy maravillosa. Y por eso, con razón, está scripto que mucho haze quien salva su ánima, y más quien la suya y otras, y mucho haze quien salva su ánima también, y guarda los mandamientos de Dios y los cumple; y más, quien cumpliéndolos y enseñándolos, aprovecha. Y muy malo es quien quebranta los mandamientos de Dios, y más malo es quien los enseña a quebrantar, o da favor a que sea quebrantada la ley de Dios o los mesmos mandamientos de Dios y de la Yglesia cathólica y perfeta”. Dixo la bienabenturada: “Señor, ya yo no puedo enseñar, puesto que en mí no ay sçiençia ni abilidad para otra cosa sino para ser enseñada y ordenada”. El sancto ángel respondió: “Dios te dio marco de buena enseñanza, no seas desagradeçida a sus beneficios, puesto que no des, alaba humildad”. Ella dixo: “Señor, ¿cómo puedo yo enseñar la carrera del Señor o otras cosas perteneçientes a ella?”. Respondió el sancto ángel: “Siendo apremiada, y estando como estás, pressa con enfermedades e con la obediençia, no te demandará Dios las faltas de la enseñanza”.
Dixo [fol. 90r] la bienabenturada: “Así plegue a Dios que no me lo demande, que las hermanas me ponen temor diziendo que daré puertas a Dios, y que me culpará porque no les digo todas las cosas que quieren”. Respondió el sancto ángel: “No les puedes tú dezir todo lo que ellas quieren, aunque sea hablando spiritualmente cosas de Dios y neçesarias a la buena consçiençia y doctrina, en espeçial estando tan escondida como estás. Que las personas que alguna graçia Dios les da, repartidos sus espeçiales dones, para de raçón havrían de estar en lugar más público que escondido”. Dixo la sancta virgen: “Señor, ¿qué cosa es lugar público?, que en la sancta religión no tenemos por bueno eso”. Dixo el sancto ángel: “Digo lugar público porque las personas que están como tú diviérenles dar alguna libertad o recreaçión para algunos tiempos ser en público lugar, en consolaçión y aviso de sus próximos, aprovechándoles espiritualmente. Y por eso a tus hermanas no les deves culpar, ni a otras personas que desean aprovecaharse de tus palabras o consejos fieles y devotos”.
Dixo la bienabenturada: “Señor, las personas religiosas y con boto de ençerramiento, ¿cómo pueden aprovechar a los próximos en más de rogar a Dios por ellos?”. El sancto ángel respondió: “Si guardando su religión y botos pueden de dentro en su monasterio con palabras aprovechar, y fuera con cartas devotas y fieles cathólicas e verdaderas, más frutuosa vida es la de la tal persona que no la vida de quien marco no tiene o graçia de Dios para el tal aprovechamiento espiritual. E si algunos con soberbia y presumpçión e banagloria se levantasen o quisiesen levantar en más estimaçión del marco que Dios les dio, creyendo de sí algún bien lo que en ellos no ay, o reputándose con banagloria por buenos, los tales en su fruto se conocerán, y en sus [fol. 90v] obras; y a los tales no les deven dar livertad en más de lo que su capaçidad abarca”. Dixo la mesma bienabenturada: “Señor, eso yo no lo entiendo, mas como dize vuestra señoría que las palabras del sabio son preñadas, bien creo se ençierran en estas palabras algunas buenas cosas o sentençias”. Dixo el sancto ángel: “Buenas son las palabras del sabio, mas mejores son las del justo”.
Dixo la virgen: “Ay, señor, ¿y quién es justo en la Tierra?”. Respondió el sancto ángel: “Pues si no huviese justos en la Tierra, ya abría Dios hundido el mundo, mas dígote que mientras christianos huviere en ella, verdaderos y devotos, no puede pereçer el mundo del todo”. Dixo ella: “¿Y el día del juyzio no abrá christianos?”. Dixo el sancto ángel: “Sí abrá, aunque atormentados de los malos, y assí entrarán en Paraýso con gozo y con gloria, coronados de martirio, a los quales Dios alabará”. Dixo la bienabenturada: “Ay, señor, quién fuese digna que Dios la alavase”. Respondió el sancto ángel: “Sola el alma que Dios alaba es digna de alabanza; mas la que a ssí mesma se alaba sin ser digna que Dios la alabe, ni los sanctos de la gloria, ni los próximos de perfeçción, ella mesma se condena, y el día del juyzio será contada con los malos, arredrada de la compañía de los buenos”. Dixo la bienabenturada al sancto ángel: “Qué haréys, que soy muy desperadiça. De que pienso en mis peccados ya se me a creçentado la desesperaçión, por causa de que mis próximos me juzgan y me an juzgado, y casi dado sentençia sobre mí, por mala, antes que Dios la dé en el temeroso juyzio suyo, que yo espero ya esta causa. Soy muy atormentada en mi spíritu pensando lo muchedumbre de mis pecados, y pensando la poca ayuda que terné con sanctas oraçiones de mis padres los frayles, de los quales yo esperava refrigerio y consuelo de muchas misas que por mi alma dizían con devoçión. Y viendo que la an perdido en mi persona, tanpoco creo la ternán fervorosa y de coraçón para rogar por mí a Dios Nuestro Señor. A triste dicha mía tengo y atribuyo este [fol. 91r] gran daño”. El sancto ángel respondió: “Descansa y huelga, bendita ánima de Dios, y no te atormentes ni te dexes vençer de tan mala batalla como la desesperaçión o poca alegría en las tribulaçiones. Que te digo que más bienabenturada eres por ellas, e más purgada e aluziada, que el oro quando pasa por la fornaz, que queda puríssimo y de gran valor y preçio. Y no pienses que a tus hermanas las religiosas yo las desalabo por la fee y devoçión y amor que tienen contigo; antes las alabo, y no solamente a ellas, mas a qualesquier devotos, hombre o muger, que contigo ayan tenido o tengan lo mesmo por las graçias y dones que de Dios huviste manifiestas, y no ocultamente como las tienes agora, que no se te parezen por la muchedumbre de los dolores y los agravios sobre ti suçedidos. Y aún más te digo, que aun las ánimas y personas difuntas que an passado de la vida mortal a la inmortal, y heran tan devotas y afiçionadas por vía de perfeta devoçión, an havido por ende galardones de Dios y refrigerios en sus neçessidades, estando en el destierro de Purgatorio y cárçeles atormentadoras”. Dixo la bienabenturada: “Ay, señor, muchas graçias doy yo a mi señor Dios y a vos, por tantas virtudes y consolaçión como yo resçivo de vuestra sancta palabra. Mas suplícole me diga de mis parientes, si abrán por mí algún bien”. Respondió el sancto ángel: “Si los estraños lo an, agravio sería no lo haver los tuyos, aunque conviene respondan ellos a Dios con sanctas obras y simpliçidad de ánima”. Dixo la bienabenturada: “Señor, ¿qué cosa es simpliçidad de ánima?”. Respondió el ángel: “Aquello que se dize en el psalmo ‘qui non accepit in vano animam suam’, que quiere dezir ‘aquel que no resçivió en vano la su ánima’; e más te digo, que donde mora ynvidia y malquerençia, y desseo y benganza de propia gloria, en las tales cosas se contiene perfeta maliçia, y la tal ánima está despojada de la virtud de la caridad açerca de Dios y del próximo, y ensoberbeada con propia presumpçión”.
Dixo la sancta virgen: “Señor, ¿é yo peccado en amar mis parientes o en hazer algo por ellos?”. Respondió [fol. 91v] el sancto ángel: “Dios te demandará la crueldad que con ellos hiziste, pudiséndoles haçer piedad sin perjudicar tu consçiençia y haçer agravio a otro”. Dixo ella: “¿Qué haréys, señor, que he sido juzgada de demasiadas piedades a mis parientes y con agravio del monasterio donde yo soy religiosa?”. Respondió el ángel: “Qué as de hazer si no resçives en paçiençia los dichos, que Dios juez es, que save todas las cosas y nunca da pena a nadie por el peccado que no hizo, ni galardón por la buena obra que dexó de hazer”. Dixo la virgen: “Señor, qué haré, que he juzgado a mis perlados y he tenido juyzio contra ellos, que an querido usar de poderío contra mis hermanas y contra mí; mas que de razón tuviesen para nos hazer los agravios passados, y que no se a mirado la caridad enteramente con nosotras para juzgarse y castigarse nuestras flaquezas justa y piadosamente, y que nos an levantado algunos males que nosotras no havía, y publicados, puesto que somos peccadoras”. El sancto ángel respondió: “Dizes verdad, que algunas cosas an sido puestas en fama desloable más que se devieran poner. E puesto que los perlados son poderosos, ay neçessidad y es razón y justa virtud que reynen con humildad, y usen de sus poderes templadamente, no sobrepujando la yra a la virtud y paçiençia y esperanza de penitençia que hará el religioso o religiosa reprehendidos. E más que te digo: que los que con soberbia y presumpción rigen, Dios no les es deudor de gran graçia para tratar las ánimas, según Dios y buen mereçimiento del propio perlado. Y por eso niega Dios la graçia a los malos perlados, y los amenaza para el día del juyzio que le pagarán las ovejas muertas a su causa, con crueldad lisiadas, sin poner medicina, porque el ymperio de la perlaçía no se da para crueldades desordenadas, mas para creer en sabiduría y sçiençia en la ley de Dios y sacras scripturas eclesiásticas, las quales son por Spíritu Sancto ordenadas, en espeçial las que son dichas. Buena graçia e decreta es en la nueba ley e vieja. Ay mucha declaraçión de las scripturas sagradas ya dichas, aprobadas por Dios y por la sancta Madre Yglesia, y porque en tu entendimiento no pueden caber las cosas que te podría yo dezir de las condiçiones que an de tener los que rigen, y remítome a las dichas sagradas scripturas [fol. 92r] e sanctos libros, hechos e ordenados por el Spíritu Sancto, los quales sin falta son aquellos que hiçieron los quatro doctores que son nombrados reformadores de la Yglesia militante. Y si otras personas algunas se levantaren contradiçiendo lo que aquellos, no debe de ser admitida ni resçivida la contradiçión, porque traería mezclas en sí solapadas, aunque, so color de bien, los tales den consejo llamándose christianos. No ay cristiano fiel si no tiene y cree lo que la madre sancta Yglesia, perfeta y militante, predica y enseña, así de la unidad en grandeza de la alta Trinidad como de los otros estatutos y perfeçiones que se contienen en esta mesma sancta Yglesia católica”.
Dixo la bienabenturada al sancto ángel: “Señor, ¿qué virtudes tenéys vos con que señaladamente aprovecháys a las ánimas de Purgatorio, pues tanto me mandáys a mí y encargáys ruegue por ellas?”. El sancto ángel respondió: “Piedad y misericordia me constriñe a mandar que offrezcas por ellas tus trabajos, y algunas devotas oraçiones e ayunos, los quales en lugar de limosna hecha por ellas les aprovecha”. Ella dixo: “Señor, las limosnas que dan por ellas los del siglo, ¿aprovéchanles mucho?”. Respondió el ángel: “Sí aprovechan, y quien haze limosna por las ánimas de los difuntos christianos mata el peccado propio suyo, y quita las penas que en la otra vida atormenta las ánimas por quien es ofreçida la limosna”. Dixo la virgen: “Señor, ¿qué es la causa que me havéys mandado, en el remedio de mis dolores, poner piedras frías o guijarros?”. El ángel respondió: “Probándolo tú, ¿no has hallado refrigerio?”. Dixo ella: “Algunas vezes le hallo, y algunas vezes más dolor”. Respondió el sancto ángel: “Quando tuvieres fe que yo tengo la virtud sobre las piedras y guijarros y que te verná bien; por ende, no dexes de animarlos a tus dolores, que piadosamente abrás refrigerio, y en espeçial, quando huviéredes grandes calores por causa del dolor, avrás refrigerio, que tú mesma conoçerás el benefiçio”. Dixo la bienabenturada: “Señor, ¿aprovecharán las tales piedras en vuestra virtud a otras personas, como hazen a mí?”. Respondió el ángel: “Ya podrá ser, que de aquí adelante aprovechen [fol. 92v] a toda persona, porque Dios me a dado poderío sobre las piedras, que tengan virtud para muchas cosas y que puedan ser possada y hospital de algunas ánimas en que pasen su Purgatorio con más templanza que lo pasarían en los fuegos de Purgatorio ardientes y muy fuertes; las quales penas, si te las dixese, te espantarías, y tu spíritu desfalleçería de dolor y compassión, y tú temerías en toda ora y en todo momento de offender a Dios por no verte en ellas”.
Dixo la bienabenturada: “Ay, señor, de las del Infierno me libre Dios por su misericordia, pues que son perpetuas sin fin; que las que an fin, aunque son rezias de oýr, quanto más de padeçer, consolatorias son para el ánima que se desea salvar por peccadora que sea”. El sancto ángel respondió: “Dizes verdad, mas quando se piensan las penas y no se sienten ni la prueba dellas, son yncreíbles a los peccadores, y por eso no se guardan de peccar mientras viven, y después en la otra vida ay las penitençias de las penas y no ay remedio de enmienda; porque allí se pagan los peccados hechos e cometidos atrebidamente, no anteponiendo el temor de Dios con el qual se suelen resistir los peccadores, y por el dulze amor de Dios obrar las virtudes como hazen los verdaderos fieles y sierbos de Dios, que antes determinarán morir que haçer un peccado mortal, porque es Infierno para el alma”. Dixo la bienabenturada: “O, peccadora de mí, Señor. ¡Y qué haré yo, que tantos peccados mortales tengo y he hecho toda mi vida como gran peccadora, y herrada y culpada!”. Dixo el sancto ángel: “Bien haçes de conocerte, y lo mejor es arrepentirte y llorar con devoçión tus peccados haviendo compasión de Dios, a quien offendiste y reverençiaste, y desagradeciste y ayraste con tu mala vida y obras y perversas costumbres”. Dixo la virgen: “Señor mío, ¿pues qué es la causa que siendo yo tan mala os veo a vos, y otras vezes a Nuestra Señora la Virgen María, y a mi Señor Jesuchristo, preçioso hijo, que es más que todo?”. Respondió el sancto ángel: “De tan gran graçia como esa también darás quenta a Dios, porque no la conservaste y agradeçiste e reverençiaste como devías. E puesto que es grande graçia en la manera que tú ves [fol. 93r] esas cosas, mayor graçia es con los ojos del ánima e gusto del spíritu contemplar y amar ese mesmo Dios Jesuchristo sin le ver, y a la Reyna del Çielo su sancta madre. Y por eso dixo Dios a sancto Tomás: ‘Porque me viste, me creýste, mas quien no me viere y me creyere, bienabenturado será’”. Ella dixo: “Pues yo no demandé al Señor me diese visiones ni apariçiones de sí mismo, ni de vos, señor, ni de otras cosas del Çielo, ¿qué es la causa? ¿Por qué se me an dado sin mereçerlo yo?”. Respondió el sancto ángel: “Es graçia que Dios, de su gana y grado, te a dado, abentajada que a otras personas. Como dicho tengo, no seas yngrata ni te ensoberberzcas, que a otras personas sin ver nada son mejores que tú. Y esto ten siempre en tu corazón: nunca te engañe el enemigo con banagloria, que dígote que por guardarte Dios deste peccado, a permitido sobre ti algunos menospreçios en tu vida con que an sido y heres quebrantada, y apremiada, y pisada de las gentes, y en lenguas de las criaturas de Dios; aunque no dexo de culpar a las personas que no an mirado a la graçia que Dios en ti puso provechosa y manifiestamente, porque los tales menospreçios no se haçen contra sierbos y sierbas de Dios, si en alguna culpa, siquiera por la reverençia. Mas tú, duélete del peccado hecho contra Dios más que de tu menospreçio, y piensa que de más heres digna, y ansí salvarás tu ánima, que está en tu palma, como dize el psalmo ‘anima mea in manibus meis semper’”. Dixo la bienabenturada: “Ay, señor, no quisiera yo que el Señor dexara en mis manos mi alma, que soy neçia e yndiscreta peccadora, y sin conoçimiento de mi señor Dios y de lo que a mi ánima conviene, y en lugar de salvarla y ponerla en Paraýso, héchola en el Infierno. Ay de mí, que en mi mal cobro las penas no sé para qué la dexó Señor en mis manos. Más me valiera no naçer que perderme, y yrme al Infierno; más me valiera no nasçer que desamparar a mi Señor Dios y criador, y redemptor y salvador, e amigo e esposo verdadero de mi alma, y apartarme d’Él como me a apartado, y olvidarme d’Él como me he olvidado, y faltar de allegarme a Él [fol. 93v] como he faltado. ¡Ay, grandes peccados! ¡Ay, qué grandes males! Perdóneme el Señor por su misericordia y por su sancta Passión. Rogáselo vos, señor sancto ángel bendito. Rogáselo vos, muy preçioso señor mío y guardador mío. Hazé que no se pierda esta triste ánima que os fue dada en cargo, sancto Laurel auram, bendito poderoso sobre las piedras, consolador de las ánimas y reberçedor de las yerbas marchitas que dezís se entiende por las ánimas que están marchitas y secas sin Dios. Rogad por mí al Señor, que soy piedra dura y sin humor de graçia y de virtud de Dios. Si por su misericordia no me la da, préguemela vuestra señoría, sancto ángel bendito. Préguemela, pues tanto alcanza de Dios”. Dixo el sancto ángel: “Levántate, alma, sierva devota a Dios. Levántate de la baxeza de tus peccados, que por muchos que sean Dios te los puede perdonar: aquel que perdonó a Sancta María Madalena quando lloró sus peccados, perdonará a ti; aquel que convidó a Sant Matheo, y le convidó con gran y misericordia, convidará a ti. Ese mesmo Dios a muchos peccadores y peccadoras a perdonado. Para mientes, no desesperes de la misericordia de Dios, no te aflixas demasiado por las persecuçiones y menospreçios a ti hechos, contra las murmuraçiones verdaderas o no verdaderas contra ti, que si todo se te quenta en penitençia de tus peccados, ruega a Dios te lo resçiva. Yo también lo rogaré”.
Dixo la sancta virgen: “Señor, mi menospreçio y murmuraçiones contra mí hechas, yo mesma me los ganado con mis peccados y defetos y tachas malas que ay en mí, y a havido, por ser yo tan peccadora, como dicho tengo y me he confesado con vos, señor”. Dixo el sancto ángel: “No digas que tienes malas tachas, que es cosa de animales brutos sin conoçimiento de Dios, que si tú as offendido como peccadora y criatura caýble, tan poco a sido en tanto grado quanto [14] tú te acusas e pones los defetos, e si otras personas te los an puesto y tales ayudas, no quiero yo favoreçer en eso e tan demasiado grado, que persona que ve a Dios y a mí, que soy ángel y tiene graçia [fol. 94r] de ver los demonios, no es razón desfavoreçerle en tanto grado. Y si las gentes desfavoreçieren, Dios no desampara del todo a sus amigos. Y si en esa vida quedan vençidos o muertos de sus enemigos, visibles delante de Dios, los muertos sin culpas [15] quedan venzedores, y con gloria triunfadores, y los vivos, aunque victoriosos al parezer visiblemente, quedan muertos y sepultados en el peccado de su omiçidio y malquerençia y crueldad”. Dixo la sancta virgen: “Señor, cosas maravillosas me dize vuestra señoría, que mi entendimiento no basta para entenderlas”. Dixo el sancto ángel: “Capaz está tu entendimiento de entender y sentir bien de Dios y de esas cosas y escondidas sçiençias si quieres usar tú de la virtud y lumbre que Dios te dará, con la qual alumbra su sancta fee cathólica, la qual te consejo reluzga en ti como piedra preçiosa puesta en oro o en plata, o como el luzero planeta del çielo”.
La bienabenturada preguntó al sancto ángel, diziendo: “Señor, ¿qué es la causa porque el Señor permitió sobre mí fuese atormentada en vida como Job, que ansí me pareze que estoy cubierta de dolores y ansí me duelen como si fuesen llagas o lepra?”. Respondió el sancto ángel, diziendo: “Da graçias a Dios trino y uno y verdadero por todos los dolores que te dio, secos y sin llagas. Y aunque fueran llagas y lepra, es más ydiondo y feo el peccado que afea el alma que no la lepra y hedor que atormenta el cuerpo. Antes muchas vezes da Dios las tales cosas para purificaçión y hermoseamiento del alma. Y acordarte deves de cuando yo te dixe que havía el demonio demandado liçençia a Dios para perseguirte y tentarte de diversas maneras ansí como lo hizo. Contraxole, comoquier que le fue dado algún poder y liçençia, no fue en tanta cantidad como el mesmo demonio pedía. Tú sanctíguate d’él y no le ayas miedo, que si fee y devoçión tienes en las virtudes de la cruz, valerte an ante Dios, y el demonio no avrá poder sobre ti en grado enpezible a tu ánima, aunque el cuerpo padezca y sea atormentado. Y sé fiel a Dios, enbuélbete en su amor, afórrate en su esperanza, consuélate en su serviçio. Esto haciendo, y siendo Dios contigo, no temerás cosa que los [fol. 94v] hombres te hagan, que, quando te mataren, heres viva; quando te dieren vida los hombres y no Dios, quedas muerta. Ansí están muertos los favoreçidos de los hombres, mas los favoreçidos de Dios, aunque sean muertos, quedan vivos”. La sancta virgen dixo al ángel: “Señor, mucho me consuelo oyendo palabras, sanctas palabras, mas miedo he a los hombres, y asombrada me tienen los sanctos e humildes religiosos e religiosas. ¿Qué haría, y en quánto grado más abría miedo a los crueles seglares, si, a desdicha mía, por sus manos huviese de ser castigada o penitençiada? Que aunque fuese permisión del Señor, y por bien de mi alma, en tales cosas no sé si avría paçiençia y si el tal martirio sería en mí meritorio”.
El sancto ángel respondió, diziendo: “Grande es la pequeñez de tu coraçón, pues no estás aparejada para con todo esfuerço e amor de Dios sufrir las fatigas. Esfuérçate, que la sancta religión christiana piadosa es. Y las personas que son christianas y desapiadadas quedan deudoras a Dios en mayor grado que los infieles, en espeçial quando hazen mal a los amigos e sierbos de Dios, pues los religiosos e de orden sacra, ¿cómo te an de hazer a ti mal? No tengas tantos temores, ánima de Dios, que me das congoja y me hazes llorar”. La bienabenturada respondió al sancto ángel, diziendo: “Señor, no puedo más sino sentir en mí este temor, acordándome de las cosas profetizadas sobre mí, como vuestra señoría me a dicho artas; e otras me an contado mis hermanas las religiosas, las quales dizen haver ellas oýdo por sus oýdos profeçías salidas por la palabra dada de graçia del Señor en tiempos passados, las quales profeçías en mí dichas y para mí profetiçadas dizen ellas se cunplen agora y se an cumplido largamente, y aún ay más por cumplirse, y con esto estoy tan temerosa, no sé qué son”.
El sancto ángel dixo: “No tengas tantos temores, porque no pierdas el tiempo ni le gastes mal gastado con el demasiado temor, olvidando y dexando de usar el fervoroso amor de Dios, el qual tú solías tener en otro tiempo y te vi yo con más ánimo y fortaleza y cuydado de Dios, y no con el relaxamiento y tibieza que agora está aposentado en tu ánima. Muchas vezes me haçes estar cuydadoso de ti, y maravillado cómo heres tan floxa, enbuelta en esos temores que te an de haçer mal las gentes. Falta el spíritu de obra en la caridad y amor de Dios, y la hambre y sed que los próximos se salven; falta en ti la oraçión devota y penetrativa, la qual es agradable a Dios, quando limpia y sin peccado vuela al Çielo, adonde Dios está assentado en su real trono, y como el [fol. 95r] humo del inzienzo es sin fastidio quando ordenadamente es quemado ante Dios y es dino sacrifiçio, ansí la oraçión es honrrosa a su alta y gran Magestad y sube bolando, no parando hasta los brazos y persona de quien ama el que la haze. Y por eso, si tú amas a Dios cruçificado, que fue en ese mundo y glorificado que está, oyrá en el Çielo tu oraçión, que es el mensagero de tu coraçón. Hasta allá sube, donde ese mesmo Dios está y mora; y ansí la oraçión de qualquier ánima devota, aunque esté en el cuerpo, e mientras más limpia y sancta vida haze, e religiosa, más açeta e sancta al acatamiento de Dios”.
Capítulo IXX
De otras preguntas que esta bienabenturada hizo a su sancto ángel
Preguntó esta sancta virgen al ángel su guardador suplicándole respondiese a una cosa que sus hermanas las religiosas le dixeron que le rogase de una angustia que tenían, la qual le contó assí como se lo havían dicho y encomendado. El sancto ángel le respondió, diziendo: “Tus hermanas las religiosas ayan paçiençia, que no es pequeño su mereçimiento delante de Dios. Y ninguno que suplica con humildad está fuera de estado de graçia; siquiera sea rogar a Dios que perdone los peccados, o otras cosas açeptas y neçesarias a las ánimas y a la salud de ellas y a las gentes, pidiendo favor spiritual y temporal, de la mesma manera no es ningún peccado”.
Dixo la bienabenturada al sancto ángel: “¿Quáles de mis hermanas peccan más delante de Dios, o ganan más: las que me quieren a mí bien o por amor de Dios me tienen devoçión, o las que me quisieren mal y acordándose de mis defetos la pierden y dan consentimiento a mi persecuçión con benganza?”. Respondió el sancto ángel: “Tu perfeçción a sido y es muy neçessaria para mérito de tu ánima, y Dios la a permitido. E ansí como Jesuchristo, para la redempçión, fue neçessario ser cruçificado y que huviese quien lo hiziese, assí tú havías de ser perseguida, e havía de levantar Dios quien lo hiziese, o el demonio, con liçençia del mesmo Dios. Mas puedes creer que ansí como los que cruçificaron a Dios no ganaron en sus ánimas nada, antes perdieron mucho, ansí los que persiguen a los sierbos de Dios y que conoçidamente son christianos y amigos suyos, peccan en perfeto grado de maldad”.
Dixo la sancta virgen al sancto ángel: “Bien dizes, señor, si son sierbos y amigos de Dios, mas yo, peccadora, que soy ymperfeta y tan defetuosa, en lugar [fol. 95v] de ser amiga y sierba del Señor, como hera razón fuese; y yo soy obligada a Dios, mi Señor, más que otro”. Respondió el sancto ángel, diziendo: “¿Por qué dizes que no heres tú amiga de Dios como su Divinal Magestad save? E yo soy testigo que tienes tú amor y afiçión puesta con Dios, y la as tenido. Y son testigos muchos frayles de tu orden e otras personas de algunas señales que exteriormente se conoçían en ti, el ençendimiento y dulçedumbre que tu ánima sentía, o pudiera ser juzgados sentir, las quales dulcedumbres tan dulçíssimas y perfeçionadas y adornadas de hermosura spritual en el divino serviçio de Dios; el qual es más hermoso y rico, y dulçe y codiçioso a los buenos, más que los despojos a los guerreantes, e más que la vitoria e las vatallas de los enemigos”.
Preguntó la bienabenturada al sancto ángel, diziendo: “Señor, mis hermanas las religiosas tienen un defeto muy grande, y es que me desean a mí por su perpetua perlada, y esto es contra la voluntad de nuestros perlados. Y algunas veçes no se lo conçeden, y con su ymportunaçión los enojan. Este peccado, ¿perdonársele a Nuestro Señor? Que yo por grave le tengo en ellas”. Respondió el sancto ángel, diziendo: “Otros peccados avrá en el mundo tan graves y más, que no ese, puesto que ellas deven, como sierbas de Dios, obedeçer lo que les mandaren, y esforçarse a cumplir la voluntad de los perlados, en espeçial cuando no les mandan cosa que sea ofensa del señor Dios ni contra sus almas propias y su perfeta y frutuosa conçiençia e aprovechamiento spiritual en el mayor y mejor serviçio de Dios”.
Dixo la virgen al sancto ángel: “Señor, el tiempo que yo he sido perlada, ¿é servido a Dios en el tal offiçio?”. Respondió el sancto ángel, diziendo: “Gran soberbia sería la tuya si pensases havías servido a Dios sin offensa e sin defeto. Mas de una cosa te hago çierto, porque te alegres en la virtud y te enmiendes del defeto, e te duelas quando te falta la virtud: que tu ánima siempre a sido por la graçia del Señor ynclinada a buenas obras antes que a malas, y a un zelo que se sirva el Señor de todas las criaturas, y que no se offenda dellas, ni de tu ánima mesma, la qual deseas salvar con fe verdadera christiana, devota a Dios y a su Madre, y a los sanctos ángeles y soberana corte çelestial. Y las offensas que as hecho no an sido de propia voluntad, ni perdiendo la reverençia e amor de Dios, ni a Él temor reverençial e piadoso, comoquier que atrevidamente y con agudez demasiada o pensando no ser peccado algunas cosas as offendido, e por eso mereçes penitençia. Y si la de la vida presente no bastare, en el otro mundo yrás a penar. ¡Sálvete Dios, ánima mía, encomendada! Que te salve Dios del Çielo, yo lo quiero suplicar, y entiendo ganarte graçia. Tú te deves ayudar”.
La bienabenturada, muy consolada de estas piadosas y sanctas palabras, dio graçias al sancto ángel, [fol. 96r] y tornole a preguntar si havía sido servida Nuestra Señora traerla a su sancta casa de la cruz y que morase en ella para siempre. El sancto ángel respondió, diziendo: “¿Por qué hazes pregunta a la cosa que bien saves? Acuérdate de aquel día quando yo te apareçí en casa de una tu tía, estando tú en oraçión delante Sancta María, e yo offreçía tu devoçión y pedías con lágrimas serbir a Dios te otorgó y te llamó para su casa, y a mí me mandó guiarte. Y ansí se hizo. ¿Qué más señales quieres para conoçer que ella fue servida traerte a su sancta casa, la qual estava derribada y arto caýda en quanto a lo temporal, que en lo spiritual su virtud se tenía? Mas fue aumentada la devoçión junto con la graçia, más contigo que sin ti”. La virgen le dixo: “Señor, ¿pues cómo agora a caýdo en mí la graçia?”. Respondió el sancto ángel: “Siempre acostumbró Dios, en el prinçipio, de dar su graçia alterada y fervorosamente, sin poderse encubrir ni meterse la candela devajo del celemín; mas de que se va haziendo ascua creçida y maçiça, puedes encubrir con la ceniça de la discreçión e abituaçión, sin que se parezca descubiertamente la luz que está en el ánima hecha ascua biba sin llama”.
Dixo la bienabenturada: “¿En que veré yo, señor, si tengo graçia de Dios?”. Dixo el sancto ángel: “En si estás aparejada toda ora morir de grado por su honra, gloria y fee, y con alegre esperanza del Paraýso que se da a los amigos de Dios por los mereçimientos de Jesuchristo cruçificado, y apasionado y muerto, y sepultado por la salud y vida del mundo”. Dixo la bienabenturada: “Espántanme, señor, vuestras palabras. Si el Señor no me diese nuevo esfuerço y nueva graçia, muy flaca me hallo açerca del gusto de la muerte, comoquier que por dichosa me tengo quando se me offreçen penas por pasarlas por amor del Señor; y ansí querría poder pasar la muerte con gozo y alegría, sin me entristeçer ni desfalleçer al tiempo del martirio”. Respondió el sancto ángel: “Esfuérçate, ánima de Dios, que la muerte no puede ser escusada a ninguna criatura biva puesta en carne, y á se de pasar la muerte por fuerça. Mas bienabenturados son aquellos que mueren conoçiendo a Dios y confesándole en su sancta fee católica, hallándose dichosos haverle resçivido, o conoçiendo tarde o temprano; aunque más vale temprano y luengamente perseverar y morir en ella que en peccar tarde, que es dificultosa de arraygar en el coraçón del ánima perfetamente. Y ansimesmo, las buenas obras esperar hazerlas tarde es gran peligro, que Dios no es [fol. 96v] obligado ni deudor de graçia a las tales personas que con esperanza diciendo ‘enmendar me he, o buenas obras haré antes que muera’, viene presto la muerte, y toma las ánimas en peccado mortal y no irán servir a Dios ni enmendarse de sus peccados, aunque lo tenían en propósito o en desseo, con el defeto de nunca lo poner en obra; no mereçieron a Dios les diese graçia que pudiera darles, y las mesmas ánimas an menester para salvarse”.
Dixo la bienabenturada al sancto ángel: “Paréçeme, señor, estar yo siempre o muchas vezes en estado de graçia; según el Señor, por su misericordia, siento que me la da, y por mis peccados yo la pierdo. Y también me pareçe me la hazen perder las criaturas quando me turban a menudo, o me atribulan con razón, y mi inpaçiençia poca virtud no me dexa conocerme, tanto como devría”. Responde el sancto ángel: “Defeto es ese, y ymposible al alma que se á de salvar, si enmienda grande no diese Dios en el tal yerro”. Dixo la virgen: “Ruegue vuestra señoría por mí, pues save mis defetos, que me los perdone el Señor, este y todos los otros que tengo”. Dixo el sancto ángel: “Pláçeme de lo rogar. Y acuérdate que reçiviste muchos bienes y dones del Señor Dios, por la su perfeta y amigable y verdadera graçia, en la qual tú mesma no deves dudar, como te acaeze algunas veçes, que siendo tan altos los dones y tú no te hallando dina dellos, los dudas ser perfetos y verdaderos de Dios poderoso hechos en ti”. Dixo la bienabenturada: “Ay, Señor, es verdad que ese peccado también tengo, que aunque sé que Dios es poderoso para me los dar, considerando que no es justa cosa en mí, estoy en conbate y en batalla. Y no es en mi mano dexarlo de creer, pues lo veo y siento en diversas maneras que no sé decir, ni es en mi mano dexarlo de creer lo de ligero, porque no oso. Y pienso por ventura no sea pecado creer de mí o en mí haver algún bien, aunque sea por la graçia del Señor”.
Respondió el sancto ángel: “Esa también es graçia del Señor, que toda su Divinal Magestad por mexor dé tu ánima. Y las penas que te dan las criaturas, y los dolores y enfermedades, harán para tu ánima, y la limpiarán, y las bescosidades que se le pegan por los defetos que confiesas tener y hallarte culpada dellos. Y más perfiçión es acusarte de los peccados y defetos que no confesar virtudes y manifestallas, aunque las huviese y sean verdaderas. Conózcolas Dios, que las save, pues Él las da por su virtud y misericordia, y Él solo [fol. 97r] las alave como lo hará en el otro mundo, si fueren dinas, y en este las otras personas que te conoçiere. Y ese mesmo Dios, si lo permitiere, es bien que te alaben, mas no tú mesma, porque es bana y engañosa la lengua del que se alava a sí mismo sin que Dios le alave, o las criaturas con verdadero testimonio”.
Preguntó la bienabenturada al sancto ángel, diziendo: “Señor, ¿qué es la causa porque fuy en mis prinçipios en mucho tenida y alabada de sancta y de sierba de Dios, más que deçía ni mereçía?”. Respondió el sancto ángel: “El Señor lo permitió porque lo pareçieses en la perfecçión y travajos dignos de memoria. E ansí como su Divinal Magestad, después de nasçido en ese mundo de aquella Reyna del Çielo puríssima y sagrada donzella −que no ay vocablos perteneçientes en la Tierra ni lenguas bastantes para alabarla−, dende el prinçipio ese mismo Dios fue conoçido y alavado de muchos justos del Testamento Viejo, y de los ángeles y pastores, y después de muchos mártires y gentes que se convirtieron a su sancta fee, hombres, y mugeres, y vírgines y no vírgines, y antes de su sagrada Passión fue en mucho tenido Jesuchristo, rey de gloria, y conoçido Dios y hombre, como se muestra en la honra que le fiçieron el día de los ramos y el día de los panes y pocos pezes, y en otros muchos milagros que el Salvador hiço en el mundo, en que fue honrado y ensalçado de las gentes, y después se vino el menospreçio, quando le dieron la Passión no por peccados ni defetos suyos, mas por la maliçia de las gentes, porque hera menester su sancta Passión para salvar el mundo, o por mejor decir, las ánimas justas, conviene a saver, creyendo en el mesmo Dios y honrando su sancta fee católica”.
Dixo la virgen al sancto ángel: “Señor, preçiosa es vuestra respuesta para mí, y muy consolatoria. Bien parecéys vos sancto ángel y bendito, que tales palabras me dezís, según yo las he menester. Mas suplícoos me dygáys si son provechosas mis penas, y si se sirve el Señor dellas, porque, si ansí es, consolarme he yo sin desfalleçer”. Dixo el sancto ángel: “Bien dizes, dándote el Señor su sancta graçia, porque sin su voluntad y mandamiento e obramiento de ese mesmo Dios no ay virtud alguna, ni se puede nadie salvar sin su querer y poderoso poder y graçia, misericordiosamente usado e obrado. E por eso no se deve engañar nadie ni confiar en sus virtudes propias, ni en su saber ni [fol. 97v] sciençias, que más seguro es siempre dudar no hallándose dino del Paraýso ni de los méritos de la sagrada Passión con que se compró y ganó que no tener por muy çertificada la salvaçión, en espeçial quando no ay méritos delante el acatamiento de Dios. Y quien pensare que los tiene dignos, él mesmo se engaña, si no es por virtud de esa mesma sagrada Pasión”.
Capítulo XX
De una congoxa que spiritualmente tuvo esta bienabenturada
Estando elevada preguntó a su sancto ángel, diziendo: “Señor, muy angustiada me hallo quando me acuerdo de una cosa que vuestra señoría me dixo: y es que havía yo sido como Eva, y causado mal para mí y para otras personas. Querría saver cómo se entiende esto, que me da mucha pena pensar que soy tan peccadora qu’é causado males. Y quisiera yo causar bienes, y de esto me hallara más alegre, y creyría que no havía nasçido en valde, pues Dios me havía criado para aprovechar en mi ánima y en otras. Y dezirme que e desaprovechado, estoy por ello muy angustiada y cargada de tentaçiones, creyendo que me tengo de yr al Infierno por mis peccados, los quales me bastavan sin tener agenos”. El sancto ángel respondió, diziendo: “Todo eso es bien que pienses çertificadamente con temor; mas no que te as de yr al Infierno, porque los que allí van, antes que salgan de este mundo llevan perdida la caridad de Dios y del próximo y de sí mesmos, y la esperanza, y por eso se pierden, que de otra manera no se perdería ningún christiano; quánto más que los que soys religiosos y religiosas tenéis causa y remedios mejores, y más subidos, para la perfeçión que es menester para salvar el alma, si queréys usar de las reglas y virtudes que os mostraron los sanctos, los quales fueron exemplares y dotrinables al mundo. Y por eso, con razón los llama el Señor ‘luz del mundo’, y en otra parte los llama ‘sal sabrosa’, que se entiende por la sabiduría y discreçión, y caridad e amor de Dios y del próximo; y en otra parte se dize ‘miel dulze y panar, y valor de piedras preçiosas y thesoros deseables’, que se entiende por el gozo y gusto de los contempladores en Dios Jesuchristo cruçificado, en la lumbre e honra de su sancta fe cathólica, la qual es más espexada y valerosa con rosa que todas quantas [fol. 98r] setas y leyes huvo en la Tierra ni abrá. Y bienabenturados son los que esta alta y sancta fee guardaren, y tuvieren y honraren, que en el día del fuerte y justo juyzio de Dios verán el premio de su galardón”.
Dixo la bienabenturada [16]. Respondió el sancto ángel: “En este mundo no se puede ver nada, ni saver ninguno de los secretos que Dios puso en su entendimiento y potençia escondida y prudentíssima”. Dixo la bienabenturada: “Señor, ¿pues cómo pregunto yo a vuestra señoría algunas cosas a las quales me responde algún secreto no savido?”. El sancto ángel respondió: “Si no fuese la voluntad del Señor, ninguna cosa te respondería a tus preguntas, e si alguna vez respondo es por voluntad de Dios, y con palabras encubiertas, que casi tú no las entiendes, y artas dellas; no son profeçías, y no las saves, aunque las dizes. Y bien hazes a no abalanzarte a dar sentençia sobre mis palabras pensando que las entiendes. Que scripto es ‘las palabras del sabio preñadas son’, y por eso mejor es tenerte por neçia y sin saber, que no atreverte a declarar demasiado, no sabiendo; e mejor es dexarse a la doctrina de los sanctos, y a espirimentados y canoniçados por la sancta Yglesia cathólica, que no usar ni establezer novedades, creyendo que todo es Spíritu Sancto. Que el Spíritu Sancto ya está declarado y muy manifestado, y conoçidas sus negoçiaçiones. Todo lo qual el Spíritu Sancto obró en el çentro y cuerpo de la sancta fee cathólica sancto es, e si el demonio se yngiriere por sus frutos y contraridades, del bien será conoçido; y siendo conoçido, deve ser hechado con la señal de la cruz, y con el amor de Jesuchristo, y con la codiçia y esperanza del sancto Paraýso para la otra vida, del qual Paraýso no ay otro Señor sino Jesuchristo. No huyga d’Él nadie, que quien piensa escaparse de su hermosa fee, a manos de ese mesmo juez á de morir el día del juyzio, con la cruel sentençia que el justo juez dará sobre los malos y peccadores, y pareçerse á como solo Él es el Señor”.
Y ansí çesó por entonzes la plática del sancto ángel y de la bienabenturada, las quales cosas y pláticas tan gloriosas le mandó con premio scrivir, lo qual ella hizo.
Capítulo XXI
De la gran caridad con que esta bienabenturada rogó al Senor por la salvaçión de la religiosa que havía sido causa de su persiguimiento, a la qual tenía por abbadesa
Como esta bienabenturada rogó al Señor con mucho fervor su Divina [fol. 98v] Magestad quisiese dar aquella religiosa que havía sido causa de sus travajos, que entonzes hera su perlada, conoçimiento de sus peccados con grande arrepentimiento y dolor por los haver hecho, y fue tan grande este arrepentimiento que mereçiese salvarse, y que assí como su gran misericordia quiso convertir y convirtió a Sant Pablo sin que él solo pidiese, ni se lo rogase, assí suplicava esta bienabenturada, dixo ella mesma a Nuestro Señor, conviertese a esta su madre y hermana, aunque ella no se lo pidiese ni rogase; ni que ella no se consolaría ni alegraría si esta virtud no le otorgase su Divina Magestad.
Y haziendo esta oraçión con tanto ferbor y caridad, le otorgó Nuestro Señor su petiçión, haziendo milagro tan público y manifiesto que en muy breves días mudó el corazón, hiriéndola con enfermedad y temor de su justiçia, y herida del mal de la muerte. Y temerosa del poderoso juyzio de Dios, antes que se fuese a la enfermería adonde havía de ser curada, fue a la zelda de la sancta virgen. Díxole llorando: “Señora mía, yo me siento muy mala. Suplícole, por amor de Dios, ruegue por mí a Nuestro Señor con mucho cuydado que me dé salud, si fuere servido, y conocimiento de mis peccados e conformidad con los que quisiere hazer de mí”. Esta bienabenturada le respondió con lágrimas de sus ojos, diziendo: “Señora, madre mía, esfuérçese por la caridad, y tenga paçiençia con la enfermedad, que yo rogaré por ella con muy gran cuydado a Nuestro Señor por su salud y consolaçión espiritual”.
E oýda el abbadesa la respuesta de la bienabenturada, se fue con acreçentamiento de contriçión y de amor con la sancta virgen. E creçiéndole mucho la enfermedad, la qual hera dolor de costado, mandó que llamasen al vicario del monasterio, e confesó con mucha devoçión y contriçión de sus peccados. E trayéndole el Sanctíssimo Sacramento para le resçivir, ansí como le vido venir, hiriéndose en sus pechos con muy gran clamor y lágrimas, se confesava por muy gran peccadora. Y rogó a las monjas la perdonasen los agravios y sinrazones que les havía hecho y a su causa havían resçivido. Y diziendo su culpa a Dios y a las religiosas, comulgó con muy gran devoçión.
Y después que huvo comulgado el abadesa, rogó la sancta virgen [fol. 99r] e las religiosas que la llevasen a verla. Y llevada, la habló con grande amor y caridad y compasión, diziéndole las palabras de mucho esfuerço. Y el abadesa se consoló, e le alegró en grande manera con su vista, y entre otras cosas que le dixo, le rogó que le dixese que se havía de morir de aquella enfermedad. La bienabenturada le respondió: “Hasta ahora, madre mía, no le me lo a mostrado Nuestro Señor, mas aparéxese vuestra reverençia a lo que quisiere hazer Su Magestad della”. Y tornola a ymportunar con mucho aýnco lo procurase de saver, y saviéndolo se lo embiase a dezir, diziendo que ya hera tiempo de aparexo, que ella lo entendería porque se lo embiaba a dezir. La sancta virgen la respondió: “Yo, señora, trabajaré en ello, e lo suplicaré a Nuestro Señor con mucho afeto plegue a Él de me lo mostrar: quede así, que si yo le embiare a dezir que es tiempo se apareje, que crea que ay neçessidad dello”.
Y la bienabenturada se tornó muy triste a su çelda quan peligrosa estava la enferma, y con mucho cuydado de rogar por ella, y recaudó aquella noche maytines con dos monjas que la acompañavan. Alzó los ojos en alto, e dexó de rezar por algún espacio, e assí estuvo en silençio sin hablar; e tornando en sí, dixo con lágrimas e mucho sentimiento: “Ay, qué dolor tan grande y de sentir mucho”. Las monjas que estavan con ella, ymportunándola, les dixo por qué llorava con tanto sentimiento. Respondioles: “Ay, amigas mías, pienso, según lo que agora he visto, que Nuestro Señor nos quiere llevar a nuestra madre, el abadesa”. Las monjas le dixeron: “¿Eso es, señora, la causa de su llanto e angustia? Haga el Señor d’ ella e de nosotras su sancta voluntad”.
Entonzes, la sancta virgen llamó a una religiosa en secreto, y díxole: “Amiga, yd a la madre abadesa, y encomendádmela mucho, y deçilde de mi parte que yo he tenido mucho cuydado de rogar al Señor por ella, y que ya es tiempo que se apareje”. E la enferma, entendiendo lo que le embiava a dezir, hizo en sí una gran mudanza, a manera de mucho sentimiento, y con mucho esfuerço se tornó a confesar, e resçivió el Sancto Sacramento con mucha devoçión, e renunçió el cargo y todas las cosas que poseýa, e según religiosa pobre, pidió por amor de Dios el ábito e cuerda de sepultura a las religiosas. E resçiviendo [fol. 99v] la estrema unçión muy católicamente, espiró.
Quando le hera mostrado a esta sancta virgen, por la voluntad de Dios, algo de las penas que las ánimas por sus peccados padesçen, si le fuera dada liçençia de Dios ella tomara las penas sobre sí, porque ellas tuvieran descanso, aunque son muy insufribles; lo qual hiço esta bienabenturada muchas veçes, dándole Dios para ello liçençia y esfuerço caudoso. Que suplicándole ella a Nuestro Señor huviese piedad de las ánimas que ella havía visto en tan grande pena y tormentos, y le hiçiese a ella tan gran virtud que pudiese ayudarles a padesçer sus penas −aunque fuese acreçentándole a ella sus dolores, aunque los tenía muy grandes y a su pareçer ynsufribles−, todo lo padesçería por la consolaçión y quitamiento de penas de las ánimas de Purgatorio; y si para otorgarle su Divina Magestad esta virtud le quiere dar nuevas enfermedades, que con su graçia e ayuda estava aparejada para todo.
Y continuando esta bienabenturada en su oraçión, e ayudándole a rogar su sancto ángel, fuele otorgada su petiçión de caridad exerçitada en los próximos, vivos e difuntos; la qual ella exerçitó muy enteramente todos los días de su vida. Y exerçitando esta caridad con las ánimas, le acaesçió una cosa por donde se le descubrió un secreto açerca de las ánimas de Purgatorio. Y fue en esta manera: que teniendo esta sancta virgen a causa de sus enfermedades los miembros fríos, pareçiole a ella que unos guijarros calientes entre la ropa de su cama le darían algún refrigerio en aquella neçessidad que tenía. Rogó que se los buscasen, si los havía en el monasterio; y haviendo traýdo para una obra que haçían en la casa una carretada dellos, muchos tiempos antes de sus enfermedades, y de estos guijarros havía algunos por la casa, y buscándolos a su pedimiento, hallaron uno muy grande a una puerta de una cueva, con el [fol. 100r] qual havían molido muchas vezes pez. Y llevándole a esta bienabenturada, dixo que hera muy bueno, y mandó allí en su presençia le calentasen en un brasero de lumbre. De que fue empeçado a calentar y calentado, empeçó a oýr unos muy dolorosos gemidos, formando manera de palabras, en las quales deçía: “Ay, crueldad tan grande, ay”. Esto no lo oýa ninguna de las monjas que allí estavan, sino la sancta virgen, que dende su cama lo mirava e oýa, e le pareçía ser ánima de Purgatorio. Y mirando con su entendimiento de dónde salían aquellos gemidos e palabras, sintió salían del guixarro que a la lumbre estava. Y no diçiendo por entonçes la causa de ello, mandó aprisa no le calentasen más, y le quitasen luego, y enbuelto en un paño se le pusiesen sobre sus manos. Y de que le tuvo allí, le dixo en silençio: “Ánima, yo te ruego me perdones la pena que he sido causa resçivas. E dime, ¿cómo as venido a estar aquí?”. El ánima le respondió: “Ruégote no mandes calentar más este guijarro, donde estoy por mandato de Dios, que si quisieres calor yo se le daré, y también frío. Y a lo que preguntas, cómo estoy aquí, ya te he dicho que es voluntad de Dios. Mas primero que a este monasterio me truxesen, estava en un río que se llamava Xó, e las bestias con sus pies me sacaron d’él, e los hombres peccadores me truxeron a esta casa”.
La bienabenturada le dixo: “¿En guijarros y en piedras están y penan ánimas?”. Respondiole: “Sí, que muchas están en piedras y en guijarros. Y en aquel río adonde yo estava, havía gran número de ánimas metidas en guijarros, y ellas y yo á muchos años que estamos allí”. Díxole la sancta virgen: “Ruégote, amiga, me digas tu neçessidad y me pidas el ayuda que quisieres”. El ánima le respondió lo que Dios le dio liçençia.
E de que la bienabenturada vido a su sancto ángel, díxole: “Señor, muy [fol. 100v] maravillada estoy de una cosa: que he savido que las ánimas penan en guijarros y en piedras, y en cosas semejantes”. E diziéndole en qué manera lo havía savido, díxole el sancto ángel: “¿De eso te maravillas, criatura de Dios? Bien puedes crer que muchas son las que de esa manera padesçen y penan porque Nuestro Señor les diputó por hospital cada piedra e lugar donde las ánimas están por voluntad del mesmo Dios. Una cosa te hago saber, que, después que el poderoso Dios te otorgó que pudieses ayudar a pagar a las ánimas de Purgatorio lo que por sus culpas y peccados mereçen, heres estableçida y hecha por la voluntad de Dios hospital de las ánimas que tienen penas; y esto se entiende las que su sancta voluntad quisiere y diere liçençia, o quien yo y tú pidiéremos a su poderosa misericordia. Porque ansí como el hospital se haçe para los pobres e neçessitados, e día y noche resçiven, así tu resçivirás día y noche las ánimas que Dios, por su voluntad, te embiare para que las ayudes e alibies sus travajos con los tuyos. E mira que acaeçe ban los pobres al hospital, unos con sed, otros con ambre, y otros con demasiada calor, e otros con demasiado frío, e otros con muchos géneros de neçessidades causados por las diversas enfermedades que consigo traen. Ansí te digo, criatura de Dios, bendrán a ti muchas ánimas con demasiados calores de fuegos, y fríos entolerables, y con otras diversas penas que por sus peccados mereçen. Y tú, hospital por la voluntad de Dios y por tu consentimiento, las resçivirás con mucha caridad, y los aposentarás sobre tus miembros y coyunturas muy dolorosas y desconconyuntadas de las neçessidades que traen, y ellas serán allí recreadas y consoladas de las neçessidades que traen, en la cantidad y manera que fuere la voluntad de Dios. Y tú, sierba suya, esfuérçate en la paçiençia y [fol. 101r] caridad, que mucho as de partiçipar y sentir las penas de estas ánimas. E sávete estás tan sujeta por la voluntad de Dios a padesçer por las ánimas que, aunque agora te faltase la caridad para padesçer esto de grado, por fuerça lo padeçerías, porque ansí lo quiere el Señor Dios, pues tú lo pediste con tanto afinco”. Respondió la bienabenturada al sancto ángel, diziendo: “Señor, muy gran virtud me a hecho vuestra gran hermosura con su habla e aviso. Yo me tengo por dichosa de cumplir la voluntad de Dios, y supplico a vuestra señoría le ruegue me dé graçia para ello”.
Y de aý adelante rogava a las religiosas le traxesen los guijarros que por el monasterio hallasen, y ellas con mucho cuydado lo haçían, aunque no savían para qué hera. E quando alguno le traýan, mandavan que se le pusiesen en la cama, y teniéndole allí, conoçía si tenía dentro algunas ánimas. E las más tenían una y muchas, y las que no tenían ninguna mandávalos sacar de su çelda. Y no contenta ni satisfecha su caridad con los que en el monasterio estavan, rogó que le hiziesen traer algunas de un río que ella señaló, del qual truxeron muchos. Y todos venían con muchas ánimas de dentro de sí, de manera que siempre tenían en el hospital de sus caridosos miembros bastamiento de ánimas, e por la voluntad de Dios, y con su poder, siempre venían ánimas, y vinieron a esta sancta virgen hasta en fin de sus días a ser ayudadas por su oraçión y méritos. Quando ella las vía venir, dezíales que tomasen por lugar en que estuviesen los guijarros, donde estavan las otras que antes que ellas havían venido por la voluntad de Dios. Y aunque en cada una de aquellas piedras estavan muchas ánimas, cada una tenía la pena en sí propia que por sus peccados mereçía, diferentes unas de otras.
Y como esta bienabenturada no tenía manos con que poner sobre sus miembros las piedras de neçessidad, preguntándoselo las religiosas, les descubrió el secreto, e les rogó que todas las vezes que ellas los pidiese se los diesen [fol. 101v] e pusiesen donde ella les dixese. Las religiosas, mucho maravilladas de saver tal secreto, le dixeron que lo harían de voluntad. Y dende entonzes, empezó esta bienabenturada a poner sobre su persona y miembros aquellas piedras, e por su desseo y voluntad ayudarles a padesçer sus penas, offreçiendo sus dolores y pidiendo a Nuestro Señor se le acrecentasen, porque aquellas ánimas, que consigo tenía, fuesen recreadas y alibiadas sus penas, y por su piadosa misericordia y sancta Passión fuesen libres de todas ellas. Aunque havían sido peccadoras, hera mayor su piedad para las perdonar y haçer virtudes, y que allí estava su cuerpo doloroso y tullido para pagar por ellos lo que su Divina Magestad mandase.
Y puniéndose esta sancta virgen estas piedras alrededor de su cuerpo y miembros, sentían mucha consolaçión e alibiamiento de penas las ánimas que dentro dellas estavan. Y acaesçía elevarse, y esto muy contino, teniendo contino mucha de esta compañía. Y aunque los guijarros heran grandes, y sus miembros muy delicados, no se los osaban quitar las monjas hasta que Nuestro Señor la volvía en sus sentidos. Hera muy grande admiraçión y causa de mucha devoçión verla estar ansí de esta manera.
Quando unas ánimas havían acavado de purgar sus peccados mediante la sancta Passión de Nuestro Señor e ayuda de la sancta Madre Yglesia, y de todas las otras cosas que su divinal clemençia tiene otogadas para estos remedios y por los méritos de esta bienabenturada, ýbanse estas ánimas libres de penas, y venían otras con la misma liçençia de Dios. La cantidad de las ánimas que yban y venían heran muchas, según dezía la sancta virgen. Cada vez que venían mucho número de ánimas juntas, no heran todas dellas aún libres, porque unas estavan más tiempo que otras, según tenían la neçesidad. Muchas cosas veýan manifiestamente todas las religiosas del monasterio açerca de este secreto e caridad que Nuestro Señor haçía mediante la oraçión y méritos de esta bienabenturada.
Y como las ánimas viniesen tan llenas de penas y fuegos y fríos, todo muy ensufrible e con otros muchos tormentos, luego las tomava ella e las juntava con sus dolorosos miembros, a cuya causa partiçipava en mucho grado de las penas que ellas traýan, quedándole sus miembros [fol. 102r] con muy acreçentados y grandes dolores, y con tan reçios fuegos, que le pareçía estar ella metida en los mesmos fuegos de Purgatorio; tanto que, de neçessidad, muchas vezes le haçían ayre, e otras le ponían paños mojados en agua fría sobre sus quebradas coyunturas. Y en tiempo de calores le heran tan rezios de sufrir estos dolores y fuegos que le hazían dar muy grandes gemidos y gritos, pidiendo ayuda a la Magestad Divina para poder llevar tan ynsufribles y reçios tormentos. Y en este trabajo estava muchos días, junto sin tener alivio día ni noche ni tomando cosa con que se pudiese substener.
Estando muy fatigada con estos demasiados fuegos en el mes de henero, no osando ella pedir a las religiosas algunas cosas frías, que por lo ser el tiempo se las defendían, pensando que le heran dañosas para la salud corporal, embió a llamar secretamente una religiosa de pequeña hedad, y díxole el secreto: “Ruégoos vos vays al alberca de la huerta y me trayáys un pedazo del yelo que en ella está envuelto en [17] un paño de lienzo, y no le vea nadie”. Y la religiosa, yendo con voluntad amorosa, tomó una piedra y quebró con fuerça el yelo, el qual estava grueso, ansí de ser mucha el agua como de haver muchos días y algunos que estava detenida y haver quaxado muchas noches. Y tomando un gran pedaço, envolviole en un paño, y llevole a la zelda de la sancta virgen, y díxole en secreto cómo le traýa, mas que hera tan grueso como dos dedos. Ella respondió: “Bueno es, alzá la ropa de la cama y ponedle junto a mi lado, y de aquí a un poco tened cuydado de volver acá”.
Y dende a media hora volvió. Díxole la bienabenturada: “Buscad, amiga, el paño que truxistes con el yelo, y llevadle, y no digáys esto a nadie que havemos hecho yo y bos”. Y buscándole, hallole junto con las carnes de la sancta virgen. Y el yelo no halló, ni ninguna cosa, ni tenía mojada la ropa de la cama, ni la túnica que tenía vestida, ni sus carnes. El paño en que estava enbuelto el yelo estava un poco liento, de lo qual la religiosa se mucho maravilló. Y no le osó preguntar qué se havía hecho el yelo.
Y saviéndolo las religiosas dende algunos días, se lo preguntaron, y la bienabenturada [fol. 102v] les respondió que él se havía gastado y se gastará otro que fuera mayor en los grandes fuegos que las ánimas tenían, de los quales ella partiçipaba teniéndolas sobre sus miembros e coyunturas; y ellas, y ella juntamente, de lo sano penavan. E ansí como las ánimas traýan pena de crueles fuegos, ansí otras vezes traýan de frío muy insufrible, y le davan tanta fatiga y travaxo de padesçerlo como en la pena del calor. Porque ninguna cosa le dava calor ni descanso, aunque acaeszía tenerle puesto alrededor de su cuerpo tres o quatro cosas, llenas de brasas muy ençendidas. Y con los demasiados fríos que las ánimas partiçipaban, le creçían todos sus dolores en mucho grado, y le causaron enfermedad en las hijadas y estómago, de muy creçidos dolores, y en toda la oquedad de su cuerpo. Y tanto hera el trabajo y dolores que padeçía, que dava dolorosos gritos e gemidos. Y estos travajos y tormentos acesçía algunas vezes durarle un mes, y otras vezes quinze días, y más y menos, según hera la voluntad de Dios. Tenía ansimismo muy gran dolor de caveza, que le durava el dolor sin ningún alivio algunas vezes seys y siete días, e otras veçes más y menos, según hera la voluntad de Dios y la neçessidad de las ánimas por quien padesçía havía menester. Y quando este dolor tenía, no hablava palabra, porque el dolor no la dexava, ni comía ninguna cosa, sino hera de vever un poco de agua. Y assí como ponía los guijarros sobre los miembros de su persona e junto a su lado, por semejante hazía que se los pusiesen sobre las almoadas, junto a su dolorosa caveza.
Quando assí estava, leýan algunos ratos en su çelda −porque ella lo tenía dicho para esfuerzo de sus travajos− liçión spiritual y en la Passión de Nuestro Redemptor Jesuchristo. Y quando ya sus travajos se le aliviavan, aunque quedava muy enflaquezida, permitía Nuestro Señor se elevase para dalle consolaçión y mostrarle el fruto de sus dolores. Y supieron esto las religiosas, a causa que, tornando ella en sus sentidos, traýa gran hermosura y alegría, que pareçiera no haver padesçido ningún mal. Y inportunándola les dixese de qué tornava tan alegre, díxoles con mucho amor e agradeçimiento [fol. 103r] de lo que por ella hazían: “Señoras, no podría yo dezir con mi lengua las grandes virtudes que la Magestad Divina resçivió, por las quales se muda mi rostro y esfuerça mi gran flaqueza para vivir y padesçer otra vez y vezes los dolores que Dios me mandase. Mi alegría es que en el secreto y gloria me fueron mostradas aquellas ánimas, que yo vi muy atormentadas y padesçer conmigo, las quales havía muchos años que padesçían en penas, y tantos que algunas de ellas havía quinientos años, e otras tresçientos, e otras menos; y todas heran tan solas que no havían quién dellas se acordase para les hazer bien, sino el que la sancta Madre Yglesia haze en general por todos los difuntos. Y viendo yo estas ánimas en la gloria y descanso que Dios, por su misericordia, les a querido dar mediante su sancta Passión, es tan grande el alegría y gozo espiritual que mi ánima resçive que no lo podría comparar”.
Quando esta bienabenturada quería que la llevasen al coro o a otra parte de la casa, quando las religiosas la sentavan en el lugar donde havía de estar, poniéndole bien la ropa que llevava bestida, topavan con los guijarros que llevava pegados a sus coyunturas, los quales no havían visto hasta entonçes, y bien asidos, unos devajo de las corbas y otros de los pies. Ellas, muy maravilladas de ver el milagro, probavan a quitarlos, y nunca podían despegarlos, aunque ponían fuerça. La sancta virgen, socorriéndose, les dezía: “Dexadlas estar donde Dios les dio liçençia que estuviesen, que con su poder están esas ánimas que aý haçen”. Y esto se vido muchas vezes de la más parte del convento, e algunas de todo.
Estando esta bienabenturada confesando en su cama, el confesor mirando hazia ella vido uno de aquestos guijarros hazia las almoadas de su cavezera. Y muy maravillado de ver tal cosa en cama de persona tan dolorosa y tullida, con piadad por que no se hiriese tomole y arroxole en el fuego, de manera que dio un gran golpe con él. Y la sancta virgen, en su secreto, huvo gran pesar de lo que el padre hizo. Y después que fue ydo, llamó ella a una religiosa, y dixo: “Dadme ese guijarro que arrojó el padre, que tan angustiada he estado por el golpe que con él dio que no he savido lo que he confesado”. La religiosa le dixo: “No tenga, señora, pena, que no se les daña nada a las ánimas”. La bienabenturada le respondió, diziendo: “Porque [fol. 103v] os guardéys vos de hazer otro tanto, saved que quando el padre las arrojó, gimieron las ánimas, diziendo: ‘¡Ay dolor, estos son los benefiçios e sacrifiçios que de los saçerdotes resçivimos!’”.
Y mirando la sancta virgen que otras vezes podría acaeszer lo mesmo, buscava con su pensamiento cómo lo pudiese mudar. Y de que vido a su sancto ángel, contole su pena, diziendo: “Señor, querría suplicar a Nuestro Señor, su poderosa Magestad, quisiese mudar esto de estos guijarros en otra cosa en que las ánimas pudiesen estar, por evitar algunas ocasiones que con estas piedras se pueden recreçer”. El sancto ángel le respondió: “Bien será que lo ruegues, y yo te ayudaré a suplicar te sea conçedida la graçia”. Y rogándolo entrambos se lo otorgó Dios lo trocase ella en lo que más consolada fuese. En manera que de aý adelante siempre tenía unas jarras con rosas e flores o yerbas frescas, según con el año las había, y las jarras heran de vidro, o como las podía haver. Y teniéndolas consigo, a su lado y par de sus almoadas, por la voluntad de Dios todas las ánimas se pasaron en ellas y se asentaron sobre las yerbas y flores. Y ansimismo lo haçían las que nuevamente venían, y dezían a la sancta virgen: “Mucha consolaçión havemos resçivido con esta estanzia que Dios nos a dado, que como los guijarros sean tan duros e espesos no nos consolava más en estar en ellos”.
E aunque a las ánimas les fuese consolaçión mudarlas en las yerbas y flores, no por eso dexava la bienabenturada de padesçer tantos dolores y tormentos para ayudarlas como antes. Y aún más, según su gran neçessidad lo havía menester. Y viendo y saviendo cómo las ánimas se consolavan en estar en las flores y yerbas, rogava ella a las religiosas que tuviesen cuydado de traer las rosas y flores frescas, y ponerlas en los jarros. Y haçiéndolo ellas como se lo encomendava, cuando traýan algunas flores frescas olían las que de antes estavan puestas. Y paresçiéndoles tener muy más subido y lindo olor que quando las havían puesto, rogavan a la sancta virgen les dixese qué hera la causa. E ella les respondió, diziendo: “Todos los secretos queréys saber, por qué y cómo se hazen y son las cosas. Porque hazéys lo que os tengo rogado, y os lo dixe, en cada una de estas flores ay muchos ángeles, los quales fueron [fol. 104r] guardadores de estas ánimas quando vivían en sus cuerpos. Nunca las dexan ni desamparan hasta que, salidas de penas, las llevan a la gloria, y las preguntan ante la Magestad de Dios. Agora vienen aquí a visitarlas, y por darles consolaçión tañen ynstrumentos de diversas maneras y cantan muy dulzemente. Ellas también cantan con ellos. Traen los sanctos ángeles consigo muy suave olor, y permite Nuestro Señor que se pegue a estas flores algún poquito de lo mucho que ellos en sí tienen, por que las ánimas que en estas flores y verduras están sean consoladas”. Dixeron las religiosas a la bienabenturada: “También será ella consolada con tal música y cantos tan dulçes”. Respondió: “Sí soy. Y muchas vezes cantamos todos juntos, y me consuelo de que veo a las ánimas que se les van aliviando las penas y están assentadas en estas flores, y verdes flores y yerbas, en figura de paxaritos de diversas maneras, cantando y loando a Dios, que las crió y redimió, y dándole graçias porque no las condenó por sus peccados, y porque les dio lugar limitado de penitençia donde pagasen sus culpas. De que yo las veo en este estado resçive mi ánima gran consolaçión, porque primero que a él vienen an padesçido muy grandes penas, e yo, peccadora, muchos dolores”.
Preguntada esta sancta virgen de las religiosas si las ánimas que nuevamente venían de voluntad de Dios para ser della ayudadas, si venían feas o qué figuras traýan, respondió: “Çierto, no vienen hermosas, ni blancas, ni traen buenos olores, que más vienen para dar temor y espanto que no consolaçión. La semejanza dellas es de mucha diversidad de maneras, según la calidad de los peccados que an caýdo. Mas estas cosas no se pueden explicar, ni menos conviene dezirlas”. Preguntada de qué calidad heran las ánimas por quien rogava y padesçía, respondió que heran ánimas que havían muerto muertes desastradas y por justiçia, y en batallas y en la mar, y las que más desamparadas estavan de quien les hiziese bien, y ánimas de sus amigos y enemigos, y de religiosos y seglares, según hera la voluntad de Dios.
Estando esta bienabenturada un día de verano a la puerta de su çelda, hechada en una camilla rodeada de jarras muy llenas de albaaca muy fresca y creçida, cantando la magnificat, oyéronla las religiosas y fueron a verla e a oýrla con mucha alegría. Y proçediendo ella en su [fol. 104v] canto, quando acavava la manifica que dixo: “Gloria Patri”, abaxáronse las ramas del albahaca, tanto que también se abaxavan las jarras en que estavan. Y estavan ansí abajadas hasta que acavava la gloria, y luego se alçavan muy despaçio. Viéndolo las religiosas, dieron muchas graçias a Dios por tan gran maravilla como sus ojos veýan.
Entonçes, díxoles la sancta virgen: “¿Para qué entrastis aquí, hermanas, que estávamos cantando yo y mis compañeras, yo en esta cama y ellas entre las yerbas verdes?”. Ymportunada que tornase a cantar Gloria Patri, dixo: “Podrá ser no querrán delante de vosotras tornar a hazer la benia”. Y ansí como empezó a dezir Gloria Patri, se abajaron las ramas del albaaca e jarras con ellas, como la primera vez. Y esto fue hecho todas las vezes que lo tornava a deçir, lo qual fue causa de mucha admiraçión a todas las religiosas. E la sancta virgen les dixo con gesto alegre: “Plázeme, amigas, aya el Señor querido ayáys visto esto, porque veáys por espiriençia que esto que está entre estas verduras son ánimas cristianas, y obedientes a su Dios, y creyentes en su sancta fee cathólica, pues hazen humiliaçión y reverençia quando se nombra la muy alta Trinidad. Y no es esta la primera vez que estas cathólicas ánimas reverençian a su Dios y criador estando en estas yerbas como havéys visto; mas otras muchas vezes lo han hecho por dar plazer a esta bienabenturada”.
Trúxole una religiosa un gran pie de albahaca, el qual venía granado y no abiertas las flores. Ella, viéndole, mandole poner en una jarra de las que ella tenía para aquello. Otro día, trayendo otra rama más fresca, sin dezirle ninguna cosa, quitaron aquella mata grande y hecháronla a un rincón de la mesma çelda, y pusieron la fresca. Y dende a dos días, pidió la jarra que tenía el gran pie de albahaca, que como tenía muchas unas tomava una vez, y otras otras. Y trayéndosela, conoçió que no hera aquella el albahaca que ella havía mandado poner allí, y pidió que se lo diesen. Díxole una religiosa: “Ya está seca”. Ella, pidiendo que se la traxesen, aunque estuviese como dezían, y traýda, mandó quitar la fresca y poner aquella, diziendo: “Sé que poderoso es Dios, y la virtud de mis ánimas bendita, y para tornar esta albahaca en su berdor y frescor”. Y mandó que le pusiesen aquella jarra ençima de sus miembros, y túvola un gran rato. Y antes [fol. 105r] que se la quitasen, ya empeçava aquella rama a tener un poco de vigor, y continuándola a a tomar más a menudo que las otras jarras, a cavo de dos días estava tan berde como si entonzes se huviera cortado de donde estava nasçido, y abrieron las floreçitas, y ansí estuvo por artos días, sin perder su verdor ni olor.
Acaesçíale algunas vezes estar apartada de donde estavan las jarras, y haver gran rato que no las havía tornado consigo, e oýr los gemidos de las ánimas y palabras que dezían en que mostravan el desseo y neçessidad que tenían de ser recreadas dellas. La sancta virgen entonzes les deçía: “Venid, venid, ánimas cristianas y cathólicas, con el poder que Nuestro Señor Jesuchristo os a dado, que os aprovechéys de mí, su yndigna sierva”. Al qual clamamiento todas quantas ánimas que en las yerbas de las jarras yban e se le ponían ençima de los miembros, desde los pies hasta la caveza. Y ella les preguntava, diziendo: “¿Havéys os consolado, amigas?”. Las ánimas dezían: “Sí, criatura de Dios e ayudadora nuestra. Muchos más havemos consolado, pues nuestras penas y tormentos se an aliviado y alivian todas las vezes que contigo nos tienes. Muchas graçias sean dadas al poderoso Dios, esta misericordia, y por todas las que de su alta Magestad havemos resçivido”.
Bolviendo un día esta bienabenturada muy alegre de la elevaçión, preguntáronle las religiosas que les dixese la causa de su alegría, si hera de libramiento de ánimas de Purgatorio, que en ella conoçían que havía ydo al lugar de las penas. Muy ymportunada, respondió: “Sí, que como el poderoso Dios a otorgado a mi sancto ángel custodio muy grandes previlegios, entre los quales le otorgó fuese a Purgatorio çiertos días de la semana, en espeçial miércoles y viernes en reverençia de la sancta Passión, y el sávado por lo masmo y por los mereçimientos de la Virgen Sancta María, su madre, y llévame consigo para que le guarde el pescado que jara de los lagos del Purgatorio. Y como él lleva el poder de Nuestro Señor, no le vedan los demonios la entrada, ni podrían, aunque mucho les pesa dello, y hazen muy grandes ruydos, y estruendos espantosos de oýr. Mas mi señor sancto ángel pásase de largo, llevándome a mí guardada dellos entre sus muy hermosas alas, y vamos a unos muy espantosos lagos y ríos, los quales son negros como la pez, y muy pesados, y de horrible hedor. E toma mi sancto ángel una grande viga llena de anzuelos muy grandes, y hechados en aquellos lagos y ríos, en el [fol. 105v] nombre de Dios y de su sancta Passión, y tiénelos allí un poco. Entre tanto, ruega al Señor y a Nuestra Señora, y yo también. Dende a un poco, tira aquella viga hazia fuera, y saca asida algún ánima o ánimas de aquellos anzuelos, e quítalas, y dámelas a mí que se las guarde de los demonios. Y torna a hechar los anzuelos, y entre tanto que él saca, más meto yo aquellas ánimas en una estançia que allí tenemos para esto, la qual llena cada vez que va a haçer esta obra de caridad. Y de esta manera saca muchas ánimas cada vez, y estas son las que la voluntad de Dios permite, y las que an sido más devotas de su sagrada Passión, y en que en semejantes, viviendo en la carne, hizieron alguna buena obra por su amor e murieron en día de viernes.
”Otras vezes va más a los fuegos de Purgatorio, los quales son muy terribles y de muy espantosas llamas, e muy altas y grandes, y son muy coloradas e escuras. Y andan las ánimas entre estas llamas a manera de çentellas de fuego vivo, como quando entre una gran llama saltan zentellas. Y mi señor sancto ángel lánzase en aquellas llamas, y travaja por asir de aquellas çentellas que entre las llamas andan, las quales son muchas, y ase la que es voluntad de Dios, y viene a dármela a mí, en el lugar que he dicho, para que la guarde. Y qué tales ellas salen bien se os pueden figurar. Y luego torna el sancto a lanzarse en las llamas, y assí saca las que Dios es servido que salgan cada vez. E algunas vezes me pareze a mí que le ha hecho ympresión el grande y espeso humo donde tantas vezes se a metido, como que le a escureçido algo de los resplandores que salen de su hermoso bulto. Y díçeme él entonzes: ‘Mucho estás maravillada de ver que siendo yo ángel, te pareçe me an hecho ympresión estos fuegos espesos: pues mira cómo no me an hecho ynpresión estos fuegos espesos, pues mira cómo no me an tocado’. E menea sus muy hermosas alas, e queda muy más resplandeçiente que antes estava. Y estas ánimas que sacamos con el poder de Dios, entrégalas mi sancto ángel a los ángeles, sus guardadoras dellas, que tengan cuydado dellas y de las presentar al poderoso Dios, porque estas ánimas que mi sancto ángel saca no vuelven más a ellas, de las quales [fol. 106r] nos guarde Dios”.
Tornando esta bienabenturada de su elevaçión con gesto alegre, dixéronle unas religiosas enfermas que a la sazón se yban a consolar con ella: “Señora, pues viene del Çielo, díganos alguna cosa”. Respondió: “Porque estáys enfermas os quiero consolar, pues es obra caridosa apiadar a las enfermas, lo que el Señor me mostró agora, estando yo en aquel lugar, que es voluntad de Dios. Es que vi estar de hinojos al señor Sant Juan evangelista, e a sant Lázaro, el que resuçitó Nuestro Señor, e a sancta María Magdalena, e a sancta Marta, e a sancta Marzela, delante la Divina Magestad, a los quales tiene otorgado un privilegio: que por este tiempo de la Semana Sancta puedan yr a Purgatorio con su poder a sacar ánimas de Purgatorio, las que fuesen su sancta voluntad. Y quando yo las vi de hinojos, dezíanle que les diese liçençia que querían yr a Purgatorio, y su poderosa bendiçión. E respondió el Señor, diziendo: ‘Yd en buen ora, mis amigos, y sacad las que pudiéredes e yo quisiere. Pues vosotras, quando yo estava en la Tierra, me hospedastis e acompañastis, yo hospedaré e resçiviré por amor de vosotros a las ánimas que sacáredes por estos tiempos, para siempre jamás, en mi sancto reyno’.
”Y los sanctos le dieron muchas graçias, y suplicaron a su preçiosa madre, que a su lado estava, quisiese yr con ellos, la qual se volvió hazia Nuestro Señor Dios, y le dixo: “Hijo mío muy amado, estas sanctas benditas me ruegan vaya con ellos a Purgatorio. Si me dáys, hijo mío, liçençia, yré de buena voluntad”. Y Nuestro Señor le respondió: “Madre mía, si vos queréys, yd en buena ora, que ellos ganarán en llamaros, que solos vuestros mereçimientos son bastantes para robar todo el Purgatorio y traerle con vos a los Çielos”. Y luego la muy poderosa Reyna del Çielo, puesta en muy grande trono, y estos gloriosos sanctos con ella, y muchos millares de ángeles de la hierarchía elegida para su poderosa guarda, y mandó llevar muchas trompetas e atabales, e otros muchos ynstrumentos de dulze melodía. Y ansí desçendieron al lugar del Purgatorio, y dende camnino pasaron por donde yo estava.
”Y díxome la muy piadosa madre de Dios, mirándome con sus ojos de misericordia: ‘Anda acá, amiga, vete con [fol. 106v] nosotros’. E yo holgué mucho de oýrlo, y tomándome de la mano mi sancto ángel, fuymos todos. Y a la entrada de Purgatorio, mandó su Real Magestad tocar todos los ynstrumentos, lo qual hera muy admirable cosa de oýr, por que las ánimas sintiesen el socorro que les yba, y se esforçasen con el sonido de las trompetas, y con la melodía de la dulze música se consolasen. Y entrando con este gran poder, los demonios empezaron a aparejarse como de guerra, con muchos tiros y armas, haziendo muy grande ruydo, y poniendo las ánimas en gran cobro, dando muy grandes alaridos. Nuestra Señora mandó empezar la pelea, y que no çesasen de tañer. Y Su Magestad los estava mirando, y los sanctos y sanctas susodichas con ella, y los Ángeles de su reguarda, unos tañendo, e otros con espadas muy luçidas peleavan muy reziamente con los demonios. Pareçíame que los ángeles con las espadas partían los demonios por medio, e caýan en el suelo. Y de verlos yo assí caýdos y partidos por medio havía yo muy gran plazer.
”Y mientras que estos ángeles peleavan con los demonios, otros ángeles yban a los lugares donde estavan penando las ánimas, y traýan muchos brazados dellas, y poníanlas delante de Nuestra Señora, y volvían por más. Y otras venían huyendo adonde estava Nuestra Señora, y ellas las resçivía con ymmensa caridad, hablándoles palabra con mucho amor, y caridad y piedad. Y ansí llegaron alrededor de Nuestra Señora trezientas mill ánimas. Y conoçiendo la Reyna del Çielo que hera cumplida la voluntad de Dios para no salir ya más ánimas por entonzes, mandó çesar la pelea, y a los sanctos ángeles que tomasen las ánimas. Y ansí salimos del lugar del Purgatorio con muy grande alegría.
”Nuestra Señora mandó venir ante sí los ángeles guardadores de aquellas ánimas, e dixo a los ángeles: ‘Benditos, tomad cada uno de vosotros el ánima de estas que tuvistes a cargo y levaldas a Jerusalem, y tenedlas esta Semana Sancta en aquellos preçiosos lugares. Y las que estuvieren para yr al Çielo, yo terné cyudado dellas que no estuvieren. Para ello, llévamelas a Paraýso terrenal, que, con los méritos de la Passión de mi preçioso hijo, y mis ruegos e los de estos benditos sanctos que conmigo están, ellas subirán al Çielo para la asçensión del poderoso Dios’. Y Nuestra Señora, con toda su hueste, se subieron a los Çielos, e las ánimas lleváranlas los sanctos ángeles a Jerusalem, e a mí, peccadora, tornáronme a este cuerpo apadesçido dolores por mis peccados”. [fol. 107r]
Capítulo XXII
De una revelaçión que esta bienabenturada vido estando enferma
Estando esta bienabenturada en su cama enferma de calenturas de más de todas las enfermedades que tenía, vino a ella el padre nuestro, el glorioso sant Françisco, muy glorioso y acompañado de muchos sanctos bienabenturados. E saludola y convidola, diziéndole que se fuese con él al Paraýso, si pudiese y tiene esfuerzo para ello; y si no podía, por su mucha enfermedad, se tuviese en su cama, la qual le havía dado el Señor por nido como a páxara o gallina que está empollando sus huebos, porque dellos nazcan páxaron vivos o pollicos, de dolores salidos de los sus huebos, los quales se crían pasçiendo en las yerbas buenas.
Y diziéndole esto, le hechó con sus benditas manos en la cama tres dozenas de huevos, unos tan grandes como de abestruz, e otros medianos, e otros más pequiñitos, los quales huevos heran muy blancos, y claros y limpios, que pareçían de nácar o aljófar. Y la sancta virgen les resçivió de muy buena voluntad, y la bendiçión que el glorioso sant Françisco le dio, e le rogó por toda su orden de frayles e monjes, en espeçial por sus hermanas y compañeras, le diese su bendición. Y bendiciendo a las religiosas, despidiose el glorioso padre, y la bienabenturada, en el despedimiento, besole sus sanctos pies, y él a ella en la caveça, diziendo: “Quiero yo besas los dolores de mi Señor Jesuchristo en ti, filia mea, por su misericordia transformados”.
Dixo esta bienabenturada que le dio a entender el glorioso sant Françisco que los pajaritos vivos, y las pollitas de colores salidas de los huevos que se crían pasçiendo en los buenas yervas, eran las ánimas que, mediante la Passión de Nuestro Señor Dios y los dolores que ella padesçía, heran ayudadas y remediadas. Y los huevos que le dio eran las ánimas que le traýa por la voluntad de Dios, para ser ayudadas della, de personas que viviendo en los cuerpos havían sido devotas del glorioso sant Françisco.
Rogando esta bienabenturada al Señor por unas ánimas, y muy en espeçial por una, por la qual le encomendaron travajase de saber el estado en que estava, y perseverando en su coraçón, suplicava a la Magestad Divina le quisiese mostrar el estado de aquella ánima o ánimas por quien suplicava, las quales ella conoçía viviendo las tales personas en la carne. Y continuando en su demanda, fue Nuestro Señor servido que, estando ella elevada, la llevase su sancto ángel a un lugar de Purgatorio muy terrible y espantoso, en el qual lugar vido y conoçió las ánimas por [fol. 107v] quien suplicava, las quales estavan en muy terrible y espantosas penas, entre las quales ánimas conoçió una de un hombre ella muchas veçes havía visto e hablado, la qual ánima tenía los demonios atada de los pies, y la despedaçavan con artillería de muchas maneras de tormentos e armas que tenían con que atormentavan las ánimas, con las quales armas le despedazaban todos sus miembros uno por uno, y le haçían taxadas menudas como sal. Y en cada pedazo de aquellos, estava bullendo el ánima como si en cada pedazo estuviera entera. Assí gemía, y llorava, y gritava.
Y la sancta virgen, muy admirada de ver ansí aquella ánima tan despedazada, y que todos los pedazos gemían y gritaban, dixo a su sancto ángel: “Señor, muy maravillada estoy de ver cómo un ánima pereze en muchas, porque en cada pedazo pareze estar un ánima, y en él llora, como quando estava en el vigor del padesçer entera antes que la partiesen”. Respondió el sancto ángel: “No te maravilles de oýr gemir y llorar cada taxada por sí, que como el ánima es hecha a semejanza de Dios, en el qual está todo entero en Su Magestad, aunque está en muchos pedazos de hostias en todo el mundo, en todos los pedazos está entero; assí el ánima está enteramente dondequier que está su presençia y potençia y sentimiento. Y como en cada pedazo de estos están estas tres cosas, presençia y potençia y sentimiento, por chico que sea el pedazo, tiene sentimiento de entera ánima”.
Y estando en esta plática, vino un gran dragón muy espantable, que con sus crueles manos e uñas la la agarró, y todos los pedazos y migajas, los quales bullen todos como gusanos, con mucha rabia y crueldad, los apretó y trujó, y se los comía. Y teniéndolos assí en la boca, mazcando reçiamente, se tornava entera aquella ánima, como antes estava, y el cruel dragón la hechava fuera de la boca algo della. Y otros muy espantosos dragones se la yban a tomar, y todos asían de aquella triste ánima, unas de una parte y otras de otra, hasta que la tornavan a despedazar muy crudamente, y tragaban y mazcaban della, y después la vi entera como de primero. Y venían otros demonios, como negros como hollín, y muy crueles, y tomábanla. Poníanla en tormento de bergas de yerro, a manera de sogas, y liábanla toda, y apretávanla tanto que le hazían sobrepujar el vulto entre soga y soga un palmo [fol. 108r] más, y apretaban tanto que la partían y cortaban como con sierra. Y de que los unos estavan cansados de atormentar aquella triste ánima, tomávanla otros. Y ella dava tan espantosos gritos y gemidos que no se podrían dezir, y se maldecía, y no la valía nadie, y se desesperava, y no la aprovechava ni la consolava nadie, ni sus penas çesaban, ni se le aliviaban, sino de esta manera susodicha, y muy más cruelmente hera contino atormentada aquella triste ánima hasta que se cumplió la voluntad de Dios de sacarla dellas.
Héranle mostradas muchas vezes a esta bienabenturada penas de Purgatorio por su sancto ángel, porque yendo él a visitar las ánimas y llevarles refeçción, la llevava consigo, en espeçial los lunes. Y le mostrava en Purgatorio los lugares muy tristes y escuros, y feos y muy espantables, en los quales vía padesçer las ánimas de muchas maneras, y cómo los demonios les demandavan los peccados que hizieron. Y las penas que les davan por ellos a las ánimas que havían peccado en el peccado de la soberbia, por quantas vezes cayeron en este peccado, aunque le havían confesado viviendo en la carne, si no tuvieron gran contriçión no se escusa de pagado en Purgatorio, porque la contriçión destruye el peccado; empero, si no ay grande arrepentimiento, por fuerças á de estar la tal ánima siete años en penas, por cada vez que cae en este peccado de la soberbia, la caveça ayuso colgada de los pies, dándole muy reçios tormentos y diziéndole muchos vituperios e ynjurias y menospreçios los demonios. Y ansimismo por cada peccado le dan pena de su manera.
Por el peccado de la avariçia, dan muy crueles y fuertes penas. Y están las ánimas que las padezen desnudas algunas dellas, y otras bestidas de tristes y muy amargas vestiduras, rotas y agujereadas. Y por los agujeros salen llamas de fuego y muy grande fedor, e muchos gusanos mordedores con dos bocas, y con ambas duermen y bullen, e yerben tantos dellos que no caven en la estatura o bulto del ánima del hombre o muger que los tiene. Y de esta manera padesçen allí dentro de sí mismos tantas penas que no se podría dezir. E más son las penas y tormentos que dentro de sí tienen y padesçen, las que los demonios les dan por cada uno de sus miembros. Padezen pena según pecó e se deleytó y offendió con ellos a su criador. Assí, hombres como mugeres [fol. 108v] son muy atormentados en las partes vergonçosas, que las tienen muy hinchadas, y de parte de dentro llenas de gusanos mordedores: yeren mucho aquellas partes y todos los otros miembros del cuerpo, porque también con ellos offendieron a Dios. Las tales ánimas dan muchos gritos y voçes, diziendo: “¡Ay, ay de nosotras, que tuvimos tiempo de servir a Dios, y no lo hicimos! Y ahora somos tristes y atormentadas, e no nos vale contriçión e arrepentimiento. ¡Ay, dolor de nosotras, quánto mejor fuera no hazer peccados que hazer por ellos penitençia después de la muerte! ¡O, quién huviera hecho penitençia entera en su vida! Çierto más nos valiera que no padesçer tan crueles tormentos y penas como padesçemos”.
E rogando esta bienaventurada a Dios por un ánima, de la qual deseava saver en qué estado estava, y preguntándolo a su sancto ángel, respondiole diziendo: “Criatura de Dios, no se puede hazer aora eso que pides de mostrarte esa ánima por quien ruegas, que no es voluntad de Dios lo sepas por agora. Yo no te bedo que ruegues por ella, ni tanpoco te digo lo hagas. Haz según quisieres, que la oraçión perfeta nunca es perdida en la presençia de la Divina Magestad”. De la qual respuesta se angustió mucho, porque no pudo conoçer por ella el estado de aquel ánima. Mas por eso, no çesó de suplicar a Nuestro Señor por ella, y offrecelle los dolores que ella padecía, y pedir otros mayores para el medio de la dicha ánima. Y no osando preguntar más a su sancto ángel por ella, pasó algún tiempo. Esta ánima havía sido persona valerosa, viviendo en la carne, y tenía mandos sobre otras personas, con las quales hizo algunas cosas con passión y no con justicia, ny caridad, ni çelo de la honra de Dios. Hera persona eclesiástica, la qual vino a esta bienabenturada una noche, estando ella en su çelda y çiertas religiosas que la acompañavan.
Y fue en esta manera: que primero que la viese, oyó muy gran ruydo y espantosos estruendos, en muy gran cantidad. Y estando la sancta virgen muy espantada de oýr tales cosas, a deshora vido entrar por la çelda un hombre muy espantable y grande, y los pies y manos heran muy terribles y feos, y el gesto como de león muy feroz, y los ojos muy espantosos y encarniçados, y en la boca traýa unos gruesos garrotes, y traýa por bestidura un sayuelo como de sayal muy [fol. 109r] corto, que no le llegava más de hasta la çintura y las partes vergonçosas de fuera. Y a esta causa venía más espantosso y feo que si viniera en otra figura. Andava con pies y manos, a manera de bestia, y traýa sobre sí muchos demonios, y todos los agravios y sinrazones que havía hecho en su vida a las personas que tenía a cargo, las quales offendieron a Dios a su causa. Y las que heran difuntas, traýalas sobre sí, penando por los peccados que a su causa havían hecho. Y esta ánima padezía juntamente con ellas las ocasiones que les havía dado. Y las que heran vivas, traýan sus figuras con las mismas penas que las otras traýan. Y traýa todas las ánimas que por su consejo havían offendido a Dios y hecho agravio a sus próximos, de manera que traýa sobre sí ynnumerables penas y tormentos. Y los demonios le dezían muchos vituperios, pregonando todos sus yerros y peccados para más atormentarle, y luego allegavan y desquixábanle la boca en tal manera que le partían por medio hasta los pies, diziendo: “Quien tal haze, que tal pague”.
Y conoçiendo la bienabenturada aquella ánima ser la por quien ella mucho rogava a Dios, deseava oýrla hablar alguna palabra, por conoçer si estava salva, porque la veýa tan espantable y tan grandes penas que no podía conoçer si lo hera. Y viéndola çerca de sí, mirola con muy grande compasión. Y el ánima miró a la sancta virgen con ojos muy espantables, y bramava como toro hazia ella; y lo mesmo hazía quando le davan los palos, porque no tenía lengua para poderse quejar ni hablar, sino hera bramar como animalía. Y quitáronle los garrotes de la boca, y pusiéronle una voçina, por la qual salía muy espantosa voz, que dezía: “Esta, esta es de mi herençia”. Y sonava a manera de trompeta muy espantable. Y no pudiendo conoçer si aquella ánima hera salva, quedó muy angustiada. Y quando vido a su sancto ángel, contole [fol. 109v] cómo havía visto aquella ánima, y que no havía podido entender por qué causa havía sonado por bozina: “Esta es de mi herenzia”.
Respondiole el sancto ángel, diziendo: “Algunas vezes permite Dios que las mesmas ánimas que padezen, y los demonios que las atormentan, manifiesten la justiçia de Dios. E dezir esa ánima que la vozina o trompeta que le pusieron en la boca hera de su herençia, díxolo porque con el sonido de su voz, y palabra de su lengua, hizo muchas offensas a Dios, y con sus mandamientos y consejos agravió a sus próximos. Y llamar herençia a las graves penas que con sus malas obras merezió, eso, aunque no quisiese, se lo haría dezir la justiçia de Dios”. La sancta virgen le preguntó: “Señor, ¿es salva esta ánima de quien hablamos?”. El sancto ángel le respondió: “Ya te he dicho no me lo preguntes, que Dios te lo alumbrará quando Él sea servido”.
Y por entonçes no le ymportunó más la bienabenturada. Pero, continuando en su oraçión, suplicava a Nuestro Señor, su Divina Magestad se acordase de alguna buena obra que aquella ánima huviese hecho en su servicio, o de sus sanctos, que ella savía havía hecho estando en el mundo aquella persona una buena obra: y hera que havía hecho pintar una ymagen de un sancto muy preçioso, y le hera mucho devoto; y más, que le havía oýdo algunas palabras devotas en loor de su Divina Magestad. Y sobre todo esto que aquella ánima havía hecho, y los dolores que ella padesçía, lo qual todo hera poco, ponía los méritos de su sagrada Passión y los de su preçiosa Madre, y de todos los sanctos y sanctas de la corte del Çielo, y durándole algunos días haçer esta suplicaçión a Nuestro Señor, ynvocaba a otros muchos sanctos, para que la ayudasen a rrogar a su Divina Magestad por aquella ánima, a la qual vido una noche estando en su çelda.
Y primero que la viese, oyó [fol. 110r] unos grandes bramidos, como de toro, y escuchándolos, vido entrar un toro muy feroz, grande y fuerte para ella. Y alzando la sancta virgen los ojos a mirarle, vídole entre los cuernos una ymagen, y tras la mesma ymagen, vido un bulto como un ánima, la qual la dixo: “Conóçesme, yo soy fulano, por quien tú mucho ruegas. Doy muchas graçias a Dios e a ti. Por tus ruegos se me an hecho muchas virtudes, y me dieron esta sancta ymagen para mi consuelo y defendimiento, que es por la que yo hize pintar aquel sancto mi devoto, el qual mucho me a ayudado”. La bienabenturada le dixo: “Mucho me he consolado, ánima, en te haver visto, porque he deseado mucho saver si fueres salva, que la otra vez que te vi no lo pude determinar, tan atormentada vienes”. Respondió el ánima: “Tan grandes an sido mis penas y tormentos, y son, que no puedo enteramente conoçer si soy salva, aunque algunas cosas he visto para creerlo, porque traygo tan grande desconsolaçión y penas de muchas maneras que no me da lugar a tener esperanza de mi salvaçión. Que aunque los demonios no me atormentasen, este buey en que yo ando metido trae tanto fuego y frío, quando Dios quiere, y hedores, y hambre y sed atormentable, que me bastaría, aunque por esto no me dexan ellos de dar crueles tormentos”.
E otras muchas cosas secretas le dixo de su conçiençia, y le pidió perdón de las cosas que en su perjuyzio havía hecho. Y le dixo le havía aprovechado la devoçión que en algún tiempo le havía tenido, conoçiendo la graçia de Dios que en ella morava. Y assí desapareçió. Y de aý adelante, vido muchas vezes esta ánima en su çelda, y en Purgatorio, y la hablava, y la veýa yr mejorando por la misericordia de Dios. [fol. 110v]
Capítulo XXIII
De cómo esta bienabenturada vido a Nuestra Señora y a su preçioso hijo Niño Jesuchristo en spíritu, día de la Epifanía
Tornando esta sancta virgen en sus sentdidos, la qual havía estado por todo el día y fiesta de los Sanctos Reyes arrobada, fueron todas las religiosas ha verla por se consolar con ella, que la amava mucho, y dixéronle que les diese aguinaldo spiritual, diziéndoles alguna cosa de lo que havía visto en su elevaçión. Respondioles, diziendo: “Ya savéys, señoras, que muchas vezes os he dicho que las cosas spirituales y revelaçiones çelestiales no se pueden esplicar ni dezir por lengua humana, y a esta causa muchas vezes çeso de deziros lo que me rogáys que os diga. Mas por vuestra consolaçión, deziros he algo de lo que en esta sancta fiesta he visto, mostrándome Nuestro Señor por su misericordia alguna cosa de las grandes fiestas que oy se haçen en el Çielo.
”Pareçiome vi a Nuestra Señora y Madre de Dios assentada en un estrado de joyas y thesoros de grandes riquezas, y muy resplandeçiente, a manera de quando esperan algún hospedaje de algunos grandes señores. Y estava allí el pesebre del Niño Jhesús, adornado de hermosas joyas, ricas y muy valerosas, y los bestidos del Niño Jhesús, por semejante, muy ricos e luçidos, y muchos ángeles alrededor, cantando cantillanas tan dulçes que solo Dios la podía entender; y yo, su yndigna sierva, entendí algunas, en que deçían:
‘Dios de los Dioses,
señor de las huestes,
rey de los reyes,
aora vendrán los que Tú quieres.
Los reyes te adoran,
y después dellos muchos te hallarán,
no perderás los que te amaron
y de coraçón te dessearon’.
”Estando en estos coloquios, con más gozo que se puede pensar, hizo la Reyna del Çielo señal para silençio, y llamó a mí, su yndigna sierva, que lo estava mirando. Y fuy postrada de hinojos delante las gradas, donde la poderosa Reyna estava, y díxome su Real Magestad: ‘¿Viste cómo mi hijo está aora niño chiquito?’. Respondí: ‘Sí, Señora’. ‘¿Pareçete bien mi hijo?’. Yo le dixe: ‘Sí, Señora’. ‘¿Quiéresle mucho?’. Tornele a dezir: ‘Él, señora, lo save’. Dixo ella: ‘Yo no lo savré’. ‘Pienso sí savrá Vuestra Magestad, y también las faltas más’. [fol. 111r] Y diziendo esto, huve un gran temor y vergüenza acordándome de mis faltas y defetos, viéndome en tan alto lugar no siendo yo digna.
”Díxome la Reyna del Çielo: ‘No temas, ¿por qué temes? Yo te digo Dios te pone ese temor porque le ayas de mí, que tengo aora sus vezes de juzgar mientras Él está en figura de niño chiquito. E ansí como delante de un alcalde mayor y otra justiçia es devida reverençia e miedo, assí a mí este tiempo del naçimiento de mi hijo, nasçido de mis entrañas enxendrado por Spíritu Sancto, algunas vezes, e todas las que yo quiero, me da auctoridad que juzgue y reprehenda si quisiere a las ánimas vivas, y a los que an salido del mundo, y que mande a los ángeles malos y buenos y los castigue si yo quisiere. Por eso, hija, con raçón temes tú, y aun tus hermanas también, las quales quiero yo que parezcan aquí ante mí’. Y diziendo esto, a deshora pareçieron allí unas ymágines o estatuas, las quales estavan en figura de las mismas personas, e pareçiome conoçía cada una. E la Reyna del Çielo no hablava ante ninguna dellas por entonzes sino a mí, su sierba, diziendo: ‘Dime, hija, los agravios que te an hecho tus hermanas o quejas que tienes dellas’. Yo le respondí: ‘Señora, a mi pensar no me an hecho ningún agravio, ni tengo ninguna queja, ni raçón para ello’. Y dixo la Reyna y Señora Nuestra: ‘Todas se aparten allá y quede aquí sola una contigo’. Y apartadas, dixo: ‘De esta, ¿qué quexa tienes?’. Respondí como de primero, no tenía ninguna. Y mandó se apartase aquella, y viniese otra. Y vino luego, y preguntome qué quexa tenía de aquella. Por semejante, respondí que ninguna tenía. Y assí vinieron todas, una a una, y me preguntó la Señora las palabras ya dichas de cada una, y respondí como a las primeras, no acusando a ninguna.
”Entonzes, Nuestra Señora replicó, diziendo: ‘No acuses a ninguna de ninguna cosa, ni de alguna cosa te quexas, pues razón tienes de quexarte, y bien hazes de dexar a Dios la venganza y el juyçio. Y yo te digo que tienes previlegio de Dios todopoderoso y glorioso, hijo mío, que las ánimas que tú bendixeres serán bendeçidas, y las que maldixeres, serán maldezidas. Y tú no tienes condiçión para maldezir, y por eso no maldizirás sino lo que [fol. 111v] Dios quisiere, ni bendizirás sino lo que le pluguiere. Y las que maldixeres, serán maldeçidas. Y las que amaren y apiadaren, serán d’Él amadas e apiadadas; y las que te aborreçieren, ternán juyzio delante d’Él quando tú no las dieres causas justas para odio, porque su maliçia las condenará más que tu culpa. Por eso tú, agora, bendízelas, y no pienses que las bendizes tú sola, que yo contigo las estaré bendiçiendo. Y esta se entiende a las que tuvieren verdadera devoçión e fee, y limpieza de coraçón. Y a mi hijo rogaré por ellas y por ti, que heres llave de mi casa, y tú la tienes dada de parte de mi hijo y mía. Y bien saven tus hermanas la caýda de la primera muger a quien yo me apareçí para fundar esa mi casa, llamada Ynés, en cuyo reparo pedí yo a Dios, mi hijo, a ti, en quien se renovase mi apareçimiento y se descubriese y honrase mejor que antes estava, y tomase comienzo para yr de bien en mejor. Y por tanto, hija, como a segunda fundadora de morada, y en lugar de la primera, reestableçí, como hiço el Spíritu sancto a sancto Mathía en lugar de Judas, y como Sant Michael en lugar de Luçifer’. Yo dixe a Nuestra Señora: ‘Suplico a vuestra Magestad las bendiga, pues las tiene aquí, y las hable’. Respondiome: ‘Hija, no se dan estos dones y graçias generalmente a todas personas, sino particular a algunas; y pues tú heres una dellas, da graçias a Dios por ello, y no seas yngrata a sus misericordias y benefiçios’.
”Y luego, mandó a mi sancto ángel me volviese a mis sentidos y naturaleza corporal, y assí no vi la adoraçión de los reyes, ni su venida ni entrada por entonzes, lo qual yo deseava y esperaba, según las señales veýa y las palabras que oýa en las cançiones de los gloriosos ángeles. Muchas veçes en el año he visto a Nuestra Señora venir a visitar a esta sancta casa, de la qual muestra tener espeçial cuydado y deseo. Y su santo apareçimiento se a estimado y venerado, porque no fue una vez sola la que Su Magestad se apareçió en este lugar, mas nueve días arreo, me ha dicho mi sancto ángel, fueron los que se apareçió. Y el primero se empieza, y fue el primero día del mes de marzo hasta el noveno, que es el postrero, y más preçiado, porque en este día puso la cruz por señal, diziendo que quiere que le hiziesen allí su yglesia cada año. En este día, en el qual se çelebra su sancto apareçimiento, la he visto venir a ora de la medianoche en una proçessión muy admirablemente hordenada, solemníssima y enriqueçida, apos- [fol. 112r] tada de muchos resplandores y riquezas de gloria, acompañada de muchedumbre de ángeles y de sanctos y sanctas. Y también vienen con Su Magestad las religiosas difuntas hijas del monasterio, salvas por la misericordia de Dios, y ansimismo vienen todas las ánimas que en vida fueron devotas del sancto apareçimiento de Nuestra Señora, y las ánimas de los bienhechores del monasterio. Y estas ánimas, algunas dellas son libradas de penas, y otras no. Tráelas Nuestra Señora con liçençia de su preçioso hijo para darles descanso en esta su fiesta. Y esta preçiosa proçessión viene al monasterio con muy grandes cánticos, y músicas çelestiales, y ynstrumentos de diversas maneras de melodía. Y antes que entre en la yglesia y casa, da una buelta alrededor, y vendize Nuestra Señora los campos, e tierras y frutas en ellas apareçidas media legua a la redonda del monasterio; y después entra dentro y va al dormitorio, y vendize las religiosas con grande amor, y diçe:
‘Esta casa es mía, mía es esta casa,
y yo no la tengo olvidada.
Mío es este lugar,
yo no le entiendo olvidar;
y pues no le entiendo olvidar,
no quiero dexarle de visitar’.
’Estad constantes en los travajos y penas presentes y advenideras, que ansí se ganan las coronas, las quales yo tengo en depósito si os contentáys, siervas mías, con mi depósito; si no, dadlas a quien os las guarde. Y guardadlas vosotras, porque déys buena quenta a Dios, mi hijo, el día del juyzio, y merezcáys reynar y goçar con Él para siempre’.
”E manda algunas vezes a los sanctos ángeles guardadores de las mesmas religiosas les pongan guirnaldas en las cabezas, de rosas blancas e coloradas. Y de estas cosas ellas no ven ni sienten ninguna cosa. Y desde el dormitorio va la sancta proçessión al coro, y allí está hasta que se dizen los maytines. Y ansimismo está Nuestra Señora, con toda la preçiosa compaña en toda la misa y sermón, y bendize los pueblos que vienen en proçessiones a çelebrar su sancto apareçimiento, y a todos los demás; y ruega a su preçioso hijo, estando en el Sancto Sacramento del Altar, por las religiosas que avitan y moran en su casa, e por todos sus devotos, y muy en espeçial por los que allí presentes [fol. 112v] están les otorguen los perdones de su sancta Yglesia. Y dize Nuestra Señora:
‘Norabuena venga Dios, trino y uno,
verdadero hombre çelestial,
a estar con el sancto Sacramento del Altar.
Y en él la corte çelestial
vendiga Dios a la compaña humanal.
Yo soy la bienabenturada Madre de Dios
y vosotras, bienabenturadas hijas mías’.
”Y quando se quieren yr las proçesiones despidiéndose del altar, alça Nuestra Señora su preçiosa mano, y santigua los pueblos, dándoles su sancta bendiçión. E luego desapareze, y toda la compaña celestial, e a mí tórname mi sancto ángel en mis sentidos corporales.
”Y quando estas cosas veo y oygo que este día Nuestra Señora dize y haze, ando en la proçesión que viene con Su Magestad. Y quando no estoy elevada quando viene a visitar su yglesia y casa, plaze a Dios que lo vea estando en mis sentidos, y que a la despedida me lleve consigo, aunque no lo merezco. Son tantos los perdones e graçias que Nuestra Señora tiene alcançadas del poderoso Dios, hijo suyo, para esta santa Yglesia donde ella se apareció que, si las gentes lo supiesen, vendrían de muchas partes de rodillas, por ganar tanto bien para sus ánimas. Que como Nuestra Señora se apareçió aquí, con tan gran desseo y caridad que las ánimas se aprovechasen, pedía una muy sublimada virtud a su preçioso hijo: y es le otorgase tantos perdones en esta su sancta yglesia como hebras de yerbas y de cosas de flores e ojas estuvieren nasçidas en la tierra media legua alrededor del lugar donde ella yncó la cruz con sus preçiosas manos. Y Nuestro Señor Jesuchristo, hijo suyo, se lo otorgó, y esto dende que se edificó esta sancta yglesia y casa.
”Y más me a dicho mi sancto ángel: que están conçedidas en esta iglesia, sin ninguna condición, los perdones de Sancta María de los Ángeles. En Assís, entiéndese, aunque no vengan confesados ni rezen cosa señalada, sino viniendo con devoçión a visitarla. Ansimesmo, me dixo que quien rezare nueve Avemarías, o nueve hymnos, o otras qualesquier oraçiones de Nuestra Señora, en tal que no sean menos de nueve offreçidas a los nueve apareçimientos que se apareçió a Ynés, ganará muchas graçias y le [fol. 113r] será otorgada la petiçión que justamente pidiere a Dios. Esto en qualquier día del año que lo rezaren. Y muy más lo ganaran rezándolo los propios días, que es el primo día del mes de marzo hasta el noveno del mesmo mes, todos nueve arreo, y quien hiziere dezir nueve misas a Nuestra Señora, en reverençia de estos apareçimientos, será socorrida en su tribulaçión y aprovechará mucho a los difuntos.
”La manera en que se mostrava Su Magestad cada día de estos apareçimientos: fue el primero de pequeñito bulto, como quando fue conçepta; el segundo, como quando hera niña reçién nasçida; el terçero, como de tres años, que la offreçieron al templo; el quarto, como de la hedad que fue a visitar a sancta Iasabel; el sesto, como quando parió al Hijo de Dios −en este día, quien rezare, es bien tenga memoria de la fiesta dela−; el séptimo, como quando le presentó en el templo; el octavo, como quando fue uyendo a Egipto −en este día, quien rezare, tenga memoria del la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves−; el noveno y último, como quando estava al pie de la cruz, y a este misterio sirvió la sancta cruz, y quien rezare, tenga memoria de su muy gloriosa asumpçión, porque estos sanctos apareçimientos hizo Nuestra Señora con memoria de sus nueve fiestas”.
Capítulo XXIV
De la ayuda que sentían las personas ausentes de esta sancta virgen viviendo ella en la carne
Permitía Nuestro Señor, por la virtud y sanctidad de esta bienabenturada, que las personas que le heran muy devotas y se le encomendavan en su ausençia a ella y a su sancto ángel, fuesen rogadores ante la Magestad Divina, la viesen algunas vezes en su tribulación; en espeçial algunas religiosas estando en sus monasterios, no haviéndola visto en su vida, mas del conoçimiento que tenían de su sanctidad, por la qual la comunicavan espiritualmente por cartas, encomendándose a su sancto ángel. E a ella le pareçía la vían delante de sí, y en ese ynstante se les desa- [fol. 113v] pareçía, y dezían la figura de su gesto y cuerpo, las quales señas serán verdad assí como lo dezían.
Acaesçió que enfermó una gran señora en el palaçio del emperador, estando la corte en Madrid, que se llamava Doña Ana Manrique, la qual tenía gran devoçión y crédito con las graçias que conoçía que Dios havía puesto en esta bienabenturada, a causa la amava mucho, e la tenía por su madre espiritual, y se comunicava con ella assí con cartas como por visitaçión con su propia persona. Y estando enferma de un peligroso dolor de costado, hizo ella luego mensagero a esta sancta virgen, diziendo quán mala estava, de las quales nuevas la bienaventurada se compadesçió, y con entero cuydado rogó por su salud. Y llegada esta señora al punto de morir, resçividos los sacramentos de la sancta Madre Yglesia, teniéndola ya por muerta, plugo a Dios por su misericordia y ruegos de esta sancta virgen dalle mexoría. Y de que estuvo algo aliviada de su enfermedad, embió mensajero con carta a esta sancta virgen, que por madre tenía, diziendo por su letra que estava mejor de su enfermedad, lo qual creýa y savía también como ella, que la havía ydo ha ver en espíritu y la havía dado salud con el poder de Dios; y esto no le negase, pues savía dezía verdad, que la havía visto y conoçido el día seteno de su dolor de costado. Haviendo resçivido la sancta unçión, desauçiada de los físicos, estando muy congojada haçia la noche, ençendida ya candela, assentada en la cama, le pareçió por la delantera de la cama haverla visto, con su ábito y escapulario e tocas, subir sobre su cama, pasando por ençima de su persona, y la tomó por las espaldas, y la apretó en espeçial en el lado, donde tenía el dolor; y con gran plazer, havía dicho ante todos, lo más alto que pudo: “Havéys visto a mi madre Juana de la Cruz, verdaderamente ella es, que yo he sentido me a tocado por las espaldas, y súpitamente se me a quitado el dolor. Y desde aquella hora estoy mejor, y puedo comer, y voy cobrando salud. A Nuestro Señor muchas graçias por ello. Y vos, madre mía, no me neguéys esta verdad que digo y por tal la tengo pública”.
Y la bienabenturada se maravilló de lo que esta señora le scrivía, y dixo no creyese en tal cosa [fol. 114r] como aquella. Y enportunada de las religiosas les dixese cómo havía sido, pues en la corte estava público, respondioles: “No penséys, amigas, salió de mí esta caridad de yr a ver aquella señora, sino de mi sancto ángel, porque estándole yo suplicando rogase a Dios por su salud, dixo: ‘Bien será que la vamos a ver, pues es tan tu devota, y está agora en tan estrema necçessidad, que para el tiempo de las neçessidades es el socorro de las buenas amigas’. Y assí fuymos a verla. Y quería anocheçer quando fuymos, que en su cámara ya tenían ençendidas candelas, y mandome mi sancto ángel subiese sobre su cama y la tomase por las espaldas, y la sanctiguase en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Spíritu sancto, y también la sanctiguó mi sancto ángel. Y si ella sanó, fue porque ella sanctiguó. Y estoy maravillada permitir Nuestro Señor me viese ella a mí, y no a mi sancto ángel, que yo creýdo tenía no me havía visto. Ya que veníamos de ver a esa señora, mostrome en la misma villa de Madrid un hombre que estava espirando. Y en acabando de espirar, vi cómo vinieron los clérigos con la sancta cruz, y entraron en la casa del difunto a encomendarle el cuerpo. Y yo pregunté a mi sancto ángel quién hera aquella persona difunta. Respondiome: ‘Persona es que te pesará arto dello’. E no me dixo más. Y tornando yo en mis sentidos, conoçí era nuestro devoto Gonçalo de Durango, y por eso dixe entonçes hera difunto”.
Estando una religiosa en pasamiento, la qual hera del monasterio y compañía de esta bienabenturada y havíanla sacado a fundar otra casa y murió allá; y estando ya çerca del fin de su vida, tenía muy gran desseo de ver a esta bienabenturada, porque la amava mucho, por la graçia de Dios que morava en ella. Y estando con este desseo, dixo como a manera de alegría: “Ela, ela allí, a mi madre Juana de la Cruz”. Y diziéndole que no lo creyese, que antojo hera, respondió: “Por çierto no se me antoja, que muy bien la conozco, y conozco ser verdad en lo mucho que mi ánima se a consolado con su vista”.
Acaesçió por el mes de julio que, estando al torno el padre confesor del monasterio donde morava esta bienabenturada, vino por el campo un carnero dañado de rabia, [fol. 114v] y entró hasta donde él estava, y con mucha ansia le hirió con los cuernos, hechándole mucho bafo y espumajos. Y como estava solo, no se podía defender d’él. E ydo el carnero huyendo, que no pudo pareçer más, el padre, por entonçes, no hizo caso de lo que havía pasado. Y estando después assentado a la mesa para comer, vínole un gran temblor y miedo de la rabia que traýa el carnero, y desmayósele el coraçón. Y assí le llevaron a la cama, muy fatigado. Y saviendo la sancta virgen en la dispusiçión del padre y la causa de que le havía venido, pesole mucho, y embiole a dezir que se esforçase, que no sería nada, que ella ternía cuydado de rogar por su salud; el qual se consoló con estas palabras, y dixo, lo que le huviesen de dar de comer lo llevasen a esta bienabenturada y lo santiguase. Y assí lo hizieron quatro o çinco días, y él siempre yba empeorando, hasta tanto que confesó, pensando que se havía de morir, y ella siempre le dava esperança de salud, teniendo cuydado de rogar a Dios por él. Y assí fue como ella dezía: estuvo bueno. Y recobrada la salud el padre confesor, dixo la sancta virgen: “Dios alumbró al padre de embiar a que sanctiguase yo lo que él havía de comer, que el Señor, por su misericordia, me a dado graçia sera compañera con sancta Quiteria para el mal de rabia”.
Una religiosa tenía un zaratán en el pecho, tan grande como el puño, muy peligroso. Y esta bienabenturada rogó mucho a Dios y a su bendita Madre por ella, y al cabo de un mes, se halló sana como si nunca le huviera tenido, lo qual se tuvo por milagro. Y a otra religiosa se le hizo una muy mala, nasçida en el brazo. Y abriéndosele un phísico para sacársela, ya que hera sacada y la llaga yba çerrando, la qual no estava sana, porque le havía caýdo fuego de sant Marzal en la llaga, lo qual el físico que la curava no havía conoçido, ni otra ninguna persona lo savía, sino esta bienabenturada, que rogando por esta enferma a su sancto ángel, le dixo él: “Más mal tiene, ¿qué piensas tú? Ruegas solamente por la llaga, y ale caýdo en ella fuego de sant Marzal, y es tan reçio, que si Dios no lo sana por milagro, morirá en treynta días”. Y oyendo esto la sancta virgen, se angustió mucho. A algunas religiosas del monasterio, y en el braço de la enferma, pareçía tener aquel mal, porque se le haçían empollas ençima de la señal de la llaga. Y esta [fol. 115r] bienabenturada, rogando mucho por ella a su sancto ángel e a otros sanctos de la corte çelestial, que rogó la ayudasen a rogar a Nuestro Señor, Su Magestad sanase la tal persona de tan cruel enfermedad, plugo a su divinal clemençia oýr los ruegos de esta sancta virgen, por los quales fue librada la enferma de aquella enfermedad.
Otra religiosa tenía muy malas las ençías de la boca y gran dolor en las raýzes de los dientes y muelas. E fue muy angustiada a esta bienaventurada, la qual savía mejor su enfermedad que ella, que la tiene. Y en viéndola, le dixo: “Ven acá, amiga, ¿cómo nunca me havéys dicho que estáys mala de la boca? Arta pena tengo yo dello, e rogado por vos a mi sancto ángel, y él también ruega a Dios por vos os dé salud”. La religiosa, agradeçiéndole el cuydado que de su salud que tenía, diole quenta de su mal, y rogole la sanctiguase y mandase hazerle alguna mediçina, que ella tenía esperanza en Nuestro Señor que por sus ruegos sería sana. La sancta virgen le respondió: “Ya es algo tarde para curaros, porque os a caýdo cançer en las enzías y raýzes de los dientes. Mas no os entristezcáys, que poderoso es Dios para daros salud, y vuestra fee, devoçión lo mereçiera”. Y mandole haçer una muy liviana cosa, y en muy breves días cobró muy entera salud.
Otra religiosa tuvo muy gran dolor de una espalda e lado por çiertos meses, y le dava muy grande pena. Y mexorando de este dolor, entró en el offiçio de la coçina, y con el trabajo, tornole el dolor muy más reçio, y con tan grande ardor que pareçía se le quemava el lado y, con ello, muy gran dolor de caveça, en manera que con mucho trabajo hizo aquel día el offiçio de la coçina. Y de que huvieron comido las monjas, fuese a la çelda de esta bienabenturada, e díxole quán mala yba. Y haviendo mucha compasión della, [fol. 115v] preguntole si havía comido. Respondiole la religiosa: “No, no he comido, que los dolores no me dexan”. La sancta virgen le mandó, con mucha caridad, que se asentase a par de su cama y hechase la caveça ençima, y travajase por dormirse. La religiosa lo hizo ansí, y de que despertó, vido que estava elevada la bienabenturada, y hallose ansí sin ningún dolor en el lado e caveza, e con tan buena dispusiçión y salud que fue muy alegre a hazer el trabajo de la coçina.
Yendo otra religiosa cargada, llevando çierta cosa, cayó entre unas piedras y desconçertose un hombro muy malamente. Y doliéndole mucho, fuese a esta bienabenturada y díxole cómo se le havía desconçertado un hombro y no podía menear el braço del gran dolor que tenía en él. Díxole la sancta virgen: “Amiga, traygan quien os le adobe”. Y no quiriendo la religiosa que viniese ninguna persona, respondió, diziendo: “Solamente quiero le sanctigue ella el hombro, y le tocase en él con sus manos”. La bienabenturada le dixo: “Por cumplir con vuestra devoçión, yo lo haré, aunque sea con trabajo mío”. Y llegándose la religiosa a ella, descubrió el hombro: tocola en él con sus manos muy tullidas dos o tres veçes, nombrando el nombre de Jesús; díxole: “Tened esperanza en este sancto nombre que aquí havemos nombrado, que sanar es en su virtud”. Y assí fue, que luego otro día pudo mandar el braço sin ningún dolor ni lisión. Y de esta manera y de otras muchas hizo Dios, por esta sancta virgen, muchos milagros.
Capítulo XXV
De una pregunta que esta bienabenturada hizo a su sancto ángel tocante a los ángeles
Estando elevada esta sancta virgen, hizo una pregunta a su sancto ángel, diziendo: “Señor, ¿cómo quedastis vosotros los ángeles [fol. 116r] tan hermosos, poseyendo cada uno la bienabenturanza de no poder peccar, y el claro resplandor y fineza de colores que, a mi parezer, en espaçio de çierra ojo e abre se mudan y difieren los colores en diversas maneras, que se admira el entendimiento y transforma sin saverse entender? ¿Y cómo los demonios infernales, espíritus malignos, quedaron tan abominables y feos, y suçios e hidiondos y peccadores, los quales ellos, dañados, procuran dañar a todo el mundo y humanal linaje”. Respondió el sancto ángel, diziendo: “Cosas son esas que para te las declarar hera menester mucho espaçio, y tú alcanzar alto entendimiento. Porque las cosas que en el Çielo pasaron y se contrataron entre Dios y los ángeles, buenas y malas, antes que cayesen los dañados en el hondón del Infierno y quedasen las buenas, piadosas y justas limpias con su Dios y Criador −el qual entonçes los sanctificó en galardón de no haver consentido con Luçifer en el menospreçio de Dios, criador dellos y de todas las cosas çelestiales e terrenales, e ynfernales−, no se podían scrivir por vía humana, ni bastaría papel ni tinta, ni abría péndola que lo sufriese”.
Replicó la bienabenturada, diziendo: “Dígame, señor, siquiera alguna parteçita por me hazer virtud”. Respondió el sancto ángel: “Algo te diré en declaraçión de lo que preguntas. Quando el señor Dios, trino y uno, estava en el abismo de su deydad y magestad yncomprehensible, holgávase en sí mesmo y deleytávase en su muy alta divinidad y hermosura, y grandeza e ynumerable potençia, y contemplando en sí mesmo, y gozándose de su propio conoçimiento, y balor y dinidad, sin tener neçessidad de ninguna criatura çelestial ni terrenal para su servicio; porque Él, a ssí mesmo, con su alto poder se sabe goçar e amar e contemplar, y considerar todo lo que es menester para su alabanza y ensalçamento de honra. Y cada una de las tres personas divinales se holgaban, y se amaban y se querían la una a la otra, y con toda la alteza [fol. 116v] yncomprehensible con el poderoso, y [¿?] conoçimiento que Dios en sí mismo tiene, sin le faltar cosa alguna. Y conçertándose el Padre y el Hijo y el Spíritu Sancto, movidos de misericordia, esta muy alta Trinidad acordó de dar parte de aquellos sus gozos a quien supiese gozar dellas, e usar de justiçia e verdad y bondad. Quiso el poderoso mostrar su potencia, sapiençia y magnifiçençia, largo e yncomprehensible poderío, summa clara y altíssima bondad, justiçia, verdad, piedad, libre alvedrío, discreçión, capaçidad secreta, justo juez comprehendedor y esaminador de las cosas secretas, rico, largo, franco, poderoso en toda virtud y grandeza y saver. Plúgole, primeramente, criar el Paraýso glorioso de su reyno, por arte admiravilíssima. Y esto hizo, como buen Padre codiçioso, que sus hijos hereden [¿aser?], aunque los enjendre, y dessea para ellos muchas riquezas perpetuas sin fin, prosperidad, lindeza, hermosura, proveymiento eterno de todo lo neçessario.
”Assí Dios, antes que criase los ángeles, crió el Paraýso, real, triunfal, claro, próspero, ancho, luengo, fuerte, bien labrado, más que mill maravillas compuesto, adornado, rico, valeroso, digno de ser deseado a toda criatura çelestial y terrenal, pues crió a nos, los ángeles, por muy alta manera y artifiçio, e sabidos grados y premios, púsonos mandamiento que nos conoçiésemos a nos mesmos, pues nos dio entendimiento, memoria, voluntad, libre alvedrío, discreçión, saber, libertad, juyzio, conoçimiento, raçón para saver distinguir el bien y el mal, y el mal del bien, y disçernir, y mirar, y tantear, y escoger cada uno para sí lo bueno. Y por tanto, nos mandó Dios conoçiésemos a Él y le adorásemos, y obedeciésemos y honrrásemos, pues savíamos hera nuestro Dios y criador, y bienhechor y poderoso, e nosotros y en todas las cosas criadas y por criar, visibles y ynvesibles. Y amonestonos mirásemos nuestra hermosura y claridad, y ansimesmo delas sillas [fol. 117r] y aposentos que nos havía dado, y edifiçios no hechos de mano, criados y hechos por muy alta sçiençia, por la qual conoçiésemos que el sol es Dios, y otro no ay; que Él nos crió, y nosotros no nos criamos, ni podríamos ni savríamos haçer nada; y que le devíamos serviçio, adoraçión, obediençia, reverençia.
”Y pues assí es, que hera su sancta y perfeta voluntad que nosotros consintiésemos y tuviésemos por bueno de resçivir y que fuese resçivido un hombre de la Tierra o de qualquier parte, calidad, dignidad, ygualdad menor o mayor, qualquier o semejante, verbigraçia, en semejante, según a la Divinina Magestad pluguiese que ninguno, por ninguna vía, ni causa ni raçón contra ello, no fuese ni presumiese de tachar o juzgar o empedir lo que Dios [17] haçe y quiere haçer. Que justa cosa es los sierbos ayan por bien lo que haçe su señor, en espeçial tal señor como es Dios, y sabidor de todas las cosas, el qual todo que haze es bueno, y save lo que haçe, que es para buen fin. Él, que nunca tuvo fin ni prinçipio ni medio, todo es perpetuo, y sus criaturas perpetuas, las que son para su perpetuo serviçio.
”Estas cosas dichas, tornó a preguntar el mesmo Dios si héramos contentos aquel dicho hombre entrase en nuestra compañía, el qual hombre él tenía escogido e ungido de sí mesmo para ser nuestro prínçipe y Señor: y esto dezía el Señor Dios por Jesuchristo salvador, cuya sancta encarnaçión fue consentida primeramente en los Çielos y determinada de Dios Padre muchos años primero que en la Tierra fuese hecho, al qual hombre, Verbo encarnado, por entonzes Dios no declaró sus secretos, juyçios, sentençias, maravillas, que entendía hazer salvo. Tornó a preguntar si héramos contentos entrase el dicho hombre en la Yglesia consagrada, triunfante, palaçio real, a señorear, mandar y vedar, al qual Prínçipe havíamos de adorar como al mismo Dios. Y comenzó con gran tronado, sin ser [fol. 117v] vista de nosotros, la Magestad Divina, la qual estava esperando a los que serían dignos de ver a Dios para mostrárseles y santificarlos.
”Comenzó a dezir: ‘Mi voluntad es que aquel Prínçipe que dicho tengo, hombre que á de subir de la Tierra hecho Dios, le adoréys vos y todas las nasçiones: que a su nombre toda rodilla se yncline, ansí de los çelestiales como de los terrenales e infernales’. Esto dicho, luego comenzó Lucifer, que él hera prínçipe mayor en hermosura y valor: ‘No consintáys que entre aquí otro prínçipe ninguno sino yo, que a mí perteneçen estas dignidades y reverençias que Dios manda que hagan a otro. Y vosotros, respondelde que ya tenéys prínçipe, pues tenéys a mí, que yo responderé lo mesmo. Que a mí conviene ser ensalçado y puesto a la diestra de Dios, y no a otro ninguno’. Entonçes híçose tinieblas todo aquel reyno y corte, en que assí los buenos como los malos perdimos la claridad, empero no la sanctidad, en los que la quisieron; que no estávamos en más de ser obedientes a la voluntad de Dios y dezir que les plaçía entrase Jesuchristo o otro hombre qualquier que ordenase la divina potençia. E los que esto diximos, quedamos salvos y dignos de ver a Dios y goçarle para siempre. Luçifer, que estuvo soberbio, con todos los que con él consintieron, cayeron al Infierno, derrivándolos Dios”.
Dixo el sancto ángel: “Y tú, sírvele y ámale, e témele. Vive sin offenderle, que no abrás miedo a su yra, pues es piadoso y justíssimo”. Tornando la bienabenturada a preguntar a su sancto ángel: “¿Pues cómo, señor, se le tornó la claridad a los que ansí escuros estavan, según dize vuestra señoría?”. Respondió el sancto ángel, diziendo: “En la hora que el Señor se nos mostró en su esençia y exçelençia, y claridad y hermosura, luego nos vimos todos claros, y a nos mesmos se nos tornó la claridad en viendo la de Dios. Y partiçipose con nosotros, y bendíxonos, y llenonos de la graçia del Spíritu Sancto repar- [fol. 118r] tiendo sus dones, según convenía a nuestra alta capaçidad. Que por ser spíritus çelestiales, héramos muy altos, aunque unos más que otros. Empero, los menores de los ángeles son mayores que los hombres, aunque tienen el premio y señorío grande para en este mundo, y para el otro los que son buenos y cathólicos christianos, los quales gozan en la gloria de Dios con Él mesmo y con los sanctos ángeles.
”De los demonios te quiero dezir que, luego que acavaron de perseverar en su reveldía y soberbia, los tornó Dios tan disformes y feos y abominables, y suçios y asombradiços como tú saves, si los as visto. Y si los as visto, Dios te libre que no los veas, que la Virgen María, siendo tan sancta sobre toda criatura y teniendo a Dios más contento y agradado que a otra ninguna, temió ver su visión, y le huvo miedo. Y antes que le derrivase el Señor, y le hechase en los Infiernos profundos, le maldixo y le condenó perpetuamente por su peccado y maldad, diziendo: ‘Vete, maldito, por justa maldiçión mía, que no heres digno de mí ni de mi reyno’. Y luego se hizo grande estruendo estando todo en tinieblas, y con fuerte estallido cayeron de súpito más espesos al Infierno que la nieve ni el granizo, ni la lluvia ni el hollín quando apreisa cae y el biento le trae alrededor, no embargando su pesadumbre.
”Hecho esto y bendiçida esta batalla, mostrósenos el Señor, y descansó y holgó en sí mismo con nosotros, sus siervos, y tornonos a bendezir, y dixo: ‘Adentraos, mis hijos, en las sillas reales del glorioso reyno mío, triunfal y çelestial, que vosotros soys dignos de mý y me perteneçéys, y yo a vosotros’. Entonçes dixeron algunos de los altos serafines: ‘Señor, ¿quién serán señores y se sentarán en estas reales sillas, [fol. 118v] pues quédanse vaçías y los desdichados spíritus que en ellas moravan se perdieron?’. Respondió el Señor, diziendo: ‘No queráys saber los secretos de Dios y tan divinos, que agora no es tiempo de saber. Empero, tiempo verná que se savrá, y será manifiesto a toda criatura divina y humana, la qual se sentará en las reales sillas. Y vosotros lo veréys y gozaréys, y cantaréys de plazer en su ensalçamiento, y honraréys sus entradas e salidas; las entradas son quando merezcan entrar en la gloria, y las salidas son quando las ánimas justas salen de los cuerpos, bultoso y pesadoso, quando salen de penas de Purgatorio y son y serán resçividas en el Çielo con gozo de Dios y de los ángeles, conviene a saver, las buenas ánimas y católicas siquier sean hombres, siquier mugeres”.
Esto platicó el sancto ángel, dando quenta de lo que havía pasado en el Çielo, y añidió, diziendo: “No pienses, amiga de Dios, en mí, encargado para tu guarda, que en dezir lo que he dicho y contado lo medio que pasó, ni la declaraçión de cada cosa tan por estenso, pero el buen enmendimiento deboto y simple, ynoçente de maliçia, sano y salvo y sabio, prudente, justo, piadoso, sobre estas pocas palabras le alumbrará el Señor y le enseñará, más que muchas e arduas scripturas y consejos sanctos. Y mientras más letrado fuere el que esto leyere, más entenderá el çentro dello, porque todo es buena cosa con la sancta fee cathólica, aunque son estas cosas más secretas y de lo alto que Dios no lo a querido revelar tan por estenso hasta agora. Empero, quiero te deçir otra cosa, y es que aun nosotros, los ángeles, no entendíamos todo lo que el Señor nos dezía, porque quando dezía que havía de yr al Çielo la humana criatura y assentarse en las sillas reales, y que nos havíamos de gozar los ángeles sanctos con ellas, no savíamos entender cómo havían de ser hechas las tales cosas, [fol. 119r] ni por qué vía, ni quándo. E ninguno osava preguntar a nuestro Dios, por la mucha reverençia que le teníamos, salvo lo poníamos todo en sus manos y en su sancta voluntad, y que havíamos por bien todo lo que le pluguiese hazer en nosotros y en otras criaturas, pues Él hera, y es y será el criador de todas las cosas, y el governador, y el rey soberaníssimo, y el emperador, y el patriarca y monarca, sancto Padre poderoso spiritual y temporalmente.
”Y assí es bueno, dixo el sancto ángel, hagan todas las gentes para vivir y entrar en paz con su Dios y recriador, redemptor, salvador, contino hazedor de virtudes, las quales sean conoçidas de sus criaturas, que es mucha razón, pues tienen entendimiento animal, razional, viviente, perdurable, eterna. Que ansí hizimos nosotros, los ángeles: fuymos agradeçidos, reverentes, humildes, prudentes, amorosos de Nuestro Señor Dios, serbiçiales, corteses, bien criados, paçientes, justos, dando la honra al otro, cada uno despreçiando a ssí mesmo, teniéndose en poco, y tiniendo a su Dios en mucho, y a sus próximos, no despreçiando a nadie, ni diziéndole lástimas, ni ynjuriándole por sus faltas. Mexor es dexar el juyzio a Dios de todas las cosas, salvo aquellas que tienen perlaturas o cargos de justiçia, dignidades, poderíos, lo qual todo con prudençia se a de regir y ordenar, hazer a serviçio de Dios y bien y provecho de las ánimas católicas, y convertir los infieles y los peccadores a verdadera penitençia; animarlos, enseñarlas en la virtud y fee de Nuestro Señor Jesuchristo, hazerles saver los exemplos de los sanctos, provocarlos a todo bien, apartarlos de todo mal. Estas son las obras de misericordia spirituales. Las que les hizieren bien, abrán; las que no las hizieren para sí, harán gran daño, y las otras ánimas ayudarán a perder. Mírense bien, mírense bien las gentes, que quien solo peccare solo dará cuenta a Dios; empero, quien a otros hiziere peccar, llevará su peccado y su culpa, y la agena.
”Dizes que te diga sobre el evangelio de Sant Juan: ‘in principio erat verbum’, y sobre las sanctas liçiones de ‘in principio creavit Deus celum & terram’. Pues en la sagrada scriptura esto todo se contiene largamente; y en la sancta ley nueva y vieja, concordantes en una perfeçión, allí se hallarán abundosos pastos; y en la piedra, que es Jesuchristo, se hallarán fuentes de agua dulce, y su [fol. 119v] sanctíssimo cuerpo sacratíssimo, e tierra que mana leche y miel, tierra sancta, tierra prometida que Dios prometió a sus escogidos, lo qual todo se cumplió en el misterio de la sancta encarnaçión y alçavose el día de la Sancta Asunçión del Señor, y perseverará agora y para siempre jamás”.
Capítulo XXVI
De una revelaçión que vido esta bienabenturada tocante a una ymagen
Tienen e[n] tal monasterio de Sancta María de la Cruz una ymagen de Nuestra Señora, la qual hera de bulto muy antigua. Y las monjas, saviendo que la havía bendeçido un obispo, tiénenla mucha devoçión, porque algunas vezes la havían visto hazer milagros, y sacábanla en proçesión los días del sancto apareçimiento. Y por ser tan antigua, renováronle el gesto por un entallador, cortándole de la garganta arriba, y pusiéronle otro gesto y pecho. Y trayéndola al monasterio, fueron las monjas a la ver e saludar. Y algunas les pareçió muy bien, y se consolaron con ella, y a otras les pareçió mexor el gesto que antes tenía, y desconsoláronse mucho, de manera que vinieron en alguna diferençia de palabras.
Y saviéndolo esta bienabenturada, mandolas llamar, y díxoles: “Muy maravillada estoy, hermanas mías, de la desconsolaçión que tenéys del renovamiento de esta sancta ymagen, dado caso aya razón por la falta de la ymperfeçión de la pintura no ser tan aplaçiente a nuestros ojos. Pero aunque sean feas las imágenes, es cargo de conçiençia no tenerlas en mucha reverençia y estima, en espeçial si son las tales ymágenes de Dios y de Nuestra Señora, que estas tales, feas o hermosas, son dignas de muy grande acatamiento. E ruegoos, señoras, hagáys aquí un altar en esta nuestra çelda, y traed aquí la sancta ymagen, aunque yo sea indigna dello; que si yo pudiere, ya avría ydo al coro de rodillas a saludar a su Alta Magestad”.
Y traýda la ymagen a la çelda de la sancta virgen, y puesta en el altar, rogolas que la dexasen allí dos días. Y estando ella aquella noche en contemplaçión, vido Nuestra Señora en visión muy hermosíssima, y poníase enzima de la ymagen suya, y dezía: “Yo me contento de esta ymagen, y la escogo y açeto para mi morada y aposento, y como en trono mío resplandezco en ella y en mi spíritu se [fol. 120r] goza, porque los peccadores conmigo abrán refugio y consolaçión, y yo les ganaré del mi Hijo perpetuo gozo en la gloria perdurable”.
Y esta bienabenturada que lo veýa, suplicava a Nuestra Señora que entrase dentro de la ymagen su spíritu, pues hera tan hermosa, y dende allí escuchase las oraçiones que le hazían, y en espeçial las suyas, porque ella viese que no caýa en vaçío hechos delante su preçiosa ymagen, como algunas vezes tienen las gentes crédito, que no está allí donde la llaman. A los quales pensamientos y suplicaçiones, respondió Nuestra Señora, y dixo: “Por estar nuevamente puesto este madero en esta ymagen mía, no quiere Dios, ni a mí plaze, entrar dentro en ella hasta que se consagre o vendiga, de manera que se haga digna e perteneçiente de mí por virtud de la consagraçión justa que devidamente deven tener las ymágines, e yglesias enteras, y altares aparejados y limpios al culto divino”.
Y la noche siguiente vido la bienabenturada, a ora de los maytines, una visión muy gloriosa. Y es que vido venir a Nuestro Señor Dios en un trono muy rico, en bestiduras pontificales, çercado y acompañado de muchedumbre de ángeles, y sanctos y sanctas. Y estava junto a la dicha ymagen de Nuestra Señora, a la qual bendeçía con palabras muy devotas e reverençiales, y cantares y dulçes sones que hazían los ángeles con diversos ynstrumentos, de las quales palabras y cançiones no pudo colegir esta bienabenturada sino pocas palabras. Y el día que vido esta revelaçión, hera octava de la dedicaçión de la yglesia, y las çeremonias que Nuestro Señor hizo en la consagraçión de esta sancta ymagen fueron muchas. Estava bestido como obispo, y la ymagen, que estava bestida de sedas, según es uso adereçar las ymágines, a deshora pareçió toda desnuda y alçada en alto, teniéndose con el poder de Dios. Esto hera antes que el Señor la bendixese, el qual día hizo llamamiento a los sanctos ángeles para que viesen lo que hazía en aquella ymagen, y assimismo los demonios, para que huviesen miedo y viesen la virtud que Dios ponía en su sancta Yglesia e ymágines y altares. E por fuerça se lo hazían mirar y reverençiar, que dava poderío a la sancta Madre Yglesia que vençiese ella al demonio, e deshechase con baldón, y resçiviese a Dios Jesuchristo y a su sancta Madre con reverençia e honor.
E para esto bendeçía y deçía a altas vozes el mesmo Señor, desde su alto trono: “Ego sum quis me et ecce nova facio omnia”, que quiere dezir: “Yo [fol. 120v] só Yabé, que todas las cosas hago nuevas. En lo alto del Çielo moro, soy rey eterno que rixo los coraçones cathólicos y devotos. El mi adversario los perturba, empero yo soy el que los agosiego; él los derrama, yo los allego; y él los disipa, yo los proqueo; él los destruye, yo los edifico; él los ensuçia, yo los alimpio; él los enturbia y revuelve y haze oler mal, yo los purifico y hago bien oler suavíssimo. Sé de lo malo hazer bueno. Y de lo no lympio, hazer limpio. Y de lo ymperfeto, hazer perfeto, e loable y agradable”. Y volvía sus preçiosos ojos a la ymagen de Nuestra Señora, e dezía: “¿Quién te deçía madre mía?”. E poníale muchas cruzes hechas joyeles. Estando ella ansí desnuda, la çercava toda, espeçialmente la caveça, frente y gesto, y los pechos y espaldas, e hombros y braços y manos, con todo el cuerpo hasta los pies, que significavan los çimientos de la sancta Madre Yglesia. Y después de muchas bendiçiones que el Señor deçía, dixo cantando aquella antíphona que dize: “Hanc quam tu des picies, Maniche, & mater mea est, & de manu mea fabricata”. Y respondían los ángeles con muy claras vozes, diziendo: “Fons hortorum, redundans gratia mundum, replens celi numeribus, mater Dei fecundans, omnia nos instarams, supernis sedibus flores hortum, mox ab infantia admirandus fulsit virtutibus, eam dian candens flos multiplicat virgule decorem, conceptus glorificat Maria pudorem”. Y mientras estas antíphonas y cançiones se deçían, pareçió a deshora la ymagen de Nuestra Señora, bestida de las mesmas bestiduras de muger, y puesta en su altar como primero estava. Y los demonios quedáronse mesando y arañando, y dando gritos e aullidos, y la visión de Nuestro Señor desapareçió, roçiando la casa con agua bendita, y la bienabenturada quedó muy consolada.
Y pasados los dos días que la sancta ymagen estava en su çelda, ayuntáronse allí el abbadesa y monjas, diziendo a la sancta virgen que yban por la ymagen, ymportunándola el abbadesa que, pues estavan allí todas, les dixese alguna cosa de las que Dios les mostrava. Respondió, diziendo: “Lo que ay que deçir es que Nuestro Señor Dios tiene en tanto las ymágenes, y se sirve que las aya en la sancta Madre Yglesia, y que sean honradas y beneradas por nosotros peccadores, pues el mesmo Dios de los Çielos vino a la [fol. 121r] vendecir y a enseñarnos cómo son cosa por donde se alcança virtud y devoçión quando se tiene en el coraçón; y bien se pareze, según yo vi en una revelaçión que el Señor fue servido de me mostrar, quánto Él ama y honra la sancta Madre Yglesia y a sus sanctas ymágines por amor della”.
Y dixo la revelaçión susodicha, y añidió, diziendo: “Me dixo mi sancto ángel, después que desapareçió el Señor: ‘Mira qué son las maravillas de Dios, que si en un madero alla Dios bescosidad y no quiere que su sancta madre le quiera y tenga por su ymagen, hasta le haver alimpiado y puesto en él dignidad de bendiçión suya, como la tiene la sancta Yglesia, ¿qué tales estarán las ánimas, que llenas de pecados, están ensuçiadas y asquerosas?, ¿cómo serán dignas aquellas tales que venga Dios en ellas, ni su sancta Madre con graçia y piadosa caridad, si primero no son alimpiadas las tales ánimas peccadoras por espeçial graçia de Spíritu Sancto, sin el qual ninguna cosa es buena, ni justa ni sancta, ni digna ni açepta a Dios? Y por semejante, con los dones del Sancto Spíritu, las cosas que son d’él preçiadas e baxas, Dios las ensalça y tiene en ellos thesoros muy grandes, aunque ascondidos a los ojos de las personas de la Tierra. Bendito sea Dios en sus dones, e los sanctos en sus obras, y las ymágines en sus altares, y los altares en sus yglesias, y las yglesias en sus sacramentos, y los sacramentos en la cruz y Passión de Nuestro Señor Jesuchristo, y en el sancto baptismo y remisión de los peccados’”. Y acavado esto, dixo la bienabenturada: “Bien se pueden llevar la sancta ymagen”; la qual llevaron el abbadesa y monjas con mucha devoçión y reverençia con candelas ençendidas, cantando el ‘Te Deum laudamus’, al coro, y la pusieron en el altar acostumbrado. Y de aý adelante, se consolaron mucho las monjas con esta ymagen.
Deçía el sancto ángel de su guarda a esta sancta virgen: “Yo te amonesto que las graçias que resçives del poderoso Dios las guardes con humildad y las hagas creçer con agradeçimiento, porque todo lo que tienes es suyo. Mira cómo negoçias con ello, que muchas vezes estoy admirado de las cosas que la clemençia de Dios haze contigo, entre las quales te quiero dezir una, y más porque no seas yngrata ante su Real Magestad, mas singularmente le des graçias por ello: y es que muchas vezes [fol. 121v] te veo en tu cama hechada, padesçiendo muchos dolores, y que en tu entendimiento y voluntad estás gozando y viendo cosas muy grandes, çelestiales, y que las ánimas de Purgatorio te llaman y piden que las ayudes en sus neçessidades, y las gentes de la Tierra están hablando contigo, contándote las cosas secretas de sus ánimas y consçiençias, pidiéndote consejo y ayuda con tus ruegos e consuelos. Con tus palabras veo la graçia de Dios puesta en ti, que con todo cumples enteramente. No es esta pequeña graçia, avísote no seas yngrata a tan grandes benefiçios hechos en ti por la voluntad de Dios”.
E tornando en sus sentidos, esta bienabenturada llorava con muy grande humildad y contriçión, y con muchos gemidos se llamava peccadora y yngrata a los dones que de Dios tenía resçividos. Y con palabras muy amorosas y dulces, haçía grandes esclamaçiones al Señor, supplicando a su Alta Magestad le perdonase las faltas que havía tenido en no serle tan agradeçida como hera obligada a los benefiçios d’Él resçividos, y le diese graçia se encomendase, que tal propósito tenía con su ayuda.
Dixo a las religiosas esta sancta virgen: “Quiéroos contar una cosa que el Señor fue servido de mostrarme, de lo qual mucho me maravillé. Un día de la señora sancta María Magdalena, llevándome mi sancto Ángel, estando yo elevada al lugar donde está su cuerpo por que yo ganase los perdones que están otorgados en aquella yglesia, y pasando por una çiudad que está en este reyno de Castilla, llevándome entre sus alas, vi en un campo, çerca de la mesma çiudad, unas muy grandes llamas. Vi salir un ánima más clara que el sol, y dos ángeles que la llevavan de los braços, y otro ángel yba delante della con una muy resplandeçiente cruz en las manos, y todas subían tan apriesa a los altos Çielos como un rayo. Y viendo yo esto, muy maravillada, dixe a mi sancto ángel: ‘Señor, ¿qué es esto?’. Respondió: ‘¿Qué te pareçe a ti dello?’. Y yo supliquele me declarase qué hera. Dixo: ‘Sí haré, por que veas quánto aprovecha la gran contriçión, aunque sea en breve tiempo. Esta ánima, que as visto tan [fol. 122r] resplandeçiente e clara subir ahora a los Çielos tan apriesa −no se deterná hasta ser puesta ante el poderoso Dios− hera de un hombre muy peccador, y aquella gente que viste çerca del gran fuego donde ella salió le havían muerto por mando de la justiçia. Y la muerte que le dieron fue quemalle porque havía hecho un peccado lo más de su vida muy creminoso, por el qual mereçió muerte spiritual y corporal, y ya en la vejez fue acusado d’él por sus próximos a la justiçia, la qual le mandó prender. Y traýdo ante el juez con muchas prisiones en sus pies y manos, díxole: ‘Aquí heres acusado de un gran crimen que as hecho, niégalo o confiésalo’. Respondió el dicho hombre: ‘No quiera Dios que yo niegue la verdad, que para confesar mi delito no he menester testigos, mas de confesar yo la verdad ante Dios y ante vos. Yo he hecho ese peccado dende que me acuerdo ser hombre hasta la hora que me prendieron. Y dende entonçes propuse en mi coraçón de nunca más hazerle, aunque pudiese y para ello tuviese salud y libertad, y esto por amor de solo Dios. Y mucho me pesa por le haver cometido, no por la pena que merezco por ello, sino por la offensa que he cometido contra Dios’. Y oyendo el juez la confisión, que haçía tan clara y sin temor, maravillose mucho, y díxole: ‘Mira lo que diçes, no sea eso con desesperaçión’. Respondió: ‘No, sino con verdad y dolor de mi peccado’. Díxole el juez: ‘¿Qué quieres que hagamos de ti?’. Respondió: ‘Pagar mi delito según lo merezco’. Y oyendo esto el juez, mandole meter en la cárçel, y dende a çiertos días, requiriole con la misma pregunta. Y él respondió lo mesmo que havía dicho, y ansí lo hizo por tres vezes. Y la postrera vez dixo al juez que le rogava mucho no le hiçiese más preguntas, sino darle la pena que mereçía por su peccado. Y assí fue sentençiado a la pena que as visto, que le quemasen, mas no vivo, sino primero ahogado. Y dígote que si este hombre quisiera, no muriera, porque el juez le diera la vida con alguna pena corporal. Mas no quiso sino morir pagando su peccado con [fol. 122v] mucha contriçión, por la qual esta bienabenturada ánima será sentada en la juridiçción de la sancta María Magdalena e del sancto ladrón, porque todas las personas que an sido grandes peccadores y se salvan mediante la Passión de Dios e por vía de gran contrición en breve tiempo y hora venida, como fue la del ladrón y de otras semejantes, quiere Dios estén en la dicha juridiçción. Y en esto que te he contado, podías conoçer quánto vale la contriçcón que es de coraçón con propósito de enmendarse. Tómalo para tu aviso y de tus hermanas las religiosas, y a quien más te pareçiere deves dar el tal consejo.
”Preguntasme qué penitençia y penas padesçidas en la vida serían bastantes para después no yr a Purgatorio ni sentir sus penas. Los peccados son tan grandes que no son bastantes las penitençias y penas del mundo para quitar el Purgatorio, mas son bastantes las virtudes para salvar el ánima sin Purgatorio. Y juntadas las penas y enfermedades con las virtudes, son bastantes para no sentir el Purgatorio. Y las virtudes que an de tener son tres: la primera, grande amor de Dios para obrar por Él con fe e amor muchas cosas; la segunda, caridad con Dios y con sus próximos, no turbándolas y teniendo tanta caridad con los difuntos que, si estuviese un ánima en mucho fuego penando, dixese la tal persona: ‘Quítese esta alta alma de esta pena, que yo la padesçeré por ella’; la terçera virtud es tener tan grande esperança, que ni por muchas penas ni tribulaçiones, de cualquier manera y condiçión que sean, no quite a la persona la esperança de Dios. Es tan malo el peccado, que las gentes del mundo deven tener gran cuydado de guardar sus ánimas de no caer en peccado, y si cayeren en él, antes que salga el sol trabájese el que cayere en peccado de salir d’él antes que se ponga el sol. Los religiosos se deven guardar de la murmuración, por liviana que sea, que es muy peligrosa para la salvaçión del alma, y en espeçial quando es contra los perlados, [fol. 123r] porque el mayor peccado que los religiosos tienen es este, y tener en poco sus mandamientos; porque es semejante a la offensa de Dios, aunque no en la substançia. Y así sería, en los peccados de los religiosos, muy livianos, sino por este que los agravia. El lugar apartado ay de pena en el Infierno y en el Purgatorio, donde señaladamente ay senos de grandes penas por sí, donde padeçen muy crueles tormentos las ánimas que en este peccado cayeron, porque dellos se salvan y otros se condenan. Y para la satisfaçión de esta culpa, es menester el perdón de la Yglesia, ansí de la triunfante como de la militante: porque la Yglesia es con Dios, y Dios con la Yglesia; y quando la Yglesia perdona, perdona Dios; y quando Dios se enoja, y está ayrada la Yglesia, y quando la Yglesia se aplaca, Dios. Y para esto, es menester el ruego de los sanctos, y la confisión de la boca y contriçión del coraçón, y la satisfaçión de la obra, la qual es haçer bien a quien les haze mal, no murmurando de quien los injuria, perdonar qualquier mal que les sea hecho, y rogar por quien los persigue, aunque les parezca y conozcan tienen razón y justiçia en las quejas que dan de las contrariedades hechas a ellos por las criaturas.
”Es muy gran mérito sufrirlas en paçiençia, por amor de Dios. Y las personas que lo tal hiçieren, estarán como clavellinas sobre las caveças de sus persiguidores, y las obras como carbones ençendidos devajo de sus pies. Y aun podría ser, y ansí acaeçe, por el ruego de los tales y buen exemplo, convertirse sus persiguidores, aunque fuesen de muy duros coraçones, venir en conoçimiento. Y para poder haçer todas estas cosas, es menester una maestra y administradora que ande con la disçiplina en la mano castigando, la qual maestra es llamada penitençia virtuosa, hecha de todo género de tribulaçiones, e persecuçiones y enfermedades; y todas estas cosas, aunque en sí son muchas y en el padesçer diferentes, todas juntas es llamada penitençia. Y junto con esta maestra, dando lugar a las esperaçiones del Spíritu Sancto, el qual alumbra y espira en las ánimas, es llamada penitençia virtuosa si es padeçida alegremente, a lo menos con la mayor conformidad que pudieren por amor de Dios; e [fol. 123v] padesçiéndola de otra manera, es llamada sin virtud, y sin mérito. Y qualquier persona que tuviere perdido el amor y temor de Dios e esperança, ¡ay, la tal!, que hará qualquier mal y peccado en offensa de su Dios. Y para remedio de este tal peccado, es menester las tales personas travajen con todas sus fuerças por el negamiento de sí mismas, y con el olvido de todas las criaturas y de todas las otras cosas transitorias, poniendo su esperança en solo Dios; el qual á de ser amado por sí mesmo, y no porque de el Paraýso acordando, del Infierno y de sus penas, las quales mereçe por sus peccados, y pidiendo contiçción y dolor, y perdón y penitençia de las ofensas y faltas hechas en el serviçio de Dios. Y resçivan en paçiençia e remisión de sus peccados los travajos y perseveraçiones que se le offreçieren, y los de la sancta religión.
”Si la tal persona fuese religiosa, el miércoles, y viernes y sábado, los quales son días açetables ante la magestad de Dios, y también el lunes, si quisiese, travaje de sufrir con paçiençia todas las cosas que en estos días tales se le offreçieren en remisión de sus peccados e faltas que a hecho en la sancta religión, y diziendo nueve o quinze vezes en los semejantes días estas sanctas palabras: ‘Jesuchristo es mi amado, Jesuchristo es mi gloria, Jesuchristo es mi dulçedumbre’. Y quien con fervor e afiçión y devoçión del coraçón dixese estas sanctas palabras, no quedará baçía su ánima de alguna graçia spiritual. Y guay del religioso o religiosa que dize: ‘Sierbo soy de Dios’ y no quiere resçivir los açotes de sus próximos. Que Jonás propheta, uyendo por no resçivir el azote del próximo, diole Dios otro mayor que el próximo le diera, que fue caer en manos de otros mayores y más crueles; por lo qual es mejor con paçiençia sufrir lo que el Señor permita que les venga, así de su poderosa mano como de las próximas.
”La oraçión perfeta ante la magestad de Dios es muy çierto men- [fol. 124r] sajero y muy grande amigo ante ese mismo Dios. Para ser perfeta y paçífica es menester coraçón muy limpio, y la consçiençia, y en silençio, y sin ruydo de palabras, y con lágrimas, apartados de todas las criaturas, en espeçial de los amigos. Y en este apartamiento en la mayor parte de ser en el pensamiento y cuydado dellos, y no ay sospiros ni gemidos que del coraçón devoto sean salidos que ante Dios no sean oýdos. Si alguna persona, de qualquier estado que sea, desea de morirse, y la tal es muy peccadora, ya qu’el desseo de morir fuese causado por vía de alguna tentaçión de falta de virtud spiritual, de no tener fuerças para sufrir las adversidades y no causado por virtud de amor de Dios, a esta tal persona esle buen consejo deshaga sus peccados con lágrimas, y gemidos y penitençia, e después muérase, si Dios lo quisiere. Porque la alma peccadora assí es como la bíbora preñada, que sus mesmos hijos le comen las entrañas, y como la perra preñada, que pare muchos perros y todos bibos, y los cría con su leche hasta hazerlos canes grandes, y después estos, perdiendo el conoçimiento de hijos, muerden y maltratan a su madre; y si esta los mordiera, en conçibiéndolos, no la mataran después de ser criados: assí toda ánima deve, en viviéndole algún mal pensamiento, moverle y hecharle de sí antes que crezca, porque perserverando en el mal pensamiento se haze peccado mortal. Y creyendo los tales pensamientos, pare y cría el ánima canes contra sí mesma que le comen las entrañas, que son las virtudes, y el temor y amor de Dios, y la traen tan devajo de los pies que ella no se puede librar dellos, porque está ya [fol. 124v] vençida, y muerta y condenada; y esta tal no tiene otro remedio sino dar vozes y llamar los fuertes del Çielo, y que la valgan y bengan a matar los canes. Y estos fuertes que á de llamar es la gran misericordia de Dios, y su poder, y el ayuda de los grandes sanctos del Çielo. Y para mereçer la tal ayuda y socorro, es menester que esté el alma muy contrita y humillada, para que Dios la ayude y valga. Por semejante es el alma que está en peccado mortal comparada a tres cosas. La primera, a la sepoltura de muertos, que yede y está llena de gusanos; assí el alma que está en peccado mortal está muerta y hidionda, en el qual hedor conoçen los ángeles que está en peccado mortal, el qual hedor es mayor y más malo que el que sale del cuerpo. Y este hedor sale de dentro del alma, y es tan terrible que, si las gentes no tuviesen quotidianamente peccados, conoçerían algunas vezes quándo están en peccado mortal. La segunda es que pareze cueba escura y llena de serpientes, porque en cayendo el alma en peccado mortal se le quita la lumbre, y quédale tal alma deshecha y tan escura como una cueba. Y luego está allí el Demonio poniendo los malos pensamientos y cogitaçiones; y tomándolos y ocupándose en ellos, temiéndolos en su coraçón, dándoles consentimiento, esta tal alma está hecha cueba escura y llena de serpientes, que son las frutas del Demonio. Lo terçero, que pareçe monte lleno de serpientes brabas y sin raçón, conviene a saber, quando es soberbia, la qual soberbia es monte, y las serpientes que en él están son los demonios, los quales son bravos y sin raçón, porque después que pecaron la perdieron. Y por muchas maneras de prensumpçión, sube el alma a este monte, presumiendo de abilidad y saber, [fol. 125r] y hermosura y linaje, y buena voz, y cantar y leer, e otras cosas semejantes. Y subida el alma al monte entre las bestias brabas, que son los demonios, los quales, viéndola estas soberbias y presumpçiones, la haçen caer muy avajo, que es en peccados mortales; e no travajándose de salir, devoren su vida, que dura para siempre con las bestias bravas en el Infierno”.
Capítulo XXVII
De una habla que esta bienabenturada tuvo con Nuestro Señor estando en oraçión
Estando esta sancta virgen en su çelda en una ferbiente oraçión ante una ymagen del Señor y de su bendita madre, offreçiole sus dolores y enfermedades, y las oraçiones y penitençias que hazían las religiosas de su monasterio, y las de todas las personas que a ella se havían encomendado. Y ansimismo, suplicava a su Divina Magestad resçiviese de todos ellos los serviçios e buenas obras, y limosnas que por su sancto amor hazían, y le pluguiese responderla si huviese resçivido los serviçios de sus hermanas, las religiosas, y de sus devotos a ella encomendados.
A la qual suplicaçión respondió el poderoso Dios, diziendo: “Sí, he resçivido, y bien me an sabido, y muy mejor me sabrán las mesmas personas, que son las oraçiones y ánimas. Y las ánimas que yo como an de estar tiernas, como novillo y ternera que tienen la carne sabrosa, y no dura como las terneras viejas, que estas tienen la carne dura y desabrida. Y entonçes está el ánima tierna e sabrosa, como ternera, quando está tierna en el coraçón, e obrar la palabra de Dios y sufrir por amor d’Él todas las penas y tribulaçiones que se le offreçieren; y la carne dura y desabrida, de la bacca vieja, se entiende por el ánima endureçida en peccados y malas costumbres, la qual, aunque oye la palabra de [fol. 125v] Dios, no tiene el coraçón tierno para resçivirla y obrarla, mas antes está endureçida, y en su dureça y penitençia y desaprovechamiento de toda buena obra”.
La sancta virgen, oýda la respuesta del Señor, suplicó, diziendo: “Mi Señor, la alma endureçida, ¿qué remedio o penitençia podría hazer para alcanzar la graçia y perdón de vuestra gran clemençia?”. Respondió su Divina Magestad: “La tal alma á menester desollar el pellejo y apartarlo de sí, assí como se aparta el jabón del paño de que está jabonado, y como se aparta la mano de la masa de que está amasada, y como se aparta el suero de la quajada de que es bien apretada”. La bienabenturada tornó a preguntrar al Señor, diziendo: “Señor mío y Dios mío, ¿de qué manera se á de desollar la misma persona el pellejo?”. Respondió el Señor: “Con apartar y deshechar de sí la vieja y mala costumbre del peccado, porque yo estoy mirando y contemplando toda ánima devota, y veo todos sus buenos desseos, y pensamientos y cogitaçiones, y me deleyto y goço con ellos. Y por semejante, miro el ánima endureçida en mal obrar, y la contemplo, y ayrado le estoy diziendo: ‘Conviértete, ánima, a mí, mira que soy tu Dios, y tu criador y redemptor. Conviértete a mí’. E aunque me aýro contra la tal ánima viviendo en la carne, no me aýro del todo hasta que sale del cuerpo. Y quando estoy ayrado contra las tales ánimas que no se enmiendan ninguna vez, alço mi poderoso brazo en mano, con yra, para castigar mis offendedores. Mas los abogados çelestiales, en espeçial mi madre Sancta María, con sus muy humildes ruegos, me haze abajar la mano; y algunas vezes me escondo a mi piadosa madre, porque no me ruegue ni pida virtudes para las ánimas injustas. E asta ora la veo cave mí, de rodillas, rogando por todo el humanal linaje”.
Y dixo la bienabenturada: “Mi Señor, ¿con qué castigará vuestra Divina Magestad?”. Respondió su gran clemençia: “Con una bara que yo tengo de yerro para castigar a quien yo quiero”. Y dixo la sancta virgen: [fol. 126r] “¿Cómo, mi Dios y Señor, vara tiene de yerro, y no de oro?”. Respondió el poderoso Dios: “Quando quiero, la torno de oro, y de azero u de plomo, y de otros metales, según la manera de castigar; porque algunas personas castigo con bara de oro, y a otras con bara de yerro, o de azero o plomo. Esto es para las personas muy reveldes y duras en la enmienda de sus peccados, y en esto no te quiero más declarar. Quando yo estava subido y enclavado en la cruz, tuve capítulo general a todo el mundo, assí çelestiales como terrenales e infernales, y púseme en medio de todo el mundo en aquella cruz muy alta para que me viesen y conoçiesen todos cómo hera yo, su redemptor. Porque assí como el perlado se asienta a tener capítulo en lugar donde todos sus súbditos le vean y conozcan, assí, por semejante, estuve yo en la cruz, diziendo a los ángeles y a las criaturas, y a las aves y a las piedras: ‘Ansí que muero, ¿quién me á compasión?’. Y por cada una de mis llagas y heridas salían sermones y palabras, las quales embiava el Padre mío çelestial, como ruydo de muchas aguas, las quales palabras oyen los ángeles. Y por las unas llagas, salían palabras pidiendo al Padre mío misericordia para mis atormentadores, y por las otras llagas salían palabras pidiendo justiçia, y no para que se condenasen, mas para que en esta vida les diese a sentir mi Padre çelestial qué cosa heran llagas y conoçiesen y sintiesen qué cosa heran dolores, los quales yo padesçía por ellos, y porque se mereçiesen salvar. Y por la boca me salieron siete palabras, que cada una hera un sermón, que nunca se olvidó ni olvidará, hasta la fin del mundo. Y assí estava puesto en la cruz, rogando por todas las penas nasçidas y por nasçer”.
Dixo la bienabenturada: [fol. 126v] “O, Señor mío, ¿quién supiese quándo está el alma en estado de graçia?”. Respondió: “Ese secreto guardo yo para mí, que no le he revelado a ninguno, ni aun a sant Françisco con quantos secretos se le mostraron. Mas puede tener esperança el alma que está en estado de graçia cuando se viere que tiene fee y amor de Dios, y devoçión”. Dixo la sancta virgen: “Mucho supplico a vuesa Divina Magestad, mientras yo viviere no me dexe sin dolores, y enfermedades y persecuçiones que padezca por vuestro sancto amor, por que cada día y hora tenga muchas cosas sufridas y padesçidas con paçiençia para le offreçer. En mucho le encomiendo, Señor, a mis hermanas las religiosas, las quales le aman mucho, y por su amor se dan muchos azotes y le hazen otros serviçios”. Respondió el Señor, diziendo: “Los azotes que tus hermanas se dan, poco les duelen, que no las hazen llorar; mas las que sus próximos les dieren, las harán llorar”. Y volviéndose a su bendita madre, dixo: “Por esta preçiosa muger y madre mía tan amada, soy amigo del femíneo linage de las mujeres, y huelgo de estar con ellas y a par de ellas”. Dixo la bienabenturada: “¿Y a los hombres, mi Señor, no los quiere Vuestra Magestad también?”. Respondió: “El coraçón del hombre téngole yo en mi mano, y métole yo en el mío, y hágole una cosa con él”. Dixo la sancta virgen: “Señor, y los nuestros de las mugeres, ¿no los mete también en su real coraçón?”. Respondió: “Sí, porque todo coraçón de hombre o muger se entiende por el afiçción y voluntad devota, que el coraçón de carne los gusanos se le comen; y los que son malos, assí de hombre como de muger, tan apartados están de mí como el Çielo de la Tierra. Y pues diçes que tus hermanas las religiosas me quieren tanto, diles que, pues yo soy Rey y Señor, en este [fol. 127r] sancto tiempo de Quaresma me adereçen dentro en sus coraçones aposento limpio y enparamentado, con paramientos limpios y afinados y pintados, y la casa de la consçiençia barrida, con la confisión devota, y regadas con aguas olorosas de lágrimas amorosas y piadosas; y los paramentos an de ser virtudes, las quales son penitençia, humildad y ayuno, silençio y oraçión; y ponerle muchos ramos y rosas en la casa, assí adereçada, los quales an de ser buenos pensamientos y desseos. Y acordaos, tú y ellas, que escogí çenáculo emparamentado, en el qual se justificaron y sanctificaron los Apóstoles, los que lo mereçieron −aunque algunos dellos estavan ya sanctificados, se sanctificaron más−. Y también quiero me den sepultura limpia y virgen dentro de sí, que no haya nadie entrado en ella, como hizo aquel mi amigo que me dio sepultura virgen: esto se entiende por el coraçón y voluntad, que no aya amado otra criatura más que a mí”.
Y diziendo esto, volvía a mirar los pechos de su sacratíssima Madre. Y la bienabenturada, con mucha humildad, suplicó a su Divina Magestad le diese a sentir la dulçedumbre de la leche de su preçiosa madre, y también a las religiosas, a la qual respondió el Señor: “La dulçe leche de mi amada madre es muy buena mediçina para las llagas ynteriores del alma, las quales algunas están tan afistoladas y arraygadas que no bastan contriçión ni arrepentimiento, ni propósito ni lágrimas, porque están tan arraygadas que luego se les olvida la devoçión y propósito y contriçión que an tenido, y tornan a usar sus mismos peccados. Y para el remedio de esto no basta otra cosa sino la verdadera emendaçión con perseverançia [fol. 127v] en el bien obrar. Y yo oygo −dize el Señor− en Purgatorio ahullidos y gemidos de ánimas, las quales están devajo de los altares de Purgatorio rogando y suplicando a la poderosa Trinidad las perdone los pecados de la tivieça y flogedad con que lloraron sus peccados viviendo en la carne, y nunca se enmendaron dellos hasta el fin de sus días, y assí murieron. Y por estas tales almas huelgo de rogar a mi Padre çelestial las perdone”.
Deseando la bienabenturada saver de qué genero de peccados están las llagas afistoladas y arraygadas, supplicó al Señor que Su Magestad se lo dixese, y respondiole: “De los siete peccados mortales, y de sus ramos y çircunstançias, y porque soy esposo vergonçoso, y la calidad de los peccados es vergonçosa y suçia, no quiero hablar en la maliçia dellos y qualquier alma peccadora y suçia, y deshonesta y desvergonçada. Y en esto puedes ver quánta cosa es el peccado. Y ese mundo en que vivís los humanos es dicho monte: es, a saber, cada alma buena se puede deçir monte sancto del Señor, porque así como el árbol tiene raýçes y frescor, y está verde y hecha flores y ojas, assí el alma que tiene sus raýçes en Dios hecha buenos desseos y pensamientos y obras, y a esta tal tómola yo para mí”.
Dixo la sancta virgen: “Mi Señor, ¿pues yo y mis hermanas no somos monte de Vuestra Magestad?”. Respondió el Señor: “Monte soys, aunque pequeño, en el qual ay árboles frondosos. Y árbol frondoso quiere deçir árbol ancho y de grandes ramas, los quales árboles no se pueden quejar no les he hecho grandes merçedes y espeçiales en sus ánimas”. Dixo la bienabenturada: [fol. 128r] “Supplico a vuestra Divina Magestad dé a este monte de mis hermanas, las religiosas, graçia con que retengan en su memoria los sus consejos y mandamientos”. Respondió el Señor: “Doyte, doyte por respuesta lo que dixese en la Tierra a la muger que me dixo: ‘Bendito sea el vientre en que anduviste y las tetas que mamaste, y todo lo demás que te dio refeçión’. Assimismo, sea bendito el que mis palabras oye, y las guarda en su coraçón. Y assí digo a tus hermanas las guarden en sus coraçones hasta la fin de sus días, y las pongan por obra, porque merezcan la vida eterna”.
Estando esta bienabenturada virgen elevada, vio un saçerdote, el qual perdió los sentidos corporales diziendo misa, a manera de elevaçión. Y estando assí por un breve espaçio, tornó en sí, y hallose a la otra parte del altar, y dixo al Señor: “Señor mío, ¿qué es esto que a pasado por mí, que no lo entiendo?”. Y respondiole el poderoso Dios: “Como tú me havías de comer a mí, he te yo comido a ti primero. Y dígote que ansí me he deleytado, y tanto gusto he tomado en comerte como un buen panar de miel, esto a quanto comparaçión de gusto. Agora cómeme e gústame tú a mí, y deléytate conmigo”. Y assí acavó este saçerdote su misa con mucha consolaçión espiritual.
Assimismo, vido esta sancta virgen cómo los sanctos ángeles resçiven las palabras doctrinales y fructuosas para las almas, e salen por la boca del predicador en paniçuelos muy blancos, labrados de letras cordiales. Y cada uno de los ángeles [fol. 128v] envolvía el coraçón del alma que tenía a su cargo, y le recogía los sentidos para oýr las palabras de Dios; otrosí ponía en una tovaja grande y ancha, a manera de quando quieren comulgar, la qual tenía una cruz de oro en medio muy resplandeçiente, en la qual tovaja caýan todas las sanctas palabras, que salían de la boca del predicador. Algunas pareçían sacramentos, y otras rosas y flores, y otras como nieve llena de maná o roçío. Y tornávanse confites sabrosos y olorosos, e otras como manera de oro, e como joyeles hechos relicarios. E viendo la bienabenturada cómo las sanctas palabras pareçían de tantas maneras, preguntó al sancto ángel qué figura hera aquella, el qual respondió: ‘Que assí se an de aparejar las almas justas y devotas para resçivir las palabras de Dios en sus coraçones como en relicario, y tenerlas en tanto y favoreçerse con ellas contra toda la adversidad que a la alma puede empeçer, y para tener muy çierta salvaçión. Y hágote saver que la palabra de Dios, resçivida con devoçión, fructifica y haçe raíz sembrada en el coraçón. Y qualquier persona que menospreçia la palabra de Dios, offende mucho en ello a ese mismo Dios; y por semejante quien la tiene en mucho y la guarda, le agrada y sirve en ello”.
Tenía esta virgen graçia de entender las aves e los animales, e de oýrlas se consolava mucho y loava al Señor, que las crió. Havía gran compasión de los animales, en espeçial de los que trabajan, y deçía: “Más lástima y compasión tengo de los [fol. 129r] animales que de mí, que, aunque estoy tullida, tengo lengua con que pido lo que he menester, y estoy entre personas piadosas; y los animales no tienen lengua con que se quejen, ni piden su neçessidad, y con mucha ambre, y sed y cansançio les hechan ençima grandes cargas, y los dan reçios palos cuando no lo pueden llevar. E no se deven engañar en esto las gentes, [¿puesto?] que en el juyçio de Dios toda crueldad se demanda, aunque sea hecha a las bestias, porque el Señor no las crió para que las traten y maten cruelmente, sino para que se aprovechen y sirvan dellas”. A muchos sanctos ymitaba en graçia esta sancta virgen.
Capítulo XXVIII
Cómo fue servido Nuestro Señor de llevar a esta bienabenturada a su sancta gloria
Siendo esta sancta virgen de hedad de çinquenta y tres años, los quales havía vivido muy bienabenturadamente a gloria y honra de Dios, y salvaçión y mérito de su sancta alma, y aprovechamiento de sus próximos vivos y difuntos −como su historia da testimonio dello−, quiso el poderoso Dios que después de la Dominica del Buen Pastor, año de mill quinientos treynta y quatro, se le agravasen a esta bienabenturada sus enfermedades, sobreviniéndole otra nuevamente, la qual fue que estuvo sin orinar catorçe días. Y aunque ella en sus enfermedades no quería ser curada de los médicos, sino dexarse a la voluntad de Dios para que hiziese della su sancta voluntad, en esta postrera, por los ruegos que con muchas lágrimas las [fol. 129v] religiosas le haçían se quisiese curar por consejo de médico, por consolarlas consintió hiçiesen en ella lo que quisiesen. Y assí la empeçaron a curar con un buen médico, y sanándose su enfermedad, entre algunas personas generosas y devotas suyas fue luego proveýda con mucha devoçión y desseo de su salud físicos, y de las cosas neçessarias para su cura. Y todos los físicos, juntos y conçertados, le hiçieron muchas grandes espiriençias, y la sancta virgen tomava por la consolaçión de las monjas, que se lo rogavan todo lo que los físicos le demandavan, aunque hera contra su voluntad.
Y algunas vezes, con gesto de ángel y semblante muy graçioso, se reýa con las religiosas, y deçíales palabras de muy grande amor y doctrina, y también a los físicos se les mostrava muy graçiosa, y agradeçida a su trabajo. Y viendo ellos cómo su mal yba empeorando y que hera mortal, dixéronlo a las religiosas, las quales, con muchas ansias, començaron a ynvocar la misericordia de Dios, haziendo oraçiones y derramando muchas lágrimas y sangre de sus personas, e haziendo proçesiones con grandes disçiplinas, y gemidos y sollozos, que pareçía que querían espirar, suplicando a Nuestro Señor que no quisiese su Alta Magestad quitarles tan grande amparo y consolaçión y ayuda para su salvaçión como tienen en la bienabenturada Juana de la Cruz; la qual, con muy grande fervor, mandó que le traxesen su confesor, que se quería confessar o aparejarse para morir. Y ansí lo hizo, que confesó y [fol. 130r] comulgó con admirable devoçión, y se despojó como muy pobre y perfeta religiosa, y demandó la sancta unçión.
Y todos los días que estuvo enferma de la enfermedad que murió, no pasó noche que no se elevase y hablase con su sancto ángel, el qual no le deçía ni descubría el secreto de su muerte hasta tres días antes de su bienabenturado fin. Antes le vía todos aquellos días muy alegre y resplandeçiente, con adornamientos y bestidura de gran fiesta, y deçíale al sancto ángel quando le hablava en esta su postrera enfermedad: “Muy gran compasión te tengo, criatura de Dios, de ver los grandes dolores y enfermedad que padesçes. Mucho ruego por ti al poderoso Dios te esfuerçe y dé paçiençia, y no querría que atormentasen los físicos con espiriençias, sino déxente a la voluntad de Dios, que Él hará de ti lo que fuere más servido. Y lástima tengo de tus hermanas las religiosas, porque están muy angustiadas, y yo offrezco al Señor sus piadosas lágrimas y devotas oraçiones y caridosa penitençia, y yo tendré cuydado de rogar por ellas al Señor y a la Sancta Virgen”.
Aunque con mucha flaqueza, no faltando la charidad y compasión de sus hermanas, contoles estas palabras que su sancto ángel le havía dicho, por que con ellas se consolasen. Y açercándose el día de su glorioso pasamiento, tuvo una revelaçión, jueves en la anoche, vigilia de los gloriosos apóstoles Sant Phelipe y Sanctiago, en la qual conoçió que hera la voluntad de Dios llevarla de esta vida. Y súpolo en spíritu, por quanto aquella misma noche estuvo elevada desde las onze hasta la una. Y vido en esta [fol. 130v] elevaçión a los gloriosos apóstoles, Sant Phelipe y Santiago, y a su propio ángel della, al qual dixo que viese quál estava, y le suplicava rogase al Señor por ella y por los religiosos de su casa, y por sus hermanos, y parientes y amigos, y por todas las personas que a ella se encomendavan. Y el sancto ángel le respondió: “Bienabenturados son los que viven y mueren en Dios, y malabenturados se pueden llamar los que viven fuera de Dios. Tú, criatura de Dios, esfuérçate y ten paçiençia, y encomiéndate a Dios y confórmate con su sancta voluntad, y arrepiéntete de tus peccados y de las cosas que pudieres haver hecho en serviçio de Dios y no las has hecho”. La bienabenturada dixo entonçes al sancto ángel: “Pues, ¿cómo, señor, tan tarde me lo diçes?”. Y respondió él: “No es tarde, que tiempo tienes para que lo puedas haçer. E yo haré lo que me diçes, ruegue por las religiosas, y por tus hermanos, y parientes y amigos, y personas que a ti se encomendaren. Tú, amiga de Dios, confórmate con todo lo que Nuestro Señor quisiere haçer de ti, y suplica a su Divina Magestad se cumpla en ti, en bien y salvaçión tuya, la sentençia que está dada, la qual sentençia puede revocar el poderoso Dios; mas creo no lo hará, porque Él aya sobre [¿tres?], que tiempo es, amiga de Dios, de goçar de las cosas prometidas y a Dios pedidas y demandadas y por él otorgadas”.
Dixo la sancta virgen a los gloriosos apóstoles que rogasen al Señor por ella, que ella no deseava la muerte por vía de su desesperaçión, ni por muerte viçiosa, sino por muerte de penitençia y de contrición, y de arrepentimiento y sus peccados, que fuese la voluntad de Dios cumplida en ella. Los sanctos apóstoles le respondieron: “Así á de ser para ser la muerte sagrada, e ynoçente y sin peccado. Y agora es tiempo de padesçer los penitentes y [fol. 131r] amigos, y bien querientes y bien hazientes, y gozen los que son floridos de los mayos floridos e goços del Çielo; y las verdes flores son las ánimas sanctas y bienabenturadas”.
Y tornando esta bienabenturada en sus sentidos, llamó a una religiosa parienta suya, que dende niña se havía criado en la orden, y ella le tenía mucho amor, y díxole: “Hágoos saver, hermana, que según me an dicho por una revelaçión que he visto, es la voluntad de mi Señor Jesuchristo yo muera de esta enfermedad, de lo qual yo mucho me he consolado”. Y contole la susodicha revelaçión, y díxole muchas cosas de gran doctrina, aconsejándola tuviese paçiençia y se conformase con la voluntad de Dios.
Y luego, viernes por la mañana, día de los sanctos apóstoles, entrado el médico a visitarla, dixo que le quería hablar en secreto. Y llegándose çerca de su cama, díxole: “Señor, ruégoos por amor de Nuestro Señor, no me curéys ya más, ni me hagáys ningún benefiçio, porque raçón es que se cumpla en mí la voluntad de Dios, que yo sé que tengo de morir de esta enfermedad, y todo aprovechará poco, si no es darme más tormento. Paréçeme que todo mi cuerpo le meten en un grano de mostaza, y allí le aprietan, según lo que yo siento”. Y assí estuvo todo aquel día, con alguna fatiga causada por la enfermedad.
Y como se sonase mucho que esta bienabenturada estava tan al cavo de su fin, muchas señoras generosas deseavan estar presentes a su glorioso tránsito, y assí lo pusieron por obra, y vinieron con liçençia de sus prelados. Y no todos llegaron a tiempo a causa que algunas venían de lejos, si no fue una muy cathólica, sancta, y devota de esta sancta virgen, que se llamava doña Ysabel de Mendoça, hija del [fol. 131v] conde de Monteagudo, muger de don Gonçalo Chacón, señor de Casarrubios de el Monte, que se apresuró y llegó a tiempo, y estuvo presente a todas las cosas y maravillas que acaesçieron en su bienabenturado fin, y tuvo muchas lágrimas y devoçión, como persona tan cathólica.
El mesmo día de los apóstoles, antes de vísperas, estando en sus sentidos, vido algunas revelaçiones, las quales ella no dixo claramente, aunque mucho la ymportunaron y rogaron este mismo día. Ya que quería anocheçer, le dieron la sancta unçión, la qual resçivió con muy gran devoçión. Y dende a un rato, dixo con gran gemido y contriçción: “Ay, ay de mí, cómo me he descuydado”. Pasada una ora de yntervalo después de haver resçivido la sancta unçión, le subçedió una yndispusiçión, que pensaron hera desmayo. Y viéndola el médico, dixo que no tenía pulsos, que verdaderamente se muría. Y estuvo ansí un rato. Y tornando sobre sí, empeçó de hablar con buen semblante, en lo qual conoçieron havía sido arrobamiento, y de estos tuvo muchos aquella noche.
Y empeçó a hablar, diziendo lo que havía visto, como quien responde a lo que le deçían. Y pareçía a todos los que la veýan lo que hablava eran respuestas que dava a quien la hablava, y dixo como persona muy admirada: “O, qué cruel espada. Ténemele, ténemele, no me mate con ella”. Y assí estuvo sosegada un rato en silençio, como persona que veýa grandes cosas. Y después dixo, con gran sosiego y manera paçífica: “Tené ese cuchillo, tenedle”. Y alçando un poquito la voz, deçía: “Llámenmela, llámenmela, que se va”. Y preguntándole a quién le havían de llamar, respondió: “A la sancta Magdalena” −dixo−, “la que estuvo al pie de la cruz, que viene del sepulcro”. Y deçía: “Ay, ay, amiga mía de mi alma”. Preguntándole si estava allí la Magdalena, respondió: “Sí”. Y de rato en rato deçía, a manera de mucho deseo: “Pues vamos, Madre de Dios, vamos”. Y esto deçía [fol. 132r] muchas vezes, y algunas añadía: “Vamos a casa, Madre de Dios, que es tarde”, y con manera de afinco y esfuerço fervoroso, dezía: “Hechalde de aý, hechalde de aý. Ay, por qué me dexáys, por qué me dexáys, por qué me dexáys”. Y pareçía que estava angustiada, y que peleava con el Demonio. Y para esta pelea la dexaron sola, la qual vençió valerosamente, según pareçió en la plática que ella tenía con el Demonio. Que ansí como el poderoso Dios le dio graçia y fortaleza que en su vida la vençiese, por semejante en la hora de la muerte, que es en la mayor neçessidad, no la desamparó, que maravillosamente salió vençedora, lo qual muy claramente se conoçió, porque estando en la pelea se deçía entre sí misma: “O, a qué mal tiempo me havéys dexado”. Y esto dixo algunas vezes, y callando un rato, tornó a hablar con el que la havía dexado, diziendo assí: “Señor, me dexastes sola, hechad de aý ese demonio que no tiene parte aquí, mal año para él”. Y volviendo la plática a las religiosas, les dixo con admirable fervor: “Señoras y hermanas mías, levantadme de aquí, daré mi alma a Dios en sacrifiçio”. Y dende a un poco, empeçó a deçir apriesa, como quien hablava con otras personas: “Búscamele, búscamele a mi Señor. Buscarele, buscarele, y yo… hálleme Él a mí, y hallarlo he yo a Él. ¿Por qué me le llevastis? Déxame, yrle he yo a buscar, aunque estoy descoyuntada”. Y preguntándole las religiosas a quién le havían de buscar, dixo: “A mi Señor”. Y tornándole a deçir dónde le hallarían, respondió: “En el huerto le hallaréys”. Y deçía: “Ay, Madre de Dios, Jesuchristo, qué crueldad”. Y con gran fervor otra vez deçía: “Mi Señor, sobre la misericordia a la justiçia, Jesuchristo, y qué angustia”. Y muy fatigada, volvió el rostro a las [fol. 132v] religiosas, y díxoles: “Amigas, ayudadme a rogar”. Dixéronle: “¿Qué quieres, señora, que roguemos y pidamos?”. Respondió: “Misericordia y piedad, y que sobre la misericordia a la justiçia”. Y deçía muchas vezes: “Vamos, vamos; o, qué punto; o, qué punto”.
Estando una religiosa lavándole la boca, díxole: “Sancta Virgen, quitá de aý, que mi Señor me la labará y besará”. Y desde aý a un poquito, con mucha graçiosidad y mesura, sacó la lengua a manera de persona que comulga. Y preguntándole las religiosas si havía comulgado, respondió con hermoso semblante: “Sí”. Dixéronla si havía comulgado por todos los que allí havían, estaban: dixo que sí. El médico, que la curava, viendo todas estas cosas, dixo con gran devoçión y lágrimas: “Bienabenturado [¿colesio?], que tal ánima como esta embía al Çielo. Por çierto, señoras, que creo yo serán mayores los favores que de esta señora resçivirán desde el Çielo que los que an resçivido en la Tierra, aunque an sido muchos”. Respondió la bienabenturada: “Podrá ser”. Que todo esto pasaba quando estava sin pulsos en ninguna parte de su cuerpo. Estando todos mirándola, empeçó a mazcar, como persona que comía con mucho savor, y durole porquito espaçio. Y de que huvo çesado, preguntole un médico, diziendo: “Señora, pareze que come, ¿es verdad?”. Respondió la sancta virgen: “Sí”. Tornándola a ymporturar que dixese quién le havía dado, y qué hera: “El ángel me dió el fruto de la sancta vera cruz”. Dixéronle: “Con tal manjar, muy esforçada estará”. Respondió: “Sí, estoy”.
Y tomándole el médico el pulso, dixo que se le havía tornado muy esforçado y grande, que pareçía [19] que de nuevo le havían dado vida, porque havía más de quatro horas que estava sin él, y dende el día [fol. 133r] de los Sanctos Apóstoles no havía pasado ninguna sustançia. Y después de esto, empezó deçir con muy hermoso gesto: “Amigas mías y señoras mías, llevadme, llevadme, ca pues avía presto”. Preguntándole con quién hablava, dixo: “Con las sanctas vírgines”. Y ymportunada dixese con quién havía de yr y adónde la havían de llevar, respondió: “Con mi verdadero esposo y marido Jesuchristo”. Y deçía: “¿Por qué me escondéys a mi Señora y mi Reyna, por qué me la escondéys?”. Oyendo estas las religiosas, pusiéronla delante una ymagen de Nuestra Señora, y de que la vido, ynclinole la caveça y dixo: “No es esa, vuélvemela, vuélvemela a mi Reyna y mi Señora”. Y preguntada si estava allí Nuestra Señora, respondió con mucha alegría y prudençia: “Sí, y mis ángeles, y mis sanctos”. Y tornando a dezir de rato a rato: “Pues vamos, señora mía, vamos”, dixo con grande alegría: “Ea cavallero, ea cavallero, hazedle lugar aquí, aquí a mi lado”. Y dende a poquito dixo, a manera de reverente: “O, padre mío”. Y en este deçir padre mío, pensaron las religioas que lo deçía por el glorioso padre sant Françisco.
Y quando esto pasava ya venía el día, y hera sávado. De todos los que havían estado allí aquella noche, assí a las religiosas, como a las personas, de otra manera no se les hiço, pareçió ser aquella noche dos horas. Estando ansí esta bienabenturada, dixo: “Ea, pues, ea, pues, Jesuchristo, vamos de aquí, vamos presto, Señora, Señora mía; vamos, vamos, mi redemptor”. Entonçes, las religiosas se levantaron con muchas lágrimas y grandes sollozos, que pareçía querían espirar, y la besaron la mano con mucha devoçión. Y ella las bendixo, a presentes y ausentes, y a sus amigos y conoçientes, y tornó a deçir: “Vamos, vamos, rector mío, vamos de aquí”. Y preguntándole si estava allí el Señor, dixo: “Sí, y Nuestra Señora, y los ángeles, [fol. 133v] y toda la corte çelestial”.
Y empezó a mazcar un poquito, y esto hizo por dos vezes, por yntervalo de tiempo. Y los que allí estavan, dixeron: “Pareze que torna a comer del fruto de la cruz”. Respondió la sancta virgen: “Ayer lo comí otra vez”. Y llegando a ella el médico, otro día sábado por la mañana, preguntole con gran devoçión: “Señora, ¿va al Çielo? ¿Quién va con ella y la acompaña en ese camino?”. Dixo: “Mi Señora, la Virgen María, y mi ángel, y mis ángeles y mis sanctos”. Y callando por un rato, tenía mucha hermosura y lustramiento de gesto, como quando estava elevada. Y pasado poco yntervalo, tornó a decir, con manera alegre: “Dadme albriçias”. Y pareçía lo deçía a las personas que con ella estavan. Y con admiraçión y alegría dixo: “Hasta çapatos”. Y esto replicó por dos o tres veçes, y los que esto veýan: “Según pareze, ya le embía su esposo a esta dichosa alma los adornamientos”.
Y el médico que estava más çercano a esta bienabenturada, hablándola, conoçió y resçivió el aliento que de la boca le salía. Y dixo a los que allí estvan: “No pude conoçer ni alcançar qué olor fuese, salvo que olía muy bien, y suavemente”. De lo qual estava admirado, porque hasta aquella hora havía tenido mal olor en el aliento, que le proçedía de la podriçión y corrupçión de los humores, y entonçes le tenía bueno. Y todos los que allí estavan, oyendo lo que el médico deçía, se hallegaron a la sancta virgen con mucha devoçión, y resçivieron su huelgo, y conoçieron no ser de los olores de este mundo por buenos y finos que sean. Y toda su persona estava con muy grande olor y hermosura.
Y dende el sávado en la tarde hasta el día siguiente domingo, después de la víspera día de la Ynvençión de la Sancta Cruz de Mayo, no habló esta bienabenturada. E antes que entrasen por la puerta de su çelda, se olían las [fol. 134r] maravillosos olores que de ella salían, y algunas partes les pareçía, entrando donde ella estava, olía como vergel de muchas flores. Y siendo la hora de las seys, depués de mediodía domingo, día de la sancta Cruz, que fue a tres de mayo de mill y quinientos treynyta y quatro años, acompañada su sancta ánima de muy buenas y sanctas obras, y ansimismo su cuerpo, acompañado de frayles de su horden, y de todas las religiosas de la casa, las quales con candelas ençendidas en sus manos, y leyendo la Passión los padres que allí estavan, dio esta bienabenturada el alma en manos del poderoso Dios que la crió y redimió, quedando su gesto con hermosura y compostura admirable, quedándole la boca muy bien puesta, a manera de sonrisa.
Y muy admirados los padres que allí estavan, con gran reverençia llegaron a mirarle los ojos. Y alçando los párpagos, vieron que no los tenía quebrados, sino con aquella hermosura y graçiosidad que los tenía quando estava viva. Que assí como aplaçió mucho a Dios con ellos y con los juyçios suyos, assí permitió su Divina Magestad que en la hora de su muerte no fuesen quebrados, en el tiempo de las buenas obras que con ellos havía hecho, del qual milagro todos se maravillaron mucho y dieron graçias a Nuestro Señor, por las grandes maravillas y virtudes que con sus fieles amadores haze.
Salió de esta vida esta bienabenturada el año de mill y quinientos y treyta y quatro años, hora, día y mes arriva dichos. Como esta sancta virgen espirase, hallegáronse con muy grande ansia todas las religiosas, llorando lágrimas muy dolorosas, a ver y besar el sancto cuerpo. Y como se açercaron a él, [fol. 134v] heran tan grandes los olores que d’él salían, y tan subidos, que no se podían comparar con cosa desta vida. Y a las religiosas que estuvieron y vistieron el sancto cuerpo, las quedó por más de tres días muy admirable olor en sus personas y manos. Y en qualquiera cosa que le ponían ençima quedava el mesmo olor, y assí le tuvo en su persona y hábito que estuvo por sepultar, que fueron çinco días.
Y yendo una religiosa con gran fervor a besarle los pies quando la estavan vistiendo el ábito, cayó en la tarima de su propia cama, de manera que se lisió muy malamente en el vientre, y luego se le hizo un bulto tan grueso como el puño y con muy gran dolor. Y estando tan fatigada, cresçiéndole los dolores, pusiéronle ençima la camisa con que havía espirado la bienabenturada, y luego se le aliviaron los dolores, y pudo estender la pierna, la qual no podía menear, y se pudo levantar y andar sin pena. Y otro día tenía desenconada la herida, y casi deshecho el bulto. Y assí fue sana por la bondad de Dios y méritos de la sancta virgen.
Y adereçado el sancto cuerpo, el abbadesa y todo el convento de las monjas, con candelas ençendidas y rezando como es costumbre, le llevaron al coro, y allí le fue dicho el offiçio por las monjas muy solemnemente. Y estuvieron aquella noche con él, acompañándole con mucho dolor y lágrimas. Y con ella, la dicha señora y generosa de la orden y devota de esta bienabenturada, que con mucha devoçión estuvo en su tránsito, y consolándose cómo hera pasada de esta vida a la gloria y bienabenturança.
Ocurrió mucha [fol. 135r] gente de todos los rededores, y venían con gran devoçión de ver el sancto cuerpo. Assimismo, vinieron muchos padres de la orden a hazer sus obsequias y enterramiento. Y como la gente hera tanta, davan liçençia a los más prinçipales que entrasen en el monasterio, los quales, quando veýan el cuerpo y olían los olores que tenía, davan muchas graçias a Nuestro Señor, derramando lágrimas de mucha devoçión; entre las quales personas, entró un mensajero que dende Toledo embió una gran señora, que hera Virreyna de las Yndias, a saber de la salud de esta bienabenturada, el qual traýa gran dolor de muelas, en manera que no podía comer, ni vever ni dormir. Y en llegando a besalle los pies y ábito a esta sancta virgen, se le quitó. Y con gran devoçión dixo el benefiçio y milagro que havía resçivido, y salud que en su persona havía sentido.
Y como el día siguiente lunes fuese, casi hora de vísperas, y los campos estuviesen llenos de gente clamando les mostrasen el sancto cuerpo y se le dexasen tocar, los reverendos padres, por satisfaçer su devoto desseo, tomaron el sancto cuerpo y sacáronle fuera, con mucha reverençia, donde todos le pudiesen ver. Y viniendo la gente como los frayles le sacaron, eran tan grandes los clamores y gemidos que todos davan con muchas lágrimas que muy lejos se podía oýr. Y llegando todos apriesa, los [fol. 135v] frayles, que guardavan el sancto cuerpo, no consentían llegar sino al ábito. Y sintiendo el muy suave olor que del cuerpo salía, con mucho maravillamiento davan graçias a Dios, y ponían ençima cuentas y cosas que traýan, en las quales se pegava el mesmo olor. Y entre los que llegaron a tocar el sancto cuerpo, llegó un hombre que havía venido sobre dos muletas, con mucho trabajo, de Torrejón de Velasco. Y en vesando el ábito de la virgen, dixo que havía sentido tan grande aliviamiento en sus dolores y tulliçión que le pareçía que pudiera andar tres leguas sin ningún cansançio ni dolor.
Y consolada la gente, tornaron el sancto cuerpo al monasterio, y a ora de conpletas, a la qual hora llegaron çiertos mensageros rogando que detuviesen el sancto cuerpo, hasta que ellas le viesen. Y assí se hiço. Y hecho el offiçio de los padres, fueron a sus monasterios, y dexaron el cuerpo sin enterrar. Y assí estuvo por cinco días, no perdiendo los buenos olores que tenía. Y venidas las señoras por cuyo ruego el sancto cuerpo estava detenido, con el qual mucho se consolaron de ver las maravillas que Dios mostrava en él, pareçioles hera bien, por que las gentes goçasen de esta sancta reliquia, se enterrase en la yglesia y capilla del Sanctíssimo Sacramento. Pero las religiosas, no consintiendo sacar el sancto cuerpo de entre ellas, huvieron de entender en ello los prelados. Y se hiço lo que las [fol. 136r] monjas quisieron, porque hera más justo. Y pusiéronle en una parte donde las religiosas comulgavan, en un hoyo pequeño, quanto cupo el ataúd, y ençima cubierto con yeso de altura de dos dedos, en el qual lugar manifiesta el Señor la sanctidad de esta bienabenturada, sintiendo muy buenos y suaves olores.
En la çiudad de Almería havía una sancta muger que tenía revelaçiones muy verdaderas y comunicava Nuestro Señor con ella muchos secretos, la qual se llamava María de Sant Juan. Hera religiosa de la Orden de la Sancta Conçepçión, y natural de Casarrubios del Monte. Y como esta sancta muger tenía graçia de arrobarse también, como la bienabenturada Juana de la Cruz, comunicávanse ambas, y estando elevadas en spíritu en el lugar que Dios hera, quiso de ponerlas, y hiziéronse hermanas spirituales. Y yendo todos padres de la orden del glorioso padre sant Françisco, y el uno dellos havía sido perlado mayor de la provinçia de Castilla, persona de mucha auctoridad y letras, a negoçiar con esta sancta muger, María de Sant Juan, a un mes que havía pasado de esta vida la bienabenturada Juana de la Cruz, y preguntándole el dicho prelado le dixese del estado del ánima de la madre Juana de la Cruz, respondiole con mucha alegría que: “Tenía mucha gloria, tanta y tan grande como el [fol. 136v] poderoso Dios la da a sus escogidos y los méritos de la bienabenturada Juana de la Cruz mereçieron. Y luego que esta sancta ánima salió de las carnes, voló derecha al Paraýso, y tiene tanta gloria que exçede a muchos sanctos y sanctas, e yguala con los ángeles. Y más os quiero deçir, que por la bondad de Dios yo la he visto estando elevada el día del señor Sant Juan evangelista de mayo, que aora hiço quatro días, después de la Ynvençión de la Sancta Cruz de mayo, quando esta bienabenturada salió de las carnes. Y yo la vi en la gloria, tan sublimada que tiene en muy mayores grados que la solía ver. Y maravillándome mucho, pregunté a mi sancto ángel cómo havía tan grande diferençia en la gloria que aora veo a la Juana de la Cruz, que otras vezes no la solía yo ver en gloria tan sublimada. Respondió el sancto ángel que ‘está ya desatada de las carnes, y está en la gloria para siempre’. Oyendo esto, vínome gran desseo de hablarla. Y estando en este desseo, vi a deshora abajada esta bendita ánima donde yo estava, y con mucha alegría me abraçó, e yo ansimismo a ella, y la dixe: ‘¿Cómo, hermana mía, y esto sin mí?’. Respondiome: ‘Sí, hermana mía, que se cumplió la voluntad del poderoso Dios’. Y dixo havía quatro días hera pasada de esta vida, y en ella havía tenido su Purgatorio, [fol. 137r] y assimismo havía sido juzgada en la carne antes que della saliese. Y dos días antes que espirase, havía empeçado a goçar su ánima de la gloria del Çielo, aunque al pareçer de quien la veýa tenía pena en el cuerpo, porque hera la voluntad de Dios que estuviese detenida aquellos dos días. Y quisiera ella mucho dezir lo que goçava, sino que no podía, ni le es dada liçençia”. E otras muchas maravillas y milagros se podrían deçir que Nuestro Señor mostró en este tránsito del cuerpo de esta bienabenturada, y después d’él. Por evitar prolixidad,
Laus deo.
Notas
[1] Repetido en escritura al margen.
[2] Este adjetivo aparece en una nota al margen.
[3] Anotado arriba.
[4] Anotada arriba.
[5] Repetido en nota al margen.
[6] Por “gran despojo”.
[7] Apuntado en nota al margen.
[8] Corregido al margen: Divina.
[9] Por error aparece en el manuscrito "dedovatas".
[10] Secuencia repetida: “que otro día de la fe mana el árbol de la vida son más subblimadas”.
[11] La palabra oración aparece anotada al margen.
[12] Palabra repetida.
[13] Secuencia repetida: “dixo el sancto ángel: si lo as de scrivir”.
[14] Escrito en el margen.
[15] Palabra escrita encima de las otras.
[16] Falta lo que dijo.
[17] En está escrito encima de me trayáys, que aparece tachado por un lapsus del copista, que copió el trayáys precedenete.
[18] Secuencia repetida: “lo que Dios”.
[19] Secuencia repetida: “que parecía”.
Vida manuscrita (2)
Ed. de María Victoria Curto; fecha de edición: marzo de 2018; fecha de modificación: septiembre de 2023.
Fuente
- BNE MSS-9661
Contexto material del manuscrito de la Biblioteca Nacional de España, MSS-9661.
Criterios de edición
El Libro de la Casa y Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz contiene fragmentos de la vida de Juana de la Cruz, motivo por el que es incluido en el catálogo de santas vivas. Esta es la primera vez que se edita. El Libro de la Casa y Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz (mss. 9661 de la Biblioteca Nacional de España) es un manuscrito posterior a la muerte de Juana de la Cruz (1534) y que refleja las características fonéticas y gráficas propias de la segunda mitad del siglo XVI, por lo cual los criterios que se han adoptado para realizar su transcripción son conservadores. La lengua que refleja el manuscrito no parece presentar rasgos dialectales, ya que vocalismos en formas como sepoltura o monesterio eran muy habituales.
Se ha decidido mantener los grupos consonánticos cultos, como el grupo -mpt- en redemptor, el grupo -th- en thesoro o el grupo -nct- en sancto, ya que son una muestra de la importante presencia e influencia del lenguaje eclesiástico y de la fuerte carga semántica de ciertos términos religiosos. Asimismo, se conserva el uso que se hace de la b y la v (juebes), el empleo o la ausencia de la h- inicial (omenaje) –así como su oscilación (había/avía)– y se preserva la utilización de las distintas sibilantes que presenta el texto original, es decir se respeta en todo momento la oscilación entre ss/s (dixessen/dixesen, santíssima/santísima) y entre z/ç (vezes/veçes), incluso en los casos donde esta oscilación está mal empleada etimológicamente.
Es importante apuntar que la autora del manuscrito fue una monja del convento de Nuestra Señora de la Cruz de Cubas de la Sagra, quizá compañera de Juana mientras esta vivía, que tal vez escribía al dictado de otras monjas y cuya alfabetización debía de ser muy básica. Por último, también se han mantenido las consonantes geminadas (officio, abbadesa), la oscilación entre b/v (tubo/tuvo), entre h/g (huerta/guerta), entre c/qu (cuentas/quentas), entre j/x (dejan/dexan), entre y/i (yglesia/iglesia) y entre h/f a inicio de palabra (hijo/fijo), y las elisiones en las formas del tipo d’esto, d’ella, señaladas con apóstrofo.
Para que la lectura del texto resulte más clara y sencilla al lector, se han juntado o separado palabras de acuerdo al criterio actual, se han desarrollado las abreviaturas, las palabras se han tildado siguiendo las normas ortográficas actuales, se ha corregido la capitalización de determinados términos, reservando la mayúscula para vocablos abstractos referidos a la divinidad, y se ha puntuado modernamente el texto, intentando en todo momento respectar lo máximo posible su particular ritmo interno, muy cercano al lenguaje oral. Para facilitar la lectura, también se ha acentuado la á verbal, para distinguirla de la preposicional, se ha añadido la virgulilla a la grafía ñ y se ha unificado la oscilación entre u/v, otorgando a la -u- función exclusivamente vocal y a la -v- consonántica. Con la intención de orientar al lector, se han introducido breves epígrafes que dividen el cuerpo del texto en función de la temática que se aborda en cada momento, así como notas a pie de página que se han circunscrito a aclaraciones sobre la presentación del manuscrito. Por último, se ha empleado el paréntesis para las acotaciones teatrales y las explicaciones del texto, se ha hecho uso de la letra cursiva para indicar frases latinas, y se han utilizado las comillas para señalar las nomenclaturas y los diálogos que aparecen en el cuerpo del texto.
Vida de Juana de la Cruz: Libro de la Casa y Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz
[1] [fol. 1r] Este libro es de la casa y monasterio de Nuestra Señora de la Cruz. Tiene los autos que se hacen el día de la asumpción y el de la sepoltura, y gracias que Nuestro Señor concedió a esta sancta casa, y mercedes que en ella hizo por yntercessión de nuestra madre sancta Juana a las monjas y bien hechores d’ella, y esto para siempre.
[PRIMER AUTO DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN]
[fol. 2r] Este auto es el que hazen en la casa de la labor el día de la sepoltura de Nuestra Señora.
(Entra el ángel y anuncia a Nuestra Señora su muerte gloriosa.)
Ángel – Thesoro rica del Cielo,
a cuya real persona
quiere Dios dar la corona,
honrando con vos su Cielo,
la suprema Trinidad
para anunciaros me embía,
que se os ha llegado el día
de gozar la eternidad.
Y para señal y muestra
que triunfáys en cuerpo y alma,
aquesta preciosa palma
os presento, Reina nuestra.
Nuestra Señora – Señor de la Magestad,
mi Dios y amado hijo,
que de un destierro prolijo
me llamas a tu ciudad,
gracias te den inmortales,
los ángeles en la altura,
honras con favores tales.
Y pues ya, Señor, previenes
a la muerte los despojos
para que gozen mis ojos
el sumo bien de los bienes,
solo me falta que sea
de tu amor favorecida
en que antes de mi partida
a tus apóstoles vea.
Ángel – Vuestros ruegos son oýdos,
Reina, y por que os consoléys
los apóstoles veréys,
por virtud de Dios traýdos.
[fol. 2v] Todos aquí se han juntado
de varias partes del mundo,
y Juan, vuestro hijo segundo,
ya por las puertas ha entrado.
San Juan – Sálvete Dios, Virgen pura,
madre de Dios y hombre,
a cuyo bendito nombre
se humilla la criatura.
En Éfeso predicaba
y súbitamente vine,
tu Magestad determine
de dezir lo que mandaba.
Nuestra Señora – Hijo y apóstol amado,
cuya dulce compañía
divide el último día,
por averme Dios llamado,
yo os encargo que miréis,
después de muerta, por mí
y luego en Getsemani
sepulcro a mi cuerpo deis.
Esta palma, Juan, se llebe
quando mi cuerpo enterréys,
y es justo vos la llevéys
porque de todo se os debe.
San Juan – ¡O, si todos mis hermanos,
los apóstoles ausentes,
fuessen agora presentes,
quánto seríamos ufanos!
Tus obsequias gloriosas
todos juntos con gran gloria
las haríamos sumptuosas
y dignas de gran memoria.
(Entra San Pedro.)
San Pedro – ¿Por qué causa tan de presto
nos ha el Señor aiuntado?
Que cierto estoy espantado
pensar que pueda ser esto...
Por esso todos lleguemos
juntamente en este día,
y de la Virgen María
todos bien nos informemos.
[fol. 3r] San Juan – O, compañía preciosa,
a todos hago saber
que ya quiere fallecer
nuestra Madre gloriosa.
Y pues que resurreción
todos juntos predicáys,
no parezca que mostráis
por la muerte compasión.
(Dizen los apóstoles de rodillas...)
Señora de lo criado,
donde todo el bien se encierra,
de los fines de la tierra
el Señor nos ha juntado,
y viéndonos aiuntados
estando en tierras estrañas
estamos maravillados.
Dinos, Señora, qué mandas.
Nuestra Señora – Para mi consolación
ha sido vuestra venida
y para que en mi partida
recibáis mi bendición.
Ayudadme a bendecir
la suprema Trinidad,
cuya sancta voluntad
me manda al Cielo subir.
Los apóstoles – Guérfanos solos y tristes
nos dexáis, muy gran Señora.
Por aquel Dios que paristes,
nos tengas en tu memoria.
Nuestra Señora – Siempre en el Cielo seré
madre y abogada vuestra,
quando de su mano diestra
mi hijo su lado me dé.
¡A Dios, colegio sagrado!
Y tú, eterno y sumo Padre,
que me escogiste por madre
del hijo de ti engendrado,
recibe en tus santas manos
mi espíritu en la partida,
para vivir nueva vida
en los gozos soberanos.
[fol. 3v] Los apóstoles – ¿Dónde vas, Madre de Dios?
¿Dónde vas que ansí nos dexas?
¿Dónde, Señora, te alejas?
¿Qué será sin ti de nos?
(San Juan da la palma a San Pedro.)
San Juan – Pues eres guarda y pastor
de la Yglesia militante,
esta palma triunfante
llevarás como mayor,
que es símbolo del madero
con que fuimos remediados
y havemos de ser juzgados
en el día postrimero.
(San Pedro buelve la palma a San Juan.)
San Pedro – La palma te pertenece
por tu santa puridad,
tu ferbiente charidad
acatamiento merece.
Quando Christo padecía
la Virgen al virgen dio,
y pues él la mereció
lleve delante la guía.
(Va la processión al coro bajo y llevan los apóstoles a Nuestra Señora en hombros, y delante de las andas va San Juan con la palma y San Pedro y el ángel.)
[SEGUNDO AUTO DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN]
[fol. 4r] Este auto es el que se haze el día de la asumpción de Nuestra Señora en la tarde. Gánase mucho haziéndola.
El Padre – Ángeles que sois criados
a la imagen de Dios,
conoced vuestro Señor,
adoralde, que os ha criado.
Adorad su gran poder,
adorad su gran bondad,
adorad su gran saber
con que os quiso criar.
Mirad vuestra hermosura
y de quién la recibistes,
conoced que sois criaturas
y criaros no podistes.
Adorad al que os crió
con tan grande poder,
adoralde porque os dio
libre y franco alvedrío,
adoralde porque es digno
ser de todos adorado.
Adoralde, hijos míos,
y seréis santificados.
Lucifer – ¿Quién eres tú que nos hablas
con tan grande magestad?
¿Quién eres tú que nos mandas
que te vamos adorar?
Muéstranos la tu figura,
pues oýmos la tu voz,
tú, que estás en las alturas
y dizes que eres Dios.
El Padre – Hijos, yo soy el que soy,
sin principio y sin fin,
yo soy vuestro Criador,
yo soy el que siempre fui.
[fol. 4v] Yo soy el que os crié
con charidad infinita,
para que de mí gozéis
y d’esta Gloria bendita.
Conoced que es toda mía,
que de vos no tenéis nada.
A la Magestad sagrada
adoralda, que es muy digna.
Lucifer – Di, ¿qué cosa es adorar,
pues mandas que te adoremos?
Aunque primero veremos
quién se merece adorar...
El Padre – Adorar es humillaros
so la mano poderosa
de vuestro Dios soberano,
que hizo todas las cosas.
A Él solo pertenece
adoralle de hinojos
con la boca y con los ojos,
porque solo Él lo merece.
También es mi voluntad
de ensalzar a un varón,
al qual havéis de adorar
y tenerle por Señor.
Ha de subir de la tierra
a ser conmigo una cosa,
y quiero que desde agora
le prometáis obediencia.
Lucifer – Vosotros no consintáys
en esto que avéis oýdo,
si alguno se ha de adorar
yo solo soy el más digno.
No ay aquí otro poderoso
que pueda ser adorado,
en este reyno precioso
yo devo ser ensalzado.
El Padre – Mirad bien lo que hazéis,
catad que os amonesto,
contra Dios no os levantéis,
que caerá vuestro cimiento.
[fol. 5r] Humillaos y someteos,
no queráis ansí ensalzaros,
por que no seáis derribados
donde no halléis remedio.
Lucifer – ¡Baja, baja de lo alto
tú, que ansí nos amenazas,
y veremos en lo bajo
quién tiene maiores alas!
Yo tengo alas tan lindas
que si empieço de bolar
tengo de poner mi silla
delante la Magestad.
(Aquí toma Lucifer la silla y la arroja en alto y dize...)
A mí tenéis de adorar
todos quantos sois criados,
y si otra cosa pensáis
¡ayámoslo a las manos!
(Aquí se levanta San Miguel y dize...)
San Miguel – ¿Quién es el que se levanta
contra la gran Magestad?
¿Quién es el que siendo nada
con Dios se quiere igualar?
Güelgue tu divinidad,
nuestro Dios, y ten descanso,
que para por ti tornar
yo quiero tomar la mano.
Tú solo seas adorado,
poderoso, uno y trino,
Tú solo seas ensalzado,
pues que Tú solo eres digno.
Salga luego a pelear
el que se toma con Dios,
que lo quiero yo vengar.
¡Muramos aquí los dos!
Los que deseáis su honra
salid luego aquí conmigo,
tomemos por nuestro Dios
contra este enemigo.
[fol. 5v] Con ayuda del Divino
y sin temor ni flaqueza,
mas con esfuerço de amigos,
¡empiécese la pelea!
(Ahora se matan las luzes y queda escuro, y comiençan a hazer ruydo como de pelea. Y habla el Padre y dize tres vezes que cese la pelea, y a cada vez cesa, y la postrera vez habla el Padre maldiziendo a los malos y, en cayendo los ángeles malos, encienden las luzes.)
El Padre – Yd, malditos, al Ynfierno,
donde está la mala andança,
que yo os juro por mí mesmo
que no entréis en mi holgança.
En esa perseverancia
de sobervia que tenéis,
en esa malicia tanta,
endurecidos seréis.
Para siempre quedaréis
sin tener conocimiento,
y sin fin os estaréis
en vuestro endurecimiento.
(Este dicho ha de ser a escuras.)
Los ángeles – Adorámoste, Señor,
porque criarnos quisiste,
adoramos el favor
con que vencernos hiziste,
adoramos la vengança
que hiziste con justicia
a los que con gran malicia
despreciaron tu alabança.
(Agora sacan las luzes.)
El Padre – Gozad ya de mi presencia
los que me avéis conocido,
yo os prometo, como amigo,
que nunca tengáis mi ausencia.
En mi vista y gran poder
oy seréis santificados,
[fol. 6r] para nunca poder ser
de vuestro Dios apartados.
Los ángeles – Hazedor de maravillas,
Señor Dios que nos criaste,
mira las sillas vazías
de aquellos que derribaste.
El Padre – Entre vosotros está
por quien han de ser pobladas:
es la Virgen singular,
digna de ser ensalzada.
Traédmela, mis amigos,
ella es la merecedora
de ser junta aquí conmigo,
como de todos Señora.
Venid, mi hija amada,
venid, paloma querida,
venid, esposa escogida,
ven para ser ensalzada.
Ven de Líbano, mi amada,
ven de Líbano, hermosa,
rubicunda plusquam rosa,
ven y serás coronada.
(Agora van los ángeles por Nuestra Señora, y se hincan de rodillas delante d’ella y dizen lo que se sigue...)
Los ángeles – Ven, Señora la más digna,
que te llama el alto Padre
para ponerte en su silla,
como de su hijo madre.
Ven, nuestra Reyna admirable,
por quien el Cielo se abrió,
que el Señor que te crió
te espera con gozo grande.
(Estando los ángeles de rodillas delante de Nuestra Señora, habla esto sentada...)
Nuestra Señora – Sicut cipres levantada
soy en el monte Sión,
sicut cedrus ensalzada
in Líbano sola soy.
[fol. 6v] In plateis di olor
de bálsamo y de canela
y quasi mirra, electa
di muy suave olor.
(Agora llevan los ángeles a Nuestra Señora hasta donde esté el Padre, cantando ‘O gloriosa Domina’. Híncase Nuestra Señora de rodillas y habla con el Padre lo siguiente...)
Nuestra Señora – La mi ánima engrandece
y alaba con gran firmeza
a ti, Dios, y a tu grandeza,
que toda gloria merece.
Alabo tu grandeza
y la tu suma bondad,
porque quisiste acatar
la humildad de la tu sierba.
(Aquí toma de la mano el Padre a Nuestra Señora y la asienta a su lado.)
El Padre – Esta es vuestra Señora,
vuestra Emperatriz y Madre.
Mis amigos, desde agora
le ofreced el omenaje
como a mi propia persona.
Quiero sea obedecida,
pues de todos es Señora
y no hay otra tan digna.
(Los ángeles de rodillas.)
Los ángeles – Como siervos y vassallos
te damos el omenaje,
cada uno suplicando
nos recibas por tu paje.
Nuestra Señora – Por hijos y por amigos
os recibo, y por hermanos.
Ayudadme, hijos míos,
a rogar por los humanos,
sientan ya los pecadores
que, pues ya soy ensalzada,
[fol. 7r] que para los sus dolores
en mí tienen abogada.
(Aquí se hinca de rodillas Nuestra Señora y habla con el Padre lo siguiente...)
Nuestra Señora – Padre mío perdurable,
pues que yo estoy en el Cielo,
sientan que en mí tienen madre
los que quedan en el suelo.
También pido, Padre eterno,
por este gozo inefable,
que nunca vea el Infierno
el que mi nombre llamare.
El Padre – Hija mía muy amada,
razón es seáis oýda
y que sea socorrida
por vos la natura humana.
(Agora asienta el Padre a Nuestra Señora y habla con San Michael.)
El Padre – Michael, mi grande amigo,
ven acá, pues lo has ganado,
con los más juntos conmigo
quiero que seas asentado.
Mi poder pongo en tus manos
para que todas las almas,
desde aquí lo ordeno y mando,
por ti sean juzgadas.
La vara de mi justicia
desde oy te la encomiendo,
pues venciste la malicia
del que mereció el Infierno.
San Michael – Señor, ¿quándo merecí
por tan pequeño servicio
que te acordases de mí
con tan grande beneficio?
Yo te ofrezco en sacrificio
mi espíritu y todo yo,
para todo tu servicio,
como siervo a su señor.
(Acábase cantando ‘Laudate Dominum omnes gentes’.)
[ORACIÓN DE JUANA]
[fol. 7v] Dixo el Señor, hablando por la voca de nuestra madre sancta Juana, que dixessen estas palabras a la hora de la muerte, que les serían grande ayuda, las quales son las que se siguen:
El Señor, que suelta los presos,
suelte a esta. Jesús, María.
El Señor, que alumbra a los ciegos,
alumbre a esta. Jesús, María.
El Señor, que sana a los contritos,
sane a esta. Jesús, María.
El Señor, que socorre a los necessitados,
socorra a esta. Jesús, María.
El Señor, que alegra a los tristes,
alegre a esta. Jesús, María.
El Señor, que perdona a los pecadores,
perdone a esta. Jesús, María.
El Señor, que salva a los indignos,
salve a esta. Jesús, María.
O, tú, Rey de los sanctos, confórtala.
Jesuchristo la defienda. Amén.
[COLOQUIO DE JUANA CON EL SEÑOR]
[fol. 8r] Estas palabras son un coloquio de nuestra madre santa Juana que tuvo con Nuestro Señor, y respuesta suya. Cántanse el día de la Cruz de mayo, que fue quando murió.
[Esposa] – Esposo, ¿si avéis oýdo
quién me robó mi sentido?
[Esposo] – Esposa mía, en verdad
no vos devéis maravillar,
que mi dulçura es tal
d’esto se havía recrecido [2].
Esposa, yo os lo diré:
vos tenedes muy gran fe
y a bueltas queréisme bien,
y a esta causa abrá sido.
Y no ayades d’esto pena,
que antes es dicha muy buena
que tengáis gracia tan llena,
pues que d’ello es Dios servido.
No seáis desagradecida,
ni estéis entristezida,
porque gracia tan crecida
publico vos ha venido.
Otras personas abría
que d’esto abrían alegría,
y de verse cada día
donde vos os avéis vido.
¡Y tenéis poca constancia,
y casi desesperança,
de posseer la folgança
que vos ha aparecido!
En Dios devéis esperar
y no vos debéis turbar,
que Él os puede salvar
porque es de bondad cumplido.
Y si ansí lo hazéis
cierto muy bien libraréis,
[fol. 8v] y si en virtudes crecéys
Dios oyrá vuestro gemido.
En las cosas celestiales
debe ser vuestro deleyte,
porque todas las terrenales
muy presto han fenecido.
Amiga mía muy serena,
vos sois ansí como abeja
que haze la miel muy nueva
y la labra de contino.
Y digo que en toda la tierra,
ni el val de la Çirolera,
no ay quien ventaja os lleva
en amar a Dios divino.
Y por aquesta razón
y porque os duele mi Pasión
y de pura compasión
se vos ha quitado el sentido,
y ansí perseveráis,
y si siempre ansí boláis
y atrás nunca tornáis,
hallaréis muy buen camino.
Essas vuestras compañeras,
mis amigas entrañables,
deben ser muy singulares,
no me echen en olvido.
Y pues yo las amé [2]
a ellas y las llamé
y del mundo las libré,
por d’ellas ser bien servido.
Ellas y tú de consuno,
sin ninguna dilación,
debéis servir a Dios uno
con amor mucho crecido.
Pues que sois ya dedicadas
en honor a Dios del Cielo,
trabajad por ser sagradas
a Dios bueno, uno y trino,
al qual siempre con amor
tened en el coraçón,
[fol. 9r] dándole vuestra afición
al que es poderoso Dios vivo.
Esposa, catad que miréis
que ni por eso no penséis
que algunas virtudes tenéis,
pues de Dios han recrecido.
Y si os he dicho algún loor
no es por vuestro valor,
sino por el del Señor,
de quien el bien ha salido,
porque en toda criatura
no ay sino malaventura
y es peor que basura
y contino está en peligro.
No penséis que he de dejar
de dezir y amonestar
lo que os he de enseñar,
pues soy maestro sabido;
y pues que sois vos mi esposa
avéis os de hallar dichosa,
pues que no es cosa penosa
mi aviso y mi castigo,
pues si vos a mí me amáis
más os he yo amado a vos,
y si por mí trabajáis
más he yo por vos sufrido.
Esposa, saber os hago
que yo os amo en tanto grado
que no ay tal enamorado
en este mundo nacido;
y antes que el mundo criase
yo de vos me acordé,
y aun antes que le ordenase
yo vos ube escogido,
que en mi voluntad crié
las cosas antes que fuesen,
y lo que yo más amé
ánimas buenas an sido.
[fol. 9v] Los ángeles, con primores
criados en mayor grado,
a Dios an mucho alabado
en el Cielo muy subido;
son más claros que candelas
y rayos del sol que salen,
son más mucho que estrellas
y de gesto muy luzido.
Esposa mía, ya es tarde
y hora de recogimiento,
todo esto se bien guarde
en el coraçón metido,
y holgad en hora buena.
Y algún día por estrena
bolveré después de cena,
o antes del gallo primo,
y entonces me contaréis
las congojas que tenéis
y también las que después
de mi vista habéis tenido.
[Esposa] – Esposo, ¿si havéis oýdo
quién me robó mi sentido?
[SEGUNDO COLOQUIO DE JUANA CON EL SEÑOR]
Estas palabras dixo el Señor por su sanctíssima voca estando en el dormitorio de esta santa casa de la Cruz. Dichas el día de la comunión, ganan lo que ganó el buen ladrón en la Cruz, y la Madalena. Cántanse en el refitorio la octaba del Santísimo Sacramento.
Almas esposas amadas,
acordaos de aqueste día,
porque con mucha alegría
de Dios seáis consoladas.
Ya sabéis que Jesuchristo
en forma de pan es visto,
Dios y hombre Jesucristo
en la ostia consagrada.
[fol. 10r] Almas que vivís en regla
en la sancta Madre Iglesia,
pues tenéis tan rica impresa
no estéis desconfiadas.
Quando tomastes baptismo
esposo fue Dios mismo,
Él quitó vuestro abismo
infernal de almas perdidas.
Y después de encarnado,
Dios vivo se ha presentado
por todos crucificado;
las almas son redimidas.
Muéstrase con afición
a quien tiene devoción,
y a las vezes da perdón
de palabras bien sentidas.
Y por eso, esposas mías,
las que me adoráis agora
por estas estrechas vías
por buenas seréis avidas
en el Juiçio Final,
estando en mi tribunal,
en el qual me he de sentar
a juzgar gentes nacidas.
Pensando en este Juiçio
debéis, hijas, contemplar;
hallarse á muy repissa
la que siguió malas vías.
Dios mostrará su deidad
en potente magestad,
allí no hay negar verdad,
¡guay de las almas perdidas!
Justos no se hallarán
los santos, y temblarán
quando a Dios vivo verán
con llagas aparecidas.
¿Qué harán los pecadores
que están tan llenos de errores?
En el fuego abrán dolores
de llagas muy desmedidas.
Esposas, sed inocentes
sin pecado entre las gentes,
lavad vuestra cara y frente
con lágrimas bien crecidas;
mejor es este deleyte
de pensar en mi Pasión
que otro ningún afeite,
solimán y aguas coçidas.
[fol. 10v] Ansí os hermosead
las almas todas, mirad
que mi alta Magestad
digna es de desposar luzidas.
Con vosotras hago pacto
en este día y rato
que nunca os seré ingrato,
pues estáis arrepentidas.
Lloraréis vuestros pecados,
dignos de ser despreciados
y del todo desechados,
a Dios siendo prometidas.
Acordaos cómo os dixe
en el vuestro consistorio
que os daría mi desposorio
como a esposas queridas.
Yo mismo quise rogaros,
por mayor cargo echaros
y por mucho más amaros
quando fuéssedes bendecidas.
Acordaos que os amé
y os di mi coraçón
quando en la Cruz pené,
sintiendo las mis heridas.
Acordaos que consentistes
Esposo tan soberano,
y acordaos que luego distes
la mano con alegrías.
Yo ansí mesmo os la di
por que fuéssedes benditas,
y de grado os di mi “sí”.
Sed preciosas margaritas,
las quales ando a buscar,
como buen negociador,
por la tierra y por la mar.
Almas son hijas queridas.
Acordaos que os compré
padeciendo cruel Pasión;
vosotras tenéis la fe
y yo sufrí las heridas.
Acordaos de mi gemido
y de todos mis tormentos,
mirad que os ube servido
prometiéndoos cien mil vidas.
Muy dignos servicios fueron
la vida que yo pasé
y la Passión que me dieron
con penas muy doloridas.
[fol. 11r] Y los mis prometimientos
debieron ser estimados,
guardando mis mandamientos
y las mis leyes luzidas,
las quales cosas guardadas
con gozo y con diligencia,
si por vos no quebrantadas,
prudentes sois y sabidas.
Algunos os dan esfuerço
diziendo de mí buenas nuevas,
cómo perdono yo presto
las ofensas cometidas.
Hijas, no confiéis tanto
en lo que oýs hablar,
rogad al Spíritu Sancto
que de sí os haga dignas,
para mientes, hijas mías,
que el mundo no vos engañe
con sus vanas alegrías,
ante mí aborrecidas.
No consiento ni me place
que de otro seáis amigas,
¡guay de quien pecados haze,
siendo vosotras tan mías!
Ansí que dizen verdad
que yo soy perdonador,
mas quitad toda maldad
ante vuestro Criador.
Si no os hallastes allí
quando mi desposamiento,
agora vedesme aquí
a vuestro contentamiento.
No estéis entristezidas
siendo en cantidad muchas
(alma, si bien me scuchas,
muchas más son redimidas),
porque las almas esposas
en el sancto baptismo
se me aiuntaron todas;
yo recebí a quien me quiso.
Entonces, como sabéis,
doy las joyas y anillos,
(como quenta santa Ynés,
que supo muy bien sentillos),
porque entonces las almas
renuncian a Satanás
y se le dexan atrás,
por ser a mí allegadas.
[fol. 11v] Esto digo a quanto faze
a lo de mi desposorio,
al qual digo que me plaze
cumplir lo que es notorio.
Dios mi Padre es contento
de vuestro convertimiento,
y aunque seáis más de ciento
todas sois establecidas.
Quando aquella palabra,
hijas mías, yo vos di,
el Cielo conmigo estaba
allí en rededor de mí.
Ángeles muy soberanos
estaban allí conmigo,
y todos mis cortesanos
de la Gloria por testigos.
Y si los angeles que os guardan
estubieron allí presentes
y me dieron los anillos
por vosotras las ausentes,
pues tales testigos ay
de vuestro querer y el mío,
y no queráis más pecar,
pues tenéis libre alvedrío,
oigame quien me oyere,
entiéndame aora alguien,
esto digo para quien
ama a Dios y le sirviere.
Quien ansí esto no haze
no está en gracia de Dios
y no merece salvarse.
Hijas mías, salvaos vos.
Esposas mías, si os plaze
las mis palabras oír,
harto provecho vos hazen
si lo queréis bien sentir.
Devéis llorar y gemir
las que en algo avéis errado,
Dios quiso redimir
y quitar vuestro pecado.
Arrepentirse del mal
es bueno a toda persona
y a Dios gracia demandar,
porque Él con esto perdona.
Con deseo de enmendar
la su vida venidera,
su alma pueda descansar
en la Gloria verdadera.
[fol. 12r] Y yo no tengo olvidado
vuestro servicio y fervor,
mas mayor es mi amor
con que yo os ube amado.
En mí, hijas, esperad
como en padre, señor y esposo,
y en mí os consolad,
pues que soi Dios poderoso.
En la Cruz me desposé
tiniendo grandes amores,
y mi sangre derramé
por todos los pecadores.
Debéis os satisfazer,
pues mi sangre nos juntó
para una cosa ser
almas vosotras y yo.
Y esto, hijas, creeréis
por que no os halléis en vano,
y si aun aora queréis
luego os daré la mi mano.
Allí está una imagen mía,
que tiene la virgen madre
delante Sancta María.
Podréis vuestra mano darme
y allí podréis jurarme
que vos queréis enmendar
de vuestros yerros pasados
con propósito, y rogarme,
que aunque al parecer,
es muy pequeño mi bulto,
soy maior que el Cielo junto,
como lo devéis saber.
Sentildo con esperiencia
de mis grandes obras tantas,
como son muchas y altas
por mi imperial potencia,
y por haverme encerrado,
no cabiendo en mil mundos,
en aquel vientre sagrado
en el qual hize estos nudos,
que cierto allí estuvo Dios
en aquel bulto del Cielo,
que vino a sanar a vos
y daros dulce consuelo.
Dios, mi padre celestial,
es el que da vida y gracia
para le amar y honrar,
Él es digno de alabança.
[fol. 12v] Nuestra noble Deidad,
el Hijo y el Spírito Santo
todo es una Magestad,
Trinidad y un Dios muy alto.
Y si el cuerpo se tomó
de la Virgen de prudencia,
aquel se organizó
para poner Dios su esencia,
y la esencia de Dios vivo
es la alta Trinidad.
No la puede hombre nacido
comprehender ni palpar,
y para esto remediar
ordenó el alto Poder
Dios vivo hazerse hombre,
para la comprehender.
Y por eso, hijas mías,
devéis os mucho esforçar,
no seáis flojas ni tibias,
por que de Él podáis gozar.
Y aunque a vosotras, hijas,
aora esto he hablado,
a otras no he desemparado,
doiles joyas y sortijas.
Aora quiero fablar
con ellas y con vosotras;
no queráis d’ello penar,
pues que sois hermanas todas.
Ya sabéis que soi Esposo
de la Iglesia universal,
obligueme a dar reposo
al linaje humanal.
Los que salvarse desean
con fermoso fervor
es razón mi gloria vean,
y yo les muestre mi amor.
En toda la christiandad
hago que suene mi voz,
santa Iglesia de bondad.
Almas, entendeldo vos.
Ansí hombres como mugeres
deseo gozéis la Gloria.
Alma, tú mira si quieres
tener a Dios en memoria.
En el Paraíso ay bienes.
Alma, tú no seas floja,
aunque grandes penas tienes
en la tierra de congoja.
[fol. 13r] Mas para alcançar la corona
en la Gloria por venir,
hija mía, tu persona
lo debe todo sufrir,
y debes muy bien vivir
a Dios amando y sirviendo,
y lo malo despedir,
tu fe en solo Dios poniendo.
Almas, hijas paramientes,
a todas he yo hablado,
y entre devotas gentes
esto será bien empleado,
y las ánimas cristianas
que tubieren la mi fe
hallarse an muy hufanas,
porque yo las salvaré.
Yo soy el que vivo siempre.
Almas, convertíos a mí,
pues que sois todas vivientes;
la paciençia yo os la di,
yo, el Dios muy honesto,
Jesucristo combidando.
Trabaja por subir presto,
pues Dios os anda llamando.
Corred, hijas, sin tardar,
no queráis venir despacio,
porque en mi alto palaçio
vos deseo aposentar.
Ámoos como esposas,
heredaisme como hijas,
seréis blancas y hermosas,
¡con razón te regozijas!
En el Cielo, generosas
muchas son las almas buenas.
Hijas mías religiosas,
sufrid en paciencia las penas;
ángeles os servirán
porque a mí mucho me amastes,
y ellos vos ensalçarán
en la Gloria que ganastes.
Ganad, hijas, tan gran gloria,
ganalda y no la perdáis,
porque si la desecháys
vana fue vuestra victoria.
Tener buenos pensamientos,
hazed fuerça a vuestras almas,
sufrí en paçiençia tormentos,
por que ansí las hagáis salvas.
[fol. 13v] No os espantéis de las penas
que en el mundo padecéis,
que sigún vuestras ofensas
maiores las merecéis.
Hijas mías, gozaos contino
en la esperança de mí,
y en papel de pergamino
mis palabras escribid,
por que si alguien las pidiere
para las trasladar,
y si deboción tubieren,
se las podades prestar,
que para entre los hermanos
buena es la charidad.
Amaos unos a otros,
que esta es la ley de verdad,
amaos con afición,
onesta y prudentemente,
y no con alteración
desonesta y neciamente.
Amad vuestra salvación
y unos por otros rogad,
por que ayáis consolación
en el reyno celestial.
Aveos siempre piedad,
socorredvos cada día,
por que en el reyno celestial
Dios vos dé toda alegría.
Hijas mías, paramientes
fe y amor es lo que os pido,
porque está el mundo perdido
siendo muy malas las gentes,
que no les basta su mal
que contino ellos hazen,
mas quieren os engañar
diziéndoos lo que les plaze.
Esto digo, hijas mías,
porque ay algunas personas
que en pecados y blasones
despenden todas sus vidas,
que infinito es malmirado
tan grande abominación.
No ay temor ni devoción
con que sea remediado,
Dios casi está ya olvidado.
Mira, almas, qué gran mal,
cómo ha de ser amansado
Dios eterno divinal.
[fol. 14r] Siempre busca coraçones
y con muchas obras buenas,
¿cómo ha de dar perdones
pues tú buscas siempre penas?
La clemencia de Dios vivo
es muy grande en cantidad,
Él te da a gustar su cibo
y cuerpo de magestad.
De grado es perdonador
quando halla humildad
y contrición del error,
con deseo de bondad.
Mirad quán largo que os ablo,
hijas, si bien lo sentís,
mi gracia tuvo san Pablo
y bueno es esto que oís.
Trabajad por vivir bien
en este mundo de guerras,
que al Cielo podéis subir
aunque el demonio os dé guerra;
porque su officio es
de aquel mal guerreador,
siempre le renunciaréis
con virtud de gran vigor.
Su crueldad no vos enoje,
pues no os podrá empecer
a alma que se recoge
a Dios por se guarecer.
Él es lleno de tinieblas
y en su lengua ay gran dolor,
y con amargas tristezas
os quieren quitar mi amor,
y con vanas alegrías
desean recrear vuestras almas.
Dejalde, hijas, en calma,
que mejores son las mías;
desechalde, hijas mías,
y armaos con la mi luz,
que no son nada sus vidas
quando parece mi Cruz.
Hazed mucha penitencia
por servir a Dios muy alto,
porque la mucha pereza
no vos cause algún gran llanto.
Pues que havéis pecado harto
devéis ya de os enmendar,
por que en la otra eternal
no lo ayades de pagar.
[fol. 14v] Ya sabéis, esposas mías,
que vienen buenos y malos:
los buenos con alegrías
y condenados los malos.
Y pues otra vida ay
y también resureción,
quien oy haze algún mal
Dios haze la vengación.
Bien es andar sobreaviso
los que en la tierra moráis,
porque ganáis Paraíso
todos los que a Dios amáis.
El Cielo, reyno precioso,
con él tened afición,
desealde más que tesoro,
y a mí por su gualardón.
Tened, hijas, devoción
y daos a Dios contino,
no ayáis participación
en ese mundo mezquino,
y pues ya le avéis dexado
con desdén y con denuedo,
y que es malo avéis hallado,
no sigáis mal pensamiento.
Y si en él ay algún bien
que parece deleitoso,
más deleites tiene el rey
Jesú en su reyno precioso.
Y siendo Él muy dulce Esposo
y de preciar y estimar,
el alma, su dulce esposa,
consigo desea aiuntar.
Él la ama como esposa
y con ella se deleita,
llámala ‘amiga’ y ‘ermosa’
y le dize que le abra la puerta.
Contino está Él esperando
que ella le codicie abrir,
no debe de estar tardado
la que le ha de recibir.
Aquestas cosas he dicho
a las mis hijas de luz,
a las amigas de la Cruz,
no las pongan entredicho.
No se ha puesto entredicho
para no las dibulgar,
porque son buenas razones
y podrán aprovechar,
[fol. 15r] y aun para suspirar
qualquiera alma devota,
si no es tan simple y mortal
que a Dios esté remota.
Y en esto acabo, amigas,
suplicad por bendición.
Padre mío, tú las bendigas,
pues me tienen deboçión.
Recibí aora perdón
de los pecados passados,
si d’ellos ay contrición
y estuvieren confessados.
Aved, hijas, alegría
y encomendaos a mi Madre;
llamad a Santa María,
ella os ofrecerá a mi Padre,
ella es buena abogada
y quita la confusión,
si el alma está turbada
y no alcança confesión.
Pedilde la bendición,
ella bien la puede dar
y por vosotras rogar
que hagáis satisfación.
El ángel de vuestra guarda,
cada uno a cada una,
llamalde, que nunca tarda,
por vosotras siempre pugna
y es buen negociador,
ante Dios procura bienes.
Alma, pues aquí me tienes,
goza de todo mi amor,
¡a mi secreto dulçor!,
pues soi Dios tu Criador,
contino perdonador
de qualquier culpa y error.
Deo gracias. Fin.
[RELATOS DE SUCESOS EXTRAORDINARIOS OCURRIDOS EN VIDA DE JUANA]
[fol. 16r] En el tiempo de nuestra madre santa Juana, resplandecía en esta santa casa de la Cruz tanto la santidad de las religiosas d’ella, que todas sus pláticas eran celestiales, enamoradas de Dios y de su santa Madre y de los ángeles y santos, de suerte que dixo el santo ángel san Laruel a nuestra madre santa Juana: “Tanto pueden tus hermanas ablar de nosotros, los ángeles, que se tornen en condición angelinas”. Juntábanse las religiosas en quadrillas para hazer penitencias y pedir a Dios mercedes y a su santa madre santa Juana, diziéndole las religiosas: “Señora, pida Vuestra Reverencia al Señor nos otorgue mercedes, ordenando cofradías”, pidiendo fuesse su santa Madre la patrona d’ellas. Y el Señor, como tan poderoso y amigo de que le pidamos, repondía a nuestra madre que le placía. Y ansí dezían las religiosas en las mercedes que pedían en las cofradías: “Suplicamos a la Señora Patrona que nos sea concedido esto que pedimos, para ayuda agradar a Dios, y a la hora de la muerte, amparo y socorro”. Respondía Nuestra Señora que le placía de alcançar lo que le pedían y de ser su patrona. Otorgoles el Señor en las cofradías grandísimas gracias, y llamaban las monjas a Nuestra Señora [fol. 16v] la Señora Patrona, y otorgolas el Señor allá en el Cielo cosas tan grandes que se quedan para las que las gozaren, y no para entendimientos humanos. Las cofradías están escritas en este libro y concedidas al Señor para ellas y las por venir. Tenían tanta comunicación las religiosas con los celestiales por yntercessión de nuestra madre santa Juana, que una monja, estando en contemplación de la Passión del Señor, escrivió una carta a Nuestra Señora, y el santo ángel san Laruel se la cogió y la llevó al Cielo. Y nuestra madre santa Juana, estando arrobada, la vio en manos de Nuestra Señora, que con grande demostración de amor la leyó, y se le cayeron encima de la carta unas preciosas perlas de sus ojos y dixo: “Juana, dile a Fulana que estas bastan por respuesta”. Y, bolviendo de la arrobación, dixo a la monja lo que avía visto en el Cielo, y el ángel la tornó al lugar de donde la tomó. Y las religiosas la tubieron y tienen en mucha veneración, porque oy día ay en esta santa casa pedaços d’ella.
Estando una religiosa d’esta casa fuera d’ella por la [fol. 17r] obediencia, estando en oración, hizo una copla a Nuestro Señor, y al cabo de algún tiempo bolvió a este convento. Y estando el Señor hablando con nuestra madre santa Juana le dixo: “Dile a Fulana que se acuerde de tal copla que me hizo, estando puesta en la cruz del claustro del monasterio de donde vino”. Y entonces el Señor la respondió a ella en metro. Nuestra madre santa Juana las hizo escribir, que ansí se lo dixo el santo ángel lo hiziese. Y en este modo de responder el Señor en metro a las monjas ubo mucho.
Deçía la santa Juana: “Por que veáis, hijas mías, lo que el Señor quiere esta santa casa de su Madre y con la reverencia que avíades de andar en ella, os quiero deçir que muchas veçes veo al Señor Esposo pasearse por el claustro en trage de galán, cantando muy dulcemente, tañendo una vigüela de oro; y dezía el Señor:
Esta casa, Padre,
es de mi santa Madre.
Esta casa y este lugar
no le entiendo olvidar.”
[fol. 17v] Una monja era sacristana y acabava nuestra madre santa Juana, que era abbadesa entonces, de darle cantidad de ynçienso para el officio, y arrobose nuestra madre. Y en este tiempo fue la sacristana a calentar el horno, y enfaldose los braços para quemárselos por penitencia, y con actos de amor echaba los puñados de la paja, offreciéndolo al Señor por incienso. Recibió Dios su yntención y vio nuestra madre el Cielo lleno de humo de yncienso; preguntó a su santo ángel qué humo era aquel, respondiola diziendo: “Allá es de tu casa, tu sacristana”. Y bolviendo de la arrobación llamó a la sacristana y díxole: “Amiga, ¿cómo avéis gastado todo el yncienso que os di, que he visto el Cielo lleno de humo?”; y ella entonces la dixo: “Ay, señora, que no he llegado a ello, sino que calenté el horno con esta yntención. ¡Bendito sea el Señor, que lo ha recebido!”.
Hablando Nuestra Señora con nuestra madre santa Juana la dixo: “Di a tus hermanas que se traten con crianza, porque es parte de paz”. [fol. 18r] Hazían tantas penitencias aquellas bienaventuradas religiosas, rebolcándose desnudas en los cardos, entrándose en el agua elada, quebrantando los yelos y entrando debajo d’ellos. Y nueve días antes de la natividad del Señor se aparejaban tiniendo cada noche una hora el yelo desnudas, y algunas vezes tres horas, tanto que se quitaban cantidad de escarcha de las cabezas; y esto en reverencia de Él y en lo que padeció el Niño recién nacido.
Otras se metían en el horno abrasando, otras se echaban calderos de agua por ençima de los hombros en memoria de la desnudez que tubo el Señor en la Cruz y en el Jordán; y con esto muchas disciplinas de sangre y ásperos silicios y continua oración y los maytines a media noche.
Preveníanse para las fiestas de Dios y de su santa Madre en echar suertes para vestirlos. Y estos vestidos los hazían de penitencias, ayunos y oración, fabricándolos en su imaginación, y el santo ángel san Laruel, por medio de nuestra madre santa Juana, les daba la industria [fol. 18v] y significación de las colores, y dezía: “Diles a tus hermanas que lo que hizieren de color blanca apliquen ‘Avemarías’ y el himno de ‘O Gloriosa’ y la ‘Magnífica’; y para lo carmesí, el ‘Anima Christi’ y el rezo de la Passión; para lo verde la ‘Salve’; y lo morado el ‘Miserere’; y para oro ‘Paternostres’; y el ‘Salterio’ todas colores”. Y dixo más el santo ángel: que para la pedrería el ‘Credo’, que es piedra preciosa, y que el ‘quiqunque vult’ es carbunco y jacinto, “y que d’esta manera harán y guarnecerán los vestidos. Y diles que el ámbar significa el officio de nosotros, los ángeles, para hazer lo que quisieren”. Y con estas cosas andaban absortas en Dios.
Una monja, estando rezando en una imagen de la oración del güerto, llegó a besar el pie al señor San Juan Evangelista, y habló el santo en su imagen y dixo: “Igual havías de hazerme unos çapatos...”. Y la santa Juana oyolo y sonriose, y la monja importunola le dixese de qué se havía reýdo, y al fin se lo dixo; y la monja, llena de espíritu, ordenolos en su imaginación de oración [fol. 19r] y penitencias, que no durmió en toda aquella noche. Y al amanecer entró el santo por la cámara donde estaba la santa y sonaban mucho los çapatos, y díxole la santa: “¿Cómo viene Vuestra Hermosura con esos çapatos?”. Dixo el santo: “Ansí me los hizieron”. Y d’esta suerte supo la religiosa cómo su oración avía sido oýda; y como andaban en espíritu, eran sus entretenimientos estas pláticas. Y vínolo a saber una religiosa y hízole otros çapatos para su fiesta, procurando grande pureza en su alma. Apareciósele el santo a la santa Juana con ellos muy pulidos, y ansí tornó con ellos a visitar a la santa. Y esta imagen está oy día en la capilla de la güerta, que era su oratorio de la santa Juana. Está vestido el santo de blanco y la capa colorada, y los pies descalços en una tabla.
Veýa la santa Juana, quando yban las monjas a fregar, cómo yban con tanta presencia de Dios que los santos ángeles les ponían sortijas en las manos, y lo mismo hazían quando hazían otras cosas de humildad y charidad. Y quando acudían puntualmente a la obediencia les ponían guirnaldas [fol. 19v] en las cabeças, y a las que eran rebeldes a la obediencia veýa la santa que les davan un bofetón el ángel de su guarda.
Criábase una niña en esta casa que se llamaba Bernarda, y asomose a un poço o noria, y estaba entretenida mirando su sombra abajo, y el santo ángel Laruel dixo: “Juana, imbía por aquella niña a la noria, que está el demonio abajo del agua llamándola con modo de niña, diziéndole “Anda acá conmigo”, con intención de ahogarla por que no llegue a grande, que tiene barruntos que ha de ser sierva de Dios”. Y fueron las monjas que tenían quenta con la santa y hallaron que se quería echar, y llebáronsela a la cama donde estaba tullida.
Entró un día el ángel que se llama san Potens por la cámara donde estaba la santa, diziendo: “Juana, por el camino viene una donzellita que traen a concertar para monja, yo la quiero para mí, que me he enamorado d’ella por señas que es morenita; y yo la he venido escudereando y haziéndole sombreritos con las nubes, por que no la queme el sol”. Y desde a poco llegaron con ella, la qual fue después [fol. 20r] devota d’este santo ángel, el qual dixo a la santa Juana que el Señor le avía dado cargo de regir las nubes. Y las monjas, como sabían esto, quando venían tiempos secos cogían a la devota y echávanla una soga a la garganta, y llevávanla en processión del agua, diziendo al santo ángel que no soltarían a su devota hasta que lloviesse; y con tal fe lo hazían que llovía. Y ansí havía y ay particular devoción con este santo ángel, y es de costumbre en las processiones del agua nombrar en la letanía a san Potens.
Una religiosa que se llamava María de la Madre de Dios tenía gracia de arrobarse. Vio una vez entrar por la puerta de la iglesia a María Evangelista, que era ya difunta, con el libro que escrivió, que se llama Santo Conorte de los sermones que el Señor predicó por la voca de nuestra madre santa Juana, la qual dixo que era de oro; y en la otra mano, una cruz verde. Y esta señora María Evangelista no sabía escrivir, y el Señor le dio gracia para que escriviesse el santo libro, y dixo a esta religiosa que la vio cómo el Señor le avía dado mucha gloria porque le havía escrito. Treze años predicó el Señor y de solos los dos postreros se escribió este santo libro. [fol. 20v] A persuasión del sancto ángel Laruel, púsole el Señor este título de Conorte y concediole el Señor muchas bendiciones y virtudes contra los demonios y tempestades, que mandó el santo ángel que quando alguna estubiesse en pasamiento le pusiessen algo de la lectura d’este libro para defensa del demonio. Y en las tempestades manda la prelada saquen el santo libro o sus traslados, y se ha visto cesar la tempestad muchas vezes. Y las quentas que llaman del santo Conorte, que son unas pardas gordas, dixo el santo ángel, quando las truxo del Cielo: “Estas traen las gracias del santo Conorte”.
Una religiosa havía alcançado don de lágrimas y con grande humildad conocía que no eran dignas que el Señor las recibiese, y viendo el Señor su humildad embiola a consolar con nuestra madre santa Juana, que diziéndole ella “Señor, supplico a Vuestra Magestad se acuerde d’esta religiosa”, le respondió: “Dila de mi parte que se vaya para otra Magdalena”. Esta misma religiosa lloró quando se fue su padre spiritual, que era muy religioso, y fue reprehendida del sancto ángel por nuestra madre santa Juana, y dixo: “Di a Fulana que no se ha de llorar sino por compassión de la Passión del Señor o por havelle ofendido”. Y ella, viendo aquello, propuso de no [fol. 21r] llorar más en semejante causa. Y llegando el tiempo de yrse otro no lloró, y díxole el Señor a la santa Juana: “Dile a María de los Ángeles que las lágrimas lloradas se perdonan por las no lloradas”.
Esta misma fue enfermera y, hallándose algo cansada, queríalo dejar, y perseverando en este pensamiento dixo el santo ángel a nuestra madre santa Juana: “Dile a María de los Ángeles que no dexe el officio, que si le dexa la traeré arrastrando por la enfermería de los cabellos”. Y tomando la religiosa esta reprehensión por grande favor, perseveró en el officio casi veynte años.
Esta bienaventurada tenía otra hermana en esta casa religiosa, y el padre d’ellas se llamaba el Licenciado de la Cámara, al qual vio nuestra madre santa Juana en el Cielo, y la habló y dixo: “¿Cómo están mis frutos de bendición? Encomiéndamelas, y yo ando suplicando me traiga la chica a estos santos reynos”. Buelta la santa de la arrobación, díxoselo a María de los Ángeles, que era la mayor, y ella no se conformó con que su hermana se muriesse; suplicó al Señor se la dexasse, y viendo el Señor la flaqueza de su ánima [fol. 21v] le embió a dezir que escogiesse una de dos: o que se la diesse luego o que si se la dexava avía de ser con pensión de vivir con grandes enfermedades. Y ansí fue que las tuvo las mayores que se an oído. Y ansí dixo el santo ángel a María de los Ángeles: “Pues has suplicado por la vida de tu hermana, el poderoso Dios te embía a dezir que padecerá tanto tu hermana que passará de esta vida con méritos de mártir, y que la pondrá entre los mártires”. Duró algunos años cortando de su cuerpo cada día carne y jamás se quejaba, y ansí acabó santamente. Llamávase Isabel de Jesús. Y María de los Ángeles era muy temerosa de la muerte, y embiola a dezir el Señor con el santo ángel Laruel, con el qual tenía grandes colloquios, que Él le prometía quitarla el temor de la muerte y que no la sentiría. Y la madre de Dios la embió otro recaudo con el mismo ángel, prometiéndola que se hallaría a su muerte y recibiría su alma en sus manos, en una toalla de los méritos de su hijo, y la presentaría al Padre eterno; y que tres horas avía de estar en Purgatorio y estas serían en el valle de Josafad, con tal que perseverase en lo començado. Y desde entonces fue más adelante en la perfeción, y acabó en ella. [fol. 22r] Y después de muerta, quedaron con su cuerpo tres frayles y se durmieron junto a él, y sobrevino tan gran fragancia de olor que los despertó a todos. Y esto es una tilde de lo que d’esta religiosa se podía dezir, y de otras muchas de las compañeras de la santa.
Veýa santa Juana a sus monjas en el Cielo en diferentes figuras, conforme el espíritu de cada una, y admiraba de ver a una en la de tigre (preguntolo a su santo ángel qué quería ser aquello, y díxole que porque era aquella religiosa tigre para el demonio, y le vencía) y otra de paloma y ansí en differencias.
Una religiosa estava haziendo un bolsillo y su pensamiento en el Cielo, ofreciéndoselo a Nuestra Señora. Y este tiempo estaba nuestra madre santa Juana arrobada y vido a Nuestra Señora con el bolsillo al lado, como lo consideraba la monja, y preguntó al santo ángel qué bolsillo era aquel, y díxola: “Allá es de tu casa, que Fulana se le ha imbiado”. Y la santa, de licencia de Dios, se lo dixo a la religiosa, la qual dio gracias a Dios, que avía recebido tan pequeña obra.
Una religiosa andaba en su coraçón con actos de amor a San Juan Baptista, diziendo: “Señor, tanto como yo bien abrá [fol. 22v] quien os quiera, pero más es imposible”. Y el glorioso santo la imbió un recaudo con la santa Juana, diziendo: “Dile a Beatriz del Espíritu Santo que yo recibo sus servicios, y que sepa que ay quien más me quiera que ella, que es una romera que pide de puerta en puerta, que con las blanquillas que le dan me haze la fiesta”.
Hablando la santa Juana con el glorioso San Juan Baptista sobre su niñez, al fin de muchos coloquios que pasaron entre los dos, le preguntó la santa cómo le avía ido en el desierto. Como era tan chico y tierno, díxola cómo a la hora de tomar un poquito de sueño venía una sierpe “y se hazía rosca para que yo me echase y con su calor passaba, y alrededor de mí se cercaban el león y la onça y el lobo y el tigre y los demás animales feroçes, y con su bao me calentaban. Y quando mi corpeçito estaba traspassado de necessidad, venía el santo Cordero a mis braços y con su tacto quedaba harto y confortado. Y d’esta manera pasé hasta que el Señor me mandó salir a predicar [4]. Y yo te digo, Juana, que salí de los grandes trabajos del yelo y sol con tal figura que no parecía persona humana”.
Era de costumbre en esta casa dar al pueblo de Cubas, [fol. 23r] la mañana de San Juan Baptista, una imagen de bulto del mismo santo que está en una caxa en coro alto, que es de penitencia antiguo, hombre barbado, por que no se entienda que es la del niño. Y viniendo por él, estándole adereçando en sus andas la santa y las monjas, hablolas el santo en su imagen y dixo: “Juana, di a las monjas que se den prissa, y acaba ya de adereçarme y ponerme la albahaca, que soy muy amigo d’ella, que vienen ya los moços con su dança de espadas por mí”. Y asomáronse las monjas y viéronlos que ya venían. Y esta es la imagen que vio la santa que el cordero que tiene en la mano le lamía el rostro, y que era contra las tempestades.
Hablando san Santiago el Mayor con nuestra madre santa Juana, entre otras pláticas y coloquios que tubieron, le dixo: “Tan chico se está este pueblecito, Cassarrubuelos, como quando yo estaba en España y prediqué en él”.
Hablando nuestro padre Adán con la santa Juana le dixo, en modo de queja, que no se acordaban d’él los humanos, si no era para murmuralle, y que estaba siempre rogando a Dios que se salvassen todos sus hijos. Y nuestra madre Eva habló a la santa muchas veçes, y dixo nuestra madre [fol. 23v] que era hermosísima y que la veýa como de edad de treynta y tres años, y que parecía mucho en las faciones a Nuestra Señora, y en el habla.
Quando estaba tullida nuestra madre santa Juana tenía muchas visitas de los santos y santas, entre las quales la visitava nuestro padre san Francisco, y dezía la santa que quando hablava de las monjas las llamava ‘mis filias’; y san Antonio de Padua le traýa al Niño Jesús; y san Acacio con sus diez mill compañeros. Y díxole el santo ángel a nuestra madre que, passado el Juiçio Final, abía de aver una escala desde Jerusalem al Cielo, para que los celestiales bajassen a adorar los lugares sanctos donde andubo nuestro Redemptor, y que ni más ni menos avía de aver otra escala desde la cámara donde estaba nuestra madre santa Juana al Cielo, y más le dixo: “y esta escala ha de ser desde este lugar donde tú estás, porque a esta cámara la llaman en el Cielo la cámara de los ángeles, por los muchos que bajan y suben a este santo lugar, que habló el Señor en él”.
Veýa la santa Juana que entraban los ángeles por entre la tierra y edificios a adorar las arenitas donde Nuestra Señora puso sus pies, quando apareció tantas vezes en esta santa casa y lugar.
[fol. 24r] Dixo Nuestra Señora a nuestra madre cómo escogía desde el vientre de su madre a las religiosas que traýa a su santa casa; más dixo Nuestra Señora a nuestra madre: que tenía alcançado de su precioso hijo muchas misericordias a todos los que mirassen por su santa casa, hasta quien cogiesse oja para la lumbre.
Siendo nuestra madre santa Juana tornera, llamó al torno señor san Andrés Apóstol y ella fue a responder, y como le conoció díxole nuestra madre: “¿A qué buena Vuestra Hermosura por acá?”. Respondió el apóstol: “Vamos yo y mi compañero san Nathanael en hábito de pelegrinos a Cubas”. Y en esto tañeron a vísperas en la iglesia del mismo lugar, que es vocación de san Andrés, y díxole el santo: “Quédate con Dios, que tañen a vísperas en mi yglesia y voy a hallarme en ellas”. Y las monjas supiéronlo y fueron al zaquizami a verlos.
Otra vez llamó el santo ángel san Laruel al torno, la santa respondió y el ángel bolvió el torno y dixo: “Juana, toma allá essas quentas, que se le cayeron a un pelegrino camino de Santiago, y te las traigo”. La santa las recibió, dándole muchas gracias por las [fol. 24v] mercedes que siempre la hazía. Y estas quentas son dos açules grandes, y la una está en el coro alto oi día, en la ventana de las quentas. Y no solamente el ángel y santos llegaban al torno, mas la misma Reyna del Cielo y su hijo precioso, como más largo está escrito en la vida de esta santa, puniéndole la Reyna del Cielo el Niño Jesús en el torno, llegando la santa con pensamiento que el torno era cuna para mecerle.
Estando la santa Juana arrobada en el Cielo llegó a ella un niño y díxole: “Yo soy de tal reyno, donde se me haze fiesta, que subí a este reyno de los Cielos por corona de martirio, siendo de edad de cinco años, y llámome san Andrés. Diles a tus monjas que se acuerden de mí, que yo me acordaré d’ellas, y en particular a Fulana, que la quiero para mi amiga. Mi día es a diez y siete de junio”. Y esta devoción dura en esta santa casa con este santo oy día, y dixo este santo que quería tanto a sus devotas que, si fuera menester tornar a este mundo a padecer por ellas, lo hiziera de muy buena gana.
Entre los muchos ángeles que en particular hablavan a la santa Juana en el Cielo y la pedían los ayudase a rogar por las provincias que tenían a cargo, son ochenta y quatro, y [fol. 25r] supiéronlo las monjas de esta manera, que en bolviendo de los raptos, la importunaban les dixiesse algo para su consolación, y la santa les dezía: “Encomendá a Dios, hijas mías, a tal provincia o tal reyno, que yo os digo que el ángel su custodio, a quien Dios se la dio a cargo, me ha dicho que está dada sentencia del poderoso Dios de destruilla, y me ha pedido le ayude a rogar por ella; hazeldo vosotras también para que se enmienden y alce Dios su yra”. Y estando con ella hablando, llegaban otros y nombrávanse unos a otros, y algunos le pedían lo mismo, y ansí sabía sus nombres y los hizo escrivir; y estos ángeles dezía que eran de los muy altos. Y dixo la santa que el ángel que se llamava san Zupiel es el del güerto, quando el Señor estaba orando en él; y que señor san Laruel fue ángel de guarda del rey David y de san Gregorio y de san Jorge, “el mismo ángel san Laruel, mi guardador, me lo ha dicho, y díxome más: 'Yo he pedido al poderoso Dios que tú seas la postrera alma que guarde, y he suplicado al poderoso Dios me haga general del Purgatorio y hámelo concedido'. Y muchas vezes me lleva consigo al Purgatorio y le veo entrar por las llamas, [fol. 25v] y saca muchas y me las da a mí que las guarde mientras entra por otras ánimas, y llevamos muchíssimas. Y los demonios dan muchos ahullidos y dizen: 'Este rapa almas, que no basta lo que haze con la que trae consigo, sino que viene a despojar el Purgatorio'. Y véole esgrimir con ellos con una espada, otras vezes le veo echar anzuelos y pescar almas, y dízeme más mi santo ángel: que de todas las personas que os tocan tiene cuydado”.
[JUANA DESCRIBE A SU ÁNGEL]
Hablando la santa con sus monjas del lugar donde el ángel la ponía quando se arrobava, y fiestas de la ciudad de Dios y la ermosura de los edificios y moradores d’ella, dize: “¿Decísme, amigas, que os diga de mi santo ángel? Paréceme que no ay cosa en la tierra, por hermosa y preciada que sea, a que se pueda comparar. Es muy hermoso donzel y muy más resplandeciente que el sol, blanco y colorado, rubio y muy claríssimo, y de muy suavíssimos olores, e de bulto muy precioso, e de gesto muy sereno, e grabe persona de muy gran reverencia e dignidad. Tiene alas de colores e pinturas, las quales no le nacen de las vestiduras, mas de su mesma persona, y assí como los otros santos ángeles les nacen alas de sí mesmos. La vestidura del santo ángel [fol. 26r] mi guardador es de ynestimable valor e de incomparables colores. Yo le veo vestido de muchas maneras, mas direos los motes que trae bordados en ellas, con los quales yo mucho me consuelo: trae en su cabeça corona e diadema preciosa más que el oro, cercada de piedras preciosas, y en la frente una cruz esmaltada, hecha a manera de joyel, con letras a la redonda que dize confiteantur omnes lingue quoniam Christus est Rex Angelorum; e trae otras letras bordadas en la vestidura encima del pecho, que dize Spiritus Sancti gratia iluminet sensus et corda vestra; y en la manga del braço derecho trae bordada de pedrería la señal de la Cruz, con pie y con ramos muy hermosos que adornan toda la manga y la cubren, y el pie de la cruz hazia la boca de la manga y lo alto d’ella hazia el hombro, con letras en la misma cruz que dizen ecce erucem Domini fugite partes aduerse; y en la manga del braço siniestro trae bordada la misma divisa de la santa Cruz, con los clavos y todas las insignias de la Passión, y letras que dizen dulce lignum dulces clavos dulce pondus sustinct que sola fuisti digna portare pretium suius seculi; y en el calçado de los pies [fol. 26v] trae labradas de pedrería letras que dizen quam pulcri sunt gressus tui filia Principis; y en el calçado de encima de las rodillas, letras muy ermosas que dizen flectamus genua levata, encima de las muchas otras letras que dizen celestium torrestium et Ingernorum. E las mismas insignias de la santa Cruz y los clavos y todas las armas de la sagrada Pasión trae pintadas e dibujadas, por muy rica manera, en un lindo pendón. E junto con ello trae figurada e dibujada la imagen de Nuestra Señora con el Niño Jesús en los braços, e de otras maneras e misterios, ansí como quando Él y ella estaban acá en la tierra, e como después entrambos subieron a los Cielos; en especial la trae pintada como ella está en su trono real, sentada e cercada de vírgines e santos ángeles, que la están sirviendo. Y estos motes y armas tan preciosas son ansí para defensión de las ánimas que él tiene en guarda, como para provecho de las del Purgatorio. E también los santos ángeles se arrean e precian de adornar sus personas e vestiduras de las insignias e armas con que su Dios y Señor hizo la obra de la redempción. Las ánimas del Purgatorio se gozan mucho con su visitación, que se recuerdan [fol. 27r] de su Dios en los tormentos que padecen. Este mi santo ángel siempre anda en buelo, e otras vezes de hinojos, e también en buelo véole venir algunas vezes e descender de lo alto hazia el lugar que yo estoy; deciende y viene asentado en un trono e silla, y en buelo por el ayre. Y es todo muy rico e resplandeciente e adornado de muchas pedrerías, e trae en su mano algunas vezes a manera de cetro muy precioso, e otras vezes trae un instrumento con que tañe de tan admirable especie que, en solo tocarle, haze qualquier son e armonía que quiere hazer quien lo tañe; dize las palabras como las puede dezir e cantar qualquiera persona humana, pero muy más suaves e deleytosas de oír. Múdase este laúd en otros instrumentos, los quales todos hazen muy acordado y deleytoso son, según cada uno en su especie. Este mismo santo ángel no es de los ángeles que da Dios guardadores de almas, porque es de más alto coro; las alas que yo le veo quando me lleva entre ellas algunas vezes son seis e ocho e diez. No se le encomiendan todas las almas, sino algunas señaladas, porque yo sé tubo en cargo al señor san Jorge y al rey David, y al señor san Gregorio y a otros santos singulares. A las ánimas de dignidad [fol. 27v] e santidad dáseles ángel principal, y él tiene muchos privilegios, e ansí le he oýdo yo llamar en el Cielo a los santos ángeles e santos ‘el ángel privilegiado’. Tiene licencia de Dios de responder algunas preguntas que le fueron fechas de las personas de la tierra, por intercessión de mí, su indigna sierva, o por las otras almas que ha tenido a cargo, y esta respuesta se entiende en quanto fuere la voluntad de Dios. De todos los nueve coros de los ángeles tiene gracia singular e don: el abrasamiento de Serafines, la çiençia e conocimiento de los Cherubines, y el servicio y adoración de las Dominaciones, e la holgança de los Tronos, y el mando de los Principados, y la pelea de las Potestades, e la adoración e charidad de las Virtudes, e la revelación de los Arcángeles, y el oficio de los Ángeles. Tiene otros e muy grandes e singulares dones, los quales dados de la mano de la muy poderosa Trinidad, la qual le dotó como puede e quiso y le inflamó en su divino amor. Tiene officio de ayudar a las ánimas de Purgatorio, yéndolas a visitar e consolar por los méritos de la muerte e Passión de Nuestro Señor Jesucristo, e merecimientos [fol. 28r] de su santa Madre; sácalas a fiestas e líbralas de las penas e defiéndelas de los demonios, e por eso anda vestido e adornado de tan ricas libreas e guarnecido de tan preciosas armas. Ansí como los demonios le sienten venir e le ven alçar el braço derecho con la señal de la santa Cruz, van todos huyendo e ahullando e dando muy espantosos gritos e gemidos, a manera de canes mordiéndose unos a otros. E muchas vezes va al socorro e ayuda de las ánimas e personas que están en pasamiento, llevando consigo a otros muchos ángeles que le ayuden a defender aquella persona que en tan gran batalla está de tentaciones de los demonios. E algunas veçes le digo yo, quando son difuntos mis devotos e personas que se me an encomendado, que tienen conocimiento de mí por oýdas o parientes de vosotras, señoras, o personas que os conocen, de las quales si son difuntas algunas d’ellas o están en tribulación, que le digo yo que se acuerde de tal persona que es difunta o de tal, si es viva, que está angustiada. Respondiome: “‘Ya yo he hecho lo que he podido y, si es difunta, yo fui a su muerte e passamiento, e llevé conmigo otros santos ángeles, e la acompañamos e libramos [fol. 28v] de peligros hasta que fue juzgada, e tengo cuydado d’ella hasta que está en descanso’. E yo le digo: ‘Pues nunca, Señor, se la havía encomendado a vuestra ermosura’. Respondiome: ‘No es menester que tú me la encomiendes, que para esto basta la charidad que mora en los ángeles e saber yo que tiene memoria de ti aquella persona, o conocen a tus hermanas o tienen deudo con ellas, para hazer yo toda mi posibilidad’. Dezía esta Bienaventurada: ‘Yo sé, y aun por vista, que las personas que por mi intercessión tienen devoción en este mi santo ángel, de que son passadas d’esta vida y están en Purgatorio y las va él a visitar, aunque va entre otros muchos santos ángeles, le conocen e le dizen: ‘Paréceme, Señor, me da el espíritu, aunque yo no os conozco ni he visto ni nadie me lo ha dicho, que sois el ángel guardador de una persona que vive en la tierra, que se llama Juana de la Cruz’. E las respondió: ‘Verdad es, ánima, que yo soy, y de la mano del poderoso Dios tienes ese conocimiento’. Ellas entonces híncanse de hinojos e danle gracias por los bienes que les ha hecho, e le suplican no las olvide. Quando me lleva mi santo ángel [fol. 29r] veo algunas vezes muchos demonios, y házenme algunos d’ellos enojos y miedos; entonces mi santo ángel esgrime una espada muy rica que trae y ellos, viéndole esgrimir la espada, huyen todos y han muy gran miedo e tiemblan, porque él pelea con ellos e los hiere, e tiene él solo más poder para pelear e vencer que muchos demonios juntos. Trayéndome mi santo ángel una vez de la mano, vi a deshora muchedumbre de demonios muy espantables e figuras en diversas maneras, e venían hablando entre sí unos con otros: ‘Estos garçones boladores e resplandecientes, ¿en qué se andan aquí, quitándonos nuestras almas, los açemileros? Que contino andan cargados de insignias del Crucificado, acarreando ánimas christianas a Dios e buscándoselas de todas maneras que pueden, en especial este que va aquí delante, que es un rapa almas que no le basta lo que haze con la suya que Dios le dio en cargo, mas otras muchas nos quita, ansí de personas vivas como difuntas, d’entre las uñas, y las perdemos por los ruegos que él haze a Dios e por los consejos que Él le imbía con aquella que allí va con él. Mas nosotros procuraremos de echar nuestro estiércol en sus oýdos quando estén más limpios y ansí [fol. 29v] les ensuciaremos sus almas, que son nidos de Dios. Mas este Jesucristo a todos sus christianos dexó redimidos, y aun hasta los niños chiquitos; dexó remedios que no se los pudiessen quitar, y ansí nos arrebatan todos quantos ellos pueden’. E diziendo los demonios estas y otras muchas palabras contra Dios y los santos ángeles y contra los buenos christianos, bolvió contra ellos mi santo ángel esgrimiendo su muy luzida espada e, hiriéndolos muy reziamente, dezía: ‘¡Andad agora, demonios malignos e traidores, que vosotros soys açemileros!, que nosotros los ángeles tenemos las ánimas en guarda; no somos sino ayos de los hijos e hijas del Rey del Cielo, e como fieles siervos e leales amigos procuramos de le acarrear todas las ánimas que son suyas, e quitarlas a cuyas no son’. Y ansí fueron los demonios huyendo y dando muchos ahullidos”.
[TABLA DE CORRESPONDENCIAS ENTRE MONJAS Y ÁNGELES]
[fol. 30r] [fol. 30r] Son tantos los favores y mercedes que Nuestra Señora hizo a esta su santa casa que, después de haver aparecido en ella nueve vezes y ser su fundadora, dezía a nuestra madre santa Juana que era abbadesa d’ella. Y viendo los ángeles y santos que la Reyna del Cielo nos hazía tantas mercedes de querer ser nuestra abbadesa, pedíanle liçençia algunos para ser officiales, nombrándose cada uno official del officio que tenía la monja que le tenía devoción; y otros tomando parentesco con nosotras, otros pidiendo les rezassen en sus fiestas las devociones que ellos dezían, y que a quien lo rezare les alcançarán muchos favores de Dios.
Comiença la Tabla:
- La Madre de Dios, abbadesa.
- Vicaria, señora santa Ana.
- Tornera, señora santa María Magdalena (y dixo que quería ser nuestra tía).
- Sacristán del coro bajo, señor san Alexo (y dixo que, quando fuessen las religiosas a confessar, le rezassen un ‘Pater Noster’ y una ‘Ave María’, y que les acordaría los pecados).
- Sacristán del coro alto, señor san Jorge.
- Refitolero, señor San Juan Baptista.
- [fol. 30v] Guarda del ganado, señor San Juan Evangelista y la monja que guardava este ganado (se llamava la Loçana, que este nombre le pusieron los ángeles por la pureça de su alma).
- Provisora, señora santa Marcela.
- Enfermera, señora santa Marta.
- Laborera, señora santa Ynés (y dixo a nuestra madre santa Juana que, si ella fuera monja, que guardara mucho silençio).
- Señor san Acaçio y sus compañeros, guarda de la casa con un santo ángel de los muy altos, a quien Dios tiene dado para guarda d’ella, lo qual se vio por experiencia quando los comuneros venían a robar la casa y vieron, antes que llegassen, muchos cavalleros armados alrededor d’ella, hasta encima de los tejados, y como esto vieron se fueron huyendo, diziendo: “¡Qué poderosa debe de ser esta casa, que tanta guarda tiene!”. Y nuestra madre santa Juana dixo cómo aquella cavallería era celestial, que Nuestra Señora avía imbiado para la defensa de su santa casa.
- El ángel san Laruel es provincial, y nuestra madre santa Juana le llamava, hablando d’él, algunas vezes [fol. 31r] ‘Su Hermosura’ y otras ‘el Señor Duque’. Y quando venía del Cielo a traer las quentas, lo echaban de ver las religiosas en la fragancia de olor que avía en la casa, y dezía: “El Señor Duque ha venido”. Y entonces iban a la cámara adonde estaba nuestra madre santa Juana y miraban el cofrecito, y hallaban cómo las avía ya traýdo. Y también echavan de ver quándo venía el Señor Duque por ellas, y iban las religiosas a ver el cofrecito y no las hallaban allí. El bendeçir el Señor las quentas a nuestra madre santa Juana duró muchos años por orden de su santo ángel. La santa estaba tullida y sobre un altar que ella tenía en su celda estaba un cofrecido, y deçíales a las monjas que truxessen quantas quentas quisiessen y las metiessen en él y le cerrasen con llave. Hazíanlo assí y llevábansela, y passado algún tiempo, quando era la voluntad de Dios, olían los olores ya dichos, aunque estubiessen en differentes officinas las religiosas, y venían corriendo adonde estava la santa tullida y dezíanle: “O, señora, ya ha venido el Señor Duque, no es posible menos porque hemos olido sus olores”. Y la santa sonrreýase y dezía: “Sí, mis amigas, [fol. 31v] abrí el cofrecito y veréis las grandezas de Dios”. Y las monjas entonces abrían el cofrecito y no hallaban las quentas, y dando muchas gracias a Dios, tornávanle a cerrar vaçío y llevávanse la llave, porque lo quería ansí la santa. Y quando el Señor era servido, passados algunos días o horas, tornaban las religiosas a oler los olores celestiales, y todas venían con mucha devoción y abrían el cofrecito, y hallaban las quentas y, alabando a Dios, poníansele a la santa sobre la cama, y ella iba repartiendo las artas de quentas a cada una, y traýan muy grande fragancia de olor. Junto con las quentas ponían ‘Agnus Deies’ y crucifixos y otras imágenes, y junto con las quentas lo llevava el ángel. También ponía la santa, por mandado del ángel, unos torçales de hilo, y bolvían anudados, hechos nudos a modo de cordón de nuestro padre san Francisco; unos venían más gordos y otros más delgados y algunos más flojos, y dezía el ángel: “Juana, toma allá estos nudos, y estos más floxillos te digo cierto son hechos por mano de los más altos serafines, y los demás han anudado los ángeles y an estado en manos del mismo Dios, y los ha bendecido con las quentas y te los imbía para bien de las almas. Y yo te digo que todas [fol. 32r] las personas que con fe viva las truxeren serán favorecidos de Dios en esta vida, y en el Purgatorio experimentarán sus virtudes, y en el Cielo serán señalados con particulares resplandores, y sus cuerpos, en el día del Juicio, ternán gozos accidentales, por haver estado estas preciosas quentas en el Cielo y en manos de Dios y de los ángeles y de la misma Madre de Dios”. Las primeras quentas que llevó el ángel al Cielo fue el rosario de la santa, y luego las monjas que lo supieron pidieron a la santa Juana intercediesse ubiesse aquella misericordia para sus rosarios. La santa, llena de charidad, pidió a su querido Esposo para todas. Y ansí mercaban rosarios de muchos colores, unos blancos, otros negros y pardos, y de açabache y palo e de differencias de colores. Y d’esta suerte ay quentas de muchas differencias, todas bendecidas del poderoso Dios, el qual dixo a la santa Juana y al ángel san Laruel que las que tocaren a ellas tendrán las mismas bendiciones que las originales (que echarán demonios de los cuerpos de los hombres y librarán de sus açechanças, darán salud corporal y espiritual), y que las truxessen con devoción, y que [fol. 32v] rezando en ellas por los que están en peccado mortal su Magestad yrá disponiendo aquellas almas, para que salgan d’él por la virtud que ha puesto en estas quentas.
[SUCESO OCURRIDO A LA RELIGIOSA GERMANA DE LA ASCENSIÓN CON UNA IMAGEN]
[fol. 33r] Y tiénese en tanta veneración esta santa ymagen quanto es notorio. Es la que sale el día de su aparecimiento. Y como esta santa immagen sea de bulto, una religiosa [5] fue con mucha devoción a quitarle una raxita. Y hechas muchas reverencias, pidiéndole licencia y perdón, llegó con un cuchillito a quitarla, y a desora se halló arrojada en mitad del coro y, como quien dispierta de un sueño, dixo: “¡Váleme Dios! ¿Yo no estaba subida en el altar? ¿Cómo estoy aquí, tan lejos d’él?”. Y toda turbada y temblando, y la cabeça encajada en una ventanita del mismo facistor, qu’está en mitad del coro alto. Y esto contó a algunas religiosas con grande humildad y temor de Dios y de su Madre, la qual religiosa era gran devota de esta santa imagen, la qual es difunta y fue de vida muy exemplar y de mucho crédito y perfeción de vida.
[GRACIAS QUE EL SEÑOR HIZO A LA CASA]
Las gracias que Nuestro Señor concedió en esta santa casa en imágenes y fiestas y cofradías, por intercesión de nuestra madre santa Juana de la Cruz, son las siguientes:
- Pidió Nuestra Señora, en esta santa casa, que para el día del nascimiento de su precioso hijo rezasen al benditíssimo [fol. 33v] Niño nueve aguinaldos, cada uno de a trecientos versos de lo que quisieren[6].
- El día de la circuncisión del Señor, rezando al Niño Jesús que tiene la imagen grande de Nuestra Señora, la que consagró el Señor, cinco ‘Paternostes’ y ‘Avemarías’ concedió el Señor una ánima de Purgatorio. Y a este niño oyó hablar nuestra madre santa Juana de la Cruz con el niño de Nuestra Señora la de Torrejón, quando vino en processión.
- Desde el día de los santos reyes, rezando cinco ‘Paternostes’ y ‘Avemarías’ se gana lo que se sabe que concedió Nuestro Señor. En esta santa casa hase de rezar hasta el día del Baptismo y offrecerse al del Señor. Y lo mismo se gana diziendo el psalmo de ‘Miserere mei Deus’ y, llegando al verso de ‘Aspergesme’, echarse con el isopo un poco de agua bendita en el hombro.
- Desde el día de los santos reyes hasta el día de San Valentín, que es quando el Señor ayunó, rezando cada día quarenta ‘Credos’ y quarenta vezes la oración de ‘Ave Jesús’, que es la que se sigue, concedió el Señor a quien [fol. 34r] lo rezare como si lo ayunare.
Ave Jesús, santo salvador.
Ave Jesús, dulce redemptor.
Ave Jesús, deleyte y alegría de los desiertos.
Ave Jesús, flor de los campos y lirio de los valles.
Ave Jesús, santificador de las aguas y de los baptismos.
Ave Jesús, consolación y alegría de los baptizados,
resureción de los muertos, vida de los vivos, gloria y bienaventurança de los que en ti esperan. Miserere mei. Amén. Amén. Domine, miserere mei.
- Para la dominica del perdimiento se han de rezar tres ‘A te levavis’ y tres ‘Magnificas’ y tres ‘Salves’, començando desde el juebes hasta el domingo.
- El día de la santa purificación vio nuestra madre santa Juana en una revelación cómo se da sentencia en el Cielo a todos los que avían de morir aquel año, y los santos ángeles guardadores de aquellas personas yban a pedir a los demás ángeles, diziéndoles: “Señores, ayudadnos a rogar por nuestros súbditos que tenemos a cargo, que les es dada sentencia de muerte”. Y también se da sentencia aquel día a todos los que han [fol. 34v] de tener trabajos y enfermedades. Y este día es día de yncienso; hase de tomar un grano en la boca y rezar cinco ‘Paternostes’ y ‘Avemarías’ en cruz, con una candela en la mano, y en acabando de rezarlo, echar el incienso con la boca en la lumbre. Otorgó el Señor, por intercessión de nuestra madre santa Juana, perdón de las faltas de los votos.
[RELATO DE LOS APARECIMIENTOS DE LA VIRGEN]
Revelación del aparecimiento de la Madre de Dios de la Cruz.
Dixo nuestra madre santa Juana: “Muchas vezes he visto en el año a Nuestra Señora venir a visitar a esta su santa casa, de la qual muestra tener especial cuydado y deseo que su santo aparecimiento sea estimado, porque no fue una vez sola la que su Magestad se apareció en este lugar, mas nueve días arreo me dixo mi santo ángel fueron los que se apareció. Y el primero fue el primer día del mes de março, hasta el noveno, que es el postrero aparecimiento y más público, porque en este día puso la cruz por señal, diziendo que quería le hiziessen allí su iglesia. E cada año, en este día en el qual se celebra su santo aparecimiento, la he visto [fol. 35r] venir a hora de la media noche en una processión muy admirablemente ordenada, soleníssima e apostada de muchas riquezas y resplandores de gloria, acompañada de muchedumbre de ángeles y santos y santas, e también vienen con su Magestad las religiosas difuntas hijas del monasterio y, ansimismo, vienen todas las ánimas que en vida fueron devotas del santo aparecimiento de Nuestra Señora, y las ánimas de los bienhechores del monasterio. Y estas ánimas de los bienhechores, algunas d’ellas, son libradas de penas, e a otras las trae Nuestra Señora con licencia de su precioso hijo para darles descanso en esta su fiesta. Y esta preciosa processión viene al monasterio con muy grandes cánticos e músicas celestiales e instrumentos de diversas maneras de melodía, y antes que entre en la iglesia y casa, da una buelta e bendize Nuestra Señora los campos e tierras e frutos en ella aparecidos media legua a la redonda del monasterio; y después entra dentro y va al dormitorio y bendize las religiosas con grande amor, y dize:
‘Esta casa es mía
y no [fol. 35v] la tengo de olvidar.
Mío es este lugar, yo no lo entiendo a olvidar,
y pues no lo entiendo olvidar no quiero dejarle de visitar.
‘Estad constantes en los trabajos e penas presentes e por venir, que ansí se ganan las coronas, las quales yo tengo en depósito, si os contentáis, siervas mías, con mi depósito; si no, daldas a quien os las guarde y guardaldas vosotras, por que deis buena quenta a Dios, mi hijo, el día del Juicio e merezcáis reynar con Él para siempre’. E manda algunas vezes a los santos ángeles guardadores de las mesmas religiosas les pongan guirnaldas en las cabeças de rosas blancas y coloradas, y d’estas cosas ellas no ven ni sienten ninguna cosa. Y desde el dormitorio va la santa processión al coro y allí está hasta que se dizen los maytines [7] y ansimismo está Nuestra Señora con toda la compañía en la missa e sermón, e bendize los pueblos que vienen a celebrar su santo aparecimiento y ruega a su precioso hijo, estando en el sacro sacramento del altar, por las religiosas que habitan e moran en su casa e por todos sus devotos, e muy en especial por los que allí presentes están, les otorga los perdones [fol. 36r] de su santa Iglesia. Y dize Nuestra Señora: ‘Norabuena venga Dios trino y uno, verdadero hombre celestial, a estar en el santo sacramento del altar, y con Él la corte celestial. Bendiga Dios a la compañía humanal. Soy la bienaventurada Madre de Dios e vosotras, bienaventuradas’. Y quando se quiere yr la processión, despidiéndose del altar alça Nuestra Señora su preciosa mano e, santiguando los pueblos dándoles su santa bendición, luego desapareció y toda la compañía celestial, y a mí tornome mi santo ángel en mis sentidos corporales. Y quando estas cosas veo e oygo, que es este día de Nuestra Señora, dize e haze algo en la processión que viene su Magestad. Y quando no estoy elevada quando viene a visitar su iglesia e casa, plaçe a Dios lo vea estando en mis sentidos y que, a la despedida, me lleve consigo, aunque no lo merezco. Son tantos los perdones e gracias que Nuestra Señora tiene alcançados del poderoso Dios, hijo suyo, para esta santa iglesia donde ella se apareció, que si las gentes lo supiessen vendrían de muchas partes de rodillas por ganar tanto bien para sus ánimas; que como Nuestra Señora, con tan gran deseo y caridad que tiene que las ánimas se aprovechen, [fol. 36v] pidió una sublimada merced a su precioso hijo, y es que le otorgasse tantos perdones en esta su santa casa y yglesia como ebras de yervas e de cosas de flores e ojas estuvieren nacidas en la tierra, media legua a la redonda del lugar donde ella puso la cruz con sus preciosas manos. Y Nuestro Señor Jesuchristo, hijo suyo, se lo otorgó, y esto desde que se edificó esta santa iglesia y casa. Y más me dixo mi santo ángel: que están concedidas en esta iglesia, sin ninguna condición, los perdones de Santa María de los Ángeles. Y ansí se entiende que, aunque no vengan confessados ni rezen cosa señalada, sino viniendo contritos a visitarla, y ansimesmo quien rezare nueve ‘Avemarías’ o otras qualesquiera oraciones (en tal que no sean menos de nueve y sean de Nuestra Señora, offrecidas a los nueve aparecimientos que se apareció a Inés), ganarán muchas gracias y les será otorgada la petición que justamente pidieren a Dios. Esto en qualquier día del año que lo rezaren, y muy más lo ganarán rezándolo los propios días, que es el primero día del mes de março hasta el noveno del mesmo mes, todos nueve arreo. Y quien hiziere dezir [fol. 37r] nueve missas a Nuestra Señora, en reverencia d’estos nueve aparecimientos, será socorrido en su tribulación y aprovechará mucho a los difuntos.
”La manera en que se mostrava Su Magestad cada un día de los aparecimientos: fue primero de poquito bulto; el segundo como quando era niña recién nacida; el tercero como de tres años, que la offrecieron al templo; el quarto como de la edad que fue desposada con el santíssimo Joseph y el Hijo de Dios encarnó en ella; el quinto de la edad que fue a visitar a santa Isabel; el sexto como quando parió al Hijo de Dios (y en este día quien rezare es bien tenga memoria de la fiesta de la santa O); el séptimo como quando le presentó en el templo; el octavo como quando fue huyendo a Egipto (y en este día quien rezare tenga memoria de la fiesta de las nieves); y el noveno como quando estava al pie de la Cruz. Y quien rezare tenga memoria de su muy gloriosa asumpción, porque otros santos aparecimientos hizo Nuestra Señora con memoria de sus nueve fiestas”.
[CELEBRACIONES DE LOS SANTOS Y ÁNGELES]
[fol. 37v] El día de señor San Gabriel es nueve días antes de la Santa Encarnación, y pidió que le rezasen estos nueve días cada día nueve ‘Maristellas’, porque se quería enjoyar para la fiesta de Nuestra Señora. Y ansí es costumbre rezárselas desde el tiempo de nuestra madre santa Juana, y dezirle unas vísperas y missa su día.
El juebes santo, desde que se encierra el santíssimo sacramento hasta la mañana de la resureción, se rezan las vidas, que es cada una de treynta y tres versos de lo que quisieren, con la oración que dize: “Respice qui transis quia tu es mihi causa doloris et vivas moriar sed non desunam te amavi si de sieris ainpeccari”. Y quince ‘Paternostes’ y ‘Avemarías’ en cada vida se gana doblado. Perdona el Señor por ello las faltas de nuestras obligaciones.
El viernes santo se ha de rezar en un crucifixo pequeño del Cielo treynta y tres ‘Animas Cristis’ y treynta y tres adoraciones de la santa Cruz, que es la que se sigue [8]“Adórote, Cruz bienaventurada, que de los delicados y venerables miembros de mi Señor Jesucristo fuiste guarnecida, y de su preciosa sangre toda cubierta y toda [fol. 38r] teñida”. Concedió Nuestro Señor treynta y tres ánimas de Purgatorio.
Más: en este proprio día han de rezar quarenta ‘Credos’ en la quenta cristalina.
Más: en el crucifixo de bulto que está en el coro alto, junto a la custodia, han de rezar dos ‘Credos’. Este mismo día concedió el Señor muchas indulgencias.
El sábado santo, antes que amanezca, han de rezar ducientas ‘Avemarías’ a la fe que tuvo la Madre de Dios de que había de resuscitar su santíssimo hijo. Concedió Nuestro Señor de darles fe a la hora de la muerte.
Más: el domingo de la resureción, antes que amanezca, an de rezar docientas ‘Reginas celi’, pidiendo albricias a Nuestra Señora. El día en que cae la fiesta de san Laruel, ángel de nuestra madre santa Juana, es a veynte y nueve de abril. Súpose d’esta manera: deseando las religiosas hazelle algún serviçio a este santo ángel, suplicaron a nuestra madre santa Juana supiesse d’él en qué día quería que se le hiziesse fiesta; preguntóselo [fol. 38v] y respondiola: “Dile a tus hermanas que en veynte y nueve de ábril, este día me hazen fiesta en el Cielo”. Y ansí, desde entonces, es costumbre dezirle unas vísperas y missa solemne.
Día de la Cruz de mayo nació nuestra madre santa Juana de la Cruz y tomó el hábito y murió; y en este día es costumbre en esta santa casa, en acabando de comer, yr a dar gracias adonde está su santo cuerpo, y allí dizen una corona de himnos y antífonas de las letras de su nombre. Y a la tarde cantan las coplas que dizen “Esposo, ¿si avéis oýdo quién me robó mi sentido?”, las quales están escritas al principio d’este libro, y leen allí su tránsito, y antes le solían dezir vísperas de virgen delante del arco donde está. Para el día de señor Santiago el Mayor an de tener rezados mil ‘Paternostes’ y ‘Avemarías’ con requiem. Otorgó el Señor, por intercessión de nuestra madre santa Juana, de sacar una ánima de Purgatorio para siempre aquel día.
Para la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves [fol. 39r] han de rezar cinquenta psalmos del psalterio, con requiem, y el ‘Canticum grado’.
Y para la santa transfiguración ha de rezar cinquenta vezes el psalmo de ‘Miserere mei Deis secundum’ con ‘Gloria Patri’ y cinquenta ‘Credos’ y cinquenta ‘Salves’, y an de rezar este día el officio de las vírgines y, en una missa, han de rezar el evangelio de los mártires, que dize: “Dejen padre y madre y parientes y amigos por Dios”. Y para las que esto hizieren y rezaren, vio nuestra madre santa Juana cómo en el Cielo havía un monasterio como esta santa casa y que allí havía un cofre en que el Señor depositava estas oraciones, para enjoyar a las que fuesen allá.
El ayuno de la santa asumpción de Nuestra Señora comiença desde la Santa Visitación hasta la víspera de la misma fiesta de la santa asumpción; han de rezar las que le ayunan quinientos ‘Paternostes’ y ‘Avemarías’. Prometió Nuestra Señora a las que esto hizieren de que sacaría de Purgatorio (y yría su Magestad misma por ellas) tantas ánimas como días vivió la [fol. 39v] misma Reyna del Cielo. Y viendo que por la flaqueça de las gentes vendría tiempo que no se ayunasse, dixo su Magestad concedería lo mismo a quien rezase mill y quinientos ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’ con requiem.
La oración de ‘Ave sanctissima Maria’, quantas vezes la rezaren en el tiempo que dura dezir una missa tantas ánimas de Purgatorio saca Nuestra Señora este mismo día de la asumpción; y la oración es esta: “Ave sanctissima Maria, mater dei Regina Celi Porta paradisi Domina Mundi, pura singularis tu es virgo tu concepta es sine macula, tu peperisti Creatorem et Salvatorem mundi inquo no dubito, liberame ab omini malo, et ora pro peccato meo. Amen”.
Las quentas que se ponen el día de la sepoltura de la fiesta de la asumpción en las andas, adonde llevan a Nuestra Señora, las llevan los ángeles al valle de Josafad, al sepulcro de Nuestra Señora, y concédeles Nuestro Señor muchas indulgencias. Todo esto veýa la santa. Las vidas se comiençan desde este día hasta las laudes de la víspera de la fiesta, que sacan a Nuestra Señora [fol. 40r] de las andas en el auto que se haze este mismo día en la casa de la labor; concedió el Señor muchas gracias. Y en el que hazen el día de la Sancta Asumpción, en el refitorio, concedió el Señor grandes gracias, y dixo el mismo Señor, en un sermón que hizo en el santo Conorte de la sancta asumpción, que gustaba se hiziesse, y dio la industria para ello. Y no tan solamente concedió el Señor gracias en el auto, sino también a quien dixere que se haga y ayudare a poner el tablado.
El desposorio de Nuestra Señora con el santíssimo Joseph es a seis días de setiembre, y pidió la Reyna del Cielo que holgassen aquel día, que recibiría servicio en ello, y dixo a la santa Juana: “Díselo a las monjas de mi parte, y que se ocupen si quieren en colgar ubas”. Pidió nuestro padre san Francisco que, desde el día de sus llagas hasta la fiesta suya de octubre, le rezassen cada día los salmos penitenciales, y prometió de bajar al Purgatorio a hazer mercedes y sacar de penas de Purgatorio las ánimas por quien se rezan.
[COFRADÍAS]
[fol. 40v] Comiençan las cofradías del Cielo que el Señor otorgó.[9][10]
- En la sancta cofradía de la Concepción son obligadas, para ganar las gracias que Nuestro Señor otorgó en esta santa casa, de yr con la bendición y, después del ‘Conceptio’, guardar silencio hasta la mañana. Y la víspera d’esta fiesta han de yr con la processión que se haze aquella noche; con Nuestra Señora puesta en la luna cantan las coplas que dizen “Mírala cómo sale”, y otras que dizen “Qué linda sois, Virgen”. Y el mismo día de la fiesta pidió la Madre de Dios le offreciessen tres roscas, cada una de a tres libras, y hanlas de poner delante de la imagen de Nuestra Señora que consagró el Señor, y an de estar allí entre tanto que dizen la missa, y dixo Nuestra Señora que les echaría su bendición. Y a la tarde van con esta santa imagen en processión al dormitorio, y allí, de rodillas, rezan la corona de las letras de su nombre. Y acabada la corona se han de confessar delante d’esta santa imagen los pecados que estubieren confesados, y por penitencia rezar nueve ‘Salves’. Y quando buelve la processión al coro rezan allí nueve ‘Conceptios’. Y esto se tiene por costumbre de hazer desde el tiempo de nuestra madre santa Juana, [fol. 41r] porque, representando un coloquio las religiosas delante de Nuestra Señora, la habló la Madre de Dios en esta santa imagen, diziéndole cómo se havía holgado de ver representar a una religiosa que hazía la figura de su padre, señor san Joachin. Las roscas las reparte la sacristana a todo el convento. Quiso ser Nuestra Señora la patrona d’esta santa cofradía y concedió en ella Nuestro Señor muchas gracias por nuestra madre santa Juana.
- En la cofradía de la Santa Encarnaçión an de entrar en ella el mismo día de la fiesta las cofradas d’ella. Pueden entrar en la cofradía nueve personas vivas y nueve difuntas; an de nombrar nueve santos por abogados. Están obligadas las cofradas a rezar el officio de Nuestra Señora en el día que cae, y quien no tubiere disposición de rezarlo reze la corona del sábado, y si no supiere leer diga la corona real. Y an de ayunar el día en que cae la encarnaçión, y si no pudiere, ayunar con carne. Concedió Nuestra Señora a nuestra madre santa Juana de ser su Magestad la patrona d’ella, y venirlas a visitar a la hora de la muerte con los nueve [fol. 41v] santos, sus abogados, y lo mismo quando estubieren en Purgatorio; y dixo su Magestad que entonces sería fiesta de nueve copas.
- La cofradía del juebes santo están obligadas, como es costumbre, deçir después de tinieblas, en processión al dormitorio, açotándose en las espaldas (y si no pueden llevar la disciplina, en el hombro). Súpose de nuestra madre santa Juana que aquella hora se hazía otra processión en el Cielo, llevando delante un estandarte, y que los santos llevavan candelas coloradas y verdes por las monjas d’esta santa casa. Es Nuestra Señora la señora patrona d’ella.
- La cofradía que el Señor concedió en esta santa casa para quince religiosas. Las que quisieren entrar en esta están obligadas de rezar la corona real un año desde el día que entran, y quando muere una cofrada an de tener diciplina por ella quince días arreo, diziendo el ‘Canticum grado’. Concedió el Señor [fol. 42r] en ella grandes indulgencias por intercessión de nuestra madre santa Juana, y sale el ánima de Purgatorio a los quince días.
- Esta cofradía ordenó nuestra madre santa Juana y se la otorgó el Señor por orden de su santo ángel san Laruel.
- En la cofradía que concedió el Señor para siete religiosas, de las que le cabe la suerte dichosa, a lo que son obligadas es a rezar el día de la Cruz de mayo, la de setiembre y el viernes santo cinquenta ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’. Son tan grandes las gracias que se ganan e indulgencias que nuestro santo concedió, que causa admiración oýrlas, y esto a petición de nuestra madre santa Juana de la Cruz.
- Y el día de la santísima Trinidad y del Santísimo Sacramento, cada día d’estos que rezan los cinquenta ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’ sacan treynta y dos ánimas.
- Ay otra cofradía en el crucifixo del coro bajo, el de bulto, que se estendió en la Cruz, y esta cofradía concedió el Señor a sola una religiosa, y muerta aquella la hereda otra, nombrándola la que muere; [fol. 42v] y si no puede nombrarla la ha de nombrar la abbadesa, pidiéndoselo la que quisiere estar obligada a rezar cada día quince ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’. Y rezando esto concedió el Señor quince ánimas de Purgatorio. Y este santo crucifixo es del tiempo de nuestra madre santa Juana, y la habló y veýa ella cómo tenía quince ángeles de reguarda, y tiene muchas indulgencias.
- En la imagen de la Cruz a cuestas, que está encima de la primera reja del coro bajo, an de rezar siete ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’.
- Una tabla que está encima de la segunda reja del coro bajo, que está pintado un santo crucifixo en ella y unos caballos, habló el santo crucifixo.
- Una imagen de Nuestra Señora que está en el coro bajo, sobre la ventanita de comulgar, que está en una caxa mirándola, concedió el Señor indulgencia.
- En el crucifixo más alto del coro alto, que tiene a Nuestra Señora y a San Juan Evangelista, rezando cinco ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’ sacan siete ánimas.
- [fol. 43r] En la imagen de la coluna que está en el mismo coro an de rezar cinco ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’.
- En la imagen de la venida del Spíritu Santo an de rezar siete ‘Credos’ a los siete dones del Spíritu Santo, y todas las figuras que en esta santa imagen están pintadas hablaron, que son Nuestra Señora y San Juan Evangelista y los demás.
- Más: en un quadrito pequeño del Niño dormido, que está en el mismo retablo, desde el juebes hasta el domingo se ha de rezar cada día tres ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’ y tres ‘Magnificas’; y el domingo, en lugar de las ‘Magnificas’, tres ‘Regina celos’. Concedió el Señor muchas gracias. Y por amor de Dios no lo dexen de ganar, que perderán mucho en ello si no lo rezan.
- En una imagen pequeña del Padre eterno, que está en el mismo retablo, quantas vezes rezaren tres ‘Paternostres’ y tres ‘Avemarías’ y tres vezes ‘Sancta trinitas unus Deus miserere nobis’ y un ‘Credo’ el día de la santísima Trinidad, tantos jubileos ganan por vivos y difuntos, y más ganan todos los domingos jubileo.
[GRACIAS QUE OTORGA LA IMAGEN DE LA VIRGEN]
[fol. 43v] Las gracias que se ganan en la imagen grande de Nuestra Señora, la que consagró Nuestro Señor Jesucristo, son las siguientes. Primeramente, los días de sus fiestas con sus octabas, y todos los sábados del año con cada hora de su officio o con cada oración suya o con ‘Avemaría’, se gana indulgencia o ánima de Purgatorio, y tantas quantas vezes lo rezaren tantas indulgencias ganan por vivos y difuntos. Más que confessándose delante d’esta misma imagen los pecados confessados, rezando en penitencia tres ‘Sub tuum presidium’ y tres ‘Magnificas’ y una ‘Ave Maristella’ y la oración que dize:
Dios te salve, Virgen muy gloriosa,
estrella más clara que la luz,
Madre de Dios muy graciosa,
más dulce que el panal de miel,
colorada más que la rosa,
blanca más que el lirio,
toda virtud te hermosea,
todo santo te honra,
Dios Padre todopoderoso te corona
en lo más alto del Cielo. Amén.
[fol. 44r] Y diziendo esta oración a la propia imagen con un ‘Paternostrer’ y una ‘Ave María’ ganan indulgencia plena; más, rezando cada sábado siete ‘Paternostes’ y ‘Avemarías’ en esta santa imagen, otorgó el Señor el jubileo de la Porciúncula; más, que, tocando las quentas a las faldas d’esta santa imagen, todas sus fiestas quedan con las mismas gracias que las que fueron al Cielo, y esto durava para siempre. Y esta santa imagen habló a nuestra madre santa Juana, y el Niño Jesús que tiene en los braços, que tiene un poquito del pie quebrado, también la habló.
Y esta gracia de las quentas para siempre alcançó la Madre de Dios para esta santa imagen, por intercesión de nuestra madre santa Juana.
[REVELACIÓN QUE ESTA IMAGEN DE LA VIRGEN HIZO A JUANA]
Capítulo de una revelación que vio nuestra madre santa Juana tocante a esta imagen de Nuestra Señora, la que consagró el Señor, y fue d’esta manera.
Tiniendo el monasterio de Santa María de la Cruz una imagen de Nuestra Señora, la qual era de bulto muy antigua, y las monjas, sabiendo que la avía bendecido [fol. 44v] un obispo, tiniéndola mucha devoción porque algunas veçes la avían visto hazer milagros, y sacándola en processión los días del santo Aparecimiento y por ser tan antigua, renováronle el gesto por un entallador, cortándola de la garganta arriba y pusiéronle otro gesto. Y trayéndola al monasterio fueron las monjas a la ver e saludar, e a algunas les pareció mejor el gesto y a otras que no, y desconsoláronse mucho de manera que vinieron en alguna diferencia de palabras, e sabiéndolo esta bienaventurada mandolas llamar y díxolas: “Muy maravillada estoy, hermanas mías, de la desconsolación que tenéis del renovamiento de la santa imagen. Dado caso que aya razón, por la falta de la imperfeción de la pintura no ser tan aplaciente a vuestros ojos, pero aunque sean feas las imágenes, es cargo de conciencia no tenerlas en mucha reverencia y estima, en especial si las tales imágenes son de Dios y de Nuestra Señora, que estas tales, feas o hermosas, son dignas de muy grande acatamiento. Y ruégoos, señoras, que hagáis aquí un [fol. 45r] altar en esta nuestra celda y traed aquí la santa imagen, aunque yo sea indigna d’ella, que si pudiesse ya abría ido al coro de rodillas a adorar y saludar a su alta Magestad”. Y traýda la imagen a la celda de la santa virgen y puesta en el altar, rogolas que la dexassen allí dos días. Y estando ella aquella noche en contemplación, vido a Nuestra Señora en visión muy hermosíssima, y poníasele encima de la imagen suya y deçía: “Yo me contento d’esta imagen y la escojo y acepto para mi morada y aposento, e como en trono mío resplandezca en ella; mi spíritu se goça porque los pecadores conmigo abrán refrigerio y consolación e yo les ganaré de mi hijo perpetuo gozo en la gloria perdurable”. Y esta bienaventurada, que lo veýa, suplicaba a Nuestra Señora entrase dentro en la imagen su espíritu, y pues era tan hermosa dejole allí escuchasse las oraciones que le hazían, en especial las suyas, por que ella viese no caýa en vacío hechas delante de su preciosa imagen, como algunas veçes tienen las gentes crédito no está allí donde la llaman; a los quales pensamientos y suplicaciones [fol. 45v] respondió Nuestra Señora e dixo: “Por estar nuevamente puesto este madero en esta santa imagen mía, no quiere Dios ni a mí place entrar dentro en ella hasta que se consagre o bendiga, en manera que se haga digna y perteneciente de mí por virtud de la consagración justa, que debidamente pueden tener las imágenes e iglesias e altares aparejados e limpios al culto divino”. E la noche siguiente vido la bienaventurada a hora de los maytines una visión muy gloriosa, y es que vido venir a Nuestro Señor Dios en un trono muy rico con vestiduras pontificales, cercado e acompañado de muchedumbre de ángeles e santos e santas, y estaban junto a la imagen de Nuestra Señora, a la qual bendecía con palabras muy devotas e reverenciales, e cantares e dulces sones que hazían los ángeles con diversos instrumentos, de las quales palabras e canciones no pudo colegir esta bienaventurada sino pocas palabras. Y el día que vido esta revelación era octavo de la dedicación de la Iglesia, e las ceremonias que Nuestro Señor hizo [fol. 46r] en la consagración d’esta santa imagen fueron muchas. Estaba vestido como obispo y la imagen, que estaba vestida sigún es costumbre adereçar las imágenes, a desora pareció toda desnuda e alçada en alto, tiniéndose con el poder de Dios. Esto era antes que el Señor la bendixesse, el qual hizo llamamiento a los santos ángeles para que viessen lo que hazía en aquella imagen y ansimesmo a los demonios, para que hubiessen miedo y viessen la virtud que Dios ponía en su santa Iglesia e imagen y altares, e por fuerça se lo hazían mirar e reberenciar, y que daba poderío a la santa Madre Iglesia que venciesse al demonio e le desechasse con baldón e recibiesse a Dios Jesucristo y a su santa Madre con reverencia e honor, e para esto bendecía e dezía en altas vozes el mesmo Señor desde su alto trono: “Sum qui sum et ecce nova facio omnia”, que quiere dezir “Yo soy el que soy, que todas las cosas hago nuevas. En lo alto del Cielo moro, soy rey eterno que rijo los coraçones católicos e devotos, que mi adversario los perturba, empero [fol. 46v] yo soy el que los sosiego; él los derrama, yo los allego; él los discipa, yo los recreo; él los destruye, yo los edifico; él los ensucia, yo los limpio; él los enturbia y rebuelve y haze oler mal, yo los purifico e hago oler suavíssimo. Si de lo malo <malo> hazen bueno, e de lo no limpio hazen limpio, e de lo imperfecto hazen perfecto e loable e agradable...”, e bolvía sus preciosos ojos a la imagen de Nuestra Señora e dezíale “¿Quién te desprecia, Madre mía?”. Y poníale muchas cruces hechas joyeles; estando ella ansí desnuda la cercaba toda, especialmente la cabeça, frente y gesto y los pechos y espaldas e ombros e braços e manos, todo el cuerpo hasta los pies, que significaban los cimientos de la santa Madre Yglesia. E después de muchas bendiciones que el Señor dezía, dixo cantando la antífona que dize: “Fons hortum, redundans gratia mundum, replens superni edibus florens hortus mox [fol. 47r] ab infantia, admirandis fulsi virtutibus e anadian eandes flos multiplicant virgule decorent, conceptus glorificat Maria pudorem. Amen”.
Tras estas santificaciones e cançiones que se deçían, pareció a desora la imagen de Nuestra Señora vestida de las mesmas vestiduras de antes y puesta en el altar como primero estaba, e los demonios quedáronse mesando e arañando e dando gritos e ahullidos, e la visión de Nuestro Señor desapareció roziando la casa con agua bendita, e la bienaventurada quedó muy consolada. Y passados dos días que la santa imagen estaba en su celda, ayuntáronse allí la abbadesa y las monjas, diziendo a la santa virgen que iban por la imagen e, importunándola la abbadesa, pues estaban allí todas, les dixesse alguna cosa de las que Dios le mostrava; respondió diziendo: “Lo que ay que deçir es que Nuestro Señor Dios tiene en tanto las imágenes que se sirve que las aya en su santa Madre Iglesia, y que sean honradas y veneradas por nosotros pecadores, pues el mismo Dios de los Cielos vino a la bendeçir [fol. 47v] e a enseñarnos cómo son cosa por donde se alcança virtud e devoción quando se tiene en el coraçón. E bien se parece, según yo vi en una revelación que Nuestro Señor fue servido de mostrar, quánto Él ama e honra la santa Madre Iglesia y a sus santas imágenes por amor d’ella”, e dixo la revelación susodicha, ”y díxome mi santo ángel después que desapareció el Señor: ‘Mira qué son las maravillas de Dios que si en un madero halla Dios voscosidad y no quiere que su santa Madre le tenga por su imagen, hasta le haver limpiado e puesto en él dignidad de bendición suya, como la tiene la santa Madre Iglesia, ¿qué tales estarán las ánimas que llenas de pecados están ensuciadas e asquerosas, cómo serán dignas aquellas tales que venga Dios en ellas ni su santa Madre con gracia e piadosa charidad, si primero no son alimpiadas las tales ánimas por especial gracia del Spíritu Santo? Las cosas que son despreciadas e bajas Dios las ensalça e tiene en ellas thesoros muy grandes, aunque escondidos a los ojos de las personas [fol. 48r] de la tierra. Bendito sea Dios en sus dones, e los santos en sus obras, e las imágenes en sus altares, e los altares en sus iglesias con sus sacramentos, e los sacramentos en la Cruz y Passión de Nuestro Señor Jesuscrito y en el santo baptismo y remissión de los pecados’”.
E acabado esto, dixo la bienaventurada madre nuestra: “Bien se pueden llevar la santa imagen”, la qual llevaron la abbadesa y monjas con mucha reverencia e devoción e con candelas encendidas, cantando el “Te Deum laudamus” al coro, e la pusieron en el altar acostumbrado y de aquí adelante se consolaron las monjas con esta santa imagen; y dixo el Señor a la santa Juana, al tiempo de consagrar la imagen: “Diles a las monjas que traigan cuentas y se las pongan a mi Madre”. Y ansí se hizo y estas son las quentas que llamamos de la Consagración. Tenía esta santa imagen la boca abierta y el Señor con su mano se la cerró, y dexó señal en la barbilla y labio alto; y los ojos que tenía muy en alto le puso el Señor sus dedos y se los abajó como aora los tiene. Y esto todo lo veýa la santa Juana y lo dixo.
[MÁS RELACIONES DE SUCESOS EXTRAORDINARIOS CON LAS IMÁGENES]
[fol. 48v] En una imagen de señor San Gerónimo, que está vestido entre colorado y blanco, con una ‘Ave María’ y un ‘Paternoster’ concedió el Señor perdón de los pecados y gracia para manifestarlos; y con una ‘Ave María’ sacan una ánima de Purgatorio.
La imagen de Nuestra Señora de yesso que tiene el reboço, que está sobre el retablo de señor San Juan Evangelista, habló a nuestra madre santa Juana.
La imagen que está en el coro alto, sobre la puerta dentro del coro, del decendimiento de la Cruz, abló a la misma santa.
Las fazes de Dios y de su santa Madre la hablaron, las que están en el coro alto encima de la cabeça de Nuestra Señora la Grande.
La imagen de nuestro padre san Francisco, la que está en el retablo del coro alto, que está vestido con un hábito descolorido, habló a la santa.
Una imagen de señor San Juan Baptista, la de la caxa que tiene puertas, habló, y el corderito que tiene, vio cómo Nuestra Señora estaba en él nuestra madre santa Juana.
[fol. 49r] Una imagen de los reyes, que está en el mismo retablo, habló a la santa.
El día de señora santa Ana, en una imagen suya rezando quince ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’ (los cinco al Niño Jesús y los cinco a Nuestra Señora y los cinco a señora santa Ana), concedió el Señor jubileo. Esta santa imagen está en una tabla en el coro alto.
El día de señor Santiago el Maior, en una imagen suya con cinco ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’, concedió el Señor jubileo, y lo mismo se gana todos los domingos del año. Esta santa imagen está en una tabla en el coro alto.
Una imagen pequeña de la Santa Encarnación, que tiene el ángel una capa, habló a la santa.
Un santo crucifixo que está pintado en una tabla, que tiene la llaga hecha fuentes, habló a la santa.
Dixo señor San Gabriel a nuestra madre santa Juana que quería ser nuestro agüelo, y en una imagen de la Santa Encarnación, donde está pintado, habló y dixo que le pusiessen su imagen camino del coro, para quando pasasen las religiosas le hiziessen reverencia [fol. 49v] y dixessen: “Agüelo mío, valedme”, y que él las oyría en la propia imagen. Y ansí está siempre camino del coro, y su día hazen allí un altar y le llamamos agüelo.
Una imagen del güerto de bulto, que está en un altar de la enfermería, habló.
Otra imagen de la Santa Encarnación de bulto, que está en la propria enfermería en el altar, habló la Madre de Dios y el ángel. En una imagen del santo crucifixo, que está en el dormitorio, con cinco ‘Paternostres’ y ‘Avemarías’ sacan cinco ánimas, digo siete. Y en otra del Padre eterno, que está en el mismo dormito[rio], rezando tres ‘Padrenuestros’ y ‘Avemarías’ ganan jubileo, y habló. La imagen de Nuestra Señora de la Asumpción, que está en una caxa en el mismo dormitorio, habló y dixo que cada vez que pasassen delante d’ella le dixesen: “Exaltata es sancta Dei genitrix”.
Y este dormitorio hizo el Gran Capitán, y habló en él [fol. 50r] el Señor a nuestra madre santa Juana las coplas de “Almas, esposas amadas”, y le bendixo.
Una imagen de Nuestra Señora antigua, que está dando de mamar al Niño, habló.
En la capilla de la huerta, todas las vezes que entraron en ella de día y de noche, rezando un ‘De profundis’ o la oración que dize ‘Ave Virgo gloriosa’, ganan muchas gracias, y esto se gana también un passo desviado d’ella.
Ay jubileo en esta capilla el día del glorioso San Pedro y el día de la natividad del señor San Juan Baptista, y este día ay remissión de los peccados. Y el día del glorioso San Juan Evangelista, y el día de la tina y el día de la degollación, an de rezar el salmo del ‘Miserere mei Deus’ andando alrededor de la capilla, y en acabándole an de rezar cinco ‘Padresnuestros’ y ‘Avemarías’ en cruz.
En esta capilla ay siete jubileos cada año, que son las tres fiestas de San Pedro y las quatro fiestas de los señores San Juanes. [fol. 50v] En el crucifixo de acofar, que es el que traýa consigo nuestra madre santa Juana, con siete ‘Padresnuestros’ y ‘Avemarías’ y un ‘Credo’ se ganan siete estaciones por vivos y difuntos del santíssimo sacramento. Con este santo crucifixo resuscitó nuestra madre santa Juana una niña.
La estación de la santa Cruz es cinco ‘Padresnuestros’ y cinco ‘Avemarías’ y cinco vezes el verso que dice ‘Dulce signum dulces clavos’, con cinco estaciones. Y dixo el santo ángel san Laruel que son grandíssimas las gracias que se ganan con cada una d’ellas, y que ansí no se dexasen de dar una a sí mismas y las otras las repartiessen, por que todos goçasen de tanto bien, y dixo a nuestra madre santa Juana que eran para librar de peligros espirituales y corporales.
Más: otra estación an de rezar cinco ‘Padresnuestros’ y ‘Avemarías’ y cinco vezes el verso de çibanitillos; son muy grandes las gracias que se ganan.
Dixo el Señor a nuestra madre santa Juana que quien adorare la santa Cruz con la adoración que se sigue [fol. 51r] no se apartará d’ella sin que le dé una gracia en su alma; la qual es esta: “Adórote, Cruz bienaventurada, que de los delicados y venerables miembros de mi Señor Jesucristo fuiste guarnecida, y de su preciosa sangre toda cubierta y toda teñida”. Hase de rezar considerando que el Señor murió en ella.
Una imagen de señor San Juan Evangelista que está en una tabla del güerto, que está vestido de blanco y el manto colorado, habló. Está en la capilla de la güerta.
En una imagen de Nuestra Señora, de plata, pequeña, que llevan a las religiosas quando mueren, prometió Nuestra Señora por intercesión de nuestra madre santa Juana de venir en la misma imagen a favorecer a las que mueren. Y esta santa imagen es la que se apareció en la mar a un hombre que libró de un peligro, y vino él aca y le hizo una capilla.
Viniendo este hombre a hazer la capilla que Nuestra Señora le mandó, quiso ver la imagen que le avía aparecido, [fol. 51v] y truxéronle muchas y a todas dezía: “No es esta”, hasta que le sacaron la que está dicho y dixo: “Esta es la Señora que yo vi en el mar y me imbió acá”.
El día de la sanctíssima Natividad del Señor y de Nuestra Señora, y de San Juan Baptista y su degollación, an de rezar quatro ‘Padresnuestros’ y ‘Avemarías’; anse de offrecer los tres al Cordero y el uno a señor San Juan. Concedió el Señor, por intercessión de nuestra madre santa Juana, jubileo todas las vezes que lo rezaren por vivos y difuntos. Esto se gana en un quadrito donde está pintada la cabeça del señor San Juan Baptista.
Ablando el Espíritu Santo por la boca de nuestra madre santa Juana, dixo que qualquiera persona que se deseaba salvar y alcançar de sus pecados perdón ha de ser como paloma que no tiene hiel, conviene a saber que no tenga maliçia, ni odio, ni mala querencia, aunque le hagan mal, sino haga como la paloma, que, aunque le hazen mal, no se sabe tornar a quien se le haze, sino gime entre sí e pasa su pena e va a hazer [fol. 52r] su llanto cerca de las aguas, porque si vinieren los caçadores o otras aves sus contrarias a quererlas empecer, se asconden debajo de las aguas e allí se guarecen. Lo mismo deve hazer la persona que yrá hazer el llanto de sus pecados cerca de las aguas de la Passión e llagas de Cristo, porque si le vinieren tribulaciones o persecuciones de los próximos o del demonio (el qual como caçador quiere caçar las ánimas y llevarlas al Infierno), entonces es muy buen remedio el ánima pensar en la Passión del Señor e ponerse con el deseo en las aguas e guaridas, que son las llagas. “Ansimismo”, dixo su divina Magestad, “tiene la paloma otra propiedad: que todo su canto es gemido e casi como triste llanto. E lo mesmo debe hazer qualquiera persona, pues ha offendido a Dios, que ninguna es tan justa que no tenga pecados, e toda su vida de justa razón ha de ser llanto; que bien puede decir la misma persona que ha ofendido a Dios, si la mandaren reír o cantar o alegrarse llanamente: “Ya se quebró mi órgano [fol. 52v] y no puedo cantar, que el día que yo ofendí a mi Señor yo mesmo me quebré el órgano de la alegría de mi alma, y no sé si tengo enojado o aplaçido a mi Señor Dios; e hasta que vaya a la tierra de la Gloria, que lo sepa e lo vea, no me quiero alegrar ni tomar plaçer que sea fuera de Dios, sino vivir en llanto pidiendo al Señor perdón de mis pecados”.
Una persona suplicava la reprehendiesse el santo ángel por intercessión de nuestra madre santa Juana, y ansí fue y dixo: “Dile a esa persona que se enmiende e guarde de offender a Dios, que la hago saber que demanda por hurto en el Juiçio de Dios. Qualquier tiempo e palabras mal dispendidas e abladas se pagan con las setenas como hurto, e se han de restituir como fama qualquier mal exemplo o enseñamiento o ocasión que dé para que otra peque, por eso que se avise en hechos e palabras”.
Estaba una persona religiosa enferma de una muy grande enfermedad e fatigada de muchos [fol. 53r] dolores, e dixeron a nuestra madre santa Juana la suplicaba dixesse a su santo ángel le imbiasse alguna palabra de consolación, y él la respondió que qualquiera persona enferma que está en la cama, pues no puede rezar ni offrecer otro sacrificio a Dios sino sus dolores, ponga en su memoria a Dios Nuestro Señor, crucificado e llagado, por Cielo de su cama, por paramentos y colgaduras, todas las insignias de la Passión e tormentos que el Hijo de Dios padeció por redemir e salvar sus criaturas. E piense qualquiera persona enferma siempre en Este e ofrezca sus dolores a los de Cristo, e recibillos ha el mismo Dios e serle an meritorios sus dolores y enfermedades, y aun hasta las medicinas y cosas necessarias para su enfermedad, offreciéndolo todo en reverencia de la Passión del Señor e de la hiel y vinagre que le dieron a beber. Y en la flaqueça e desmayos e sed que padeciere le será contado en merecimiento, si lo offreciere en [fol. 53v] reverencia de la sed, hambre, ayunos, cansancios, flaquezas e desmayos que padeció el Hijo de Dios; e lo mesmo le será contado el frío, calentura e sudores, offreciendo cada cosa d’estas a su misterio. Y ansí tendrá cada criatura sus penas e dolores, acordándose quánto fueron mayores las que padeció su Dios, e todas por sanar llagas y enfermedades de los pecados. Y aun la tal ánima que estas cosas pensare será bien que diga: “Señor mío Jesuchristo, duélanme los dolores en tal que no me aparte de la caridad de vuestro amor”. Y a Nuestra Señora pueden dezir, si la enfermedad les diere lugar: “O, Virgen singular, entre todas piadosa, haz a mi alma ser suelta de sus culpas y en el cuerpo ser mansa e casta”.
[REVELACIONES DE LOS ÁNGELES Y SANTOS A JUANA DE LA CRUZ]
Capítulo ciento y noventa y dos de una revelación que esta bienaventurada Juana de la Cruz vido, en que se mostrava la gran misericordia de Dios y de su sanctíssima Madre la Virgen [fol. 54r] María, la qual es esta acerca de los nudos benditos.
Estando elevada esta bienaventurada Juana de la Cruz, aparecíale Nuestro Señor Dios trayendo consigo a su santíssima Madre la Virgen María, Nuestra Señora, y al glorioso padre nuestro san Francisco, delante de los quales la dicha sierva de Dios estaba postrada, la qual oýa palabras que passaban entre los tres, en que Nuestra Señora la Virgen María dezía a su hijo precioso: “Hijo mío, encomiéndoos a aquella casa mía, donde esta sierva que está aquí delante de vos, que lo oie, mora, en la qual faltan los alimentos temporales y edificios para la conservación y perseverancia de la dicha casa”. Y díxole Nuestro Señor: “Pues ¿qué queréis vos, Madre mía?”. La Señora le respondió: “Hijo mío, ruégoos me deis una impresa en la qual confirméis los perdones que están otorgados por vuestros vicarios apostólicos de la romana Iglesia, assí a la dicha casa como a la orden de este bienaventurado que con nosotros viene, y todas [fol. 54v] las más indulgencias que de aquí adelante se alcançaren para la dicha casa, que los que fueren devotos d’ella lo ganen copiosamente”. Dixo el Señor: “A mí me plaçe de buena voluntad, con la mesma condición que sean devotos de la dicha casa, y he placer que se otorguen y se ganen otros quales que perdones e indulgencias para qualesquier personas que algún bien hizieren a la dicha casa o monjas que en ella vivieren, para aora y para siempre jamás”. Díxole Nuestra Señora: “Pues ¿qué impresa, hijo mío, me dais que sea dada en señal a los que an de ganar las dichas gracias e indulgencias?”. El Señor dixo: “Una vuestra imagen de las que suelen apropriaros, por que se junten y gozen con la devoción y codicia de ganar las dichas indulgencias”. Y respondió la Señora: “Hijo mío, hartas imágenes mías andan por la cristiandad, mas si os plubiesse que fuesse la señal de vuestra santa Cruz, ansí por lo mucho que más vale como porque la casa tiene tal apellido”. [fol. 55r] Respondió Nuestro Señor: “También ay muchas cruzes mías por el mundo, las quales se dan por señal de las indulgencias y bullas apostólicas”. Díxole Nuestra Señora: “Pues ¿qué ordenáis, hijo mío, que sea?”. Nuestro Señor miró a san Francisco y dixo: “Sea la señal de este mi siervo, el qual l’es dicho ‘menor’ por la humildad y es grande en los merecimientos, que a sí y a otros codició salvar; y siguiome en la penitencia tomando el hábito por la Cruz en que yo padecí muerte y Pasión, y la cuerda nudosa, que significa los crueles açotes con que yo fui herido y açotado. Y por esto es mi voluntad que estas dos señales sean la impresa: la una la dicha cuerda, la qual tenga nudos, y la otra unos nudos por sí hechos, a manera de manojo de açotes. Y porque las dichas religiosas por quien, madre, me rogáis son de su orden d’este mi siervo, es bien que ellas tengan esta impresa en su casa y que las puedan presentar en pago de la limosna que reciban. Los quales nudos y figura [fol. 55v] de cuerda serán llamados ‘nudos bendecidos’, y que en la virtud d’ellos se bendecirán las personas que con fe los truxeron consigo, en espacio de un año cumplido si están cerca, y si están lexos por cinco años; y cumplidos estos años, que los renueven tomando en sí otros, hechos en la mesma casa por mano de las religiosas d’ella”. Y en estas pláticas pareciole a la bienaventurada santa Juana de la Cruz que Nuestra Señora se conformava con la voluntad de Dios Nuestro Señor, y nuestro padre san Francisco dava gracias al Señor. Y ansí desapareció esta visión.
La qual dicha sierva de Dios quería callar y no se curaba de lo dezir, y fuere mandado por ciertas vezes que escribiesse la dicha revelación por el santo ángel, y las palabras que en ella avía oýdo, y que mandase hazer las dichas figuras. Y diole la forma y manera como se havían de hazer y de qué, y díxole que aprovecharían mucho a los que consigo las truxessen y que an de ser de lana, algodón o lino, y si fuessen de seda [fol. 56r] o oro o plata, en tal que no sea en cantidad, porque es por devoción y no por vanidad. Y la dicha sierva de Dios, que esto escrivió, dixo que ella se ponía en manos de sus prelados y de Dios, primeramente, y de las personas doctas que deven conocer las cosas espirituales, porque ella no se sentía digna de saber examinar la tal revelación. Después d’esto díxole el santo ángel que no dudase en aquella revelación, que sin duda era hecha por voluntad de Dios, y que los dichos nudos ternían mucha virtud y no solamente serán bendecidos ellos, en los quales se dará la gracia y perdones, mas aun serán bendecidos los materiales: si fuesse lana, por la vestidura del Señor que truxo en la tierra, y si fuesse lino, por la sábana en que fue embuelto el precioso cuerpo de Nuestro Señor Jesuchristo quando fue descendido de la Cruz y puesto en el santo Sepulcro (porque todo esto aprovecha por la penitencia de los pecados y perdón d’ellos), y si [fol. 56v] fueren de seda, por razón de la su puridad y luzimiento y olor. Las personas que los truxeren con devoción y reverencia alcançarán firmeza y perfeción por razón de la sacratíssima Passión de Nuestro Señor Jesucristo, que fue teñida la su sacratíssima carne en muy finíssima sangre, y su muy lindo y delicado cuerpo fue hecho todo matizado de colores, conviene a saber: blanco por razón de la humanidad, azul por los açotes, verde por los cardenales y heridas tan crueles que le daban, negro por los muchos tormentos, colorado por las llagas; de manera que el cuerpo precioso de Nuestro Señor Jesucristo estaba en el tiempo de su Passión todo matizado de colores. Y si fuere oro, serán las ánimas luzidas por razón de la divinidad y excelencia de Nuestro Señor Dios todopoderoso, que es figurado por el oro, que es preciado y generoso, <o> y significa las cosas celestiales y el Paraíso adonde no ay ninguna fealdad ni defecto, mas toda gloria y Bienaventurança. [Fol. 57r] Y dixo más el santo ángel: que estas eran cosas muy excelentes, aunque encubiertas. Y no quiso dezir más por entonces el santo ángel, sino que si fuessen tenidas en reverencia y acatamiento y devoción serán provechosas para la salvación de las ánimas y provecho de los cuerpos, porque cierto el Señor puso en los dichos nudos mucha virtud, porque ansí como imbía del Cielo su virtud para consagrar el santo sacramento en las manos y ánima y entendimiento del sacerdote, por pecador que sea, ansí en su manera imbiará su bendición sobre los dichos nudos hechos por qualquiera religiosa de la dicha casa, por pecadora que sea, como desuso es ya dicho. Y qualquier que truxere sobre sí las dichas señales o las tubieren en su casa con devoción, ganará tanto como si se açotasse cada día todo un año (esto por la figura de los açotes tenidos en deboción) y, por la figura de la cuerda, gana tanto como si ayunasse todos los advientos y quaresmas y como si truxesse el hábito de san Francisco todo un año por penitencia [fol. 57v] de sus pecados. Y esto todo allende de las gracias susodichas de la orden y d’esta santa casa. Y dixo más el santo ángel: que acá los hombres de la tierra y personas entendidas entendiessen en tassar la limosna por cada una de las señales, para los que ansí quisiesen ser cofrades y tomar la dicha hermandad, pagando todo un año la limosna impuesta o todo junto los que lo tomaren por cinco años. Y dixo más el santo ángel: que si la dicha cofradía no procurassen, que a su culpa fuesse, pues que la voluntad de Dios está tan largamente aparejada, ansí para la salvación de las almas como para el provecho de la dicha casa, en la qual era su santa voluntad de Nuestra Señora la Virgen María, que se á aumentado el culto divino antes que menguado. Y dixo más el santo ángel: que permaneciendo la dicha casa, siempre pondrá en ella Nuestro Señor algunos espíritus aprovechados para su santo servicio y de su santa Madre.
Otra vez ablando a la dicha sierva de Dios Juana de la Cruz, el santo ángel la dixo la [fol. 58r] manera del bendezir los cordones con sus nudos, y dixo que en la dicha casa, como ya está dicho arriba, se haga la bendición de los nudos de la manera siguiente: después de hechas las insignias, hanlas de poner en una caxa o en cosa limpia sobre un altar, mientras se dize la missa encima, la qual dicha en la tierra, dixo el santo ángel que Nuestro Señor les daría la bendición en el Cielo, que ansí se lo prometió Nuestro Señor a su bendita Madre y a nuestro padre san Francisco en presencia de los santos ángeles. Y dixo más el santo ángel: que los dichos nudos aprovecharían para muchas cosas allende de las gracias de la ánima, que aprovecharán para mujeres de parto como para morir bien los que están en pasamiento, y también aprovecharán para otras algunas enfermedades espirituales y corporales en las personas que tubieren fe con los dichos nudos, hechos por manos de las religiosas de la casa.
[fol. 58v] Y más dixo el santo ángel a la santa Juana de la Cruz otra vez hablándola: “No pienses que estas cosas son sin misterio divinal, porque te hago saber que, después que se acabó la era del año de mill y quinientos, acá el Señor, por ruegos de Nuestra Señora la Virgen María y de muchos santos, determinó de alargar algún tiempo más el curso del mundo; lo uno por que se acabassen de inchir las sillas del Cielo y lo otro por esperar las gentes a penitencia y conversión. Y quando esto otorgó a la Virgen María, como dicho es, díxole: ‘Madre mía muy amada, yo quiero mucho a mis cristianos, que son hijos de mi sangre, y por eso este pueblo christiano, que es amado de mí y de mi Padre, son herederos de mi reyno; mas no les han de faltar tribulaciones aun a los perfectos y buenos, quánto y más a los que fueren malos, y aun más tribulaciones passarán los buenos que no los malos en tiempos y en vezes, mas yo ruego contino a mi Padre por ellos, [fol. 59r] mostrándole mis cinco llagas en medio de mis pies y manos y costado’. Y el Padre me dixo: ‘Hijo mío muy amado, querría que me dexases levantar en mi fortaleza y dexame oír a la tierra, que clama y anda quexándose que no puede sufrir tan largos tiempos servir a los hombres y a sus generaciones, porque ya sienten cansancio los cielos y estrellas, sol y luna de andar, y aguas y vientos y tierra de dar sus frutos, y las raýces de los árboles y yervas y semillas no tienen fuerças para producir, si de nuevo yo no se las doy. Pues ¿con qué justicia se lo tengo de dar, siendo las gentes tan malas en el mundo? Porque no solamente no sirven bien a la nuestra Magestad, mas aun trabájanse de despreciar y amenguar nuestro serviçio persiguiendo la Iglesia, la qual era razón de aumentar ya los nuestros siervos y siervas cathólicas, mormurándolos y tratándolos mal, tomándoles sus mantenimientos, los quales les avían de dar por que no defalleciessen en nuestro serviçio ni fuesen [fol. 59v] las órdenes y religiones santas disipadas. Que por cierto si esto no se guarda, que me levantaré’, dixo el Padre, ‘y disiparé la gente y la destruiré y mandaré a los vientos y planetas, agua y tierra y sequedad y truenos y tempestades que los persigan y hieran de llagas y tormentos y temores y temblores, hambres y guerras y pestilencias. Serán açotados porque no guardan mi ley y mi fe y mandamientos. Y cada una de las personas pagarán por sí solo sus pecados, aunque las dichas tempestades y tormentos vengan en general’”. Y la dicha revelación traýa el santo ángel escrita en un libro, y mandó a esta bienaventurada Juana de la Cruz que la escribiesse o hiziesse escrivir.
Otra vez le hizo otra habla el santo ángel, diziendo: “Ya te dixe que, después que anda el mundo fuera de era, vienen tiempos muy rezios, y ansí lo es aora en este tiempo que se dan estos nudos bendeçidos por el provecho espiritual de las almas y peligros de [fol. 60r] los cuerpos, y también tendrán virtud para las animalias. Y por esso es bien que algunas se hagan en lana o lino o algodón o estopa, para las bestias, por que las demás lleven las personas, pues Dios no hizo en la tierra criatura más noble como es el ánima racional, que ha entendimiento de ángel. Y por eso toda persona es criatura noble, y muy más noble si es cristiana y devota y en virtudes acabada”. Y assí feneció el habla del santo ángel por esta vez, bendiçiendo él mismo las figuras y insignias ya dichas. Añadió diziendo: “La confirmación de todo esto da el Príncipe de la Paz, que es dicho santo Padre, Christo nuestro Redemptor, a quien tubiere fe y devoción en lo ya dicho”. Y todo esto suso escrito fue dicho y demostrado a la bienaventurada santa Juana de la Cruz en el año de mill y quinientos y veynte.
Nuestra madre santa Juana tenía muy grandes coloquios con señor San Gabriel, y hablando de la Santa Encarnación le dixo que, en tocando la campana del Ave María, en aquel instante visita él todas las [fol. 60v] imágenes d’este misterio que ay en todo el mundo, y que Dios otorgaba a ella y a todas sus hijas, presentes y por venir, todas las estaciones que ay desde esta casa de la Cruz hasta el postrer lugar donde comiença el linage de cada una, de suerte que si la monja fuesse del cabo del mundo todas estas estaciones gana él por ellas. Y díxole: “Diles que no sean perezosas en ofrecerlas, que con esta condición se las da el Señor, y que las offrezcan por sí y por sus próximos vivos y difuntos, y que por la flaqueça de las memorias las ofrezcan de tiempos a tiempos”.
Una imagen de Nuestra Señora de bulto, que está en una caxa encima de la portería de partes de fuera, habló con nuestra madre santa Juana.
Dixo Nuestra Señora a nuestra madre santa Juana: “Hija, di a tus hermanas que se traten con criança, que es parte de paz, y que lo que no piensan que es pecado, es pecado, que en el otro mundo se demanda hasta la torcida gorda del candil”.
También le dixo Nuestra Señora que estaban obligadas a rezar el officio divino las enfermas, en pudiendo [fol. 61r] alçar la cabeça de la almohada.
Díxole a nuestra madre santa Juana su santo ángel que se contaba en el Cielo por ayuno de pan y agua no comer cosa de sangre, como es pescado y güebos, que todo lo demás lo era.
Hablando con nuestra madre santa Juana señor san Vicente y Anastasio, le dixeron: “Di a tus hermanas que se acuerden de nosotros y que en nuestra fiesta nos pongan luz, que aunque sea un candil lo recibiremos”. Y estos gloriosos santos cayen a veynte y dos de enero. El ayuno de la Santa Visitación se comiença desde el día de san Bernabé hasta el mismo día, y las que no pudieren ayunar han de rezar cada día veynte y quatro ‘Magnificas’, y ganan lo mismo que si le ayunassen. Gánase en el adviento lo que Dios concedió a petición de nuestra madre santa Juana en lo demás que concedió en esta santa casa.
Estando mala una monja mandola el médico tomar una purga, y apareciole señor San Lucas a nuestra madre santa Juana [fol. 61v] y díxole: “No le den esa purga a la enferma, que le hará mucho mal, sino escriban al boticario que le imbíe unas píldoras agregas, y estará buena”. Y fue ansí que con las dichas píldoras sanó.
Díxole su santo ángel a nuestra madre santa Juana que paz, oración y silencio agradaba mucho a Nuestro Señor.
[SERMÓN DE SAN JUAN BAUTISTA]
Principio del sermón de San Juan Baptista de su natividad, sacado de su original.
Fablando el Señor día de la natividad de San Juan Baptista, dixo su divina Magestad quería deçir a los humanos algo de las fiestas e solenidades que se hazían en el Cielo, e las grandes alegrías e grandes cosas e gozos acidentales que esta santa natividad causa en este día a los bienaventurados, por quanto Él dixo se alegraría toda criatura en su nacimiento. “E pues que se cumplen las palabras de los profetas”, dixo el Señor, “haviéndome algunas vezes ofendido aunque son santos, más razones que se cumplan las de los ángeles, los quales nunca me offendieron e siempre hizieron mi voluntad, e esta fue anunciar al mundo por San Gabriel las grandeças del día de mi alférez, al qual dio mi Padre título de ángel. E por quanto este día [fol. 62r] es célebre en el universo por haver sido albriçiador de mi Santa Encarnación, tan deseada e pedida de tantas generaciones, ansí es goço en el mi santo reyno. En este día fue fecha una solene processión de todos los bienaventurados, con muchas danças e pendones ricamente adereçados más que de oro, en la qual iba el glorioso niño con un pendón más rico e resplandeciente que todos, guiando la procesión; el qual pendón llevava en la cimera un muy rico joyel muy resplandeciente, fecho a manera de bolsa, todo cercado de borlas e botones de oro muy claro e fermoso, en el qual joyel están escritas con letras de oro unas palabras, las quales decían: “En mi natividad la Madre de Dios fue mi ama”. Y estas palabras iba el glorioso San Juan cantando e tañendo muy dulcemente, e llegó hasta el trono real de Nuestra Señora”. Y dixo más el Señor que decía el dulce niño Juan: “Gózome con la Madre de mi Señor e mi ama”. E dixo el Señor que como el niño San Juan fuesse tañendo e cantando a ofrecer su pendón al Padre celestial, el qual dixo que son estas palabras que vienen escritas, e mostrávaselas al Señor e, fincado de hinojos con mucha reverencia, decía: “Suplico a tu divina Magestad vea lo que aquí viene”. El Señor le dixo: “¿Qué es esto, Juan? ¿Que mi Madre, [fol. 62v] tu ama?”. E bolviendo el Señor a su gloriosa Madre díxole: “¿Cómo, Señora Madre? ¿Es verdad esto que se dice aquí?”. Ella respondió con mucha humildad e goço: “Sí, fijo mío muy amado, verdad es, y que era muy bonito por quanto vos le visitastes, siendo en su vientre le santificastes antes que naciesse”. E luego le miró Nuestro Señor muy dulcemente, e buelto a los bienaventurados les decía que fiziessen grandes fiestas por todo su reyno. E llevándole la Madre de Dios en sus muy preciosos braços, hecho ansí niño chiquito, llegó la gloriosa santa Isabel y se le pidió, y ella se le daba, pero el chiquito, con grande amor e reverencia, no quería sino estar en los braços de la Reyna, e decía la santa vieja: “Ay, mi Señora, que ese niño yo le parí”. Yendo assí Nuestra Señora y Nuestro Señor por su santo reyno con el niño, decía: “¡Alégrese mi Iglesia con el amigo! De la esposa yo soy el Esposo, y él el que como amigo me truxo la esposa fasta la cama, quando por el sacramento del baptismo ayuntó e desposó todas las almas cristianas con el que es verdadero Esposo”. E después que el poderoso Dios obo dicho todos estos loores del glorioso San Juan, vistiole y adornole de dos muy ricas e preciosas vestiduras: la una era muy blanca e con las mangas muy [fol. 63r] anchas, que llegaban fasta el suelo, e ciñole una cinta de oro muy resplandeciente con muchas piedras preciosas, e púsole encima una muy rica capa toda llena de muchas joyas e la falda muy larga, e esta capa era muy pintada e de muchas colores e olores. E púsole en un muy rico trono e coronole con tres coronas muy preciosas: la una por su grande humildad, y esta era de clavellinas muy finas (a significación de su sagrada virginidad), e la segunda corona era de rosas muy coloradas más que rubíes e corales (e esta significaba el martirio que él padeciera), e la tercera corona era de joyeles e piedras preciosas (que significaba la penitencia e méritos que el gran baptista tuvo). E después que el Señor le ubo adornado e coronado, tomole por la mano e decendiose con él por su santo reyno e alcáceres, faciendo todos los ángeles e santos muchos goços e alegrías, loando e magnificando su santo nombre, porque tan alta e perfecta criatura avía tenido por bien de criar. E dixo más el Señor: que como ansí viniesse San Juan con Él, que [fol. 63v] se fincó de finojos e le fabló diziendo: “Suplico a tu gran poder e clemencia tenga por bien de recibir los clamores que me facen en la tierra los mis devotos e amigos, e me demandan favor para sus almas e me hazen fiesta e comemoraçión”. E, estando assí fecho niño chiquito, gozábanse con él sus padres e parientes e todos los santos, e el Redemptor le tomó en sus preciosos braços y le tornó a su trono real, ofreciéndole al Padre celestial por todos sus devotos, diziendo: “Esta es la saeta con que yo tiré a muchos e herí a muchos malos. Ofrézcotele, Padre mío, e ruégote que otorgues por ambos las peticiones justas que oy me an demandado”. Y el Padre celestial le respondió a su fijo y salvador nuestro diziendo: “Fijo mío muy amado, yo recibo este niño e las peticiones que me pides que otorgue por él, porque ese niño es el que yo llamé ‘ángel’, e por eso quise e fue mi santa voluntad que naciesse más limpio y puro que otro ninguno, e más bermejo, porque havía de ser más santo e limpio que otro ningún santo”. E dixo el Señor que fue tanto el amor que cobró a Nuestra Señora la Virgen [fol. 64r] María este bendito niño Juan, que en tres días nunca quiso mamar ni tomar ninguna teta sino estarse contino en sus braços, e si ella le dexaba alguna vez de los braços para yr a alguna parte de la casa, e aunque el niño era chiquito e casi recién nacido, se salía de la cuna o cama donde le tenía echado y se iba a gatas donde quiera que la Señora iba; e ella, viendo el conocimiento y amor que el niño Juan le tenía, recogíale en sus braços e, reverenciando a Dios, en su vientre ponía sus manecitas y adoraba a su Redentor. Y otras veces íbase a los pechos de la Madre de Dios e quería mamar, e decía la Madre de Dios: “Dexad las tetas, hijo mío Juan, que están guardadas para otro mayor e mejor que vos”. E quando avía el glorioso San Juan de tomar la teta de su madre, Nuestra Señora la Virgen María le tomava en sus preciosos braços e metíase con él en una cámara obscura e apuesta, e por semejante la gloriosa santa Isabel, fablando e alagando al precioso niño, e siendo llegada la hora e voluntad de Dios que él mamase, tomó la teta de su madre pensando que era la de la Madre de Dios. E dende allí [fol. 64v] adelante, cada vez que avía de mamar, el Señor le quitava el entendimiento que tenía de hombre de perfeta edad e quedávase en ynocencia de niño, como lo era, para mantenerse e poder vivir e criarse. Y en tanto que Nuestra Señora estuvo en casa de Zacarías, cada vez que el niño Juan avía de mamar le tomaba ella en sus braços, para que callasse e pensasse que era su madre. Esto facía por el grande amor y sin medida que con ella avía concebido, porque viendo la gran fermosura más se fartaba e deleytaba de la mirar e acatar y estar en sus braços que de mamar las tetas de su madre. E después que la gloriosa Virgen María fue tornada a Nazared, por algún espacio de tiempo no le podían acallar ni façer mamar, acordándose de su dulcedumbre e acatamiento e del fruto tan maravilloso de su sagrado vientre, el qual el santo niño Juan muchas veces adorava quando la Madre de Dios le tenía a él en sus braços. E no solamente truxo Nuestra Señora en sus braços muchas veçes al niño Juan en el tiempo que él nació en este mundo, mas aun en esta misma [fol. 65r] otaba no quiere andar sino en sus braços por el reyno celestial, hecho niño chiquito y de la mano de Nuestra Señora, e yendo ella sentada y metida en un trono muy rico y adornado. E quando Nuestra Señora le llevava assí consigo iba fablando con unas bienaventuradas muy dulçes, diziendo a todos los bienaventurados de la corte del Cielo: “Amigos e amigas, mirad al niño Juan quán bonito e precioso e fermoso es”. E como todos los ángeles e los santos le miraban e acataban, gozábanse e alegrábanse todos de ver su fermosura. E a desora le vestía e adornava Nuestra Señora de tanta diversidad de maneras e colores e pinturas e joyas, que los que una vez le miravan e después le tornavan a ver no le conocían quando la Madre de Dios se le mostrava, e dezíanle muy maravillados: “O, Señora y Reyna de los Cielos, no es este el niño que tú nos enseñabas, que este es más lindo e más precioso”. E la gloriosa Virgen María respondía: “Por cierto, mis amigos, el mismo es”. E acatándole todos conocíanle en solo los pies, porque quanto traýa las plantas d’ellos llenas de flores [fol. 65v] e rosas e verduras, ansí como matas de albahacas muy olorosas e finas, las quales verduras e flores traýa él en los pies en remenbrança e figura de las yervas e verduras por gloria y honra suya echan en el suelo acá en el mundo el día de su santa natividad. E allende de las vestiduras que el glorioso niño Juan tenía vestidas este día, también traía sobre su cabeça una diadema de oro muy resplandeciente e iba todo escrita con letras de oro muy lindas, que dezían las mismas alabanças que primero llevaba en el pendón, que decían: “La Madre de Dios es mi ama”. E por semejante llevava en la mano derecha un jarrito de oro muy resplandeciente y escritas letras de oro en él que dezían lo mismo: “La Madre de Dios es mi ama”. E fablava el niño Juan con voz muy dulce e decía: “Yo soy el dichoso y el consolado, que la Madre de Dios me tiene en sus braços”. Y como Nuestra Señora iba ansí por todo el reyno de los Cielos e por todos los alcáçeres muy acompañada de ángeles y en su trono muy poderosamente, llevando [fol. 66r] en sus braços al niño Juan, mostrávasele a todos e gozábanse mucho con él. E deseávale su santa madre Isabel y Zacarías, su padre, e todos sus parientes. Aunque santa Isabel se gozava e se tenía por dichosa que Nuestra Señora llevase a su fijo, ella le deseava e deçía dentro de su coraçón: “O, si la Señora me diesse mi fijo para que me goçe un poco con él, antes que pase la octava en la qual está fecho niño, que después estará fecho hombre como de primero e no podré jugar e goçarme con él”. E Nuestra Señora, conociendo sus pensamientos e deseos, mostrávale de su trono alto al precioso niño Juan e deçíale: “Por cierto que no os le dé... Si le queredes ver, ele aquí”. E santa Isabel le tomava e le besava e se goçava con él, e la Señora decía al niño: “Fijo, ¿quieres yr con tu madre?”. Y el niño se asía a la garganta de la Madre de Dios e decía: “No, Señora, que con vos me quiero estar”. Y esto facía la Madre de Dios por dar [fol. 66v] al niño Juan más honra e gloria e quererle ella traer por todo el reyno del Cielo ansí. E dixo más el Señor: que allende d’estos favores e previlegios y dones que el glorioso San Juan Baptista recibió d’Él, fue muy grande aquel don tan especial de la santificación, que Él le santificó estando él encerrado en el vientre de su madre y yendo también encerrado Él en el sacratíssimo vientre virginal de Nuestra Señora; porque desde que la Virgen entró por la casa de santa Isabel, su prima, santificó el mismo Salvador a San Juan, e le dio luego entendimiento de hombre de perfecta edad de treynta y tres años e de hombre angélico e celestial. E tan grandes fueron sus dones e merecimientos e previlegios e gracias, que de toda la santíssima Trinidad es muy amado e loado e querido y ensalçado e honrado, por lo qual alcança mucha gracia para todos los que le aman e sirven delante el acatamiento divinal.
Fin del santo sermón, el qual acabó el Señor [fol. 67r] dando su bendición, diziendo: “La bendición del Padre e de mí, su fijo, y del Spíritu Santo, que me voy, y no del coraçón que me ama”.
[VERSOS LAUDATORIOS A LA VIRGEN]
Mírala cómo sale
la rosa fresca y florida,
mírala cómo sale
de entre las espinas.
Sale qual aurora
esparciendo flores
y con sus primores
al Çielo enamora,
y en fe que la adora
la da clavellinas.
Mírala &ª [11]
Su rica corona
texida de estrellas,
la ermosura en ellas
más se perfeciona.
Con voces pregona
sus gracias divinas.
Mírala &ª
El cedro hermoso
del Líbano santo
es quien pone espanto
al lobo rabioso,
es rosal hermoso
que da rosas finas.
Palma de victoria
plantada en Cades,
compuesto ciprés
del Sion de gloria,
ciudad de memoria
que al Cielo encaminas.
Espejo agraciado
en quien Dios se mira,
cuya luz retira
la culpa y pecado,
[fol. 67v] plátano plantado
entre aguas divinas.
Flor de los jardines
del rey Salomón,
güerto y recreación
de los seraphines,
oy de entre jazmines
dulce olor aspiras.
La blança açuçena
de los frescos valles
sale por las calles
de virtudes llena,
destierra la pena
y esparce alegrías.
En la tierra y Cielo
se lleva la gala,
porque ella es la escala
de nuestro consuelo.
Jacob con desvelo
a subir se anima.
Es fuente sellada
con sello del Rey,
que en qualquiera ley
es privilegiada.
¡O, fuente sagrada
de aguas cristalinas!
Oliva especiosa
en campo florido,
tus ramas son nido
do el Verbo reposa.
¡O, viña dichosa
de ubas peregrinas!
Su Esposo la viste
con rayos del sol,
su claro arrébol
tinieblas resiste,
a la tierra enviste
la luz de alegrías.
La luna a los pies
la sirve de estrado
y el Cielo estrellado
oy su trono es.
Cielo y tierra, pues,
miren a porfía.
Mira sus cabellos
su Esposo querido
[fol. 68r] y baja herido
por cada uno d’ellos
para darnos vida.
Sus hermosos ojos
y esparcida frente
quando está presente
quita mil enojos,
ríndenla despojos
quien la ve y la mira.
Arcos son de amor
sus cejas graciosas,
largas y espaciosas,
llenas de primor
dan a su Açedor
alabanças dignas.
Mira que es la puerta
que vio Acequiel
por do entraba un Rey
sin dejarla abierta,
mira que es la güerta
do se á de plantar la vida.
Mira cómo sale
la rosa temprana,
sin ser maculada
de culpa culpable,
mira qu’es la llave
con que el Cielo se abriría.
Mírala cómo sale
la rosa fresca y florida,
mírala cómo sale
de entre las espinas.
Fin.
[fol. 68v] A la puríssima concepción de Nuestra Señora.
Qué linda sois, Virgen,
qué linda que sois,
Cielo y tierra lo dicen así,
y en verdad que lo sois.
De vos se decía,
allá en los cantares,
que sois escogida
entre los millares.
Todos los mortales
predican de vos
que sois virgen y madre,
y en verdad que lo sois.
Sois toda hermosa
sin mancha ninguna,
entre estrellas, luna,
y entre espinas, rosa.
Por ser tan graciosa
os preservó Dios.
Cielo y tierra lo dicen ansí,
y en verdad que lo sois.
Sois de Dios echura
echa en su crisol,
clara más que el sol,
toda limpia y pura,
tan noble criatura
que sola sois vos
la exempta de culpa,
y en verdad que lo sois.
¿Qué mayor nobleça
que ser por gracia vos
lo mesmo que Dios
por naturaleça?
Por vuestra limpieça
Gabriel os llamó
‘Ave gracia plena’,
y en verdad que lo sois.
Virgen singular,
escala del Cielo,
por quien Dios al suelo
propuso bajar.
Estrella del mar,
[fol. 69r ] ¿quién ay como vos,
toda bella y pura?
Y en verdad que lo sois.
El Dios que os crió
sola y sin exemplo,
nuestro casto templo
hecho hombre abitó.
Tal sois que se honró
con tal madre Dios,
por ser sin mançilla,
y en verdad que lo sois.
Si Dios con su aviso
y sumo poder
limpia os pudo hacer,
sin duda que quiso.
Sois el Paraíso
do se recreó
el nuevo Adán Cristo,
y en verdad que lo sois.
Oy por libre os dan,
que si de las leyes
se exemptan los reyes
las reynas lo están
de la ley de Adán.
Os eximió Dios
por ser limpia y pura,
y en verdad que lo sois.
En el Cielo os vio
Juan profeta santo
con el sol por manto,
según lo escrivió,
porque os concibió
Ana en luz de Dios,
sin noche de culpa,
y en verdad que lo sois.
Del mundo el consuelo
sois, Virgen María,
norte que nos guía
al puerto del Cielo,
milagro del suelo
en quien puso Dios
grandeça infinita,
y en verdad que lo sois.
Casa que fundó
el sol de justicia,
hecha sin malicia
donde Él habitó.
[fol. 69v] Solo os reservó
del tributo a vos
que Adán nos impuso,
y en verdad que lo sois.
Con divina gracia
se llamó dichoso
vuestro vientre hermoso,
que al Inmenso abraça,
que es paño sin raça
el que vistió Dios.
Cielo y tierra lo dicen ansí,
y en verdad que lo sois.
Paloma sin hiel,
virgen sin mancilla,
sacro trono y silla
del Dios de Isrrael,
¿qué rosa o clavel
brotó como vos,
más qu’el cielo pura?
Y en verdad que lo sois.
Esta vuestra casa,
de quien sois defensa,
os dé gloria inmensa
y loores sin tassa,
pues de nuestra masa
sola fuistes vos
la limpia de culpa,
y en verdad que lo sois.
Fin.
[VERSOS A LA CIRCUNCISIÓN DEL NIÑO]
Coplas a la circuncisión del Niño.
Ved aora los pecadores
lo que mi hijo ha pasado,
que desde oy está llagado.
¿A quién le encomendaré
demandándole favores?
¿Qué pensaré o qué haré,
que ya crece mi dolor?
Entre el goço y el temor
mi espíritu está turbado,
que desde oy está llagado.
[fol. 70r] Quien le llagó fue el amor,
y es tanto el que tiene al hombre
que es justo el Cielo se asombre,
pues parece pecador,
en sí con tanto rigor
cumple la ley del culpado,
que desde oy está llagado.
Sin dever ningún tributo,
siendo poderoso rey,
oy se sujetó a la ley
y da su sangre por fruto.
Destierre ya el mundo el luto,
pues Dios tan presto ha pagado,
que desde oy está llagado.
Esposo de sangre es
y en Él su amor tanto crece
que oy por primicias ofrece
lo que ha de verter después.
Tan grande es el interés
que por las almas ha dado
que desde oy está llagado.
Amor que le hace la guerra
y le obligó en un instante
al qu’es del Cielo gigante
hazerse niño en la tierra.
Tal fuego en su pecho encierra
de pagar por el pecado
que desde oy está llagado.
¡O, exceso raro de amor!
Pues Él solo cubrir pudo
al que es de culpa desnudo
con capa de pecador.
Alma, a pagar tu valor
viene tan apresurado,
que desde oy está llagado.
Con amor no ay que espantar
del precio que nos ofrece,
que a dar su sangre empieçe
quien carne y sangre ha de dar.
Hombre, comiença a goçar
del remedio deseado,
que desde oy está llagado.
Con esta muestra declara
el contento que recibe
en que ya tu alma vive
y su sangre la repara.
Al fin le cuesta tan cara
y tan grande precio á dado,
que desde oy está llagado.
[fol. 70v] O, supremo Criador,
hijo mío y niño Dios,
¿quién pudiera sino vos
dar tales muestras de amor,
anticipando el dolor
vuestro cuerpo delicado,
que desde oy está llagado?
Mucho, Niño, el alma amáys,
pues que por abrirla el Cielo
apenas bajáis al suelo
quando culpado os mostráis,
y tan presto el cuerpo dais
por fiador del pecado,
que desde oy está llagado.
Mas si por librar al hombre
su sangre tierna derrama,
Jesús el Cielo le llama,
nombre sobre todo nombre,
cuyas letras por que asombre con tanta sangre an entrado,
que desde oy está llagado.
Oy al alma, que en su trato
captiva y esclava ha sido,
compra en precio tan subido
por darla el Cielo barato.
Mira, pecador ingrato,
lo que tu culpa ha costado,
que desde oy está llagado.
Si Dios tanto al alma estima
que se ha hecho tierno infante,
y el apresurado amante
oy por ella se lastima,
¿cómo a servir no se anima
un Dios tan enamorado,
que desde oy está llagado?
Ea, Niño, empeçad ya
a esforçar vuestra flaqueça,
que quien dando sangre empieça
dando sangre acabará,
y tanta que quedará
vuestro cuerpo desangrado,
que desde oy está llagado.
Curar quiere nuestros daños,
pues que la sangre que cría
nos la da al octavo día
para darnos buenos años.
Efectos de amor estraños
en Él se an manifestado,
que desde oy está llagado.
[fol. 71r] Vayan tristeças afuera,
¡alegría, pecadores!,
que ya comiençan las flores
de la fértil primavera.
Copioso fruto se espera,
pues Jesús tal muestra ha dado,
que desde oy está llagado.
Para que no desconfíes
por lo que culpas merecen,
por los sus ojos te ofrecen
su tierna sangre rubíes,
y para que más confíes
pagan tan anticipado,
que desde oy está llagado.
Mi Dios de amor verdadero,
¿qué coraçón de diamante
no se ablandara al instante
con sangre de tal cordero?
Redempción copiosa espero
de un Dios tan enamorado,
que desde oy está llagado.
Oy viene en sangre cubierto
el que en éxtasis profundo,
desde el principio del mundo,
llamó Juan ‘cordero muerto’.
Con sangre firma el concierto
que tiene tan deseado,
que desde oy está llagado.
Como al alma tanto amáys
y es pasión de amor, aquestas
lágrimas de sangre os cuesta
que oy por ella derramáys.
Caro es el precio que days
de vuestro cuerpo sagrado,
que desde oy está llagado.
Sangre en la circuncisión
dais de valor infinito,
que sin ella mi delito
no alcançará remissión.
Salid, hijas de Sion,
a ver el Rey coronado,
que desde oy está llagado.
Agua y sangre de Dios vierte
su caridad encendida,
[fol. 71v] una al entrar en la vida,
otra después de la muerte;
una y otra, alma, te advierte
quánto su amor te ha obligado,
que desde oy está llagado.
Ved aora, los pecadores,
lo que mi hijo ha pasado,
que desde oy está llagado.
Fin.
Notas
[1] El folio 1 está precedido por otro folio no numerado y que muestra una caligrafía diferente, lo que sugiere que fue añadido al manuscrito posteriormente. En este folio se puede leer lo siguiente: “Para mayor honra y gloria, fíen mando y pago a los señores de la casa. Y mando y nombre: Diego Lucas ¿Gómez?”.
[2] En esta cuarteta y las dos siguientes, a pesar de la indicación en el manuscrito original, no parece intervenir Juana, la Esposa.
[3] En el manuscrito aparece “llame”.
[4] Este pasaje está subrayado en el manuscrito, en cuyo margen se aprecia una pequeña nota que parece decir “Ojo, alabanza”, aunque no se entiende del todo bien.
[5] Nota al margen: “Llamávase Germana de la Asçensión”.
[6] Nota al margen medio cortada, en la que parece indicarse lo siguiente: “También se reça para este mismo con nueve mil ‘Avemarías’”.
[7] Nota al margen: “Los maytines eran entonces a media noche”.
[8] Nota al margen no legible.
[9] Subrayado en el manuscrito.
[10] Nota al margen: “Estas cofradías otorgó el Señor por intercesión de nuestra madre santa Juana de esta santa casa de la Cruz”.
[11] Este símbolo posiblemente indique que entre las estrofas debe repetirse el estribillo: “Mírala cómo sale / la rosa fresca y florida, / mírala cómo sale / de entre las espinas”.
Vida impresa (1)
Ed. de Mar Cortés Timoner; fecha de edición: octubre de 2020.
Fuente
- Villegas, Alonso de, 1588. Addicion a la Tercera Parte del Flos sanctorum: en que se ponen vidas de varones illustres, los quales, aunque no estan canonizados, mas piadosamente se cree dellos que gozan de Dios por auer sido sus vidas famosas en virtudes..., Huesca: Iuan Perez de Valdiuielso, fols. 63r col. a - 65v col. b.
Contexto material del impreso Addicion a la Tercera Parte del Flos sanctorum en que se ponen vidas de varones illustres, los quales, aunque no estan canonizados, mas piadosamente se cree dellos que gozan de Dios por auer sido sus vidas famosas en virtudes....
Criterios de edición
El relato aparece en el apartado 206 de la Adición de la Tercera Parte del Flos Sanctorum de Alonso de Villegas.
Se han seguido los criterios establecidos en el catálogo para fuentes impresas y, por ello, han sido eliminadas las duplicaciones de consonantes: cc/c, ss/s, ff/f. En cambio, se respetan los grupos consonánticos: -nt (sant), -nc- (sancta), -pt- (baptismo) y -bj- (subjeto), también las contracciones ‒aunque se ha añadido el apóstrofo clarificador en “del” para escribir “d’él”‒. Además, se ha mantenido la conjunción copulativa “y” ante palabras iniciadas con el sonido vocálico “i”. Asimismo, se indican en pie de página las erratas subsanadas y, para facilitar la localización de los textos, se citan el folio (r-v) y la columna correspondiente (a-b).
Se ofrecen datos en torno al texto editado y su fuente en: M. Mar Cortés Timoner, “La autoridad espiritual femenina en la Castilla bajomedieval y su reflejo en el Flos sanctorum de Alonso de Villegas”, Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, vol. 39, pp. 25-35.
Vida de Juana de la Cruz
[Fol. 63r col. a] Vida de Sor Juana de la Cruz, abadesa del Orden de los Menores
Al tiempo que el soberbio Holofernes [1], capitán de Nabucodonosor, Rey de Asiria, tenía puesto cerco sobre la ciudad de Betulia, dice la Divina Escritura, en el libro de Judit, que una mañana los hebreos cercados salieron de su ciudad, las banderas tendidas, las lanzas y espadas en sus manos, amenazando de muerte a sus contrarios. Los cuales, teniéndolos en poco, burlaban dellos, diciendo que los ratones tenían atrevimiento de salir de sus cuevas en daño de sus vidas. Estaba la tienda del capitán cerrada y en ella había todo silencio. Entró Bagao, camarero suyo, creyendo que dormía, a despertarle para que se diese orden en la defensa; y estando en su aposento vido el cuerpo de Holofernes sin cabeza, tendido en el suelo, revolcado en su sangre. Quedó confuso y, por entender que había sido esta obra de la valerosa matrona Judit, salió dando voces y diciendo: “Una mujer ha puesto en confusión la casa de Nabucodonosor”. Y fue así porque, viendo los asirios muerto a su capitán, sobrevínoles tan grande temor que, puestos en huida, dejaron en manos de sus enemigos la victoria y despojos. Esta razón que dijo Bagao, camarero de Holofernes, de que una mujer había puesto en confusión la casa de Nabucodonosor, viene a cuenta de una bendita mujer llamada Juana de la Cruz, monja de la Orden de los Menores, la cual es confusión de la casa de Nabucodonosor, por la cual se entienden los malos, sean del estado que fueren, que a todos los confunde; y aun de algunos religiosos y eclesiásticos, por muy levantados que estén en el servicio de Dios, es confusión ver lo que esta religiosa hizo. También a gente ilustre nacidos de esclarecida sangre y criados en la policía de corte y casa real confunde esta mujer, nacida de labradores en una pobre aldea. Y de toda suerte de hombres es confusión pues una mujer les hace ventaja como parecerá en su vida colegi- [fol. 63r col. b] da de memoriales antiguos que están en su monasterio de la Cruz, dos leguas de la villa de Illescas [2], y es en esta manera.
En un lugar llamado Azaña, cerca de Toledo, nació Juana de la Cruz, de padres cristianos y virtuosos llamados Juan Vázquez y Catalina Gutiérrez, en el año de la Encarnación de mil y cuatrocientos y ochenta y uno [3]. Fue dotada de mucha gracia y hermosura. Criola su madre a sus pechos sin que le fuese molesta ni enojosa, antes le era consuelo y recreo porque solo tomarla en sus brazos, aunque estuviese triste y afligida, le era medio para se alegrase y desechase de sí toda pena y tristeza. Siendo de cuatro años mostraba tener entero juicio y entendimiento así en las palabras que hablaba como en las obras que hacía, que todo era con mucho seso y cordura. Nunca se vido ocupada en juegos y vanidades en que se ejercitan los de su edad, ni hablaba palabras vanas y sin provecho, sino sus pensamientos y propósitos eran Jesucristo, a quien llamaba su Esposo y con quien comunicaba sus deseos. Era esto, algunas veces, con tanta fuerza y aprehensión de sus potencias interiores que los exteriores sentidos quedaban del todo faltos por donde creyendo su madre que fuese enfermedad, y aun juzgándola alguna vez por muerta, hizo promesa de llevarla con cierta ofrenda de cera a una casa y monasterio de Nuestra Señora llamado de la Cruz, que está junto a un pueblo que se dice Cubas, dos leguas de Illescas, villa de la diócesi de Toledo, distante de la ciudad por seis leguas, ilustrada con una imagen de la Madre de Dios llamada de la Caridad donde ocurre gente de diversas partes y, particularmente, enfermos que son favorecidos y remediados por los méritos y intercesión de la Virgen.
El monasterio y casa de la Cruz, en que hay monjas del Orden de Sant Francisco, es tradición dentro d'él, y en toda la comarca, conservada de unos en otros, que se edificó por orden de la misma Virgen, que se apareció en aquel [fol. 63v col. a] lugar, por donde es reverenciado y tenido en mucho de los pueblos de la comarca. Y aun, por relación de monjas ancianas de la misma casa y monasterio, se sabe que fue della imagen que en Illescas es tan reverenciada. La cual, una devota mujer que servía a las monjas, juntándose con otras mujeres y con música de panderos, llevaba la sancta imagen quitándola de sobre la puerta de la clausura de las monjas donde estaba y la traía por los pueblos de la comarca pidiendo para vestirla, y con lo que le daban, la tenía muy lucida y aseada y, desta manera, una vez la dejó en Illescas, y perdiéndola el monasterio, la ganó la villa, y quedó con ella el origen de aquella sancta imagen que he podido descubrir es este. La cual es de pequeña estatura, algo morena y por extremo devota. Estando, pues, otras dos leguas esta casa de donde la niña Juana estaba, su madre la ofreció a la Virgen y prometió de la llevar al monasterio con la ofrenda de cera, como se ha dicho. Y porque a la madre se llegó la hora de su muerte sin haber cumplido este voto, pidió con grande instancia a su marido, y padre de la niña, que él le cumpliese. Lo cual oído y advertido della, propuso en sí de no solo contentarse con hacer aquella ida sino de quedarse en el monasterio por religiosa y servir allí a la Madre de Dios toda su vida.
Murió la madre y quedó de siete años la niña Juana. La cual, con el intento que tenía de ser monja, quiso acompañarse de obras y ejercitarse [4] en el siglo de lo que es proprio de la religión. Guardaba grande abstinencia, ayunaba, comiendo sola una vez al día, pan y agua, y desto no todo lo que había menester, y aun, a veces, se estaba dos o tres días sin comer cosa alguna. Tejió un cilicio de cerdas asperísimo y púsosele junto a sus carnes, por lo cual andaba siempre llagada aunque muy consolada. Nunca estaba ociosa, trabajaba de manos y, en el trabajo, se daba grande prisa para más lastimar su cuerpo con el cilicio y así tenía más que ofrecer a Nuestro Señor, que por todos fue tan herido y llagado. Sin esto, hacía ásperas disciplinas dándose tan sin piedad que su cuerpo quedaba hecho un lago de sangre. Mostraba grande humildad en la compostura de su rostro, hablaba pocas palabras y ninguna ociosa de modo que, saliendo de su boca, o era alabando a Dios o aprovechando a su prójimo. Llevola a su casa un tío suyo, hombre rico, alcanzándolo con muchos ruegos de su padre; y su mujer, que también era su tía, la amaba tiernamente. Aquí, teniendo mejor oportunidad, se empleaba más tiempo en obras sanctas y en penitencias. Y porque dio un tiempo en estarse puesta en oración la mayor parte de la noche, vino a que su tía entendió la vida que hacía y la estimó y tuvo en mucho. Por verse ella descubierta, andaba buscando los lugares más aparta- [fol. 63v col. b] dos y escondidos de casa, donde tenía sus disciplinas, dándose con una cadena crueles golpes y, cuando más llagada y atormentada se veía, pedía a Nuestro Señor por premio de sus dolores la recibiese en el monasterio de sus esposas y la hiciese religiosa. Lo cual Su Majestad le concedió porque, siendo de edad de quince años, inspirada a lo que se entiende por Dios, visto que no podía de otra suerte porque sus parientes lo contradecían deseando tenerla siempre consigo y casarla, vistiose una mañana hábitos de hombre y, haciendo un lío de sus proprios vestidos, salió de su casa con intento de ir al monasterio de la Cruz, que estaba dos leguas de allí, como se ha dicho. Comenzando el camino, deseó el demonio estorbarlo y púsole algunos temores de que su padre y parientes sentirían mal de aquella ida, y de peligros que en el camino le podían suceder. Lo cual hizo en ella grande impresión, tanto que se desmayó y cayó en el suelo, aunque le pareció que la hablaban y decían que se esforzase que Dios la favorecería por donde saldría con su intento. Tornó a proseguir su camino y, habiendo andado buena parte d'él sintió venir tras sí, aunque algo lejos, persona a caballo y, mirando bien, conoció que era un mancebo hijo de padres ricos que la había pedido por mujer y deseaba grandemente casar con ella. Fuele mucha turbación verle viéndose sola y en lugar tan solo, mas también en este peligro la favoreció Nuestro Señor con cegar al mancebo para que no la conociese y a ella advirtiéndola que se apartase del camino en tanto que pasaba, y así pudo llegar bien cansada a la casa de la Madre de Dios donde iba y, entrando en la iglesia, no vido persona alguna. Y así, habiendo hecho oración y, en particular, reverenciando la imagen de la Madre de Dios, llegose a una parte y desnudose el vestido de hombre que traía y vistiose el proprio suyo de mujer con que llegó y habló a las monjas dando cuenta de quién era y el deseo que traía, rogándoles la admitiesen en su clausura. Y aunque ellas lo dificultaban, sucedió que, a la misma sazón, llegaron parientes suyos que venían en su seguimiento y, hallada, dijeron palabras de mucha reprehensión por lo hecho y querían volverla consigo. Ella, con mucha paciencia, pidiéndoles perdón del enojo que habían recebido por su causa, díjoles que su intento era de servir a Dios en aquella casa y que solo Él podría sacarla de allí. Vino también a este tiempo el perlado por cuya [5] orden había de ser recebida en el convento. El cual, visto el deseo y constancia de aquella doncella, dio licencia para que fuese admitida a la religión y todas las monjas la recibieron con grande contento. Lo cual visto de sus parientes tuviéronlo por bien y señaláronle la dote y así recibió el hábito y quedó en la casa.
La maestra de novicias [fol. 64r col. a] la encargó que un año guardase silencio y ella holgó de oírlo porque de su natural era amiga de hablar poco. Y así comenzó a hacer una vida maravillosa aun antes de la profesión. La cual hizo cumplido el año y fue de cuatro votos: los tres ordinarios y otro de clausura. Su vestido era muy pobre y humilde más que el de las otras monjas. Traía túnica de sayal y una saya vieja y remendada; el hábito lo mismo, alpargates en los pies y lo más del tiempo andaba descalza. Ceñía una gruesa cuerda, en su cabeza una albanega de estopa y, sobre ella, gruesas tocas. Y, sin que persona alguna lo entendiese, junto a sus carnes usaba un áspero cilicio, el cual nunca se quitaba día y noche y, sin esto, hacía otras ásperas penitencias. Su paciencia era maravillosa porque holgaba de ser menospreciada y reprehendida sin culpa, y injuriada y que le fuesen levantados [6] testimonios. Y, de cualquiera manera que fuese, deseaba tormentos, llagas, heridas, dolores, fríos, cansancios y todas maneras de penas, sufriéndolo alegremente por amor de Dios. No hablaba sino con su maestra o con la abadesa o vicaria, y esto siendo preguntada. Algunas veces traía en la boca una hierba amarga como ajenjo [7] en memoria de la hiel que fue dada a Jesucristo en su Pasión. Otras se ponía en ella una piedra algo grande que le causaba dolor. Y otras tomaba con la boca agua y teníala tanto espacio dentro hasta que de dolor no la podía sufrir. Levantaba así mismo un candelero con la boca y sustentábale en alto hasta que le dolían las quijadas. Pensaba ella que guardar silencio sin penitencia y dolor sería a Dios poco acepto y meritorio. Los ayunos eran los mismos que antes que fuese monja, añadiendo a ellos ayunar también en dormir, porque, así como el que ayuna come después de mediodía y a la noche hace una pequeña colación, ella, en lugar de la comida de mediodía, rezaba a medianoche maitines, y la colación breve trocaba en un breve sueño al cabo de la noche cerca del amanecer. Y porque era costumbre dormir todas las monjas en un dormitorio estando una lámpara encendida en medio d’él, ella aguardaba a que todas se recogiesen en sus camas y durmiesen, y tomaba una rueca y hilaba junto a su cama, ya en pie, ya de rodillas, y siempre rezando o meditando en la Pasión de Jesucristo, su Esposo. Ocupábase muy de ordinario en el servicio del convento y, para hacerlo alegremente y con gusto, consideraba que era todo para servicio de Jesucristo, de quien ella era esclava. Cuando fregaba los platos juzgaba que eran de oro y perlas para en que comiese su alta Majestad. La escoba con que barría tenía por ramillete de rosas y flores, las piedras por tapetes finísimos y estrado del Rey de los Cielos, y a esta traza se había con lo demás. Siendo co- [fol. 64r col. b] cinera esta bendita, reprehendíanla su compañera y la provisora, no contentándose de lo que hacía. Ella, sin mostrarse turbada, derribándose en el suelo, decía su culpa; no la aceptaban ellas, antes le decían que se fuese de allí. Íbase al coro muy triste y suplicaba al Señor le perdonase la pena que había dado a sus hermanas y les quitase la turbación que tenían con ella. Estando en esto tornaba la compañera a llamarla y preguntábale qué hacía en el coro. Respondía con mucha humildad: “Suplicaba a Nuestro Señor me perdonase la turbación que fue causa, hermana mía, que tuviésedes y que os la quitase para que me perdonéis y estéis bien conmigo”. Oyendo esta respuesta la compañera y provisora, edificábanse en tanto grado que, por algunos días, les duraba muy gran compunción y lágrimas en lo secreto de su corazón. Y este modo tenía, con todos los que la reprehendían y afligían, de hacer por ellos particular oración.
Ya se ha dicho cómo esta bendita doncella era de rostro agraciado y hermoso; junto con esto tenía presencia de mucha gravedad, era amigable y de agradable conversación. Hablaba con grande gracia y daba muy provechosos consejos: verla y oírla provocaba a devoción. Frecuentaba los sacramentos de confesión y comunión y, no siéndole concedido por sus perlados comulgar cada día sacramentalmente, comulgaba espiritualmente desde su coro oyendo misa y, para esto, se aparejaba muy temprano. Supo de un religioso que era tentado de no rezar las horas y oficio divino y que decía que Dios no tenía necesidad de sus oraciones. Hablole y díjole que verdad era que Dios no tenía necesidad d’él, ni de criatura alguna, mas junto con esto todas las criaturas tenían necesidad de Dios. Y que así como el villano pechero está obligado a pagar el pecho a su rey y señor, y si no le paga, sino que se muestra rebelde, le hace castigar, así Dios quiere que sus criaturas le paguen servicio y, en particular, el eclesiástico con el oficio divino; y si faltare en esto, le castigará con rigor. A una monja que le preguntó qué haría para agradar mucho a Nuestro Señor, dijo: “Paz, oración y silencio agradan mucho a Su Majestad”. A otra que le pidió consejo para estar en gracia de Dios y permanecer en ella, diósele diciendo: “Llora con los que lloran, ríe con los que ríen y calla con los que hablan”. Aconsejaba a todos que tuviesen grande devoción con el ángel de su guarda porque no solo (decía ella) nos guardan, sino nos acompañan y, cuando alguno está en trabajo cercano a la muerte, su ángel va al Cielo y ruega y convida a los sanctos y sanctas que él sabe que aquella persona tiene devoción y ha hecho algunos servicios para que, con él, rueguen a Dios le favorezca y libre, y que lo hacen ellos de la manera que les es pedido. Añadía más, que aun [fol. 64v col. a] después de difunctos, no desamparan los ángeles las almas de los que fueron custodios sino que, si van al Purgatorio, las visitan y consuelan y dan cuenta de las obras sanctas y meritorias que los vivos hacen por ellas. También era esta bendita monja muy devota de la Cruz y había mil razones para serlo: así por tener apellido y llamarse Juana de la Cruz, ser monja del monasterio de Sancta María de la Cruz y haber alcanzado grandes misericordias de Dios por medio de su Sanctísima Cruz, con la cual tenía dulces y sabrosos coloquios, diversos para cada día de la semana, de que se sacaba grandes aprovechamientos espirituales. Favoreciola Nuestro Señor enviándole regalos de su mesa, de gustos y recreos divinos. Particularmente, estando en oración, en la cual muchas veces se transportaba y arrobaba en éxtasi quedando sin sentido alguno; y, para prueba desto, hallándose presente una vez cierta señora seglar que vino a visitarla, y viendo que trabando della ni dándole veces no mostraba sentir, con un agudo hierro la hirió en la cabeza de manera que le sacó sangre y, aunque a la sazón no lo sintió, después se quejó bien de la herida. Sucedió algunas veces que, estando en éxtasi y arrobada, hablaba y lo que decía eran razones muy levantadas y subidas y de que se edificaban los que las oían. Porque, con ser doctrina muy conforme a los que nuestra fe sancta enseña y predica, ya descubría secretos maravillosos de Dios y de la Escriptura Divina, ya exhortaba [8] a que se amasen virtudes y se evitasen vicios, tocando en alguno de que algunos de los presentes eran tocados, de modo que les parecía hablar con ellos y sin que otros entendiesen ellos en semejantes razones lo que habían hecho mal, y era muy secreto, y así era motivo para tener pesar dello y enmendarse. Y para mayor testimonio que era este negocio del Cielo, no pocas veces se oyó hablar en diversas lenguas de que ella nunca tuvo noticia. Y así, a cierto provincial de su orden que deseaba hacerla abadesa de aquel su monasterio, como al fin lo hizo, le dijo en lengua de Vizcaya, siendo él vizcaíno, que para el monasterio y casa sería provecho tener ella aquel oficio, aunque para sí penoso. Otra vez, habiendo dado, para el servicio del convento, el obispo de Ávila dos esclavas moras traídas de Orán, que se ganó en aquella sazón, las cuales, si les decían que se hiciesen cristianas, lloraban y se arañaban el rostro hasta derramar sangre, en particular la una que era de más edad, estando esta bendita en éxtasi habloles en algarabía y ellas la oyeron de buena gana y respondieron. Sucediendo deste coloquio que las dos de su voluntad se baptizaron, y, baptizadas, otras veces les habló en la misma lengua estando arrobada y ellas iban luego y se ponían junto con ella y quedaban muy con- [fol. 64v col. b] soladas de haberla oído.
Con todas estas experiencias, por ser cosa nueva y no oída de algún sancto, los perlados mandaron a la abadesa que era a la sazón que, siempre que hablase estando transportada, la dejasen sola. Obedeció la abadesa y, la primera vez que la vido en éxtasi y que hablaba, mandó salir del aposento a las monjas que estaban en él y quedó sola. Después, pasado algún tiempo, envió a ver si cesaba de hablar. Y la monja que fue con este recaudo vido en el aposento grande número de aves de diversas hechuras, todas levantados los cuellos como que oían a la bendita mujer lo que hablaba. Y volviendo a decir lo que había visto, fueron con ella la abadesa y muchas otras monjas que vieron lo mismo, aunque las aves, a su llegada, se fueron. Y para que se viese que eran verdaderas y no fantásticas, una de ellas voló a la parte donde estaba la bendita Juana, y en su manga fue asida estando ya en su sentido, en lo cual pareció ser voluntad de Dios que oyesen lo que decía en tales tiempos y que, si a personas de entendimiento y a razón se les vedaba, vendrían aves que carecen de todo esto a oírla. Y así fue vista y oída diversas veces del cardenal y arzobispo de Toledo Francisco Jiménez, que fue fraile de su orden; de muchos obispos, inquisidores, predicadores, duques, condes y marqueses; y de personas que burlaban della oyéndolo contar y, visto después por sus ojos, quedaban confundidos y no poco le eran en adelante aficionados.
También obró Nuestro Señor por ella algunas maravillas y fue una que, llevando en sus manos un vaso grande de barro para servicio del convento, quebrósele tocando a una piedra de que ella quedó muy desconsolada, derribose en tierra, hizo oración a Nuestro Señor y, juntando los pedazos del vaso, quedó perfectamente sano. Vido todo esto otra religiosa y díjole: “¿Qué es esto hermana? ¿No estaba este vaso en el suelo hecho pedazos? ¿Cómo está sano?”. Respondió con mucha humildad: “Así es, hermana, mas el Señor ha tenido por bien de remediar por su bondad lo que yo había echado a perder por mis pecados”. También era obra maravillosa y le acaeció diversas veces, que, estando ocupada en cosas de la obediencia, oía, hallándose bien distante, el oficio divino que se rezaba en el coro y veía el Sanctísimo Sacramento, teniendo una pared gruesa de por medio, la cual, al tiempo que alzaban en la misa, apareció romperse de modo que vido la sagrada Hostia y Cáliz y tornose a juntar aunque, para evidencia del milagro, quedó señal de una piedra no bien encajada por muchos años. Fue así mismo público de una niña que murió, habiéndola traído sus padres al monasterio de la Cruz, la cual, por muchas experiencias hechas en ella, se vido que estaba sin vida y, a ruego de sus padres, [fol. 65r col. a] y de otras personas en número de ochenta que estaban presentes, puso un crucifijo sobre ella, hizo oración y luego se levantó con vida y salud.
Por estas obras y por su mucha virtud y discreción, vino a ser electa abadesa, cuyo oficio rigió maravillosamente porque las súbditas no solo eran favorecidas y alentadas en el servicio de Dios con su ejemplo y amonestación, sino con su muy fervorosa oración alcanzando de la Majestad de Dios que se empleasen muy de veras en su servicio. Y fue prueba evidente que, puesta en el oficio de abadesa, no hubiese disminuido sino augmentado su virtud que hizo Dios por ella nuevas y muy extraordinarias maravillas. Como pareció en que, estando enferma en el palacio del Emperador Carlos Quinto, cuya corte residía en Madrid, una señora que se llamaba Ana Manrique, siendo la enfermedad dolor de costado, que la puso en lo último, por tener devoción con la madre Juana de la Cruz y estar cierta que Nuestro Señor oía y otorgaba lo que por ella era pedido, hizo mensajero significándole el peligro que estaba. La bendita madre con entrañas de caridad hizo oración fervorosa por ella y pareció el efecto en que, estando la enferma dada la unción y sin humano remedio al parecer de los médicos, siendo de noche vido que estaba con ella la misma madre abadesa Juana de la Cruz y que le llegaba con sus manos y apretaba el lugar donde tenía el dolor, y así lo dijo en voz alta: “Veis a mi madre que ha venido a visitarme y curarme”. Muchos que estaban presentes oyeron estas voces, aunque no la vieron sino el efecto que fue poder comer y recuperar luego entera salud. Divulgose esto en el mismo monasterio de la Cruz y, pidiendo las monjas a la madre les declarase cómo aquello había sido, ella dijo: “Obras son estas hijas mías del ángel sancto de mi guarda”. También fue cosa cierta haber sanado por su oración el padre confesor del convento de una enfermedad bien peligrosa de rabia, y lo mismo una monja de un zaratán [9] y otra de cierta nacencia; y así, algunas otras de males gravísimos en los cuales iban siempre empeorando hasta que la madre Juana de la Cruz hacía por ellos oración, pidiéndolo los tales enfermos, y luego mejoraban y quedaban en breve sanos.
Y porque la fama de tales obras y de su vida sancta, que volaba por todas partes, era ocasión que de muchos fuese tenida y reverenciada por Sancta, para que esto no le fuese ocasión de ensoberbecerse y para más mérito suyo, permitió Dios que fuese gravemente afligida por causa de una persecución que se levantó contra ella. Y fue que, teniendo costumbre la abadesa y monjas de poner un sacerdote en el lugar de Cubas que administrase los sacramentos, por ser aquel beneficio del convento, trataban algunas personas e- [fol. 65r col. b] clesiásticas de impetrarle por Roma, diciendo que mujeres, aunque religiosas, eran incapaces para cargo de almas. Aconsejose la bendita madre qué haría en este caso y fuele dicho que convenía, para el bien de su monasterio, que enviase bula al Papa y, anticipándose, ganase aquella gracia y asegurase su daño. Hízolo así aunque sin dar cuenta a sus perlados por el peligro que había en la tardanza. De aquí sucedió que una monja del mismo convento, que no estaba bien con ella, acriminó este caso diciendo a los perlados que lo había hecho sin su licencia gastando de los proprios del convento por dar aquel beneficio a un hermano suyo, el cual venía nombrado para él. Y la verdad era que, en sacar la bula, se gastaron siete ducados y trújosela un su devoto graciosamente sin otra costa; y a su hermano, por ser letrado y de buena vida, el pueblo le había pedido para aquel cargo. Con todo esto, uno de los perlados y el principal, muy indignado, fue al monasterio de la Cruz y, juntando capítulo, reprehendió ásperamente a la madre Juana y, quitándola el cargo de abadesa, públicamente le mandó dar una disciplina. Todo lo cual sufrió con singular paciencia diciendo que mucho más merecían sus pecados y que el cargo de abadesa se lo había tenido sin merecerle por obediencia. Las monjas sintieron mucho este agravio y, aunque el perlado les mandó elegir abadesa, no pudo acabarse con ellas diciendo que la tenían, y así les puso por presidente a la misma que le había dado semejante aviso; aunque así el perlado como la monja murieron en breve tiempo con gran dolor por lo hecho y pidiendo perdón a la misma Juana de la Cruz, la cual no poco importunó a Nuestro Señor, así estando vivos por la salud de sus cuerpos como después de muertos por el bien de sus almas. Ni pararon en esto los trabajos desta bienaventurada mujer. Antes, estando un Viernes de la Cruz dentro de su celda elevada en contemplación, levantados los brazos en forma de cruz, tornando en sí fuese al coro al tiempo que se decía la Sancta Pasión. Iba llorando y descalza y no podía andar, y así ponía de lado los pies con grave pena. Las religiosas, viéndola desta manera, fueron a ella y preguntándola qué había, respondió que le dolían mucho los pies. Miráronlos y viéronselos señalados y lo mismo las manos de las señales del Señor, no llagas abiertas ni que manasen sangre, sino unas señales redondas del tamaño de un real y muy coloradas. Las monjas preguntaron la ocasión desto; y díjoles haber sido no otra sino que, estando contemplando en la Pasión de Jesucristo, le pareció verle puesto en la cruz y que se juntaba a ella y que la dejó con estas señales. Lo cual fue causa de que las religiosas y dos frailes confesores de casa que las vieron derramasen lágrimas de [fol. 65v col. a] ternura y regalo viéndolas, aunque la bendita madre, así porque se tenía por [10] indigna de semejante favor de Dios, como por ser el dolor intolerable, pidió a su Divina Majestad la librase d'él. Y tanto le importunó que, el día de la Ascensión adelante, quedó libre del dolor y sin semejantes señales, aunque no por eso cesaron sus penas, antes, permitiéndolo Dios, los demonios la atormentaban y azotaban, y era tan crudamente que, alguna vez, le duraron por muchos días las señales de los azores que los demonios le dieron.
Pasaron adelante sus penas y diola Dios una terrible enfermedad, y fue tullirse en tanto grado que no le quedaron fuerzas algunas ni miembro sano, ni coyuntura [11] en su cuerpo que no le causase dolor gravísimo. Los huesos se apartaron unos de otros, hasta de las manos y pies, que no se podían encubrir, ni sus dolores y ansias sufrir. Encogiéronsele las rodillas que nunca más las extendió, los brazos y manos por el semejante, los dedos tan vueltos y quebrantados que no podía comer con sus manos, ni menearlas; ni ella toda podía volverse de alguna parte sino la volvían; ni comer, ni beber si no se lo daban. Ningún miembro de su cuerpo podía menear sino era la lengua, con la cual mostraba gran conformidad con Dios, con quien, razonando una vez, tiernamente, dijo: “Señor, ¿cómo es posible que cuerpo tan quebrado viva? O me dad paciencia o me quitad tanto mal como padezco o la vida siendo vuestra voluntad”. Pareció que le hablaba el Señor y que le decía: “Qué maravilla es que padezcas lo que padeces pues me escogiste a Mí por Esposo, que fui muy tenido en el mundo por leproso y lleno de dolores; pues siendo tú mi esposa y comunicando conmigo [12] como con esposo, aunque espiritualmente, cierto es que se te habían de pegar algunas de mis enfermedades, y quien ama razón es que sufra y padezca por su amado. Cuanto más que todo esto es procurado por Mí para provecho tuyo, siendo también tu Padre, y los que son padres en la tierra procuran que sus hijos tengan bienes y riquezas, y por este fin se ponen a muchas afrentas y trabajos, y así Yo, por hacer ricos a mis hijos, padecí trabajos, injurias y dolores. Por subirlos al Cielo bajé a la tierra, por librarlos de la muerte del Infierno padecí muerte cruel en una cruz, por hacerlos ricos en las almas me hice pobre en el cuerpo, y por hacerles señores en el Cielo y iguales a los ángeles me hice, en cuanto hombre, siervo y subjeto a graves necesidades. Y pues yo hice tanto por ellos, pueden entender que los amo y quiero mucho, y que es mayor el amor que les tengo que el que ellos se tienen a sí mismos. Y sé mejor que ellos lo que les cumple; y porque les cumple padecer trabajos para ir al Cielo, y que sean grandes para tener allá grande y principal asiento, por eso se los doy. No porque me huelgue de [fol. 65v col. b] verlos padecer y penar, sino porque es esto lo que les conviene. Y así tú, hija mía, no te aflijas ni desconsueles si padeces muchos, porque mereces mucho y, por lo mismo, será mucho tu Cielo. Está cierta que, cuando Yo vea que llegas al punto señalado de gloria para ti en mi Eternidad, Yo te llamaré luego”.
Y así fue que, habiendo padecido esta enfermedad algunos años, sucediole otra de suerte que, visitada por algunos médicos, todos afirmaron que se moría. Y fue causa de grande desconsuelo en su convento porque, enferma y tullida en una cama, les era muy provechosa, teniendo libre su lengua y entendimiento con que les daba consejos y documentos muy provechosos. Donde, venido el día de la Sancta Cruz, que es a tres de mayo, domingo a las seis después mediodía del año de mil y quinientos y treinta y cuatro [13], siendo de edad de cincuenta y tres años, estando en su celda algunos religiosos de su orden y todas las monjas del convento con velas encendidas en sus manos, habiendo recibido los sacramentos de confesión, comunión y extremaunción, con grande reverencia y piadosas lágrimas, y hecho el desaproprio de sus pobres alhajas para morir del todo pobre, leyéndole la Pasión, dio su alma a Dios Nuestro Señor, quedando muy bien compuesta y mostrando en su rostro un sonriso de que no poco se admiraron los presentes, junto con que, habiendo antes en el aposento un mal olor por causa de su larga enfermedad, al proviso se trocó con otro admirable y del Cielo, de que gozaron todos los presentes. Llegaron con grande ansia y derramando tiernas lágrimas las religiosas a besar el bendito cuerpo, y, acercándose, echaron de ver que salía de aquel suave olor y fragancia, y era de suerte que no se le podía comparar cosa desta vida.
El cuerpo estuvo cinco días por sepultar por ocasión de gentes que venían de la comarca a verle y, en este tiempo, hizo Dios por su sierva algunas maravillas; y fue de personas que sanaron de diversas enfermedades llegando a tocar su cuerpo con devoción grande. El cual estaba en la iglesia, fuera de la clausura de las monjas, para que todos le viesen y tocasen. Pasados los cinco días fue sepultado dentro de la misma clausura, junto al comulgatorio de las monjas, donde estuvo algunos años. Después, creciendo la devoción desta sierva de Dios en muchas personas de linaje, fue trasladado el cuerpo y puesto en el coro junto al altar mayor, al lado del Evangelio, elevado de tierra en un ilustre sepulcro. Y allí es tenido en grande reverencia y con justa causa, pues, aunque no se le deban honores como a sancta por no estar canonizada, débesele mucho respecto por ser cuerpo de persona cuya vida da a entender piadosamente que está su alma gozando de Nuestro Señor en muy principal asiento de su bienaventuranza, de que todos seamos participantes. Amén.
Notas
[1] En el margen izquierdo del folio se puede leer: “En 3. de Mayo Iudith.I 4”.
[2] En el margen derecho de la columna se lee “Authores”.
[3] En el margen derecho aparece “Año 1481”.
[4] Escrito: “ejercitase”.
[5] Escrito: “cuyo”. Posible errata que se ha corregido.
[6] Está escrito: “levantodos”. Errata subsanada.
[7] En el texto: “ajenjos”.
[8] Se ha añadido la -h- intercalada.
[9] Cáncer de mama. DRAE y CORDE.
[10] En el texto: “par”. Se ha subsanado la errata.
[11] En el texto: “cojuntura”. Se ha modernizado la grafía.
[12] En el texto “comigo”.
[13] En el margen derecho de la columna leemos: “Año de 1534.”
Vida impresa (2)
Ed. de Belén Molina Huete y Desiré Armero Benítez; fecha de edición: abril de 2023.
Fuente
- Marieta, Juan de, 1596. «[Santa Juana de la Cruz]», en Historia eclesiástica de todos los santos de España, Cuenca: Impr. de Pedro del Valle. Tercera Parte, Libro XIX, Capítulo XX, fols. 85rv.
Contexto material del impreso Historia eclesiástica de todos los santos de España.
Criterios de edición
Conforme a los criterios establecidos en el Catálogo para fuentes impresas, se han actualizado generalmente grafías, ortografía y puntuación manteniendo aquellos rasgos de la lengua que implican valor fonológico o que caracterizan su léxico, morfología o sintaxis. Se han conservado, pues, las oscilaciones en grupos consonánticos cultos (-t-/ct…), así como las vocálicas. Igualmente, se ha respetado el uso de “y” ante palabras que comienzan con sonido vocálico /i/. Se han reducido, por otra parte, los grupos consonánticos latinizantes, incluidos la duplicación vocálica y consonántica y, de modo concreto, grafías antiguas (-x- por -j-, -z- por -c-, -ç- por -z-); se ha modernizado también la unión y separación de términos, así como las contracciones (desta> de esta). En los topónimos, se ha optado por la ortografía actual (Hazaña>Azaña). En el uso de la mayúscula se ha atendido la singularidad de tratarse de textos religiosos y se ha unificado su empleo. Se han desarrollado las abreviaciones tipográficas sin marca expresa. No se han registrado erratas. En nota al pie se han reproducido los apuntes marginales presentes en la edición que sirve de referencia y se ha ampliado información oportuna.
Vida de Juana de la Cruz
Capítulo XX
[fol. 85r, col. a]De Santa Juana de la Cruz, monja de la Orden de San Francisco
[1] El maestro Alonso de Villegas [2], tan curioso en escrituras de vidas de santos, en su tercera parte escribe largamente la vida de esta santa religiosa, y dice fue natural de un pueblo cerca de Toledo llamado Azaña. En su tierna edad todo fue dar indicios y rastros de lo que después fue: muy dada a la oración y contemplación y servicio de Dios, continuando estos santos ejercicios con muchas abstinencias, asperezas, y mortificaciones, sintiendo siempre de sí bajamente en todas sus cosas. Tuvo siempre grande deseo de servir a Dios en religión y, porque sus padres y parientes se lo estorbaban, determinó un día por la mañana huir de su casa y acogerse al monasterio de Nuestra Señora de la Cruz, de la religión y hábito de san Francisco, que estaba dos leguas de su pueblo. Aquí fue admitida por religiosa, donde se perficionó en sus santos [fol. 85r, col. b] deseos, siendo muy observante de los establecimientos de su Orden, ocupándose juntamente en los oficios más humildes del monasterio. Era muy devota del ángel de la guarda, y aconsejaba también a los demás que podía que lo fuesen, porque solía decir que no solamente nos guarda, sino que también nos acompaña en nuestros trabajos. A quien tanta solicitud como esta santa Juana de la Cruz ponía en el servicio de Dios, él la quiso ilustrar con sus maravillas, hizo yendo por su medio algunos milagros. Llevaba un día un vaso de barro en sus manos y, tocando en una piedra, se le quebró. Ella se puso en oración y, juntando los pedazos del vaso, quedó perfetamente sano. Vio todo esto otra religiosa y díjole: “Hermana, ¿no estaba este vaso en el suelo hecho pedazos? ¿Cómo está ya sano?”. Respondió con mucha humildad: “Así es hermana, mas el Señor ha tenido por bien de remediar por su bondad lo que yo había echado a perder por mis pecados”. Una niña muerta trajeron sus padres al monasterio de Santa María de la Cruz, a que la santa religiosa Juana hiciese oración por ella y, por ruegos de sus padres y de otras ochenta personas que estaban presentes, puso un crucifijo sobre ella, y hizo oración y luego se levantó con vida y salud entera. Otros muchos milagros hizo Nuestro Señor por su sierva, que sería largo de contar y, sin otros grandes trabajos que la santa religiosa tomaba de su voluntad por la de Dios, era atormentada de los mismos demonios para más aumento de méritos suyos.
Capítulo XXI
De la última enfermedad y muerte bienaventurada de santa Juana de la Cruz
[fol. 85v, col. a] [3] Para llevarla Nuestra Señora a gozar de sí a esta su sierva quiso que pasase por una grave enfermedad, que fue tullirla de pies y manos, y de todos los demás miembros y huesos de su cuerpo, como si no fuera persona. Sola la lengua le quedó sana y libre, con la cual mostraba gran conformidad con Dios en sus enfermedades, con quien razonando una vez dijo: “Señor, ¿cómo es posible que un cuerpo tan quebrantado como este mío viva? O me dad paciencia, o me quitad tanto mal como padezco, o la vida siendo vuestra voluntad”. Pareciole que le respondía el Señor y le decía: “¿Qué maravilla es que padezcas lo que padeces, pues me escogiste por esposo, que fui tenido en el mundo por leproso y lleno de dolores? Pues siendo tú mi esposa, cierto es que se te habían de pegar algunas de mis enfermedades, y quien ama, razón es que padezca algo por su amado, cuanto más que todo es procurado por mí para provecho tuyo. Así tú, hija mía, más no te aflija, ni te desconsueles si padeces mucho, porque merecerás mucho. Está cierta que cuando yo vea que llegas al punto señalado de gloria para ti, yo te llamaré luego”. Así fue que, habiendo padecido esta enfermedad algunos años, llegado el día de la invención de la Santa Cruz, que es a los tres días del mes de mayo, año de mil y quinientos y treinta y cuatro, habiendo recebidos todos los santos Sacramentos, siendo de edad de cincuenta y tres años, dio su alma a Nuestro Señor. Luego se sintió una fragancia y olor suave como de cuerpo santo, al cual tuvieron cinco días por sepultar por razón de las gentes que venían de las comarcas a reverenciarle. En este tiempo hizo nuestro Señor algunos milagros en diversos enfermos, que venían a valerle de los méritos de santa Juana. Está su cuerpo [fol. 85v, col. b] al presente sepultado junto al altar mayor al lado del evangelio, puesto en alto, en el mismo convento de monjas donde es venerado.
Notas
[1] Al margen: “En 3 de mayo”.
[2] Remite a la Adición a la Tercera Parte del Flos sanctorum de Alonso de Villegas de 1588 (Huesca Juan Pérez de Valdivielso, fols. 63r-65v).
[3] Al margen: “En 3 de mayo”.
Vida impresa (3)
Ed. de Borja Gama de Cossío; fecha de edición: noviembre de 2022.
Fuente
- Daza, Antonio, 1611. Quarta parte de la Chrónica general de Nuestro padre Francisco y su apostólica orden/compuesta por Fray Antonio Daça de su Orden. San Francisco de Valladolid: Juan Godines de Millis y Diego de Córdoba, 121.
Contexto material del impreso Quarta parte de la Chrónica general de Nuestro padre Francisco y su apostólica orden/compuesta por Fray Antonio Daça de su Orden.
Criterios de edición
Este texto está extraído de un impreso de la crónica de la Orden de San Francisco de 1611, dividido en diferentes partes y que ahonda en su origen y su historia desde sus inicios hasta la fecha de publicación del impreso. En el texto se habla de los numerosos eventos de la orden franciscana teniendo en cuenta el origen, la historia y los diferentes religiosos y religiosas que fueron importantes dentro de ella, de ahí que su extensión sea de 1180 páginas.
Para este catálogo se edita únicamente el capítulo LXXVII de la cuarta parte de la crónica, que es el único capítulo que incluye la vida de mujeres, se editan 18 vidas. Esta cuarta parte incluye religiosos y fundaciones desde el principio de la orden hasta 1572, como se especifica en el capítulo anterior al editado, LXXVI, en que se habla de religiosos de la orden hasta 1573. El capítulo que se edita no incluye ninguna fecha, pero se podría decir que estas mujeres tienen su foco de actuación desde el principio de la orden hasta ese año 1573, ya que no se va más allá de esta fecha en esta cuarta parte. Cada hoja está dividida en dos columnas y al margen, derecho o izquierdo, dependiendo de la columna, se introduce el nombre de la monja de la que se va a hablar en cuestión. Asimismo, también se hacen aclaraciones, al margen, sobre información que el texto provee, ya sea histórica, bíblica o biográfica.
Se adoptan los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el catálogo, es decir, se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.) y se eliminan las consonantes geminadas. Además, se expanden las abreviaturas, primordialmente la expansión de las nasales con la virgulilla encima de la vocal y la abreviación de “que” o “qual” también con el uso de la virgulilla o la diéresis. De todos modos, algunas abreviaturas como N. S. (Nuestro Señor) o N. P. S. (Nuestro Padre Santo) se respetan en el texto. Asimismo, las abreviaturas presentadas en las notas al pie también serán respetadas. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza, y se adaptan las normas acentuales a sus usos actuales. Además, se moderniza también la puntuación teniendo en cuenta el orden de la oración, pero el uso de la puntuación a día de hoy. Del mismo modo, se moderniza el uso de aglomerados, se separan algunos (della, destas) y se unen los que hoy en día se representan como una palabra (del, al).
Vida de Juana de la Cruz
Capítulo LXXVII
[121] De algunas Religiosas de santa vida y de sus grandes penitencias
La vida y milagros, éxtasis y revelaciones de la bienaventurada madre Juana de la Cruz de la Tercera Orden de N.P.S. Francisco tenía aquí su lugar, con quien alargó tanto Dios la mano de sus misericordias que, por ser tan singulares, pide muy particular consideración el escribirlas. Y así, se deja para otra ocasión y lugar cuando, siendo Nuestro Señor servido (que los obró en ella), halla nadas algunas dificultades que por ser tan admirables tienen; ni por decir menos de su prodigiosa vida, de lo que fue se agravie, ni por decir todo lo que fue, los flacos y aquellos a quien no ha descubierto Dios cuán admirable es en sus santos, se escandalicen. Y lo cierto es, en breve suma, que su nacimiento fue por orden del Cielo, escogiéndola Dios desde su niñez para manifestar sus misericordias en ella. Su vida, toda rara en virtudes y excelencias, y su muerte, milagrosa, y tanto cuanto testifica la incorruptibilidad de su cuerpo, al cabo de más de setenta años que ha que murió, la cual consta por testimonios tan fidedignos que no es lícito dudar de la verdad. Está su cuerpo en el Convento de la Cruz, que es de religiosas de la Tercera Orden de nuestro padre San Francisco, cinco leguas de Madrid, media de la villa de Cubas. En este convento tomó el hábito, profesó, vivió y murió en el año de mil y quinientos y treinta y cuatro, a los cincuenta y tres de su edad, día de la Invención de la Cruz, que fue el mismo en que nació, tomó el hábito y profesó. Fue sepultado su santo cuerpo y, habiendo estado siete años debajo de tierra, se halló entero, sin corrupción alguna, antes con un olor celestial, indicio claro de la santidad extraordinaria de la bienaventurada madre. Trasladado el santo cuerpo, con mucha solemnidad, y colocado en un lugar alto y eminente, dos varas del suelo, en una caja dorada, en el hueco de la pared de la capilla mayor, al lado del Evangelio, ha sido y es tan venerado que solo acude allí la gente de la comarca. Mas con la experiencia que todos tienen del socorro de sus necesidades, así corporales como espirituales, que invocando esta santa hallan de muy lejos, vienen a visitar el [s]anto cuerpo y tienen allí sus novenas.
El día que murió la bienaventurada santa celebra con particular devoción la villa de Cubas; va al convento en procesión, donde también acuden otros lugares de la comarca y, diciendo la misa mayor, delante de su santo cuerpo, en un altar portátil, y predicando sus excelencias, con gozo de los que allí acuden, es alabado Dios en su santa en estos últimos años, tan recibida de todos, con tanto aplauso y con tan notable experiencia de sus socorros que, pues no se ha de decir aquí más, lo que resta es dar gracias a Dios, que así se manifiesta en vasos tan frágiles, cuando quiere esforzarlos con su gracia [1].
Notas
[1] Hay una nota al pie en el mismo folio que dice: “El número 121 se continua al número 4 y abajo en el registro de la letra A que le sigue la letra H y al capítulo primero de este libro le sigue el Capítulo XXIII y así no falta ninguna hoja ni capítulo de la historia”.
Vida impresa (4)
Ed. de Pedro García Suárez; fecha de edición: diciembre de 2016; fecha de modificación: septiembre de 2020.
Fuente
- Salazar, Pedro de, 1612. Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado Padre San Francisco, Madrid: Imprenta Real, 511-546.
Contexto material del impreso Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado Padre San Francisco.
Criterios de edición
La vida impresa escrita por Pedro de Salazar de Juana de la Cruz (1481-1534) se encuentra recogida en la Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado Padre San Francisco, de 1612.
Para su edición, se han adoptado los criterios de vidas impresas estipulados en el Catálogo. Se moderniza la ortografía (b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.), las sibilantes y se eliminan las consonantes geminadas. El uso de mayúsculas y minúsculas se moderniza, así como la acentuación y puntuación, que se adapta a la actual. No obstante, se ha mantenido la escritura de “monesterio” y la no separación en “deste”.
Vida de Juana de la Cruz
[511] SÍGUESE LA VIDA DE LA sierva de Dios Juana de la Cruz, que tantas personas tiene aficionadas, religiosas y seglares, que gustan mucho de verla y tenerla consigo y no es según la impresión de 1610, sino compuesto de nuevo
Capítulo I
Del nacimiento de la madre Juana de la Cruz
En el Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz está el cuerpo de la madre Juana de la Cruz, abadesa que fue del dicho convento y muy gran sierva de Nuestro Señor, la cual fue natural de un pueblo que se llama Azana, tierra del arzobispado de Toledo, cerca de la dicha ciudad, en la tierra que llaman la Sagra de Toledo. Nació en el año de la Encarnación de 1481 años y en el bautismo le pusieron por nombre Juana. Sus padres fueron muy buenos cristianos y virtuosos y de gente muy honrada; su padre se llamaba Juan Vázquez y su madre Catalina Gutiérrez y tuvieron otros hijos muy virtuosos y algunos dellos fueron religiosos de muy aprobada vida. La bendita madre Juana de la Cruz fue dotada de mucha gracia y hermosura corporal; criola su madre a sus pechos, porque en naciendo tomó con ella mucho amor; era muy graciosa y mansa y decía su madre que no tan solamente no padecía pena ni trabajo en criarla, mas sentía consolación y notable alegría en sí todas las veces que la tomaba en sus brazos, aunque estuviese muy triste y angustiada. Tenía muy claro entendimiento y tan grande conocimiento de Dios que, aunque de poca edad, siempre tenía su pensamiento y ocupaciones en cosas celestiales y en hacer nuevos servicios a su esposo Jesucristo, a quien se consagró desde niña. Nunca la vían jugar ni ocupada en cosas de vanidad ni desaprovechada ni hablar palabras vanas, de manera que sus padres y parientes y personas que la conocían [512] se maravillaban mucho de las grandes virtudes que veían en ella resplandecer. Estando un día asentada a la puerta de la casa de su padre pasaba el Santísimo Sacramento por allí, que le llevaban a un enfermo, y como sus padres la tenían tan bien impuesta en las cosas de Dios y de su santa fe católica, se levantó con mucho fervor a mirar y adorar al Señor, que llevaba el clérigo en sus manos, y vido que iba sobre la custodia Nuestro Señor Jesucristo en forma de niño vivo y muy resplandeciente y por entonces no dijo nada, pensando que todos veían lo que ella veía; pero Nuestro Señor, que es dador de las gracias y descubridor de los secretos que Él se sirve de manifestar, tuvo por bien de traer tiempo en que estas y otras maravillas y grandes misterios que en su sierva había obrado desde su niñez fuesen vistos y conocidos, sin ser en su mano podellos encubrir.
Capítulo II
Cómo siendo esta sierva de Dios de siete años quedó huérfana de su madre
Llegado el tiempo en que había pasar desta vida la madre de la bendita niña Juana de la Cruz, acordándose de una promesa que tenía hecha en una enfermedad suya, de llevar a su hija con su pelo de cera a velar al Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz, rogó a su marido que lo cumpliese por ella y él le prometió de cumplirlo lo más presto que pudiese; y cuando esto se trataba entre los dos estaba presente la sierva de Dios Juana de la Cruz, la cual deseaba mucho que se cumpliese aquella promesa; y como quedase en casa de su padre, con la edad crecían en ella muy grandes fervores y ansias de ser religiosa por más servir a Dios, y creciendo en edad empezaba a poner por obra sus fervorosos deseos del servicio del Señor. Tenía una tía, hermana de su madre, doncella y de muy santa vida, en quien Nuestro Señor mostró muy claros y manifiestos milagros y maravillas, con la cual se consolaba y comunicaba mucho. En este tiempo su tía se metió a monja en Toledo en el Monasterio de Santo Domingo el Real, en el cual vivió y acabó su vida muy santamente. La bendita Juana de la Cruz sintió mucha soledad en faltarle tal compañía y quisiera [513] mucho irse con ella a ser religiosa, pero su padre y abuela no se lo quisieron conceder, diciéndole que tenía poca edad y no podía llevar las asperezas de la religión. Viendo ella que aprovechaba poco el rogarlo, calló por entonces y pensaba entre sí: “Ir yo a ser religiosa a aquel monasterio porque estaba allí mi tía no es perfección, más quiero ir a cualquiera otro monasterio por solo Dios y su amor, y servirle y aplacerle”. Y este deseo crecía en ella cada día y la tía desta bienaventurada era muy santa y muy regalada de Dios y tenía muchas revelaciones, y en una le dijo Dios que su sobrina había de ser muy gran persona y de muy singulares gracias y dones espirituales; y contó esta revelación a la priora de su monasterio, la cual con mucho cuidado y diligencia procuraba y deseaba que viniese a ser monja a su casa y pedía con muchos ruegos a sus padres y parientes se la diesen para monja, en lo cual jamás quisieron los padres consentir. Lo cual visto por la priora y monjas del dicho monasterio, procuraron por otras vías haberla y en todo este tiempo no cesaban las monjas de suplicar a Nuestro Señor trujese a su casa aquel precioso tesoro, lo cual no se hizo porque Dios tenía determinado otra cosa. En este tiempo esta bendita doncella fue llevada a casa de unos tíos suyos, que la amaban y querían como hija natural, y le dieron el gobierno de toda su casa y bienes y ella les era muy obediente. Era muy honesta y prudente en todas sus obras y muy caritativa para los criados de la casa y personas que en ella trabajaban, y cuidadosa y diligente en los trabajos corporales y administradora en las cosas de Dios. Daba muy buenos consejos: era muy humilde y tenía la voluntad muy aparejada para hacer penitencia y la tomaba sobre sí con mucha alegría y la ponía por obra; y en sus ayunos fue muy abstinente, que su comer era pan y agua y no comía más de una vez al día y esta no todo lo que había menester; y no solamente ayunaba con solo pan y agua, más se estaba dos y tres días sin comer ni beber alguna cosa, y esto hacía ella muy de ordinario y con muy gran secreto. Todas las veces que ella se podía desocupar para rezar y contemplar, hacía oración muy fervorosa, bañada en lágrimas salidas de su corazón y lloradas con compasión a la Pasión [514] de Jesucristo Nuestro Señor, y, hecha de otra manera, la tenía no por tan acepta para ser recebida delante del acatamiento divino. Era rigorosa para su cuerpo porque traía junto a sus carnes un cilicio, hecho de unas cardas que buscó ella muy secretamente y las deshizo, y todas las púas y puntas cosió en una cosa muy áspera y aquello traía junto a sus carnes. Andaba de continuo dolorosa y toda llagada y muy alegre y consolada, porque tenía de continuo dolores que ofrecer al Señor en reverencia de los que padeció por nos redemir y salvar. Cuando trabajaba dábase mucha prisa porque los dolores y heridas fuesen mayores. Siempre esta sierva de Dios ofrecía tres cosas a Dios: trabajo corporal, hecho muy alegremente con la caridad del prójimo; la segunda, sacrificio de sangre y dolores, que le causaban las cosas ásperas y crueles que traía junto a sus carnes; la tercera, los pensamientos siempre puestos en Dios y en las cosas celestiales. Hacía también siempre muy ásperas disciplinas, dándose con muy gruesos cordeles; dados en ellos muy grandes nudos, dábase con estos tan cruel y despiadadamente hasta que salía sangre y se hacía muy lastimosos cardenales y heridas. Tenía tan gran silencio que nunca hablaba palabra que no fuese de Dios o que no la pudiese excusar. Andando por casa o haciendo labor de manos, dábase secretamente en los merecillos de los brazos, y en cualquier parte de su cuerpo que ella podía, muy recios pellizcos. Y cuando había de hacer algún trabajo al fuego o al horno, se destocaba y arremangaba mucho los brazos por hacer penitencia y quemar sus carnes y ofrecerlas a Dios en sacrificio; y el día que no hacía alguna cosa destas, no se tenía por digna de comer el pan ni de hollar la tierra que Dios había criado. Era tan amiga de oración, silencio y recogimiento, que buscaba siempre como estar en larga y fervorosa oración y para esto parecíale que el silencio y reposo de la noche era tiempo muy convenible, y cuando la gente estaba recorrida y dormiendo, quedábase ella en la cámara donde dormía, rezando. De que veía muerta la candela en el tiempo de las noches frías y largas del invierno, para hacer mayor penitencia se desnudaba delante de unas imágenes, quedándose en el silicio muy áspero [515] que continuo traía, y ansí estaba de rodillas en oración hasta que sentía que la gente de unas dos o tres criadas de casa con quien ella dormía era ora que se levantasen: entonces por no ser sentida íbase a acostar. Y una vez aconteció, queriéndolo Dios ansí porque fuese conocida, que sus compañeras lo sintieron que se iba a acostar cuando quería amanecer, y sentían cómo iba muy fría, que solo el frío que llevaba en sus carnes las despertaba; y ellas le dijeron muchas veces que por qué no se acostaba cuando ellas, que qué hacía o dónde venía a tales horas. La bienaventurada respondió que alguna necesidad tenía de venir donde venía. Como ella continuase este ejercicio, díjolo una de ellas a su ama, la cual se angustió mucho y mandó a aquella criada que con cuidado y secreto viese dónde iba su sobrina a aquellas horas y qué hacía. Luego la noche siguiente, la criada, viendo que la sierva de Dios no estaba en la cama, acordó de ponerse a la puerta de la cámara donde dormían con intención de cerrarla, pensando que la bendita Juana de la Cruz había salido fuera. Y con este pensamiento llegó a la puerta y hallola cerrada, y como estaban a escuras no la vía y estaba en oración delante de las imágenes y pusose junto a la puerta por verla cuando fuese a salir; y estando allí por algún rato, oyola llorar y gemir, y la moza, por certificarse, quitose de la puerta y fuese adonde ella estaba en oración, descuidada que nadie la oía ni aguardaba, y fue a asir della y sintió cómo estaba de rodillas desnuda y envuelta en un áspero silicio. De lo cual la bienaventurada sintió gran tribulación por ser vista; y la criada, maravillada, disimuló por entonces y dijo a su señora cuán bienaventurada criatura era su sobrina y en cuán santos y provechosos actos la había hallado.
Desta manera su buena vida fue divulgada y se conoció por todas las personas de la casa y aun por otras muchas, de lo cual ella recebía muy gran pesar y buscaba en su pensamiento dónde se podría apartar a poder hacer sus ejercicios sin ser vista; y acordose que en aquella casa de su tía en unos corrales había un palomar tapiado y sin tejado y tomó una Verónica en que ella tenía muy grande devoción y pusola en un pedazo de terciopelo, y doblada [516] traíala consigo, y todas las veces que podía se iba a aquel palomar y ponía la Verónica en una parte y con unas cadenas que ella tenía allá escondidas hacía muy ásperas disciplinas y andaba de rodillas, desnudas las rodillas sobre las guijas y cantos hasta que se le desollaban; y con muchas lágrimas y gemidos andaba desta manera con la más prisa que podía, considerando que iba por los lugares santos y por donde habían llevado a crucificar a Nuestro Señor Jesucristo. Y andando ella con esta contemplación, se le apareció Jesucristo Nuestro Señor apasionado como cuando llevaba la cruz a cuestas y la miraba sus ojos de misericordia. Un viernes santo quisiera ir a la iglesia y ver el monumento, y su tía no le dio licencia porque en aquellos tiempos no se acostumbraba salir las doncellas de casa, sino en los días de fiesta a oír misa. Y ida la tía y la demás gente a la iglesia, quedose ella en casa acompañada del dolor y compasión que aquel santo día representa y hincose de rodillas delante de un crucifijo con muchas lágrimas, compadeciéndose de lo que en tal día su Dios y Señor había padecido; y fue tanta el agua que de sus ojos manó, que mojó la tierra, y del dolor que sintía en su corazón cayó en el suelo como muerta; y estando con esta compasión vido la imagen del santo crucificado muy apasionado y llagado y aparecieron allí todas las insignias y misterios de la Pasión y las tres Marías muy llorosas, cubiertas de luto; y tantos fueron los misterios que allí vido y sintió y lo mucho que lloró y se traspasó su corazón, que quedó tal que parecía muerta, y su gesto tan difunto y desmejado que, cuando sus tíos y la gente de casa vinieron, se maravillaron mucho de verla tan demudada y le preguntaron qué le había acontecido y apremiaronla que comiese y no ayunase aquel día a pan y agua, y ella les suplicó no le quitasen su devoción, que muy bien podía ayunar y muy bien dispuesta se hallaba. Y viendo la humilde doncella cómo no se podía encubrir su virtud, dábanle pena tres cosas: la una, no tener tiempo y libertad para servir a Dios, como ella deseaba; la segunda, que era conocida de todos la gracia y mercedes que Dios le hacía; la tercera, el gran deseo que tenía de ser religiosa, no verle cumplido. De manera [517] que ya públicamente con muchas lágrimas y fervor lo pedía a su padre y tíos, los cuales nunca condencendían con su petición, y su tío que la había criado, como haciendo burla, le dijo: “Mi sobrina quiere ser monja por ser santa”. Y ella respondió con mucha humildad: “Pues si lo fuere por la gracia de Dios, rogare a Dios por v. merced”. Y por entonces no les importunó más, no perdiendo la esperanza que Nuestro Señor se lo había de otorgar, pues ella se lo suplicaba sin cesar; y con esta esperanza un viernes santo fuese al palomar y, entrando en él, puso la santa Verónica y sacó la cadena que tenía escondida y hizo una áspera disciplina, porque todas las veces que ella iba allí, primero se disciplinaba que hiciese oración; y hecha esta disciplina, hincose de rodillas y derramando muchas lágrimas empezó a decir mirando la santa Verónica: “O muy dulce Señor mío, suplico a Vuestra Majestad por reverencia de los misterios que hoy día viernes santo vos, mi Señor, hicistes y por los dolores y tormentos muy crudos que por me redemir y salvar padecistes, que me concedáis esta merced que muchas veces con importunidad he pedido: que merezca yo ser vuestra sierva en la religión y que esta merced no se me niegue en este santo día”. Y estando en esta oración la sierva de Dios, le fue revelado que había Dios oído su petición y recibido su buen deseo, y lo tomaba por obra muy aceptada y le placía de la recibir por esposa y concederle la religión, con condición que ella pusiese la diligencia que para alcanzarlo viese que había menester; y desde aquella hora buscaba y procuraba en su corazón cómo y de qué manera saldría secretamente, que ninguna persona la viese ir al Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz, que allí la alumbraba el Espíritu Santo fuese.
Capítulo III
Cómo esta bendita madre buscó manera para ir a ser religiosa
Después de pasada la Pascua de Resurrección, como ya fuese cumplida en ella la voluntad del Señor para que fuese religiosa, acordó con su ayuda de tomar una mañana de madrugada unos vestidos de un primo [518] suyo, que ella tenía a guardar, y vistiose de hombre para salir sin ser conocida y irse al Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz, que es dos leguas de donde ella vivía, y de que estuvo bien aderezada de hábito de hombre, pusose encima los acostumbrados vestidos de mujer que ella solía traer y tocado que acostumbraba, y llamó a las mozas diciendo que era tarde y con ellas hizo los haciendas que otros días solían hacer. Y de que todos los de la casa le hubieron visto que su intento era este, porque descuidasen della por algún rato y ella pudiese irse sin que la siguiesen entrose aprisa en cierta parte y quitose los vestidos de mujer, y pusose un tocador de hombre en la cabeza y echose una capa en el hombro y una espada en la mano, y un lío que tenía hecho de sus aderezos de mujer tomole debajo del brazo y santiguándose comenzó su camino, el cual ella no sabía sino por oídas y caminando con mucho fervor. El demonio, que tenía mucho pesar desta obra, trabajó de la poner tentaciones y peligros por estorbarla, combatiéndola de muy recios temores de su padre y parientes y que no saldría con lo comenzado. La bienaventurada, como arrepintiéndose de lo que había comenzado, creciole el temor con tanto grado que le faltaron las fuerzas humanas y le temblaba todo el cuerpo, que no podía andar paso, de suerte que se hubo de asentar en el mismo camino muy desmayada, y estando ansí encomendándose con muchas veras a Nuestro Señor, suplicándole la quisiese ayudar y esforzar en tan grande necesidad para que ella pudiese acabar la obra comenzada, oyó una voz que le dijo tres veces: “Esfuérzate, no desmayes y acaba la buena obra que has empezado”; y no vido por entonces quién le hablaba, mas después supo por revelación que era su ángel custodio, con la cual voz se alegró y regocijó mucho y anduvo su camino. Ya que había andado buena parte d’él, sintió venir tras sí, aunque algo lejos, a una persona en un caballo, la cual era un hombre muy honrado, que tenía mucha gana de casar con ella y la había procurado y rogado; y como ella alzó los ojos y conoció que era el sobredicho mancebo, y viéndose sola en un campo y que por entonces no aparecía nadie, turbose su espíritu más de lo que se puede pensar, teniéndose por deshonrada y perdida; y alumbrada en aquella [519] sazón del Espíritu Santo, disimuladamente se apartó del camino antes que llegase cerca, y a él le cegó Dios de manera que no solamente no la conoció, ni aun el color de los vestidos de hombre que llevaba le parecieron a él de otra color, y cuando pasó por enfrente donde ella estaba, dijo en su corazón: “Mirad que cobardía de hombre, qué le había yo de hacer, que en viéndome se apartó del camino”. Y tornando a mirarla, vido el lío que traía debajo del brazo y dijo: “Algún sastre debe de ser, que viene de cortar o de coser de algunos destos lugares”. Y con este pensamiento se pasó el mancebo sin la conocer. La bendita virgen, viéndose libre de aquel tan gran peligro, hincose de rodillas y dio gracias a Nuestro Señor, y suplicó a Nuestra Señora la favoreciese en aquella su obra, y en esta oración fue muy consolada de Nuestro Señor y pasó adelante con su camino. Y aportó a un lugar que se llama Casarrubuelos, y por la mucha fatiga y cansancio del camino pidió en una casa un jarro de agua, y diéronsele y asentose a descansar, y puso la espada sobre un poyo y olvidosele allí; ya que era salida de la casa, tornó por ella y dijo: “O pecadora de mí, que se me olvidaba la espada”. Y estas palabras oyó la moza que salió a darle de beber y las dijo a las personas de aquella casa, diciendo: “Mujer es aquel que pidió el agua”; y no creyendo a la moza, no la siguieron. Y llegando al Monasterio de Nuestra Señora de la Cruz, entró luego en la iglesia a hacer oración y ofreció su ánima y su cuerpo a Jesucristo, suplicándole la quisiese recebir en aquella santa compañía y congregación. Y de que hubo orado, como no había nadie en la iglesia apartose a un rincón della y quitose los vestidos de hombre y vistiose sus propios vestidos de mujer que había traído consigo, y de que fue aderezada de mujer fuese a la portería y recibimiento de la casa, en la cual estaba una imagen de Nuestra Señora de bulto, de mucha devoción y milagros, y hincándose de rodillas le dio gracias porque la había traído a su casa sin peligro de su persona y decía con mucha humildad a la santa imagen: “¿Qué servicio podré yo hacer por tan gran merced como esta? Suplicote, mi Señora, me des gracia que yo persevere en esta casa y viva en ella todos mis días”; de lo cual le certificó la imagen, y de allí fue a llamar a la puerta, rogando que la abriesen. Y [520] preguntole la casera de las monjas quién era o qué quería. Respondió que era una doncella que quería ser religiosa. La casera le respondió: “Las que vienen a ser religiosas no vienen solas, que sus padres o parientes las traen”. La sierva de Dios le dijo: “Vine en hábito de hombre escondidamente, que de otra manera no viniera ansí, mas por amor de Dios me abrid para que me caliente, que como esta mañana llovió, tomome el agua en el camino y vengo cansada y muerta de frío; y por caridad me dé un poco de pan, que vengo muy necesitada, que si no queréis, no diré yo que me metáis allá para religiosa, que como vine ascondida, presto me hallarán menos mis parientes y me vendrán a buscar”. Y la casera la metió dentro en los aposentos y le dio de comer, siempre preguntándole y examinándole. Yendo la criada del monasterio a la iglesia y viendo los vestidos de hombre que había traído, pensó en su corazón no fuese varón que venía con alguna burla o engaño; pero ansí en los cabellos largos como en los pechos y gesto y en otras señales se certificó cómo era mujer; y luego la criada llegó al torno del monasterio y dijo que quería hablar a la abadesa, la cual le dijo: “Señora, aquí ha venido una doncella de hasta quince años y dice que es de Azana, y vino sola en hábito de hombre y parece que trae muy gran fervor de ser religiosa”. Y luego la mandó llamar y informose muy bien della y de su deseo, y después, aunque fingidamente, la reprendió porque había venido en tal hábito y de tal manera. Y la madre Juana de la Cruz le respondió con mucha humildad: “Señora, mi venida no ha sido sino con sola intención de servir a Dios y vivir y morir en esta santa casa y hacer todo lo que me mandaren y ser toda mi vida su criada”. Y la religiosa se despidió della y entró a las monjas y les dijo: “Hermanas, una doncella está aquí, que quiere ser nuestra hermana, creo que la trae Dios por milagro porque no sabía este camino ni vístole”; y les dijo y relató la manera de su venida y cómo decía palabras de mucha prudencia. Las monjas, oído lo que les dijo, dieron gracias a Dios y pidiéronle licencia para ir a verla y hablarla y ordenándolo la divina Majestad a todas les pareció tan bien cuando la hablaron, que se determinaron [521] de recebirla en su compañía, y antes que le diesen el hábito vinieron algunos de sus parientes muy sentidos y enojados de lo que había hecho, y ella les satisfizo diciendo que muchas veces les había dicho y pedido que había de ser religiosa y que Dios la había traído a aquella casa y que lo había de ser. Concertadas todas las cosas, dieron el hábito a la virgen con mucha solenidad y espiritual alegría en presencia de sus parientes. Comenzó a hacer vida maravillosa y muy provechosa para los que la veían y oían; su vestido era muy pobre y humilde, mucho más que el de las demás religiosas. Traía túnica de sayal y una saya muy vieja y remendada y el hábito lo mismo. Calzaba unos alpargates, y lo más del tiempo andaba descalza y ceñida con la más gruesa cuerda que podía haber, y en la cabeza una albanega de estopa y encima lo más despreciado que ella podía haber, y debajo de todo esto traía de secreto un muy áspero silicio, el cual nunca se quitaba día ni noche y otras muy ásperas penitencias que hacía. Deseaba tormentos y dolores, llagas y heridas, frío y cansancio y todas maneras de penas por amor de Dios. Y no solamente en el año del noviciado tuvo esta manera de vida, mas todo el tiempo que vivió guardó el silencio, que en todo el año del noviciado no le oyeron hablar palabra, sino era con la prelada o maestra, y esto siendo preguntada. Hacía penitencia con la boca, trayendo en ella ajenjos amargos por el amargor de la hiel y vinagre que dieron a Nuestro Señor; traía siempre en su memoria su Pasión de muchas maneras y también hacía otras penitencias con la boca, trayendo una piedra algo grande que le daba dolor. Otras veces tomaba en la boca agua y teníala tanto espacio dentro hasta que del dolor no la podía sufrir. Tomaba con los labios un candelero mediano, y teníale tanto rato por la parte donde se pone la candela hasta que le dolían las quijadas; pensaba ella que guardar silencio sin dolor no era grande servicio ante Dios. Eran sus ayunos muy perfetos y muchos, porque no solo acostumbraba desde su niñez a ayunar ordinariamente, comiendo una vez al día, más aun estar tres días con sus noches sin comer algún mantenimiento corporal, y no solamente ayunaba de comer, más ayunaba de sueño y tenía puesta [522] entre sí tal traza, y decía: “Pues las personas cuando ayunan no comen hasta medio día, y después de haber comido, una vez pueden tomar alguna refección de beber entre día y alguna colación a la noche, desta manera será bien ayunar del sueño hasta la medianoche y después la comida de medianoche serán los Maitines, y en la mañana en lugar de la bebida o colación tomar un poco de sueño corporal para sustentar la naturaleza”. Y para hacer esto bien tenía este orden. Como todas las religiosas acostumbraban dormir juntas en un dormitorio y en medio d’él tienen una lámpara encendida y cada una está por sí en su cama, llevaba también la bienaventurada una rueca a prima noche a su cama, y cuando veía que todas las religiosas estaban dormiendo, tomaba su rueca y hilaba cabe su cama a veces en pie y a veces de rodillas en tierra, hasta que tañían a Maitines. Como esta virgen era tan cuidadosa de aprovechar en el espíritu, cuando trabajaba corporalmente enderezaba todos aquellos servicios o trabajos que hacía por la santa obediencia a Dios, y, contemplando decía entre sí que era su moza y esclava, que los platos que fregaba y todas las otras cosas pensaba que eran de oro y de piedras preciosas en que comía su Majestad. Cuando barría contemplaba que la escoba era un manojo de rosas y flores muy olorosas con que alimpiaba y adornaba sus estrados; y cuando guisaba de comer, contemplaba eran muy delicados y preciosos manjares para que comiese su divina Majestad y sus santos; y ansí lo ofrecía ella y desta manera y de otras muchas ofrecía sus trabajos corporales ante la Majestad Divina. Oyendo esta sierva de Dios leer en un libro llamado Floreto de santo Francisco, y oyendo cómo había mandado una vez a un fraile que fuese a predicar, sin capilla y desnudo, pensó entre sí: “Si el Padre San Francisco mandaba ir al fraile a predicar desnudo, no teniendo pecados, ¿cómo no iré yo a confesarme de los míos y desnudarme dellos, desnuda en carnes y hiriéndolas con piedra o palo a cada pecado que dijere? Encomiéndome a Dios y, a vos Padre S. Francisco, y sola la cuerda ceñida a mi cuerpo y cuello quiero ir a confesar como malhechora, y por tal me pregonaré ante Dios y mi confesor”. Y con mucha contrición [523] de sus pecados, entró en el confesionario y comenzose a confesar, hincada de rodilla con muchas lágrimas, y era tiempo de mucho frío y comenzó a dar grandes temblores del gran frío que sentía, de manera que no lo podía encubrir, y fue tanto que el confesor le preguntó que si estaba enferma, que de qué temblaba; respondió la bienaventurada que no estaba enferma, que temblaba de frío. Y acabada la confesión, salió del confesionario, y ella, que se empezaba a vestir y otra religiosa que iba a confesar, y vídola, y entró en el confesionario y dijo al confesor que riñese a Juana de la Cruz por tan ásperas penitencias como hacía, que había entrado a confesar desnuda con solo un silicio. Y el confesor le respondió: “Verdaderamente yo le sentí temblar y pensé estaba enferma y preguntéselo y díjome que no”. Y de allí adelante no solamente en invierno, más aun en verano le preguntaba cuando iba a confesar si iba cubierta, porque, si no, no la confesaría. Todas las veces que esta bienaventurada iba a confesar recibía el confesor singular consuelo en su ánima y dotrina maravillosa para enmienda de su vida, y no solamente él, mas todos los otros padres que la confesaron mientras vivió decían que de sus confesiones no solo salían ellos muy confusos, mas sacaban mucho aprovechamiento para sus almas. Decía, cuando era muy importunada de sus confesores les dijese lo que sentía en su espíritu, que más vergüenza tenía de contar las cosas de virtud y gracia que Dios le había dado que no de decir sus pecados, porque esto era de sí propria y lo otro era de Dios y de su misericordia. Era esta virgen muy prudente y de mucha discreción y capacidad y de mucha gravedad, tenía presencia de mucha autoridad, tenía piedad y admirable consejo y provechoso en las ánimas y a los cuerpos, de muy graciosa habla, de mucha mansedumbre; era mesurada en su risa y provocaba, a quien la oía y veía, a devoción: lloraba muy sereno y sin mucho clamor, salvo cuando se elevaba, que salía de sus sentidos, de algunos pasos de la Pasión, que entonces no era en su mano porque el Espíritu Santo, como dice San Pablo, pide por nosotros con gemidos, que no se pueden contar, siendo esto efecto del Espíritu Santo en nosotros. Ansí obraba [524] grandes maravillas en esta religiosa y le hacía dar algunos devotos suspiros o decir algunas palabras del paso y misterio que estaba contemplando. Era de mucha cortesía y muy grande crianza y muy humilde en todo, y holgaba más de hacer a cualquier persona demasiada reverencia y honra que no de menos: era igual a todos, tratando a cada uno según su estado y manera; era de mucha verdad, y lo contrario ni aun en burla no lo decía; era muy secreta y callada en todas y cualesquier cosas que le eran dichas y descubiertas en secreto: de tribulaciones, tentaciones y angustias y cosas de cualquiera otra calidad. Fue remediadora de muchos grandes males y daños, y libradora de grandes peligros presentes y por venir; era de tan gran santidad que jamás perjudicaba sus prójimos ni los agraviaba, aunque fuese de burla. Llegándose a ella las monjas de su convento, rogáronle que les dijese cómo harían oración que fuese agradable a Dios. La cual dijo: “Doy os por consejo, señoras, que no ofrezcáis solo a Dios un sacrificio, más tres, o cuatro, o más, si pudiéredes, porque cada hora podría cualquier persona ofrecer a Dios tres sacrificios principales, que son estos: el primero, la afección y contemplación muy viva, hecha dentro en el corazón y alma; el segundo, oración vocal y gracias y loores a la Divina Majestad; el tercero, alguna penitencia, golpes y heridas dadas secretamente; y aún para desechar la acidia se puede añadir la labor de manos, y habiendo soledad y tiempo suficiente es bueno haber lavatorio y fuente de lágrimas lloradas de contrición de los pecados o por compasión de la muerte de Nuestro Señor, y entonces podrá cualquier persona dar cinco sacrificios ofrecidos en reverencia de las cinco llagas, y cuando esto no se pudiese hacer tan secreto, podrá ofrecer tres en reverencia de la Santísima Trinidad sin ser visto ni sentido de ninguna persona”.
Capítulo IV
De cómo esta bendita virgen comulgaba espiritualmente
Procuraba esta madre de, en amaneciendo, ahora estuviese en el coro, en los oficios divinos o en otra cualquier parte o en ocupación [525] o trabajo corporal, de aparejarse para comulgar espiritualmente, pues no podía recebir el Santísimo Sacramento cada día y hora como ella deseaba; porque era tan devota del Santísimo Sacramento del altar y de le gustar continuo que nunca otra cosa quisiera hacer día y noche, sino hartar su alma deste manjar del Cielo. Y por el mesmo Señor fue revelado a todas las monjas del convento por palabras que la oyeron estando elevada, enajenada de sus sentidos: que tanto era el gozo y gusto que esta bendita sentía en el Sacramento que comulgaba y recebía a Dios espiritualmente y sentía gran favor del Señor y consolación de su alma, y daba las gracias a Nuestro Señor por tan copioso beneficio.
Estando esta bendita en la casa de la labor, víspera de los apóstoles S. Pedro y S. Pablo, vido una visión de todos los doce apóstoles, como cuando uno acaba de espirar, y luego vido doce sepulcros abiertos y muy hermosos y que salían dellos los doce apóstoles vestidos de blanco y ellos más albos que la nieve, y levantábanse puestas las manos como que adoraban al Señor y le daban gracias; y ella muy maravillada desta visión deseaba saber por qué parecía que salían los santos apóstoles de los sepulcros como difuntos, estando ya todos en el Cielo glorificados y no habiendo muerto ninguno dellos de su muerte natural, mas de muy crueles martirios por amor de Dios. Estando en este pensamiento y deseo, vido todos los apóstoles vestidos muy ricamente, coronados y cubiertos todos de pedrería y muy alegres y gloriosos, y Nuestro Señor en medio de ellos, dándoles muy grandes premios y gozos y galardones por los trabajos y buenas obras que por su amor estando en el mundo habían hecho. Ansimismo le fue mostrado cómo levantarse los santos apóstoles de los sepulcros era significación que todos habemos de ser muertos y resucitados cuando Dios nos llamare a juicio; y cómo Nuestro Señor Jesucristo hace fiesta y llamamiento en el Cielo de todos los santos apóstoles juntos el día que es fiesta de cualquiera de ellos; y cómo la Iglesia militante, ansí como la triunfante, los días de las tales fiestas siempre hacen memoria de los martirios y muerte de los santos que padecieron por amor de Dios y de la vida eterna y bienaventuranza [526] que por ello les da el Señor, y a todos y cualesquier órdenes de santos y santas, cuando es fiesta de uno o de una en especial, junto con él a todos los de aquella Orden les hace fiesta en general. Decía muchas veces que, cuando comía o bebía, tomaba gusto en aquel manjar corporal porque sabía ella Dios era todas las cosas y en todas ellas le podía hallar, y con este pensamiento en contemplación que siempre tenía puesta en Dios, en cada bocado que comía y trago que bebía hallaba dulzura y gustos divinales. Muchas veces, estando comiendo se arrobaba en espíritu; y esto de arrobarse creció en ella tanto la gracia que adonde quiera que aquella gracia le tomaba se quedaba como muerta, aunque muy hermosa, ora fuese en el coro o en el refitorio o en otro lugar de la casa, a cualquier hora del día o de la noche que era la voluntad de Dios, y muy a menudo; y no estaba elevada poco tiempo, mas tres horas, cinco y siete y doce, y esto al principio de sus elevaciones. Y andado el tiempo diole Dios muy copiosa esta gracia, porque estaba elevada un día y una noche y algunas veces cuarenta horas. La primera vez que el convento vido elevada a esta religiosa, había siete años que estaba en el monasterio y todas las religiosas vieron en ella muy nuevas mudanzas porque la vieron propiamente como difunta, ansí en el gesto, ojos y labios, como en el descoyuntamiento de todos sus miembros, lo cual nunca más tuvo en semejantes raptos, antes en ellos estaba muy hermosa y colorada. Después que volvió en sus sentidos, importunáronla mucho las religiosas les dijese qué había sentido o visto en aquel rapto y ella por entonces no les dijo nada hasta saber la voluntad de Dios; pero pasados algunos días, de voluntad de Dios les dijo: “Señoras, quiero satisfacer a vuestro deseo, pues deseáis saber qué es lo que vi y sentí aquella vez que decís que estaba en el cuerpo muy demudada, a manera de muerta. Yo me vi en un lugar oscuro, donde hube mucho temor, y apareció allí un ángel que alumbró aquellas tinieblas y me dijo: ‘No temas’. Y me fueron reveladas muchas cosas, especial el favor que los ángeles hacían a los que están en el purgatorio hasta que, saliendo de allí, gozan de Dios. Este ángel tiene oficio de ayudar a las ánimas de purgatorio, yéndolas a visitar y consolar [527] por los merecimientos y Pasión de Jesucristo y méritos de su Santa Madre. Y muchas veces va a la ayuda y socorro de las ánimas y personas que están en pasamiento, llevando consigo otros muchos ángeles que le ayuden a defender aquella persona que en tan gran batalla está de tentaciones de los demonios, y las acompaña hasta que son juzgadas y tiene cuidado dellas hasta que estén en descanso y este mesmo oficio tienen otros muchos ángeles”. Estas y otras muchas cosas decía esta bendita a las monjas, importunada de ellas y con licencia de Dios notificadas por su ángel.
Capítulo V
De cómo esta bendita estando elevada hablaba
Esta bendita virgen tuvo gracia de elevación, como queda dicho; el Señor la dotó de otra muy grande gracia y es que, estando ella ansí elevada en aquel rapto, enajenada de sus sentidos, hablaba divinas cosas, altísimas y de notable admiración, sobre lo cual se hicieron grandes experiencias para ver si cuando hablaba estaba en éxtasis o fuera de sus sentidos o de otra manera. La cual experiencia hicieron inquisidores que fueron de intento a esto al monasterio y los prelados de la Orden, monjas de su casa, y otras personas graves; las cuales todas conocieron y vieron que estaba alienada de sus sentidos cuando hablaba, también por las cosas que decía tan maravillosas y provechosas para las almas, ansí para las religiosas de su casa como para las personas de todos estados y condiciones y oficios mayores y menores que la venían a oír y gozar y aprovecharse de lo que decía. Oíanla frailes de todas órdenes, predicadores y letrados, canónigos, obispos y arzobispos, el cardenal de España don fray Francisco Ximénez y condes, duques, marqueses, y caballeros muy generosos y señoras, y de todos estados, ansí de hombres como mujeres que este misterio vieron y oyeron, y estuvieron presentes, y veían cómo esta bendita estaba vestida y tocada de religiosa, echada sobre una cama y sus brazos puestos a manera de persona recogida y el cuerpo como muerto (porque estuvo mucho tiempo tullida) y los ojos cerrados y el gesto [528] muy bien puesto, y muy hermoso y resplandeciente. Su habla era tan poderosa y de tan gran dotrina para la salvación de las almas, y reprehensible a los pecadores, que cuantos la veían y oían, por grandes letrados que fuesen, se maravillaban y quisieran estar tan vecinos y cercanos al monasterio que todas las veces que había estas pláticas la pudieran oír. La cual algunas veces duraba cinco, seis y siete horas. Era tan dulce a todos los que la oían que, aunque fuesen muy pecadores e incrédulos desta santa gracia antes que la viesen y oyesen, les parecía estuvieran tres días con sus noches oyéndola con mucho gusto. Los que eran incrédulos, ellos mesmos se manifestaban diciendo: “Incrédulo era de lo que decían desta bendita”; y cuando vino a ver si podía verla hablar tan bien y cuando acababa de hablar decía a cada uno la intención con que había venido. Y cuando parecía que hablaba con Dios, hacía grandes suplicaciones públicas y otras secretas, que nadie las podía ir; y hacía oración por sí misma y por todas las personas de la tierra y por todo el estado de la Santa Madre Iglesia, por los que están en pecado mortal y por los que están en penas de purgatorio. En estos raptos, que le duraron espacio de trece años, fueron tantos y tan altos los misterios que dijo y declaró que las monjas escribieron un libro que llaman el Luznorte.
Capítulo VI
De cómo esta bendita tenía cuidado de las enfermas y de algunos casos maravillosos que le acontecieron
Había en el monasterio una monja enferma, que estaba ética y algo penosa y asquerosa, a la cual servía esta bendita venciendo con mucha alegría todas las cosas que se le ofrecían en el tal ejercicio de caridad, con el espíritu de su mortificación, por muy graves y repugnantes que fuesen. Vino a ella una religiosa, con mucho frío y dolor de estómago, y díjole: “Señora, por caridad que pidáis para vos un trago de vino, diciendo que lo habéis menester para algún dolor que tenéis y dármele heis a mí, que traigo un gran dolor de estómago y no lo oso pedir” (en aquel tiempo no sabían las mujeres qué cosa era vino) y ella dijo que lo [529] haría y, considerando que decir tenía dolor de estómago por entonces que no diría verdad, y dejarlo de pedir era falta de caridad, suplicó a Nuestro Señor por qué ella pudiese decir verdad y la religiosa recibiese refrigerio en su necesidad: Nuestro Señor lo proveyó de manera que esta bendita no mintiese. En la vida del Padre fray Pascual Bailón, cuyo cuerpo está en San Francisco de Villareal de Valencia, se cuenta d’él las grandes diligencias y trabajos que pasó por no decir una mentira ligera, que no pasaba de pecado venial, lo cual es contra tanto como en estos tiempos se miente porque no se sabe decir verdad. Y ansí sucede a los mentirosos lo que dice Aristóteles, que cuando digan verdad no los crean, aunque hay quien nunca la diga. Muchas veces aparecieron ánimas de difuntos a esta bienaventurada, pidiéndole hiciese diligencias con deudos suyos para que hiciesen obras satisfatorias y cumpliesen obligaciones que tenían para por estos medios ser libres del purgatorio, lo cual ella siempre hacía. Las cuales ánimas le tornaban a aparecer y le decían cómo eran libres de las penas de purgatorio y le daban gracias por haberlas ayudado.
Vino a esta bendita un religioso muy tentado de que no rezaba las horas canónicas ni ninguna cosa de las que tenía obligación, diciendo que Dios no tenía necesidad de sus rogaciones; la cual hizo oración por él y le respondió: “Padre, verdad es que Dios no tiene necesidad de las oraciones de las criaturas que Él crió; empero, que todas las criaturas racionales que Él crió tienen necesidad de la ayuda de Dios y de le servir para agradarle: ansí como de necesidad y fuerza es obligado cualquier labrador pechero de pagar a su rey y señor el pecho que es obligado y le debe y si esto de su grado no lo hiciere, será castigado, ansí el religioso, si no pagare a Dios lo que le debe rezando las horas canónicas y lo que es obligado, será castigado de la mano de Dios”. Deseaba padecer muchos trabajos por Dios y suplicábalo a Nuestro Señor y ansí permitió que los demonios la azotasen muy crudamente y las señales le duraron mucho tiempo y la de uno le duró toda su vida. Y lo mesmo se cuenta haber sucedido al glorioso S. Gerónimo. También le dio Dios de ordinario un dolor [530] de cabeza que la atormentaba en gran manera y todo lo llevaba con gran paciencia. Era devotísima de la santa Cruz y enseñó a las monjas una adoración en esta manera: “Adórote, cruz preciosa; adórote, santa Cruz de Dios; adórote, santo madero; adórote, trono de Dios; adórote, escaño de sus pies con el cual justiciará y pisará los pecadores y les hará ver y conocer cómo solo Él es el Señor y Criador del Cielo y de la tierra y juez de los vivos y de los muertos; adórote, galardón de los justos por el cual se salvan y justifican; adórote, deleite de los ángeles; adórote, penitencia de los pecadores; adórote, tálamo de Dios, en el cual está puesta su corona real; adoro los clavos, tenazas, martillo, escalera y lanza; adoro al Redentor en ti puesto; adoro a mi Salvador; adoro su santo rostro; bendigo, glorifico y adoro sus santos miembros todos, desde las uñas de los pies y plantas hasta encima de la cabeza, que son los cabellos: adórote, árbol santo de la vera cruz”.
Capítulo VII
De la enfermedad que tuvo esta bendita madre
Siendo súbdita y abadesa en el dicho Monasterio de la Cruz, habiendo adquirido al monasterio muchos bienes y posesiones de personas que tenían devoción a esta bendita madre, por cuyo respeto las daban, y habiendo tenido la sierva de Dios muchos trabajos, contrariedades y aflicciones, ordenándolo Dios ansí para que fuese probada su paciencia y virtud, últimamente tuvo grandes enfermedades, sin poderse levantar en mucho tiempo de la cama, donde siempre trabajó, exhortando con palabras a las que la veían al temor y amor de Dios; y para los ausentes tenía una monja que escribía muchas cosas, concernientes y ordenadas todas al bien de los prójimos. Y estando en la cama enferma tuvo grandes consuelos espirituales y revelaciones misteriosas, secretos grandes del estado de la Iglesia, de los que están en purgatorio y otros muchos secretos, los cuales Dios le revelaba. Apareciole muchas veces Nuestra Señora y consolola. Su santo ángel custodio le hablaba muy de ordinario y fue cosa maravillosa la gran familiaridad que con él y otros ángeles, de quien era muy devota, [531] tenía, y las admirables revelaciones que tenía del Señor. Siendo esta virgen ya muy labrada como piedra para ser puesta en el edificio de la ciudad santa de Jerusalén, llegose el tiempo de su glorioso tránsito.
Capítulo VIII
De un caso prodigioso que sucedió a esta sierva de Dios
Un viernes santo, habiendo estado toda la mañana en un rapto, volvió en sí estando diciendo la Pasión, y fuese al coro e iba llorando y descalza; y porque no podía andar ponía los pies de lado, que de otra manera no los podía poner, y aun esto con mucha pena y dolor. Y viéndola las religiosas entrar en el coro, fuéronse para ella, preguntáronle cómo iba de aquella suerte. Respondió que le dolían mucho y los pies y no podía andar con ellos; y mirándoselos las religiosas, viéronselos señalados, y ansimesmo las manos, no con llagas abiertas, sino unas señales redondas del tamaño de un real y muy coloradas, de manera que parecían por las palmas de las manos que estaban impresas. Tenían estas señales muy suave olor y la bendita lloraba de los dolores que tenía en aquellas señales. Y también las religiosas lloraban y tomáronla en sus brazos y lleváronla a su celda; y era tan grande el fuego que tenía aquellas señales que las religiosas le ponían paños mojados en agua fría y en muy breve espacio se enjugaban del gran fuego que de allí salía, y muy a menudo se los tornaban a poner mojados. Ella mesma se soplaba las palmas de las manos por mitigar el gran fuego y dolor que padecía. Y preguntándole las religiosas qué era aquello, respondió con muchas lágrimas y dolores que sentía que había visto a Jesucristo Nuestro Señor crucificado, que llegándose a ella había juntado sus manos con las suyas y puesto sus pies con los suyos; y que luego había sentido gran dolor en su espíritu y gran sentimiento en sus manos y pies, que eran tan recios que no los podía sufrir. Tuvo estas señales tan maravillosas y crecidos dolores desde el día del Viernes Santo hasta el día de la Santa Ascensión. Y esto no continuo, sino los viernes, sábados y [532] domingos, tres días arreo, hasta la hora que Cristo Nuestro Señor resucitó; y desde aquella hora hasta otro viernes no tenía más dolor ni señal. Viendo esta santa cómo no podía encubrir estas preciosas señales que no fuesen vistas de personas devotas del monasterio, pues ya se publicaba, y el confesor del monasterio y las religiosas d’él las habían visto, suplicó a Nuestro Señor muy afectuosamente que en ninguna manera su Divina Majestad permitiese que en ella su indigna sierva pareciese ni tuviese tal tesoro ni tan ricas joyas, que no era digna de ellas ni quería tal don, pues no le podía encubrir, y nunca cesó de hacer esta súplica, derramando muchas lágrimas, hasta que lo alcanzó del Señor. Y en la oración oyó una voz del Señor que le dijo: “Mucho me ruegas e importunas que te quite ese don que te he dado, yo lo haré; y pues no has querido tener mis rosas, yo te daré cosa que más te duela que ellas”. Y ansí le fue otorgado del Señor no tener más aquellas señales, pero en su lugar le dio Dios muchas enfermedades y trabajos.
Capítulo IX
De cómo esta bendita pasó de esta vida
Siendo esta bendita de edad de cincuenta y tres años, los cuales había vivido muy bien y muy ejemplarmente a honra y gloria de Dios y salvación y mérito de su alma y aprovechamiento de sus prójimos, vivos y difuntos, como su historia da testimonio dello, quiso el poderoso Dios que después de la Dominica del Pastor, año de 1534, se le agravasen a esta sierva de Dios sus enfermedades, sobreviniéndole otra de nuevo, la cual fue que no pudo orinar en catorce días, y publicándose su enfermedad entre algunas personas muy generosas, devotas suyas, fue luego proveída con mucho deseo de su salud de médicos y de las cosas necesarias para su cura. Y los médicos juntos y concentrados le hicieron muchas y grandes experiencias, y ella, tomando por la consolación de las monjas que se lo rogaban todo lo que los médicos le mandaban, aunque era contra su voluntad, y algunas veces con rostro como de ángel y semblante muy gracioso [533] que reía con las monjas y les decía palabras de muy grande amor y también a los médicos, se mostraba muy agradecida a su trabajo. Y viendo ellos que su mal iba empeorando y que era mortal, dijéronlo a las religiosas, las cuales con muchas ansias comenzaron a invocar la misericordia de Dios haciendo oraciones y derramando muchas lágrimas y sangre, haciendo procesiones con gemidos y sollozos, que parece querían expirar, suplicando a Nuestro Señor no quisiese su Majestad quitarles tan grande amparo, consolación y ayuda para su salvación como tenían en la madre Juana de la Cruz. La cual con muy grande fervor pidió le trujesen su confesor, que se quería confesar y aparejarse para morir, y ansí lo hizo, que confesó y comulgó con admirable devoción y se despojó como muy pobre y perfecta religiosa, y pidió la extremaunción; y todos los días que estuvo enferma de la enfermedad que murió, no pasó noche que no se arrobase, pero no le fue descubierto el secreto de su muerte hasta tres días antes de su bienaventurado fin. Y aunque con mucha flaqueza, no faltándole caridad y compasión de sus hermanas, contoles algunas cosas de consolación que en sus raptos había visto. Y acercándose el día de su glorioso fin tuvo una revelación jueves en la noche, vigilia de los apóstoles San Felipe y Santiago, en la cual conoció que era la voluntad de Dios llevarla desta vida; y súpolo en espíritu, por cuanto aquella mesma noche estuvo elevada desde las once hasta la una, y en esta elevación vido a los gloriosos apóstoles San Felipe y Santiago. Y hablando con su santo ángel le dijo viese cuál estaba y le suplicaba rogase al Señor por ella y por las religiosas de su casa y por sus hermanos y parientes y amigos y por todas las personas que a ella se encomendaban; y la respuesta fue: “Bienaventurados son los que viven y mueren en Dios y malaventurados se pueden llamar los que viven fuera de Dios; esfuérzate y ten paciencia, y encomiéndate a Dios y confórmate con su santa voluntad, y arrepiéntete de tus pecados y de las cosas que pudieras haber hecho en su servicio y no las has hecho”; la cual dijo: “Tan tarde me lo decís”. Y respondió: “No es tarde, que tiempo tienes para lo poder hacer; tú, amiga de Dios, confórtate [534] con todo lo que Nuestro Señor quisiere hacer de ti y suplica a su Divina Majestad se cumpla en bien y salvación tuya la sentencia que está dada, y tiempo es ya, amiga de Dios, de gozar de las cosas prometidas y a Dios pedidas y por Él otorgadas”. Y suplicó esta madre a los gloriosos apóstoles San Felipe y Santiago rogasen a Dios por ella, que no deseaba la muerte por impaciencia, sino muerte con penitencia, contrición y arrepentimiento de sus pecados, y que fuese en ella cumplida la voluntad de Dios. Los santos apóstoles le dijeron: “Ansí tiene de ser para ser la muerte buena y inocente y sin pecado, y ahora es tiempo de padecer los penitentes y amigos de Dios para que después gocen de los gozos del Cielo”. Todo esto pasó estando esta sierva de Dios elevada, y tornando en sus sentidos llamó a una religiosa parienta suya, que desde niña se había criado en el monasterio y ella le tenía mucho amor, y díjole: “Hágoos saber, hermana, que según me ha sido revelado he visto que es la voluntad de mi Señor Jesucristo que muera desta enfemerdad, de lo cual yo mucho me he consolado”. Y contole la sobredicha revelación y díjole muchas cosas de gran dotrina, aconsejándola tuviese paciencia y se conformase con la voluntad de Dios. Y luego, viernes por la mañana, día de los apóstoles San Felipe y Santiago, entrando el médico a visitarla, dijo que le quería hablar en secreto y, llegándose cerca de su cama, le dijo: “Señor, ruégoos por amor de Nuestro Señor que no me curéis ya más ni hagáis algún beneficio, porque yo sé que tengo de morir desta enfermedad y todo aprovechará poco, sino es darme más tormento; y paréceme que todo mi cuerpo le meten en un grano de mostaza y allí le aprietan según que yo siento”. Y ansí estuvo todo aquel día con alguna fatiga causada por la enfermedad. Y como se divulgase mucho que estaba tan al cabo de su fin, muchas señoras generosas deseaban estar presentes a su glorioso tránsito y ansí lo pusieron por obra; y no todas llegaron a tiempo, a causa que algunas venían de lejos, sino fue una muy ilustre señora muy devota suya que se llamaba doña Isabel de Mendoza, hija del conde de Monteagudo, mujer de don Gonzalo Chacón, señor de Casarrubios, que llegó a tiempo [535] y estuvo presente a todas las cosas y maravillas que pasaron en su bienaventurado tránsito y tuvo muchas lágrimas de devoción. Y esta señora, después de viuda, fue monja en el Monasterio de la Concepción de la Puebla de Montalván.
El mesmo día de los apóstoles, antes de vísperas, estando en sus sentidos, vido algunas cosas, las cuales ella no dijo claramente, aunque mucho se lo importunaron y rogaron. Este mesmo día, ya que quería anochecer, le dieron la santa unción, la cual recibió con muy gran devoción, y desde a un rato dijo con gran gemido y contrición: “Ay, ay de mí, cómo me he descuidado”. Pasada una hora, después de recebida la santa unción, le sucedió una indisposición, que pensaron era desmayo, y viéndolo el médico dijo que no tenía pulsos, que verdaderamente se moría, y estuvo ansí un rato; y tornando sobre sí, comenzó a hablar con buen semblante, en lo cual conocieron había sido arrobamiento. Y destos tuvo muchos aquella noche y empezó a hablar, diciendo lo que había visto, como quien responde a lo que le decían, y parecía a todos los que la veían que lo que hablaba eran respuestas que daba a quien hablaba, e dijo como persona muy admirada: “O, qué cruel espada, tenédmele, tenédmele, no me mate con ella”. Y ansí estuvo sosegada un gran rato en silencio, como persona que veía grandes cosas. Y después dijo con gran sosiego y manera pacífica: “Tened ese cuchillo, tenedle”; y alzando un poquito la voz, decía: “Llamádmela, llamádmela que se va”. Y preguntándole a quién habían de llamar, respondió: “A la santa Madalena”; y diciéndole qué Madalena, dijo: “La que estuvo al pie de la cruz, que viene del sepulcro”; y decía: “Ay, ay, amiga de mi alma”. Preguntándole si estaba allí la Madalena, respondió que sí; y de rato en rato decía, a manera de mucho deseo: “Pues vamos, Madre de Dios, vamos”, y esto decía muchas veces; y algunas veces añadió: “Vamos a casa, vamos, Madre de Dios, que es tarde”. Y con manera de ahínco y esfuerzo fervoroso decía: “Echalde de ahí, echalde de ahí, ¿por qué me dejáis?”; y parecía que estaba angustiada y que peleaba con el demonio y para esta pelea la dejaron sola; la cual venció poderosamente, según pareció la plática que ella tenía con el demonio, [536] que ansí como Dios le dio gracia de fortaleza que en su vida le venciese, ni más ni menos en la hora de la muerte no la desamparó, que maravillosamente quedó vencedora. Y volviendo la plática a las religiosas, dijo: “Señoras y hermanas mías, levantadme de aquí, daré mi alma a Dios en sacrificio”. Dende a poco comenzó a decir apriesa, como quien habla con otras personas: “Buscádmele, buscádmele a mi Señor, ¿por qué me le llevastes?, dejádmele ir a buscar, aunque estoy descoyuntada”; y con gran fervor decía: “Mi Señor, la misericordia sobre la justicia: Jesús, y qué angustia”. Y muy fatigada, volvió el rostro a las religiosas, e díjoles: “Amigas, ayudadme a rogar”; y dijeron: “Señora, ¿qué quiere que roguemos y pidamos?”. Respondió que misericordia y piedad, que la misericordia era sobre la justicia. El médico que la curaba, viendo todas estas cosas, dijo con gran devoción y lágrimas: “Bienaventurado colegio que tal alma como esta envía el Cielo; por cierto, señoras, creo yo que serán mayores los favores que desta bendita recebirán desde el Cielo que los que han recebido en la tierra, aunque han sido muchos”; y respondió la bienaventurada: “Podrá ser”. Y todo esto pasaba estando sin pulsos en ninguna parte de su cuerpo, y estándola todos mirando empezó a mascar, como persona que comía con mucho favor, y cesando le dijo el médico: “Señora, parece que come”. “Es verdad”, dijo ella, “sí”. Tornándole a preguntar que quién se lo había dado y qué era, respondió que cierto manjar, y dijeronle: “con tal manjar muy esforzada estará”, y dijo: “Sí, estoy”. Y tomándole el médico el pulso dijo que se le había tornado muy esforzado y grande, que parecía de nuevo le habían dado vida porque había más de cuatro horas que estaba sin él y desde el día de los santos apóstoles no había pasado ninguna sustancia. Y después de todo esto comenzó a decir con muy alegre gesto: “Amigas mías y señoras mías, llevadme, llevadme”; y entendieron que hablaba con santas vírgines; y de a poco rato dijo con gran reverencia: “O, Padre mío”, y las religiosas pensaron que lo decía por el glorioso Padre San Francisco. Y cuando esto pasaba, ya venía el día y era sábado, y todos los que allí habían estado aquella noche, ansí a las religiosas como a las personas de otra manera, no se les hizo o pareció ser aquella [537] noche una hora. Estando ansí esta sierva de Dios, dijo: “Ea, pues, Jesús, vamos de aquí”; “vamos presto, Señora mía”; “vamos, vamos mi Redentor”. Entonces las religiosas se levantaron con muchas lágrimas y grandes sollozos y le besaron las manos con mucha devoción y ella las bendijo presentes y ausentes. Y tornó a decir: “Vamos, vamos, Redentor mío, vamos de aquí”. Y llegándose el médico a esta bienaventurada y hablándola, recibió el aliento que de la boca le salía y dijo a los que allí estaban no podía conocer ni alcanzar qué olor fuese, salvo que olía muy bien, de lo cual estaba admirado porque hasta aquella hora había tenido mal olor en el aliento, que le procedía de la corrupción de los humores, y entonces le tenía bueno. Y todos los que estaban allí que oyeron esto al médico se allegaron con mucha devoción y, recibiendo el huelgo, conocieron no ser de los olores deste mundo, y toda su persona estaba con grande olor y hermosura. Y desde el sábado a la tarde hasta el día siguiente domingo después de vísperas, día de la Invención de la Santa Cruz, no habló; y antes que entrasen por la puerta de su celda se olía los maravillosos olores que de ella salían.
Capítulo X
Del tránsito
Siendo la hora de las seis, después de mediodía, domingo día de la Santa Cruz, año de 1534, día en que la sierva de Dios nació y entró en la religión, acompañada su ánima de muy buenas y perfetas obras, y ansimismo su cuerpo acompañado de religiosos de su Orden y de todas las monjas de su casa, las cuales con candelas encendidas en las manos, y los padres leyendo la Pasión, dio esta sierva de Dios el alma en manos del poderoso Dios que la crió y redimió, quedando su gesto con hermosura y compostura admirable, quedándole la boca muy buen puesta, a manera de quien se ríe. Y admirados los padres que allí estaban, con gran reverencia llegaron a mirarle los ojos, y alzando los párpados vieron que no los tenía quebrados, sino con aquella hermosura que los tenía cuando era viva, y ansí como agradó con ellos mucho a Dios, permitió en la hora de su muerte que no se le quebrasen, en testimonio de las buenas obras que con [538] ellos había hecho; de lo cual todos se maravillaron mucho y dieron gracias a Nuestro Señor por las grandes maravillas y mercedes que con sus fieles amadores hace. Como acabó de expirar, allegáronse con grande ansia todas las religiosas, llorando lágrimas muy dolorosas a ver y besar el cuerpo, y como se cercaron a él, eran tan grandes los olores que d’él salían y tan subidos que no se podían comparar con cosa desta vida, y las religiosas que tocaron el cuerpo les quedó por muchos días muy admirable olor en sus personas y manos y en cualquier cosa que se le ponía encima, y le tuvo en su persona y hábito todo el tiempo que estuvo por sepultar, que fueron cinco días. Y aderezado el cuerpo, la abadesa y monjas del convento, con candelas encendidas y rezando, le llevaron al coro y allí le fue dicho el oficio muy solenemente, y estuvieron aquella noche con él acompañándole con mucho dolor de lágrimas, y con ellas la dicha señora doña Isabel de Mendoza, que con mucha devoción se halló a su tránsito. Y divulgándose cómo ya era pasada desta vida esta sierva de Dios Juana de la Cruz, concurría mucha gente de toda la comarca con gran deseo de ver su cuerpo. Ansimismo vinieron muchos padres de la Orden a hacer sus exequias y enterramiento, y como la gente era tanta, daban licencia a algunos que entrasen en el monasterio; los cuales, cuando veía el cuerpo y olían los olores que d’él salían, daban muchas gracias a Nuestro Señor, derramando lágrimas de devoción.
Capítulo XI
Cómo sacaron el cuerpo desta sierva de Dios para que la gente le viese
El día siguiente lunes, como fuese casi hora de vísperas y todos los campos estuviesen llenos de gente, clamando que les mostrasen el cuerpo que se le dejasen tocar, los padres que allí se hallaron, por satisfacer a su devoción, tomaron el cuerpo y sacáronle fuera con mucha reverencia, donde todos le pudiesen ver; y viendo la gente cómo le sacaban, eran tan grande los clamores y gemidos que todos daban con muchas lágrimas que se oían muy lejos de allí; y llegando todos a prisa, los religiosos que guardaban el cuerpo no consentían [539] tocasen sino en el hábito; y sintiendo el muy suave olor que del cuerpo salía, con mucha admiración daban gracias a Dios y ponían encima rosarios y otras cosas que traían, en las cuales se pegaba el mesmo olor. Y consolada la gente, tornaron el cuerpo al monasterio a hora de Completas; a la cual hora llegaron correos de grandes señoras rogando que detuviesen el cuerpo hasta que ellas le viesen y ansí se hizo. Y hecho el oficio, los religiosos se fueron a sus monasterios y dejaron el cuerpo por enterrar y ansí estuvo por cinco días, no perdiendo el buen olor que d’él salía. Y venidas las señoras, a cuya instancia el cuerpo estaba detenido, viéronle y tocáronle y se consolaron mucho de ver las maravillosas que Dios mostraba en él. Pareció era bien porque la gente gozase desta reliquia, se enterrase en la Iglesia y capilla del Santísimo Sacramento, pero las religiosas no consintieron sacar el cuerpo del monasterio y hubieron de entender en ello los prelados, y húbose de hacer lo que las monjas querían porque era más justo, y pusiéronle en una parte donde las religiosas comulgaban, en un hoyo pequeño, cuanto cupo el ataúd, encima cubierto con yeso; en el cual lugar el tiempo que allí estuvo manifestó Nuestro Señor la santidad desta su sierva, sintiendo muy suaves olores.
En la ciudad de Almería había una grande religiosa, que tenía revelaciones muy verdaderas y el Señor le comunicaba muchos secretos: llamábase María de San Juan, natural de la villa de Casarrubios del Monte, la cual con otras había ido al Monasterio de Torrijos a fundar al Monasterio de la Concepción de Almería, en tiempo de doña Teresa Enríquez, señora de Torrijos. Y esta religiosa María de San Juan tenía gracia de arrobarse, y las dos se habían hecho hermanas espirituales y se comunicaban mucho. Y yendo dos padres de la Orden de S. Francisco, que el uno de ellos había sido provincial de la provincia de Castilla, persona de mucha autoridad y letras, a tratar y negociar con la madre María de San Juan, a un mes que había pasado desta vida la madre Juana de la Cruz, y preguntándole el dicho prelado, que le dijese del estado del ánima de la madre Juana de la Cruz, respondiole con mucha alegría: “Tiene tanta y tan grande gloria como el poderoso Dios les da a sus escogidos y los méritos [540] de la madre Juana de la Cruz merecían”. Y contó cómo el día de San Juan Evangelista, a seis de mayo, tres días después de la Invención de la Cruz, día en que la madre Juana de la Cruz pasó desta vida, se la mostró Dios muy diferente de cómo la solía ver y que, admirada de aquello, le fue respondido que ya estaba desatada de las cadenas de la carne y en gloria para siempre, y que Dios dio lugar que la hablase y le dijo que había tres días que había pasado desta vida y en ella había tenido su purgatorio, y que no le dieron lugar para que le dijese más y quedó ella muy consolada.
Algunos años después, se hizo un arco muy bien labrado en una pared que divide la capilla mayor del claustro del monasterio por la parte del evangelio, y se puso una reja muy bien labrada, toda dorada muy fuerte y recia, que cae a la parte de la capilla, y por la parte del monasterio se pusieron unas puertas muy fuertes y allí trasladaron el cuerpo de esta sierva de Dios, el cual pusieron en una caja muy bien guarnecida por de dentro y por de fuera; y esta caja pusieron en una área muy grande, muy cerrada con diversas llaves y barreteada muy fuertemente; y ansí por la parte de la iglesia gozan della todos los que entran en la dicha iglesia y por parte de dentro la gozan las religiosas. Setenta años después que la pusieron en este lugar, dos reverendísimos generales de la Orden de San Francisco en diversos tiempos quisieron ver el cuerpo porque habían de ir a Roma y tratar con Su Santidad de su canonización, para lo cual se hacen diligencias; y, aunque con trabajo, la abrieron el arca, por estar muy barreteada por todas partes. Abrieron la dicha arca y el cuerpo fue hallado como si acabara de morir, sin tener ninguna parte resuelta; y estaba vestida de damasco pardo porque ciertas señoras que se hallaron a esta traslación la pusieron en aquella forma. Y por secreto que esto se trató, fue tanta la gente que acudió que, por condescender con la devoción de todos, mostraron el cuerpo por la reja de donde está tan entero como cuando murió. Repartidas algunas reliquias suyas, como de sus tocados y sobretocas, para repartir a señoras en la Corte y en otras partes, se tornó a poner con la mesma decencia y seguridad que antes; y siempre Nuestro Señor hace muchos [541] milagros y maravillas en aquella santa casa de Nuestra Señora de la Cruz.
Hase de advertir, que se dice en esta historia, que muchas personas seglares entraban en la clausura del monasterio a negociar con esta sierva de Dios, como es cuando estaba enferma, que no podía salir a los locutorios cuando se arrobaba; y también cuando, estando elevada y fuera de sus sentidos, entraban a oírla por las cosas grandes y maravillosas que de su boca salían y en la última enfermedad de que murió y después de muerta y en su entierro y en semejantes ocasiones. Digo que se ha de advertir que antes del Concilio de Trento los prelados podían dar licencia con causa que para ello ocurriese para entrar en los monasterios de monjas; y en especial las que por su estado no hacían voto de clausura, como son las monjas terceras, que, aunque guardaban clausura, era por vía de precepto, como se dice en el tratado de los terciarios; y ansí los prelados daban las sobredichas licencias.
Capítulo XII
De otras monjas que ha habido en este convento
Desta sierva de Dios Juana de la Cruz se hace memoria en el catálogo general que la Orden tiene de frailes religiosísimos y monjas a quien tiene gran reverencia y veneración, esta parte de su historia impresa en la tercera parte de la Crónica general de la Orden que compuso el reverendísimo Gonzaga siendo general della, remitiendo muchos milagros y otras cosas a que se vean en un libro, en el cual está todo autenticado. Y en la historia del Convento de Nuestra Señora de la Cruz se dice las personas insignes que con ella trataban y comunicaban sus negocios, las personas reales de grande autoridad que se encomendaban en sus oraciones, las gruesas limosnas que por su respeto hicieron al dicho monasterio; y desde entonces hasta ahora ha proveído Dios que en aquel monasterio haya habido monjas de grande espíritu y celo de la virtud, siguiendo los ejemplos y dotrina desta sierva del Señor. Ansí, todo el convento haciendo procesiones de ledanías que ella ordenó, y en particular la imitan monjas, guardando ayunos de pan y agua, no durmiendo en cama ni trayendo lienzo en el cuerpo y teniendo mucha [542] oración, entre las cuales hubo una muy noble, que se llamaba sor Ana de la Cruz, de la cual se cuenta que en más de cuarenta años no faltó de Maitines a medianoche, y después dellos se quedaba en oración hasta que venía el día y era hora de irse a su oficio, que era tornera, en el cual dio grande ejemplo. Otra, sor María de Sonseca hubo, que tiene mucho nombre de grande penitente y recogimiento. Y con esto es Nuestro Señor servido que esta casa sea de mucha devoción y acudan a ella tantas doncellas a querer ser monjas que, guardando el número que, conforme sus rentas, y haciendas pueden conservar, como lo manda el Concilio de Trento, muchas no se pueden recebir; y es mucho considerar que personas que pueden ser monjas en monasterios de grandes villas y ciudades, y de Corte, escogen más este para ser monjas estando en un desierto, trayéndolas Dios por la devoción que a esta bendita madre tiene. Y por la mesma razón, habiendo la Provincia muchas veces tratado y querido trasladar esta santa casa a algún gran pueblo, después que esto se ordenó en el Concilio de Trento, ha sido tan grande la instancia y tantas las súplicas y ruegos e intercesiones que las religiosas han hecho para que no las saquen de la casa donde vivió y murió la madre Juana de la Cruz, y adonde tienen su cuerpo, que no ha sido posible hacerse. Y esta devoción del lugar y monasterio es tan grande en toda la tierra que jamás faltan velas, enfermos y tullidos y de otras muchas enfermedades que velan y asisten donde está su bendito cuerpo; y muchos reciben grandes mercedes y beneficios de Dios Nuestro Señor, como parece por los ataúdes, mortajas, muletas, hierros de cristianos esclavos, los cuales han dicho que por la devoción que han tenido a esta casa milagrosamente han sido libres de cautiverio. Muchos cirios de cera y bultos de personas y otras cosas que allí llevan en señal y reconocimiento de los beneficios recebidos, de lo cual todo se toma fe y testimonio verdadero, y las paredes de la capilla mayor y iglesia deste monasterio están llenas de estas insignias y testimonios.
Capítulo XIII
En que se concluye esta historia
En materia de milagros se debe advertir cómo se hacen, porque unas veces los [543] hace Dios súbita e instantáneamente y otras más de espacio y en tiempo, como consta de lo que San Marcos cuenta en el cap. 8., que, trayendo a Cristo un ciego, suplicándole que le diese vista, poniéndole las manos le preguntó que qué vía, y dijo que vía unos hombres como árboles que andaban, dando a entender que no vía perfetamente. Donde Erasmo sobre el mesmo lugar dice que aquella palabra, ambulantes, tiene de ir con los hombres y no con los árboles, porque el árbol en el griego es neutro y no puede convenir con el ambulantes, que es como si dijera: “Veo andar los hombres como árboles”. Y segunda vez le tocó Cristo y vido perfetamente y con más perfección que si viera por naturaleza. Pues las obras de milagro, según todos, más perfetas son que no las naturales. Y ansí en este milagro se ve cómo Cristo no le hizo en un punto, como cuando Cristo entró en casa de San Pedro y su suegra estaba enferma de grandes calenturas y los discípulos le rogaron que la sanase, y mandó a la calentura que la dejase y en un punto fue sana: que son milagros que los teólogos llaman por otros términos, milagro en el modo, porque muchos sanan de calenturas, pero no en un punto. La razón desta diversidad de sanar Dios en un punto, o en tiempo, dicen algunos que es conforme la disposición que cada uno tiene para recebir aquel beneficio; y ansí unos le reciben en poco tiempo, otros en mucho. Y aunque esta razón es buena para que todos se dispongan para que Dios los sane en el alma, pues es dotrina cierta que a quien Dios sana en el cuerpo también sana en el alma, lo cual de ley común no se hace sin disposición, la razón de la diversidad de milagros es porque Dios es autor de la naturaleza, y el modo con que obra ese le dio Dios, la cual obra por movimiento, que no puede ser sino es en tiempo, sucediendo uno a otro, como se ve en la producción y obras de la naturaleza, como un hombre que nace niño y poco a poco con el tiempo se hace hombre, lo mesmo es en un árbol y en cualquiera otra cosa. Y para darnos a entender en los milagros, que es autor de la naturaleza, hace algunos poco a poco, procediendo como la naturaleza. Y también para dar a entender que es sobre naturaleza y no está atado a las leyes della, hace milagros en un punto, como es la resurrección de Lázaro y otros semejantes, la cual la naturaleza [546] no puede hacer. Lo mesmo pasa en las cosas espirituales porque, como dice el maestro de las sentencias, no ató Dios su virtud a los sacramentos de tal manera que no pueda justificar sin ellos, pues es sobre los sacramentos, aunque autor dellos.
De lo dicho se entenderá la razón de estar algunas personas en los santuarios teniendo novenas, y otros treintanarios y otros más y menos, como acontece en este santuario de Nuestra Señora de la Cruz, que unos sanan de sus enfermedades a tres días, otros a cuatro, otros a nueve, y otros a más, y otros a menos y otros en llegando; lo cual todo resulta en honra y gloria de Dios, de quien son las maravillas y milagros. Si es según la diversidad de disposición de cada uno, de Dios es la disposición; y ansí a Él se debe la gloria; si es porque se quiere mostrar hacedor de la naturaleza y sobre ella todas las criaturas, cada uno en su modo le alabe y glorifique. Y también acontece que algunos no alcanzan el beneficio que desean y esto porque les conviene mejor la indisposición que tienen, que no su pretensión, como se cuenta del glorioso apóstol S. Pedro: que santa Petronilla su hija estaba tullida en una cama, yendo S. Pedro con unos discípulos suyos a comer le dijo que se levantase y les aderezase la comida, y acabado de comer dijo que se volviese a la cama tullida, y los circunstantes dijeron a S. Pedro que quien daba salud a tantos y libraba de tantas enfermedades por qué consentía que su hija estuviese de aquella manera, y respondió S. Pedro: “Todo lo que decís es verdad, pero a Petronilla le conviene más la enfermedad, que la salud”. Y ansí porque a muchos necesitados y enfermos no les conviene tener salud, no se la da Dios; y, pues lo hace por más bien suyo, deben de estar muy contentos y consolados, tanto como aquellos a quien Dios se la concede, pues lo uno y lo otro es lo que les conviene; y los que van sanos procuren no ofender a Dios porque no les acontezca lo que Cristo dijo al paralítico, que pues iba sano, no pecase, no le aconteciese otra cosa peor que la enfermedad que había pasado. Todos procuren ser devotos de la madre Juana de la Cruz, pues, a los que lo son, hace Dios muchas mercedes en esta vida y en el siglo que esperamos.
Otros muchos milagros y grandezas hay desta sierva de Dios, referirse han en libros que desto se harán en particular.
Vida impresa (5)
Ed. de Ana Morte Acín; fecha de edición: febrero de 2024.
Fuente
- Carrillo, Juan, 1613. Historia de la Tercera Orden de nuestro Seraphico P. S. Francisco, Zaragoza: Juan Lanaja, Volumen 2, pp. 258-325.
Contexto material del impreso Historia de la Tercera Orden de nuestro Seraphico P. S. Francisco.
Criterios de edición
Conforme a los criterios establecidos en el Catálogo para fuentes impresas, se han actualizado generalmente grafías (las sibilantes, el uso de b/v y h), ortografía y puntuación manteniendo aquellos rasgos de la lengua que implican valor fonológico o que caracterizan su léxico, morfología o sintaxis. En las notas se han reproducido los apuntes marginales presentes en la edición que sirve de referencia, y se ha ampliado la información oportuna.
Vida de Juana de la Cruz
[258]
Vida y milagros de la bienaventurada virgen Sor Juana de la Cruz, de la Tercera Orden del Glorioso Padre San Francisco
Prohemio del autor
Así como en las entradas de las famosas ciudades y lugares muy populosos suele haber humilladeros, casas de campo y edificios sumptuosos, los cuales sirven así para la hermosura y adorno de los mismos caminos como para mostrar la magnificencia de las ciudades y pueblos que están cerca, de la misma manera entre las vidas de los santos y personas de santidad y virtud eminentes hay algunas en que se resplandeció tanto la grandeza de Dios, en que se descubrieron tan altamente los tesoros de su bondad infinita, que es menester antes de llegar a ellas señalar algunos como humilladeros donde los entendimientos humanos, que no están hechos a ver cosas tales, se humillen y adoren la omnipotencia de Dios y el admirable artificio suyo en saber y querer enriquecer sus santos. De esto sirven los prohemios que suelen hacer los historiadores que escriben vidas de santos. Pues considerando con la debida atención la que ahora tengo de escribir, de esta milagrosa virgen y santa religiosa, viendo los maravillosos y extraordinarios primores de la divina gracia que se descubren en ella, me pareció necesario para no poner al lector de improviso en tan soberana luz, como verá que procede de los muy resplandecientes rayos de sus heroicas virtudes y de los singulares beneficios y tesoros de su divina gracia que puso el Señor en ella, prevenirle para que se disponga dignamente, con mirar a [259] la fuente original de donde procedieron aquellos resplandores, que es la bondad infinita del muy alto Señor, el cual se precia y tiene por honroso blasón ser maravilloso en sus santos. Sirve también esta humilde y discreta prevención para que los entendimientos de los hombres, que suelen turbarse y deslumbrarse con pequeña luz y se les hace dificultoso de entender todo aquello que sale de la vía común y del ordinario modo de proceder, entiendan que si algunos de los santos salieron de ahí e hicieron cosas tales que ponen en admiración nuestros cortos entendimientos, que no nacieron dellos las tales cosas, sino de la fuente original de todo cuanto hay bueno y santo en el Cielo y en la Tierra a quien se debe la honra y gloria de todo ello, que es Dios Nuestro Señor. Pues la vida de esta gran sierva de Dios es de tal manera prodigiosa que ha causado asombro y admiración a todo el mundo. De mí verdaderamente confieso que cuando la iba escribiendo y notando muchas veces me hacía reparar en si era de carne como los demás hombres mortales, porque siendo así parecía imposible que sobre tan flaco fundamento pudiese subir tan alto y eminente edificio.
Mas luego echaba de ver que el fundamento de todo aquello ni era carne ni tampoco era espíritu humano ni angélico, sino divino y soberano, que es el artífice de todas las cosas grandiosas y el que sabe poner peso en el aire (esto es), que las cosas que son tan flacas como la carne y tan ligeras como el viento, asentadas por la mano de Dios y tocadas con la virtud de su espíritu permanecen firmes y constantes para poder fundar sobre ellas tan eminente alteza de santidad como veremos en esta Iglesia Santa. Finalmente, todo será fácil de entender si, como dije al principio, pusiéramos los ojos en el poder infinito de Dios y en la singular providencia que siempre ha mostrado en querer enriquecer y honrar a sus santos.
La vida de esta santa salió escrita en un libro que sacó de ella el venerable padre fray Antonio Daza, coronista de nuestra sagrada religión, y pareció tan bien en todos estos reinos de España, así por la devoción que comunmente se tenía a la santa como por elegancia y buen espíritu con que salían escritas cosas tan admirables, como eran las que de su santa vida se decían, en breves días se hicieron muchas impresiones de él y andaba ya en manos de todos los que se preciaban de tener alguna centella de [260] devoción y buen espíritu. Mas en breves días también (permitiéndolo así el Señor, para más honra de su sierva) se mandaron recoger todos los dichos libros por la Santa Inquisición. No porque se dudase de la santidad del sujeto, sino por ser cosas tan extraordinarias y raras las que en él se decían, especialmente en materia de revelaciones y éxtasis, que pareció convenía que se notificasen y declarasen algo más para quitar escrúpulos y algunos inconvenientes que pudiera haber para los ignorantes. Estando esto así, el Católico y Cristianísimo rey de España don Felipe III mandó que revisto el dicho libro por personas de toda satisfacción tornase a salir a la luz. [1] Cometiose la revista al señor Obispo don fray Francisco de Sosa, del Supremo Consejo de la Santa Inquisición y con su aprobación y censura salió de nuevo ilustrado con tan ingeniosas y admirables advertencias y prevenciones que con ellas es ahora doblada estimación y preciosidad de lo que antes era. Y aunque ni para la honra de la santa, ni para la verdad de la historia importaba mucho que yo emprendiera de nuevo el referir su vida (pues personas tales, y por sí misma está tan autorizada y calificada) pero para el adorno de esta historia y para singular decoro y hermosura de esta santa orden tercera (cuya profesora fue) era de grandísima importancia. Y así me pareció ponerla entre las demás, fundando la verdad y autoridad de lo que dijere en el dicho libro que salió a luz el año de mil seiscientos y trece impreso en Madrid y en la aprobación y censura de que dije y también en el libro original de la vida y milagros de esta sierva de Dios escrito de mano de una religiosa discípula suya llamada sor María Evangelista, el cual está originalmente guardado en el archivo del convento de Santa Cruz del lugar de Cubas, donde vivió y murió santísimamente esta sierva de Dios. Y aunque algunas cosas pienso referir con más brevedad por no alargar demasiado esta historia, pero no dejaré de decir lo que me pareciere más importante, referiéndome en lo demás al dicho libro y al original del guardado en aquel convento. Las cosas que en esta segunda revista del libro se han advertido o quitado irán ya anotadas en sus propios lugares, o del todo dejadas, de manera que podrá el lector sin algún escrúpulo proceder en esta lectura.
[261]
Cap. I. Del nacimiento, niñez y muestras primeras de santidad de esta sierva de Dios
En el año del Señor de mil cuatrocientos ochenta y uno, en la Sagra de Toledo, en un lugar llamado Azaña, lugar de la Santa Iglesia de Toledo, llamada Santa María, y en el día de Santa Cruz de mayo fue el muy felice y dichoso nacimiento de la bendita sor Juana. No faltaron en él señales y pronósticos de santidad admirables, porque primeramente ella vino al mundo por petición de la Reina del Cielo María Sacratísima, [2], que la pidió a su benditísimo hijo para reformación y reparo de una santa casa de religiosas de la Tercera Orden de nuestro padre San Francisco, que está cerca de la villa de Cubas a quinientos pasos de ella, que se llama Santa María de la Cruz. Esta iglesia fue edificada milagrosamente por mandamiento de la Virgen Santísima, la cual para este efecto apareció a una pastorcica de trece años llamada Inés guardando un ganadillo de cerda, muy devota de la Santísima Virgen: porque con ser tan niña rezaba su rosario cada día, ayunaba sus fiestas y la metad [sic] de la Cuaresma, desde que tuvo siete años. Y cuando era de más edad, comulgaba a menudo, y frecuentaba mucho la Iglesia. Pues a esta pastorcica se apareció Nuestra Señora nueve veces, en diferentes días, según lo reveló a la bienaventurada sor Juana el ángel de su guarda y se tiene por común tradición en toda aquella tierra y convento, donde se celebra cada año la fiesta de estos nueve aparecimientos, con grande solemnidad y concurso de muchos pueblos. [3] Y en el mismo lugar donde se apareció la Madre de Dios y puso de su mano una cruz de madera (que hoy día se muestra en dicho convento) se edificó la iglesia con título de Santa María de la Cruz. [4] Y después de algunos años se ajuntaron algunas devotas mujeres y a su costa edificaron un convento junto a la dicha iglesia donde tomó el mismo hábito la patrona Inés. Y andando el tiempo, las otras religiosas la eligieron por su prelada y cabeza. La cual, favorecida de la Virgen Santísima, acabó sus días santamente y con demostración de milagros, de los cuales fue uno [262] tañerse por sí solas las campanas a la hora de su dichosa muerte. Mas andando el tiempo este convento, con estar fundado en tanta santidad, vino muy a menos en razón de esto. Y la Virgen Santísima (so cuya protección estaba) pidió a su benditísimo Hijo Jesucristo enviase al mundo persona tal cual convenía para restaurar aquella quiebra. Y el Señor se lo concedió, prometiendo enviaría persona de singular perfección para este efecto. Y en cumplimiento de esta promesa nació esta sierva del Señor el sobredicho día, mes y año, habiendo pasado ya cuarenta años que acaeció el dicho aparecimiento de la Virgen Santísima. Pues aunque todo lo dicho fue milagroso pronóstico de la santidad a que había de llegar la dicha niña con el discurso del tiempo, también lo fueron otras cosas que en su nacimiento concurrieron, como fue nacer en el lugar de la santa Iglesia de Toledo, llamada Santa María, porque la que había de vivir y morir en la casa de la Santísima Virgen naciese en el lugar de su jurisdicción y señorío y que este se llamase Azaña, pues había Dios de obrar en él por intercesión de su Madre Santísima una hazaña en materia de santidad tan admirable que causase asombro y pasmo en todo el mundo, como lo vemos hoy día.
Sus padres naturales de este pueblo se llamaron Juan Vázquez y Catalina Gutiérrez, cristianos viejos y virtuosos abastecidos de temporales bienes y de muchas virtudes. Apenas hubo nacido (como dicen) cuando ya comenzó a declararse por ella la divina gracia. Porque recién nacida ayunaba los viernes, mamando sola una vez al día y significando ya con aquella tan temprana abstinencia los crecidos ayunos que después haría siendo grande. [5] Y no solo hacía eso, sino que acaecía pasar sin llegar a tomar el pecho por tres días enteros, y aun sin volver en sí. Por lo cual afligida su madre y creyendo que su hija era muerta, suplicó a Nuestra Señora se la resucitase, prometiendo de llevarla con su peso de cera al convento de Santa María de la Cruz. Hecho eso luego, volvió en sí y estuvo buena. Iba creciendo con la edad en gracias y dones espirituales de que el Señor la iba dotando y enjoyando bien como a la que había de ser esposa suya. Siendo de edad de dos años andaba tan descolorida y enferma que llegó a no poder tomar el pecho ni pasar cosa, por lo cual la llevaron a una romería muy devota de san Bartolomé, en el lugar de Añover, y [263] estando en la iglesia mirando a la imagen del glorioso apóstol que estaba en el altar, se rio la niña y pidió luego que le diesen de comer. Desde este punto se halló sana y contaba después, cuando supo hablar, que había visto al apóstol san Bartolomé, que tocándola con su mano la sanó y quitó el mal color de el rostro. Nunca la vieron jugar con los niños de su edad porque, aunque niña en los años, todo lo demás era seso, cordura y discreta ancianidad. Siendo de cuatro años le acaeció que, imbiándola su madre a holgar a las eras por ser tiempo de verano, pasando por una calle se acordó que poco antes había pasado por allí el Santísimo Sacramento a un enfermo, y de tal manera se arrobó con esta consideración que cayó de una jumentilla en que iba sentada. Viola el cura del lugar y, levantándola del suelo sin sentido, la llevó en sus brazos a casa de su agüela, donde estuvo largo rato sin tornar en sí. Y, según dijo ella misma vuelta después en sí, fue llevada en espíritu a un hermosísimo lugar, donde vio muchas señoras a maravilla hermosas y entre ellas una que a su parecer era la Reina de todas, según su resplandor y hermosura.
También vio muchos niños de grande belleza que le dijeron: “¿Qué haces así? Vente con nosotros y adora aquella Señora que es la Madre de Dios”. La bienaventurada niña respondió: “Yo no sé qué tengo de hacer, mas rezaré la Ave María”, y puestas en tierra las rodillas, la rezó. Y luego vio a su lado al ángel de su guarda, que la enseñó muchas cosas. [6] Y al fin de una larga plática que con él tuvo, le rogó la llevase a casa de su agüela. Y cuando volvió del rapto, contó por orden todas las cosas que había visto. En este mismo año, estando la bendita niña a la puerta de la casa de su padre, pasando por allí el Santísimo Sacramento para un enfermo le adoró y vio sobre el cáliz a Nuestro Señor Jesús Cristo en forma de niño muy resplandeciente y hermoso. [7] Otro día de la Purificación de Nuestro Señor, oyendo misa, al tiempo que el sacerdote acabó de consagrar la hostia, la vio muy clara y resplandeciente y en medio della a Nuestro Señor Jesuchristo, y alrededor de él muchos ángeles, de lo cual la humilde virgen no hizo mucho caso por entonces, creyendo que el ver aquello era común a todos, ni podía caber en su pensamiento que tales cosas se obrasen por ella, hasta que el Señor se lo declaró (como se verá adelante). En este tiempo y siendo de edad de 7 años, sucedió la muerte de su madre, hallándose presente su bianeventurada hija, que no poco la ayudó para [264] ser dichosa su muerte. Diole su bendición y con mucho amor se despidió de ella.
Cap. II. De los deseos que tenía de ser religiosa y de las penitencias que en la tierna edad hacía
Era tan inclinada la graciosa niña a todo lo que con apariencia de más santidad se le representaba que, cual suele llevar el próspero viento a la navecilla que está en el mar tendidas las velas, así era ligerísimamente llevada y, como se le asentaban los pies, de los afectos de su voluntad, en cosa alguna de la Tierra, de aquí es que corría con increíble presteza a las cosas del Cielo: entre las cuales muy particularmente la incitaba el divino espíritu a la religión de aquel santo convento de Santa María de la Cruz de Cubas (del cual quería la Virgen Santísima que fuese reformadora). Había dejado su madre cuando murió muy encargado que la llevasen a aquella santa casa con otro tanto peso de cera en cumplimiento de una promesa que había hecho. Y acordándose de esto la bendita niña, decía entre sí misma: “Qué necesidad hay de que me lleven a aquella santa casa, mejor será que yo me vaya y me quedé allí religiosa”. Comunicaba sus deseos con una tía suya que en este mismo tiempo tomó el hábito en un convento que se llama Santo Domingo el Real de Toledo, la cual después de profesa creció tanto en santidad que tuvo muchas revelaciones del Cielo. [8] Y entre otras tuvo una de que aquella sobrina suya había de ser grande santa. Por lo cual deseaba tenerla en su convento religiosa y lo trató con la priora y monjas de él, las cuales ofrecieron recibirla sin dote, por la buena noticia que tenían de ella. Mas su padre y parientes no vinieron en ello, por lo mucho que la amaban. La tía, muy deseosa de que tuviese efecto, dio orden con la agüela de la niña, en cuya casa se criaba, de hurtarla y traerla a su monasterio. Mas como Dios la crió para el de Santa María de la Cruz, deshizo todas sus diligencias y la niña determinó de no tomar el hábito donde tuviese parienta, por parecerla que era poca perfección y llevaba algo de carne y sangre. [9] Tan discretos eran [265] ya sus pensamientos (aunque niña), y tan enamorada como esto estaba ya de Dios su alma y tan deseosa de servirle y amarle.
Poco después pareció a su padre llevarla (para que estuviese más guardada) a la casa de otros parientes suyos, que la pedían y deseaban en el mismo lugar de Azaña. Y puesta allí le dieron el cuidado y gobierno de toda la casa, para divertirla con aquello (si pudieran) de los pensamientos que tenía de ser monja. Aquí comenzó el Señor a descubrir sus virtudes y ella, como precioso nardo, dar de sí maravillosa fragancia. Porque todos los días de precepto ayunaba a pan y agua y aun pasaba algunas veces sin comer los dos y tres días enteros. [10] Llevaba cilicios junto a las carnes, azotábase con cadenas de hierro hasta derramar sangre y lo más de todo esto es que nunca la oyeron palabra ociosa. Cuando andaba por la casa o hacía labor se pellizcaba los brazos por sentir dolor y se repelaba los cabellos para el mismo efecto. Y en medio de todo esto, sentía de sí tan bajamente que se tenía por indigna del pan que comía y de la tierra que pisaba. [11] Fuera de aquel cilicio de cerdas que le lastimaba el cuerpo por mil partes, traía cadenas a raíz de las carnes y, aunque fuese en tiempo de invierno cuando las noches son frías y largas después de acostadas las criadas, se levantaba ella y desnuda se quedaba con el cilicio. Y de esta manera pasaba toda la noche en oración hasta que al amanecer, con mucho silencio, y como si tal no hubiera hecho, se volvía a la cama. Mas una vez, viendo las criadas que faltaba de la cama, dieron aviso a su tía. La cual, angustiada y deseosa de saber lo que hacía, mandó a una criada que secretamente la siguiese cuando se levantaba y viese lo que hacía. Y la noche siguiente la siguió y vio que se quedaba dentro del mismo aposento y, puesta de rodillas cubierta con una estera o cilicio, la oyó sollozar delante de una imagen con muchas lágrimas. [12] Disimuló la dicha criada por entonces y a la mañana dijo a su señora cuán santa era su sobrina y los pasos en que andaba. Esto sintió mucho la santa doncella. Y viendo que sus trazas eran descubiertas, buscó otras para poder hacer sus ejercicios, sin ser vista ni entendida. Luego como entró la virgen en casa de sus tíos, entrando en un aposento vio junto a una imagen de Nuestra Señora una muy hermosa fuente y dos serafines con sendas jarras en las manos, que no hacían otro sino sacar agua de la fuente [266] y muy apriesa hinchir y verter las jarras, los cuales miraban con atención a sor Juana y mirándola se reían y mostraban contento aunque no la hablaban. Ella muy gozosa con tan alegre vista deseaba mucho saber qué se hacía tanta agua como sacaban de aquella fuente, porque nunca vio donde la echaban, ni lo supo hasta que muchos años después el ángel de su guarda la dijo que aquella fuente era milagrosa y el agua que los serafines sacaban representaba la gracia del Espíritu Santo que copiosa y abundantemente infundía en su alma. Un viernes santo por la mañana, habiendo gastado buena parte de ella y de la noche (como otra Magdalena en sus lágrimas) a los pies de Christo, contemplando su Pasión, se le apareció crucificado con todas las insignias de su Pasión sagrada y las tres Marías muy angustiadas y tristes, y la santa doncella lo estuvo tanto con el sentimiento de esta visión (de la cual gozó no estando arrobada, sino en sus propios sentidos) que de lo mucho que lloró dejó regado el lugar donde estaba, y su rostro quedó tan desfigurado que, cuando lo vieron sus tíos, espantados de la súbita mudanza que vieron en ella procuraron que comiese alguna cosa. Mas, como su mal no era de eso, ella misma los consoló diciéndoles que no la obligasen a quebrantar el ayuno en aquel día, que les aseguraba que muy presto estaría buena. Otra noche, estando en casa de sus tíos unos caballeros huéspedes, después de haberles dado de cenar y dejando ordenadas todas las cosas de casa, se salió sola a un corral buscando soledad para orar. Y puesta de rodillas en muy profunda oración, vio que se abría el Cielo y bajaba d’él la reina de los ángeles con su dulcísimo hijo en los brazos. [13] La cual, acercándose a ella, la miraba con ojos muy amorosos y mansos, y considerando cuán cerca de sí tenía a Dios y a su sacratísima madre, con muy devotas palabras pedía la favoreciese con su precioso hijo en lo que tanto deseaba como era ser religiosa. Y esto decía con tal afecto de espíritu que, a las voces que daba, sin poderlas detener salieron los de casa a ver lo que era. Y hallaron a la sierva de Dios puestas las manos y de rodillas en tierra hablando con Nuestra Señora. Y después de bien certificados de ello y acabada la visión, echó de ver la santa que le habían visto y de ello recibió mucha pena, temiendo ser descubierta en lo que tanto deseaba ser secreto. En estos tan dichosos y acertados empleos ocupaba [267] su vida, y creciendo en la virtud más que en los años llegó a los catorce de su edad. Sus parientes deseaban que se tratase de la casar y animábales a ello el ver su mucha discreción y hermosura con otras muy buenas partes de que Dios la había dotado, las cuales les parecían muy a propósito para que muchos hombres principales deseasen tenerla por mujer (como de hecho la pedían y deseaban). Mas la santa virgen, que guardaba para solo Dios cuanto bueno tenía y para entregársele a sí misma toda entera, no podía esperar que la hablasen en esa materia, y cuanto más diligencias veía hacer a sus parientes para eso, mayores y con mayor instancia de oraciones y lágrimas las hacía ella suplicando a Dios que no la permitiese enredar con los lazos del mundo, sino que la llevase adonde pudiese cumplir su deseo de ser toda suya. Mereció ser oída del Señor y su petición fue tan bien despachada como ahora se verá.
Cap. III. De como la santa doncella se fue en hábito de hombre al convento de Santa María de la Cruz para ser religiosa
Considerando con la debida atención la inclinación santa y fervientes deseos de ser religiosa que Dios había plantado en su tierno pecho, los cuales, si consultara con el mundo y con la carne y sangre, se los había de estorbar y poner a pleito, estando muy asegurada la bendita doncella de que el estado más seguro y el que a Dios era agradable sería el ser religiosa, determinó de romper con todo los estorbos que podía haber para eso. Y para asegurarse más de que era acertado su deseo, había hecho un oratorio en un lugar muy apartado y solo, que era un palomar antiguo y despoblado, donde sin ser vista sino de solo Dios se daba toda a la oración multiplicando gemidos y derramando lágrimas para que diese cumplimiento a sus santos deseos. Un día de la Semana Santa, después de haberse azotado con cadenas de hierro como solía, estando postrada en tierra delante una Verónica dijo: “Oh mi dulce Jesús, suplicoos Señor que por los méritos de vuestra Pasión merezca ser vuestra [268] esposa y entrar para eso en religión, para entregarme toda a vos, único deseo de mi corazón y amor dulcísimo de mi alma”.
Diciendo esto se mudó la santa Verónica y transformó en el rostro hermosísimo de Nuestro Señor Jesús Cristo tan vivo, a su parecer, como si estuviera en carne pasible y mortal, y ella, viendo a su Redentor, tales fueron sus lágrimas, tales sus ansias y congojas nacidas de inefable amor, que el mismo Señor la consoló prometiendo la traería a la religión y recibiría por su esposa. [14] Mas que de su parte se ayudase ella, haciendo lo que para ello convenía. Dichas estas palabras la santa Verónica se tornó a su ser y la bendita doncella quedó con este favor tan alentada que luego buscó trazas para irse al monasterio de Santa María de la Cruz, adonde el divino espíritu interiormente la llamaba. Y porque en estas cosas no aprovechan los tibios y flacos propósitos sin una buena determinación eficaz que rompa los estorbos, determinó luego en pasar la Pascua de Resurrección irse al dicho monasterio que está dos lenguas de su lugar, y porque para eso convenía ir en hábito de hombre varonil y fuerte, vistiose d’él y, tomando para más disimular una espada debajo de su brazo, salió secretamente de casa de sus tíos y tomó la vía para allá. [15] Bien se puede creer que en esta ocasión el demonio sacaría todo su poder para estorbar esta jornada. Así lo hizo representándole muchos espantos y temores, y la indignación de su padre y parientes, y la indecencia del hábito en que iba para la virtud que profesaba. Esto hizo tal impresión en ella que, combatida de la natural flaqueza y temor, comenzó a temblar con todo el cuerpo de tal manera que cayó en tierra desmayada. Y estando así, oyó por tres veces una voz que la dijo: “Ten esfuerzo, no desmayes, acaba la obra comenzada que Dios te favorecerá”. No vio entonces quién la hablaba hasta que después supo por revelación que había sido el ángel de su guarda. [16]
Con este favor quedó muy alentada, y levantándose de la tierra, prosiguió su camino, y, habiendo andado buena parte d’él, sintió que venía tras sí (aunque algo lejos) un hombre de a caballo. Y llegando más cerca, conoció que era un hidalgo que la pretendía por mujer y sus deudos querían que casara con ella. Turbose mucho cuando le vio, considerándose sola y en aquel lugar, pero el Señor, que la quiso [269] guardar, permitió que no la conociese. Y ella, viéndose libre de aquel peligro, puesta de rodillas en tierra, dio luego allí muchas gracias a Dios y a su santísima Madre la cual se le apareció y le dijo: “Esfuérzate, hija mía, que yo ruego por ti y te pedí a mi hijo para que restaures mi casa de la Cruz”. Quedó con esto la sierva de Dios muy consolada y, prosiguiendo su camino, llegó al santo monasterio donde, habiendo hecho oración en hábito de hombre como iba y adorado la santísima imagen de la Madre de Dios, se apartó a un rincón de la iglesia, y desnudándose aquel vestido, se puso el de mujer que llevaba en un lío. Y levantando los ojos a una imagen de Nuestra Señora de mucha devoción que estaba sobre la puerta seglar del convento (que según se dice es la misma que está ahora), arrollidándose a ella, le dio de nuevo las gracias por haberla librado de tantos peligros y traído a su santa casa. Esta imagen la habló y dijo: “Hija mía, en buena hora seas venida a esta mi casa, entra alegre que bien puedes, pues para ello te crió Dios e yo te torno a dar la superioridad de ella y autoridad para que edifiques y plantes las virtudes y arranques y destruyas los vicios y pecados”. A esto replicó la sencilla doncella diciendo: “Ay señora, que como vengo sola y de esta suerte, temo que no me querrán recibir vuestras siervas”. “Ninguna cosa temas”, dijo la santa imagen, “que mi precioso Hijo que te trajo hará que te reciban”. Con esto la bendita virgen, confortada en el Señor, habló a la abadesa, y dándole cuenta de quién era y de lo que pidía, rogaba la recibiesen en su compañía, pues por gozar de ella dejaba la de su padre y parientes y había venido en hábito tan diferente por no ser conocida. [17] Reprehendiola la abadesa por haberse puesto en tan manifiesto peligro, aunque interiormente estaba admirada y daba al Señor mil gracias porque tal fortaleza y espíritu había puesto en una tierna doncella. Aficionósele tanto, viéndola tan hermosa, tan bien hablada y discreta en las razones que decía, tan compuesta, tan graciosa, que mandó llamar a todas las religiosas para que la viesen y echasen de ver cómo, sin duda, se la traía Dios a su casa para algún grande bien y secreto de su divina providencia. La cual, para que pareciese bien a todas y no dudasen de recibirla, es de creer que la añadiría particular donaire y gracia como lo hizo con Daniel para que pareciese bien a los ojos del rey Baltasar, y con [270] la santa Judith para que de su vista quedase vencido el ánimo de Holofernes. Pues así todas las religiosas de aquel convento quedaron tan admiradas de ver su buena gracia que la preguntaban mil cosas, y ella con tanta discreción respondía a todas, que la tuvieron muy largo rato en sus preguntas. Y aunque con harta vergüenza suya, hubo de tornar a referir sus historias, y lo que le había acaecido en el camino. Tanto la detuvieron en esto que llegó su padre con otros parientes en busca de ella. Y tales palabras le dijo (con la cólera que traía), tan descompuestas y feas que no lo pudieran ser más cuando la hallara en un crimen de mujer perdida. A todo se hacía la sierva de Dios sorda, a las injurias muda, y a las bravezas de su padre, una oveja. Mas cuando oyó que la quería tornar a su casa, con mucha humildad convertida en lágrimas y postrada a sus pies le decía que no la molestase más ni cansasen en persuadirla otra cosa, porque más fácil sería mover los montes y ablandar las peñas que contrastar la firmeza de su propósito. Porque ella estaba ya debajo del amparo de la Virgen Santísima, de cuya casa no pensaba salir en toda su vida. Y cuando intentasen sacarla por fuerza, esperaba en el Señor que la había traído que la defendería. A este mismo tiempo y sazón llegó aquel mancebo que la había encontrado en el camino y prentendía casar con ella, hizo grandes extremos cuando supo su ausencia buscándola por muchas partes, y pidió licencia a su padre y parientes para llevarla consigo a Illescas, donde vivía, y tenerla con su madre muy regalada y servida mientras se componían sus cosas. La sierva de Dios con mucha humildad y entereza satisfizo a estas palabras y alcanzó de sus parientes la dejasen en aquel monasterio de Nuestra Señora, para donde la misma Virgen Santísima con el divino espíritu interiormente la llamaba. Viendo todas estas cosas las religiosas, y la gran fortaleza y perseverancia de la humilde y devotísima doncella, se enternecieron de suerte que, con ser por extremo pobres, dijeron no querían más riqueza que tener aquella perla del Cielo en su casa. Y que la recibirían con poco o mucho, como su padre quisiese. El cual, aplacado y tocado interiormente del poder divino, dijo: “Líbreme Dios, hija mía, de ir contra la voluntad divina; yo te doy mi bendición, da muchas gracias a Dios y él te guíe y te haga toda suya”.
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Cap. IIII. De cómo recibió el hábito y de muchas cosas notables que sucedieron siendo novicia
Habida la bendición y licencia de su padre, y deseando ya las monjas admitirla, llegó a deshora luego el Ministro Provincial, sin cuya licencia no podía ser admitida. Y fue cosa notable que llegase el perlado en aquella sazón y pareció orden del Cielo, porque había muy poco que salió de allí y no le esperaban en muchos días. Supo el caso de lo que pasaba y dio su licencia para que fuese recibida. Vistiéronla el hábito de la religión a tres de mayo, día de la Invención de la Cruz, [18] en el mismo que cumplió los quince años y en el de 1496, hallándose presentes y con muchas lágrimas de devoción su padre con toda la parentela.
Puesta la nueva planta del Cielo en aquel jardín de flores olorosas y plantadas a la corriente de las divinas aguas, comenzó a señalarse entre todas las religiosas así como el sol entre las estrellas. En toda la observancia regular era extremada y señaladamente en la guarda del silencio, pues solo con su maestra y con la prelada lo que precisamente era necesario hablaba. Deseaba tanto agradar a Dios que no solo guardó las cosas que la enseñaban, pero cualquier otra virtud que oyese de otra persona luego sin dilación la ponía por obra. Y así como abeja artificiosa componía su panal de vida espiritual de las mejores y más olorosas flores que en el jardín del Cielo hallaba.
La primera vez que la sierva de Dios comulgó entre las otras monjas le acaeció una cosa que la tuvo muy desconsolada y fue que (permitiéndolo el Señor) no vio aquella vez en la hostia consagrada lo que siempre solía ver en ella, que era a Christo Nuestro Señor, de lo cual quedó tan afligida que se fue luego resuelta en lágrimas a los pies del confesor diciendo su desconsuelo. El cual, con muchas razones, procuró de aconsolarla diciendo que no creyese que por no haber visto al Señor en la hostia consagrada, como solía, había comulgado en pecado mortal, que le aseguraba haber sido particular merced que Dios la había [272] hecho cuando le veía y también lo fue entonces el no mostrársele para mayor aumento del mérito de la fe. Y que él, con haber recibido la sagrada comunión y dicho misa muchísimas veces, en toda su vida había visto con los ojos del cuerpo al Señor en la hostia consagrada, sino solo con los ojos de la fe y con eso estaba muy satisfecho, ni deseaba verle de otra manera hasta estar en la gloria. Con estas y otras razones quedó la simple paloma consolada y dio muchas gracias a Dios, así por haberle visto con los ojos corporales en la hostia consagrada como por habérsele escondido aquella vez para que solo le viese con los del alma. Acabado el año de la probación y admitida con mucha conformidad y contento de todo el convento para la profesión, hízola devotísimamente en el mismo día que el año pasado recibió el hábito, que fue día de Santa Cruz de mayo. Por lo cual y por la devoción entrañable que tenía a la Santa Cruz se llamó desde aquel día sor Juana de la Cruz. Y así su vida en adelante fue una cruz tan espantosa al demonio que, no pudiendo sufrir que una mujer niña y flaca le venciese, así cada día la persiguió de cuantas maneras podía. Algunas veces la azotaba tan rigurosa y cruelmente que las señales de los azotes y golpes que la daban le duraban muchos días con heridas crueles, que unas a otras se alcanzaban. [19] Sucedió una vez que, rogando a Dios por una alma, la azotaron tan cruelemente los demonios y derramaron de su cuerpo tanta sangre que la dejaron por muerta. Llegó a este tiempo el ángel de su guarda, al cual dijo querellándose amorosamente: “Oh, ángel bendito, ¿qué os habéis hecho? ¿Cómo me habéis desamparado? Mirad cual me han tratado los ministros de la divina justicia”. A lo cual respondió el ángel: “No te he dejado yo ni mi Señor Jesuchristo te deja, antes de su parte te digo que ganaste en estas peleas una corona muy esclarecida y yo vengo con la virtud de su nombre a curarte esas llagas”. [20] Hizo sobre ella la señal de la cruz y la sanó. Y el Señor la concedió lo que por aquella alma pedía. ¿Quién podrá declarar lo mucho que padeció de los demonios y la paciencia que tenía en los tormentos? ¿Las penitencias tan extraordinarias que ella hacía y la profundidad y alteza de su humildad con que tan altamente sentía de Dios y tan baja de sí misma? Hallábase tan obligada a hacer a Dios particulares servicios que desde el día que profesó se [273] determinó a padecer por su amor cualquier género de tormento hasta dar la vida por quien dio la suya por ella. Y muchas veces, con el excesivo fervor, decía: “No deseo otra cosa sino verme por el amor del dulcísimo Señor mío degollada, abrasada, hecha polvos y quemada”. Y vuelta a su dulce Jesús, decía: “Señor, dadme penas, tormentos, trabajos y dolores. Mandad a los ángeles del Cielo, a los demonios del Infierno y a todas las criaturas de la Tierra que ejecuten en mí todo su poder, pues todo será corto, para lo que por vos, Dios mío, deseo y debo padecer”. No paraba esto en solos deseos porque comenzó a hacer nueva vida, añadiendo a las acostumbradas penitencias otras nuevas y espantosos rigores. Acaecíale no desayunarse en tres días y hartas veces se pasaban ocho enteros sin comer bocado. En vigilias era muy larga, y en el sueño tan corta que no dormía hasta hora de amanecer y entonces solo lo que para aliviar la cabeza bastaba. Su vestido fue siempre humilde, pobre y remendado, pero sin ningún extremo ni singularidad, aunque en lo interior usaba cilicios de cardas y cadenas junto a las carnes. Para mortificar el gusto, traía muchas veces ajenjos amargos en la boca, en recuerdo de la hiel que gustó el Señor. En la oración empleaba la mayor parte de la noche y del día. Y decía que cuando no era muy fervorosa y acompañada de lágrimas no era merecedora de que Dios la aceptase. Los ratos desocupados gastaba en cosas humildes y del servicio del convento. Cuando lavaba las ollas y platos de la cocina consideraba que eran para que comiesen las siervas de Dios en ellos, y en estos humildes empleos recibía del Señor muy particulares regalos y de su santísima Madre, y así con entrañable gusto servía a las religiosas enfermas, desvelándose en su regalo y servicio. En lo cual la acaecieron cosas muy notables y milagrosas. Un día, siendo cocinera y sacando agua del pozo, quebró un grande barreñón de barro que llevaba en las manos, de lo cual quedó muy confusa y, atribuyéndolo a su flojedad y descuido, derribada en tierra hizo oración a Nuestro Señor. Fue cosa maravillosa que luego los tiestos apartados se ajuntaron, y quedando la pieza sana y entera, sirvió despues dos o tres años en la cocina.
Una religiosa que se halló presente a todo vio por sus ojos el milagro. Y como la sierva de Dios iba creciendo en virtudes cada día, también las religiosas iban conociendo su mucho valor [274] y talento, y así la ocuparon en oficio de sacristana, después de muy probada en la cocina, del cual dio tan buena cuenta que, sin sacarla d’él, la hicieron juntamente tornera y luego, después, portera. Todo lo cual hacía con tanto fervor de espíritu y con tanto celo del servicio de Dios, del decoro de la religión, que padeció en razón de eso muchos trabajos, porque como la veían de poca edad y nueva en la religión, y por otra parte tan cuidadosa de la observancia della, muchas se le atrevían. Mas la mansísima cordera a todas se humillaba y a las que la reñían decía su culpa, rogando al Señor por quien la ultrajaba y perseguía. Parecíale estar en su gloria cuando en los ejercicios más humildes se ocupaba, y en ellos llevaba siempre a su dulcísimo Jesús presente. Y cuando volvía el torno para dar o recibir algun recaudo, le contemplaba como cuna en que al Niño Jesús mecía. Y tal vez aconteció volver el torno con este pensamiento, que vio en él a Dios niño, el cual con alegre y risueño rostro la hablaba y miraba. Otra vez, siendo portera, la apareció el santísimo Niño Jesús. Y así como le vio, extendió sus brazos para recibirle en ellos, pero luego apareció su santisíma Madre y, tomándole en los suyos, se levantó en alto con él acompañada de infinitos ángeles, que con muy dulce armonía le daban música. Mas como la sierva de Dios viese que se iba Madre e Hijo y la dejaban sola, juzgándose por indigna de tan santa compañía, quedó muy triste. Mas consolola luego la Madre del consuelo, y dijo: “No te aflijas, hija, sino vente hacia las higueras de la güerta, que allí nos hallarás”. Contentísima con este favor, y mirando a todas partes, ansiosa de ver lo que su alma deseaba, llegó a la casa del horno cerca de las higueras y vio a Nuestro Señor Jesucristo con su bendita Madre y con muchedumbre de ángeles que la esperaban, y postrada pecho por tierra, adoró a Dios y a su Madre Santísima. Y estuvo grande rato gozando de aquella visión, tan absorta que, aunque la llamaron con la campana, no lo oyó, hasta que la Madre de Dios la dijo: “Anda, hija, haz la obediencia que te han llamado tres veces, y tú nunca lo oíste”. Fuese corriendo a ver quién la buscaba y, habiendo negociado, se volvió derecha a la casilla del horno, donde dejaba su corazón y descanso. Pero como algunas monjas la vieron y notaron la solicitud que llevaba y que el rostro tenía encendido [275] y resplandeciente (del qual salía suavísimo olor), siguiéronla, deseando saber en qué andaba, y sospechando alguna grande cosa, viéronla entrar en la casilla del horno y oyéronla que decía: “Oh, soberana Madre de Dios, ¿tan grande es vuestra misericordia para con esta indigna pecadora?, pues habiéndome yo ido, dejando vuestra santa compañía en tan humilde y pobre lugar, hallo ahora que os estáis en él aguardándome”. Oyeron también las monjas cómo la Virgen respondió: “Hija mía, hallásteme porque me dejaste por la obediencia, que agrada mucho a mi Hijo”.
Cap. V. De un maravilloso rapto de la sierva de Dios, y de sus grandes penitencias
Estaba tan adelgazada y apurada la carne desta santa doncella, y el espíritu tan elevado de todo lo que es pesadumbre y Tierra, que con mucha facilidad gozaba de raptos y éxtasis maravillosos, de los cuales fue muy notable el que diré agora. Siendo de veinte y cuatro años, la vieron las monjas en un rapto tal que ni antes ni después vieron en ella otro semejante. Porque otras veces cuando se elevaba, quedaba con muy grande resplandor en el rostro, pero esta vez quedó como muerta. Los ojos quebrados y hundidos, los labios cárdenos, arpillados los dientes y todos los miembros de su cuerpo descoyuntados y yertos, el rostro tan pálido como si fuera difunta. Las monjas, admiradas con la novedad del caso, deseosas de saber la causa, rogáronla que se las dijese. Mas ella rehusó de hacerlo hasta que, pasado algunos días, se lo mandó el ángel de su guarda. Y así las dijo: “La causa, madres, de haber visto en mí tal novedad, fue que estando mi espíritu en el lugar donde el Señor se suele poner otras veces, vi con apariencia triste al ángel de mi guarda y, preguntándole yo la causa, me dijo que le había el Señor mostrado las grandes persecuciones, fatigas y enfermedades que sobre mí habían de venir y que, habiéndole rogado por mí, le respondió su Divina Majestad que convenía llevarme por este camino y ver lo que en mí tenía. Entonces le tornó a suplicar que por su clemencia me concediese esta gracia de elevarme, y que no fuese con el trabajo que entonces había sido”. Y el Señor se lo otorgó, y así desde entonces todos los raptos fueron muy suaves, y por [276] ser tantos y tan largos, que lo más del día y de la noche estaba elevada, no podía ya hacer oficio, ni seguir el peso de la comunidad como solía. Por lo cual la dieron celda aparte y una religiosa que cuidase della. Pareciole buena ocasión esta para alargarse en ejercicios de penitencias y así lo hizo. Muchas veces la acaeció en la contemplación de los crueles azotes que el Señor padeció en la columna, deseando ella imitarle algo, pidiendo licencia a su Divina Majestad para ello y habida primero para semejantes mortificaciones de la prelada, se cerraba en un aposentillo y desnuda se amarraba a un madero (como columna) que allí tenía, y atándose ella misma con unos cordeles primero los pies y después el cuerpo, dejando libres los brazos, se azotava por todo él con una cadena de hierro. Y por que la cadena mejor la hiriese tenía en el uno extremo della un hierro grueso, tan largo como una tercia. Y tomándole en la mano, se daba con los extremos de la cadena hasta derramar sangre. Estando en este ejercicio, contemplando los azotes del Señor y abriendo sus carnes con aquellos, la apareció el bendito ángel de la guarda, y mandaba cesar diciendo: “Basta, que hasta aquí llegó la voluntad de mi Señor Jesuchristo”. Y el mismo ángel la desató a veces de la columna en que estaba. Otras veces, en aquel mismo lugar, tomaba un guijarro que pesaba siete libras, y de tal manera se daba con él que a los primeros golpes saltaba la sangre, hasta manchar las paredes. Duraba este ejercicio mientras daba de rodillas quince vueltas por aquel aposentillo, en memoria de las quince más principales llagas de Nuestro Señor Jesuchristo.
Una noche hallándose la santa muy afligida y maltratada de los demonios, que con horrendas figuras y deshonestas pretendían inducirla a deseos sensuales, se salió a la güerta y, juntando muchas zarzas (a imitación de nuestro padre san Francisco), desnuda se acostaba sobre ellas. Y luego se entró en una laguna diciendo: “Por que conozcas que eres barro, en este cieno te has de lavar”. Allí estuvo grande rato y antes de volverse a vestir, se azotó con una cadena, que para este efecto tenía. Desde entonces quedó el enemigo tan desengañado de lo poco que podía con ella que nunca más la tentó en aquella materia. Otras mil invenciones sacaba de penitencias, una veces se ceñía por los brazos y por el cuerpo con sogas y esparto, en memoria de las que [277] ataron al Señor en la columna. Otras se ceñía las mismas cadenas con que se azotaba, y por la mayor parte andaba siempre vestida de hierro, como lo prueban los espantosos cilicios de que usó toda su vida: de cerdas, de cardas de hierro y uno de malla con medias mangas hecho a modo de sayo, tan largo que le llegaba a las rodillas. Otro de planchas de hierro, en forma de corazón, que por todas partes la ceñía al cuerpo, y le traía sembrado de cruces y de los pasos de la Pasión, hechos de clavillos muy agudos, aunque de este usaba pocas veces porque con él sin mucha dificultad no podía doblar el cuerpo. Y cuando se inclinaba, se le hincaban las puntas de los clavillos por el cuerpo, lo cual ofrecía a Dios con mucha paciencia. Otras veces se solía arrastrar por el suelo, tirando de una soga que llevaba a la garganta, y azotándose con la cadena decía: “Quien tal hace que tal pague. ¿De qué te quejas cuerpo ruin y miserable, pues tienes a Dios tan ofendido?”. Otras veces, puesta en cruz, andaba con las rodillas desnudas sobre la tierra, hasta derramar sangre dellas. Otras para más dolor ataba en las mismas rodillas unas pedrecitas o tejas. Otras se ponía en cruz, arrimándose a la pared donde tenía hincados unos clavos, y ponía tan fuertemente las manos ensortijadas en ellos que se estaba en cruz una hora sin llegar los pies al suelo. En cierta ocasión, acabando de hacer una grande disciplina, sobre las llagas hechas con las cadenas se puso aquel cilicio de malla (que era el ordinario). Y apenas se vistió el hábito cuando se quedó elevada por seis horas, hasta que, echándola menos las monjas, la hallaron de aquella manera, y que decía cosas maravillosas, en orden al modo con que habían de servir y agradar a Nuestro Señor. Y eran tan llenas de devoción, que encendían y abrasaban en amor de Dios a las que las oían.
Cap. VI. De cómo se desposó la santa con el niño Jesús y de su devoción al Santísimo Sacramento
Han sido tales y tantas las misericordias de Dios hechas a esta sierva suya que en algunos no solo han causado admiración, que es el efecto que deberían hacer en todos, sino también alguna dificultad, y no pequeña, para [278] creerlas. La admiración es muy justa y está en su lugar, porque de ella sale luz para conocer las obras de Dios, según lo dijo David: Mirabilia opera tua & anima mea congnoscet nimis.[21] “Por ser Señor tan admirables tus obras, mi ánima crece en el conocimiento tuyo”; y de ellas, porque la Fe se confirma, la Caridad se enciende para más amar a tan liberal Señor, y la Esperanza se alienta de muchas maneras, esperando que obrará Dios en él lo que obró ya en su prójimo; pero sacar de la grandeza de las mercedes de Dios tibieza para creerlas (por ser grandes) es sentir bajamente de la infinita liberalidad y bondad de Dios, y medirla por la cortedad de su ánimo, triste y escaso. De manera que las mercedes hechas a santa Juana no son menos creíbles por ser grandes, porque si se leen los libros de los santos están llenos de casos maravillosos, donde se muestra haber hecho Dios Nuestro Señor mercedes grandiosas a ladrones y salteadores y a todo género de personas facinerosas (cuando parece que menos lo merecían) por sus secretos juicios y para muestra de su infinita misericordia. ¿Pues qué mucho que haya hecho lo mismo por una sierva suya, escogida desde el vientre de su madre para ser santa? Ni puedo persuadirme yo que los que ahora se espantan sea por la grandeza, porque si della se espantan es señal que no la conocen, sino de la novedad y casos extraordinarios. Y en las cosas humanas tiene esto algún fundamento, pero en las divinas es muy de hombres tibios no advertir en cosas muy grandes que hace Dios muy de ordinario, y admirarse mucho de las extraordinarias, como lo pondera san Agustín: Ut non maiora sed insolita videndo, stuperent, quibus quotidiana vilueruns. [22] “Y caerán sin duda los sobredichos en la cuenta si hicieren esta consideración”. Y es que suelten las riendas al entendimiento y añadan a las mercedes que Dios hizo a esta sierva suya otras mayores, más estupendas y raras, y porque el entendimiento del hombre es corto, haga esto el más subido serafín, y todo junto esto con aquello no llegará ni en grandeza de obra, ni en firmeza de amor, ni en novedad de maravilla a lo que es solo comulgar una vez. Porque esta merced ni puede tener igual, ni el misterio semejanza. Todo esto, y mucho más a este propósito, advierte el señor Obispo Sosa. Y lo he querido referir porque, llegando a tratar de las soberanas misericordias hechas a esta bendita doncella, vaya el lector con esta prevención. [279] Y, aunque es bien que se admire dellas, por grandes e inusitadas, no por eso deje de creerlas, antes de aquello sacará luz para esto.
Pues cuando el liberalísimo Señor quiso dar a su sierva más vivas prendas de su amor, determinó visitarla, no ya por solo ministerio de ángeles (como otras veces) sino por sí mismo, y desposarse con ella, con asistencia de su santísima Madre y muchos ángeles y santas vírgenes, que acompañaban a su celestial Rey y Señor. Pues como la sierva de Dios viese a su dulcísimo esposo (en visión imaginaria y verdadera) al lado de su Madre santísima, puso los ojos en él, y favorecida para ello de la Reina del Cielo, pidiole amorosamente la palabra que en otra sazón le tenía dada de desposarse con ella, lo cual pedía también la Virgen Santísima. [23] Y perseverando con profundísima humildad en esta petición, el clementísimo Señor, movido de los ruegos de su santísima Madre y de los ángeles y vírgenes, que postrados ante su presencia divina rogaban lo mismo, puso Su Majestad en su sierva los ojos de misericordia. Y mirándola con apacible rostro la dijo: “Pláceme de desposarme contigo”. Y extendiendo su poderosa mano, se la dio en señal de desposorio. Con lo cual quedó la bienaventurada virgen tan contenta y consolada (cuanto era razón) de verse del clementísimo Señor tan favorecida.
La devoción que tuvo al Santísimo Sacramento fue superior a todo lo que se puede decir. Porque cuanto hacía antes de comulgar lo guiaba en orden a la santa comunión [24] y lo que después, todo era hacimiento de gracias. Y mientras más gustaba de este divino manjar, más hambre le quedaba d’él, y así todas las veces que podía le recibía. Y cuando por la debida reverencia se detenía, espiritualmente comulgaba. Y esto tan a menudo que toda su vida era una comunión espiritual continuada. Y tanto que, estando una vez arrobada, le dijo el Señor hablando con ella que le agradaban muchos las comuniones espirituales que hacía. [25] Y muy consolada con esto, solía decir muchas veces: “Oh, Señor, qué buena manera de comulgar es esta, sin ser vista ni registrada, sin haber de dar cuenta dello a ninguna criatura humana sino solo a vos, Criador y Señor mío, que me hacéis tanto regalo a mí, la [280] más vil y desechada de cuantas criaturas hay en el mundo. Oh, Pan de Ángeles, oh maravilloso manjar lleno de toda suavidad y dulzura, ¿qué piedad es esta, mi dulce Jesús?”. Esto decía agradeciendo al Señor el comulgarla espiritualmente cada día y cada hora que ella quería.
Pues de las cosas milagrosas que le acaecieron en respecto del Santísimo Sacramento, ¿quién podrá dar razón entera? Confesándose un día mientras se decía la misa conventual, mandola el confesor que fuese a adorar al Santísimo Sacramento. [26] Y llegando a un portal cerca de la iglesia, oyendo tocar a alzar, se hincó de rodillas para adorar desde allí con los ojos del alma al que no podía ver con los del cuerpo. Mas su dulcísimo esposo, que quería ser visto della, ordenó que se abriese la pared a la larga del portal que dividía el convento de la iglesia. [27] Y vio a la hostia consagrada en el altar, y al sacerdote que decía la misa y todas las personas que estaban en la iglesia. Y habiendo adorado con suma devoción, se tornó a ajuntar la pared, quedándose ella de rodillas hasta que cuando el sacerdote alzó la hostia postrera se volvió a abrir otra vez la pared. Y para perpetua memoria deste milagro, quiso el Señor que la última piedra en que se remató la juntura de la pared quedase más blanca que las otras y hendida en tres partes a manera de cruz (como se muestra hoy en día), y cuando se deshizo después aquella pared para hacer la de la iglesia, en la forma que hoy está, la mayor parte desta piedra como reliquia preciosa se puso en el claustro alto como ahora está, cubierta con una rejita de hierro dorada, y allí van las monjas a rezar y tocar sus rosarios. Otra vez siendo cocinera oyó tañer a alzar, y puesta de rodillas de entre los tizones y ollas que estaba, vio el Santísimo Sacramento con haber por medio cuatro o cinco paredes y otros tantos aposentos, y esto le acaeció muchas veces.
Una vez la habló Christo Nuestro Señor en la hostia consagrada prometiéndole la salvación de una monja de su convento, por la cual rogaba. Y estaba ya en la agonía de la muerte.
Un sábado santo estando en su celda, oyó tañer a gloria, y no pudiendo ir a la misa por estar enferma, arrodillándose en la cama para dar gracias a Dios, vio desde allí todo lo que el preste decía en el altar y lo que las monjas decían en el coro, [281] y lo que más es: vio a Christo resucitado y resplandeciente que salía del sepulcro, con muchos ángeles que le daban músicas y cantaban muchos motetes y letras. Otras muchas veces oía de muy lejos del coro todo el oficio divino que se cantaba y daba razón de todo cuanto pasaba, como si estuviera presente a ello.
Una religiosa, buscando otra cosa en la celda de esta santa virgen, vio dentro de un cofrecillo una hostia. Y a este punto volvió ella del rapto en que estaba. Y con mucha agonía, se fue derecha al cofrecillo en que andaba la religiosa y dijo: “Hermana, no toque a esa santa reliquia, porque es el Santísimo Sacramento, que le han traído ahí los ángeles”. Y declarando cómo era, dijo: “Un hombre que por sus pecados se fue al infierno murió con el Santísimo Sacramento en la boca, de la cual se le sacaron los ángeles y le trajeron aquí, mandándome que, pues yo lo había visto, comulgase con la santa hostia y la recibiese por una de las ánimas de purgatorio. [28] Y estando en oración supe que andaba cierta persona en mi cofre, y así quiero luego hacer lo que los ángeles me mandaron”, lo cual hizo con mucha devoción y lágrimas.
Cap. VII. De la familiaridad que tenía con los ángeles y en especial con el de su guarda, y cuán devota era de san Antonio de Padua
Era tan ordinario el trato que esta sierva de Dios tenía con los santos ángeles que conversaba con ellos con la misma llaneza cual suele un amigo con otro. [29] Y desto se le pegó la condición angélica y tal olor a las cosas que tocaba y hábitos que vestía que con ninguno de la Tierra se podía comparar: porque era del Cielo, y así toda sabía a Cielo. Los ángeles que guardaban particulares provincias y reinos la visitaban a menudo y le rogaban alcanzase del Señor que templase tal y tal tempestad que quería enviar sobre la tierra de piedra, granizo o rayos. Decíanla sus nombres y oficios y algunas veces las cosas que sucedían en los reinos y provincias que [282] guardaban, así presentes como las que estaban por venir. Una vez estando con las monjas que querían comulgar, se la arrebataron los ángeles y no la vieron hasta que después de haber comulgado apareció en medio de ellas. Las cuales admiradas y deseosas de saber, la rogaron se las dijese. Y ella para su edificación las dijo: “Hermanas, porque os ocupáis conmigo cuando se ha de tratar solamente con Dios, quiso Su Majestad que los ángeles me llevasen a lo alto, de donde ellos y yo adoramos el Santísimo Sacramento. De allí os vi comulgar a todas y lo mucho que los ángeles de vuestra guarda se alegran con las que comulgan santa y puramente, y lo que mostraban apartarse y querellarse los que veían lo contrario en las que ellos guardaban”.
Por tanto, persuadíalas a que fuesen muy devotas de los ángeles que las guardaban: “Porque no solo nos guardan siempre y acompañan, sino que cuando caemos nos levantan si estamos tibias, en la devoción nos inflaman, en nuestras dudas nos enseñan, en los peligros defienden y en los trabajos nos sustentan y a la hora de nuestra muerte asisten y acompañan nuestras almas y las presentan a Dios, las visitan y consuelan en el purgatorio. Y porque sepáis cuán cierto es esto (dixo la santa) el otro día vi que tañendo la madre vicaria la campanilla de comunidad a que se juntasen todas las religiosas, como no acudieron luego todas, vinieron los ángeles de las que faltaron a hacer la obediencia por ellas”. Otra vez siendo abadesa esta santa virgen, reprehendiendo a dos religiosas mozas en presencia de otras, dijo: “Estando yo poco ha en oración, me mostró el Señor vuestra obediencia y que no quisieses barrer lo que la madre vicaria os mandó, por lo cual perdistes dos coronas que os traían los ángeles de vuestra guarda y, mandándoselo Dios, las dieron a los ángeles custodios de las otras dos que obedecieron mejor que vosotras. Esto me mostró Dios, hijas, y yo lo digo para más confusión y enmienda vuestra y para enseñaros que la campanilla y qualquier otro señal de obediencia es voz de Dios, a quien debemos obedecer si le queremos agradar y servir”.
Con estos ejemplos y otros que contaba a sus monjas, las hacía muy devotas de los ángeles custodios. Y del suyo propio decía grandezas. Decía que era más resplandeciente que el sol y sus vestiduras más blancas que la nieve y que traía alas de singular hermosura y en su sagrada cabeza [283] una diadema preciosísima, sembrada de ricas piedras, y en la frente la señal de la cruz, con esta letra: Confiteantur omnes Angeli, quoniam Christus est Rex Angelorum. En los pechos esta: Spiritus Sancti gratia illuminet sensus, et corda nostra. Y en la manga del brazo derecho la señal de la santa cruz de piedras preciosas, con el siguiente letrero: Ecce Crucens Domini fugite partes adversa. En la del brazo siniestro la misma devisa de la cruz, con los clavos y las demás insignias de la pasión y con esta letra: Dulce lignum, “dulces clavos”. Y en los pies de piedras preciosas este mote: Quam pulchri sunt gresus tui. En las rodillas otro que dice: In nomine Iesu omne genuflectatur. Y más arriba esta letra: Celestium terrestium, et infernorum. Y en las manos suele traer un muy hermoso pendón con las insignias de la Pasión. A este modo publicaba de su ángel tantas cosas esta sierva de Dios que despertó en las monjas gran deseo de saber su nombre, para encomendarse a él. Y así la rogaron supiese cuál era su nombre. Supo que se llamaba Laruel Áureo y se les dijo. [30] Las cuales no solo le tuvieron desde entonces por abogado y patrón, sino que, dejando los apellidos a su linaje y parentela, muchas tomaron por sobrenombre el del ángel san Laruel. Y esta devoción dura hasta hoy en el convento. Mas hase de advertir que no por esto que aquí se dice se ha de entender que los ángeles de su naturaleza sean corpóreos, [31] sino que algunas veces toman cuerpos formados del aire para que puedan ser vistos de los hombres, como lo dice san Thomas. [32] Decía también la santa que este bendito ángel era de los muy privados de Dios y que fue custodio sucesivamente de las almas de algunos santos muy señalados, y que consuela y visita las ánimas del purgatorio y a las personas que están en peligro de muerte.
Preguntó una vez a su santo ángel: “¿Cómo quedaron los buenos ángeles tan hermosos y los malos tan obstinados y feos y con tanta sed de hacer pecar a los hombres?”. “Muchas cosas has preguntado”, dijo el ángel, “mas a todas te responderé, porque lo quiere Dios”. Y así declaró a la santa tan altos y profundos misterios y la resolución de casi todas las cuestiones y subtilezas que tratan los teólogos en la materia de Angelis. Las cuales no me detengo en contar, por no alargar la historia. También la dijo el ángel que nueve veces arreo se había aparecido la Virgen nuestra Señora en aquella santa casa, los primeros días [284] de marzo. Y que en el último de estos aparecimientos puso con su mano la cruz, señalando con ella el sitio donde quería le edificasen la iglesia, que es en medio de la capilla mayor, en el mismo lugar donde está ahora puesta una cruz, en memoria de la que puso por su mano la Reina del Cielo. El mismo ángel consoló a la santa en muchas persecuciones y enfermedades que padeció, que fueron increíbles, hasta llegar a confesarse con él, no sacramentalmente, sino por vía de consulta y de consuelo.
Y una vez entre otras le dijo: “Un escrúpulo me atormenta grandemente y es saber si las tentaciones son pecados”. “Sí, respondió el ángel, cuando son consentidas: mas las que no, antes son meritorias”. A esto replicó: “Señor, entre las que me combaten más, tengo por gran tentación parecerme que siento demasiado los testimonios que me levantan”. “No hay que temer en eso”, dijo el ángel, “antes es justo que sientas la pérdida de tu fama, siquiera por la de Dios, a quien ofenden los que te infaman”. “Ay Señor”, dijo ella, “que pienso llegar a ser extremo el que tengo en sentir mis afrentas, porque estoy tal viendo cual me han tratado que, aunque nunca lo digo sino a tu hermosura (que así llamaba a su ángel por la extremada hermosura que tenía), no puedo desechar la pena que me causa y el pensar si por ello estoy aborrecida de los perlados de mi orden, y si por esta causa perderé después de muerte las misas y sufragios que esperaba dellos”. [33] Diciendo esto derramaba muchas lágrimas, y deseándola consolar la dijo el ángel: “Sosiégate, alma bendita, no pienses que por ser reprehendida de tus perlados eres aborrecida dellos, antes por este camino se labra tu corona y es purificada tu alma, la cual está siempre como la santa escriptura dice, en tus manos”. “No quisiera yo (replicó ella) que mi alma estuviera en tan ruines manos como son las mías, sino en las de Dios, que como soy tan mala y pecadora temo mucho el perderla. Ay, ángel santo, cuán grandes son mis pecados, ¿qué será de mí si Dios por su misericordia no hace como quien es? Rogádselo vos, guardador mío, no se pierda esta alma que está por vuestra cuenta. Dalda buena desta ovejuela vuestra, no se la llevo el lobo. Salvador bendito, consolador de almas, consolad la mía, que estoy muy desconsolada y afligida, aunque mi mayor aflicción es pensar, que por ser tan pecadora padezco estas persecuciones y trabajos, y por eso el Señor permite que me [285] fatigue tanto el Demonio”. “No seas ingrata al Señor”, dijo el ángel, que las persecuciones que padeces mercedes son que Dios te hace: y bien sabes tú que ha mucho tiempo que te dije que Satanás había pedido licencia para perseguirte y tentarte, como hizo el santo Job. Confía en Jesúchristo y en la virtud de su cruz, que, aunque el cuerpo padezca, el alma se salvará”. Estas y otras muy familiares y espirituales razones pasó la sierva de Dios con su santo ángel. Después de las cuales le dijo: “Gracias doy a mi Dios y a vos, santo ángel mío, que así me habéis consolado con vuestras santas razones, pero deseo ahora me digáis: ¿cómo siendo yo tan gran pecadora os veo tantas veces y gozo tan amenudo de la dulce presencia de mi Señor Jesúchristo y de su Santísima Madre?”. Es gracia suya”, dijo el ángel, “que la comunica Dios a quien quiere, de la cual le darás estrecha cuenta”. “Bien sabe su divina Majestad (dijo ella) que nunca se la pedí, ni visiones, ni aparecimientos: porque como tan miserable pecadora no lo merezco. Y así conozco que solo por ser quien es me hace estas mercedes”. “Agradéceselas mucho”, dijo el ángel, “y mira que otras personas sin gozar de este favor son mejores que tú, y esto ten siempre en tu memoria. Y que para mayor bien tuyo y librarte de la vanagloria ha permitido Dios que seas perseguida y atropellada de las gentes y andes en lenguas de tantos”. A la fama de estas cosas acudían a ella tantas gentes necesitadas de consuelo que muchas veces se hallaban a la puerta del convento cien personas juntas y a todas oía y trataba sus necesidades con el santo ángel. Y aprendía tan bien las respuestas que la daba que, con ser muchas y de muchas maneras, ninguna se la olvidaba. A una persona que la rogó supiese de su ángel qué haría para agradar al Señor, respondió: “Paz, oración y silencio son tres cosas que agradan mucho a Dios”. A otra persona que deseaba saber lo mismo, respondió: “Llora con los que lloran, ríe con los que ríen y calla con los que hablan”. Otra persona necesitada de salud y de consuelo, y aun de consejo, se lo vino a pedir para que de su ángel lo alcanzase. El cual la dio esta respuesta: “Di a esa persona afligida que ponga por cielo en su cama a Christo crucificado y por cortinas las insignias de la pasión y ofrezca a Dios sus dolores”. Otras muchas y muy notables respuestas la dio el ángel, de las cuales dejo algunas por no alargarme.
[286] Tuvo también especial devoción y familiaridad con san Antonio de Padua, del cual fue siempre muy favorecida y regalada. [34] Una vez estando en oración, pidiendo para sí y para otras almas la misericordia del Muy Alto, la apareció el santo y dijo: “Hija, quien tanto agrada a su dulcísimo esposo, como tú, mucho le ha de pedir”. Y la santa contemplando aquel dulcísimo niño Jesús que san Antonio traía en su mano, le comenzó a decir tales dulzuras que se detuvo en ello gran rato, hasta que el mismo santo la dijo: “Vuelve, hija mía, la cara y duélete de tus hermanas y de sus necesidades”. Y volviendo el rostro vio cabe sí dos almas muy necesitadas y rogó al dulcísimo niño Jesús por ellas diciendo: “Señor mío, de estos santísimos pies no me levantaré hasta que las hagas la merced”. La cual otorgó luego el piadosísimo Señor y, dándole gracias por haberlas perdonado, extendió san Antonio sobre ella la mano; dándola su bendición dijo: “Aquí descansa en su esposa este divino Jesús, verdadero esposo de las almas”. Duró este rapto largo tiempo y volvió la bienaventurada santa d’él con tanta alegría y resplandor en su rostro, que causó admiración a las religiosas que la vieron. Otra vez, acabando de hacer cierta obra de caridad en una religiosa de su casa quedó con algún desconsuelo, por verla con otras necesidades del alma. Y creciendo en ella esta fatiga, porque la necesidad crecía también, con un gran sospiro llamó a san Antonio de Padua, diciendo: “Oh, mi padre san Antonio, ayudadme ahora con Dios para que libre a esta mi hermana”. Luego al punto se le apareció el glorioso santo y dijo: “Esposa amada de mi Señor Jesuchristo ¿qué me pides? Que sin duda lo alcanzarás”. Ella respondió con humildad profunda: “Yo me hallo tan indigna que no me atrevo a parecer ante mi dulcísimo Jesús, menos que tal intercesión como la vuestra”. Entonces el santo le echó su bendición con su bendita mano y el niño Jesús, que tenía en la otra, con amoroso semblante la dijo: “Yo te ayudaré en tus necesidades y lo que ahora me pides para tu hermana, ya te es concedido, la cual dentro de un mes pasará de esta vida a la eterna, perdonándola muchos años del purgatorio por tu intercesión”. Dadas al soberano Señor muchas gracias por tan inefable merced como la hacía se fue a la religiosa y la dijo lo que había pasado y ella con grande aparejo [287] esperó la hora de su muerte, que puntualmente sucedió cuando le fue revelado.
Cap. VIII. De cómo la sierva de Dios fue electa abadesa y de un muerto que resucitó
Como las religiosas sabían la rara santidad de sor Juana y junto con eso su buen talento y singular prudencia, deseaban tenerla por perlada. Mas los prelados, atendiendo a que era muy moza, pues tenía poco más de veinte y cinco años, rehusaban el admitirla para perlada. Mas ya que en esta ocasión no pudieron las monjas hacer lo que deseaban, en otra siguiente en que vacaba el oficio de abadesa y tenía ya cumplidos veinte y ocho años suplicaron a Dios con instancia pusiese en aquel oficio a su sierva. Oyolas el Señor y, llegando el provincial a hacer elección y considerando la mucha santidad de sor Juana, tuvo escrúpulo de haberla estorbado otra vez, cuando las monjas la quisieron elegir. Solo reparaba en que no podía cumplir con las obligaciones de su oficio porque lo más de el tiempo estaba elevada. Estando dudoso el provincial y combatido destos pensamientos, fue hecha la mano del Señor sobre su sierva y, estando elevada, dijo tales razones que dellas echó de ver el provincial que era la voluntad de Dios que fuese abadesa. Luego entró en la elección y todas las monjas dieron sus votos a sor Juana, sin faltar alguno. Y confirmándola el perlado dijo: “Yo, señoras, no la hago abadesa, sino la voluntad de Dios, que quiere que lo sea”. Ellas no cabían de contento por verse súbditas de tan bendita perlada, la cual en diez y siete años continuos que lo fue hizo cosas importantísimas en el servicio de Dios y aumento del monasterio, el cual estaba tan pobre y necesitado cuando le comenzó a gobernar que solo tenía unas terrecillas donde sembraban una miseria de trigo y nueve reales de renta cada año. [35] Mas luego quiso Dios, por los méritos de su sierva, que creciese y se aumentase el convento, así en lo temporal como en lo espiritual y que se echase de ver que no contradice, antes se concierta muy bien, la rara santidad con el buen acierto en el gobierno. Muchas [288] personas principales y grandes del reino la dieron gruesas limosnas. El cardenal don fray Francisco Ximénez, su gran devoto, se señaló mucho en esto. Y el Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba la dio quinientos mil maravedís de una vez, con que la sierva de Dios hizo un cuarto y dormitorio, el mejor que tiene el convento. Para el culto divino hizo muchos ornamentos, vasos de oro y plata, y aumentó en la casa cincuenta fanegas de pan de renta y otros tantos mil maravedís en cada un año, señalándose sobre todo en la santidad y buen gobierno del convento. Cuando tuvo la casa reparada, cuanto al edificio y rentas, hizo que las monjas guardasen clausura, que hasta allí no la guardaban ni prometían, sino que salían como otros pobres a pedir limosna por los lugares de la comarca. Con todo esto era tan amada de todas que se tenían por muy dichosas en tener tal perlada. Junto con este amor la tenían tal reverencia y temor, que acaecía cuando enviaba a llamar alguna religiosa venir luego temblando, de suerte que era necesario que la bendita perlada le quitase aquel temor para poder responder. A todos sus capítulos precedían siempre raptos y muy grandes elevaciones, y allí sabía todas las necesidades del convento y de las monjas, públicas y secretas, temporales y espirituales y todas las remediaba y proveía y el ángel de su guarda la decía lo que había de hacer y ordenar.[36] Exhortábala todo lo bueno y reprehendía lo que no era tal. Castigaba con mucha caridad y prudencia, sin disimular culpa alguna, por muy pequeña que fuese. Y para animarlas al servicio del Señor y observancia de su regla, decía muchas cosas de las que el Señor por su misericordia le mostraba. [37]
Estando una religiosa muy enferma en el artículo de la muerte, con grandes ansias por el temor de las penas del purgatorio y del infierno, daba grandísimos gritos y hacía notables extremos. Viéndola así la bendita abadesa, llena de caridad y confianza dijo: “Hija, no temas, confía en mi Señor Jesuchristo que te crió y redimió, y yo de su parte te aseguro que no irás al infierno, ni purgatorio, antes te concederá plenaria remisión de tus pecados”. Dicho esto se fue a comulgar la bendita abadesa y, estando arrobada, expiró la enferma y vio que llevaban a juicio su alma y le tomaban estrechísima cuenta. Viendo [289] esto la santa virgen daba voces a los ángeles diciendo: “Señores, no llevéis esa alma a purgatorio porque he suplicado a mi Señor Jesuchristo que vaya derecha al Cielo”. Luego a los ángeles fue notificado aquello de parte del Soberano Juez, y así se hizo. Donde se ve lo mucho que pueden con Dios las oraciones de los justos.
La rara virtud y celo de la honra de Dios y vida tan excelente muy justo era que el Señor la confirmara con milagros, que suelen ser el sello destas cosas. [38] Entre los cuales merece el primero lugar la resurrección de una niña que, habiéndola traído sus padres por devoción al convento de Santa Cruz, murió allí, siendo abadesa sor Juana de la Cruz, de cuya santidad tuvieron tal confianza sus padres, que creyeron si la daba su bendición, cobraría la vida. Rehusolo, excusándose con palabras y pensamientos de humildad, mas al fin, vencida de la piedad humana, de las lágrimas y ruegos de sus padres, mandó que le trujesen la niña muerta, y tomándola en sus brazos, la puso un crucifixo que traía consigo y, hecha sobre ella la señal de la cruz, la resucitó y volvió a sus padres sana y buena en presencia de ochenta personas que fueron testigos deste milagro. Estaba en Madrid una gran señora, llamada doña Ana Manrique, enferma de dolor de costado y, avisándola del peligro de su vida, [39] cuando este fue mayor, se le apareció la bendita Juana, como constó por el dicho de la enferma y por una carta suya que dice de esta manera: “Yo estoy mucho mejor como vos, madre, sabéis, como la que ha estado conmigo y me ha sanado; bien os vi y conocí cuando me visitasteis al seteno día de mi enfermedad, estando yo desahuciada y con muy grandes congojas; yo os vi subir en mi cama y tocándome las espaldas y el lado donde tenía el dolor, se me quitó luego y, con el gran placer que tuve, porque me alegró mucho vuestra visita, lo dije: ‘No me neguéis madre esta verdad, pues sabéis vos que lo es’”.
Las monjas, entendiendo esto, se lo fueron a preguntar a la humilde abadesa y ella, deseando encubrir el caso, dijo: “No crean, hermanas, todo lo que se dice”. Mas viendo ellas que era público en la corte y que le publicaba la enferma, instaron en que para gloria de Dios contase cómo había sido. Entonces dijo: “No piensen, hermanas, que esa caridad de ir a visitar a nuestra hermana salió de mí, sino de mi santo ángel, que, rogándole yo pidiese a Dios le diese salud, dijo: ‘Mejor será que la [290] vamos a visitar, pues es tu amiga (que para las necesidades son los amigos)’; y, entrando en su aposento, me mandó la tocase en las espaldas y que hiciese sobre ella la señal de la cruz, y el ángel también la dio su bendición, por la cual sanó. Y yo me maravillo mucho que me permitiese Dios me viese a mí y no al ángel”. [40] Dos religiosas enfermas, que la una tenía dos zaratanes y la otra uno en un pecho tan grande como un puño, sanaron encomendándose a su santa abadesa. Y una religiosa muy enferma de calenturas pidió un poco de pan del que había sobrado a la madre y, así como lo metió en la boca, se le quitó la calentura y quedó sana.
Otra religiosa tenía un brazo muy peligroso con una gran llaga y, rogando al ángel de su guarda alcanzase de Nuestro Señor salud para aquella enferma, repondió: “Más mal tiene esa monja del que tú piensas, porque es fuego de san Marcial y tal que no sanará, sino fuere por milagro”; el fuego se comenzó a manifestar en el brazo, ella prosiguió tan de veras su oración que alcanzó de Dios salud para la enferma. A una niña enferma de mal de corazón dio salud haciendo sobre ella la señal de la cruz. Y al confesor del convento, estando enfermo de rabia, sanó santiguándole la comida. Otros muchos milagros hizo semejantes a estos en la cura de los enfermos y en parecer muchas cosas perdidas que se le encomendaron.
Cap. VIIII. De las milagrosas cuentas que nuestro Señor bendijo en el Cielo, a instancia de su sierva
Todas las dificultades que puede haber habido, cerca de estas cuentas de que se tratará ahora, se allanan con advertir al lector de algunas cosas. La primera es que no se pretende aquí, ni el autor de quien arriba dijimos que escribió la vida desta santa quiso dar a entender, que las dichas cuentas, por haber estado en el Cielo, viniesen de allá con especiales indulgencias. Porque, aunque las pudo conceder el Señor que nos las ganó y de quien tiene autoridad el Sumo Pontífice para concederlas, pero llana cosa es que esa autoridad se la tiene dada [291] a él, como a cabeza visible de la Iglesia, y por ese medio quiere Su Majestad que se concedan todas.
Lo segundo se ha de advertir que la razón porque las dichas cuentas son en todo el mundo tan estimadas, y es razón que lo sean, [41] no es por las dichas indulgencias, que cuanto a eso muchas hay concedidas por los Sumos Pontífices, y cada día se conceden en las cuales hallamos todo lo que se puede desear para en razón de indulgencias. La causa, pues, porque deben preciarse como muy preciosas las dichas cuentas es por haber sido llevadas al divino consistorio de la gloria celestial por ministerio de el ángel de guarda de la bendita sor Juana de la Cruz y haber el mismo Dios en el trono de su gloria echado su bendición sobre ellas, de cuya bendición y contacto salieron tan maravillosamente dotadas de tantas virtudes y gracias cuanto se echa de ver en los efectos milagrosos que proceden dellas. Ni debe parecer esto ser cosa inaudita y nunca vista, como algunos han querido afirmar, que es el haber llevado el ángel y bajado de allá benditas las dichas cuentas (como consta por testimonio de un convento de religiosas entero, y por tantos milagros como en confirmación desta verdad consta haber Dios hecho), porque no es caso sin ejemplo, antes hay muchas cosas que se veneran entre los christianos por haber descendido del Cielo y por ministerio de ángeles. [42] Y dejadas aparte algunas de que se trata la Sagrada Escritura, como el manná, el alfanje o cuchillo santo, que trajo Jeremías a Judas Machabeo,hay otras muchas, que el pueblo christiano venera: [43] como la cruz de los ángeles que se conserva en la santa iglesia de Oviedo y la de Caravaca, y la casulla de san Ildefonso, el pedazo de velo que el mismo santo cortó de la santa Leocadia, la ampolla christalina, donde pareció incluso el milagro de la Eucharistía, que se conserva en Santarén, el hábito que la Virgen Nuestra Señora trajo a san Norberto, de que le vistió cuando había de instituir su religión, y lo mismo acaeció a otros fundadores de religiones. Y celebrando misa el obispo Próculo Mártir Santísimo, levantaron los ángeles el cáliz y le subieron al Cielo y después de dos horas se la bajaron y dijeron: “El Espíritu Santo le consagró, no le tornes tú a consagrar, sino recíbele”, y así lo hizo, admirándose todos los que presentes estaban. Y Nizeforo Calixto escribe en su historia Ecclesiastica lib.19 cap.20 las excelencias del glorioso Amsiloloquio de Itriana y, [292] entre otras cosas, refiere cómo le consagraron los ángeles. Y muy grandes son las historias que afirman haber descendido del Cielo los tres lirios de oro, llamados Flor de Lis, que traen los reyes de Francia por armas, inviándoselos Dios con un ángel por gran favor al rey Clodoveo cuando se convirtió a la fe y de gentil se hizo christiano. [44] Y cuando san Remigio, obispo de Remes, [sic] quiso baptizar al rey, faltando acaso la chrisma la bajó del Cielo una paloma en una redomita o ampolla que traía en el pico, [45] poniéndosela delante de muchas gentes al santo obispo en las manos; desapareció, y ungió luego al rey con la maravillosa chrisma que Dios le enviaba, la cual se guarda en la misma ampolla y se ungen con ella los reyes de Francia el día de su coronación y ha mil y cien años que conserva Dios allí aquel santo liquor. Ni hay mucho que espantarse de estas semejantes maravillas, porque es Dios grande honrador de sus siervos. Todo lo dicho, y mucho más a este propósito, se colige de lo que maravillosamente escribe el doctísimo señor obispo Sola en la aprobación del dicho libro que sale ahora revisto por el Tribunal del Santo Oficio.
Volviendo, pues, al propósito deste capítulo, como las religiosas de aquel santo convento, súbditas de la sierva de Dios sor Juana, la vieron tan favorecida del Cielo, quisieron valerse de la intercesión de su santa madre para que alcanzase del Señor, por medio del ángel de su guarda, que bendijese sus rosarios y les concediese algunas gracias para ellos. [46] La sierva de Dios con su gran caridad (que nunca supo negar cosa de cuantas por Dios le pedían) ofreció procurarlo, y habiéndolo comunicado con el ángel de su guarda, y alcanzado de Dios lo que pedían, dijo a las monjas que para cierto día ajuntasen todas las cuentas y rosarios que tuviesen porque el Señor por su bondad los quería bendecir y mandaba que el ángel los subiese al Cielo, de donde se los traería benditos. No lo dijo a las sordas porque, oyéndolo las monjas, buscaron en su casa y lugares de la comarca, todos los rosarios que pudieron ajuntar, y para el día señalado se los llevaron todos. Y como eran tantos y tan diferentes las cuentas, de aquí nace haber tanta diferencia dellas. La bendita sor Juana, cuando vio juntas las cuentas, mandolas poner todas en una arquilla, que está guardada en el convento con gran veneración, y a una de las monjas más ancianas [293] que la cerrase con llave y la guardase consigo. Hecho esto se puso en oración y, viéndola arrobada, las monjas tuvieron por cierto ser aquella la hora y punto en el que el ángel había subido a bendecir los rosarios al Cielo. [47] Y así llevadas de curiosidad, acudieron a la religiosa que tenía la llave de la arquilla y, abriéndola, vieron que estaba vacía, por donde tuvieron por cierto lo que habían imaginado, y volviéndola a cerrar como estaba se fueron de allí, porque volviendo del rapto no las viese. Y quedaron con gran consuelo aguardando las gracias del Cielo que el ángel les había de traer cuando tornase la sierva de Dios de aquel rapto. [48] Y como volviese d’él, se sintió por todo el convento tan grande fragancia y suavidad de olor que, atraídas d’él, vinieron a preguntar a la santa abadesa la causa de aquella novedad. Presto (dixo): “Hermanas, lo sabréis, y la merced que Dios os ha hecho. Vengan aquí todas y en especial la que tiene la llave de la arquilla”. Fue cosa maravillosa que, con haber poco rato que la habían abierto y hallada vacía, tornándola a abrir ahora la hallaron con los mismos rosarios y cuentas que habían puesto en ella, sin faltar una sola. Porque el ángel que los llevó al Cielo los había ya vuelto benditos y puesto en la misma arquita y, cuando ahora la abrió la monja que guardó la llave, creció tanto el olor que salía della, que se admiraron todas. Y ella dijo que aquella suavidad era la que se había apegado a sus rosarios de haber estado en las sacratísimas manos de Nuestro Señor Jesuchristo, y que no solo les había dado su bendición, sino concedido muchas gracias y virtudes, las cuales iba diciendo y juntamente dando a cada religiosa sus cuentas. Y a estas unas llamaba de los Agnus, porque las había concedido el Señor las gracias que tienen lo Agnus, a otras llamaba contra los demonios por la virtud que tienen de alanzarlos, a otras contra tentaciones y enfermedades, y otras contra otros peligros, conforme a las virtudes que el Señor puso en ellas. Esta grande maravilla sucedió el año de mil quinientos veinte y tres. Quedaron muy consoladas las religiosas y obligadísimas a su bendita Madre, por la misericordia del Cielo que las había alcanzado. Pero, deseando cada una gozar más copiosamente de aquel bien que con sus cuentas tenía y de todas las gracias y virtudes que tenían las otras, rogaron a la abadesa alcanzase de Nuestro Señor que las gracias que estaban repartidas entre todas las concediese [294] generalmente todas a cada una de sus cuentas. La sierva de Dios lo suplicó a Su Majestad y se lo otorgó, advirtiéndolas que por las gracias de aquellas cuentas no despreciasen las que los Sumos Pontífices concediesen en la Tierra.
Las virtudes de estas cuentas son muchas y por experiencia se conoce que la tienen contra demonios, porque los lanzan de los obsesos y confiesan que salen por virtud de estas cuentas y huyen de los que las traen consigo. [49] Tiénenlas también contra el fuego, contra los truenos y rayos, tempestades y tormentas del mar, y contra muchas enfermedades del cuerpo y del alma. Valen contra escrúpulos, tentaciones y espantos de demonios, y esto sacaron de la virtud que les dio el Señor, como consta por los milagros que están comprobados. Todo esto se ha colegido de lo que, debajo juramento, dijeron las monjas ancianas que conocieron y trataron a las compañeras de la misma sierva de Dios, que en sus deposiciones juran habérselo oído contar muchas veces y es pública tradición desde aquellos tiempos hasta estos, que estas cuentas estuvieron en el Cielo y todo lo demás que queda dicho dellas. Y muchas personas de cuenta y grandes perlados de Castilla las tienen en mucha veneración, y las han procurado y tenido en mucho. Una tuvo el rey Filipo Segundo de buena memoria; y Filipo Tercero, legítimo heredero de la fe y la devoción de su padre, y la christianísima reina doña Margarita, mujer suya, las han tenido consigo. [50] Y el Papa Clemente Octavo de gloriosa memoria, antes de ser Pontífice vino a España, con un hermano suyo, auditor de Rota, sobre los negocios del Condado de Puñoenrrostro [51] y fue desde Torrejón de Velasco al convento de la Cruz, donde está el cuerpo de la beata Juana e, informado de la sancta vida y milagros desta virgen y de la verdad de estas cuentas, después de haber dicho misa en la capilla donde está su cuerpo, pidió a sor Juana Evangelista, abadesa que era del convento, una de las dichas cuentas y con mucha devoción la recibió y llevó consigo. Los benditos fray Francisco de Torres y fray Julián de San Agustín, varones apostólicos de tan aprobadas y santas vidas que después de sus muertes hizo Dios por ellos muchos milagros, [52] afirman en sus testimonios que dieron que habían subido al Cielo estas cuentas y que Christo Nuestro Señor las bendijo y concedió [295] muchas virtudes y perdones, y persuadían a los pueblos donde llegaban que tocasen los fieles sus rosarios en las cuentas que llevaban ellos. Y cuando de esta verdad no hubiera tantos y tan calificados testimonios, bastaba el de esta sierva de Dios, y el haberlo ella dicho y aseverado, para persuadirnos que no había de engañar a la Iglesia, publicando virtudes y gracias falsas. Mas lo que bastantemente prueba esta verdad son los milagros que Dios ha hecho en su confirmación, de los cuales diremos algunos en el siguiente capítulo.
Cap. X. De los milagros hechos en virtud de estas cuentas y de las tocadas a ellas
Para que nadie pueda dudar con razón de estas santas cuentas, diré aquí para gloria de Dios algunos de los muchos milagros que el Señor ha obrado por ellas, pues es cosa cierta y llana que nunca Dios hace milagros verdaderos en confirmación de cosas falsas, y los que hace en confirmación de alguna verdad la hacen evidentemente creíble. Y porque los milagros hechos en nuestros días mueven más que los antiguos, serán tan nuevos los que aquí dijere que los testigos, jueces y escribanos ante quien pasaron las informaciones están aun hoy vivos, y las mismas informaciones originales o sus traslados aunténticos, en los archivos del convento de la Cruz.
Doña María Pérez, vecina de Madrid, prestó una cuenta que tenía a Manuel Vázquez, clérigo del mismo lugar, para conjurar con ella una endemoniada y, así como se la pusieron, dijo el demonio que no le echaría de aquel cuerpo la cuenta de Juana. [53] Mas oyendo el clérigo, dijo: “Por la virtud que Dios puso en esta cuenta de la bendita Juana, te mando, demonio, que salgas luego del cuerpo desta mujer”. Y al punto salió y quedó libre la mujer, de lo cual se hizo acto público.
Fray Francisco Castañoso, siendo guardián de Pinto, oyó decir que un clérigo estaba conjurando una endemoniada en la iglesia del mismo lugar, fuese allá y así como le vio la mujer dio un salto de más de treinta pies, huyendo d’él y, preguntada por [296] él de qué se espantaba, respondió: “Porque traes una cuenta”. Y él, dismulándolo, mostró las manos vacías y dijo: “¿No ves que no traigo nada?”. Mas el demonio, dando voces, decía: “Cuenta traes, cuenta traes de aquella Juana de la Cruz”. “¿Qué virtud tienen, que huyes dellas?”, dijo el guardián, y el demonio respondió: “No te lo quiero decir”. Y nunca consintió la mujer le pusiesen esta cuenta, con lo cual se experimentó lo mucho que los demonios las temen. Lo mismo acaeció otra vez a una endemoniada que llevaron al convento de Santa Cruz.
Isabel del Cerro, vecina de la villa de Torrejón de Velasco, tenía tres cuentas destas y, saliendo de oír misa de los Niños de la Doctrina en Madrid, encontró con una endemoniada y, poniéndola sus cuentas, comenzzó luego a trasudar, dando voces y balidos como cabra y salió della el demonio, pero, así como se las quitaron, se tornó luego a endemoniar. Y poniéndola otra vez otra cuenta de un religioso de san Francisco tornó a salir della y, por qué no la volviese más, se la dejó para siempre el religioso.
La dicha Isabel del Cerro, estando en Torrejón, oyó decir que un mancebo que llegó a su casa estaba endemoniado y le llevaban a conjurar a Santo Toribio y, movida de caridad, le puso sus cuentas, y haciendo el demonio grandes extremos, dijo: “Si supieses el tormento que me das tú, me dejarías”. Diciendo esto se fue huyendo del lugar tan apriesa que no le pudieron alcanzar muchos que fueron tras él.
Otra mujer endemoniada llegó a la casa de la dicha Isabel del Cerro tan maltratada que era lástima el verla, pero, tocándola con las cuentas en la boca, cayó como muerta, y se quedó cárdena y cubierta de un gran sudor y el demonio salió della.
El padre fray Pedro de Salazar declaró y depuso con juramento que sabía las dichas cuentas tener virtud contra el fuego, tempestades y rayos y contra las tormentas del mar, por ser esto cosa muy sabida en Castilla y confirmada con muchas experiencias y milagros. Y dijo en su deposición Christóbal del Cerro, vecino de Torrejón, de otro caso.
Contra diversas enfermedades de perlesía, peste, mal de corazzón y otras, hay muchas informaciones hechas en el dicho convento; [297] contra los escrúpulos y tentaciones de la fe, contra desesperaciones y tentaciones de el demonio y contra visiones y espantos de la misma manera. Y de estas informaciones, unas están hechas por comisión del Ilustrísimo de Toledo, otras del Ministro General de nuestra orden. Pues de que no solas las cuentas que subió el ángel al Cielo tengan las dichas virtudes, sino también las tocadas a ellas (como la bendita sor Juana lo dijo a sus monjas), se ve claro, por lo que ahora veremos. El siervo de Dios fray Julián de san Agustín, por quien ha hecho el Señor tantos milagros que pasan de seiscientos los que están comprobados jurídicamente, en noventa y dos informaciones auténticas, hechas con mil y cuatrocientos testigos, primero por autoridad del ordinario y después por especial comisión de su santidad. [54] Este siervo de Dios tenía una cuenta de las originales y tanta devoción con ella que exortaba a todos tocasen sus rosarios a ella, y en esta obra de caridad le sucedieron casos extraordinarios con los demonios, que se lo procuraban estorbar, como lo comprueban los milagros siguientes. Estando el beato padre en las eras del lugar de Villanueva, vino a él una mujer llamada Mari Sanz, rogándole tocase su rosario con la cuenta que tenía en el suyo. Y él dijo: “Levanta primero esa piedra que está ahí cerca”. Probó la mujer por dos veces, mas no pudo porque abrasaba como fuego y se quemaba. Y viendo esto fray Julián, dijo: “No te canses, hija, que no es piedra esa aunque lo parece, sino un demonio, que pretende impedir que se toquen tus cuentas a la de la beata Juana por que no goces de la virtud que Dios puso en ellas”. Otros muchos casos semejantes le sucedieron en el dicho lugar de Villanueva y en el de Camarma, y las piedras desaparecían, en descubriendo el dicho santo lo que eran. Todo lo cual consta de una información hecha por el Ilustrísimo de Toledo. Madalena Escrivano, vecina de Torrejón de Velasco, fue tentada del demonio, que se la aparecía muchas veces y, ofreciéndole una soga, la decía que se ahorcase con ella. Fue Nuestro Señor servido que, poniéndola una cuenta tocada, nunca más el demonio la apareció y quedó libre de aquella tentación. Cierto doctor estaba muy apretado de escrúpulos y pensamientos contra la fe, con que el demonio le acosaba. Y procurando [298] haber una cuenta de las tocadas de la santa, solo con traerla consigo quedó libre y con la misma cuenta lanzó al demonio de un hombre.
Carrillo, clérigo y cantor de la santa Iglesia de Toledo, tenía una cuenta de las tocadas y pensaba él ser de las originales (porque por tal se le habían dado) y, llegando adonde estaba un endemoniado, le dijo el demonio que se apartase d’él porque llevaba una cuenta de sor Juana, que, aunque era de las tocadas, tenía la misma virtud que las otras y le atormentaba mucho con ella. Y con esto el dicho clérigo salió del engaño en que estaba, que, aunque el demonio sea padre de mentiras, no permite el Señor que en tales casos nos engañe. Otros muchos milagrosos acaecimientos están tomados por acto público, de que las dichas cuentas tocadas eran de singular virtud contra los demonios. Allende destos, un ciego cobró vista con el toque de las dichas cuentas y un niño de mal de garrotillo. Y una doncella de cataratas de ambos ojos. Y un hombre desahuciado ya con dolor de costado y calenturas terribles. Y una mujer muy enferma y apasionada de mal de corazón. Y otra de los mismos con desmayos y gota coral. Todos estos, con solo el toque de las dichas cuentas que eran de las tocadas a las originales, cobraban salud. Y lo que más es de notar, que muchos de estos milagros acaecieron en el tiempo que las dichas cuentas eran traídas a cuestión de probanzas y cuando muchos dudaban de la virtud de ellas, que fue desde el año de mil seiscientos y once hasta el de mil seiscientos y trece. Y no solo eran estos milagros en España, sino en otras naciones muy lejos della, como se vio el año de mil seiscientos y doce por la Pascua de Resurrección en la ciudad de Aix en Francia, donde, por permisión divina, había un convento de monjas, de las cuales las veinte y cuatro estaban endemoniadas. [55] Y pasando por allí muchos religiosos graves de España que iban a la celebración del capítulo general de toda la Orden de Nuestro Padre San Francisco, que se había de tener en el convento de Araceli en Roma, algunos de los dichos padres llevaban consigo de las cuentas de la beata Juana de la Cruz y, compadeciéndose de aquella tan grande lástima, el primero día de la santa Pascua de Resurrección fueron adonde las dichas monjas estaban, y con una de [299] las dichas cuentas, puesta primero a la que más furiosa estaba y después sucesivamente a las demás, en presencia de mucha gente que se halló presente a aquel caso, salieron los demonios de los cuerpos de las dichas religiosas, a parecer de los que presentes estaban porque, al punto que las dejaban los demonios, quedaban cansadas y sudando notablemente y hacían la señal de la cruz y se santiguaban. Y las que poco antes huían de la cuenta, la besaban dando muestras de devoción y de estar libres del demonio. Y la que primero estaba libre d’él, ayudaba luego a las otras, para que les pusiesen la cuenta. A lo cual se hallaron presentes muchos padres, y dieron verdadero testimonio dello y juraron ser verdad, como más largamente se refiere en el dicho libro de la santa. Lo sobredicho se confirma con una carta escrita de la propia mano del ilustrísimo cardenal Diestrichstain, arzobispo de Nichillpurg en Alemania, para la señora marquesa de Mondéjar, su hermana, donde con mucha instancia la pide que le envíe una cuenta de la beata sor Juana de la Cruz porque con una dellas que tienen allá en Alemania hace el Señor muchos milagros, de los cuales cuenta algunos. Y la dicha señora marquesa envió la misma carta original en Madrid al Señor obispo de Canaria, don fray Francisco de Sosa, para que se tomase testimonio auténtico de ella, (como se hizo), y está en el convento de santa María de la Cruz.
Cap. XI. De algunas revelaciones que el Señor reveló a su sierva y de la devoción singular que tuvo a la Virgen Santísima
Atendiendo a que el comunicar tan altas revelaciones el Señor a esta sierva suya era en orden al aprovechamiento de muchos, como se lo dijo el ángel de su guarda mandándoselas escribir, me pareció escribir este capítulo de algunas revelaciones suyas, para que, leyéndolas, el pecador se consuele considerando las divinas misericordias que resplandecen en ellas, como se verá en esta que contó a sus monjas de esta manera. “Llevándome mi santo ángel un día de santa Magdalena a visitar [300] la iglesia donde está su santo cuerpo para ganar los perdones allí concedidos, y pasando por cierta ciudad de Castilla, vi en un campo mucha gente alrededor de una hoguera, de entre las llamas de la cual salía una alma más resplandeciente que el sol, con dos ángeles que la llevaban en medio y otro que iba delante con una cruz en la mano, todos caminando muy apriesa para el Cielo. Y díjome mi santo ángel: “Por que veas lo que puede la misericordia de Dios y la gran contrición en un hombre, aquella alma es de un hombre viejo, grandísimo pecador, que estuvo de asiento en un pecado mortal, tan abominable y feo que no solo merecía las llamas de aquella hoguera, sino ser quemado en el infierno. Prendiole la justicia y confesó llanamente su pecado, pidiendo a Dios misericordia y al juez rigurosa justicia, diciendo quería pagar su delito en esta vida. Y aunque la salvara si quisiera, escogió morir y padecer esta pena y afrenta en satisfación de sus culpas. Y así, después de haberle dado el garrote, le quemaron en aquella hoguera, de la cual sale su alma derecha al Cielo, porque sepas que mientras el alma está en el cuerpo, ha lugar la misericordia de Dios, que cabe entre la soga y la garganta del hombre”.
Estando en oración un día, la mostró el Señor que a un ermitaño de santa vida que hacía penitencia en un desierto le pareció el demonio en figura de Christo crucificado y le dijo: [56] “Adórame que soy tu Dios, que por ti me puse en esta cruz y me agrada mucho tu oración y penitencia”. Hízolo el ermitaño y, estándole adorando, arrodillado a los pies de aquel falso crucifijo, llegaron otros muchos demonios diciendo: “Príncipe de tinieblas, vuelve a tu reino infernal, que nos le destruyen los ángeles del crucificado y, pues sabes que se paga de voluntades y que recibe la deste ermitaño, como si adorara al mismo Dios del Cielo, déjate de esas vanas adoraciones y vuelve allá, que es lo que más te importa”. “Quiso Nuestro Señor que oyese esto el ermitaño para alumbrarse por este camino” (dijo la santa) “y que yo os las dijese a vosotras, para que conozcáis las cautelas del enemigo y os guardéis de sus engaños, que son más de los que los hombres piensan”. Sucedió otra vez a esta sierva de Dios, día de santa Lucía, que estando elevada en oración y su espíritu en aquel celestial lugar donde Dios le solía poner, vio (cual otro Esaías) [57] al Señor de los ejércitos sentado [301] en un trono de grandísima majestad y gloria, cercado de infinitos ángeles y santos, que daba premios y mandaba se hiciesen fiestas a la gloriosa santa Lucía, por haber padecido en tal día. Considerando estas cosas y cuán bien premiaba los trabajos padecidos por su amor, la parecía decirle el mismo Señor con voz sonora y fuerte como el ruido de muchas aguas: “No os despidáis vos, hija mía, de recibir otro tanto como ahora doy a esta mi sierva”. Ella con mucha humildad y confianza, después de haberle adorado, dijo: “Inmensas gracias te doy, Señor mío, por tan soberana merced, mas no me hartan, Señor, estos dones, ni satisfacen esas joyas, regocijos, ni fiestas, porque la hambre de mi alma no se puede satisfacer menos que bebiendo de esa fuente de vida; y hasta conseguir eso, no dejaré de importunar a Vuestra Majestad”. Otra vez estando en profundísimo rapto, la vino a visitar su muy particular devota santa Bárbara y, razonando con ella, dijo: “Bien sabéis vos, señora, lo mucho que os desea servir esta indigna sierva vuestra”. [58] “Sí sé, hermana”, respondió santa Bárbara, “y querría también que tú supieses que te amo en el Señor y te tengo por mi singular devota y amiga”. Con esto pusieron fin a su plática las santas vírgines, y apenas fue acabada que le apareció el ánima de un niño que acababa de expirar, rogándola que dijese a su madre que castigase a sus hijos, porque daría rigurosa cuenta al Señor de lo mal que los criaba. [59] “Y yo” (dixo el alma) “doy mil gracias a Su Majestad, por haberme traído a este santo reino en tan tierna edad, que si llegara a ser grande, me condenara por la mala crianza de mi madre. Ella se llama fulana y vive en tal lugar y es mujer de fulano”. Con esto la sierva de Dios la envió a llamar y contó todo lo que pasaba, con tales señas que no lo pudo poner en duda y hizo lo que tan santamente la aconsejaba.
Todos los años desde el día que se fundó el convento de la Cruz, se celebra en él el aparecimiento de la Reina de los ángeles los primeros nueve días de marzo, en los cuales apareció la Santísima Virgen (como queda dicho), y cada año, en estos nueve días a la hora de maitines, veía la sierva de Dios una solemnísima procesión en que venía la Madre de Dios con muchos ángeles y santos y las almas de muchas monjas de aquella casa y de otras personas difuntas que estaban en la gloria y habían sido devotas del Santo Aparecimiento, y también las que estaban [302] en purgatorio, que las sacaba la Virgen de penas en esta santa fiesta. Y antes de entrar en el convento daba una vuelta alrededor, echando su bendición a los campos en contorno del convento, en el cual entraba luego e iba derecha al dormitorio de las monjas, donde estaban recogidas, unas en oración y otras durmiendo, y a todas las bendecía con palabras de grandísima caridad y hablaba con sus ángeles custodios y ellos la representaban las oraciones y buenos deseos con que se habían de aparejar para celebrar la fiesta de su Santo Aparecimiento. [60] Y decía nuestra Señora: “Estad constantes en los trabajos, que así se ganan las coronas”. Otras veces mandaba a sus ángeles custodios que las pusiesen guirnaldas de rosas en sus cabezas, aunque ellas no lo veían ni entendían, y otras veces las reprehendía con palabras dulcísimas. Desde aquí se iba al coro con todo aquel acompañamiento celestial y asistía a los maitines, y la bienaventurada sor Juana, en espíritu, se hallaba presente a todo y andaba la procesión. A la mañana, a la hora de misa mayor, que volvía en sus sentidos, se iba al coro, donde oía los oficios divinos y sermón y veía la procesión y, a este punto, se solía elevar y en la elevación veía lo que está dicho. Y después, vuelta en sí, lo contaba a sus monjas.
Había en este santo monasterio una imagen muy antigua de milagros, en quien las monjas tenían mucha devoción, y la traían en procesión el día del Santo Aparecimiento. Mas porque ya estaba muy vieja y deslustrada, la hicieron el rostro y cabeza de nuevo. Y porque la sierva de Dios la viese, que estaba enferma en la cama, se la llevaron a la celda, donde por su consuelo se la dejaron sobre un altar. Y aquella misma noche, estando la santa en oración, vio en visión imaginaria a la Reina de los ángeles, que estaba junto a la imagen, a quien la sierva de Dios suplicó concediese algún favor a su imagen. Y la noche siguiente a hora de maitines, vio cómo Christo Nuestro Señor se apareció y bendijo la dicha imagen, la cual desde entonces es muy venerada por la tradición de este milagro. Lo cual hizo el Señor en confirmación de la verdad de el uso antiguo de las santas imágenes y en confusión de los herejes que las contradicen.
Hallose en esta sierva de Dios lo que todos los santos enseñan ser singular medio para la perfección, esto es, la devoción de [303] la sacratísima Virgen Nuestra Señora. Fuela tan devota esta humilde sierva suya que, desde muy niña, la rezaba el rosario y, por no tenerle de cuentas, lo hacía de cordel, con ñudos por pater nostres y avemarías, y así como crecía en edad, iba creciendo en devoción. Y cuando llegaban las fiestas de la Madre de Dios, a los ejercicios de penitencias ordinarias añadía otros extraordinarios, con que se disponía a celebrarlas dignamente. Por lo cual fueron grandes las mercedes que Dios la hizo en tales días y admirables los raptos, en los cuales publicaba y decía maravillosas alabanzas de su reina. Estando en contemplación un día de la Anunciación de mil quinientos y ocho, contemplando aquella maravillosa obra de la Encarnación que aquel día representaba la Iglesia y aquella tan profunda humildad de la purísima Virgen cuando dio su consentimiento, dijo que le fueron en aquella hora revelados muchos misterios y que mereció más en aquella hora obedeciendo la voluntad de Dios y dando crédito a las palabras del ángel que merecieron todos los ángeles cuando dieron a Dios la obediencia, y más que todos los mártires en sus martirios y que todos los confesores y vírgines, en cuantas penitencias hicieron y en la virginal limpieza que guardaron. Otro día de la Presentación de Nuestro Señor del siguiente año, estando en un rapto que la duró muchas horas dijo otra verdad certísima, [61] y es que desde el punto que fue concebida la Reina del Cielo en el vientre de santa Ana, tuvo perfecto uso de razón y muy grande amor y conocimiento de Dios, en que fue siempre creciendo y en todas las virtudes, hasta llegar a ser entre las criaturas la más perfecta y santa de cuantas hubo ni habrá jamás en el Cielo ni en la Tierra. En otro rapto dijo que, cuando Nuestro Señor salió del sepulcro, apareció primero que a nadie a su Madre Santísima, por ser ella la que más había sentido su muerte y Pasión, y en quien más viva estaba la esperanza de la resurrección. En el día de la Purísima Concepción de la Virgen Santísima era inefable la devoción que mostraba, y después de muy largos raptos, hacía dulcísimas pláticas a las monjas en alabanzas de su Señora y declaraba profundamente lugares de la Sagrada Escriptura que trataban della. [62] Trujéronla un día una niña de teta muy enferma, para que la diese su bendición, y viéndola, supo por revelación que estaba endemoniada. Y dijo la santa a las monjas [304] con gran sentimiento: “Grande es la alteza de los secretos de Dios. ¿Que sea posible que el demonio tenga poder para atormentar esta niña, que no ha más de siete meses que nació? Ruégoos hermanas, que la encomendemos a Dios”. [63] Hizo sobre ella la señal de la cruz, y quedó libre de aquel espíritu malo, que la atormentaba. Sucediola muchas veces estando en oración, que veía presentes todas aquellas personas por quien rogaba, aunque estuviesen muy lejos y todas sus necesidades. Y su ángel custodio la dijo un día que con tanto afecto de amor podía una persona sentir y llorar la Pasión del Señor, que le fuese tan acepto sacrificio como si derramase toda su sangre y padeciese grandes tormentos por su amor. Tanto como esto agrada a Dios la memoria de su sagrada Pasión. “Estas cosas y otras muchas” (decía la sierva de Dios a sus monjas) “me muestra mi santo ángel, para mi aprovechamiento, y para el vuestro os las digo. Y que me ha hecho el Señor tanta merced, que ha dado tanta luz y claridad en ellas, que certerísimamente conozco ser suyas y, por tan verdaderas y ciertas, que así lo juraría si me obligasen a ello. Aunque por no haber tenido mi alma tanta claridad y certeza al principio, no recibía tanto consuelo como ahora, por lo cual da esta miserable pecadora infinitas gracias a su Dios”.
Cap. XII. De las maravillosas cosas que dijo la sierva de Dios estando elevada y del don de lenguas que el Señor la comunicó
Como toda la virtud desta bendita virgen estaba sobre el fundamento firme de la santa humildad, fundado de aquí es que todo lo que era dar muestras exteriores de los beneficios que el Señor la hacía grandemente la atormentaba. Y si algunas veces las daba, diciendo lo que en las elevaciones y raptos le acaecía, era compelida de la caridad, y por saber que era la voluntad del Señor que lo hiciese. El cual ordenó que estuviese muchos días y meses muda privada de la habla, de tal manera que, si no era el rato que estaba en éxtasis (cuando se vio cumplida la palabra del Señor en el Evangelio, [64] que no era ella la que [305] hablaba, sino el espíritu de su Padre Celestial que hablaba por ella), fuera de eso, ni hablaba ni aun podía hablar palabra. En todo este tiempo de su mudez predicaba diciendo altísimas cosas y declaraba lugares difíciles de la Escritura, no sin grande admiración de los que la oían. Y esta gracia la duró no solo el tiempo que estuvo muda, sino también mucho después, hasta trece años enteros: hablando unas veces de ocho en ocho días, otras de quince en quince, otras veces de cuatro en cuatro, otras al tercero día, otras un día tras otro, como el Señor era servido. Divulgose por el reino de Castilla esta grande maravilla, venían a verla muchas gentes (aunque muchos venían con intención dañada.) Y para confusión destos y de otros incrédulos, estaba arrobada y hablaba con ellos, mostrando que la recelaba Dios lo que tenían en el corazón y así, reprehendiéndoles, decía: “¿Quién eres tú, que quieres limitar el poder de Dios? ¿No tiene ahora el mismo que tuvo siempre? ¿No puede poner su gracia en quien quiere? ¿No puede hacer vaso en que quepa?”. A este propósito sucedió que una persona muy grave, con celo de las cosas de la fe, no podía sufrir que se dijese que el Espíritu Santo hablaba por boca de aquella mujer; vino a oírla, con ánimo de examinar sus palabras y fueron tales las que le dijo en una plática espiritual que hizo que a la mitad della se hincase de rodillas, derramando muchas lágrimas, hasta que la sierva de Dios acabó de predicar y, vuelta en sus sentidos, rogó con instancia que se le dejase ver. Y puesto delante della, dijo: “Venía yo a examinar las palabras de Dios, pero ya conozco ser suyas todas las que a esta bendita mujer he oído”. Y después de haberla hablado a solas y encomendádose en sus oraciones, se volvió muy edificado de la humildad que conoció en ella y muy devoto a su doctrina. Cumpliose en ella lo que dijo el Señor en el Evangelio a sus siervos: “Daros he boca y sabiduría, a la cual no podrán contradecir todos los adversarios vuestros”. [65] Y para mayor testimonio de que este negocio era del Cielo, no pocas veces la oyeron hablar en diversas lenguas, las cuales nunca había aprendido, como eran latina, griega, arábiga y otras. [66]
El obispo de Ávila don fray Francisco Ruiz fue devotísimo desta santa, y por ella dio a su convento dos esclavas moras, de las que trajo de la conquista de Orán (en que estuvo en compañía [306] del cardenal don fray Francisco Ximénez). Estaban estas tan obstinadas en la ley de Mahoma que no podían oír nombrar a Christo. Lleváronselas una vez a la santa, con ocasión de que predicaba en la forma dicha, y convirtiendo a ellas su plática, las habló en algaravía y ellas también respondieron en el mismo lenguaje. Y tales cosas las dijo que se convirtieron a la fe y se bautizaron. Y después estando arrobada, las habló otra vez en arábigo. También hablaba en latín con algunos letrados que la venían a oír, advirtiéndoles de defectos particulares suyos. Los perlados de la orden, por obviar lo que algunos mal intecionados decían, mandaron a la abadesa que, cuando hablase de aquella manera la sierva de Dios, la encerrasen donde no la oyesen los de fuera de casa, ni aun las mismas monjas. Y esto se guardó algún tiempo, hasta que más enterado el provincial de que no había inconviniente, antes era voluntad de Dios que fuese oída, dio licencia para que hablase ante las monjas y ante algunas personas principales y devotas que lo deseaban. Con esta licencia llegaron muchas personas eclesiásticas y seglares, predicadores, letrados, canónigos, inquisidores, obispos y arzobispos. El Gran Capitán Gonzalo Fernández, el cardenal don fray Francisco Ximénez, y otros muchos que fueron testigos deste milagro. Y entre ellos quiso ver esta maravilla por sus ojos el Emperador Carlos V, de buena memoria, y quedó muy aficionado a la sierva de Dios. Cuando hablaba estas cosas, siempre era estando en rapto y muchas veces se echaba de ver que hablaba con los ángeles, con los apóstoles y santos, como que tenía al Señor presente ante quien hacía sus peticiones, rogando por todos en general, y por algunas personas en particular. Hecho esto, juntaba sus manos viéndolo todos, muy humildes y profundas. Oraba tan en secreto que solo se la veían mover los labios, y después, puestas las manos, se quedaba con grandísimo silencio. Después, comenzando en voces altas y concertadas, en muy apacible y suave tono (que todos los que allí estaban oían) hablaba cosas maravillosas. Finalmente eran los dichos sermones y pláticas espirituales de mucha edificación y provecho, declarando la Sagrada Escritura y Evangelios del año, conforme a las fiestas que ocurrían. Durábanla los sermones cuatro, cinco, seis y siete horas, sin descansar ni menear más que la lengua, que en lo demás estaba como muerta, o como quien está en rapto. Y [307] hablaba con tanta gracia, suavidad y dulzura que con ser tan largos los sermones ninguno se cansó jamás dellos. Cuando acababa y volvía en sí, quedaba hermosísima, el rostro muy resplandeciente y su persona y vestidos y cosas que a ella tocaban llenas de un olor celestial. Y de la fuerza con que había hablado quedaba con un sudor copioso, y así la mudaban las monjas el hábito y la tocas cuando tornaba en sus sentidos. Era cosa notable que no sentía cosa de cuantas por ella habían pasado si después no se lo decían. [67] Y porque en los siglos venideros hubiese noticia de tan grandes maravillas, dio el Señor sabiduría y gracia a una religiosa que no sabía leer ni escribir, llamada sor María Evangelista, para escribir un grande libro intitulado del Conorte, que contiene los sermones que predicó en un año la bendita sor Juana, ayudándola otras dos religiosas llamadas sor Catalina de San Francisco y sor Catalina de los Mártires. De lo cual hay tradición y pública fama en el dicho convento de la Cruz, y algunas monjas ancianas que hoy viven conocieron a la dicha sor María Evangelista y juran que conocen su letra y se lo oyeron decir públicamente. Este libro del Conorte tiene setenta y un sermones, en otros tantos capítulos divididos, escritos en setecientas y treinta y tres hojas de folio, el cual se guarda en el convento como reliquia grande y con razón por ser milagroso todo cuanto hay en él, como lo es haberle escrito una mujer sin saber leer ni escribir, y que percibiese de memoria todo lo que la bendita predicadora decía, de suerte que, acabando de oír su sermón, le escribía, con ser algunos de doce y de veinte pliegos de papel, llenos de theología y de autoridades de la Sagrada Escritura.
Cap. XIII. Cómo nuestro Señor dio el sentimiento de sus llagas a su sierva, y el apóstol san Pedro la sanó estando sorda
Queriendo el Señor de más de lo dicho enriquecer y honrar a su bendita esposa, la dio por joyas preciosas los dolores y señales de su sagrada Pasión, lo cual acaeció desta manera: un año después del acaecimiento milagroso de las cuentas, [308] siendo la virgen de cuarenta y tres años de edad, sucedió que un Viernes Santo por la mañana, estando en oración puesta en cruz, se quedó arrobada tan extendidos y yertos los brazos y todos los miembros de su cuerpo como si fuera un crucifixo de piedra, de suerte que ninguna fuerza humana la pudo quitar de aquella santa postura, aunque se probó algunas veces. [68] Viéndola las monjas así, y que el rapto iba muy adelante, la llevaron a la celda y se fueron todas al coro, por ser hora ya de entrar en los oficios divinos. Estando en él, mientras se decía la Pasión, la vieron entrar por el coro, derramando muchas lágrimas, y vieron cómo entraba arrimándose a las paredes, que no podía andar ni tenerse sobre los pies. Traíalos descalzos como solía y, porque no los podía asentar en el suelo, estribaba solamente en los talones y puntas, con tanta dificultad como si pusiera los ojos donde se asentaba los pies. Viendo esto las monjas, la preguntaron por señas (porque estaba también sorda) cómo venía de aquella manera; respondió que no podía andar, porque la dolían mucho los pies. “Mirámoselos” (dice la monja que escribió esta historia) “y vimos que tenía en los pies y manos las señales del crucificado, redondas de el tamaño de un real de plata, de color de rosas muy frescas y coloradas, y de la propia figura y color correspondían igualmente en los pies y plantas de los pies y de las manos, por arriba y por abaxo, y salía de ellas tanta fragancia de olor que con ninguna cosa criada se podía comparar”. Quexábase de los graves dolores que la causaban estos señales, y las religiosas, cuando la vieron así, lloraban y daban gracias a Dios por lo que veían y palpaban con sus ojos y manos en ella. Y tomándola en brazos (porque no podía andar, ni sustentarse en los pies) la llevaron a la celda y, preguntándola por señas (porque estaba sorda) qué señales eran aquellas, quién se las había dado y cómo, respondió que, estando en aquel preciosísimo lugar, donde por mandato de Dios la llevaba el ángel de su guarda, vio a Nuestro Señor Jesuchristo crucificado, que con el toque de sus sacratísimas llagas la dexó con gravísimos dolores en pies y manos, y acabada aquella soberana visión, se halló en su celda y en sus sentidos con aquellas señales, que la duraron desde el Viernes Santo hasta el día de la Ascensión. Aunque no las tenía todos los días, sino solo los [309] viernes y sábados; y el domingo a la hora que el Señor resucitó se le quitaban los dolores y las señales.
Y como era tan humilde, con muchas humildad, lágrimas y devoción, suplicaba a su Santísimo Esposo no permitiese que tan preciosas y ricas joyas se empleasen en tal vil criatura como era ella y también porque le parecía cosa poco segura tener a vista de los ojos humanos tan singulares mercedes como eran aquellas. Esto pedía con tales afectos y lágrimas que alcanzó lo que quiso, de manera que el mismo día de la fiesta de la Ascensión del Señor a los Cielos se las quitó el Señor, habiéndola dicho primero: “Importúnasme que te quite el precioso don que te di, yo lo haré, mas pues no quieres mis rosas, yo te daré mis espinas y cosa que más te duela”. Y cumpliendo esta palabra la quitó estas señales y dio a sentir el Señor los dolores de su sagrada Pasión en todo su cuerpo, mucho más que antes, porque aunque desde los siete o ocho años de su edad se los había dado el Señor a sentir, no habían sido tan rigurosos como fueron desde este día, como se verá en las revelaciones siguientes.
Estando elevada un día y su espíritu en aquel lugar donde el Señor la solía poner (era viernes a los veinte y dos de junio antes de amanecer) se le presentaron todos los misterios de la sagrada Pasión, tan vivos a su parecer como si los viera al pie de la cruz del Calvario, cuando Christo padeció. [69 También la mostró el Señor en un gran campo el martirio de san Acacio y sus diez mil compañeros, cómo los crucificaban y que Christo Nuestro Señor desde su cruz los animaba y decía: “Tened ánimo, amigos míos, miradme a mí crucificado y muerto por vosotros”. Viendo ella todo esto, preguntó al ángel de su guarda, qué significaba estar Christo crucificado y tantos crucificados con el. “Después que Dios se hizo hombre” (dijo el ángel) “tiene muchos compañeros de su cruz y tú también has de ser participante de sus dolores; porque así lo quiere, y porque vieses su sagrada Pasión y la de tantos siervos suyos, te traje a este lugar”. Y mirándola Nuestro Señor dijo: “¿Quieres hija de esta fruta?”, “Señor” (respondió ella), “quiero lo que Vuestra Majestad quisiere”. “Pues pláceme que gustes de ella” (dijo el Señor) y desde aquel punto la dejó los dolores de su sagrada Pasión y tan vivo sentimiento de todos ellos que (según decía ella) le parecía que le habían fixado clavos ardientes por todo el cuerpo y que [310] oía gran ruido, como si con martillos de hierro se los clavaran.
Otra vez estando muy enferma en la cama, se la apareció nuestro padre san Francisco (día de su propia fiesta) glorioso y resplandeciente, acompañado de muchos santos y le vio y habló. El santo padre la dio su bendición y ella con mucha humildad le rogó por todos los frailes y monjas de su orden y en especial por las de aquel convento, suplicando las echase su bendición. Lo cual hizo, y al despedirse della, que estaba postrada a sus santísimos pies, se los besó, y él a ella la cabeza, diciendo: “Quiero, hija mía, adorar los dolores de mi Señor Jesuchristo, que por su gran misericordia ha puesto en ti”.
Al principio de sus graves enfermedades, como sus dolores eran grandísimos, acaecíale con la fuerza dellos estar dos y tres días sin arrobarse (cosa muy nueva para ella), y atribuyéndola a sus pecados, pensaba que por ellos la trataba Dios como a enemiga. A este punto la apareció el ángel de su guarda, y la dijo: “Escucha y oye al Señor que te quiere hablar y mira lo que dijere”. Apareció luego Nuestro Señor Jesuchristo en un trono de majestad acompañado de muchos ángeles, y hablándola con palabras dulcísimas dijo: “¿Qué haces hija en esa cama?”. [70] Ella respondió después de haberle adorado: “Señor mío, ¿cómo padezco tantos dolores y no me remedia Vuestra Majestad ni goza mi alma de vuestros regalos como solía?”. Respondió el Señor: “No es mucho que padezcas esos dolores y enfermedades; pues eres esposa mía y me escogiste por esposo a mí, que en el tiempo de mi Pasión fui varón de dolores, justo es que quien bien ama, participe los dolores de su amado”. “Gran favor y merced es esta para mí” (replicó la santa), “pero ¿cómo, Señor, me hallo tan tibia en vuestro amor y no mandáis a mi santo ángel que me consuele tan a menudo como solías?”. “Amiga” (dijo el Señor), “donde yo estoy, está el consuelo y bienaventuranza, así aunque estés en esa cama, ese es tu cielo, pues estoy contigo en la tribulación y trabajo”. Dicho esto desapareció el Señor, dejándola muy consolada, aunque algo confusa, por no saber si había visto esta visión con los ojos del alma o con los del cuerpo. Y para quitarla esta duda, se la apareció segunda vez (según ella lo dijo) y entonces no solo quedó satisfecha, sino esforzadísima y con nuevo ánimo para llevar todos los trabajos del mundo por su [311] amor. Y como después de todo esto estuviese aún sorda, cosa que sentían muchísimo todas las religiosas por el trabajo que tenían de declararle lo que querían, y así suplicaron al Señor la restituyese el oír, oyó la Divina Majestad sus oraciones y aparaciéndose a su esposa día de santa Clara (después de seis meses que la tenía sorda) hizo un maravilloso sermón en presencia de muchas gentes, y declarando grandes secretos, dijo que la había ensordecido por que tuviese más recogidos los sentidos y pensamientos en Su Majestad y que ya al Señor placía de sanarla. Y acabando el sermón, antes que la santa tornase en sus sentidos, se le apareció el gran san Pedro, y poniéndola los dedos en los oídos y haciendo sobre ella la señal de la cruz, la restituyó el oír, y quedó sana, y ella con las religiosas dando muchas gracias a Dios por tan señalada merced.[71]
Cap. XIIII. De la gran devoción que la santa tenía con las ánimas del purgatorio y lo mucho que rogaba por ellas
La caridad de esta sierva de Dios era tan ancha que todo el mundo entero cabía en su pecho, en razón de querer y desear el bien de todos, y era tan profunda que hasta el purgatorio llegaba, con estar muy cerca del infierno, y si allí hubiera sujetos capaces della, también entrara por aquellas eternas cárceles, para beneficiar si pudiera aquellas desdichadas almas que padecen sin remedio. Siendo abadesa, con deseo de que sus monjas se fundasen de veras en el temor de Dios, las contaba muchas cosas de las que la eran reveladas cerca del riguroso juicio de las almas y de las penas de purgatorio y del infierno, de las cuales diré algunas, con el mismo deseo e intento que ella las decía. Lo primero, que en la hora de la muerte de cada uno, oye su sentencia de condenación o libertad, referida por san Miguel, porque esta constituído por príncipe de todas las almas, y así, que fuesen muy devotas deste santo, porque ella en espíritu le había visto juzgar las almas. Y que cuando condenaba alguna al infierno, cantaban otros ángeles: “¡Oh, Señor, cuán misericordiosa es vuestra justicia! Por ella os bendecimos y adoramos”. Y que maldecían a las [312] almas condenadas al infierno y que otros eran ejecutores de la divina justicia, en las que iban al purgatorio. Decía también, que los ángeles de la guarda llevan las ánimas al purgatorio y las consuelan, como lo afirman doctores santos. Y que a muchos dellos permitió Nuestro Señor que les apareciesen ánimas que penaban, para que rogasen por ellas, y que otros viesen en espíritu al purgatorio y las rigurosas penas que de tantas maneras allí padecen las almas, para que lo contasen a los vivos y, compadeciéndose dellos, escarmentasen en cabeza ajena. Esto acaeció a esta bendita virgen muchas veces y ella lo contaba. Y decía que, siendo sacristana, tañendo una noche a maitines, oyó gritos muy dolorosos, como de persona que se quejaba; y preguntando al ángel de su guarda qué voces eran aquellas, dijo: “Son de un ánima muy necesitada, que con licencia de Dios viene a encomendarse en tus oraciones”. Era esta ánima […] [72] gran señora de Castilla, que poco antes había muerto; la […] [73] la beata Juana, que por quanto sus penas eran graves [74] encomendase a Nuestro Señor y dijese a su madre la ayudase con ciertas limosnas y misas.
De estos casos le sucedieron muchos. Y decía que veía en el purgatorio muchos lugares tristes y oscuros, muy espantosos y feos, y a los demonios, que muy crudamente atormentaban las almas, a las cuales por cada culpa daban diferentes penas y ellas muchos gritos diciendo: “¡Ay de nosotras, que tuvimos tiempo para servir a Dios y no lo hicimos, ahora somos atormentadas y no nos vale contrición, ni arrepentimiento”. [75] “Yo vi por la voluntad de Dios” (dijo una vez a sus monjas) el ánima de cierto prelado en purgatorio, que padecía muchas penas, y preguntando yo la causa de ello a mi santo ángel, me dijo que aquella alma era de un perlado que, por haber sido descuidado con las ánimas de sus súbditos, padecía grandes penas por las faltas que hizo en servicio de Dios y por las que sus súbditos hicieron por su causa y mal ejemplo.
Supo la bendita perlada que cierta persona eclesiástica de mucha autoridad, de quien ella había recibido particulares agravios, había muerto. [76] Y como era tanta su caridad en dar bien por mal, no cesaba de rogar al Señor por ella. Estando en esto, se le apareció una noche en figura formidable y fea, traía una mordaza en la boca y una vestidura muy miserable. Andaba [313] con los pies y manos como bestia, y como no se podía quejar, bramaba como toro y traía sobre sí todos los pecados que contra Dios había hecho, y algunas ánimas que por su respecto se condenaron penaban encima d’él. Traía sobre sí también un gran tropel de demonios a caballo, que le daban en rostro con sus pecados y muchos palos y golpes. Y quitándole la mordaza de la boca, le pusieron una trompeta, por donde salía una voz espantosa, que de solo oírla la santa quedó muy lastimada, aunque mucho más por no entender si sus penas eran de purgatorio y de el infierno. Y deseándolo saber, se lo preguntó al ángel de su guarda, el cual la respondió: “Dios te lo revelará a su tiempo”. Y perseverando en esta oración, alegaba algunas buenas obras que había hecho aquella alma en esta vida, y especial esta: “Señor, yo sé que este hombre fue tan devoto de cierto santo que le hizo pintar su imagen, y le tuvo gran devoción, por tanto os suplico hayáis piedad de su alma y libréis de las penas que padece”. Tanto perseveró rogando por esta alma que, pasados algunos días, vio entrar por la puerta de su celda un ferocísimo toro, que traía entre los cuernos la imagen del santo que había hecho pintar aquel hombre, y él venía junto a ella, como favoreciéndose de la imagen, y mirando a la sierva del Señor dijo: “Yo soy fulano, por quien tú tanto has rogado, y por tus merecimientos me ha hecho Dios grandes misericordias y me dio esta imagen para mi consuelo y defensa, la cual me ayuda mucho en este trabajo”. [77] “Alivie el Señor tus penas, alma christiana” (dijo la santa), “que harto me has consolado por lo mucho que deseaba saber si estabas en vía de salvación, porque la otra vez que te vi venías con tales tormentos que no lo podía conocer”. “No te espantes” (respondió el alma), “que han sido mis penas muy grandes y, cuando no hubiera otras sino las de este buey en que ando, son gravísimas, porque las padezco en él de sed, hambre, fuego y frío”. Y dicho esto pidió perdón a la santa de muchos agravios que la hizo en esta vida, y dijo que la devoción que algún tiempo la tuvo le había valido mucho y con esto desapareció. Y ella nunca dejó de rogar a Dios por él, hasta que el Señor por sus oraciones le sacó de aquellas penas.
Volvió la santa de un rapto muy triste, y derramando tantas lágrimas que las monjas compadecidas della, la rogaron las contase la causa de su tristeza. Mas ella dando un grito muy [314] lastimoso dijo: “¡Ay, si supiesen las gentes lo que padecen las almas en la otra vida no ofenderían a Dios con tantos pecados, porque son aquellas penasmayores que cuantas en este mundo padecer se pueden”. Y entonces contó de un alma que había visto padecer y nunca dejó de rogar a Dios por ella, hasta que la sacó de penas de purgatorio. Un día de cuaresma, estando con sus graves dolores y enfermedades, se fueron a consolar con ella otras religiosas enfermas que andaban convalecientes, y, hablando con ellas, se arrobó, y tornó deste rapto tan alegre que las monjas preguntaron la causa de su extraordinaria alegría. Y ella por el gusto de las enfermas dijo: “Vi a la Reina del Cielo que, con grande gloria y majestad, acompañada de muchos ángeles y del glorioso san Juan Evangelista y de san Lázaro y de sus santas hermanas Martha y María, bajaba al purgatorio, y, pasando por donde yo estaba, mirándome la clementísima Señora dijo: ‘Amiga, vente con nosotros’. [78] Y fue el Señor servido por su gran misericordia que de esta vez sacase Nuestra Señora gran número de almas de purgatorio, con las cuales se volvió al Cielo y yo quedé tan consolada de esto porque todos mis dolores se me convierten en particular gozo y descanso cuando veo salir alguna ánima de purgatorio, y de esto es tan grande mi alegría que ni lo sé decir, ni está en mi mano poderlo disimular”.
Cap. XV. De los trabajos y enfermedades con que probó Dios a su sierva y de su grande paciencia
Revelación tenía esta sierva de Dios (desde muy al principio de su santa vida) que la tenía el Señor escogida para hacerla muy semejante así en sus trabajos y afrentas; estasjoyas deseaba extremadamente tener en su alma y nada pedía con tanta humildad y lágrimas como verse con ellos. [79] Oyó Dios su oración, y dióselos tan a la medida de sus deseos que parecían bien de su poderosa mano. En la cabeza, padeció tan excesivos dolores que ni podía comer, ni reposar los días que los tenía, ni aun abrir la boca para quexarse, siquiera para algun alivio, ni había médico que los entendiese, y duráronle catorce [315] años a temporadas, que continuos fuera imposible vivir con ellos. Dábale este mal de repente y así se le quitaba. A estos dolores sobrevinieron otros de estómago, de hijada, con tales congojas y trasudores que la habían de mudar hábito y túnica y toda la ropa de cama, cuatro o cinco veces al día. Eran estos sudores heladísimos y fríos y duraban veinte y treinta días continuos, y sobre todo esto, se le encogieron los brazos, las piernas, las rodillas, los pies, las manos, de suerte que nunca más los pudo abrir ni extender y con la gran fuerza de los dolores se le desconyuntaron todos sus miembros, de suerte que quedaron muchos dellos no solo tullidos y mancos, sino torcidos, contrahechos y desencasados de sus lugares, y desta misma suerte está hoy su cuerpo, como se dirá después.
Un día, siendo abadesa y hallándose muy fatigada del tropel de los trabajos que ya la amenazaban y con mucha flaqueza corporal por las graves enfermedades, levantó los ojos a una imagen de la Oración del Huerto que tenía cabe sí en la cabecera y con muchas lágrimas suplicó al Señor la ayudase en las persecuciones y trabajos que esperaba. Y estando en esta oración, oyó una voz que la dijo: “El Señor es contigo y quiere que padezcas grandes angustias y dolores y que los miembros de tu cuerpo sean tullidos y quebrantados, así como el pan en la era cuando le sacan el grano”. Y así estaba en sus enfermedades hecha un mar de dolores y un abismo de revelaciones, y queriendo el Señor regalarla más de veras y manifestar al mundo su gran paciencia, permitió viniese sobre ella una persecución que el demonio urdió, tomando por instrumento a alguna de sus mismas monjas. [80] Gran paciencia fue menester para pasar por esto, señaladamente atravesándose en ello muchas ofensas de Dios e ingratitudes a los grandes beneficios, así temporales como espirituales, que todo el convento había recibido por ella. Fue la ocasión que, habiendo el cardenal don fray Francisco Ximénez hecho gracia al convento del beneficio de Cubas, una persona que le pretendía procuró impetrarle en Roma, por muerte del que le poseía. Y aconsejaron a la sierva de Dios que procurase de Su Santidad confirmación perpetua de lo que el cardenal había concedido. Esto se hizo por medio de una persona devota del dicho convento y se impetró la bula, en virtud de la cual hoy poseen dicho beneficio, y en la [316] impetración desta bula se gastó alguna cantidad de dineros.
El hecho fue este, y las circunstancias que pudo haber en ello de tan poca advertencia que apenas se alcanzaban: ahora, fuese por haber sido sin consultar al perlado o por gastar aquel dinero sin su licencia o por haberles parecido a algunas que tanta santidad y tan rara como era la de aquella bendita perlada no era para sufrirle mucho tiempo, lo cierto es que la acusación e instancia que se hizo contra ella fue de manera que (permitiéndolo Dios para manifestar su paciencia) el prelado procedió a suspenderla y después a la privación de su oficio, en el cual puso a la vicaria que la había acusado. Y como la sierva de Dios estaba tan acreditada, diose con esto ocasión a que muchos hablasen del caso de muchas maneras poniendo duda en las grandes maravillas que de ella se decían. Pero como quiera que ello fuese, sacó Dios de ahí muy grandes provechos para gloria suya y alabanza de su sierva, porque no solo nos constó de su paciencia, sino de la gran quietud y serenidad de su conciencia en la gran quietud y alegría con que llevó este trabajo, juzgándose no solo digna d’él, sino de otros muchos mayores. Mostró también su ferviente caridad en lo mucho que rogaba a Dios por los que la perseguían, pues para la que más se señalaba en eso impetró perdón de su culpa por sus fervientes oraciones. [81] Porque, castigándola el Señor con pena temporal, murió poco despues de haber conseguido su pretensión en el oficio de perlada que había deseado, ordenándolo así el Señor, para que se vea cuán poco hay que anhelar por honras ni dignidades en esta vida, pues alcanzadas no pueden asegurarnos la vida, ni librar a sus poseedores de la muerte, que suele venir muchas veces codiciosa de honrarse con las personas que ve más honradas en la tierra. Pues a esta persona luego la salteó la muerte y, siendo fatigada de la última enfermedad, que fue dolor de costado muy fuerte, la sierva de Dios, sor Juana de la Cruz, rogó al Señor con mucha instancia por ella, con que le dio íntimo conocimiento de su culpa y así públicamente pidió della perdón con grandes lágrimas, y murió habiendo recibido los sacramentos y con grandes muestras de contrición y consuelo de las religiosas. [82] Poco antes que esto sucediese, mostró el Señor a esta su sierva el Infierno abierto y que salían d’él [317] para su convento infinitos demonios, en figuras de diversas bestias. Entonces con muchas lágrimas pidió a Nuestro Señor socorro y que echase de su casa aquella infernal canalla. Y oyéndola Su Majestad, envió ángeles que expeliesen los demonios, de lo cual, quedando la sierva de Dios por una parte consolada y por otra muy temerosa, juntó a sus monjas a capítulo y con muchas lágrimas las dijo: “Oh, hermanas, y qué trocado veo este palacio de la Virgen Nuestra Señora, que le solía ver lleno de ángeles y ahora le veo lleno de demonios. Mis pecados lo deben hacer y no los vuestros, emendemos nuestras vidas y procuremos ejercitarnos de veras en las virtudes y en especial en la caridad y humildad, que son las que más temen los demonios”. En este mismo tiempo, estando la sierva de Dios cercada de enfermedades y trabajos, se puso en oración delante de una imagen de la Oración del Huerto, pidiendo al Señor la ayudase, mirando su flaqueza y el tropel de los trabajos que la cercaban. Oyó el Señor su oración y quiso, para más consuelo de su sierva, hablarla en la misma imagen con voz dolorosa y triste diciendo: “Mi padre celestial, que no quiso revocar la sentencia de mi muerte aunque oré y lloré, no quiere que se revoque la que se ha dado contra ti, sino que se ejecute rigurosamente, para que, fatigada de todas maneras, goces el fruto de la paciencia”. Con esto la sierva de Dios quedó tan confortada que no solo rehusaba los trabajos, sino antes los pedía y anhelaba tras ellos.
Cap. XVI. De cómo el ángel de su guarda mandó a la sierva de Dios que escribiese las cosas que el Señor le revelaba y de su gloriosa muerte
Es la misericordia y caridad de Dios tanta que si hace a algunos siervos suyos tan especiales mercedes (como las vemos en esta sierva suya) no las hace para ellos solos, sino para que por medio dellos se aprovechen otros. Así lo afirmaba el apóstol san Pablo cuando decía: “Por eso [318] alcancé yo de mi Dios tan grandes misericordias, para que en mí primeramente mostrase toda paciencia, para información de aquellos que han de creer en él para la vida eterna”. [83] Pues las mercedes que Dios hizo a esta santa, a ese mismo fin iban encaminadas, y por eso el santo ángel de su guarda le mandó que escribiese las misericordias que Dios le hacía. [84] Mas ella por su grande humildad se encogía, para escribirlas y allegaba para no hacerlo, ya la poca salud, ya el estar tan gafa de las manos que apenas podía echar una firma. Y así le mandó el ángel que no escribiese más por su mano, sino que lo hiciese escribir por la de otra religiosa (que fue para ella no pequeño tormento), y rehusándolo, dijo a su ángel: “Señor, las mercedes que Dios me ha hecho (y las cosas que su hermosura me ha dicho) han sido todas en secreto, y escribiéndolas por mano ajena, no podrán dexar de publicarse”. Y así con este temor y del juicio de los hombres, como se había visto tan perseguida, dijo al ángel: “Señor, si por esto nos viniese algún mal a mis hermanas y a mí, ¿qué será de nosotras?”. “Dios cuida de ellas y de ti” (dijo el ángel), “no temas, sino haz lo que te mando, porque el Señor que obra estas maravillas en ti, las hace para bien de otros muchos y quiere se escriban y haya memoria dellas, donde no cesarán las mercedes que te hace y tus dolores y persecuciones se aumentarán más de lo que puedes pensar”. Ella, oyendo esto con humildad y temor, obedeció al ángel y comenzó a escribir por mano de otra religiosa, llamada sor María Evangelista, que, según es tradición del convento y consta por información hecha con testigos, no supo leer ni escribir hasta que milagrosamente le concedio el Señor esta gracia para escribir el libro del Conorte, como queda dicho. [85] Así escribió con mucho acierto la vida y milagros desta bendita virgen. Estos dos libros se han tenido y tienen en el convento como reliquias de mucha estima, valiéndose dellos contra tempestades y truenos y para muchas enfermedades. Viven aún hoy tres religiosas que conocieron a la que los escribió, y se lo oyeron decir muchas veces, y afirman que fue monja de santa vida muy penitente y de mucha oración y que, después de muerta, apareció a otra religiosa en la iglesia con mucho resplandor y con un libro de oro abierto en las manos que fue el que escribió de la beata Juana. Sentía mucho [319] la sierva de Dios ver que nunca se acababa lo que la monja escribía y cuán de asiento se procedía en su escritura. Por lo cual, poco antes que le diese la enfermedad de que murió, rogó al ángel de su guarda que se acontentase con lo escrito y no la obligase a más. Concedióselo y dijo: “Di a tu hermana que cese ya la pluma y no escriba más”. Consolose tanto con esta licencia que la tomó para decirle: “Señor, si las hermanas quisiesen, mucho consuelo sería para mí que se rompiese”. “Haz penitencia de ese atrevimiento” (dijo el ángel), “porque ofendiste a Dios con él”. Con esto se despidió el ángel y cesó la escritura. [86]
Sobre muchas enfermedades que tenía, le envió Dios la última, que fue un muy recio mal de orina, de que estuvo apretada con gravísimos dolores y quince continuos días con esa pena. Tuvo en esta grave enfermedad singular paciencia y grandísimos raptos y familiares coloquios con su ángel. Habló de Dios altísimamente, cual el cisne cercano a la muerte suele cantar muy dulcemente. Y aunque en otras enfermedades no consintió que la curasen los médicos, en esta lo consintió instada por algunas señoras devotas que se lo rogaron. Ellos, viendo que crecía mucho la enfermedad y su flaqueza, la desahuciaron en las primeras visitas, mas ella, como virgen prudentísima, primero que se lo dixesen recibió el viático y la extrema unción y, tres días antes de su muerte, estando en un rapto que le duró dos horas, vio a los apóstoles san Felipe y Santiago y al ángel de su guarda que le dio la deseada nueva de su cercana muerte, la cual estaba ya por el altísimo Señor decretada. [87] Entonces la bendita virgen con excesivo gozo aceptó aquella sentencia, y rogó a los santos apóstoles que estaban presentes que la ayudasen a dar gracias al Señor por ella y le rogasen que no le revocase, sino que fuese aquella la definitiva sentencia. El día siguiente, cuando la vino a ver el médico, le rogó que no la hiciese más beneficios, porque la voluntad del Señor era llevarla ya desta vida. Esto se supo luego en Madrid y Toledo y muchas señoras (con licencia que tenían de entrar en el convento), deseando hallarse presentes a tan felice muerte, vinieron de muchas partes; y en especial la señora doña Isabel de Mendoza, señora de la villa de Casarrubios, esta fue de las primeras y se halló presente a las misericordias [320] y maravillas que Dios hizo a su sierva en aquella hora, que fueron para echar el sello a las muchas que la había hecho en su vida. Primeramente, viernes primero día de mayo, día de los apóstoles san Filipe y Santiago, estando la sierva de Dios en sus sentidos, vio con los ojos del cuerpo algunas visiones, de las cuales no quiso decir alguna a las monjas, aunque se lo rogaron muchas. La misma noche deste día dio una gran voz diciendo: “¡Ay de mí, ay de mí! ¡Cómo me he descuidado!”. Aquella noche se arrobó muchas veces y entrando en la agonía de la muerte, entró en la última batalla con el enemigo del género humano (como otro san Hilarión), según que lo echaron de ver los que se hallaron presentes, y se apareció en las cosas que decía. Porque unas veces callaba, otras respondía como si hablara con otra persona diciendo: “¡Oh, qué cruel espada! Téngale, téngale, no me mate con ella”. Y de allí a poco rato dijo: “llámenmela, llámenmela que se va”. Y preguntándola a quién quería que llamasen, dijo que a la bendita Madalena. [88] Sosegose un poco y volvió a decir con mucho afecto: “Vamos, madre de Dios, vamos, que es tarde”. Después de todo esto, dijo con notable ánimo y afecto: “Echadle de ahí, echadle de ahí”. Y fue que en este conflicto la desampararon los santos, permitiéndolo el Señor, para que a solas venciese en la muerte, al que había vencido tantas veces en vida. Todo el tiempo que duró este combate (que fue gran rato) se lamentaba mucho diciendo: “Oh, a qué mal tiempo mehabéis dejado”. Y después dijo: “Señor, ¿sola me dejaste?, pues echad de ahí a ese demonio, que no tiene parte en mí. Mal año para él”. Y vuelta a las religiosas dijo: “Hermanas, levántenme de aquí, daré a mi criador el alma”. Y de ahí a poco, como hablando con otras personas decía: “Búsquenmele, búsquenmele, a mi Señor Jesuchristo. Hálleme él a mí, y yo le hallaré a él. ¿Por qué me le habéis llevado? Dejadme, le iré yo a buscar, aunque estoy desconyuntada”. Preguntáronla las religiosas, a quién quería que le buscasen. Y dijo: “A mi Señor Jesuchristo”. “¿Pues dónde le hallaremos madre?” “En el huerto” (dijo ella) y como aquejada de mucho dolor, con gran sospiro dijo: “Oh, madre de Dios, Iesús qué crueldad, qué crueldad, sobrepuje Señor mío la misericordia a la justicia. ¡Jesús, y qué angustia!”. Y volviendo el rostro a las religiosas dijo muy congojada: “Ayudadme a rogar”. Y paró con [321] la palabra en la boca. Y las monjas muy afligidas dijeron: “¿Qué quiere madre que la ayudemos a rogar?”; respondió: “Que sobrepuje la misericordia a la justicia”. Tras lo cual, muy alegre, comenzó a decir: “Vamos, vamos”, “¡Oh, a qué punto!”, “¡oh, a qué punto!”. Y esto repetía muchas veces. El médico que asistía a su cabecera, viendo estas maravillas dijo: “Dichoso monasterio, que tal alma envías al Cielo, de donde te hará más favores que teniéndola en Tierra”, y respondió la santa: “Podría ser”. A todo esto había cuatro horas que estaba sin habla y tres días sin comer: entonces levantando la voz, volvió a decir: “Amigas mías, llevadme, llevadme luego”. Preguntáronla con quién hablaba y respondió que con las santas y vírgenes. Dijéronla: “Pues, ¿con quién ha de ir, madre?”, “Con Jesuchristo, mi esposo” (respondió). Y decía: “¿Por qué me escondéis a mi Señor y a mi Reina?”, oyendo esto las religiosas, le mostraron una imagen de Nuestra Señora, y adorándola dijo: “No es ella, volvedme, volvedme a mi reina y señora”. Y preguntándola si estaba allí la madre Dios, dijo: “Sí, y mis ángeles y mis santos”. Y dijo: “Vamos Señora mía, vamos”. Y tornó luego a decir con grande alegría: “Hacedle lugar aquí a mi lado, junto a mí”. Y de allí a poco dijo: “Oh, padre mío”, y pensaron las religiosas que hablaba con el padre san Francisco. Y aunque habían estado con la enferma velando toda la noche del sábado, no se les hizo un momento.
Llegada la mañana del día de santo Domingo, dijo: “Ea pues, dulce Jesús, vamos de aquí, Señor mío, vamos presto, mi redentor”. Entonces las religiosas, viendo que su consuelo se les acababa y su sol se les ponía, hicieron procesiones, oraciones y disciplinas, rogando al Señor no las privase de tanto bien y diese salud a su bendita madre. Besáronla todas la mano, y ella bendijo a las presentes y absentes y a todos sus devotos. Tornó luego a decir: “Vamos Señor, redentor mío, vamos de aquí”. Preguntáronla si estaba allí el Señor; dijo que sí, y también su santísima madre. Domingo de mañana llegó el médico a la enferma, diciendo: “Paréceme, madre, que se nos va; díganos ¿quién la acompaña en ese camino?”, “Mi Señora la Virgen María” (dijo ella) “y el ángel de mi guarda y mis ángeles y mis santos”. Púsose luego su rostro resplandeciente y hermoso, como cuando solía estar en los raptos, y habiendo tenido hasta aquel punto muy mal olor de boca, [89] causado de su [322] enfermedad, desde entonces salía della tal suavidad y fragancia que parecía cosa del Cielo, y de allí a un rato con nuevo fervor, como si hablara con otras personas, dijo: “Albricias, dadme albricias”. Esto hacía con tanta alegría, que juzgaron los que allí estaban que su celestial esposo adornaba ya aquella santa alma con las joyas de su desposorio. Quedó la bendita virgen llena de aquel suave olory su rostro muy resplandeciente y los labios encarnados como un coral, con una quietud y alegría admirable, y así estuvo sin hablar palabra, desde el sábado hasta el domingo después de vísperas, día de la Invención de la Cruz, en el mismo que nació, tomó hábito y profesó. Pues este dichoso día a las tres de la tarde, leyendo la Pasión, con un regocijo extraño dio su alma a su celestial esposo, año de 1534, a los cincuenta y tres de su edad, y los cuarenta de su conversión a la orden.
Quedaron los circunstantes admirados de la quietud y apacibilidad con que había acabado, habiéndole cesado para la hora de la muerte todos los dolores (que suelen en aquella hora apretar más los cordeles) y esto fue muchas horas antes de su dichoso tránsito. Una gran sierva de Dios llamada María de San Juan, que al mismo tiempo era religiosa en el convento de la Concepción de la ciudad de Almería, muy semejante en virtud y santidad a la santa Juana, y tan amigas las dos que con estar tan lejos se comunicaban en espíritu muchas veces, dijo que, cuatro días después de su muerte, la apareció la bendita sor Juana de la Cruz. [90] Cercada de algunos santos y ángeles, y admirada, preguntó al de su guarda cómo la aparecía tan mejorada y en tan diferente figura que otras veces, colocada en tan altos grados de gloria; respondió el ángel que estaba ya desatada de las ataduras del cuerpo. Y bajando aquella bendita alma, se abrazaron las dos y le dijo esta sierva del Señor: “¿Cómo, hermana, esto sin mí?”, “Sí, hermana” (respondió), “que se cumplió la voluntad del poderoso Señor y ha cuatro días que salí de la vida mortal, donde tuve mi purgatorio, y dos días antes que expirase, comenzó mi ánima a sentir el gozo de la bienaventuranza y a tener prendas de la gloria”. Cuando se tuvo noticia de esta revelación, se entendió mejor la causa de la mudanza de la sierva del Señor dos horas antes de su muerte.
[323]
Cap. XVII. De algunos milagros que acaecieron después de su dichosa muerte y de la incorruptibilidad y entereza de su cuerpo
Luego como esta gran sierva de Dios pasó desta vida, fue tan grande el concurso de la gente que venían para ver y venerar sus santos cuerpos, que pareció (a los religiosos que trataban de su sepultura) convenía que se sacase en procesión fuera del convento, para satisfacer a la devoción de todos. Y un tullido del todo llegando a tocar el santo cuerpo y a besar el hábito, quedó luego sano y dejó allí dos muletas con que andaba. [91] También una religiosa enferma que tenía una hinchazón muy grande y muchos dolores, tocando el cuerpo difunto, sanó. Lo mismo acaeció a otro hombre, que padecía gran dolor de muelas. Tornando la procesión al convento, hallaron mensajeros de grandes personas con cartas que pedían se dilatase el entierro hasta que llegasen, que ya venían, y así le tuvieron cinco días sin enterrar, saliendo siempre del cuerpo aquel suavísimo olor que dijimos. Fue la gente que vino de Madrid y Toledo y de otras partes tanta que cubría los caminos, los campos, por lo cual, y porque la inquietud era grande y determinaron que se entregase a la tierra aquel precioso tesoro, enterráronle sin ataud, ni otra defensa que pudiese conservarle entero; antes después de cubierto de tierra, echaron sobre él cantidad de agua para allanar la tierra, y fue cosa notable que depués de haber estado debajo de la tierra siete años aquel santo cuerpo, y después (a instancia grande de personas muchas y muy principales) transladándole (para lo cual se fabricó un arco al lado derecho de la capilla mayor, en el altar que divide la capilla mayor del claustro) preparado todo lo necesario, se abrió la sepultura, creyendo estaría el cuerpo ya resuelto, y se halló tan entero, tan fresco y con tan lindo olor como cuando fue sepultado. [92] Espantados desto, creció la devoción, y el hábito con que fue enterrada, se partieron pedazos, y le vistieron otro de damasco pardo, y colocándola con mucha veneración en la dicha sepultura, se le puso [324] con dos rejas de hierro fuertes y doradas y una lámpara de plata que arde delante del santo cuerpo, donde está muy venerado de todos los que de muy lejanas tierras vienen a visitarle, y tienen allí sus novenas. Y el día que murió, celebra con gran devoción fiesta la villa de Cubas y vienen en procesión al dicho convento, con otros lugares de la comarca, [93] y dicen la misa mayor delante del mismo cuerpo, en un altar portátil que se pone para este efecto, y se predican las excelencias desta gran sierva de Dios, y da la villa caridad de pan y vino y queso a innumerable gente que allí se llega. Y creciendo la devoción, por particulares beneficios que por la sierva de Dios muchos han recibido, le han ofrecido nueve lámparas de plata que arden de día y de noche delante de su cuerpo, con que está muy venerado. Después de la dicha translación, no consta que la dicha caja se haya abierto, hasta el año de 1552, cuando ajuntándose mucha gente principal en procesión, se abrió, y fue hallado entero con tan buen olor como la primera vez, de lo cual se hizo acto público y está guardado en dicho convento, y lo mismo se ve en el día de hoy y, en diferentes visuras que se han hecho, se ha hallado estar de la misma manera.
La primera vez que en este tiempo le descubrieron sucedieron algunas cosas bien dignas de memoria. El año de 1602 vino a Madrid el reverendísimo padre fray Francisco de Sosa, Ministro General de toda nuestra sagrada religión, y después de haber estado allí algunos días, partió a Toledo, y en el camino acordó de entrar en el convento de Santa Cruz de Cubas, donde fue recibido con la solemnidad que se acostumbran recibir los Generales, y entrando en el monasterio, y hecha plática espiritual a las religiosas en el coro, fue a la enfermería, donde había una religiosa muy anciana, la cual se había hallado a la última translación que se hizo del cuerpo de la beata sor Juana, y relatando al Padre General las cosas que habían acaecido en ella, le dio deseo de ver el santo cuerpo, lo cual se puso en obra con toda la diligencia posible, y abierto el ataúd, hallaron el santo cuerpo tan entero y fresco como las otras veces que le habían descubierto. [94] Estaba la sierva de Dios vestida de un hábito de damasco pardo, con dos tocas muy blancas en la cabeza, porque cuando murió no llevaban velo negro las monjas. Tenía una cruz en las [325] manos, y una sarta pequeña de naranjillas al cuello y todos con gran consolación y muchas lágrimas veneraron el santo cuerpo y le llegaron a la reja, para que la gente que allí estaba le viese, que no fue poca maravilla ajuntarse tanta gente en pocas horas que estuvo la iglesia llena, como si se hubiera publicado muchos días antes en toda la comarca. El Padre General quitó la toca de sierva de Dios y las naranjillas que tenía al cuello y lo repartió entre los frayles y monjas, y tomando de una de las circunstantes su velo y otra sarta de cuentas, se lo puso a la beata Juana. Y sucedió otra cosa el mismo día también maravillosa, y fue que quitando el Padre General al dicho cuerpo el dedo meñique de un pie, constó después que había salido sangre d’él, como se vio en la ropa que tenía vestida, aunque entonces no se advirtió en ello, [95] porque el dicho Padre General quitó el dedo con secreto tirando d’él con la mano. Después acá se ha tornado a abrir el arca varias veces, continuando el testimonio de la incorruptibilidad del dicho cuerpo, el cual se guarda en dicho monasterio, para la gloria de Dios y honra de su santa.
Notas
[1] Al margen izquierdo: “El rey Felipo Tercero mandó que dicho libro revisto saliese otra vez”.
[2] Al margen derecho: “Vino al mundo por petición de la santísima Virgen nuestra Señora.”
[3] Al margen derecho: “Cuéntase el aparecimiento de nuestra Señora a la pastorcica Inés”.
[4] Al margen derecho: “Edificose convento de monjas de la 3ª orden donde tomó el hábito y fue abadesa Inés.”
[5] Al margen izquierdo: “Luego en naciendo dio muestras de santidad.”
[6] Al margen derecho: “Aparécesele el ángel de su guarda.”
[7] Al margen derecho: “Veía en la hostia a Christo nuestro Señor.”
[8] Al margen izquierdo: “Tuvo revelación de la santidad de sor Juana”.
[9] Al margen izquierdo: “No quiso ser monja donde tuviese parienta”.
[10] Al margen derecho: “Las asperezas que hacía”.
[11] Al margen derecho: “Los cilicios que traía”.
[12] Al margen derecho: “En qué ejercicios pasaba las noches”.
[13] Al margen izquierdo: “Aparécese la Virgen santísima con su hijo”.
[14] Al margen izquierdo: “Aparece el Señor y le promete de traerla a la religión”.
[15] Al margen izquierdo: “Vase al convento de santa Cruz en hábito de varón”.
[16] Al margen izquierdo: “Háblale el ángel de su guarda”.
[17] Al margen derecho: “Pide el hábito a la abadesa”.
[18] Al margen derecho: “Vístenla el hábito a 3 de mayo”.
[19] Al margen izquierdo: “Perseguían y azotábanla los demonios”.
[20] Al margen izquierdo: “Cúrala el ángel de su guarda”.
[21] Al margen izquierdo: “Psal. 138”.
[22] Al margen izquierdo: “Tract. 24 in Ioan”.
[23] Al margen derecho: “El modo como se desposó Christo con la santa”.
[24] Al margen derecho: “Cómo se había con la santa comunión”.
[25] Al margen derecho: “Cómo comulgaba espiritualmente”.
[26] Al margen izquierdo: “De las maravillas que le acaecieron comulgando”.
[27] Al margen izquierdo: “Abriose la pared para que viese el Santísimo Sacramento”.
[28] Al margen derecho: “Los ángeles le trajeron una hostia consagrada”.
[29] Al margen derecho: “Trataba con los ángeles como un amigo con otro”.
[30] Al margen derecho: “Como se llamaba su ángel custodio”.
[31] Al margen derecho: “Nota que los ángeles no son corpóreos”.
[32] Al margen derecho: “S. Tho. 1. p. quart. 50, art. 1”.
[33] Al margen izquierdo: “Trata sus desconsuelos con el ángel”.
[34] Al margen izquierdo: “Fue devotísima de san Antonio de Padua y se la apareció”.
[35] Al margen derecho: “Lo que se alegraron las monjas de verla abadesa”.
[36] Al margen izquierdo: “El ángel de su guarda la enseñaba lo que había de hacer”.
[37] Al margen izquierdo: “Por su intercesión fue una alma librada del purgatorio”.
[38] Al margen derecho: “Resucita a una niña muerta”.
[39] Al margen derecho: “Sanó a una enferma de dolor de costado”.
[40] Al margen izquierdo: “Sanó a otros enfermos”.
[41] Al margen derecho: “La razón por que son tan estimadas sus cuentas”.
[42] Al margen derecho: “Exo. 16.2. Maca. 15”.
[43] Al margen derecho: “Surio tom. 3. S. Ant. 3, p. hist. tit. 24, c. 13. Aquilino lib. 1.c.25. Pedro Sánchez li.del Reybo de Dios ca. 4. nu 34. Tritemio in Compen. Anna li. 1p.2”.
[44] Al margen izquierdo: “Ludovicus Viu ildus lib. de laudibus tri Liriorum Francia”.
[45] Al margen izquierdo: “Monarch. Ecclesiast. 2. p. li. 26. ca. 7. S. 4”.
[46] Al margen izquierdo: “Piden las monjas que alcance de Dios algunas gracias para sus rosarios”.
[47] Al margen derecho: “Son llevadas las cuentas al Cielo por el Ángel”.
[48] Al margen derecho: “El Ángel vuelve las cuentas benditas”
[49] Al margen izquierdo: “Virtudes de las cuentas”.
[50] Al margen izquierdo: “Estimaron estas cuentas Philipo II y III y la reina su mujer. Clemente octavo llevó consigo una cuenta”.
[51] Puñonrostro en su forma actual.
[52] Al margen izquierdo: “Testimonio de dos santos religiosos acerca de las cuentas”.
[53] Al margen derecho: “Contra demonios”.
[54] Al margen derecho: “Las cuentas tocadas a las originales, tienen la misma virtud que ellas”.
[55] Al margen izquierdo: “Notable milagro de las cuentas tocadas contra demonios”.
[56] Al margen izquierdo: “Aparece el demonio en figura de Christo crucificado”.
[57] Al margen izquierdo: “Isaía 6”.
[58] Al margen derecho: “Visitola S. Bárbara”.
[59] Al margen derecho: “ Apareces el alma de un niño”.
[60] Al margen izquierdo: “Vee a Christo y a su madre y alcanza favores para una imagen suya”.
[61] Al margen derecho: “Revelación de la Resurrección”.
[62] Al margen derecho: “Declaraba lugares de Escrituras”.
[63] Al margen izquierdo: “Libra del demonio una niña de siete meses”.
[64] Al margen izquierdo: “Math. 10”.
[65] Al margen derecho: “Luca 21”.
[66] Al margen derecho: “Hablaba diferentes lenguas”.
[67] Al margen derecho: “Una monja que no sabía leer, ni escribir, escribió sus sermones”.
[68] Al margen izquierdo: “Llagola el Señor en los pies y las manos, con las señales de su Pasión”.
[69] Al margen derecho: “Fuele mostrado el martirio de san Acacio y sus compañeros”.
[70] Al margen izquierdo: “Aparece Christo y habla con ella”.
[71] Al margen derecho: “Sanola el apostol san Pedro de la sordez”.
[72] Ilegible. Este fragmento es ilegible en este ejemplar. El mismo pasaje lo recoge el P. Daza en su biografía y reza lo siguiente: “era esta ánima de una gran señora de Castilla (que poco antes avía muerto) la qual dixo a la beata Juana, que por quanto sus penas eran grandísimas, le rogava la encomendase a Dios”. Daza, A., Historia, vida y milagros, éxtasis y revelaciones de la bienaventurada santa Juana de la Cruz, de la Tercera orden de nuestro Seráfico Padre san Francisco (Lérida, Luis Marescal, 1613, fols. 174v-175r).
[73] Ilegible. Mancha en el documento.
[74] Ilegible. Mancha en el documento.
[75] Al margen izquierdo: “Vio padecer el alma de un prelado”.
[76] Al margen izquierdo: “Aparécesele una alma en figura muy formidable”.
[77] Al margen derecho: “Por su intercesión es librada un alma de purgatorio”.
[78] Al margen izquierdo: “Vee a la reina del Cielo acompañada de muchos santos que van al purgatorio”.
[79] Al margen izquierdo: “Padecía excesivos dolores en todo el cuerpo”.
[80] Al margen derecho: “Mostró su grande paciencia en una persecución”.
[81] Al margen izquierdo: “Mostró su ferviente charidad, rogando por quien la perseguía”.
[82] Al margen izquierdo: “Vio el infierno abierto”.
[83] Al margen derecho: “I. ad Timot. 1”.
[84] Al margen izquierdo: “Mándale el Ángel que escriba las misericordias que Dios le hacía”.
[85] Al margen derecho: “Escribió su vida una religiosa que no sabía leer ni escribir”.
[86] Al margen derecho: “Pide al Ángel que se rompa la escritura de su vida”.
[87] Al margen derecho: “Aparécele antes de su muerte san Felipe y Santiago y el Ángel le anuncia la muerte”.
[88] Al margen izquierdo: “Vio a la madre de Dios y a la Madalena”.
[89] Al margen derecho: “El mal olor de la boca se le convierte en bueno”.
[90] Al margen izquierdo: “Aparece cuatro días después de su muerte a una religiosa”.
[91] Al margen derecho: “Un tullido sana tocando su cuerpo y otros enfermos”.
[92] Al margen derecho: “Es hallado su cuerpo incorrupto después de 7 años”.
[93] Al margen izquierdo: “Celebra fiesta la villa de Cubas el día que murió”.
[94] Al margen izquierdo: “El reverendísimo fray Francisco de Sola, ministro General, abrió el arca y halló el cuerpo incorrupto”.
[95] Al margen derecho: “Sale sangre cortándole un dedo del pie”.
Vida impresa (6)
Ed. de María González Díaz; fecha de edición: mayo de 2024.
Fuente
Carrillo, Alonso, 1663. Epítome de la vida de soror Juana de la Cruz, religiosa de la Orden Tercera de Penitencia de san Francisco en el convento de Santa María de la Cruz, diócesis de Toledo. Presentado a la santidad de Alejandro VII, pontífice máximo y señor nuestro, por fray Juan de San Diego y Villalón, religioso de san Francisco y procurador en la curia romana, para la causa de la canonización de la sierva de Dios. Zaragoza: Bernardo Nogués.
Contexto material del impreso Epítome de la vida de soror Juana de la Cruz de Alonso Carrillo.
Criterios de edición
La edición presenta una sección de notas donde, por un lado, aparecen las citas que el impreso presenta en los márgenes (recogidas con números romanos) y, por otro lado, las aclaraciones de la editora (apuntadas con números arábigos en cursiva y entre corchetes). Es importante apuntar que las cinco primeras citas que hay en los márgenes aparecen en el impreso como números arábigos en superíndices. Se han adoptado los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el Catálogo de santas vivas:
- Se ha indicado el folio (r-v).
- Se han respetado los párrafos que aparecen en el impreso.
- Se han eliminado las consonantes geminadas y se ha modernizado la ortografía (sibilantes, b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.) aunque se respeta la morfología de las palabras con interés morfológico o fonológico (seseo, leísmos, laísmos, loísmo, etc.).
- Se han ajustado a los criterios actuales del español la unión y separación de palabras (“desta”, “desde”, “dello” etc.), el uso de mayúsculas y minúsculas, y la acentuación y la puntuación.
- Se han expandido las abreviaturas, primordialmente la expansión de las nasales con la virgulilla encima de la vocal y la abreviación de “que” o “qual”, también con el uso de la virgulilla o la diéresis.
- Se han introducido las comillas para delimitar las intervenciones dialógicas de los personajes. También en las cartas.
- Se han desarrollado las siglas.
- Se ha usado la cursiva para las obras literarias (El Conorte).
- Los latinismos crudos se escriben en cursiva (in iure).
- Se han homogeneizado los números (tanto en el caso de las fechas, como en el uso de los números romanos).
- Se ha corregido la foliación: El impreso repite el folio 10 dos veces. Por este motivo, se corrige a fol. 11r y fol. 11v. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, a partir del siguiente folio, el impreso presenta la numeración correcta. Posteriormente, el impreso se salta el folio 33 y pasa directamente al 34, por lo que se vuelve a corregir hasta el folio 45, donde la numeración vuelve a ser correcta hasta el final.
Vida de Juana de la Cruz
El autor al que leyere ese epítome
[fol. [i]r] La vida de soror Juana de la Cruz ha sido asunto de algunas plumas bien doctas en España; pues con sus virtudes, revelaciones y milagros les dio materia esta sierva de Dios para escribir crecidos volúmenes, donde lo accesorio es más que lo principal por la necesidad que tuvieron aquellos escritores de responder a diferentes objeciones que se pusieron a los primeros libros que se publicaron, llenos de algunas maravillas que, con dificultad, hallan aceptación en la credibilidad de los vulgares. Pero tratándose hoy de la canonización de soror Juana es necesario informar al Vicario de Cristo de sus principales acciones con tal brevedad que no se le hurte el tiempo a quien le gasta todo en beneficio del orbe cristiano. No es este de los escritos en que puede ostentar sus primores la elocuencia, ni aquí puede lograr sus sentencias y aforismos la política pues, refiriéndose una vida sin artificio y una verdad desnuda, es preciso faltarle los adornos con que se visten las vidas de los príncipes y de los héroes del siglo que, con el manto de la lisonja y adulación, cubren los defectos; y para estos solamente inventó sus galas el artificio. Por eso, es nuestra relación sencilla y de estilo ordinario, pues nuestro intento solamente pretende informar al Padre Universal, a cuyos oídos han de llegar las cosas como son y no como debieran ser, para que, atendiendo a las súplicas reverentes de tantos devotos [1] como tiene soror Juana ya de superiores ya de inferiores jerarquías, mande ver el proceso que se hizo a más [fol. [i]v] de cuarenta años sobre verificar por menor lo que por mayor contiene este epítome. Y, contando de los méritos de esta virtuosa virgen, la escriba en el catálogo de los ciudadanos del Imperio con que nuestra España tendrá más este blasón que la ilustre, y la religión de san Francisco logrará las ansias con que propone esta súplica a los pies del sucesor de san Pedro.
[fol. 1r]
Santísimo Padre
Aunque la antigua cosmografía puso en España el ocaso del sol y fue tenida por la última de las tierras desde que sus naturales profesan la religión cristiana, ha sido Oriente de muchos soles que resplandecieron y alumbraron el mundo con rayos de virtud y santidad. No pueden comprehender fácilmente los martirologios y las dípticas de nuestras iglesias el número de los mártires, de las vírgenes y de los confesores que, o por consentimiento de toda la Iglesia universal y tradición recibida por muchos centenares de años o por declaración de los sumos pontífices vuestros antecesores y por vos mismo, son venerados por ciudadanos de la triunfante Jerusalén.
Pocas provincias del orbe cristiano se igualan con las nuestras en esta excelencia y ninguna las excede; y no ha muchos años que aumentasteis nuestras glorias con escribir en el catálogo celeste a santo Tomás de Villanueva.
Ahora pedimos, sedientos de semejantes favores, declare vuestra beatitud por santa a la singular Juana de la Cruz, hija de la religión de san Francisco y que profesó su tercera regla en el Monasterio de Santa María de la Cruz, diócesis de Toledo.
[fol. 1v] Desde que la santidad de Gregorio XV, pontífice máximo, en el año de 1622 expidió su breve para que los obispos de Troya y Cirene hiciesen en la plenaria la información sobre los milagros y virtudes de esta sierva de Dios y, cumpliendo con la comisión exactamente, remitieron el proceso según el orden e instrucción que contenía el breve, no se ha hecho diligencia para acordar a vuestros gloriosos antecesores los deseos que tienen todas las Españas de oír de la boca del oráculo pontificio que soror Juana es santa y que, como tal, se le puede dar pública veneración.
Esto piden la majestad católica de Felipe IV, nuestro rey, la virtuosísima y esclarecida reina doña Mariana de Austria, su esposa, y el señor don Juan de Austria, príncipe tan famoso en el mundo por sus hazañas que serán el mejor ornamento de las historias de nuestro siglo. Esto piden los reinos de Castilla, los prelados y antistites de las primeras iglesias, y sus cabildos eclesiásticos; y, singularmente, el cardenal Sandoval, arzobispo de Toledo, en cuya diócesis nació y murió soror Juana y está hoy sepultado su cuerpo incorrupto. Esto solicita la religión de san Francisco, cuya tercera regla profesó, y también la ilustre villa de Madrid, corte de nuestros reyes. Y yo, aunque indigno de parecer ante la majes- [fol. 2r] tad de vuestro trono, hago esta súplica, gobernado de la devoción que generalmente tenemos los españoles a la virgen Juana de la Cruz.
El culto particular con que es venerada no basta a satisfacer la devoción de sus conterráneos que, como hijos obedientes de la Sede Apostólica, aguardan los decretos y determinaciones de Vuestra Santidad para saber el grado de veneración con que la han de estimar e invocar en sus necesidades y aflicciones; pues, hasta ahora, se han experimentado grandes maravillas resucitando muertos, restituyendo los enfermos de achaques incurables a salud vigorosa, y sus granos o cuentas tienen virtudes experimentadas por larga serie de sucesos contra los demonios, contra las tempestades y contra las plagas que suele padecer la naturaleza.
Y aunque por las bulas que, en los años 25 y 33 [I], promulgó la santidad de Urbano Octavo, de feliz memoria, se corrigieron los abusos con que el pueblo rudo suele dar veneración y culto a muchas personas sin noticia ni aprobación de la Santa Sede, en las mismas bulas [II] quedan reservados aquellos casos en que, por tiempo inmemorial o por mucho tiempo y con tolerancia de los [fol. 2v] ordinarios [III], han sido venerados algunos con particular culto, dejando a estos en la cuasi posesión en que se hallan y en las dudas que se han ofrecido en esta santa ciudad. Lo han determinado y declarado así las congregaciones que se hicieron sobre tales causas en los pontifi- [fol. 4r] cados de Clemente VIII y Paulo V, de feliz memoria [IV], mandando no se innovase donde in- [fol. 4v] tervenían los requisitos que concurren en culto con que es venerada soror Juana de la Cruz.
No tiene altar ni es invocado su nombre públicamente, y en todo se guardan los decretos apostólicos, porque el culto es particular y nacido de un afecto interno y de una voz común agradecida a tantos milagros y maravillas.
Y cuando los obispos de Troya y de Cirene hicieron la información plenaria hallaron que, por más de noventa años, antecedentemente tenía el mismo culto pues su cuerpo está colocado en parte eminente y con algunas lámparas que arden continuamente en su obsequio y pendientes los votos que, con frecuencia, llevan al templo donde yace el cadáver sus reconocidos. En esta forma le han visitado los arzobispos de Toledo, los prelados de la religión franciscana, los nuncios que en nombre de la Sede Apostólica residen en la corte de España y, en fin, las majestades desde los grandes monarcas Felipe III y Felipe IV su hijo, y la esclarecida reina doña Isabel de Borbón, y los infantes (grandes y títulos de estos reinos). Y antes de emprender la conquista de Portugal en que hoy se halla emplea [fol. 5r] do, el señor don Juan de Austria visitó el templo de Santa María de la Cruz a devoción de soror Juana de la Cruz y, con liberalidad propia de su ingenio, ha dado muy considerables limosnas [V] y, a su imitación otros, con que la devoción a esta virgen es general. Y, no sin providencia superior, se ha reservado a los felices tiempos de vuestro pontificado el ponerla en la lista y número de los santos canonizados. Y, para que pueda vuestra santidad comprehender las acciones principales de la vida de soror Juana de la Cruz, pongo a vuestras plantas ese dibujo o epítome de todas ellas, refiriendo solamente lo que parece más esencial y que conduce a informar vuestra mente sin que por ello pretenda merecer algún crédito más del que damos a una historia profana, remitiendo la verificación y comprobación de este informe al proceso y papeles concernientes a la prueba que se hizo por los obispos de Troya y de Cirene y que se llevaron a esa curia romana, bastándome por suma felicidad llegar por medio de este escrito a vuestras plantas.
Besa los pies de vuestra santidad,
Licenciado don Alfonso Carrillo.
[fol. 5v]
§. I.
[VI] Presidiendo en la silla de san Pedro Sixto IV, de feliz memoria, y reinando la mayor parte de las Españas los Católicos Reyes don Fernando y doña Isabel, príncipes gloriosos, nació Juana en tres [4] de mayo del año de 1482 [5] en el lugar de Azaña, pueblo del arzobispo de Toledo, cuya situación es en la provincia que llaman Sagra. Sus padres fueron Juan Vázquez y Catalina Gutiérrez, personas virtuosas y ricas.
[VII] [fol. 6r] Reconociese luego que recibió el agua del Bautismo que la niña se abstenía (con admiración de cuantos observaron la maravilla) en el viernes de todas las semanas de tomar el pecho de su madre, si no es una vez al día ayunando en la forma que se refiere de san Nicolás, obispo de Mira, y de san Estéfano, obispo diense.
[VIII] [IX] Sucedió no mamar en tres días y pareció haberla sobrevenido un accidente mortal con suspensión de todos los sentidos. Y creyendo la madre haber fallecido la criatura, pidió a la Virgen santísima intercediese con su Hijo Cristo, Señor Nuestro, la resucitase. Haciendo voto de llevarla al templo nuevamente fundado de Santa María de la Cruz y estar en vigilia allí una noche, volvió la niña del parasismo o desmayo, con que su madre creyó piadosamente había sido resurrección milagrosa la de su hija.
[X] [XI] Antes de cumplir dos años, enfermó de suerte que no podía comer ni aún tomar el pecho, con que su madre, valiéndose por medicina en todos los males de niña de la intercesión de los santos, la llevó a un templo dedicado a san Bartolomé en la villa de Añover. Y a vista de la imagen del apóstol, se alegró Juana, mejorando de suerte que pidió de comer; y contaba en la edad de discreción como había [fol. 6v] tocádola el apóstol san Bartolomé en el rostro, de que procedió cobrar salud.
[XII] [XIII] No la vieron jugar con otros niños, como es natural en la infancia, y a los cuatro años de su edad tuvo un rapto en que juzgó ser llevada a un lugar ameno donde vio una señora de mucha autoridad asistida de vírgenes y niños hermosísimos; y, por haberla enseñado aquellos coros de vírgenes y niños que la señora era la Madre de Dios, la adoró y alabó con la salutación del ángel. Y en aquella oración, vio también al ángel su custodio. Y, cuando volvió del rapto, refirió cuanto en él había observado hasta que la mandaron callar sus padres y obedeció luego.
[XIV] [XV] En aquel mismo año, llevaban por viático a un enfermo el santísimo sacramento de la Eucaristía y, pasando por la puerta de la casa donde vivía Juana, le adoró y vio sobre el cáliz a Cristo, Señor Nuestro, en forma de niño hermoso y resplandeciente. Y en el día que la Iglesia celebra la Purificación de la Virgen, Nuestra Señora, al tiempo que el sacerdote levantó la hostia consagrada, vio en ella distantemente el cuerpo glorioso de Cristo, rodeado de muchos ángeles; y en aquella edad inocente pensaba que a todos eran comunes semejantes favores.
A los siete años de su edad murió su madre [fol. 7r] [XVI] y, entre sus agonías últimas, encargó a su marido cumpliese por ella el voto de llevar a la niña con una ofrenda de cera al templo de Santa María de la Cruz. Pero la muchacha, adelantando el discurso a más altos fines, deseaba ir ella a cumplir el voto de su madre y, con esta ocasión, quedarse monja en el convento. Comunicó sus pensamientos a una su tía, que al mismo tiempo entró religiosa en el monasterio de Santo Domingo el Real de la ciudad de Toledo, pero su padre y abuelo, entendiendo lo que pretendía, lo embarazaron considerando la tierna edad de Juana, incapaz, a su parecer, de tolerar los rigores y asperezas de una religión. Y aunque la tía procuró siempre atraerla a su convento hasta disponer medios de robarla, no pudo [6] conseguirlo. Y la niña, más advertida, propuso tomar el hábito en otra parte por que no dependiese su vocación de afecto al parentesco de la tía.
[XVII] [XVIII] Otros sus parientes ricos la llevaron a su casa por tener en ella una joya preciosísima; tales eran las luces que brillaba aquel diamante y tal su capacidad que fiaron el gobierno de su hacienda a la muchacha. Aquí se descubrieron las penitencias con que Juana maceraba su cuerpo en tan tiernos años, ayunando los días de precepto a pan y agua y, tal vez, no comía en dos o tres días; y cual otra Cecilia [fol. 7v] penitente, usaba silicios y se azotaba con cadenas hasta derramar sangre. En las noches frías y dilatas del invierno, después de recogida la gente de su familia, se desnudaba sin dejar sobre si más que el silicio y, en esta forma, pasaba en oración toda la noche. No pudo esto recatarse de la noticia de sus tíos y así vivió con mayor retiro en adelante.
[XIX] Gozaba continuamente de visiones maravillosas que la enseñaban o confirmaban en alguna virtud. Y en un Viernes Santo por la mañana, contemplando la Pasión de Nuestro Salvador, le vio crucificado; y fue tanto su sentimiento con aquella soberana visión percibida con los ojos corporales que, con las lágrimas que derramó e interno dolor que tuvo, quedó desfigurada de suerte que aun sus mismos tíos no la conocían.
[XX] A los catorce años de su edad, pensaron sus tíos en casarla y, a la fama de su honestidad y hermosura, concurrieron muchos pretendientes, señaladamente un mancebo natural de la villa de Illescas. Pero, como Juana quería consagrarse a Dios perpetuamente, le fue revelado un día de la Semana Santa por medio de una visión (en que Cristo, Nuestro Señor, la apareció) sería su Esposa y que entraría en religión.
[XXI] [fol. 8r] Alentada la virtuosa doncella con tal favor, dispuso entre sí misma irse al convento de Santa María de la Cruz de religiosas terceras de san Francisco. Tenía Juana particular devoción a este convento porque su fundación fue prodigiosa y, al parecer, agradable a la soberana Reina de los ángeles, Nuestra Señora. El suceso se cuenta en esta forma.
Cinco leguas de Madrid, villa ilustre y corte hoy de los reyes de España, tiene su asiento la villa de Cubas, de corta población y oscuro nombre. [XXII] [XXIII] Apacentaba una pastorcilla, llamada Inés, en los términos de este pueblo un ganadillo de cerda; y era tan devota de la Virgen Santa María que mereció ser instrumento de las maravillas del Cielo. Aparecióse a la pastora la Virgen santísima a quinientos pasos del lugar de Cubas y, después de varios coloquios y apariciones que se continuaron por algunos días, la dijo que en aquel sitio quería tener templo de su advocación; y, para que los de su pueblo le edificasen, la dio ciertas señales y en particular la cerró la mano, dejando el dedo pulgar sobre el índice en forma de cruz y de fuerte que no podía abrirla ni usar de ella.
La pastorcilla, instruida de lo que había de decir, publicó el precepto a los habitadores del pueblo y, con vista del prodigio de la [fol. 8v] mano que con sus manos tocaron todos, ordenaron una devota procesión que guiaba Inés llevando arbolada la señal de nuestra redención. En llegando a vista del término donde se había aparecido la Virgen santísima, mandó la pastora se detuviesen todos y, adelantándose con la cruz, la entregó a quien no vieron los circunstantes arrodillados; y, atónitos con el pasmo y la devoción y las manos invisibles, fijaron la cruz en el sitio sobre que hoy está el templo. La sencilla Inés solamente veía y hablaba a la soberana Reina de las jerarquías angélicas; y mostró el lugar que sirvió de trono a aquella majestad, el cual fue venerado recogiendo la tierra donde había puesto sus plantas y con ella sanaron muchos enfermos de dolencias mortales o peligrosas. Después, los padres de Inés la llevaron al templo de Santa María de Guadalupe (también lo había mandado aquella señora) con cierta ofrenda y en presencia de la imagen, que tan aplaudida y venerada es en España, abrió la pastorcilla la mano; y refieren que, en los lugares por donde pasaba a la ida y vuelta de aquel viaje, hizo algunos milagros en los enfermos a quien tocaba.
Edificose el templo con advocación de Santa María de la Cruz y a la fama de los prodigios que en él se obraban, pues resucitaron [fol. 9r] [XXIV] once muertos y sanaron innumerables personas de varias dolencias. Unas mujeres devotas se juntaron a vivir en común y edificaron allí una casa.
Dieron tales muestras de virtud y santidad que les fue entregada la iglesia con la cruz, que Nuestra Señora tomó con sus manos, y ellas hicieron posesión debajo de la tercera regla de san Francisco. Y una de las principales fue la pastorcilla Inés que, pasado algún tiempo, la eligieron las demás por la cabeza y prelada de aquel convento.
[XXV] [XXVI] [XXVII] No guardaban estas mujeres clausura y, con andar vagando y comunicar a personas seculares, se relajaron de suerte que algunas apostataron de la religión y entre ellas Inés (tan poco hay que fiar de nuestra fragilidad e inconstancia). Casose y tuvo hijos, que murieron, y el marido. Arrepentida de su pecado, entró religiosa en un convento de Castilla la Vieja, donde acabó sus días con grandes muestras de penitencia verdadera; y en su muerte hizo señal el Cielo, pues afirman que se tocaron las campanas sin impulso humano.
La divina providencia para las grandes enfermedades de nuestra naturaleza previene los remedios proporcionados a su curación: la ruina que amenazaba el edificio místico de [fol. 9v] aquellas monjas se aseguró con ingerirle una columna fortísima, en quien vino a cargar todo el peso de la observancia religiosa.
[XXVIII] Esta fue Juana, que, resuelta a entrar en religión en el convento de Santa María de la Cruz (distante dos lenguas de Azaña, su patria), para que su representación tuviese en el teatro del universo algo de vario y deleitable los primeros pasos que dio en su intento fueron festivos y con novedad. [XXIX] [XXX] [XXXI] Vistiose traje varonil, y con espada, sola y a pie, llevando sus vestidos ordinarios debajo del brazo, salió una mañana de su casa antes que el sol pareciese sobre la tierra por el camino que guiaba al convento. Cuando, combatida de varios pensamientos, le representó el espíritu contrario a su resolución todos los inconvenientes que podían resultar por el hábito impropio e indecente en que se hallaba y por el enojo de su padre y tíos, la flaca doncella, rendida a la vehemencia de la aprehensión y amedrentada con la soledad del camino, cayó desmayada y sin aliento, pero una voz la esforzó tres veces a proseguir la obra comenzada. Pasado algún tiempo entendió haber sido aquella voz de su ángel custodio.
Alentada Juana del espíritu auxiliador, prosiguió su intento y, habiendo caminado [fol. 10r] [XXXII] considerable distancia, sintió venir por el camino, siguiendo sus pasos, un hombre a caballo; y, cuando pudo discernir [7] la vista con distinción el objeto, reconoció era el hidalgo de Illescas, fino pretendiente de sus bodas. Volvió a ocuparla el susto y el miedo pero, con el traje de varón, se disimuló de suerte que la desconoció el mancebo y pasó adelante sin observar el semblante hermoso, los pasos débiles y ademán mujeril de la doncella. Culpable, al parecer, fue vestirse como varón, pero este acaecimiento califica el disfraz por acertado.
[XXXIII] [XXXIV] Viéndose libre de aquel peligro, se postró en la tierra dando gracias a Dios y aquí tuvo otro consuelo y aparición de la Virgen santísima, con que oyó palabras de esfuerzo y seguridad. Pasó adelante hasta llegar a un pueblezuelo cercano al convento llamado Casarrubuelos y, fatigada de sed, pidió de beber en una casa. Diéronla agua y descansó breve tiempo. Y, al irse, se dejó por olvido la espada junto al asiento donde había estado. Y, acordándose de ella en el camino, volvió en su busca a la casa misma de donde había salido. Y con el descuido natural con que obra quien finge, sencillamente dijo: “Oh, peccadora [8] de mí, que se me había olvidado la espalda”. Esta concordancia, propia del sexo femenil e impropia para quien [fol. 10v] se fingía varón, despertó la atención de una criada que la había ministrado el agua, la cual advirtió a sus amos cómo era mujer el que parecía mancebo. Pero esta curiosa averiguación no fue creída y aquel solecismo en la gramática de la tierra fue consonancia para las armonías del Cielo.
[XXXV] Llegó, en fin, Juana al puerto deseado y, entrando en la iglesia, dio gracias a la estrella que la había guiado en aquella corta, aunque peligrosa navegación. Y, apartándose a un ángulo oscuro del templo, se restituyó a sus propios vestidos, despojándose de la máscara y disimulación con que había temido naufragar entre los escollos de varios peligros y pensamientos.
[XXXVI] Impaciente en la dilación de su intento, fue luego a la puerta reglar del convento para hablar a la abadesa y darle noticia de su pretensión. Guardaba la puerta de aquel paraíso una imagen de la Virgen santísima colocada en un nicho y, encontrándola Juana, se postró pidiéndola con una oración fervorosa que, pues era puerta del cielo y en aquel monasterio también era portera, la franquease la entrada disponiendo las voluntades de las monjas para que la admitiesen en su compañía. Es tradición constante que habló la imagen diciendo a Juana: “Bienvenida seáis, hi- [fol. 11r] ja mía. Entre gozoso tu espíritu a tomar posesión de lo que tanto ha deseado que, para reparo de esta casa, te crió Dios en cuyo nombre y en el mío tendrás autoridad para derribar y edificar, destruyendo relajaciones y vicios, y enseñando con doctrina y ejemplo el camino de la perfección”. Es esta imagen por quien Dios obró tal maravilla se ve hoy en el mismo lugar de la puerta reglar del convento, aunque la forma del edificio y lugar de la puerta se ha mudado.
[XXXVII] [XXXVIII] Alentada la doncella con semejante oferta, hizo llamar a la abadesa, a quien dio noticia de su vocación y de los acontecimientos que había tenido hasta llegar al convento y que sería felicísima si era admitida en él por criada de las demás religiosas. La abadesa, gozosa en si misma de ver aquella Virgen hermosa y de corazón tan esforzado en edad de quince años y de entendimiento clarísimo, disimulando el gusto interior, reprehendió primero la temeridad de venir sola y en hábito impropio y, en lo demás, respondió lo comunicaría con las monjas. Juntó la comunidad y, propuesto el caso, se conformaron en recibir por compañera a Juana; y, como era necesario además de su consentimiento el del provincial, dispuso la divina providencia que no faltase este requisito, pues el provincial que era entonces entró [fol. 11v] en aquella sazón fuera de toda esperanza pues había ocho días que había estado en el convento.
Admiradas las monjas con la venida del prelado en ocasión tan oportuna y que la tuvieron por milagrosa, informaron al provincial de la vocación de la doncella, el cual dio licencia para su admisión.
[XXXIX] [XL] [XLI] Caminaban estas cosas con felicidad, y Juana deseaba la hora de su recepción. Pero su padre y parientes, noticiosos de su fuga y del camino que había tomado, fueron al convento, donde procuraron embarazar este santo propósito con palabras descorteses y groseras, persuadiéndola dejase aquel intento con representarla las conveniencias que dejaba en el siglo y los trabajos y desamparo que había de padecer en la religión. Pero la doncella, primero con el silencio y con la modestia, y luego con la perseverancia y resolución que dijo tenía de elegir a Dios por padre, ablandó los corazones de aquellos rústicos que se conformaron en que Juana entrase religiosa ofreciéndola dote competente. Y así, en presencia del padre y parientes, recibió el hábito con devoción y lágrimas en que todos concurrieron, equivocándose los gozos y los sentimientos, los llantos y los parabienes. ¡Oh in- [fol. 12r] comprensibles juicios de Dios! Quien con ojos mortales procura averiguar los rayos y luces con que nos deslumbran queda más ciego e incapaz de observar sus maravillas; lo que vemos solamente es que los mejores medios para conseguir un propósito son los estorbos, y los montes, y riscos; son los llanos y veredas por donde se camina con más seguridad.
[XLII] Las memorias que se conservan de la vida de Juana en los libros y en la tradición refieren por menor sus acciones; y el ánimo con que se iba encaminando el año del noviciado a la perfección del espíritu.
[XLIII] Con un profundo silencio y con una ciega obediencia, echó los cimientos tan firmes que pudo cargarse en ellos un edificio para la eternidad. En la guerra de los sentidos, la única defensa que tuvo fue el retiro de todos los tratos humanos en la estrechez de una celda; y entre los silicios, disciplinas y ayunos (no comiendo más que una vez al día) y con la oración continua de discípula se hizo maestra, de novicia se hizo veterana de la milicia celeste, con que, pasado el año, fue admitida a la posesión, tomando por nombre Juana de la Cruz. Era devotísima de esta señal como instrumento principal de nuestra redención y [fol. 12v] por haber nacido en el día que la Iglesia celebra su milagrosa invención. Y en otro tal día, tomó el hábito e hizo profesión. Y después, en el progreso de su vida, en otros semejantes días, fue electa abadesa y murió, pero la principal razón fue querer seguir la cruz de Cristo, correspondiendo con las obras a la representación de su nombre.
[XLIV] [XLV] El orden que, siendo novicia y después de profesa, tuvo para disimular sus vigilias, oración y penitencia era este: llevaba, al tiempo de recoger las religiosas en el dormitorio común, una rueca; y cuando sentía que dormían las monjas, ocupaba las manos en hilar y los pensamientos en Dios, y en esta forma estaba hasta que tocaban a maitenes. Acudía entonces al coro y, acabadas las divinas alabanzas y recogidas las demás monjas, comenzaba de nuevo la tarea de la oración en que perseveraba hasta el amanecer; y, vencida de la necesidad, se rendía al sueño por dos o tres horas hasta la hora de prima.
[XLVI] En las obras de manos y trabajos corporales en que la ocupaba la obediencia hallaba su mayor regalo y deleitación: cuando fregaba los platos y alhajas de la cocina, los figuraba de oro y llenos de perlas y piedras preciosas en que había de comer su soberano esposo, y así se deleitaba en aquel ejercicio [fol. 13r] de humildad. Lo mismo consideraba cuando barría la casa, pues la escoba le parecía un ramillete de flores y, si hacia oficio de cocina, se acordaba de Marta cuando hospedó en su casa al Redentor del mundo. En esta forma lograba en sus empleos un inmenso tesoro de merecimientos.
[XLVII] Imitó fielmente a su patriarca san Francisco en guardar verdadera pobreza, pues su cuidado en esta parte fue igual al que tuvo el rico avariento en juntar y guardar los tesoros que le llevaron al infierno. De sola su cama y hábitos era poseedora cuanto al uso, sin tener más celda que las oficinas de la comunidad; y los vestidos eran tan pobres que parecía vestirse los que desechaban las demás monjas: el hábito humilde, la túnica interior de sayal, la camisa un asperísimo silicio ceñido todo con una cuerda de cáñamo y los pies sin más adorno ni abrigo que unas viles sandalias.
[XLVIII] Con ser tan espantosa su penitencia y tan singular su modo de vida, la mayor excelencia que se observa de sus virtudes fue la de regular siempre sus acciones con la obediencia y dictamen de su confesor, recibiendo las reglas de vivir sin valerse de su propia voluntad.
La hermosura de su rostro y perfección [fol. 13v] [XLIX] [L] de su cuerpo fueron admirables, y se adornaban con gravedad y modestia que componían a cuantos la miraban. Su conversación era dulcísima, sus palabras amorosas vivas y penetrantes, y en la dirección misma traía envuelta la salud y reformación de las almas. Nunca hablaba en vano ni superfluamente, pues todos sus discursos se encaminaban a glorificar a Dios y aprovechar los próximos; y, si tal vez ocurría en la conversación materia de gusto y entretenimiento, era con tanta templanza que más provocaba a devoción que a risa y deleite.
[LI] En aconsejar y consolar corazones tuvo don del Cielo, con que venían a consultarla personas gravísimas y de diversos estados y todas las fiaban sus secretos con seguridad de que no serían revelados. Estas calidades eran adornadas de una humildad profundísima y sus virtudes se descubrieron más en los oficios que la encargó la obediencia a sus preladas.
[LII] Asistía a la cocina, como hemos referido, y en ella, por leves causas, era maltratada y reprehendida de sus compañeras. Y luego se arrodillaba y las pedía perdón y, si no podía aplacar su enojo, íbase al coro a pedir a Dios la perdonase la pena y turbación que había ocasionado a sus hermanas. Volvíanla a llamar y [fol. 14r] preguntábanla qué hacía en el coro y, con admirable mansedumbre, respondía: “Suplicaba a la divina clemencia me perdone por haber ocasionado vuestra justa indignación y que os diese gracia para sufrirme”. Quedaban confusas y arrepentidas de haber ofendido a aquella cordera que tan poco lo merecía.
[LIII] En aquel humilde ejercicio, manifestó Dios cuán agradable le era su sierva con algunos milagros. Merezca contarse uno para ejemplo de que Dios cuida de aliviar a los que le sirven, aun en cosas muy menudas, en la estimación de los hombres: llevaba soror Juana un barreño de barro con la carne que había de comer la comunidad para lavarla en el pozo. Encontró con el barreño en una piedra, hízole pedazos y ella, muy triste, se puso en oración, suplicando al Señor reparase aquella falta. Tomó los pedazos y fuelos juntando, y el barreño quedó como estaba antes de romperse; y sirvió después en la cocina por más dos años. [LIV] Encargáronla la enfermería, donde halló materia bastante para ejercitar su caridad; no perdonaba ningún género de desvelo y de trabajo por asistir y cuidar de las religiosas enfermas. Sucedió que una monja padecía mucho frío y dolor de estómago y pidió a soror Juana que, pues era enferma, pi- [fol. 14v] [LV] diese para sí un poco de vino diciendo lo había menester y que le diese a ella porque su necesidad era muy grande y no se atrevía a pedirle. Soror Juana ofreció pedir el vino con buena voluntad pero, considerando que si le pedía con pretexto de su necesidad era mentira y dejarle de pedir era falta de caridad, suplicó a Dios le diese por algún tiempo dolor de estómago para que, no faltando a la verdad, pudiese remediar la necesidad de su hermana. El Padre de misericordia, y a quien tan agradables son los actos de caridad con el próximo, concedió lo que pedía a su sierva y, con el propio dolor de estómago, pidió la medicina para el remedio del ajeno.
[LVI] En este mismo oficio de enfermera, por su intercesión, cobraron muchas enfermas salud. Sanó una religiosa de unas tercianas, comiendo con particular devoción un poco de pan que soror Juana estaba también comiendo, y no la volvió más la calentura. Esta misma religiosa, por intercesión de su enfermera, se libró de dos zaratanes que se le criaron en los pechos, poniendo en ellos unos paños mojados en agua bendita de consejo de soror Juana.
[LVII] Del ministerio de la enfermería, pasó a ser tornera y portera y con su agrado y cortesía, sin faltar al rigor de la obligación de su o- [fol. 15r] cio, cumplía con monjas y seglares. Aquí padeció notables mortificaciones de una compañera más anciana que la perseguía con porfía incansable riñéndola y maltratándola por todo cuanto hacía; y a todo callaba la prudentísima criatura o la pedía perdón de las culpas que no había cometido.
[LVIII] [LIX] Como esta sierva de Dios andaba toda transformada en él, cuantas cosas hacía las aplicaba a los más soberanos misterios de nuestra redención. Y así, consideraba el torno por el pesebre en que María santísima reclinó al Niño Jesús recién nacido, y volviendo el torno con esta contemplación halló muchas veces al Niño Jesús que aparecía en forma visible y con dulces palabras la regalaba. En una ocasión, estando gozando la visita soberana del Niño Dios, pretendió abrazarle y regalarse con él pero, al tiempo de extender los brazos, apareció la Virgen santísima que le tomó en los suyos y se levantó en alto, acompañada de coros angélicos; quedó desconsolada soror Juana pensando procedía aquel retiro de su indignidad, pero la Virgen santísima la dijo: “Hija mía, vente a la huerta de casa, hacia la parte donde están las higueras, que allí nos hallarás”. Quedó con esto consolada su alma y, desocupándose del torno, fue apresuradamente al puesto señalado (no así el ciervo de- [fol. 15v] [LX] sea en el verano la frescura de las fuentes, no así la alma ama la visión del hierro como esta sierva de Dios deseaba venir su alma al amor y voluntad de su Esposo Divino). Abrió la puerta de la casilla y viola convertida en alcázar del rey del universo. Estaba en trono de gloria la Virgen María y en sus brazos sostenía al que sostiene el firmamento. Adoró Juana con suma reverencia a aquellas majestades y, con sus alabanzas, hizo compañía a los coros angélicos. Quedó elevada y embebida en aquellos gozos celestiales y, aunque la llamaron con la campana de la portería tres veces, no la [10] oyó, y la Virgen, Nuestra Señora, la dijo: “Anda, que te han llamado tres veces con la campanilla y no lo has oído, acude a la obediencia”. Dejó luego la dichosa Juana a Dios por Dios, cumplió con la ocupación para que fue llamada y, con las mismas ansias, volvió a la casilla de la huerta. Repararon algunas monjas en sus pasos veloces, en su inquietud extraordinaria, en su rostro encendido, y que arrojaba unos resplandores y luces y el aire por donde pasaba quedaba fragante y oloroso. Siguiéronla hasta la puerta de la casilla, donde oyeron decía: “¡Oh, Reina de los Cielos, cuan bien manifestáis con esta pecadora ser madre de misericordia pues, aunque yo me había ido dejando vuestra compañía, no se ha desdeñado vuestra grandeza y el [fol. 16r] dulcísimo Jesús de esperarme en tan humilde lugar”. Respondió la Virgen santísima: “Hallástenos, Juana, a mi hijo y a mí porque nos dejaste por la santa obediencia”. Y, después de algunas palabras en estimación de lo que merece esta virtud, acabó su Majestad con decir: “Si no hubieras sido obediente, no hubieras gozado de aquestos favores”. Todo esto lo escucharon las religiosas que siguieron a soror Juana, descubriendo Dios por este medio lo que ella con modestia y cuidado les encubría.
[LXI] Otra aparición de la Virgen María con el Niño en los brazos tuvo en la sala de la labor pues, arrebatada soror Juana en espíritu y visión imaginaria, vio a la Emperatriz de los ángeles y a su Hijo preciosísimo. Y, después de varios coloquios, consiguió recibir en su escapulario al Niño alegrándose y gozándose en tan soberano bien, y los efectos de este sabor le duraron en su alma por muchos días.
§. II.
[LXII] Inexplicable es la devoción que soror Juana tuvo con el inefable Sacramento de la Eucaristía; el deseo de gozar siempre de aquel pan angélico la traía absorta y enajenada de sí. Todas sus oraciones, penitencias y mor- [fol. 16v] [LXIII] [LXIV] tificaciones se dedicaban a disponerse para recibirle dignamente y, juzgándose incapaz de sentarse a la mesa del Rey de los reyes, no se atrevía a recibirle cada día sino cuando su confesor lo ordenaba. Suplía la falta de la comunión sacramental con comulgar espiritualmente en que sentía grandes consuelos, con que se podía decir que toda su vida era una espiritual comunión prolongada. Esta devoción se la pagó Dios con muchos favores que recibió su sierva y milagros que acontecieron. Merece referirse uno, cuyas señales permanecen hoy en los mármoles de su convento: confesábase un día en tanto que se decía la misa mayor. Hicieron señal en la iglesia con la campanilla de que el sacerdote levantaba la hostia consagrada. El confesor mandó a soror Juana fuese por el coro a adorar a Cristo Nuestro Señor sacramentado. Salió con prisa y, reconociendo por los golpes de la campanilla que no podía llegar al coro a tiempo, se arrodilló para adorarle en espíritu. ¡Oh maravillas de Dios! Interponíase entre soror Juana y la iglesia una pared de cantería muy gruesa y, por impulso físico y sobrenatural, se abrió la pared desde la parte superior a la inferior, con que pudo la sierva de Dios ver la hostia, el sacerdote el altar y todo cuanto estaba en la iglesia. Quedó asom- [fol. 17r] [LXV] brada soror Juana con milagro tan grande y estando glorificando a Dios por él, cuando alzaron la segunda hostia, se abrió segunda vez la muralla; y, hecha la adoración, se cerró dejando un monumento a la posteridad pues, siendo todas las piedras del muro de mármol negro, quedó una de ellas blanca y abierta por tres partes en forma de cruz, la cual desde aquel tiempo es tenida en veneración; y este mármol es visitado de los prelados y de los reyes que han entrado en la clausura de aquel monasterio.
[LXVI] Entre los favores extraordinarios que soror Juana recibió de Dios, fue muy singular el permitirla comunicase a su ángel custodio en sus éxtasis y raptos y, algunas veces, fuera de ellos. Y aquel hermoso espíritu se le manifestaba glorioso y resplandeciente. Y, en estas visiones y aparecimientos, gobernaba a la virtuosa monja, respondiendo a sus consultas, satisfaciendo a sus dudas, y enseñándola altísimos misterios que, después explicados por la virgen Juana a sus monjas y a los que venían a oírla, quedaban alumbrados y confusos cuantos bebían de aquel néctar científico y sobrenatural, reconociendo ser sus palabras centellas de incomprensible fuego del Espíritu Santo que la asistía.
[fol. 17v] [LXVII] [LXVIII] Aunque el ver con sus ojos corporales y hablar familiarmente con su santo ángel era muy frecuente en soror Juana, con todo eso gozaba más de su vista, comunicación, y enseñanza en los raptos y elevaciones estáticas que tenía, en las cuales gastaba lo más del tiempo, pues toda su conversación era con el cielo. No había ejercicio ni ocupación, por precisa que fuese, que pudiese apartarla del amor de su dulce Jesús, en quien tenía embebida y transformada el alma. De noche, de día, comiendo, descansando, hablando o rezando, ya hiciese labor, ya estuviese en pie, ya asentada u echada de cualquier suerte que la hallase la visita de su celestial esposo. Luego se enajenaba de sus sentidos y quedaba absorta en profundos raptos que duraban algunas veces cuatro horas, otras doce, otras catorce. Y con el discurso del tiempo y frecuencia de aquel comercio divino, creció tanto esta gracia que perseveraba en el rapto veinticuatro horas, y tal vez pasaron tres [11] días sin volver del éxtasis.
[LXIX] En su rostro, cuando se elevaba, crecía la hermosura natural de que era dotada, descubriendo con señales exteriores los gozos que interiormente gozaba su espíritu.
Veíanse algunos prodigiosos efectos de los [fol. 18r] raptos, derivándose también con señales exteriores al cuerpo los afectos tristes o alegres del alma; y, particularmente, cuando eran revelados los trabajos y perfecciones que había de padecer o las felicidades o aceptación de las buenas obras de sus próximos en la presencia divina y estado en que estaban sus conciencias o su salud. Y así, daba avisos importantísimos para ajustar conciencias perdidas y para prevenir y evitar grandes daños en las almas y cuerpos. Advirtió a muchos la cercanía de su muerte y sucedía todo como lo decía.
[LXX] [LXXI] Uno de los prodigios que hacen más memorable a esta sierva de Dios es el don de las lenguas que tuvo. Sucedió pues que, volviendo de un rapto dilatado, se halló embarazada la lengua para articular palabras y, aunque entendía y oía, no podía responder sino con señas. Y en esta forma estuvo algunos meses, quedando reducida a tal extremo de bondad y sinceridad que parecía hallaría en él estado de inocencia. Y así las monjas hacían de ella lo que querían, tratándola como a una criatura y paloma mansísima y, aunque para las cosas del mundo vivía con esta enajenación, para las del Cielo tenía las potencias del alma vivas despiertas y perspicaces.
[fol. 18v] [LXXII] Continuaba sus éxtasis y raptos como siempre. Y en uno de ellos, se le apareció el Niño Jesús, a quien suplicó con profunda oración que, si había de ser para su santo servicio, la restituyese a estado de poder hablar. Entonces el Señor, tocando la boca de soror Juana con sus manos divinas, la dijo: “La causa de haberte enmudecido es porque seas instrumento por quien yo quiero hablar y, aunque ahora te sano, guarda de mi secreto y algo di y algo calla de lo que te revele”.
[LXXIII] Volvió del rapto y con expedición en la lengua, con alegría y consuelo de las monjas. Y, desde entonces, se manifestó en ella un espíritu de predicación y enseñanza, hablando en los éxtasis cosas muy singulares y declarando profecías y lugares de la Escritura Sagrada. Cuando había de predicar estos sermones y declarar lo que Dios la revelaba, se transfiguraba; y enajenada de los sentidos, las religiosas la llevaban en brazos a su celda (fiel éxtasis la cogía fuera de ella) y poníanla sobre su cama, donde quedaba con los ojos cerrados con el rostro sereno y con las manos sobre el pecho. Así perseveraba por tiempo de hora y media, y luego interrumpía en amorosas exclamaciones a Dios y parecía le hablaba y comunicaba como si le viera personalmente: ya le rogaba se acerca- [fol. 19r] se; ya extendida los brazos como para llamarle; ya se quejaba de su soledad y desamparo si se iba; ya gozaba como si poseyera tanto bien; le daba gracias de los favores que hacía a una indigna pecadora y, entonces, hacía actos de grande reverencia y profunda adoración y, con voz más templada, hacía oración vocal por el estado de la Iglesia, y por los que se hallaban en pecado mortal, y por todas las necesidades de que tenía noticia y, especialmente, por las almas del Purgatorio. Acabada esta deprecación, callaba por algún tiempo y las religiosas la reclinaban en la cama con toda decencia y compostura en tal forma que los oyentes pudiesen ver su semblante y oír distintamente sus palabras. Después de este silencio, levantaba la voz más sutil y delicada y declaraba los misterios y lugares de Escritura que le eran revelados del divino espíritu con suma velocidad y gracia. Su más ordinario asunto era el Evangelio o festividad de aquel día. Estos sermones o pláticas duraban tres o cuatro horas y, cuando acababa, despedía el auditorio echándole bendición.
Toda la gente que concurría a oírla, que era innumerable y entraba dentro del convento porque entonces no se guardaba en [fol. 19v] [LXXIV] él clausura, se arrodillaba y recibía la bendición con devoción y lágrimas. Volvía luego soror Juana del rapto sin poder decir ni saber cosa alguna de lo que había pasado. Esta gracia se manifestó tres años, después que comenzó a elevarse públicamente, y le duró por espacio de trece años. Y en todo este tiempo fue aquel convento cátedra de sabiduría y de doctrina revelada del Cielo. Y aquellos sermones acontecían en días y por términos inciertos y varios según era la divina voluntad, pues pasaban quince días, tal vez ocho, tal vez tres y, finalmente, hubo día en que predicó dos veces.
[LXXV] [LXXVI] Divulgose la fama de esta maravilla por todo el reino, y así concurrieron a la novedad del caso diferentes gentes para ver con sus ojos aquel prodigio: letrados, predicadores, prelados de todas las religiones, arzobispos, obispos, inquisidores, duques, marqueses, condes y sus mujeres. Entre los más señalados fueron el cardenal arzobispo de Toledo don fray Francisco Jiménez de Cisneros, esclarecido varón en aquel siglo; y el insigne y gran capitán don Gonzalo Fernández de Córdoba; y, algunos años después, la cesárea majestad del emperador Carlos V, que dio gracias al altísimo Dios y quedó muy aficionado y devoto a soror Juana.
[fol. 20r] [LXXVII] [LXXVIII] [LXXIX] Con ser tan varias las fuentes y condiciones de personas que la oían, cada uno entendía por si lo que predicaba la sierva de Dios; y para que a todas luces se descubriese la asistencia soberana que la inspiraba, si los oyentes eran personas doctas u eclesiásticas, hacía su sermón en lengua latina; y algunas veces predicó en las lenguas francesa y arábiga, y con un sermón que hizo en esta lengua convirtió dos esclavas africanas obstinadísimas en la secta de Mahoma, las cuales dio al convento un obispo de Ávila y fueron de las cautivas que se trujeron a España de la ciudad de Orán cuando la conquistó el arzobispo don fray Francisco Jiménez. En una oración que fue a oírla el provincial de los religiosos franciscos de aquella provincia, que era vizcaíno, predicó el sermón en lengua vascuence o cantábrica, la cual es muy extraña en el dialecto en las voces y sin conveniencia con otra alguna de las lenguas que se conocen hoy en el mundo.
[LXXX] Con el celo que los Reyes Católicos tuvieron de conservar en España la pureza de la fe católica, erigieron el tribunal de la santa Inquisición en la forma que hoy se conserva. Y, por la mayor necesidad que entonces había de atender a los nuevos conversos de indios y moros, este ministerio santísimo [fol. 20v] [LXXXI] [LXXXII] entró a ejercer su ministerio con notable crédito y autoridad, y se componía de varones consumados en letras y acreditados en [12] virtud. Uno de estos, deseoso de averiguar si tales sermones procedían de ilusión diabólica y la doctrina que contenían era sólida y sin sospecha, fue encubierto y disimulando quién era al convento y se introdujo con la demás turba a ser oyente de soror Juana. Fue tal el sermón de aquel día y tan eficaces los discursos según lo que el inquisidor llevaba reservado en su corazón que, en el progreso de la plática, se arrodilló el buen hombre y, con gran copia de lágrimas, la oyó hasta el fin. Luego rogó a la abadesa le permitiese hablar a la sierva de Dios en el locutorio. Allí la pidió perdón de no haberla tenido en el crédito que merecía y que ya creía ser Dios el autor de aquel prodigio. Respondió la virtuosa virgen con palabras humildes y reconocimiento de su miseria pues, siendo un instrumento vil y desechado, usaba Dios de él en utilidad de los próximos. El inquisidor, después de larga conferencia, se despidió admirado y devoto.
[LXXXIII] Algunos que iban llevados de su curiosidad hacían experiencias indiscretas con soror Juana para conocer si los éxtasis eran verdaderos, y así la hirieron en la cabeza y [fol. 21r] dieron golpes imprudentemente, que no sentía con la inestabilidad en que la dejaban los raptos. Después se condolía de aquellos daños, cuando no los había manifestado antes la sangre que derramaban las heridas.
[LXXXIV] Estas cosas pusieron en cuidado a los prelados de la religión de san Francisco, y más a aquellos que suelen ser espíritus de contradicción: todo lo niegan y lo contradicen todo, fundando en esto hacerse temidos y necesarios.
Para evitar la variedad con que se discurría y que la verdad quedase más apurada, el provincial de Castilla, a quien esta sujetó aquel convento, mandó a la abadesa encerrase en su celda a soror Juana siempre que tuviese los raptos en que solía predicar, sin permitir que persona alguna la oyese. Hízose así y la abadesa la señaló una celda a soror Juana donde pudiese estar en tanto que permanecía en los éxtasis, y mandó a una monja que la acompañase y asistiese. [LXXXV] Pasaron algunos días y, deseando la abadesa saber lo que hacía soror Juana, mandó a una religiosa que fuese a su celda y viese si estaba transportada o si predicaba. La monja mensajera, por entre las puertas de la celda, vio que predicaba soror Juana en el tono que [fol. 21v] [LXXXVI] solía y que tenía por auditorio (cual otro Antonio Paduano) innumerables aves y pájaros que, levantados los cuellos en forma de atender, oían la palabra de Dios. Turbada y alegre, la monja dio cuenta a la abadesa y a las ancianas del monasterio, y todas fueron a ver aquel milagro, el cual miraron y reconocieron hasta que acababa la plática. Echó soror Juana su bendición a las aves, que volaron a sus ordinarias mansiones, y en la manga de su túnica se halló un pajarito que se había quedado allí puede ser que para mayor comprobación de aquel prodigio.
[LXXXVII] Averiguado el caso por el provincial tan exactamente como pedía su gravedad, dio licencia para que oyesen a soror Juana cuantos quisiesen sin excepción de personas, grados ni calidades.
[LXXXVIII] Y, porque no se perdiese el tesoro de la doctrina singular que contenían sus sermones, obró Dios otro milagro dando repentinamente gracia de escribir a una monja llamada María Evangelista, no sabiendo si habiéndolo aprendido. Y hoy permanece en el convento un libro escrito por esta monja de todos los sermones que predicó soror Juana en el discurso de un año, incorporado en otro que se titula El Conorte. La letra es clara y legible y el estilo llano y sin artificio, pero [fol. 22r] igual al que usaban en aquel siglo los más versados en la lengua vulgar. Los hombres doctos y espirituales que han leído estos libros no saben cómo encarecer su doctrina llena de teología escolástica y mística y de muchas autoridades de la Sagrada Escritura. Ya tuvo estos libros en su poder la santa Inquisición de Toledo para registrarlos y expurgarlos si lo mereciesen, pero los restituyó al convento intactos y sin corrección alguna.
§. III
[LXXXIX] [XC] La mayor señal de cuán adelantada estaba la virgen Juana en la gracia del Altísimo y de su Madre bendita fue haberse desposado en un éxtasis con el Niño Jesús, en preferencia de María Santísima y de muchos coros de ángeles y santos, quedando con este favor enriquecida su alma. Las joyas y preseas con que regaló el Esposo celestial a esta su sierva fueron unos dolores acerbísimos que empezó a sentir en manos y pies desde un día del Viernes Santo inmediato al éxtasis del desposorio. Manifestáronse también unas señales de color de rosa en las mismas partes de pies y manos donde Cristo, Señor Nuestro, tuvo sus llagas y donde las [fol. 22v] [XCI] [XCII] tuvo san Francisco. Despedían de sí aquellas señales suavísimo olor y que excedía al de las flores más fragantes y, como el dolor era intenso y las fuerzas flacas, soror Juana se quejaba con grande amargura y no podía tenerse en los pies. Las monjas, con devoción y lágrimas, la llevaban en brazos al coro y a su celda, y sobre las señales ponían paños mojados en vinagre u agua para que templasen los ardores que sentía en ellas, y que no la dejaban sosegar estas preciosas señales y dolores intensos. Duraron desde aquel Viernes Santo hasta el de la Ascensión pero no continuados, pues solamente se descubrían las señales y sentía los dolores los viernes y sábados hasta el domingo, y a la hora en que Cristo resucitó cesaban.
[XCIII] La fama de este favor corrió luego por los lugares comarcanos, con que los pueblos enteros se conmovían a visitarla y ver con sus ojos lo que habían visto todas las religiosas, sus confesores y muchas personas eclesiásticas y fidedignas; y con el gran concurso causaban inquietud grande en el convento. [XCIV] La humildad de soror Juana no pudo tolerar las exclamaciones de los que la visitaban y, como su corazón le tenía rendido y abatido en horror de las honras mundanas, huyendo de toda vanidad, suplicó a Dios la [fol. 23r] [XCV] quitase aquellas señales no permitiendo que tan vil criatura gozase de una merced con que fueron honrados grandísimos santos. La oración fue tan fervorosa que mereció alcanzar lo que pedía y así, en un rapto que tuvo el día de la Ascensión, la dijo el redentor del mundo: “Importúnasme que te quite el precioso don que te he concedido. Yo lo haré mas, pues no quieres mis rosas, yo te daré mis espinas”. Experimentolo así la buena virgen, pues los dolores y tormentos de toda la Pasión de Cristo los padeció en alma y cuerpo con las persecuciones y enfermedades que la siguieron hasta el fin de sus días. El primero regalo que sucedió a esta labor fue ensordecer en tanto grado que no oía ninguna voz ni ruido por grande que fuese. Gustaba mucho esta virgen el canto de las aves; su divertimiento después de la oración y raptos y demás obligaciones de su instituto era salirse a la huerta, donde se divertía con la música de los pajarillos contemplando las alabanzas que dan a Dios todas sus criaturas, retirando su inteligencia de nuestro grosero conocimiento. Quedó con esto soror Juana más recogida entre sí misma y sin atención a cosa exterior por quererla Dios toda para sí. Las monjas se desconsolaron y afligieron notablemente por faltarles maestra que las enseñase y quien [fol. 23v] las consolase en sus trabajos y aflicciones.
[XCVI] Perseveró el impedimento de los oídos desde el día de santa Escolástica, que es en diez de febrero, hasta el día de santa Clara, que se celebra en doce de agosto; pues, en un rapto y sermón que hizo, manifestó ser la voluntad de Dios que oyese por las oraciones e instancias de todas las religiosas; y en volviendo del rapto, oyó perfectamente, con que dio gracias al Autor de tanas mercedes en que la acompañaron las religiosas de su convento hasta en la devoción y lágrimas.
[XCVII] No está vinculada siempre la prudencia para las canas venerables, y no siempre la senectud es madre de las acciones cuerdas; una vida concertada califica el juicio y entendimiento y asegura por buenos los futuros procedimientos. Aquel provincial vizcaíno, a quien soror Juana predicó en lengua vascuence, oyó en aquel idioma retirado notablemente a todas las provincias de España (excepta la Cantabria) que era voluntad de Dios fuese selecta abadesa nuestra virgen; y aunque no tenía más que veintiocho años, las monjas la deseaban por prelada. Hízose elección en la vacante primera de aquel oficio, y todos los votos, sin saltar uno, nombraron a soror Juana. El provincial, que ya estaba prevenido en el prodigio del manda- [fol. 24r] to, confirmó la elección y, al tiempo de publicarla, afirmó a las religiosas que la abadesa había sido escogida por inspiración del Espíritu Santo.
[XCVIII] El fruto primero de elección tan acertada fue disponer la nueva abadesa que sus monjas guardasen clausura, venciendo grandes contradicciones que se hicieron al intento, fundadas en que no se podrían recoger las limosnas que las religiosas pedían por los lugares de la comarca y a quien los fieles acudían con particular devoción.
[XCIX] Las limosnas que, ya conseguida la clausura, no se pedían por las religiosas, crecieron en abundancia y el convento se aumentó en edificio y rentas. [C] El gran capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, devoto de la virgen Juana, dio de una vez quinientos mil maravedíes, limosna en aquel tiempo digna de un corazón tan grande. Y el cardenal arzobispo de Toledo don fray Francisco Jiménez, en virtud de breve apostólico, aplicó al convento la renta del curato de Cubas, y esta piadosa atención del cardenal le costó a la sierva de Dios muchos desconsuelos y perfecciones como se notará en otra parte. Y en diecisiete años continuos que fue abadesa, el convento consiguió tener cuatrocientas fanegas de [fol. 24v] pan y cuarenta mil maravedíes de renta en cada un año; y enriqueció y adornó la sacristía con muchos ornamentos, vasos de plata y otras cosas necesarias al culto divino.
[CI] [CII] El gobierno de un pueblo o de una ciudad es la piedra de toque donde se experimenta la fineza del juicio y de la prudencia. También esta virtud resplandeció en esta virgen con igualdad de luces a las demás de que fue adornada. Sin faltar a la severidad de prelada, era afable con todas las súbditas y, así, mezclaba los halagos y las represiones con tal dulzura y utilidad que corregía los errores y enmendaba los de estos con agradecimiento de las mismas monjas, que recibían la corrección y tanto más se contenían en aquel respeto y veneración cuanto entendían que todo se lo revelaban sus ángeles custodios por algunos casos que sucedieron; pues llamaba a la religiosa que había incurrido en algún descuido y, por secreto que fuese, le decía pidiéndola se enmendase y, con asegurar no se saltaría otra vez, quedaba la prelada satisfecha y la religiosa corregida de su imperfección sin escándalo de sus hermanas. Con esto parecía el convento una porción del Paraíso y un remedo del consorcio de los bienaventurados; tal era la paz, tal la unión y amor en Jesucristo de aquellas religiosas.
[fol. 25r] [CIII] En lo que se halló dudosa la credibilidad de muchos fue en cuanto a los granos o cuentas que por intercesión y ruegos de soror Juana bajaron benditas del Cielo, en las cuales se han experimentado y hoy se experimentan tan notables virtudes. Pero conocido el proceder de esta virgen, su integridad de vida, las frecuentes revelaciones de que era favorecida, su comunicación con el ángel custodio, los éxtasis y raptos profundos y maravillosos en que decía cosas tan altas y, finalmente, los milagros que Dios ha obrado por medio del contacto de estos granos, se podrá creer, con la fe que se debe a una persona reputada por santa, sería cierto aquel favor y prodigio.
[CVI] [CV] Bajar del Cielo reliquias a la tierra por ministerio de los ángeles muchas veces se ha visto. Y de que tenemos ejemplares en la casulla de san Ildefonso y en la ampolla del olio sagrado, con que se ungen los reyes de Francia en el hábito de san Norberto, y otras preseas que guarda la devoción cristiana con suma veneración. Pero subir de la Tierra al Cielo alguna cosa corpórea y elemental para volver a ella, pocos sucesos se hallan escritos. [CVI] San Pablo fue llevado al tercero Cielo (que [fol. 25v] [CVII] sería el impireo sin repugnancia a los lugares que da la astronomía a las estrellas ya errantes y fijas, pues todas pueden correr con sus regulados movimientos por un mismo cielo aunque en diversas alturas). También a san Próculo, obispo y mártir, diciendo misa le tomaron los ángeles el cáliz antes de consagrar y, después de dos horas, le volvieron al altar y le dijeron: “Cristo, Señor Nuestro, le consagró; no le vuelvas a consagrar tú si no recibe su preciosa sangre”. Y así lo hizo el santo obispo.
[CVIII] [CIX] En Constantinopla, el año de 446, iba en procesión todo el pueblo para aplacar la ira divina que le castigaba con un espantoso terremoto. Y en un campo donde se habían congregado innumerables gentes a vista del emperador Teodoro el Menor y del patriarca Proclo, fue arrebatado un niño por los ángeles y llevado al cielo. Y, después de una hora, le pusieron en el mismo campo, donde refirió cómo había estado en la patria de los bienaventurados y oyó que los ángeles y santos alababan a Dios con aquel santísimo trisagio: Sanctus Deus, Sactus fortis, Sanctus inmortalis.
[CX] Sucedió pues que, deseosas las monjas de tener alguna prenda de devoción autorizada de su abadesa y madre, la pidieron con [fol. 26r] humildad que por medio de su ángel custodio alcanzase de Cristo, Señor Nuestro, algunas gracias para sus rosarios. Esta noción parece fue misteriosa, pues al mismo tiempo en Alemania hacía cruel guerra a las cuentas benditas y a los rosarios de Nuestra Señora el perverso Lutero.
[CXI] Como la sierva de Dios anhelaba a conseguir el bien espiritual de sus próximos, prometió a las religiosas que comunicaría sus buenos deseos con su ángel custodio. A la consulta que hizo soror Juana a su santo ángel, se le respondió favorablemente por aquel espíritu celestial. Mandola que, para cierto día, juntase todos los rosarios que pudiese porque el mismo ángel los había de poner en la presencia del Señor en el Cielo para que los bendijese, con que aquellas cuentas se llenarían de gracias y virtudes especialísimas.
[CXII] Fue grande el consuelo y gozo espiritual que recibieron las religiosas con tan alegre nueva; y, no contentas con juntar los rosarios que había en el convento, dieron aviso a la gente de la comarca para que todos enviasen sus rosarios. Y así se juntó una gran suma y tan varia como se ve en las cuentas y granos que unos son pequeños, otros grandes, unos de coral, otros de jaspe o vidrio.
[fol. 26v] [CXIII] Juntos, pues, los rosarios, mandó soror Juana los pusiesen todos en un cofre, y que una religiosa anciana le cerrase y tuviese la llave guardada. Luego se puso en oración, pidiendo a Dios favoreciese los piadosos deseos de aquellas sus siervas, a que sobrevino un éxtasis de los que solía tener: las monjas, con ligereza y curiosidad mujeril, desearon saber si faltaban ya del cofre los rosarios, para cuyo efecto persuadieron a la monja que guardaba la llave le abriese. Consiguiéronlo en fin por ir todas a la parte en la curiosidad y hallaron el cofre vacío, causándoles asombro la experiencia de la vista y el tacto. Y, aunque se habían hallado presentes al encerrar las cuentas y no habían faltado testigos y guardas, volvían una y muchas veces a registrar el mismo cofre. Cerráronle como antes estaba y aguardaron hasta que soror Juana volvió del rapto, y en esta suspensión sintieron en el convento una fragancia y olor celestial que fue el indicio cierto del favor que Dios les hacía. Acudieron todas a su madre abadesa, que las dijo cómo ya el Señor, por su inmensa bondad había querido hacerlas una singular merced pues, según le había dicho su glorioso ángel, los rosarios habían estado en el Cielo, en las manos sacrosantas de Cristo, Señor Nuestro.
[fol. 27r] [CXIV] Abrieron el cofre donde se hallaron todos los rosarios sin faltar un solo grano, los cuales despedían de sí aquel olor profundo y maravilloso que se había esparcido por el convento. Y también dijo la virtuosa virgen que las gracias concedidas a aquellas cuentas no se limitaban en ellas solas porque habían de participar de las gracias mismas cuantos granos y cuentas se tocasen a las originales, pero no a las que se tocasen a las cuentas tocadas.
El crédito que se debe dar a esta maravilla pende de los milagros que han acontecido por medio del contacto de estos granos, y de la estimación que de ellos han hecho varones santos y doctos.
Cuando estuvo en España, antes de ascender al Pontificado, la santidad de Clemente VIII, de feliz memoria, en compañía de un su hermano, auditor de Rota, con ocasión del pleito que siguió sobre el condado de Puñoenrrostro, visitó el cadáver de soror Juana y pidió una cuenta con mucha devoción.
El mayor regalo que reciben en aquel convento los reyes y reinas de España, sus hijos e infantes, cuando le visitan es alguna cuenta de las originales, la cual guardan nuestros príncipes como precioso tesoro [fol. 27v] entre los principales monumentos de la piedad austríaca.
Asunto fuera de un volumen copioso, si se refieren por menor, los milagros que se han comprobado ante los ordinarios, cuyas probanzas e informaciones están en el proceso que se ha hecho sobre la canonización de soror Juana.
Diremos solamente, y con la brevedad que pide este epítome, algunos bienes singulares.
[CXV] En Valladolid, año de 1611, un mozo perdió la vista y, aunque los médicos se la procuraron restituir con varios remedios, no lo consiguieron. Y el mozo, por ser pobre, resolvió pedir limosna por la ciudad. Y un día pidió limosna al portero del convento de san Francisco, el cual tenía una cuenta original y, compadecido del trabajo de aquel hombre, le tocó los ojos con la cuenta y un rosario que traía; y aconsejole que, en la noche siguiente, durmiese con el rosario puesto sobre los ojos y con mucha fe de que Dios usaría con él de misericordia. Hízolo así el hombre y, cuando dispertó a otro día, se halló con vista y, dando gritos de regocijo, fue al convento a dar gracias a Dios de aquel benefició.
En la misma ciudad, una doncella cobró vista con el contacto de aquella misma cuen- [fol. 28r] [CXVI] ta. Y un niño de trece meses acometido de un garrotillo, desahuciado de los médicos, sanó también tocándole con unas cuentas que se habían tocado a la original, que tenía el portero del convento de san Francisco.
[CXVII] En Madrid, doña María de Mata, mujer de Iospeh Suárez de Carabajal, procurador de cortes de la ciudad de Zamora, enfermó el año de 1613 de una grave apoplejía que la puso en estado de espirar; y ayudábala a morir el licenciado Jerónimo de Quintana, rector del hospital de la latina. Y estando la enferma sin habla ni sentido, la tocó con una cuenta original e, instantáneamente, volvió en sí y cobró perfecta salud.
[CXVIII] En la misma villa, año de 1618, Pedro Díaz Morante estuvo a peligro de muerte por habérsele travesado en la vía de la orina una piedra que le impedía la evacuación. Tocáronle con una cuenta original y arrojó la piedra que, naturalmente, no pudiera salir por su grandeza si no interviniera causa sobrenatural.
[CXIX] Un niño de edad de veinte meses encontró en su casa con dos onzas de solimán que su madre había prevenido para hacer un afeite; y, juzgando ser azúcar, se lo comió el niño. Obró luego el veneno, y los accidentes mortales y espumas que arrojaba por la bo- [fol. 28v] ca manifestaron la desgracia. A los lamentos de la madre, entró una mujer llamada Melchora de Alameda que accidentalmente pasaba por la calle, la cual tenía dos cuentas originales. Púsolas en la boca de la criatura que, a vista de todos, volvió el veneno, quedando tan bueno y sin peligro el niño que dentro de una hora andaba jugando por la misma casa.
[CXX] Pedro Pacheco, vecino de Madrid, padeció una apoplejía tan fuerte que por cinco días le privó de todos los sentidos. Tocole con una cuenta original Juan Suárez de Canales sobre el corazón y luego volvió en sí el enfermo, y pudo confesar y recibir todos los Sacramentos.
Soror Luisa de las Llagas, religiosa descalza del convento de Santa clara de la villa de Valdemoro, padeció por espacio de seis una enfermedad de perlesía que la dejó baldada sin poder mover las piernas, y de la cintura arriba temblaba de suerte que no podía comer por su mano. Y otras religiosas la daban de comer y la tenían continuamente porque no se hiriese y maltratase con los temblores. Curábala el doctor Joaquín de Salcedo, médico de aquella villa y, desconfiado de todos los medios científicos [fol. 29r] [CXXI] de su facultad, tocó a la enferma en un brazo con una cuenta original que tenía y cesó en él el temblor; puso la cuenta en el otro brazo y paró el movimiento en la misma forma; tocó luego la cabeza y habló la religiosa. El médico hizo llamar a la abadesa y demás monjas y, siendo todas testigos de aquella maravilla, se levantó la enferma buena y sana; y anduvo con mucha expedición en una profesión muy devota, con que las monjas la llevaron al coro cantando el himno de las gracias al Autor de tan grande maravilla.
[CXXII] [CXXIII] Estos milagros y los demás que en el progreso de muchos años sucedieron, se autorizaron con informaciones auténticas de comisión de los arzobispos de Toledo. Y después, la Universidad de Alcalá hizo junta de los doctores y maestros más insignes en las facultades de teología, jurisprudencia y medicina, los cuales dieron honradísimas y doctas censuras que se presentaron por parte de la orden de san Francisco ante el consejo del cardenal arzobispo de Toledo para que, en su aprobación (según lo dispuesto por el santo Concilio), interpusiese su autoridad.
Compónese aquel consejo de varones muy doctos que los arzobispos de Toledo [fol. 29v] eligen de las mejores universidades de España, sacándolos de las primeras cátedras y colegios mayores para aquel ministerio. Este consejo dio auto de calificación de los milagros referidos y otros de que se hizo información, y mandó se diese traslado auténtico a la religión que está presentado en el proceso original de esta causa de la canonización de soror Juana: “En la ciudad de Toledo, a veintiún días del mes de octubre de 1617, los señores del consejo del ilustrísimo cardenal arzobispo de Toledo, mi señor, habiendo visto estas informaciones que tratan en razón de la vida y milagros que Nuestro Señor ha obrado por medio e intercesión de la bienaventurada madre soror Juana de la Cruz y los pareceres y censuras que, con vista de ellas, han dado los doctores y catedráticos de la Universidad de Alcalá de Henares y personas a quien fueron remitidas, dijeron que, en conformidad de las dichas censuras y pareceres, aprobaban y aprobaron las dichas informaciones; de las cuales y de las dichas censuras mandaban y mandaron se dé a la parte de la religión del seráfico padre san Francisco un traslado, dos o más, los que pudiera para el efecto que pretende. A los cuales dijeron que interponían e interpusieron su autoridad y decreto judicial para que valgan y hagan fe en juicio y fuera de él. Y así lo proveyeron y mandaron.
Ante mí, Benito Martínez, secretario.”
§. IV
Volvamos, pues, a proseguir la narración de los empleos y acciones más memorables de la vida de soror Juana.
La devoción de esta sierva de Dios con las [fol. 30r] [CXXIV] [CXXV] ánimas de Purgatorio fue tan grande que, con fervorosos deseos y continuas penitencias, procuró siempre el alivio y remisión de sus penas; de cuyo rigor y acerbidad estaba muy informada por diferentes éxtasis y visiones en que el Señor la reveló el estado y necesidad de las benditas almas como por la relación que hicieron a soror Juana algunas de ellas, a quienes permitía Dios viniesen a pedir socorro. Y así, no solamente exhortaba a sus monjas a que aplicasen sus buenas obras para satisfacer las penas de las ánimas del Purgatorio, sino que con ternísimo afecto suplicaba a Dios que excusase en ella lo que les restaba de pagar, y que sobre sus hombros cargase el peso de los tormentos y dolores que merecían por sus culpas, y que la diese esfuerzo para subirlas.
[CXXVI] Muy aceptos fueron estos deseos a la Divina Majestad pues, desde entonces, comenzó a sentir vehementísimos dolores y enfermedades; y, muchas veces, con el exceso de lo que sentía daba terribles gritos y quedaba como atónita y fuera de sí.
[CXXVII] Peleaban en su cuerpo extremos contrarios de frío y calor por el tiempo que la divina voluntad quería ejercitarla. Unas veces, en medio del verano, parecía en lo yerto y helado una nieve contra la naturaleza de la [fol. 30v] estación ardiente; y las monjas la cercaban de braseros y estufas que la calentaron. Otras veces, en el rigor del invierno, eran tan crueles los ardores que sentía como si la tuvieran dentro de un horno encendido, y aunque las monjas la ponían lienzos mojados en agua y vinagre, luego se secaban y no le servían de alivio.
[CXXVIII] Sucedió una vez en que soror Juana padecía aquellos incendios internos que pidió a una monja la trujese una cantidad de hielo del estanque de la huerta para tomar con él algún refrigerio. La religiosa, con sinceridad y deseo de agradar a su prelada, la llevó un gran trozo de hielo del estanque que tenía cuatro dedos de grueso. Tomole soror Juana y, por debajo de la túnica, le arrimó al cuerpo; y pidió a la religiosa que de allí a poco tiempo volviese a verla. Pasada media hora, vino la monja, a quien dijo la sierva de Dios: “Hija mía, llevaos el hielo que trujisteis no sepan las religiosas lo que habemos hecho que, como ignoran mi necesidad, lo tendrán a exceso y desorden”. La monja buscó el hielo y solamente halló un paño en que le envolvió al tiempo de aplicársele al cuerpo sin señal de humedad, y la sierva de Dios satisfizo a la admiración de la monja diciendo que, con el gran fuego que padecía [fol. 31r], se había derretido el hielo en un punto y lo mismo aconteciera con todos los hielos del estanque si se los aplicaran.
[CXXIX] [CXXX] No se cifraba su padecer en solos los fríos e incendios que sentía porque, en todas sus coyunturas, padecía dolores gravísimos que la tenían gafa y tullida sin poderse mover en la cama ni comer si no es por manos ajenas. Otras veces tenía los dolores en la cabeza, que duraban ocho días y más, y estos la afligían de suerte que, en todo este tiempo, no comía, tomando solamente unos tragos de agua con que se sustentaba sobrenaturalmente.
[CXXXI] El refrigerio mayor con que aliviaba estos dolores era leer alguna religiosa la Pasión de Cristo, Señor Nuestro, a cuyo ejemplo se alentaba con nuevos deseos de padecer mucho más por los prójimos, viendo lo que padeció nuestro Dios por redimirnos del pecado. Y como en la bondad divina es tan propio seguirse a la herida el remedio, y a la aflicción el consuelo, sacando los justos de sus trabajos la crecida usura de ciento por uno. En aquellos martirios y dolores que padeció soror Juana, consiguió grandes sabores y medras para el alma pues [13], ordinariamente, su padecer se remataba en un éxtasis profundísimo y su rostro entonces parecía [fol. 31v] de ángel más que de criatura humana. Cuando volvía en sus sentidos, protestaba padecer de nuevo por el descanso de las ánimas de Purgatorio.
[CXXXII] [CXXXIII] [CXXXIV] Por revelación de su ángel custodio entendió la sierva de Dios que para mitigar alguna parte de aquellos ardores que la afligían el invierno sería remedio un guijarro frío arrimado a las carnes; y al contrario, caliente y envuelto en un paño, cuando sintiese helado y encogido el cuerpo en el verano. Usó de este remedio y, una vez que pidió un guijarro caliente contra el gran frío que la atormentaba, la trujeron uno que había estado mucho tiempo a la entrada de una cueva del convento y como se le aplicase al cuerpo oyó unos gemidos y voces lastimosas que la pedían socorro y advirtió que salían del guijarro; y conociendo ser algún espíritu, le exhortó de parte de Dios la dijese quién era y qué quería. La voz dijo ser el alma de un hombre pecador que había partido de este mundo sin haber satisfecho enteramente a la justifica divina por sus culpas, y así tenía asignado su Purgatorio en aquella piedra que, desde la orilla del río Tajo, fue traída con otras para la obra del convento; y que la rogaba le ayudase con sus oraciones y le aplicase algunos dolores de los que padecía pa- [fol. 32r] ra poder salir de aquella cárcel en que había mucho tiempo estaba detenido. La virtuosa virgen, encendida en caridad, prometió hacer y padecer por aquella alma.
[CXXXV] Comunicó luego con su ángel custodio lo que había sucedido, y que ignoraba hubiese otros lugares asignados para purgar las almas. Enseñola el ángel que, aunque era verdad, había un lugar común y ordinario donde las ánimas de los difuntos pagan las deudas de sus culpas. Dispensa Dios a veces con algunos cuyos pecados fueron muy graves y les da el Purgatorio en piedras, hielos o ríos, o en el mismo lugar donde cometieron la culpa según es su voluntad. Dijo también el ángel a la sierva de Dios cómo a la Majestad divina le era agradable que soror Juana fuese refugio y hospital de las ánimas del Purgatorio, y que por esta causa tendría muchos junto a sí.
[CXXXVI] Desde entonces, permitió la divina providencia que muchas ánimas se le apareciesen implorando su socorro, y otras la hablasen desde los guijarros fríos o calientes que se ponía. Y en diversas ocasiones que las religiosas la llevaban al coro en una silla porque los dolores la tenían tullida y sin poder mover, la cual ponían en el lugar que deben tener las preladas, después de compo- [fol. 32v] [CXXXVII] nerla la ropa, pretendían desviarla los guijarros que traía pegados y asidos a las coyunturas y, aunque tiraban de ellos con mucha fuerza, de ninguna manera se los podían quitar y la sierva de Dios decía: “Dejadlos estar, hijas, donde Dios les dio licencia que estuviesen, y no trabajéis en quitarlos que será por demás vuestro cuidado hasta que yo padezca lo que tiene dispuesto la divina voluntad”. De esta maravilla fueron testigos todas las monjas de aquel convento.
[CXXXVIII] En los coloquios que tenía soror Juana con su ángel, le preguntó si sería petición indiscreta suplicar a Dios que las ánimas que venían a valerse de su socorro tuviesen el Purgatorio en las hierbas y flores que las monjas ponían en su celda en unas jarras y ramilleteros, pareciéndole con sinceridad que con la mudanza del lugar se les mitigarías las penas. Respondiola el ángel que el Purgatorio no se mitigaba por mudar lugar, sino con los sufragios y oraciones y demás obras satisfactorias que pueden hacer los vivos por los difuntos pero que, si ella pretendía conseguir aquel consuelo, hiciese oración a la soberana Majestad de nuestro Dios, que era el mejor medio para alcanzar la gracia que pedía. Hízolo así la devota virgen, y la infinita piedad de nuestro Redentor la conce- [fol. 33r] [CXXXIX] [CXL] dió que las ánimas que enviaba a pedirla socorro tuviesen su asiento en las hierbas y flores que la ponían en su celda para que, tiniéndolas presentes, se alentase a padecer más trabajos y dolores por ellas. Desde aquel tiempo tuvo cuidado en pedir a las religiosas la trujesen hierbas y flores de la huerta, y se las pusiesen en los ramilleteros y jarras con color de que con ellas se divertía y alegraba, callando el misterio que en ello había. Estaba un día de verano soror Juana reclinada en su pobre camilla, cercada de las flores y albahacas que la traían para su consuelo, aunque muy debilitada en las fuerzas corporales; y con voz sonora y alentada, entonó el himno Magnificat de suerte que se oyó en el convento. Las monjas, admiradas de la novedad del canto, acudieron a la celda y, por las quiebras y resquicios de la puerta, acecharon lo que hacía su abadesa. En esta curiosidad estaban y en grande silencio para no ser sentidas cuando, diciendo soror Juana el verso Gloria Patri, todos los ramilleteros se inclinaron profundamente hasta tocar las hierbas y flores en la tierra; y en acabando el verso, se restituyeron a su estado primero. Las monjas, a vista de un milagro tan grande, entraron de tropel en la celda y, bañadas en lágrimas de devoción y [fol. 33v] alegría, la dijeron que no podría negarles con el disimulo de hierbas y flores el misterio que encerraban aquellas profundas inclinaciones que hicieron al cantar el verso del Gloria Patri. Respondiolas soror Juana que, pues Dios había permitido viesen aquella maravilla, sería para su mayor edificación y encenderlas en la devoción de las ánimas de Purgatorio, muchas de las cuales estaban en aquellas flores alabando en su compañía a su Redentor hasta que, purificadas con las penas de daño y de sentido que padecían (en que procuraba ayudarlas, aplicándolas sus oraciones, dolores y tormentos), subiesen a gozarle eternamente.
[CXLI] Admiradas las religiosas de lo que obraba Dios por los méritos de su sierva, y para confirmarse en la fe y devoción que tenían de lo que obran los sufragios en beneficio de los difuntos fieles y de la reverencia que tienen todas las criaturas celestes, terrestres e infernales al inefable nombre de Dios trino y uno, pidieron con muchas lágrimas a su virtuosa madre volviese a cantar el verso mismo; y, aunque rehusó el hacerlo, vencida de los ruegos importunos de sus hijas entonó delante de todas el verso de Gloria Patri. Apenas había empezado la primera palabra cuando las albahacas y flores se inclinaron [fol. 34r] otra vez hasta tocar con sus puntas a la tierra, perseverando en aquella forma hasta que soror Juana acabó de cantar enteramente todo el verso, volviéndose a poner después como estaban antes.
[CXLII] Las religiosas dieron, en compañía de su madre abadesa, repetidas gracias al Autor de la naturaleza que las había favorecido con aquel milagro. Y su devoción con las ánimas creció mucho, y en adelante tenían gran cuidado de renovar las hierbas y flores, y las que quitaban las guardaban como por reliquias; y en ellas se hallaba tanta fragancia y olor tan suave, aunque marchitas y lacias, que excedía con grandes ventajas a las flores y hierbas frescas que ponían de nuevo en los ramilleteros. Esto también despertó la curiosidad de las monjas para preguntar a soror Juana de qué procedía aquel olor. Respondiolas que era un rastro que dejaban en aquellas flores de su asistencia los ángeles custodios de las ánimas que allí habían estado, a las cuales consolaban y visitaban con frecuencia sin desampararlas hasta haberlas puesto en la presencia de Dios. Y como uno de los tormentos que padecen en el Infierno los condenados consiste en el mal olor, así uno de los dotes de que se adornan los espíritus gloriosos es el de los olores fragantes [fol. 34v] [CXLIII] y excelentes de que gozan y que exhalan; lo cual se prueba bien con el don y privilegio que se experimenta en muchos cuerpos de santos, pues la hediondez y corrupción a que estaban sujetos por la condición de su propia naturaleza se truecan en suavísimos y celestiales olores como en señal de los que han de gozar desde el día de la resurrección general.
[CXLIV] No fuera esta sierva de Dios tan perfecta y virtuosa si no se hubiese valido de la intercesión de la Virgen santísima, Nuestra Señora, a quien rindió siempre su corazón con devoción profunda y entrañable reconociendo que, como ventana del impireo, por ella ha de salir la luz con que Dios alumbra el mundo y, como escala celeste, por ella baja Dios a la Tierra y para que por ella merezcan subir los hombres al Cielo.
[CXLV] El objeto que tenía soror Juana para ejercitar su devoción era una imagen en que representaba cuando María santísima en su tránsito glorioso subió a los Cielos; delante de esta imagen hacía sus ejercicios de devoción y en su presencia levantaba la consideración a venerar y contemplar la Reina de las jerarquías angélicas que se sienta la diestra del Altísimo.
La imagen era de escultura poco primo- [fol. 35r] [CXLVI] rosa según la ignorancia que en el tiempo en que se hizo (al parecer era antiquísima) había en España de arte tan excelente y aún en la Italia. Habían padecido un naufragio no solo las artes, sino aún las ciencias desde la caída del Imperio Romano hasta que los pontífices sumos restituyeron la sabiduría al universo, desterrando la ignorancia y barbaridad de que llenaron el Orbe cristiano las incultas naciones del septentrión. Todos los siglos venideros deben reconocer a los sucesores de san Pedro por autores de tanto beneficio, entre los cuales se erigió un monumento de eterna alabanza León X, de feliz memoria, en cuyo feliz pontificado florecieron las ciencias y artes con el rocío de su liberalidad y magnificencia.
La pintura, escultura y arquitectura subieron en su tiempo a la cumbre de la perfección y, desde entonces, estas artes campean con excelencia en beneficio de todo el género humano; y con ellas se ilustran los mayores templos, los palacios magníficos y las más ilustres ciudades de Europa.
[CXLVII] La imagen de la Asunción que veneraba sor Juana era el más precioso tesoro que tenían las monjas de su convento por los muchos milagros que en su presencia había Dios obrado. Y la sacaban en procesión [fol. 35v] [CXLVIII] [CXLIX] a nueve de marzo, que fue el día de aparecimiento de la Virgen santísima a la pastora Inés, por los campos circunvecinos hasta el lugar de Cubas. Sentían las monjas que esta imagen fuese de suma perfección, pues representaba a la criatura más perfecta y hermosa que ha tenido la naturaleza fuera de la humanidad de Cristo, Señor Nuestro. Y es tradición que en un éxtasis se apareció Cristo, Señor Nuestro, a su sierva Juana y, habiendo echado su bendición a la imagen, la tocó en el rostro, con que sus facciones quedaron mejores en la forma que hoy se venera. Y en los tiempos de carestía y falta de aguas, acuden los pueblos comarcanos al templo de Santa María de la Cruz y, las más veces, se ha visto que, llevando en devota rogativa y procesión la imagen santa, se deshace el cielo en lluvias y la tierra acude con abundantes frutos.
[CL] No se olvidaba la providencia divina de autorizar la virtud de su sierva por este tiempo para que el mundo la tuviese en veneración. Sucedió llegar al convento un hombre con su mujer que, con devoción, iban a visitar a soror Juana y llevaban consigo una niña a quien sobrevino repentinamente un accidente mortal de que espiró en breve tiempo. Los padres, con gemidos y lágrimas, ma- [fol. 36r] [CLI] nifestaban su dolor y, acordándose de los remedios del Cielo, acudieron a soror Juana pidiéndola pusiese las manos sobre el cadáver de la niña porque confiaban que por su intercesión había Dios de darla nueva vida, y aunque ella se escusaba con su natural modestia, diciendo que sus oraciones no podían merecer efecto tan prodigioso; pero la instancia y porfía de los circunstantes y los ruegos de los padres la apretaron tanto que, más por darles aquel consuelo que por afectar santidad y méritos, tomó la criatura en sus brazos llena de fe e hizo oración al Autor de la vida para que se la diese a la niña difunta, sobre la cual hizo la señal de la cruz y puso un crucifijo que traía consigo y, en el mismo instante, volvió la niña como el que dispierta de un profundo sueño. Y en brevísimo tiempo se la restituyó a sus padres sana y buena, con que la alegría y pasmo de más de ochenta personas que se hallaron presentes manifestaron bien la grandeza del milagro.
El vicario del convento, herido de mal rabioso por haberle maltratado y llenado de espumas un carnero que se entró en el convento arrebatadamente y por tener el mismo mal, habiéndose dispuesto para morir, desahuciado ya de los médicos, pidió a las mon- [fol. 36v] jas que dispusiesen cómo soror Juana le echase la bendición a su comida. Las religiosas significaron a la piadosa abadesa el estado de la enfermedad de su confesor y el consuelo que recibiría con que le bendijese la comida. Obedeciendo luego con buena voluntad y sobre la comida del enfermo, hizo la señal de la cruz y, luego que la comió, mejoró de suerte que brevísimamente quedó libre el religioso de aquel mal pestilente.
[CLII] No permite la brevedad con que referimos lo más memorable de la vida de soror Juana. Decir por menor los milagros que obró Dios con las monjas por intercesión de su sierva y con otras personas que la tomaron por su abogada, hallándose en acontecimientos muy peligrosos. A una religiosa se le saltó un ojo de un vehemente dolor de cabeza y, tomándole la sierva de Dios en la mano, se le puso en la misma concavidad de donde había faltado e, instantemente, quedó sin el dolor de cabeza y con la vista restituida y clara.
A este tiempo abrasaban el reino de Castilla las guerras civiles que ocasionó la plebe, desenfrenada con la ausencia del emperador Carlos V. Conocidas tanto con el nombre de comunidades, entendió soror Juana por revelación que los comuneros de la vi- [fol. 37r] [CLIII] [CLIV] lla de Torrejón querían robar y destruir su convento. Juntó luego todas las religiosas y las dijo el peligro en que estaban y que el remedio era la oración. Fuéronse al coro, donde imploraron el auxilio divino y, cuando más fervorosas solicitaban su defensa del Dios de los ejércitos, el capitán de los rebeldes y comuneros llegaba con su gente a las puertas del convento; pero en ellas y sobre las paredes vieron los rebeldes tantos hombres armados y dispuestos para la defensa que creyeron ser prevenidos de algunas tropas del emperador con que, amedrentados, se retiraron apresuradamente. Sabido el suceso, creyeron piadosamente las monjas que sus ángeles custodios las habían defendido.
§. V
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[CLV] En dos clases se dividen los enemigos de los justos y amigos de Dios: pues unos son interiores, que consisten en dolores, enfermedades y pasiones del cuerpo y alma; otros externos y de mayor perjuicio, y estos son los demonios y los hombres cuya persecución obra en el bueno lo que el buril en el bronce, con lo mismo que le quita le ilustra y deja resplandeciente. Ya se ha vis- [fol. 37v] to los enemigos interiores que maltrataron con tan intensos dolores y continuadas enfermedades a esta sierva de Dios. Ahora veremos lo que obraron contra ella los enemigos exteriores de quien toda su vida fue maltratada.
Avergonzados los demonios que una virgen de tan débiles fuerzas los venciese en las luchas ocultas de las tentaciones, convirtieron su odio contra el cuerpo delicado, permitiéndolo así Dios para prueba y recomendación de su paciencia. Unas veces, aquellos ministros infernales, la arrastraban; otras la daban pesadísimos golpes y tan crueles azotes que las señales de algunos le duraban por todo un año. Oíase en toda la casa el ruido que hacían aquellos verdugos y las monjas, conociendo el trabajo con que se hallaba su madre, la ayudaban con oraciones.
[CLVI] Las persecuciones de los hombres tuvieron principio en las mismas religiosas del convento, pues la vicaria y otras religiosas que se conspiraron decían que no se observaba la regla de su patriarca san Francisco; que ya faltaba una de las piedras fundamentales de su religión cuando poseían las rentas del beneficio de la villa de Cubas que les había aplicado el cardenal arzobispo de Toledo don fray Francisco Jiménez, siendo [fol. 38r] [CLVII] [CLVIII] [CLIX] incapaces de poseerlas; que mejor les estaba pender de la limosna y caridad de los fieles en que se debían vincular sus riquezas; además, que el beneficio por tener cargo de almas estaba mal servido y se conocía la ambición de su abadesa en adquirirle, pues el primero sacerdote que fue nombrado en él, por el sumo pontífice y antes por el arzobispo, era su hermano. Y, aunque la súplica del breve se hizo en nombre de todo el convento, contenía siniestra relación y, para conseguirla, se había gastado muchos ducados. Era cura del beneficio de Cubas un hermano de soror Juana, a quien nombró el arzobispo Jiménez y aprobó su consejo. Esto escribieron la vicaria y monjas conspiradas al provincial, encareciendo los excesos de su abadesa; y que en acudir a negocios y de sus parientes consumía la mayor parte de las limosnas del convento. Con estas falsedades y otras imposturas de menor consideración, obligaron al provincial a que fuese a proceder contra la inocente prelada, a quien hizo cargo de lo que decían la vicaria y sus secuaces. Pero la mansísima virgen no respondió cosa alguna en su defensa, solamente presentó con sinceridad el breve que había obtenido declarando que en la solicitud de su despacho había gastado solos siete ducados, y suplicó [fol. 38v] [CLX] [CLXI] [CLXII] al provincial la perdonase si por ignorancia o buen celo había delinquido, y que estaba pronta a dejar el oficio y recibir la penitencia que se le impusiese. Las monjas que formaban la mejor parte de aquella comunidad se deshacían en lágrimas viendo prevalecer la malicia e invidia contra la inocencia y humildad, reconociendo el provincial no buscaba la satisfacción de los cargos que se hacían a la sierva de Dios, sino pretextos para condenarla. Y sin atención a la honra de soror Juana y al escándalo que causaría en cuantos la tenían por virtuosísima en todos los reinos de Castilla (donde la fama de sus acciones y maravillas se había entendido y acreditado notablemente) y como si las culpas lo merecieran, la privó del oficio de abadesa, nombrando por presidente del convento a la misma vicaria, autora de la persecución.
[CLXIII] Bien descubrió aquel provincial en tan injusta y precipitada acción que Dios le había quitado el conocimiento de la razón y de la justicia, permitiendo fuese instrumento de mortificación contra soror Juana que, con su silencio y paciencia, desde la cátedra de la camilla en que la tenían encarcelada sus dolores, enseñaba a todas sus hijas la ciencia sobrenatural con que los justos saben tolerar las persecuciones del siglo. Y las mon- [fol. 39r] jas se quejaban en su presencia de la común desgracia que habían padecido y del escándalo que se había ocasionado. Las consolaba y pretendía persuadir que el provincial había procedido justificadamente por carecer ella de méritos y fuerzas para ejercer el oficio de prelada, y que por sus culpas merecía mayor castigo y represión.
[CLXIV] No hay espectáculo en la tierra que más agradable sea a los ojos de Dios que un varón virtuoso, haciendo rostro a los trabajos y persecuciones sin dejarse vencer ni quebrantar de ellas. Así lo escribió una pluma gentil hablando de Catón Vicente, como si fuera pluma cristiana y Catón fuera alguno de los héroes que con mejor constancia se pusieron en la cruz de Cristo.
Cuando santa Isabel de Hungría fue expelida de su palacio por sus criados la misma noche en que murió Filipo Langravió, su marido, se recogió en un establo la santa viuda y pasó la noche sin dormir, haciendo oración por aquellos que la habían arrojado de su propia casa. Apareciose Cristo, Señor Nuestro, visiblemente y la dijo que más se había agradado de la oración de aquella noche que de cuantas había hecho la santa en toda su vida. Mejor parecía soror Juana a los ojos de Dios sufriendo por su amor en aquella cama [fol. 39v] trabajos y afrentas que cuando, arrebataba en espíritu, gozaba de sus regalos y coloquios; y más acepta le sería la oración que allí hacía por la vicaria y monjas, que la habían perseguido, y por el provincial, que la despojó del oficio, que todas las demás oraciones en que se había ocupado por el discurso de su vida; pues orar por los ingratos y que nos persiguen y calumnian es perfección que se halla solamente en los adornados de virtudes sólidas y en los muy favorecidos de Dios.
[CLXV] No se descubriera tanto en soror Juana la inocencia de Abel sino tuviera Caín que la persiguiera, ni hubiera dado tan copiosos frutos de virtudes si las aguas de los trabajos y perfecciones no la hubieran bañado en vez de abnegarla y destruirla. Su caridad, que antes alumbraba y calentaba, brotó llamaradas y rayos de fuego, procurando amar, honrar y reverenciar con todo el afecto de su alma a la que con tanto afecto de ambición e invidia la había perseguido.
Las monjas, reconociendo la injusticia con que se había procedido en la deposición de su abadesa, obedecían impacientísimamente en los preceptos de la nueva prelada y la miraban como a causa del escándalo y ruina que había causado, dentro y fuera del conven- [fol. 40r] to, la acción del provincial. Pero la sierva de Dios, con exhortaciones continuas, obligó a las monjas a que obedeciesen a su prelada y, con su ejemplo, sosegaron sus ánimos.
[CLXVI] [CLXVII] [CLXVIII] No pasaron muchos días cuando una enfermedad muy aguda hirió mortalmente a la abadesa, que luego juzgó era castigada de la mano de Dios. Y así pidió a las monjas la llevasen a la celda de soror Juana y, arrodillada a sus pies con muchas lágrimas y demostraciones de contrición, la pidió perdón de las ofensas que la había hecho y confesó su culpa públicamente. La virtuosa Juana, aunque impedida, se quiso arrojar de la camilla para recibir a su hermana en los brazos y, con amorosas entrañas, la aseguró que antes ella era deudora de muchos beneficios, y que sentía su enfermedad como propia y de su parte rogaría a la Majestad de Dios por su salud y consuelo espiritual. La enfermedad fue en aumento y los médicos desconfiaron de su vida, con que recibió la monja los Sacramentos y pidió a todas las religiosas que, si ella faltaba, volviesen a elegir por su prelada y abadesa a soror Juana, la cual, con noticia del estado y peligro de la enfermedad, fue a visitarla (llevada de las monjas en la silla) a la abadesa a quien consoló y acarició mucho. Re- [fol. 40v] cibió la enferma grande consuelo con los halagos y caricias de la sierva de Dios y, con los consejos que la dio para prevenirse en la jornada que la estaba aguardando, con esto entendió la monja con seguridad que se moría y, precediendo muchos actos de contrición y otras señales de predestinación, dio su espíritu al Criador.
[CLXIX] Otras persecuciones la afligieron en el discurso de su vida, que las más de ellas se fundaban en pretender algunas personas poco afectas a la sierva de Dios desacreditar su virtud, poniendo mala voz en sus éxtasis, en sus milagros y en sus sermones. Pero de todo salió vencedora al paso que no se resistía ni safistacía a las calumnias que la imputaban.
[CLXX] En este estado, las visitas de su ángel custodio y los consuelos que de él recibía eran más frecuentes, prevenciones todas para el fin de su vida que se acercaba; pues el mismo ángel le previno de cómo ya llegaba al tiempo de salir de aquella cárcel de dolores y, en un rapto que tuvo cuatro días antes de su muerte, la aseguró el ángel que ya estaba dada la sentencia. Y ella lo dijo al médico para que no se cansase en aplicar remedios. Y así lo hizo, publicando entre las religiosas que su madre se les moría. Acudieron todas a la celda con sollozos y lágrimas [fol. 41r], pero soror Juana las consoló diciendo que sería señal de quererla y estimarla el desear que Dios la sacase de esta miserable vida como fuese para gozarle en la eterna; y que así todas la ayudasen con oraciones para que el enemigo común no la persiguiese en aquel trance.
La muerte de los justos corresponde a la vida. Del rico avariento no refiere el Evangelio cómo muriese, ni da más señas de su fin que haber sido sepultado en los Infiernos. Pareció superfluo al Evangelista referir la forma en que acabó sus días aquel precito, habiendo dicho la forma en que había vivido entre deleites y pasatiempos.
[CLXXI] La vida de soror Juana fue regulada con un orden y serie de virtudes admirables. Toda ella pacífica, toda tranquila, pero en estos últimos días temió y tembló de la justicia divina y, aunque había logrado el tiempo, le pareció entonces haberle desaprovechado. Y como puesta en un campo de batalla, unas veces se acusaba, otras pedía favor, otras apelaba del tribunal de la justicia para el de la misericordia y en este conflicto, manifestaba con las angustias agonías y trasudores que padecía su alma y cuerpo que se hallaba en el último combate.
Las religiosas, en el día antes de su muer- [fol. 41v] te, pensando que ya espiraba, llorando su pérdida, la besaron la mano; y la sierva de Dios les echó su bendición.
[CLXXII] Poco después se mesuró y compuso en la cama. Y aquel rostro desfigurado con las continuas penitencias y prolija enfermedad se puso resplandeciente y hermoso, y como solía tenerle en la flor de su juventud o cuando estaba elevaba en los éxtasis. Extendiéndose luego por la celda un olor suavísimo, y el médico advirtió que procedía de su aliento y que ya Dios daba premisas de la gloria que había de gozar aquel cuerpo. Con la enfermedad y corrupción de los humores, se le había corrompido el aliento a la sierva de Dios de suerte que, con dificultad, se podía tolerar la molestia que causaba en acercándosele con demasía. Deseosos los circunstantes de experimentar lo que el médico decía, llegaron todos a recibir el aliento de la boca de aquella virgen y le hallaron tan suave y oloroso que los cortaba y sacaba fuera de sí, y les pareció que ninguno de los aromas orientales podía igualarle.
[CLXXIII] Amaneció otro día, 3 de mayo, en que celebra la Iglesia la invención de la santa cruz, dichoso siempre para soror Juana por las felicidades que en él la acontecieron. Y reconociose de los continuos éxtasis y con- [fol. 42r] [CLXXIV] [CLXXV] versaciones exteriores con Dios, en quien tenía empleadas y embebidas todas las potencias sin atender a cosa externa, que como fue aquel día el primero de su vida también había de ser el último. Las monjas que la asistían con los confesores del convento creyeron piadosamente, oyendo las razones que decía ya llamando ya despidiendo los espíritus celestes con quien al parecer hablaba, que había merecido ser visitada de Cristo, Señor Nuestro, de la Virgen santísima y de muchos ángeles y santos, cuyos nombres repetía soror Juana como si los conociese por los favores que de ellos recibía entonces; hasta que a las seis de la tarde, cercada su cama de las religiosas al tiempo de leer su confesor la Pasión de Cristo y su muerte soberana, soror Juana dio su alma al Redentor del mundo en el año de 1534, a los cincuenta y tres de su edad y los cuarenta de su entrada en la religión.
[CLXXVI] Su rostro quedó hermosísimo y no pálido como el de los otros difuntos, sino blanco y encarnado. Y la boca con un ademán muy gracioso y como de quien se ríe. Los ojos no quebrados, sino resplandecientes y sin turbarse la viveza de luces. El cuerpo despedía de sí maravilloso y suave olor; y llenó [fol. 42v] [CLXXVII] de suerte la celda y todas las cosas que en ella estaban y a las monjas que la visitaron que por algunos días les duró la fragancia. Después de vestido y compuesto el cadáver, le llevaron al coro bajo, y las monjas y religiosos le hicieron su funeral en la forma que dispone el ceremonial y usos piadosos de la religión franciscana. Fenecidas las obsequias, dejaron allí el cuerpo asistido de todas las religiosas que no querían apartarse de él y, aunque pensaron darle sepoltura en el día siguiente, fue preciso dilatarlo por la infinidad de gentes que concurrieron a ver el cadáver de la sierva de Dios. Y muchas personas tituladas y de gran suposición en la corte despacharon correos al monasterio, pidiendo encarecidamente a las monjas no sepultasen a soror Juana hasta que pudiesen verla y satisfacer su devoción. Por esta causa, estuvo el cuerpo cinco días sin sepultar, arrojando de sí suavísimo olor, y cuantos llegaban al templo luego le sentían y reconocían admirados ser aquella fragancia sobrenatural.
[CLXXVIII] El concurso de gentes creció tanto que, no siendo capaz el templo para comprenderle, todos aquellos campos estaban cubiertos de hombres y mujeres de diferentes estados y calidades deseando ver el cuerpo [fol. 43r] [CLXXIX] de la sierva de Dios. Y así los religiosos y confesores del convento resolvieron satisfacer a la común devoción de aquellas gentes: sacaron el cuerpo fuera del convento y le pusieron a vista de la muchedumbre que, con lágrimas y clamores, se encomendaba en las oraciones e intercesión de soror Juana, juzgándose por dichoso el que podía besar su hábito y tocar sus rosarios al cuerpo. Las religiosas, temiendo no le despedazasen por llevarse las reliquias, le volvieron (aunque con dificultad) a poner en el coro bajo dentro de la clausura para que fuese visto de todos y de ninguno tocado.
También en esta ocasión acreditó Dios a su sierva dando salud a muchas personas mediante su devoción y contacto de aquel cuerpo.
[CLXXX] Una religiosa no podía mover una pierna y en el pecho se le hizo un bulto grande, todo ocasionado de una caída. Sentíase muy fatigada de dolor y acudió a la celda de soror Juana cuando la estaban amortajando y, con devoción, se puso la túnica interior con que había expirado sobre la pierna y sobre el pecho e, inmediatamente, se le quitó el dolor y resolvió la hinchazón, con que pudo andar quedando buena y sin lesión.
Una señora de título envió un mensaje- [fol. 43v] ro desde la ciudad de Toledo a saber si era cierta la muerta de la sierva de Dios porque deseaba verla antes que la sepultasen. A este hombre le sobrevino un dolor de muelas que no le dejaba comer ni dormir y llegó al convento cuando sacaban del cuerpo a la campaña; y procuró mezclarse entre la turba y besar el hábito, confiando en los méritos de la sierva de Dios que se le había de quitar la pasión molesta que padecía. Luego que tocó el escapulario con los labios se halló bueno, publicando a todos el beneficio que había recibido.
Otro hombre tullido de Torrejón de Velasco se hizo llevar adonde estaba el cuerpo y, habiéndole tocado y besado, dejó las muletas y quedó tan suelto y alentado como si en ningún tiempo hubiera tenido tan grande impedimento.
[CLXXXI] En un convento de monjas de la Concepción de la ciudad de Almería vivía entonces una religiosa llamada María de San Juan, muy parecida a soror Juana en las virtudes y en la gracia de raptos y revelaciones con que Dios la regalaba. Y aunque no se habían visto, eran muy amigas y se correspondían y comunicaban en espíritu. Esta María de San Juan refirió después a unos prelados de su orden que soror Juana se le había aparecido [fol. 44r] [CLXXXII] cuatro días después de su tránsito. Se apareció a la amiga, cercada de resplandor, y la dijo cómo había cuatro días que había salido de este mundo y que, por haber tenido en él su Purgatorio, la misericordia de Dios era tan grande que la tenía en la bienaventuranza. Esta revelación, por haberla referido persona tan virtuosa y a personas de tanta autoridad, fue bien recibida de los devotos de soror Juana.
[CLXXXIII] Después de los cinco días que estuvo el cuerpo sin enterrar para que le pudiesen ver las innumerables gentes que concurrieron de las ciudades y pueblos circunvecinos, abrieron las religiosas una sepultura en el coro bajo, junto a cratícula de la comunión. Sin encerrar el cadáver en caja o ataúd, vestido con su hábito, le entregaron a la tierra, cubriéndole con ella y con mucha cal y agua que le echaron encima, obrando en esto con desalumbramiento pues, sin afectar desprecio de estimación o vanagloria, pudieran contentarse con la tierra sola y no pasar a extremo tan desproporcionado.
[CLXXXIV] Así estuvo sepultado siete años debajo de tierra sin acordarse las religiosas de descubrirle ni sacarle para ver cómo estaba. Hasta que una niña de seis años, hija de los condes de la Puebla, estando jugando en el [fol. 44v] [CLXXXV] coro, comenzó a excavar con los dedos y a sacar tierra de la sepultura donde yacía soror Juana. Preguntaron las monjas a la niña para qué quería la tierra y las respondió que aquella tierra olía muy bien. Repararon las monjas en lo que decía la niña y, con la experiencia, conocieron ser verdad que la tierra exhalaba un olor suavísimo, con que fácilmente pudieron conocer la causa de aquel efecto milagroso; y, convocada toda la comunidad, resolvieron descubrir el cuerpo, el cual hallaron fresco, entero y hermoso, y como estaba el mismo día en que le sepultaron (hasta el hábito y tocas habían conservado su color y limpieza). No puede explicarse con bastantes hipérboles cuál fue el alegría y consuelo de las monjas. Vistiéronla otro hábito y otras tocas, repartiendo las que antes tenía entre todos los devotos, y el cuerpo le pusieron en una caja debajo del altar del coro alto.
[CLXXXVI] Allí estuvo otros catorce años, conservando su frescura y hermosura sobrenaturalmente, hasta que doña Isabel de Mendoza, señora de la villa de Casarubios, y otras personas graves hicieron infancia para que el cuerpo se mudase a lugar más acomodado, donde las religiosas y el pueblo le pudiesen tener a la vista. Y para este efecto se [fol. 45r] [CLXXXVII] fabricó un arco en la capilla mayor de la iglesia, al lado del Evangelio, que correspondía el vacío al claustro del convento y con dos rejas; y en parte eminente, se dispuso un lugar acomodado para colocar una arca dorada que hizo a su costa aquella señora doña Isabel de Mendoza. Y vistiendo el cuerpo con un hábito de damasco pardo, le trasladaron al nuevo sepulcro con tanto concurso y devoción de los pueblos como merecía su buena memoria.
[CLXXXVIII] Desde esta ocasión, no consta se manifestase el cuerpo a ninguna persona hasta que, en el año de 1600, don fray Francisco de Sosa, que después fue obispo de Osma, siendo ministro general de la orden de san Francisco, visitó el convento en compañía de don fray Pedro González de Mendoza. Y deseando saber el estado que tenía el cuerpo de soror Juana, a instancia de las monjas, hizo bajar el arca; y le hallaron fresco y entero (fuera del rostro que estaba algo seco, pero las facciones muy perfectas), el hábito de damasco pardo y las tocas olorosísimas y fragantes por la comunicación y contacto del cadáver. Y causó admiración que, sin haberle divulgado la intención de los prelados, pues cuando entraron en el con- [fol. 45v] [CLXXXIX] [CXC] [CXCI] vento no la tenían de descubrir el cuerpo, concurrió tanta gente a la iglesia como si mucho tiempo antes se hubiera premeditado esta manifestación, en la cual sucedieron dos cosas bien singulares. La primera fue que, habiendo repartido el ministro general las tocas blancas entre los circunstantes, pidió un velo la madre reformadora que tanto le había deseado y en fin se le puso con sus manos el prelado superior de toda la orden. La segunda que, deseando el ministro general llevar consigo alguna parte del cuerpo de soror Juana, pretendió quitar el dedo menor de un pie y, con la fuerza que hizo para arrancarle, le sacó con todo un nervio fresco y ensangrentando después de sesenta y seis años de su fallecimiento. Caso notable y digno de admiración.
Después de este suceso se ha mostrado el cuerpo en diversas ocasiones de orden de los prelados superiores o por haber ido a visitar- [fol. 46r] [CXCII] [CXCIII] le los reyes de España, sus mujeres, principies e infantes; y con las ofrendas y limosnas que hacían los devotos se hizo un arca de plata riquísima donde le trasladaron y hoy permanece en el mismo arco y lugar eminente cercado de los votos y lámparas que con frecuencia ofrece la devoción de muchas personas beneficiadas en sus enfermedades y peligros, a su parecer, por la intercesión y méritos de esta sierva de Dios; y en esta posesión ha estado soror Juana a vista del celo de la santa y general Inquisición de España, y los arzobispos de Toledo y de los prelados de su religión, creciendo cada día más el crédito de su virtud con los milagrosos que se han experimentado en sus aficionados y devotos; y, aunque luego que murió se atendió poco a escribir y observar otros muchos que acontecieron por el natural desprecio y olvido con que se miran semejantes cosas, después ha permitido Dios que haya mayor atención en observar las maravillas de sus milagros de los cuales referiremos algunos.
En el año de 1612, un provincial mostró al pueblo el cuerpo de soror Juana ,y habiendo ido desde la villa de Torrejón de Velasco doña Agustina Romana para verle, llegó tarde y quedó muy des- [fol. 47v] [CXCIV] [CXCV] consolada. Las monjas, por satisfacer en parte su devoción, le dieron un poco del velo de la sierva de Dios. Dentro de breves días esta doña Agustina cegó de una enfermedad en los ojos y, acordándose de la reliquia que la dieron las monjas, se la puso sobre los ojos y luego quedó sana y vio perfectamente.
[CXCVI] [CXCVII] El doctor Francisco González de Sepúlveda, médico de la Inquisición general en Madrid, padeció una dolencia mortal y, con devoción y fe, se encomendó a la intercesión de soror Juana, pidiendo su socorro. En la noche siguiente, le apareció la sierva de Dios y le aseguró que sanaría de la enfermedad, y así sucedió.
[CXCVIII] En la villa de Parla, cayó en un pozo una niña de cinco años, en el cual estuvo por espacio de tres horas hasta que advirtieron sus padres en que faltaba. La buscaron y la hallaron en el pozo. La madre la encomendó a soror Juana de la Cruz y, entrando un hombre en el pozo para sacarla, afirmó haberla hallado muerta y lo mismo testificó la gente que concurrió a la desgracia por no hallarse en ella señal alguna de vida. Pero la madre, invocando el nombre de soror Juana, tomó a la niña en los brazos y en ellos volvió la niña a cobrar aliento, y hablaba y respondía, diciendo que una monja muy hermosa la había ayu- [fol. 47r] dado para que el agua no la ahogase.
[CXCIX] [CC] En el lugar de Casarrubuelos, el año de 1619, se arruinó una pared cogiendo a dos niños debajo. La madre, vista del peligro, los encomendó a la protección de soror Juana y, acudiendo la gente, se quitó la tierra y ruinas y parecieron los dos niños sin lesión alguna.
[CCI] Un navío que hacía viaje desde las Indias a España padeció una tormenta, con que se rompió y quebrantó por muchas partes, entrando en él tanta agua que se iba a pique conocidamente. Y en este estado, un religioso franciscano hizo voto con todos los navegantes de visitar el cuerpo de soror Juana y, arrojando al mar una cuenta tocada a una original, instantáneamente cesó la tormenta y pudieron cerrarse las aberturas del navío, y los navegantes después cumplieron su voto.
Doña Lucrecia Galbarro, vecina de la ciudad de Sevilla, el año de 1619 hizo voto de visitar el cuerpo de soror Juana de la Cruz por hallarse tullida de ambas piernas. Cumplió el voto, y la entraron en la iglesia dos personas respeto de que ella no podía moverse. Luego que llegó a la presencia del cuerpo e hizo oración a Dios pidiéndole que por los méritos de su sierva la sanase, se levantó y [fol. 47v] anduvo por la iglesia a vista de un su hermano canónigo de Sevilla y de diferentes religiosos que se hallaron presentes.
Pedro del Portal, vecino de Madrid, cobró la vista que había perdido en una enfermedad.
Pedro García, en el año de 1618, sanó de una herida que no se había podido curar en seis meses con tocarle a la pierna una cuenta original en la parte lastimada en término de veinticuatro horas, sin medicamento alguno.
María Ruiz, vecina de Madrid, estuvo endemoniada. Y su marido la llevó al convento de Santa María de la Cruz y, aunque se hicieron las diligencias ordinarias de los conjuros y exorcismos que se dicen en tales casos, no aprovecharon hasta que la llevaron a la presencia del cuerpo. Y con besar unas cuentas de los originales, se reconoció que el demonio había dejado aquella miserable mujer, que desde entonces quedó libre, reconociendo este beneficio a la intercesión de la sierva de Dios.
Un niño llamado Juan, en el lugar del Almonacid junto a la ciudad de Toledo, cayó en un pozo de donde le sacaron a vista de más de cien personas sin pulsos, ni aliento ni otra señal de vivo. Los padres le encomendaron a soror Juana de la Cruz y el niño empezó a [fol. 48r] mover brazos y pies, y a echar mucha agua por la boca. Luego abrió los ojos y, dentro de dos horas, andaba por la calle entre los demás niños de edad.
Otros casos milagrosos de esta calidad están comprobados en las informaciones que hicieron los obispos de Troya y de Cirene, que se remitieron al proceso de la canonización y se refieren por los escritores que hicieron particular memoria de soror Juana: como fueron don fray Francisco Gonzaga, arzobispo de Mantua, en su crónica; el obispo de Jaén en el Libro de la veneración de las reliquias; el maestro Villegas en el Flos Sactorum; fray Pedro de Salazar en la crónica que escribió de los religiosos de san Francisco de la provincia de Castilla; el maestro Peredo en la Historia de Nuestra Señora de Atocha; fray Antonio Daza en la Cuarta parte de las crónicas de la orden de san Francisco y en un tratado particular de la vida de soror Juana; y fray Pedro Navarro en su erudito libro intitulado Favores del rey del cielo, ocupando estos escritores sus plumas en alabanza de esta virgen virtuosa con la esperanza de que había de llegar el día en que los pontífices sumos la escribiesen en el Catálogo de los santos canonizados o lleguen ya para honra y gloria de Dios Omnipotente, Autor y Criador, de todo lo perfecto y santo.
FIN.
Citas en los márgenes
[I] [fol. 2r] Destas bulas hace mención Barb. de offic. & potest. Episcopi, part. 3. alleg 107. Trullen. opus morale tom. I. libr. I cap. 9 dub. 6 n. I0. & seqq.
[II] In bulla an. 1625. Ibi: Declarans, quod per supra scripta præiudicare in aliquo non vult, neque intenditiis, qui aut per commune Ecclesiæ confensum, vel inmemorabilem temporis cursum, aut per Patrum virorumque sanctorum scripta, vel longissimi temporis scientia, ac tolerantia Sedis Apostolicæ, vel ordinaris coluntur.
[III] [fol. 2v] Han tenido tanto cuidado y atención los ordinarios de Toledo en estar a la mira de la veneración y culto particular que se daba a soror Juana de la Cruz para reconocer el fundamento que tenían los milagros que se publicaban de ella y de sus granos o cuentas que no se puede hacer más segura demostración de este cuidado, según lo dispuesto por el santo Concilio Tridentino, que poniendo a la letra una censura que hizo la Universidad de Alcalá en el año 1617, la cual es como sigue:
Censura de la muy insigne Universidad de Alcalá [2]
Los doctores Bartolomé de Sosa (canónigo de la santa iglesia colegial de la villa de Alcalá de Henares, catedrático de teología de Durando de esta Universidad de la dicha villa) y Andrés Merino (canónigo o, asimismo, de la dicha iglesia, catedrático de prima de Escoto de la dicha Universidad) y fray Juan González de Albelda de la orden del señor santo Domingo (catedrático de la prima de la dicha Universidad) y fray Pedro de Oviedo (abad del colegio del señor san Bernardo y catedrático de víspera de teología de la dicha universidad), habiendo visto por comisión suya y del claustro ciertos procesos y probanzas hechos por comisión del ilustrísimo cardenal arzobispo de Toledo, en razón de la vida y muerte de la bendita soror Juana de la Cruz (monja en el monasterio de Nuestra Señora de la Cruz, junto a la villa de Cubas), que una de las dichas probanzas fue hecha en el dicho monasterio por el licenciado Luis Galindo (cura propio de la dicha villa) ante Juan Fernández de la Plaza, comenzada a 12 de mayo de 1614 años y acabada en 17 del dicho mes de 1615, y otra fecha en la villa de Torrejón de Velasco por el licenciado Mimbreño (cura propio de la dicha villa) ante Gabriel de Illescas (escribano), empezada a 26 días de abril de 1615 y acabada a 23 de mayo del dicho año, y otra fecha en la villa de Al- [fol. 3r] calá por el señor don Diego Ortiz de Zayas (vicario general) ante Sebastián de Villegas (notario), comenzada en 2 de septiembre del dicho año y acabada a 12 de abril del siguiente 1616, y otra fecha en Toledo por el licenciado Juan Barrentes de Aguilar (capellán de la capilla de la reina) ante Francisco (maestre notario), acabada a 6 de octubre de 1616 años; y habiendo visto juntamente los pareceres de los señores doctores canonistas, en cuanto al artículo de lo probado in iure, y de los señores doctores médicos, en cuanto a la naturaleza de las enfermedades, nos parece que, según lo que de todo referido, resulta son casos milagrosos que, por el consiguiente, exceden toda facultad de naturaleza y se deben tener y calificar por tales, cuales son los siguientes: lo primero, la incorruptibilidad del cuerpo de la bendita soror Juana de la Cruz, cuya preservación de corrupción, vistas las circunstancias del caso y accidentes que le acompañan, le hacen sin duda obra milagrosa; lo segundo, parece haber obrado Dios, Nuestro Señor otros milagros por el contacto y uso de las cuentas de la dicha bendita sor Juana de la Cruz que, según la común tradición de aquel santo convento donde la susodicha murió y de aquella tierra y comarca, fueron llevadas al Cielo, a infancia suya, por el santo ángel de su guarda a la preferencia de Cristo, Nuestro Señor, y les echó su bendición y dio muchas y diferentes virtudes. Y en particular, consta que Juana Manuda (vecina de la villa de Cubas) fue libre y sana de una grave enfermedad, que había siete años padecía, de pesada melancolía y desmayos que le duraban tres o cuatro horas, dejándola sin movimiento ni sentido y de muy continuas tentaciones de desesperación [3], por ponerse dichas cuentas y traer consigo una de las sobredichas cuentas, lo cual fue efecto milagroso, como también lo fue el librarla Dios muchas veces de ejecutar sus intentos de desesperación por la devoción que tenía a la dicha soror Juana de la Cruz. Lo tercero, por el contacto de una de las dichas cuentas, fue milagrosamente sana Luisa de las Llagas (monja profesa del convento de Descalzas del señor san Francisco de la villa de Valdemoro) porque, habiendo estado más de cinco meses continuos en la cama paralizada de todos sus miembros sin poderse mover por sí y con grandes dolores en todos ellos, habiendo ya cesado los medicamentos porque nada aprovechaban, tocándole una de las dichas cuentas, se le fue quitando el dolor y fue extendiendo sus miembros; de manera que, en breve rato, se levantó del todo buena de la cama y se fue en presencia de las demás monjas al coro a dar gracias a Nuestro Señor, sin que le volviese jamás la dicha enfermedad. Lo cuarto, Catalina de la Purificación (monja del dicho convento), después de otra semejante enfermedad que había año y medio que casi continuamente la tenía trabada la lengua sin poder articular las voces con un género de pasmo en los miembros y, a veces, con movimientos convulsos y parte de gota coral tocándole en la lengua con una de las dichas cuentas, habló mila- [fol. 3v] grosamente de allí delante con expedición y claridad; y, asimismo, tocándole con ella en las demás partes que padecían la dicha enfermedad, se le quitaban de manera que quedaba libre para acudir a todas las obligaciones de la comunidad; y, cuando le volvía a tocar algo de la dicha enfermedad con el contacto de la dicha cuenta, se le quitaba al punto. Lo quinto, doña Francisca de Bustamante de la Tercera Orden de Señor San Francisco (vecina de la ciudad de Toledo) era muy perseguida de un género de alferecía o gota coral que la privaba del sentido y caía en tierra (traspillados los dientes, heridos los pies y manos) con tanta violencia que eran menester tres o cuatro horas personas para tenerla; y, de esta suerte, solía estar tres y cuatro horas; y tocándola una de las dichas cuentas, invocando al santísimo nombre de Jesús y de la bendita soror Juana de la Cruz, al punto hablaba y se le quitaba totalmente por entonces el dicho mal y quedaba sin los accidentes penosos que solía; lo cual sucedía siempre que la acometía el dicho mal, por el contacto con dicha cuenta, el cual impedía los daños y efectos que naturalmente se siguieran y libraba de los que ya había incurrido, que todo era casi milagroso. Demás de lo cual, de las dichas informaciones, resulta ser muy verosímil haber obrado Dios Nuestro Señor otros muchos casos milagrosos por el uso y contacto de las dichas cuentas y por la intercesión de la bendita sor Juana de la Cruz que, aunque en sí son muchos y continuos en esta materia de milagros, no tanto se ha de atender al número de ellos cuanto a la verdad y sustancia de ser obras extraordinarias del poder de Dios, y siéndolo como lo son las sobredichas que se han referido, es cosa del todo cierta e indudable que a las sobredichas cuentas se les debe particularísima reverencia y devoción, y que gozan de muy particular favor y merced de Dios los que las tienen. Lo sexto, yendo la señora condesa de Orgaz, doña María de Figueroa, con dos hijas suyas y otras personas en un coche a visitar el cuerpo de la bendita sor Juana de la Cruz a su casa, junto a la villa de Cubas, habiéndoles anochecido en el camino con mucha oscuridad, sin saberlo alguno de los que allí iban, cayó el coche de un alto de más de dos estados de distancia en un pantano de agua; y encomendándose a la bendita Juana, se hallaron abajo del pantano sin haberse trastornado el coche y sin daño alguno en las personas ni mulas: efecto sin duda sobrenatural. Lo octavo, habiendo salido la dicha señora condesa con ánimo de un capellán que llevaba le dijese misa en el dicho lugar, no sabiendo el camino, se pasaron adelante y llegaron a un lugar diferente; y, conocido el yerro, hubieron de retroceder para llegar adonde iban; y llegaron a tiempo competente de decir misa como en efecto se dijo, habiendo, desde las nueve o las diez de la mañana, caminado más de diez leguas usuales con el coche, que fue obra milagrosa. [fol. 4r] Lo último, es de gran ponderación la común tradición de los maravillosos y milagrosos éxtasis que, según ella, tuvo la bendita sor Juana en su vida, gozando de coloquios divinos con Cristo, Nuestro Señor, y con su benditísima Madre, ángel de su guarda y otros santos. Y no menos se debe hacer peso de la perfección de todo género de virtudes en que se dice (y es la dicha común tradición) haberse ejercitado desde su tierna edad hasta el fin y remate de su vida, especialmente en obras de penalidad y mortificación del cuerpo, alcanzando perfecto reconocimiento de todas las pasiones justamente con muy profunda humildad; nacida de grandes persecuciones, así del demonio como de los hombres que, según ellos, mereció alcanzar de Dios, Nuestro Señor, la común aceptación y devoción de los fieles a su santidad e incorrupta vida no solo en ella, sino después acudiendo a venerarla a su sepulcro con públicas aclamaciones de su santidad y milagros que solo puede ser efecto del divino espíritu. Por lo cual, según la común doctrina que traen los doctores, así teólogos como canonistas, en el capítulo último de Reliquis & veneratione santorum in 6. De los requisitos para la dicha veneración de los santos, nos parece falvo meliori iudicio y el de la Santa Sede Apostólica, a quien, como es justo, sometemos el nuestro: la dicha bendita sor Juana de la Cruz, por concurrir en ella en vida y en muerte después hasta ahora, con general continuación los dichos requisitos (en cuanto podemos alcanzar), ser digna de toda veneración de los fieles y merecer se publiquen sus grandezas para edificación de todos ellos y confusión de los herejes. En Alcalá de Henares, a nueves días del mes agosto de 1617 años:
El doctor Bartolomé Sosa.
El doctor Andrés Merino.
El maestro fray Pedro de Oviedo.
El maestro fray Juan González Albelda.
[IV] En cuanto al culto particular que se da a las personas que están por santas, concurriendo en esto la voz común, posesión de tanto tiempo y tolerancia de los ordinarios, aunque no haya precedido licencia del sumo pontífice, lo que se ha visto es que en la curia romana han sido mantenidos en su posesión sin innovar en cosa alguna, como sucedió en tiempo de la santidad Clemente VIII en cuanto a san Carlos y san Felipe Neri antes de sus canonizaciones; y en tiempo de la santidad de Paulo V en cuanto a san Gaetano, como se refiere por Trullench, opus morale lib. I, cap. 9, dub. 6, num 22.
[V] Justo es que la piedad y liberalidad de los grandes príncipes tenga padrón eterno en nuestra memoria, y alabanza para que sus acciones gloriosas sirvan de ejemplo y sean imitadas de los sucesores en sus altos puestos. El serenísimo señor don Juan de Austria, con noticia de los prodigios de soror Juana de la Cruz y del lugar que deben tener sus virtudes en la estimación de sus devotos, por serlo de esta sierva de Dios, visitó su sepulcro antes de emprender la conquista del reino de Portugal y dio quinientos escudos de limosna que se aplicaron para los gastos que ha de hacer en su viaje fray Juan de San Die- [fol. 5v] go Villalón, religioso de San Francisco, y procurador de la causa de canonización en la curia romana. Y después, sabiendo Su Alteza que con efecto se había de despertar esta pretensión, dio otra limosna de cuatro mil escudos sin perder de vista su magnanimidad, el deseo y gusto de hacer nuevos socorros por esta misma causa. Y en manifestación de lo que se debe en ella a este esclarecido príncipe, pondremos a la letra la carta que escribió a fray Juan de San Francisco (que solicita en Madrid, con celo singular, todo lo concerniente a la canonización de soror Juana) y en que hace la gracia y limosna referida: “He visto las noticias que me da fray Juan de San Francisco del estado en que se halla la canonización de soror Juana de la Cruz y, continuando los buenos deseos que siempre he tenido de que se concluya brevemente con obra tan justa y piadosa, escribo a Su Majestad con todo aprieto para que mande dar las cartas en la forma que fray Juan pide; y al secretario Pedro Fernández del Campo, que lo solicite con el fervor posible a quien podrá acudir en las dependencias que se ofrecieron del adelantamiento de esta materia, a que no dejaré de asistir como tan devoto hijo de la religión y de soror Juana, hasta que se llegue a perfección. Y, para ello, puede fray Juan hacer capital de cuatro mil escudos de limosna que estarán pronto en esa corte, siempre que fueren menester. Nuestro señor, etc.
Zafra, a primero de enero de 1663,
Don Juan.”
[VI] Nacimiento y patria de soror Juana de la Cruz.
[VII] Luego que nace, se abstiene de los pechos de su madre por ciertas horas y tiempos.
[VIII] No mama en tres días y padece gravemente.
[IX] La madre la encomienda a la Virgen santísima; vuelve la niña a su primera salud, que a la madre le parece ser milagrosa.
[X] Enferma de edad de dos años y es llevada a un templo de san Bartolomé.
[XI] El santo apóstol se aparece a Juana y, tocándola, cobra perfecta salud.
[XII] En un rapto que tuvo siendo de cuatro años ve a la Virgen santísima en un lugar deleitoso.
[XIII] En esta ocasión ve al ángel su custodio.
[XIV] Ve soror Juana en su edad tierna a Cristo, Nuestro Señor, en cuerpo humano; y en forma de Niño en la Hosita sacramentada.
[XV] Y otra vez al levantar la hostia vio el cuerpo glorioso de Cristo, Señor Nuestro, y piensa que todos ven lo mismo.
[XVI] Muere su madre, que encarga lleven a la niña al templo de Santa María de la Cruz con cierto voto.
[XVII] Llevan a Juana unos sus tíos ricos a su casa.
[XVIII] Hace rigurosa penitencia en sus tiernos años.
[XIX] Goza continuamente de visiones maravillosas.
[XX] Intentan sus tíos casarla, pero ella resuelve entrar en religión.
[XXI] Elige ser monja en el convento de Santa María de la Cruz.
[XXII] Dase noticia de la maravillosa fundación de aquel convento por medio de una pastora llamada Inés.
[XXIII] La Virgen santísima se aparece a la pastora.
[XXIV] Fúndase el convento debajo de la Tercera Regla de San Francisco.
[XXV] Las primeras religiosas descaecen del rigor y observancia con que empezaron.
[XXVI] La pastora Inés deja la religión y se casa.
[XXVII] Después muere con señales de verdadera penitencia.
[XXVIII] Soror Juana de la Cruz nació para reformar y restituir aquel convento a su primera observancia.
[XXIX] Desampara su casa en hábito de hombre para ir al convento a pedir el hábito.
[XXX] Turbación de ánimo y temores que padece en el camino.
[XXXI] Aliéntala una voz que, después, supo ser de su ángel custodio.
[XXXII] Nuevo peligro en que se halla.
[XXXIII] Da gracias a Dios de haberse librado de aquel peligro y aparécesela la Virgen santísima que la conforta; asegura de nuevo a su intento.
[XXXIV] Descuido gracioso en que incurre soror Juana.
[XXXV] Llega al convento y se desnuda al convento del traje de varón.
[XXXVI] Una imagen de la Virgen Nuestra Señora, que estaba sobre la puerta reglar, habla a Juana.
[XXXVII] Habla a la abadesa, a quien da noticia de su intento.
[XXXVIII] Viene al convento el provincial inopinadamente [9] y da licencia para la admisión de Juana.
[XXXIX] El padre y parientes de Juana van en su seguimiento y procuran embarazar el que sea religiosa.
[XL] La doncella los reduce y vienen en lo mismo que ella deseaba.
[XLI] Recibe el hábito de religiosa.
[XLII] En el año del noviciado echa profundas razones de virtud.
[XLIII] Fue devotísima de la señal de la santa cruz y así tomó su advocación cuando hizo profesión.
[XLIV] Modo de vivir de soror Juana después de profesa.
[XLV] Cómo repartía el tiempo.
[XLVI] Ocúpase en oficios humildes en servicio de su comunidad.
[XLVII] Imita en la suma pobreza a san Francisco.
[XLVIII] No obraba cosa alguna de su propia voluntad, sino comunicando cuanto hacía con sus confesores y debajo de su consejo y obediencia.
[XLIX] Perfecciones personales de soror Juana.
[L] Su discreción y conversación admirable.
[LI] Buscaban todos sus consejos y doctrina.
[LII] Humildad grande con que asistía a los oficios humildes.
[LIII] Milagro singular en una cosa muy menuda.
[LIV] Hácenla enfermera, en que obra con mucha caridad.
[LV] Manifiesta su ardiente caridad con sus hermanas.
[LVI] Cobran las religiosas enfermas salud por su intercesión.
[LVII] Hácenla tornera y portera.
[LVIII] Aparécesele en el trono el Niño Jesús.
[LIX] Aparición admirable de la Virgen santísima y su Hijo.
[LX] Favores que recibe soror Juana de la Virgen santísima por haber sido obediente.
[LXI] Otra aparición de la Virgen santísima.
[LXII] Es muy devota del Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
[LXIII] Milagro notable.
[LXIV] Ábrese una pared muy gruesa para que soror Juana viese la hostia consagrada al tiempo de la misa mayor.
[LXV] Permanecen hoy señales de este milagro.
[LXVI] Comunica a su ángel custodio con mucha frecuencia.
[LXVII] Flores que recibe de su ángel custodio.
[LXVIII] Sus raptos y éxtasis son muy continuos.
[LXIX] Señales exteriores que se veían en soror Juana al tiempo de estar en éxtasis.
[LXX] Tuvo don de hablar diversas lenguas.
[LXXI] Enmudece por algún tiempo.
[LXXII] Restitúyele el habla.
[LXXIII] Tiene don de predicar y concurren varias gentes a oírla.
[LXXIV] Tiempo que le duró esta gracia.
[LXXV] Personas señaladas que concurren a oír los sermones de soror Juana.
[LXXVI] El emperador Carlos V la visita.
[LXXVII] A los hombres doctos los predica en latín.
[LXXVIII] Convierte a dos esclavas africanas predicándolas en arábigo.
[LXXIX] Al provincial de la provincia, que era vizcaíno, le predica en vascuence.
[LXXX] Quieren algunos que la lengua vascuence sea primitiva de los antiguos o primeros pobladores de España. Lo más cierto es que fue lengua pro- [fol. 20v] vincial de los vascones, y que habitaban los Pirineos. Véase a Alderete, Origen de la lengua castellana.
[LXXXI] Un inquisidor va desconocido a soror Juana.
[LXXXII] Reconoce ser obra de Dios.
[LXXXIII] Indiscretas experiencias que hacen algunos en los raptos de soror Juana.
[LXXXIV] Entran en cuidado los prelados y prohíbenla predicar delante de la gente.
[LXXXV] Milagro singular.
[LXXXVI] Predica a las aves que concurren a su celda en gran número.
[LXXXVII] Dan los prelados licencia de que predique a cuantos la quisiesen oír.
[LXXXVIII] Una monja es dotada repentinamente de la gracia de escribir para que escribiese los sermones y el libro de El Conorte.
[LXXXIX] En un éxtasis se desposa soror Juana con el Niño Jesús.
[XC] Siente en manos y pies dolores intensos en la parte donde Cristo, Señor Nuestro, tuvo sus llagas.
[XCI] Manifiéstanse unas señales de color de rosa en las manos y pies de soror Juana.
[XCII] Siente los dolores en los viernes y sábados.
[XCIII] Corre la fama de este favor por los pueblos circunvecinos y concurre mucha gente al convento.
[XCIV] Pide soror Juana a Dios le quite las señales de pies y manos, y lo consigue.
[XCV] Ensordece por algún tiempo.
[XCVI] Cobra el sentido del oír el día de santa Clara.
[XCVII] Es elegida abadesa de su convento.
[XCVIII] Su primera acción fue disponer que sus monjas guardasen clausura.
[XCIX] Las limosnas que se pedían por las mismas religiosas se aumentan después que observan clausura.
[C] Liberalidad del gran capitán y del arzobispo de Toledo.
[CI] El gobierno de soror Juana es muy prudente.
[CII] Paz entre las religiosas.
[CIII] Prodigio de las cuentas que fueron llevadas al Cielo.
[CIV] Muchas reliquias tenemos en la Tierra bajadas del Cielo.
[CV] Pocas cosas han subido al Cielo de la Tierra para volver a ella.
[CVI] 2. Ad Corint. 12.
[CVII] Anton. 3. p. tit. 24. c.13. Aquil. lib. I. c15. Sánchez de Regno Dei lib. 7; cap. 4. núm. 34.
[CVIII] Caso maravilloso que sucedió en Constantinopla.
[CIX] San Joan Damascen. lib. 3 de side ortodora cap. 10. lib. de Trinit Félix III Ep. ft. 3. decretali 2 Conc. Menp. Grac. 25. sepe. Nizef. lib. 14. c. 46.
[CX] Piden las mon- [fol. 26r] jas a soror Juana les alcance algunas gracias y virtudes para sus rosarios.
[CXI]Soror Juana propone los deseos de las religiosas a su ángel custodio y consigue benigna respuesta.
[CXII] Juntan grande cantidad de rosarios y enciérralos en un cofre.
[CXIII] Curiosidad mujeril de las monjas.
[CXVI] Hállanse los rosarios en el cofre como estaban antes.
[CXV] Consta de información hecha en Valladolid ante don Fernando de Valdés, provisor y vicario de aquella diócesis.
[CXVI] Consta de estos milagros por la misma información. Y con este grano en Valladolid sucedieron otros prodigios que se comprobaron por el ordinario de aquella diócesis.
[CXVII] Consta de información hecha en Madrid, año de 1618, ante Lorenzo de Santeherbas, notario por comisión del cardenal arzobispo de Toledo Bernardo de Rojas y Sandoval.
[CXVIII] Consta de la misma información.
[CXIX] Consta de la misma información.
[CXX] Consta de la misma información.
[CXXI] Consta de una información hecha en Valdemoro ante el licenciado Sebastián de Ceballos, cura de aquella villa, por comisión del arzobispo de Toledo.
[CXXII] La censura que dio la facultad de teología se puso a la letra en el principio de este epítome, cuando se habla con Su Santidad, fol. 2. B.
[CXXIII] In S. Concilio Trident. ses. 25 ibi: adhibitis pys viris et Theologis, in confilium. Episco pus decernat eaque ve itate et pietati consentanea indicaveritt.
[CXXIV] Es muy devota de las ánimas del Purgatorio.
[CXXV] Pide a Dios la permita padecer por las animas y en satisfacción de sus penas.
[CXXVI] Concédela Dios lo que pide y la colma de dolores y enfermedades.
[CXXVII] Padece calores grandes en invierno y intensos fríos en verano.
[CXXVIII] Caso notable de lo que obraba el incendio interior que padecía soror Juana.
[CXXIX] Otros dolores y tormentos que padece en las coyunturas y en la cabeza.
[CXXX] No come en ocho días mientras duran los dolores de la cabeza.
[CXXXI] Oyendo leer la Pasión de Cristo se le aliviaban los tormentos.
[CXXXII] Revelación que tuvo del ángel custodio para aliviar los dolores.
[CXXXIII] Dale por remedio el ángel que se ponga al lado del cuerpo unos guijarros.
[CXXXIV] Habla a soror Juana el espíritu de un hombre que tenía su Purgatorio en una piedra.
[CXXXV] Comunica con su ángel custodio el suceso y da la razón de aquel suceso.
[CXXXVI] Muchas ánimas de fieles difuntos se aparecen a soror Juana para que las ayude con oraciones y sufragios.
[CXXXVII] Suceso notable de que fue testigo todo el convento.
[CXXXVIII] Pide soror Juana a Dios que las ánimas que se le aparecían tengan su Purgatorio en las flores y hierbas que tenía en su celda.
[CXXXIX] Concédesele su pretensión.
[CXL] Las flores y hierbas que tenía en su celda se inclinan al cantar soror Juana el verso del Gloria Patri.
[CXLI] Vuélvese a repetir el milagro en presencia de las religiosas.
[CXLII] Las hierbas y flores marchitas despiden de sí olor celestial; y por qué razón.
[CXLIII] Fue muy devota la sierva de Dios de la Virgen santísima.
[CXLIV] Facta est Maria fenestra cæli, quia per ipsam Deus verum fudit seculi lumen, sancta est Maria scala cæelestis quia per ipsam Deus descendit ad terras, ut per ipsam homines ascende mererentur ad cœelos. D. Fulg. ser. de laudib. Mariæ.
[CXLV] Venera sumamente una imagen de Nuestra Señora de la Asunción, de escultura tosca y antigua que había en el convento.
[CXLVI] León X restituye al mundo las ciencias y las artes.
[CXLVII] La imagen de Nuestra Señora es muy venerada de las religiosas.
[CXLVIII] Hay tradición entre las religiosas de que Cristo, Señor Nuestro, mejoró la escultura de aquella Imagen.
[CXLIX] Los pueblos de la comarca acuden en tiempo de esterilidad y falta de agua a valerse de la imagen.
[CL] Milagros que obra Dios por intercesión de soror Juana.
[CLI] Resucita una niña.
[CLII] A una religiosa se le salta un ojo y soror Juana se le restituye, y también la vista. De este milagro y otros muchos consta por una información que hizo el licenciado Luis Galindo, de comisión del arzobispo de Toledo, año de 1615.
[CLIII] Los comuneros de la villa de Torrejón intentan saquear el convento.
[CLIV] Defienden el convento hombres armados que parece fueron los ángeles custodios de las religiosas.
[CLV] Persecuciones que padeció soror Juana.
[CLVI] La vicaria del convento y otras monjas se conspiraron contra soror Juana.
[CLVII] Toman ocasión de la impetración del breve para anexar el breve del beneficio del lugar de Cubas al convento.
[CLVIII] Y de que un su hermano sacerdote fue nombrado cura.
[CLIX] El provincial procede contra la sierva de Dios.
[CLX] No se disculpa ni defiende. Antes pide perdón de sus errores.
[CLXI] Las monjas se lamentan de la desgracia de su madre.
[CLXII] El provincial priva a soror Juana del oficio de abadesa y nombra por presidenta del convento a la vicaria.
[CLXIII] Tolera la sierva de Dios con gran paciencia este golpe y disculpa el provincial.
[CLXIV] Seneca lib. de Providentia: capit. 2. Non video, quid habeat in terris Iupiter pulchrius, si convertere animun velit quam ut spectet Cathonem, iam partibus non semel fractis stantem nihilominus inter ruinas publicas erectum. Ecce spectaculum Dignum ad quod respiciet intentus operi suo Deus.
[CLXV] Ama soror Juana a la causadora de su persecución.
[CLXVI] Enferma gravísimamente la abadesa que perjudicó a la sierva de Dios.
[CLXVII] Visita soror Juana en su celdad y pídela perdón.
[CLXVIII] Muere aquella monja con señales de verdadera penitencia.
[CLXIX] Padeció otras persecuciones en el discurso de su vida.
[CLXX] Su ángel custodio la avisa de la cercanía de su muerte.
[CLXXI] Teme soror Juana la muerte, sin embargo de que había sido muy ajustada su vida.
[CLXXII] Su aliento corrompido con la enfermedad exhala suavísimo olor.
[CLXXIII] Día de la invención de la cruz, dichoso siempre para soror Juana.
[CLXXIV] Aparecensele los ángeles y santos de su devoción.
[CLXXV] Muere la sierva de Dios a 3 de mayo de 1534.
[CLXXVI] Su rostro quedó hermosísimo y su cuerpo exhalaba suavísimo olor.
[CLXXVII] Baja el cuerpo al coro y déjanle sin enterrar por cinco días.
[CLXXVIII] Sacan el cuerpo al campo para que pueda verle la muchedumbre de gentes que habían concurrido a la fama de su muerte.
[CLXXIX] Vuélvenle a poner en el coro bajo dentro de la clausura.
[CLXXX] Suceden algunos casos milagrosos en esta ocasión.
[CLXXXI] Aparécese soror Juana a una amiga suya muy virtuosa.
[CLXXXII] Aparécese soror Juana después de muerta a una religiosa su amiga.
[CLXXXIII] Entierran el cuerpo de soror Juana y échanle encima mucha cal y agua para que se consuma con brevedad.
[CLXXXIV] Después de siete años le sacan por un raro accidente.
[CLXXXV] El cuerpo está fresco, entero y hermoso, y los vestidos sin ofensa de la tierra ni humedad.
[CLXXXVI] En el coro alto, debajo de un altar, estuvo el cuerpo otros catorce años.
[CLXXXVII] Traslándale a un arco que se fabricó para este afecto en la capilla mayor de la iglesia.
[CLXXXVIII] Parece el cuerpo tercera vez entero y fresco, y muy oloroso.
[CLXXXIX] Concurre mucha gente a ver el cuerpo.
[CXC] Pone el ministro general velo negro a soror Juana después de muerta.
[CXCI] El ministro general arranca del cuerpo un dedo de un pie y sale fresco y ensangrentado después de 66 años de su muerte.
[CXCII] Fabricase una arca de plata muy rica donde se coloca el cuerpo.
[CXCIII] Los devotos de soror Juana llevan a su sepulcro diferentes votos y ofrendas.
[CXCIV] Milagros sucedidos después de la muerte de soror Juana por intercesión.
[CXCV] Da vista a un ciego.
[CXCVI] Consta de una información hecha en Torrejón por comisión del consejo del arzobispo de Toledo.
[CXCVII] Aparécese a un enfermo y le sana.
[CXCVIII] Resucita una niña que cayó en un pozo.
[CXCIX] Libra dos niños de una ruina de una pared que los cogió debajo.
[CC] Este milagro se comprobó con mucho número de testigos.
[CCI] Libra un navío de manifiesto peligro de perderse.
Notas
[1] En el texto impreso aparece el término “votos” y una mano lo corrige posteriormente por “devotos” añadiendo la sílaba “de” a mano.
[2] La letra del título de la censura es del tamaño del texto base, es decir, no es tan pequeña como la letra del resto de las glosas.
[3] Corrijo “desesparación” por “desesperación”.
[4] La palabra “tres” aparece escrita sobre un tachón que realiza una mano.
[5] En otros testimonios conservados se dice que Juana de la Cruz nació en 1481.
[6] Corrijo “pndo” por “pudo”.
[7] La letra “r” aparece escrita a mano sobre una “l”.
[8] Corrijo “peccadora” por “paccadora”.
[9] Corrijo “iropinadamente” por “inopinadamente”.
[10] Corrijo “la” por “lo”, pues el impreso se refiere a la campana.
[11] En el texto impreso aparece el término “de tres” y una mano tacha posteriormente “de” dejando “tres”.
[12] Elimino “vir-” pues aparece esta sílaba repetida antes de la palabra “virtud”.
[13] Aparece tachada la palabra “siendo”.
[14] En el impreso aparece una tachadura al lado del número “V”.
Vida impresa (7)
Ed. de Belén Molina Huete y Desiré Armero Benítez; fecha de edición: abril de 2023.
Fuente
- Arbiol, Antonio, 1697. «[Juana de la Cruz]», en Los Terceros hijos del humano serafín. La venerable y esclarecida Orden Tercera de nuestro seráfico patriarca San Francisco, Zaragoza: Jaime Magallón, Capítulo XXXIV, p. 550.
Contexto material del impreso Los Terceros hijos del humano serafín. La venerable y esclarecida Orden Tercera de nuestro seráfico patriarca San Francisco.
Criterios de edición
Siguiendo los criterios establecidos en el Catálogo para fuentes impresas, se han actualizado generalmente grafías, ortografía y puntuación manteniendo aquellos rasgos de la lengua que implican valor fonológico o que caracterizan su léxico, morfología o sintaxis. Se han conservado, pues, las oscilaciones en grupos consonánticos cultos (-s-/ct…), así como las vocálicas; igualmente, el uso de s en posición implosiva por x. Se han reducido, por otra parte, los grupos consonánticos latinizantes (Iesu Christo>Jesucristo), incluidos la duplicación consonántica y, de modo concreto, grafías antiguas (-x- por -j-, -qu- por -cu-); se han modernizado también la unión y separación de términos, así como las contracciones. En el uso de la mayúscula se ha atendido la singularidad de tratarse de textos religiosos y se ha unificado su empleo. Se han desarrollado las abreviaciones tipográficas sin marca expresa, pero sí se han marcado las léxicas entre corchetes. No se han detectado erratas. En nota al pie se ha ampliado información oportuna.
Vida de Juana de la Cruz
Capítulo XXXIV
Cómo de las hermanas seglares de la Tercera Orden Seráfica se fundaron las religiosas de la misma Tercera Orden en el estado regular, y los grandes frutos de santidad que ha dado a la Iglesia Católica esta religión
[…] La B[eata] Juana de la Cruz fue tan maravillosa desde su nacimiento que más parecía hija de la gracia que de la naturaleza. Se abstenía del pecho de su madre tres días en la semana, perdía el color y el calor, y volvía después tan alegre como si saliese de un éxtasis soberano. El año segundo de su edad feliz, estando gravemente enferma, se le apareció san Bartolomé Apóstol y la dejó repentinamente sana. Siendo de cuatro años tuvo dos visiones divinas admirables, y desde entonces fueron muy frecuentes los dulces coloquios con los ángeles y con la purísima Virgen María. Así comunicaba su ángel de la guarda con esta sierva de Dios como suele hablar un amigo con otro. Sentía los dolores de las llagas de Jesucristo, su amante esposo. La fama de santidad de esta venerable Virgen ha sido tan grande que por toda la cristiandad se ha estendido, y se trata de su canonización solemne en la Curia Romana. Salazar in Chron. Provint. Castellae [1].
Notas
[1] La resunta concluye con remisión a su fuente, probablemente la obra de Fr. Pedro de Salazar, O. F. M., Historia Provinciae Castillae Ordinis Minorem, 1579 (con versión en castellano en 1612 como Corónica y Historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado padre San Francisco, Madrid: Imprenta Real). Dicha obra recoge la biografía de Juana de la Cruz bajo el siguiente epígrafe: «Síguese la vida de la sierva de Dios Juana de la Cruz, que tantas personas tiene aficionadas, religiosas y seglares, que gustan mucho de verla y tenerla consigo, y no es según la impresión de 1610, sino compuesto de nuevo» (véase entrada de Salazar).