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→Vida manuscrita (3)
5.- Un día, estando en la Santa Iglesia y Catedral haciendo oración delante de Nuestra Señora del Sagrario, como vasalla fiel de tan gran Reina, sintió en su interior una ''[3]'' moción singular que, dulcemente, la inclinaba a retirarse al religiosísimo monasterio de San Pablo del sagrado Orden [93v] de San Jerónimo, que acababa de fundar en Toledo la venerable e ilustre señora doña María García. Luego que tuvo oportunidad, dejando a sus padres, hermanos y parientes, abandonando riquezas, honra y estimación, renunciando al mundo y sus vanidades, se retiró al dicho monasterio para consagrarse a Dios. No se observaba clausura entonces en este exemplarísimo convento, ni se observó hasta el año de 1508 en que, voluntariamente, se obligaron las religiosas a guardarla, pero siempre ha florecido y florece ''[4]'' con gran fama de santidad y, si se hubiera de hacer relación de las mujeres famosas que han vivido en él, daría mucha materia a la admiración juiciosa y prolijo afán a la historia, léase al reverendísimo Sigüenza en su ''Crónica de San Jerónimo'' (F). Recibieron aquellas religiosas a la inocente virgen con singular gus- [94r] to y complacencia, juzgando por su angelical rostro recibían en ella una gran santa. La hermosura de su cara, la honestidad de sus costumbres, la gravedad de su trato, la humildad de su genio, la circunspección y medida en sus palabras, fueron ciertos presagios de la futura santidad a que la había de elevar la divina gracia, como luego se fue mostrando. Halló nuestra santa virgen en aquellos sagrados claustros no pocas virtudes que imitar y, como solícita abeja, iba copiando de cada una de sus compañeras lo más precioso y aquilatado ''[5]'' que veía en ellas. En brevísimo tiempo llegó a tocar en lo más sublime de la perfección cristiana, siendo común asombro de toda aquella sagrada comunidad. Era entre todas la más humilde, rendida y obediente, llegando a tanto su reputación que decía muchas [94v] veces (sintiéndolo en su interior) que no merecía besar el suelo que pisaban sus hermanas. Su oración era continua y tan fervorosa que, saliendo fuera de sus sentidos, se arrebataba en el aire por largo espacio de tiempo. Vertíanse en ella tan copiosas las influencias celestiales que, siendo estrecho cauce el corazón, sobresalían a la exterioridad en ríos de lágrimas y en ardientes suspiros.
6.- Habiéndose ya despedido del mundo la que tan desprendida vivió siempre de sus vanidades, soltó el océano de su fogoso corazón la presa a los caudalosos diques de la mortificación y penitencia. Ninguna estuvo allí ociosa, todas sí practicadas de la fervorosa virgen que, con celo de enflaquecer los verdores de la carne, no quería tasar las [95r] austeridades que le dictaba su espíritu. Discreta acción crecer para no desmedrar, que en la carrera de las medras espirituales hay poca distancia (si hay alguna) de la tibieza a la relaxación ''[6]''. Huía con el mayor cuidado del trato y conversación de las criaturas, buscando a su esposo en la soledad y reino: aquí le hablaba dulcemente, aquí lograba de sus caricias y aquí en místicos deliquios ''[7]'' se deshacía su amante corazón en afectos tiernos a su amado. Una virtud noble, entre otras, resplandeció en esta sierva de Dios y fue la invicta paciencia en los trabajos. Disimulaba con una modestia tan agradable los sentimientos interiores que tal vez padeció, que ningún acaso turbó la serenidad de su rostro ni descompuso la armonía de su espíri- [95v] tu, regulado siempre con los compases de su santa conformidad. La sencillez nunca artificiosa y el candor desta alma pura, desnuda de la simulación del engaño y de lisonja, era amable hechizo de quien la trataba. Vestía su ánimo de obras, como su lengua de palabras, estas y aquellas eran de una misma librea. Torpe monstruosidad en los que visten de un color los labios y de otro la intención, monstruo de dos corazones (G) y que jamás le ha sufrido la naturaleza cuando los aborta a cada paso la hipocresía.
7.- Con este lleno de virtudes pasó en la religión diez años, siendo tan universal la fama que sus bien fundados méritos la habían adquirido que [96r] todas las religiosas la tenían por santa, viviendo edificadas de su inculpable vida. No obstante, la sierva de Dios, como tan humilde, reputándose por más pecadora y mala, determinó hacer una confesión general en que pudiese lavar sus culpas pasa servir al Señor con más pureza. Dispuso su inocente alma con tan abundancia de lágrimas, tan fervorosa compunción y ternura, que bastaría a lavar las mayores culpas siendo así que era inculpable su vida. Al entrar en el confesonario, se postró en tierra delante de una devota imagen de María Santísima que tenía su Hijo en los brazos y, con fervientes lágrimas, pidió al Señor le perdonase sus culpas, y a la Madre que fuese su patrona y abogada. Luego, inmediatamente, se vistió de soberana luz aquella sagrada imagen, y el Niño, con halagüeño rostro, levantando su delicada mano, le echó la absolución del modo que lo executan los confesores. Aunque esta visión había [96v] sido tan clara y manifiesta, era tanta su humildad que nunca se persuadió fuese así. Levantose llena de temor y se fue a los pies de su padre espiritual y, habiéndose confesado con el más vivo dolor y abundantes lágrimas, aunque con singular consuelo de su alma, al salir del confesonario repitió la oración a la misma sagrada imagen y, segunda vez, se vistió de hermosos resplandores. y el Niño, mostrándose cariñoso, levantó la mano y le echó la bendición. Quedó su alma con tan celestial favor, tan abrasada en el amor divino, que no podía contener las avenidas de su espíritu, siendo tan dulcemente violenta la llama que ardía en su pecho que el corazón sensiblemente le latía queriendo salirse a buscar mayor esfera. Pocos días después de haber recibido este favor, habiéndose quedado una noche sola en el coro, enardecida toda en caridad, pedía al Señor Sacramentado por el estado fe- [97r] liz de la Iglesia santa. Estando en lo más fervoroso de su oración, vio una gran llama de fuego que, saliendo de la Custodia, y dejándose registrar de sus virgíneos ojos, llenaba de hermosura todo el templo y de consuelo su alma. Duró esta visión por espacio de una hora, quedando la santa abrasada en amor y reverencia al Señor Sacramentado.
8.- Toda alabanza será corta para lo que se mereció don Diego de Villaminaya, capellán mayor del coro de la santa iglesia de Toledo, y de quien la pluma ha hecho comemoración repetidas veces en esta historia. Era este grande héroe sujeto de no vulgar santidad adornada de bellas prendas, piadoso, liberal, afable y, sobre todo, [122r] gran limosnero y bienhechor de las huérfanas, de los pobres, de los encarcelados y desvalidos. Amaba todo lo bueno y, como lo era tanto, la sierva de Dios, María de Ajofrín, le tenía una santa inclinación y, juntamente a todas aquellas exemplares religiosas, socorriendo largamente sus necesidades, siendo como padre y fundador de aquella casa. Murió este edificativo prebendo con universal sentimiento de toda la ciudad entre diez y once de la mañana, en ocasión que la santa estaba con las demás religiosas oyendo misa. Luego que espiró, fue arrebatada la sierva de Dios en un profundísimo éxtasis y vio cómo San Juan Bautista, San Jerónimo y Santa Catalina llevaron su alma al tribunal de Dios, y oyó que le acusaron delante de aquel severo juez de no haber cumplido un testamento que quedó a su cargo, pero a esta acusación respondió que ya lo dejaba el declarado en su testamento, mandando se cumpliese luego. Entonces, el juez dio la sentencia que fuese al Purgatorio hasta que se cumpliese lo que dejaba ordenado. Dieron de allí a poco el clamor en la Catedral y las religiosas conocieron que a la gloriosa virgen se le había revelado el estado del alma de aquel su bienhechor, aunque no se atrevieron a preguntarlo. Con [122v] esta revelación, quedó la santa muy consolada por estar aquella alma en carrera de salvación, aunque afligida de que no fuese luego a ver a Dios por aquel descuido. Llamó a su confesor y le refirió lo que había visto, y el confesor luego a informarse de los testamentarios si era cierta aquella declaración, pues nadie hasta entonces lo sabía, y halló ser así y puso gran diligencia para que inmediatamente se cumpliese, para dar alivio aquella alma y fuese a gozar de Dios. Así lo hicieron los testamentarios, dando entero crédito a la sierva del Señor por la gran fama de santidad que para con todos tenía y a vista del claro testimonio que tenían presente de la revelación divina. Eran tan fogosos los incendios de la caridad que ardían en el pecho de nuestra santa que no le permitían ver padecer a alguno y no intentase eficazmente su remedio. Enfermó de muerte (al parecer de todos los facultativos) la prelada del convento, que entonces llamaban hermana mayor y, afligida la santa por la pérdida de mujer tan exemplar, pues a la verdad lo era, se fue a la iglesia a pedir a el Señor por la salud de su prelada. Estuvo en oración desde las nueve de la noche hasta las doce delante del altar de Nuestra Señora, derramando tier- [123r] nas lágrimas por su prelada. Eran fervorosas sus súplicas a su dulcísima madre como nacidas de un corazón todo mariano. Ofrecía su vida por la de su prelada, pedía, lloraba, esperaba y se afligía. Oyó en fin sus ardientes votos la que es consuelo de afligidos y salud de los enfermos, María, Señora Nuestra, y le dijo: “He oído tus ruegos y le es concedida la salud que pides”. Al oír este favor de la boca de su dulcísima reina quedó toda absorta y enajenada y, continuando los favores del Señor con esta su fiel sierva, vio al glorioso mártir San Lorenzo que, vestido de diácono y adornado de resplandores, llegó a la enferma y le puso en la cabeza una cinta de oro y, echándole su bendición, desapareció. Volvió en sí la sierva de Dios y luego fue a visitar a la enferma y la vio trasportada en dulce sueño, dispertó de allí a poco y se halló buena y sana de repente.
''[14]'' [125r] Cayó por casualidad un ladrillo sobre la cabeza de una religiosa y, habiéndola herido gravemente, se llegó a ella la sierva de Dios, María, y lastimada de ver a su hermana padecer, le puso la mano sobre la herida con mucha blandura y suavidad pronunciando tres veces el dulcísimo nombre de Jesús, con que se detuvo la sangre, se cerró la herida y sanó perfectamente. Como era mujer poderosa y rica la madre de nuestra santa, labró en el convento un precioso altar y colocó para él una hermosísima imagen de Nuestra Señora, para desahogo piadoso de su afecto, y que su santa hija tuviese donde emplear el objeto noble de sus cariños que, como nacida en pueblo tan proprio de la Virgen, no podía ser otro más de su agrado. Era esta soberana imagen el imán de sus potencias, el asilo en sus necesidades y la obradora de infinitas maravillas y prodigios. Y si hubiéramos de historiar los beneficios que alcanzó desta sagrada imagen, [125v] los milagros que obró por su intercesión y portentos que se vieron en su tiempo, sería necesario alargarnos mucho contra el deseo que tenemos de no molestar y, así, pondremos uno u otro caso para inferir otros muchos. Un hermano de la santa, joven bizarro y de alientos, corriendo en Ajofrín un fogoso caballo, tropezó en la carrera y arrojó al jinete a una distancia desmedida con el mayor furor y violencia. Quedó el infeliz muy maltratado y casi sin sentidos. Voló a su madre esta infausta noticia en alas de la desgracia y, luego que oyó la fatalidad, le sorprendió un tan violento accidente que, torcida la boca, turbados los ojos, trémulos y lisiados los demás sentidos, causaba compasión a cuantos la veían. Dieron parte a la santa y, lleno su corazón de fe, acudió a María Santísima y, haciendo oración delante desta milagrosa imagen, mereció la respuesta que se sigue: “Hija, para el domingo estarán ya buenos tu madre y tu hermano”. Enviolo a decir a los enfermos y que tuviesen fe, que así se cumpliría. El suceso se acreditó, pues llegado este día, sanaron de repente sin medicina alguna. ''[15] '' [123r] Gemía en duras prisiones el referido hermano de la santa, tan triste y afligido que faltaba el esfuerzo y la paciencia, noticiosa su santa hermana acudió a su universal remedio, María Santísima, Nuestra Madre y, haciendo oración [123v] delante de una sagrada imagen, a quien tiernamente amaba y era todo su consuelo, se le apareció esta misma imagen al preso y, quitándole los grillos y cadenas, le dijo que saliese de la cárcel, que ya estaba suelto y libre por las oraciones de su santa hermana. Estaba entonces dormido y, al dispertar, se halló fuera de la cárcel, sin prisiones, añadiéndose a este otro prodigio que fue verse también sano de una grande inflamación que tenía en un pie a causa del mucho peso de las prisiones. Fue luego a ver a su hermana, refirió el milagro y, viendo la imagen de Nuestra Señora, conoció era la misma que le había quitado las prisiones y librado de la cárcel. Con este justo motivo, ofreció a la Virgen venir todos los sábados desde Ajofrín a Toledo, que dista tres leguas, a visitarla y traer cera para su culto. Cumpliolo puntualmente por el espacio de 9 años y, viniendo un sábado a traer la cera y visitar a Su Majestad, se cayó muerto en el camino de repente. Mucho sintió este accidente su santa hermana afligiéndose por haber muerto de repente y sin sacramentos. Pedía fervorosa a la Sagrada Virgen que, pues vivo le había librado de la cárcel del cuerpo, le librase muerto de la cárcel eterna. Pasados ocho días, se le apareció su hermano y, dándole gracias por sus oraciones, le dijo cómo a la hora de su muerte se había visto en grande riesgo, pero que invocan- ''[16]'' [125r] do en su ayuda a Madre Santísima le libró esta Señora y que se hallaba por su patrocinio en carrera de salvación. Pidiola que cumpliese ciertas obligaciones que tenía y que solo esperaba eso para irse a gozar de Dios para siempre ''[17]''. [124r] Esta sagrada imagen que, como hemos dicho, era el imán de los cariños de la sierva de Dios y por cuya intercesión obró infinitos milagros, se intitula “Nuestra Señora de la Encarnación” y la dejó muy encomendada a las religiosas. Hoy se venera con el mayor culto y decencia en el coro deste religiosísimo convento, siendo el asilo común de todas las necesidades y aflicciones, continuando en los prodigios y milagros como antes. Es de talla muy hermosa y en el pecho tiene un óvalo cerrado con un cristal, por el cual se registra un niño pequeño, pero hermosísimo, que tiene dentro. Está vestida de tela de variedad de colores, por habérselo pedido así a una sierva de Dios deste mismo convento. Después que murió la santa, diciéndola quería que la adornasen como a Reina, según la pinta David (M) con vestido de oro, y de hermosa variedad, or el mes de agosto le mudan ''[18]'' vestido y concurre toda la comunidad a este acto [124v] [19] devoto y tierno y, con este motivo la adoran, y al niño que tiene en el pecho. Todos los sábados cantan las letanías y, todos los días, el santo rosario y otras devociones.
9.- ''[20]'' [126r] Descollaba cada día más y más nuestra santa en religiosas perfecciones y, aunque su corazón era un precioso relicario en el cual descansaban, como en su centro, los esmaltes de todas las virtudes, se aventajó con especialidad en la de ser ternísima devota de la Virgen María, como su fiel vasalla, esperando de su patrocinio aun el mayor imposible.
Un canónigo de la Santa Iglesia, varón espiritual y devoto, enfermó tan gravemente que, en pocos días, cerró todos los pasos aun a la más remota esperanza. Agotáronse los esfuerzos todos del arte y de la medicina, pero sin fruto alguno. Súpolo [132r] la santa y, haciendo oración por él, le reveló el Señor no moriría. Enviole una granada y, con ella, la alegre noticia de su salud, que tanto deseaba. Recibió el enfermo con mucha devoción y fe el regalo de la granada y, luego que comió della, se puso instantáneamente bueno, se levantó y fue a dar las gracias a su bienhechora por haber alcanzado del Señor la salud o, por mejor decir, la vida.
3.- Ya es razón que pongamos fin a las revelaciones, profecías, éxtasis y otro favores que recibió del Señor esta asombrosa mujer, nacida más para el Cielo que para la Tierra, pues su vida, si así se puede llamar, fue siempre extática y divina, su trato más con los ángeles que con los hombres, su espíritu siempre inflamado, su caridad siempre ardiente tan apartado de todo lo terreno, que solo vivía a Dios y por Dios, de suerte que pudiéramos dudar si vivía en la tierra o en el cielo, pues los ángeles o la llevaban desde su celda al Cielo, o el Cielo se bajaba con [132v] los ángeles a su celda. Sus éxtasis profundos y visiones misteriosas fatigan con el número la memoria y la admiración con la grandeza. Todos los historiadores de su pasmosa vida dicen que omiten muchas revelaciones y nosotros hemos omitido no pocas de las que ellos escribieron, con que de aquí podrá inferir el curioso cuán habrán sido. El historiador de la orden (N) dice estas palabras: “Ya que me determiné a escribir la vida desta santa, acordé de decir las más notables cosas que Nuestro Señor le mostró y las obras milagrosas que por ella hizo, aunque omita algunas por no molestar”. Lo mismo dice Villegas en el ''Flos Sanctorum''. Una cosa debemos advertir en crédito de la santa, que es que en las vidas que corren de la sierva de Dios, particularmente manuscritas, se han introducido por error de los escribientes o mala inteligencia de los autores, algunas inversiones en los pasajes que hacen la historia fastidiosa y poco deleitable. También hemos notado no pocas equivocaciones o adiciones nada conducentes a la historia y que pudieran servir de algún tropiezo, por eso hemos puesto gran cuidado en referir los hechos desnu- [133r] dos de todo follaje y circunstancias impertinentes, mirando solo la verdad de la sustancia y despreciando los accidentes inútiles. Las revelaciones (como en otro lugar quedó insinuado) tienen todo cuanto puede pedir la crítica más escrupulosa para acreditarlas verdaderas, pues están fundadas sobre las basas firmes de la humildad y penitencia, y se dirigen al bien y utilidad de las almas. De los milagros que obró en vida la santa, podemos decir lo mismo que de las revelaciones, fueron muchos, admirables y estupendos, pues su gran virtud abría los Cielos a milagros en favor de los enfermos y desvalidos, pero también los omitimos en gran parte haciendo este sacrificio a favor de la brevedad que profesamos, aunque quedaran quejosos los devotos de la santa. En estos últimos años de su vida, iba disponiendo su alma con mayor fervor para lograr la dulce vista de su amado Esposo. Vivió siempre tan honesta y recatada que rarísima vez se le vio el rostro, trayéndolo siempre cubierto con un velo, de suerte que su confesor no se lo vio jamás [133v] y, así, apartando su vista y consideración de lo terreno, pensaba en las cosas celestiales. Rarísima vez hablaba ni aun con las mismas religiosas, andando siempre extática y como fuera de sí. Aunque en aquel tiempo salían las religiosas del convento con decente compañía, por no tener clausura, no se dice saliese la santa alguna vez. Vivía tan ''[22]'' retirada por huir los peligros del aplauso y la lisonja. ¿Cuántas generosas virtudes se vician ''[23] '' al alhago de quien las mira o alaba? ¡Con cuánta facilidad se marchita la flor a los rayos de los ojos que lo aclaman! Padece, también, sus epidemias la virtud, como la sangre. La santidad de María, tan recatada como discreta, se teme y se retira, no solo de los aplausos, sino aun de las conversaciones. Con esta prudente cautela de vivir separada de los contagios del siglo, crecieron en asombrosa proceridad sus virtudes.
4.- Ya era tiempo que esta bendita alma subiese a gozar de la dulce presencia de su amado Esposo y, así, se lo dio a entender repetidas veces por medio de angélicas embajadas. Gusto- [134r] sa noticia para quien vivió siempre suspirando por la presencia de su Dueño. Crecía el gozo de su espíritu cuando se apresuraba el desatarse aquel lazo con que le aprisionó Dios en la cárcel de su cuerpo. Sea horroroso el año de la muerte a quien vivió tan olvidado de su memoria como medroso de su cercanía. Sea desapacible su semblante al que, habiendo vivido desbocado en la carrera de los vicios, muere despeñado en el principio del infierno. Pero a nuestra santa, que había atesorado tanto caudal de virtudes en el discurso todo de su vida, ¿cómo había de ser desapacible la muerte? Cuanto su vida se iba acercando al ocaso iba esforzando sus agitaciones el amor en aquel pecho, no teniendo sus potencias otro estudio ni los sentidos otro empleo que el amar solo, reduciendo a esta todas las operaciones del alma. Andaba tan absorta en su dulcísimo amado objeto que, el desasirse de entre sus brazos, se le arrancaba el corazón de su sitio. Así vivía extáticamente enajenada robando el amor todos los demás afectos, pudiendo cantar entonces la fama que María ni miraba, ni oía, ni sentía, sino que solo amaba. [134v] Eran, en este tiempo, más frecuentes los favores que recibía del Cielo, pero también era más profunda su humildad, confesando su miseria y viviendo recelosa de sí misma, por eso ahora más que nunca suplicaba a los santos, sus devotos, la ayudasen con sus ruegos. Quien primero ocupaba altar en su alma para la veneración y culto era María Santísima, a esta Señora acudía en sus necesidades con la mayor confianza, amándola como fiel vasalla. Después veneraba con singular devoción al glorioso San Miguel Arcángel, príncipe de las milicias del Cielo y al santo ángel de la guarda. Tenía otros muchos santos y santas a quien se encomendaba muy de veras, diremos algunos, omitiendo otros: San Pedro y San Pablo, San Juan Evangelista, San Lorenzo, San Jerónimo, San Ildefonso, Nuestro Padre San Francisco, Santa Catalina mártir, Santa Bárbara, Santa Leocadia y Santa Casilda. Esto, y aún más larga, era la letanía de sus santos, con quien tenía dulces coloquios, gozando de su presencia muchas veces, como si fuera cortesana del Cielo. Enfermó últimamente para serlo y, habiendo dado singulares muestras de tolerancia y resignación, recibió los santos sacramentos [135r] bañada su bendita alma de un extraordinario gozo que, comunicándose también al cuerpo, la transformó en un bello serafín. Abrazose después con una imagen de Cristo crucificado (cuyo sangriento retrato tenía esculpido en su virginal cuerpo) y, aplicándole a sus labios con ternísimos ósculos, le decía tan dulces palabras que causaba a todas las religiosas sentimiento y gozo. Encomendaba muy de veras al Señor los dos conventos de la Sisla y de San Pablo, pidiendo afectuosísimamente los conservase en observancia, virtud y religión, como vemos que hoy florecen acaso por las oraciones y ruegos de nuestra santa. Abrazada así con Jesucristo y con señales de crucificada, exaló su espíritu, entregándole en manos de su querido Esposo, sábado 17 de julio a las tres de la mañana del año de 1489. Su muerte más pareció dulce sueño que congojosa agonía, ni se vio gesto alguno que mirase con desagrado a la parca, pues a la verdad ella estaba bien con la muerte y, así, observaron las demás religiosas algún rato dudosas de si estaba muerta o vivía extática, como no pocas veces había sucedido y tenían repetidos exemplares. Pero de allí a poco depusieron toda la duda, pues salió su última respiración tan olorosa que se conocía en la fragrancia haberse quebrado el alabastro desta María, como en otro tiempo el de la Magdalena, y haber derramado el [135v] nardo su preciosa vida. Percibiose en todo el convento un olor suavísimo que excedía sobremanera a los bálsamos más puros, a los jazmines más blancos, en cuya comparación los aromas, flores, tomillos, ámbares, cantuesos, y cuanta fragancia exalan los mejores jardines de la Acaya, sería ofensa del olfato. Quedó tan hermoso y tratable su virginal cuerpo que más parecía bulto de quien duerme que cadáver exánime y frío. Aun agostada la vida desta mística planta, no decayó su hermosura ni su olorosa fragrancia. Verdad es que murió, pero no tuvieron en ella jurisdicción los horrores de la muerte, pues indultada de la común deformidad que ocasiona en un cadáver, era la agradable hermosura del suyo devoto asombro de quien le miraba. Finalmente, conservándose hermosa y odorífera entre los ultrajes de la muerte, manifestaba bien en los privilegios del cuerpo haberse trasplantado su alma a ser vistoso recreo del celestial paraíso.