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→Capit. VII. Continúan los favores del Cielo con que dispone el Señor a su sierva, María de Ajofrín, para su dichosa muerte, y se refieren algunos prodigios que ha obrado después de su feliz tránsito
Un canónigo de la Santa Iglesia, varón espiritual y devoto, enfermó tan gravemente que, en pocos días, cerró todos los pasos aun a la más remota esperanza. Agotáronse los esfuerzos todos del arte y de la medicina, pero sin fruto alguno. Súpolo [132r] la santa y, haciendo oración por él, le reveló el Señor no moriría. Enviole una granada y, con ella, la alegre noticia de su salud, que tanto deseaba. Recibió el enfermo con mucha devoción y fe el regalo de la granada y, luego que comió della, se puso instantáneamente bueno, se levantó y fue a dar las gracias a su bienhechora por haber alcanzado del Señor la salud o, por mejor decir, la vida.
3.- Ya es razón que pongamos fin a las revelaciones, profecías, éxtasis y otro favores que recibió del Señor esta asombrosa mujer, nacida más para el Cielo que para la Tierra, pues su vida, si así se puede llamar, fue siempre extática y divina, su trato más con los ángeles que con los hombres, su espíritu siempre inflamado, su caridad siempre ardiente tan apartado de todo lo terreno, que solo vivía a Dios y por Dios, de suerte que pudiéramos dudar si vivía en la tierra o en el cielo, pues los ángeles o la llevaban desde su celda al Cielo, o el Cielo se bajaba con [132v] los ángeles a su celda. Sus éxtasis profundos y visiones misteriosas fatigan con el número la memoria y la admiración con la grandeza. Todos los historiadores de su pasmosa vida dicen que omiten muchas revelaciones y nosotros hemos omitido no pocas de las que ellos escribieron, con que de aquí podrá inferir el curioso cuán habrán sido. El historiador de la orden (N) dice estas palabras: “Ya que me determiné a escribir la vida desta santa, acordé de decir las más notables cosas que Nuestro Señor le mostró y las obras milagrosas que por ella hizo, aunque omita algunas por no molestar”. Lo mismo dice Villegas en el ''Flos Sanctorum''. Una cosa debemos advertir en crédito de la santa, que es que en las vidas que corren de la sierva de Dios, particularmente manuscritas, se han introducido por error de los escribientes o mala inteligencia de los autores, algunas inversiones en los pasajes que hacen la historia fastidiosa y poco deleitable. También hemos notado no pocas equivocaciones o adiciones nada conducentes a la historia y que pudieran servir de algún tropiezo, por eso hemos puesto gran cuidado en referir los hechos desnu- [133r] dos de todo follaje y circunstancias impertinentes, mirando solo la verdad de la sustancia y despreciando los accidentes inútiles. Las revelaciones (como en otro lugar quedó insinuado) tienen todo cuanto puede pedir la crítica más escrupulosa para acreditarlas verdaderas, pues están fundadas sobre las basas firmes de la humildad y penitencia, y se dirigen al bien y utilidad de las almas. De los milagros que obró en vida la santa, podemos decir lo mismo que de las revelaciones, fueron muchos, admirables y estupendos, pues su gran virtud abría los Cielos a milagros en favor de los enfermos y desvalidos, pero también los omitimos en gran parte haciendo este sacrificio a favor de la brevedad que profesamos, aunque quedaran quejosos los devotos de la santa. En estos últimos años de su vida, iba disponiendo su alma con mayor fervor para lograr la dulce vista de su amado Esposo. Vivió siempre tan honesta y recatada que rarísima vez se le vio el rostro, trayéndolo siempre cubierto con un velo, de suerte que su confesor no se lo vio jamás [133v] y, así, apartando su vista y consideración de lo terreno, pensaba en las cosas celestiales. Rarísima vez hablaba ni aun con las mismas religiosas, andando siempre extática y como fuera de sí. Aunque en aquel tiempo salían las religiosas del convento con decente compañía, por no tener clausura, no se dice saliese la santa alguna vez. Vivía tan ''[22]'' retirada por huir los peligros del aplauso y la lisonja. ¿Cuántas generosas virtudes se vician [23] al alhago de quien las mira o alaba? ¡Con cuánta facilidad se marchita la flor a los rayos de los ojos que lo aclaman! Padece, también, sus epidemias la virtud, como la sangre. La santidad de María, tan recatada como discreta, se teme y se retira, no solo de los aplausos, sino aun de las conversaciones. Con esta prudente cautela de vivir separada de los contagios del siglo, crecieron en asombrosa proceridad sus virtudes.
4.- Ya era tiempo que esta bendita alma subiese a gozar de la dulce presencia de su amado Esposo y, así, se lo dio a entender repetidas veces por medio de angélicas embajadas. Gusto- [134r] sa noticia para quien vivió siempre suspirando por la presencia de su Dueño. Crecía el gozo de su espíritu cuando se apresuraba el desatarse aquel lazo con que le aprisionó Dios en la cárcel de su cuerpo. Sea horroroso el año de la muerte a quien vivió tan olvidado de su memoria como medroso de su cercanía. Sea desapacible su semblante al que, habiendo vivido desbocado en la carrera de los vicios, muere despeñado en el principio del infierno. Pero a nuestra santa, que había atesorado tanto caudal de virtudes en el discurso todo de su vida, ¿cómo había de ser desapacible la muerte? Cuanto su vida se iba acercando al ocaso iba esforzando sus agitaciones el amor en aquel pecho, no teniendo sus potencias otro estudio ni los sentidos otro empleo que el amar solo, reduciendo a esta todas las operaciones del alma. Andaba tan absorta en su dulcísimo amado objeto que, el desasirse de entre sus brazos, se le arrancaba el corazón de su sitio. Así vivía extáticamente enajenada robando el amor todos los demás afectos, pudiendo cantar entonces la fama que María ni miraba, ni oía, ni sentía, sino que solo amaba. [134v] Eran, en este tiempo, más frecuentes los favores que recibía del Cielo, pero también era más profunda su humildad, confesando su miseria y viviendo recelosa de sí misma, por eso ahora más que nunca suplicaba a los santos, sus devotos, la ayudasen con sus ruegos. Quien primero ocupaba altar en su alma para la veneración y culto era María Santísima, a esta Señora acudía en sus necesidades con la mayor confianza, amándola como fiel vasalla. Después veneraba con singular devoción al glorioso San Miguel Arcángel, príncipe de las milicias del Cielo y al santo ángel de la guarda. Tenía otros muchos santos y santas a quien se encomendaba muy de veras, diremos algunos, omitiendo otros: San Pedro y San Pablo, San Juan Evangelista, San Lorenzo, San Jerónimo, San Ildefonso, Nuestro Padre San Francisco, Santa Catalina mártir, Santa Bárbara, Santa Leocadia y Santa Casilda. Esto, y aún más larga, era la letanía de sus santos, con quien tenía dulces coloquios, gozando de su presencia muchas veces, como si fuera cortesana del Cielo. Enfermó últimamente para serlo y, habiendo dado singulares muestras de tolerancia y resignación, recibió los santos sacramentos [135r] bañada su bendita alma de un extraordinario gozo que, comunicándose también al cuerpo, la transformó en un bello serafín. Abrazose después con una imagen de Cristo crucificado (cuyo sangriento retrato tenía esculpido en su virginal cuerpo) y, aplicándole a sus labios con ternísimos ósculos, le decía tan dulces palabras que causaba a todas las religiosas sentimiento y gozo. Encomendaba muy de veras al Señor los dos conventos de la Sisla y de San Pablo, pidiendo afectuosísimamente los conservase en observancia, virtud y religión, como vemos que hoy florecen acaso por las oraciones y ruegos de nuestra santa. Abrazada así con Jesucristo y con señales de crucificada, exaló su espíritu, entregándole en manos de su querido Esposo, sábado 17 de julio a las tres de la mañana del año de 1489. Su muerte más pareció dulce sueño que congojosa agonía, ni se vio gesto alguno que mirase con desagrado a la parca, pues a la verdad ella estaba bien con la muerte y, así, observaron las demás religiosas algún rato dudosas de si estaba muerta o vivía extática, como no pocas veces había sucedido y tenían repetidos exemplares. Pero de allí a poco depusieron toda la duda, pues salió su última respiración tan olorosa que se conocía en la fragrancia haberse quebrado el alabastro desta María, como en otro tiempo el de la Magdalena, y haber derramado el [135v] nardo su preciosa vida. Percibiose en todo el convento un olor suavísimo que excedía sobremanera a los bálsamos más puros, a los jazmines más blancos, en cuya comparación los aromas, flores, tomillos, ámbares, cantuesos, y cuanta fragancia exalan los mejores jardines de la Acaya, sería ofensa del olfato. Quedó tan hermoso y tratable su virginal cuerpo que más parecía bulto de quien duerme que cadáver exánime y frío. Aun agostada la vida desta mística planta, no decayó su hermosura ni su olorosa fragrancia. Verdad es que murió, pero no tuvieron en ella jurisdicción los horrores de la muerte, pues indultada de la común deformidad que ocasiona en un cadáver, era la agradable hermosura del suyo devoto asombro de quien le miraba. Finalmente, conservándose hermosa y odorífera entre los ultrajes de la muerte, manifestaba bien en los privilegios del cuerpo haberse trasplantado su alma a ser vistoso recreo del celestial paraíso.
6.- Juana Martínez, vecina de Cuacos, obispado de Palencia, se hallaba tullida de una pierna y, oyendo los muchos milagros que obraba Dios en su sierva, un día que más afligida estaba, llenando su pecho de fe, se encomendó a ella muy de veras y, hablando con una niña que tenía como de seis años, la mandó la ayudase también con sus oraciones. Hincose de rodillas el angelito y, poniendo sus manecitas, empezó a rezar y, de allí a poco, se sintió sana la doliente, se levantó de la cama y empezó a an- [138v] dar sin impedimento alguno, alabando a Dios en sus santos todos los presentes. Después, envió a la Sisla una pierna de cera, para que colgase ante su sepulcro y un rollo grande, que ardiese en memoria y agradecimiento del beneficio recibido. No lejos del dicho pueblo, en otro que llaman Jaraíz, se hallaba agonizando con la candela en la mano Francisco Díaz. Asistíale un primo suyo sacerdote y, viéndole ya agonizar y sin remedio, sabiendo las maravillas que obraba la sierva de Dios, María de Ajofrín, hizo voto de visitar su sepulcro si daba salud al enfermo. Apenas lo había hecho cuando mejoró y, de allí a poco tiempo, se puso sano y, uno y otro, fueron a cumplir la promesa, llevando mucha cera al sepulcro de la santa y dejaron testimonio auténtico, firmado de su mano, de todo lo sucedido. Juana de San Miguel, tercera de Nuestro Padre [139r] San Francisco y vecina de Toledo, tenía un zaratán en un pecho y, después de cinco años de medicina, se le vino a encancerar, a que se llegaba una ardiente calentura que del todo cerraba los pasos a la esperanza. Afligida y sin remedio, puso toda su esperanza en la sierva de Dios, María. Hízose llevar a la Sisla, aunque con trabajo y, entrando en el capítulo, percibió luego un olor suavísimo que, sin otra guía ni noticia alguna, la llevó derecha a la sepultura de la santa. Postrose en tierra, besó las losas que ocultaban el sagrado cadáver, derramó tiernas y devotas lágrimas y, luego, instantáneamente se sintió libre de todos sus males y, después de dar afectuosas gracias, se volvió ella sola a su casa, dejando llenos de admiración a cuantos fueron testigos [139v] de tan rara maravilla. Otra mujer, vecina también de Toledo, padecía igual accidente en los pechos y, después de haber pasado por el tormento del fuego y la crueldad del cuchillo, llegó por su desgracia al último vale de su vida. Ya en este tiempo se habían escrito varias copias de la admirable vida de nuestra santa y, habiendo oído leer parte desta sagrada historia, concibió gran fe en sus méritos y, habiéndole aplicado una reliquia de la santa, quedó buena instantáneamente sin otra medicina y fue a la Sisla a dar gracias por el beneficio. Un religioso lego de la orden, morador del Monasterio de San Jerónimo de Madrid, se hallaba sumamente afligido por un tenaz y peligroso tumor que le había salido en un ojo. Iban ya a darle [140r] un botón de fuego con no pequeño peligro de perder la vista, estando ya en su presencia el brasero encendido y los instrumentos prevenidos para la operación, aterrado por una parte del martirio cruel que le esperaba y, por otra, inflamado del afecto y devoción a la sierva de Dios, exclamó diciendo: “Santa mía, pues eres tan liberal para con todos, sedlo también con este indigno hermano vuestro. Dadme salud, santa mía, y libradme destos tormentos”. Apenas hubo dicho esto, quedó de repente a vista de los cirujanos, y otros muchos que habían concurrido a la operación, se desvaneció el tumor y quedó sano y bueno sin lesión alguna, y los circunstantes llenos de admiración y espanto. Otros infinitos prodigios y estupendas maravillas obró Dios por esta su sierva, que sería nunca acabar como dice el historiador Sigüenza (O) si todas se hubieran [140v] de referir. No había enfermedad que no sanase, a todos socorría, a todos remediaba, a todos consolaba y a todos atendía, siendo tan raros y esquisitos los milagros que cada día obraba que, por tan frecuentes, ya no eran admirados.
7.- Al eco glorioso de tantas maravillas, concurrían de todo el reino en crecidas tropas los devotos a venerar el sepulcro de la santa, siendo en tanto exceso que ya perturbaban el retiro y silencio de los claustros. Para evitar este inconveniente y que el sagrado cadáver tuviese más decente lugar, determinaron trasladarlo a la iglesia del monasterio desde la sala del capítulo donde estaba. Quien más promovió esta traslación fue la condesa de Fuensalida por el grande afecto que tenía a la santa. Mandó labrar al lado del evangelio, en la pared del cuerpo de la iglesia, un magnífico sepulcro de piedra con el retrato de la santa. Llegado el día de la traslación, que fue el 25 de abril del año del Señor de 1495, [141r] cuasi 6 años después de su glorioso tránsito, aunque se procuró ocultar, concurrieron al monasterio el Clavero Mayor de Calatrava, Juan Antonio de Silva, muchos prevendos, caballeros ilustres y un sin número de gente que, llevados de su afición, quisieron hallarse presentes a este sagrado acto. Descubrieron el sagrado cadáver a vista de toda la comunidad y caballeros nobles y, luego, se percibió un olor suavísimo que excedía en fragrancia a todos los aromas de por acá y llenó de consuelo a los circunstantes. Manaba del sagrado cadáver un licor como bálsamo, que también exalaba una fragrancia suavísima. Colocáronle con mucha reverencia en una rica caja, guarnecida de seda y, formándose una solemne y devota procesión con luces en las manos, y al sonido alegre de campanas y concertada música de órganos, le llevaron a la iglesia cantando el ''Te Deum Laudamus'', no como quien lleva un cadáver en un féretro, sino unas sagradas reliquias en un trono. Pusiéronle en la iglesia al público por espacio de 13 días para satisfacer la devoción de los concurrentes, que eran infinitos. Aquí obró el Señor muchos prodigios por su sierva, pero omi- [141v] tiéndolos todos, solo diremos el que obró en beneficio de toda la provincia. Estaban los campos áridos y secos y los panes cuasi perdidos por la gran falta de agua. Crecían las necesidades y cada día era mayor la aflicción y angustia de los pueblos. Determinaron los religiosos hacer una rogativa a su santa hermana, María de Ajofrín, pidiéndole el remedio con aquel conflicto. Oyó el Señor sus votos por intercesión de la gloriosa Virgen y, luego, empezó a llover con abundancia y se remediaron las necesidades.
Fueron muchas las personas que, por haber recibido algún beneficio, venían a velar a la santa, entre ellas, fueron dos hijos del conde de Oropesa, a quienes la sierva de Dios dio salud milagrosamente y, después de haber velado sus sagradas reliquias, dejaron una imagen de plata de mucho valor, una palia muy rica, una cruz bordada muy singular y dos imágenes de cera con otros dones preciosos. También, vino un hombre de Jerez, llamado Santos Fernández, el que, hallándose ya olea- [142r] do y en las últimas agonías, invocó del modo que pudo el patrocinio de la santa y, de repente, se levantó de la cama bueno y sano, dejando admirados a todos los presentes. Pasados los trece días, fueron colocadas, solemnemente, las sagradas reliquias en el sepulcro que tenía labrado la condesa de Fuensalida y aquí permanecen hasta el día de hoy, visitadas frecuentemente por los raros prodigios que ha obrado y obra cada día a favor de sus devotos, pero de ninguno se ha tomado testimonio y consta por deposición de aquellos religiosísimos padres, que sí se hubieran notado todos los milagros que ha obrado, no cupieran en muchos libros, pero su singular retiro y abstracción del mundo les impide tratar negocios desta naturaleza. Y, aunque nuestra santa se ha mostrado prodigiosa en todo género de enfermedades, parece se ha señalado más en sanar de quebraduras a los niños y, así, son muchos los que llevan las criaturas y, poniéndolas en el sepulcro de la santa, luego sanan. De suerte, que no hay dolencia, trabajo ni necesidad que no remedia esta sierva de Dios. Bastará referir un solo caso por vivir el sujeto con quien obró la santa el prodigio: el reverendo padre fray Joseph Moraleda, presentador del número de sus provincias de Padres Mercedarios Calzados de Castilla, siendo de edad de dos meses [142v] cayó en el suelo de los brazos de su madre yendo en una caballería. Como era tan tierno y el golpe fue grande quedó muerto y sin sentido, pasaron siete horas y, no viendo en el niño señal alguna de vida, crecían las aflicciones y angustias de la madre pero, inspirada del cielo, poniendo toda su esperanza en Dios por los méritos de su sierva María de Ajofrín, de quien era muy devota, tomó el niño en sus brazos y dijo: “Santa mía, dad vida a mi hijo, que yo os lo ofrezco de buena gana”. Apenas pronunció estas palabras cuando el niño abrió los ojos y, como si volviera de un dulce sueño, empezó a moverse sin haberle quedado lesión alguna ni señal de la caída. Vive hoy este religioso, sujeto bien distinguido en su provincia por sus méritos, y a quien hemos oído este caso, y vive sumamente agradecido a la santa, a quien confiesa deber la vida y en este favor otros infinitos.
‹‹Si no estuviera la vida desta santa tantos años ha escrita y predicada por otros y nuestro Señor en vida y en muerte no hubiera calificado y, como si dijésemos, sellada su santidad con tantas maravillas, no me atreviera a poner la mano en ella y pasara en silencio cosas tan maravillosas››.
Hasta aquí el citado historiador y, a la verdad, es tan prodigioso y admirable que excede los límites [145r] de lo humano y, solamente sostenida con la divina gracia, pudo llegar a proceridad tan desmedida. Alabemos al Señor que la hizo tan ilustre y famosa en su iglesia santa y, ahora, pasaremos a referir la vida de otro insigne hijo de Ajofrín en el capítulo siguiente.
===Notas de Francisco de Ajofrín===