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María de Ajofrín

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Después de lo susodicho, açercose la fiesta del Nacimiento del Señor y ella, estando acostada en su cama y mui afligida y con grandes dolores en el cuerpo, según sus pocas fuerzas pensó de se aparejar para recibir el Santísimo Sacramento. Y el jueves de la fiesta vínose tan gran dolor al celebro y tan grandes golpes de coraçón que según me dixo parecía ''[16]'' que se le salía el ánima del cuerpo.
Y aquel día y el viernes siguiente no comió sino unas pocas de pasas, y el sábado reconciliose para comulgar. Y este día vio la imagen de Nuestra Señora, que está en el altar, por tres veces sudar gotas de agua y fue llena de maravilla, y llegose a la imagen y limpió el sudor, y con ello labó su rostro. Y como fuese a comulgar y la comulgase, el capellán maior de la santa iglesia como se volviese con el santo sacramento para se lo dar y ella no pu-[fol. 210v]-diese tener los llatidos ''[sic] '' del corazón, dio un gran resuello y vio levantadas en la patena las formas, y aparecieron luego tres ángeles visiblemente que pusieron las formas que no volaron fuera, que cierto caerían en el suelo si por ellos no fuera, y lo mexor que pudo recibió en santo sacramento con mui gran divinidad, como otras vezes.
Y ansí se fue a la cama con su fatiga y dolores mezclados con gran suavidad de la dulcedumbre del Señor y suavidad de las cosas celestiales que avía visto y gustado. Y ansí estuvo hasta las diez de la noche.
===Capítulo 42===
'''De otra vissión que vio en el cielo Cielo el día que los reies se partieron para la guerra''' ''[21]''
Rogando esta sierva de Dios por sus altezas y por todos los que con ellos iban que fuesen sus intenciones en su serviçio y les diese victoria a las doze del día, vio en el Çielo una abertura que salían della muchas llamas de fuego. Y conoció en el espíritu que muchos de los que allí iban yban en pecado mortal y que con mucho trabaxo a[l]cançarían el real ''[22]''. Y ansí fue.
[Fol. 223v]Y dichas estas cosas, sentí gran alivio del dolor del costado, salvo que me quedó en la espalda derecha por algunos pocos días el amortiguamiento de la carne en do estava el dolor. Y ansí fui sano por los méritos y orationes de esta santa. Y en este tiempo me dixo esta sierva de Dios que viniese a este monasterio y pusiesse recabdo en la casa porque andavan dos personas por cometer un pecado, y io hízelo ansí y puse guardas diligentes. Y dende a pocos días hallaron dos mozos que querían cometer el pecado de la manera y forma que ella me lo avía dicho. Y fueron despedidos de la casa, y cierto ella sabía mui grandes secretos de las conçiençias que sobrepujavan el juicio y poder humanal.
Y en el mes de julio deste dicho año, después de Santiago, me dixo esta sierva de Dios algunos negotios de la Inquisitión, diciéndome que Nuestro Señor le avía aparecido de forma humanal, como cuando estava atado a la columna, y que le avía mostrado las espaldas cómo le corría la sangre y que le dijo: «Hija mía, mira quál me ponen los herejes cada día, y di esto al deán de Toledo y al prior de la Sisla, que están en la Inquisitión». Y ansí fue hecho, que estas más palabras , con otras muchas , dixo al dicho deán en mi presentia. Y en este dicho año me escrivió una carta en que me dijo que avía avido muchas conpasión de la fatiga que pasé en el camino cuando yba a la Inquisitión a tierra de Burgos, maiormente el martes que ella dijo. [fol. 224r] Y ansí fue cierto que aquel martes que ella dixo, yo pasé los puertos llenos de nieve, y nevava y llovía mucho, y después desto me dijo que ella iba conmigo entonçes aunque no la veía en medio de León levé ''[23]'' a do estava exsaminando los procesos de los herejes de Toledo. Otros muchos milagros à hecho Dios Nuestro Señor por los merecimientos de esta sierva y io no e mereçido de los ver; quien los a visto da testimonio dellos.
===Capítulo 46===
===Capítulo 47===
[Fol. 224v]'''De cómo sanó a un enfermo de una enfermedad que se dize modorra'''
En el año de Nuestro Señor de mil y quatrocientos y noventa en Jarahiz, lugar de la Vera de Plasentia, en el mes de noviembre, día de San Martín, vino una enfermedad a Francisco Díaz, natural de dicho lugar, de la qual enfermedad vino tanta flaqueza que recibió los sacramentos con estrema unción. Y puesto en tan estrecha necesidad y teniendo ya la candela encendida que se finava, yo Martínez Díaz, clérigo y capellán perpetuo de la iglesia de la Virgen María, siendo presente y sintiendo muchas angustias en el su fallesçer, porque era primo mío, a la saçón vino Juana Martínez, mujer de Antón Cervote que Dios perdone, y viéndome afligido díxome: «Conpadre, ya sabéis la enfermedad que yo tengo y tenía en esta mi pierna y este dicho año, quando vino aquí mi hijo Fray Gabriel, profeso de San Xerónimo de Madrid, que es dicho el paso y me informé d’él de una santa religiosa que falleció en Toledo, en el monasterio que fundó Doña Mari Garçía, y está sepultada en el monasterio que dicen de la Sisla y à mostrado el Señor por ella maravillosas cosas. y cómo fue mui gran servidora de Dios y me prometiese con gran devotión y mui verdadera fe de ir a visitar su santo cuerpo y estuviese sin dubda, que por sus santos méritos, abría salud --loores —loores sean dados a Dios y a su Bendita Madre-- Madre— yo fui sana, prometeldo vos a esta santa y plaçera, a Dios, de libralo». Y luego [fol. 225r] respondió: «Soi pecador para ello, mas confiando en la clementia de Nuestro Señor, y en la piedad de Nuestra Señora, la Virgen María, madre suia, yo le prometo, si escapare de esta enfermedad, de llevarle a ver y visitar el su santo cuerpo de la dicha santa, y llevarle una libra de cera para le ofrecer». El qual voto hecho--sean —sean dadas gracias a Dios y a Nuestra Señora--Señora— luego fue mejorando y tuvo mucha salud.
El qual enfermo y io vinimos a visitar esta santa María de Ajofrín con mucha salud y cunplimos nuestro voto. Y porque esto es verdad, yo el dicho Martín Díaz, clérigo, estoi presente oi sábado, a siete del mes de maio dentro del dicho monasterio, manifestando este tan gran milagro, alcançado por méritos de la bienaventurada María de Ajofrín. Y escrebí de mi mano todo lo sobredicho por más lo corroborar, y confirmé de mi nombre, oi sábado del sobredicho año de 1490, Martínez Díaz, clérigo capellán de dicho lugar ''[24]''.
'''De cómo sanó a una mujer que estava malas de un çaratán en la teta'''
En este tiempo, una mujer que se llamava Juana de San Migel, beata de la tercera regla de San Francisco, moradora en Toledo, estava mui mala de un çaratán que tenía en una teta, y avían çinco años que se le curavan físicos y todos ellos no avían podido sanalle. Y ya desahuizada dellos, algunas personas le aconsejaban que por que no muriese le fuese cortada la teta con consejo de los médicos. Y con esto tenía calenturas con-[fol. 226v]-tinuas seis meses, avía y ella viéndose en esta angustia, oída la fama desta santa mujer, fue a visitare su cuerpo al Monesterio de la Sisla y entrando do estava enterrada, sintió un olor celestial que salía de la sepultura, y ella con mucha devotión y lágrimas echóse sobre la sepultura rogándole la quisiere aiudar, y por su ruego sanar. Y luego fue sobre ella la mano de Dios y fue sana.
===Capítulo 53===
Creçía tanto esta sancta donzella en el amor de Dios, verdadero esposo suyo, que cada día le comunicava grandes dones y hazía muchos favores y mercedes, y entre otras conoçió por spíritu lo que en una fiesta de Todos los Santos le había de succeder después que huviese reçebido el santíssimo sacramento y previsto [fol. 261r] que se pusiese cuydado en llevarla luego a una parte secreta y escondida (pero nunca tan escondida y secreta que no viniessen a descubrirla, porque muchas vezes el Çielo tenía este cuydado de mostrarla con luz visible), rogando a la madre del monasterio que diesse cargo a quien la llevase antes que se arrobase y transportasse reçibiendo el santíssimo sacramento. No fue menester esta diligençia porque fueron tantos los lloros y gemidos de los grandes dolores que sintió en el coraçón en reçibiendo el santísssimo sacramento y antes que se traspusiesse, que no pudo excusar que no se entendiesse con quánta fuerça se hazía a pasar aquellos dolores y tormentos. Aquí se enagenó como solía y le fueron descubiertos algunos secretos de descuydos de personas particulares que ella procuró se emendasen con avisos y amonestaçiones que hizo a quien tocava, como negoçio que era de Dios, que es el que sabe, penetra y conoçe los coraçones.
Tenía ya esta sancta muger tanta privança con Nuestro Señor, y era tan ençendida su charidad y amor en servirle con perseverançia, que le fue parte para declararse en su favor más particularmente su Magestad Divina con asombro de todos y en don y señal de su passión y llaga en el costado, que a pocos se a concedido. Hallose un día en el costado una abertura que cupiera por ella el dedo pulgar de un hombre, que le causó grandes dolores por veinte días con la llaga abierta, de la qual los viernes corría más sangre que los otros días (aunque en todos corría alguna) y nunca pareçió en ella materia ni se applicó mediçina ninguna mas de paños limpios, quitando unos y puniendo otros, y éstos estos quedavan tan roxos como un carmesí, que mostravan bien quán viva sangre era la que salía y sin corrompimiento alguno.
Con los grandes dolores que la sancta donzella padeçía, le faltavan las fuerças para llevar tanto trabajo y no cessava de pedir a Nuestro Señor su ayuda y favor en ello, y divinalmente le fue revelado que aquella maravilla la descubriese a la priora del monasterio y a otra religiosa que se dezía Theresa, a las quales, quando vieron la llaga y los paños vañados en [fol. 261v] sangre les causó admiraçión, y ellas lo dixeron al confessor de la casa, que estuvo bien incrédulo y duro en creerlo. Y quisieralo deshacer dando a entender que era imaginaçión y engaño de mugeres, mas quando lo vio con los ojos quedó espantado y maravillado, y no fue en su mano dejarlo en secreto, sino dezirlo y revelarlo a personas principales, como fueron don Pedro Préxano, deán de Toledo, y a Diego de Villaminaya, capellán mayor del coro de la santa yglesia, que dieron dello fee y testimonio habiéndolo visto.
[Fol. 263r] '''De muchas mercedes y fabores que alcançó de Nuestro Señor esta su sierva'''
Christo Nuestro Señor tiene prometido en su evangelio que se nos hará merced de todo quanto pidiéremos orando, con que esto sea pidiéndolo en su nombre al Padre. A esta sancta le acaesçió así muchas vezes quando se hazía como deseaba, porque lo que pedía en sus oraçiones yva en camino al serviçio que se debe a Dios y a la manifestaçión de su grandeza y gloria (y esto era pedir en nombre de Jesuchristo). Sería cosa muy larga dezir todo lo que a este propósito se halla en lo que el prior de la Sisla escrivió, vio, y entendió desta sierva de Dios, y lo que en sus oraçiones, ruegos y interçessiones alcançó de Nuestro Señor a muchos, para provecho y remedio de sus almas y salud de los cuerpos: alguna parte se dize en la crónica que escribió Pedro de la Vega, y por aquello se podían entender las grandes maravillas que Dios obró con ella y las que de él alcançó, y las muchas y grandes revelaciones que tuvo de cosas particulares y el bien que se siguió dellas. Mucho engrandeçe Nuestro Señor a los justos, y está tan atento a las oraçiones y peticiones que muestra lo mucho que pueden con él y quán grandes effectos hacen, como se vio en las de su esposa María de Ajofrín, que no le salieron en vano. Eran tan fervorosas y vehementes que se arrebatava y quedaba sin sentido, como muerta, por grande espaçio, y algunas vezes le acaesçía esto estando presente el prior que escrivió su vida, y una vez le dixo al prior la hermana maior o priora que le mandase por obediençia que despertase y vería la fuerça y virtud que tiene el precepto de la sancta obediençia en tiempos semejantes. El prior siguió el pareçer de la priora, y fue cosa maravillosa que, mandándola con precepto despertar, volvió luego a su sentido y mostró sentimiento grande , como que la uviesen quitado de su contento y regalo.
[Fol. 263v] De grandes effectos eran las oraciones desta sancta virgen, y ellas eran las armas con que se valía y en ellas buscava el remedio en todas las cosas. Una vez se vio muy affligida por la grande hambre que havía en la ciudad a causa de las muchas aguas y mucha creciente del río, que no dava lugar a las moliendas. Çinco días antes de la solemníssima fiesta de la Natividad de Nuestro Redemptor, no durmió en toda una noche entera, y viendo que la hazía clara y serena, se subió a un terrado donde veýa el río, y haziendo sobre él la señal de la cruz y bendiçiéndole, se bajó luego a un secreto oratorio y derribó en el suelo a orar, puestos los brazos en cruz. Detuvose grande espaçio en esta manera de oraçión y penitencia, supplicando a la sacratíssima Virgen María, Nuestra Señora (en quien tenía singular devoçión y la tenía por particularíssima señora y abogada) pusiesse su intercesión y pidiesse a su hijo benditíssimo que no mirase a los peccados de aquel pueblo, sino a su misericordia, y súbitamente vio en el oratorio un gran resplandor, apareçiéndole la madre de Dios que le dixo: “Las aguas que en tantos días as visto avían de caer en muy pocos; y la mayor parte en esta çiudad por los pecados que en ella se cometen, mas por tu interçessión y supplicaçión mía, ha alçado Nuestro Señor la mano de su yra”. A todo esto, estava la sierva de Dios María de Ajofrín atenta, los ojos abiertos y las manos alçadas, viendo a la Sacratíssima Virgen María y oyendo sus palabras divinas y regaladas, hasta que se desapareçió, y en ese punto cayó en el suelo la bendita donzella y estuvo algunas horas sin sentido. Quando bolvió en sí, se levantó con un maravilloso esfuerço del cuerpo y del alma, y ninguna de las hermanas entendió este acaesçimiento, ni le descubrió sino al prior de la Sisla.
2.- Entregada toda a Dios y puesta en contemplación altísima se hallaba un día la santa virgen cuando, de repente, sintió acerbísimos dolores en las manos y en los pies y aun en todo su cuerpo, quedando como descoyuntado. Parecíale que las manos se las atravesaban con gruesos y penetrantes clavos; acudió pronta, llevada más del temor humilde que del dolor vehemente y halló las llagas, que pasaban de parte a parte una y otra mano. Después que volvió en sí y pudo valerse, se puso unas vendas con algunos paños para que las demás no lo pudiesen conocer. Y fue así, pues solo su con- [109v] fesor (que lo era entonces el ilustrado varón y religiosísimo padre fray Juan de Corrales, prior del convento de la Sisla) lo supo y él solo las vio con sus ojos y depone desta verdad y no se puede dudar della, pues demás de ser varón a todas luces respetable por su conocida santidad y literatura, se hace acreedor a esta justicia el hallarse condecorado con la prelacía de su orden y, lo que hace más al caso, por ser del tribunal de la Santa Inquisición, como veremos después. Duraron estas llagas abiertas más de 40 días sintiendo la bendita virgen recios dolores y muy en particular los viernes. Después, se cerraron sin medicina alguna, pero quedaron las señales hasta que murió, y procuraba ocultarlas. Y, aun después de cerradas, sentía no pocas veces vehementísimos dolores. No nos dice la historia si recibió también las llagas en los pies, aunque es de creer las recibió y las ocultaría por la honestidad, y solo dice que sintió en esta ocasión acerbísimos dolores en los pies. Pero aún más misteriosa es la llaga del costado: abrasada en amor divino, medita- [110r] ba un día la Pasión y muerte de Jesús (que este era por lo común el objeto de su oración), se le apareció el Señor vestido de resplandores y le previno que el día siguiente, que era la festividad de todos santos, año de 1484, le había de comunicar altísimos secretos y transformar en sí por temor haciéndola participante de los dolores de su Pasión sacrosanta. La humilde sierva se lo dijo a su prelada con el mayor secreto, suplicándole encarecidamente que, a otro día luego que comulgase, la llevase a algún sitio retirado de la casa donde nadie le viese ni notase. Prometiolo así la prelada para su consuelo, aunque no lo pudo cumplir, pues a otro día, apenas comulgó, fueron tan excesivos los gemidos y sollozos y tan violentos los golpes de corazón, que fue milagro no espirar luego al instante. Tal era el fuego que abrasaba interiormente el corazón de la santa que, encendida toda en amor, salió a buscar el exterior ambiente. Su virginal rostro arrojaba un [110v] tan vistoso carmín que, hermoseándole sobremanera, causaba admiración y respeto. Siguiose a esto un prodigioso rocío de su sangre que, sin hacer herida, salió de sus delicadas sienes y por toda la circunferencia de la cabeza. Quedose después privada de todos sus sentidos y en un profundísimo éxtasis en que perseveró por más de 40 horas sin verse en ella más acción vital que algunos lastimosos quejidos con que, tal vez, se desahogaba. Las religiosas, temiendo muriese la santa en aquel dilatado desmayo, usaron aun con sobrada violencia de cuantos remedios les dictaba su congojosa aflicción en aquel crítico lance: le dieron garrotes y ligaduras y, para que tomase alguna sustancia, hicieron tal fuerza que le quebraron una muela, pero a todo estaba la santa inmoble e insensible. Y, aunque notaron alguna sangre en el hábito, no hicieron alto sobre ello hasta que se descubrió el misterio. Volvió al fin de aquel profundo rapto y, después, dijo a su confesor que había sido llevada a la presencia de Cristo y que había visto al Señor sentado en un trono de grande majestad y grandeza, donde le fueron reveladas muchas cosas tan altas y divinas que ni podía ni sabía explicarlas. Dijo también que le había mandado el Señor, de nuevo, publicase lo que [111r] le tenía dicho en otras ocasiones: “Y para que seas creída -añadió el Señor- se te dará esta señal del cielo, que este cuchillo traspasará tu corazón y hará en él una llaga de donde saldrá sangre viva, que será verdadero testimonio a todos, tú serás participante y como un transunto en quien verán mis llagas y lo que padecí por los hombres”.
3.- Después que dijo esto el Señor, se sintió herida en el costado y con tan gran dolor que faltó poco para espirar. Mostrose la llaga abierta por espacio de 20 días y, aunque siempre corría sangre, los viernes era con más abundancia, de suerte que no bastaban los paños que se ponía y corría hasta el suelo. Para que se conociese que esta llaga era misteriosa y sobrenatural, nunca se enconó ''[12]'' ni salió materia ni otro género de corrupción. La sangre que salió era tan limpia como de un tierno corderillo. Quiso al principio la humilde sierva del Señor ocultar este prodigio, pero el Señor le mandó lo dijese a sus preladas y prelados, lo que le fue aún más sensible que todos los dolores que había padecido. Obedeció; aunque [111v] muy a costa de su humildad, mostró los paños ensangrentados, que ellos mismos estaban publicando el prodigio, pues no parecía sangre humana, sino un carmín finísimo. Vio la llaga el confesor y algunas religiosas y todos quedaron atónitos y asombrados, aunque mandó seriamente a las religiosas no lo dijesen a nadie. Quiso el confesor dar parte al deán de la Santa Iglesia, pero se detuvo para obrar con más reflexión en materia tan importante; pero confirmado más en el prodigio buscó al deán y le refirió cuanto pasaba. El deán, que era don Pedro de Préxano, sujeto de no vulgar literatura, de vida muy ajustada y que sus prendas le elevaron después a la mitra de Badajoz, determinó se hiciese la averiguación con toda solemnidad, para que constase auténticamente, por lo que llamó al capellán mayor, dignidad de la misma Santa Iglesia, junto con un notario apostólico y, en compañía del confesor, entraron en el convento el día 19 de noviembre y, delante de la prelada y otras dos religiosas, vieron con la mayor decencia la llaga del costado y su circunferencia; y la tocaron con sus manos estando la llaga tan viva y fresca como si se acabara de hacer, no obstante que habían pasado 19 días, y salía sangre pu- [112r] -rísima, sin mal olor, ni putrefacción alguna; y el mismo capellán mayor tomó unas hilas y las sacó llenas de sangre, confesando todos era cosa sobrenatural y mandaron al notario lo diese por testimonio. Y porque este se guarda original en el Convento de Padres Jerónimos de la Sisla de Toledo, queremos poner aquí lo que hace al caso y pertenece a la historia, y es lo siguiente:
‹‹Yo, Gracián de Berlanga, capellán de la serenísima reina doña Isabel, Nuestra Señora, notario apostólico y arzobispo, doy fe que el año de la Natividad de Nuestro Redentor y Salvador Jesucristo de 1484, en 10 de noviembre, casi 6 horas después de medio día, por ruego e instancia de don Juan de Biezma, rector de la casa de doña María García, entré en la dicha casa, en un aposento en el cual estaban los reverendos señores don Pedro de Préxano, deán de Toledo, y don Diego de Villaminaya, capellán mayor en el coro de la Santa Iglesia de Toledo, y dos o tres religiosas de la dicha casa, y vide una doncella, que verdaderamente parecía bulto de ángel, y tenía una llaga en el costado donde Nuestro Señor Jesús fue herido, tan grande como un real y no tenía hinchazón y carecía de toda putrefacción [112v]. Tenía un color muy fino, así como grana y, después que todos lo hubimos mirado, a poco rato habló aquella doncella estas palabras: “Dios Nuestro Señor vos lo demande, si non pusiéredes aquello en execución”. Y así espantado me aparté dende y me torné a salir. En fe de lo cual lo signé y firmé de mi nombre, que fue fecha en Toledo, año, mes, día de ''quibus supra. Gratianus notarius apostolicus''››.
Y fue el día octavo de la Resurrectión arrebatada en espíritu: y vido cómo vino a ella un varón [fol. 95va] muy reverendo por gesto y edad vestido de una capa de seda colorada, y díxole: “Ven, que te llama la reyna”. Y ella pensando que la llamava la reyna terrenal no quiso yr con él. Entonces aquel varón díxole otra vez: “Ven que te llama la reyna del Cielo”. Y ella entonces fue con él, y hallose en una yglesia fuera de la ciudad, onde estava Nuestra Señora con su Hijo en los braços. Y como la vido, púsose de rodillas delante della, y el varón que la llamó púsole en las manos un paño de seda, y la Sanctíssima Virgen puso su Hijo encima del dicho paño, e dándole a otro honbre de menor edad para que la acompañasse junto con el que la avía llamado, díxole: “Ve con mi Hijo onde fueren estos dos varones”. Y el que llevava la capa colorada yva un poco delante como a buscar posada. Y entrando por la ciudad llamava a las puertas que estavan cerradas: y dava tres golpes a cada puerta, diziendo: “Abrid que viene el Señor a posar en vuestra casa”. Y vido cómo ninguno las abría, mas antes los que las tenían abiertas corriendo las cerravan diziendo que no avía allí posada porque estavan allí negociados. Y desta manera le pareció que anduvieron toda la ciudad sin hallar posada. Y tornándose después por donde fueron, encontraron con dos mugeres que yvan cavalleras en dos asnos y dos clérigos que las acompañavan. Y los clérigos dixeron: “Nosotros os acogiéramos si no fuérmos de priessa, mas entre tanto que venimos entraos en esse establo”. Y así se tornaron onde la gloriosa Virgen, madre de Nuestro Señor, estava, y ella tomando su Hijo de las manos de su sierva, dixo: “Venido es el tienpo en que es tan menospreciado el Hijo de Dios, mas tienpo es que embíe el Señor su ángel para que a unos hiera con açotes, y a otros con espada y a otros con fuego. Mas, ¡ay de los perlados de la yglesia que hizo el Señor pastores de su grey y de las ánimas, y ellos traen vestiduras de corderos y coraçones de lobos robadores! Procuran dignidades y honrras y no para ser- [fol. 95vb] vir con ellas a Jesu christo, mas para se dar a muchos plazeres”. Y después de toda esta visión passada, desapareció la Nuestra Señora, y ella tornando en sí pensava en lo que viera.
Y cumpliéronse dende a poco estas plagas que Nuestra Señora dixo que avía de embiar el Señor, porque vino gran hambre y pestilencia, y el mal de las bunas buvas sobre muchos hombres y mugeres, de manera que los que el ángel hirió con la espada fueron los heridos de la pestilencia y los que con fuego los que fueron tocados de las bubas, las quales no podían ser curadas por los físicos.
Y vido después el día de la Ascensión cómo Nuestra Señora tenía en el altar a su Hijo en los braços así bivo como lo parió y que llamava a altas bozes con lágrimas, y dezía: “Mirad el mi Hijo, mirad el fructo de mi vientre: tomaldo y comeldo, porque en cinco maneras es cada día crucificado en las manos de los malos sacerdotes. La primera por mengua de fe, la segunda por cobdicia, la tercera por luxuria, la quarta por ignorancia y no saber lo que conviene al estado sacerdotal, la quinta por la poca reverencia con que se llegan a celebrar”.
Y como otra vez esta sierva de Jesu Christo rogasse con mucha atención por todos los sacerdotes y mirasse a una Verónica que tenía en un libro pintada, vido en ella y sobre ella por espacio de una hora gran resplandor, y vido carne y sangre. Y desde este día así se le cerró el estómago, que ni sana ni enferma pudo dende adelante jamás comer carne y si la comía por importunación de las religiosas, el estómago no la quería retener; y así fue después su comer passas y cosas de dieta. Esta Verónica le tomó después su confessor. Y quedó ella muy espantada desta visión, y affligiose por muchas maneras de penas, porque el Señor más claramente descubriesse este hecho y mostrasse su voluntad.
Y después en fin del mes de setiembre cayó en una gran enfermedad del coraçón: y no avien- [fol. 96ra] do esperança de su salud fue arrebatada en espíritu y estuvo como muerta espacio de tres horas, y las hermanas que estavan presentes dávanle muchos tormentos por la retornar. Y estando así transpuesta vido a Nuestra Señora, la qual le mandó que dixesse a su confessor todas las cosas que avía visto para que él las dixesse a dos varones católicos de la sancta yglesia de Toledo que le nombró —conviene saber, el deán y el capellán mayor— para que éstos estos las dixessen al arçobispo y desta manera se remediassen los males suso dichos de la clerezía. Y como ella dixesse estas cosas a su confessor, él demostró con prudencia dureza de coraçón en las creer, y díxole: “Aunque a mí sea esto cierto, ¿cómo lo será a aquellos a quien vos dezís que se aya de revelar? Por ende, menester es alguna señal para conoscer la verdad deste hecho y para que sea creýdo lo que puede ser dubdoso”.
===Capítulo 43 ===
Y aun como otra vez, cinco días antes de la Natividad del Señor, estuviesse muy affligida de la hambre que avía en la tierra por falta de harina por las grandes aguas y crecimientos de ríos, no durmió toda aquella noche. Y dormiendo las otras religiosas, levantose ella y subiose a un terrado de donde se parecía el río. Y estando el cielo estrellado hizo la señal de la cruz contra el río y bendíxole, y metióse después en un retrete a orar y derribose en tierra los braços tendidos a manera de cruz. Y estuvo así muy gran rato, haziendo de sí sacrificio al Señor. Y rogava con grande atención a la Sanctíssima Virgren María, Madre de Nuestro Señor, que tuviesse por bien de rogar a su Hijo que amansasse su ira. Y como estuviesse así orando puesta en aquella pena, súbitamente vio un gran resplandor que sobremanera esclareció aquella casilla que estava, y apareciole Nuestro Señor a la Virgen María con ojos muy llorosos, y díxole con boz triste: “Sabe, hija, que todas las aguas que son venidas en tan largos días avían de caer en tres, y la mayor parte sobre esta ciudad por los grandes peccados que en ella se cometen cada día, mas por las plegarias que me has hecho por este pueblo, yo suppliqué al Señor que tu petición [fol. 99va] fuesse oýda, y oyome. Y así la ira del Señor es ya aplacada”. Y estava esta sancta virgen con ojos abiertos y las manos alçadas quando Nuestro Señor le dezía esto. Y desapareciendo la Madre de Dios, cayó en el suelo, y estuvo ciertas horas sin sentido, y después se levantó muy esforçada del cuerpo y del ánima. Y ninguna de las hermanas lo sientió, ni supo della en ningún tiempo este hecho. Y como su fama no se pudiesse tanto encobrir que muchos de su sanctidad y merescimientos no tuviesen alguna noticia, fue uno entre los otros el señor obispo de Badajoz, que a la sazón era deán de Toledo, el qual habló muchas vezes con ella y fue testigo de la llaga del costado como fue dicho de suso. Pues como este muy reverendo padre tuviesse mucha fe en sus oraciones, rogole una vez que orasse por la pacificación de cierta discordia que avía en la corte. Y como ella, obedeciendo a sus ruegos, se pusiesse en oración antes que saliesse el sol en un terrado de la casa en las octavas de la Resurrectión el año de ochenta y seis, vio un gran resplandor en el cielo en el lugar donde el sol avía de nascer. Y salido el sol, ella lo acató con ojos claros sin embargo de su claridad, y dentro del sol vio un gran agujero que entrava al cielo, del qual salieron grandes rayos de claridad hazia muchas partes; y dentro del agujero, una cruz de oro muy resplandeçiente, la qual pareció hasta que tañeron a prima. Y vido en el ayre, no muy lexos de sí, uno que le pareçió como la luna que peleava con otro, y el otro con él, y pasado algún espaçio bolviéronse las espaldas el uno a otro. Y como subiesse allí una de las hermanas, quitose ella luego de allí y así no pudo más ver en qué parava la dicha visión. Puédese creer que por sus oraçiones pacificó aquella discordia que era entonces entre ciertos cavalleros de la corte, pues al cabo se hizieron las pazes.
Y aun como otra vez esta sancta virgen en el día [fol. 99vb] del Triumpho de la Cruz cerca del alva estuviesse rezando hazia el cielo, vio así como unas llamas en él. Y dende a una hora vido el cierlo abierto y que salía el sol por aquella abertura; y en aquel sol se conosçían todas las hermosuras del Cielocielo. Y luego otro día, estando rezando en un libro a una ventana que salía al cielo, a hora de tercia vido cerca de sí un rostro como el de la luna, muy espantable, y dentro como dos formas de hombres y peleaban el uno contra el otro; y cayó mucha gente muerta. Y en este este día prendieron los moros al Conde de Cifuentes.
===Capítulo 46===
'''De cómo fue trasladado el cuerpo de la bienaventurada María de Ajoffrín y puesto en una sepultura muy honrrada que le fue hecha en la yglesia, y del olor maravilloso que sintieron todos los que se hallaron presentes y de cómo llovió luego y se remedió la tierra'''
Como la fama de los mirgalos que Nuestro Señor hazía para glorificar a esta sancta virgen cresciesse de cada día, muchos devotos, movidos con zelo de la honrra de Dios, trabajavan que fuesse su cuerpo trasladado del capítulo onde estava enterrado y pasado a la yglesia del monesterio. Y en- [fol. 103rb] tre las otras personas que en esto más diligencia pusieron fue la condesa de Fuensalida, por cuyo ruego, a veynte y cinco días del mes de abril del año de mil y quatrocientos y noventa y cinco, aún no seys años cumplidos después de su muerte, fue sacada de la sepultura en que estava en el capítulo y passada a la sepultura que avía edificado la dicha condesa a la mano derecha de la yglesia. Y estuvieron presentes a esta translación el prior del monesterio fray Juan de Morales y otros religiosos, y el clavero de Calatrava y Don Alonso de Silva, y otras algunas personas devotas. Y luego que abrieron la sepultura, sintieron todos un olor celestial y fueron hallados los huessos desta bienaventurada sancta muy olorosos, de los quales parecía que manava un licor a manera de azeyte. Y el olor suavíssimo que salía de los huessos fue sentido de todos los que estavan presentes, así religosos como seglares. Y viendo esta maravilla, el prior mandó llamar al convento —el qual hasta aquella hora no avía parte desta translaçión— a todos, y tañer los órganos y campanas. Y puestos los huessos en un arca que truxo Don Alonso de Silva enforrada de seda por partes de dentro , y teniendo todos en las manos cirios encendidos, que el dicho Don Alonso avía traýdo para todos los frayles, y vestidos el sacerdote y ministros de las vestiduras sagradas, llevaronla en provessión con mucha alegria a la yglesia cantando ''Hec dies quam fecit Dominus'' y el ''Te Deum laudamus''. Y fue pedida agua, que estava la tierra en gran necessidad, y Nuestro Señor, por magnificar su sancto nombre en su sierva, llovió luego en grande abundançia, de manera que todos pudieron claramente conoscer que aquella agua les era dada por los merescimientos desta sancta virgen. Y así fueron remediados los panes, que estavan ya para se perder todos. Y estuvo su cuerpo en la yglesia en el ar- [fol. 103va] ca suso dicha treze días para lo mostar a los que lo venían a ver. Y fue después sepultado en la sepultura que la condesa hiziera a la mano derecha de la yglesia, como es ya dicho.
Cosa es por cierto de contemplar la aarcia que Nuestro Señor dio a esta su sierva en los tiempos presentes. Y así podremos bien conoscer que en todas las edades obra Dios cosas maravillosas en favor de los que verdaderamente lo aman y sirven. Y cómo levanta del polvo y ensalça a los que son humildes de coraçón como lo fue esta bienaventurada María de Ajofrín la qual, entre todas sus virtudes, resplandeció singularmente por humildad, de lo qual dieron testimonio todas las religiosas que la conoscieron, mayormente la madre del monesterio que se llamava Catalina de Sant Lorençio, diziendo que era tan humilde que muchas vezes le importunava que la reprehendiesse y castigasse delante todas, mayormente los viernes en el capítulo, y le mandasse comer en tierra y prostarse a la puerta de la yglesia para que las otras hermanas pasassen sobre ella quando entravan al choro.
Al punto de entrar en el confesionario, derribose en tierra delante una imagen de nuestra Señora, que tenía su hijo en los brazos, y allí, con grandes ansias y suspiros, suplicó al Señor le perdonase sus pecados, y a la madre, de clemencia, que le alcanzase el perdón de su hijo. Estando ansí orando, con este vivo afecto, vio que súbitamente la imagen se llenó de luz divina, que alumbraba también parte de aquel aposentillo; y en la claridad de la imagen vio cómo el niño, desde los brazos de su madre, levantaba la mano hacia ella, de la forma que el sacerdote la extiende cuando absuelve al penitente. Espantase desto la santa doncella, que es propio de vírgenes prudentes temer visiones extraordinarias. Quitose de allí y fuese a los pies del confesor, no imaginando mas de que podía ser antojo o gran flaqueza. Hizo su confesión lo mejor que pudo. Al salir, tornó a hacer oración a la imagen y súbito tornó [468] a esclarecerse, y el niño, sacerdote eterno, tornó a levantar la mano como en forma de absolución. Y esto puso alegría y consuelo grande en el alma de la sierva de Dios, que entendió, con mucha certidumbre, Nuestro Señor le perdonaba sus pecados. Tuvo esto en secreto mucho tiempo, que jamás lo reveló a nadie, sino solo a su confesor, fray Juan de Corrales, a quien manifestó que, desde aquel día, le quedó en el corazón un movimiento tan grande que le parecía le quería algunas veces saltar del pecho. De allí a pocos días, quedándose sola en el coro una noche, haciendo oración por el estado de la Iglesia con grande afecto y devoción, vio encenderse una llama de fuego grande en la Custodia del Santo Sacramento, y ardió por espacio de una hora poco menos, de que quedó en extremo maravillada.
Había de comulgar el día de la Resurrección del Señor con las otras hermanas, y la noche antes andaba nerviosísima, con aquel deseo de recebir al Esposo, orando y llorando sin enjugar las lágrimas, suplicándole le diese digna disposición para recebir tan alta Majestad, y sentir los frutos de su gloriosa venida. Fue, pues, con las otras hermanas a comulgar, y recebió el Santo Sacramento, a su parecer en forma de un corderito vivo: cuando lo tenía en la boca, se bullía y meneaba. Tragolo con el mayor temor y reverencia que pudo, y sentía luego que se le puso sobre las telas del corazón. Allí, sintió tanta alegría, reposo, dulzura y consuelo que en diez días con sus noches no durmió ni pegó los ojos, destilando dellos continuas lágrimas de alegría. Desde entonces, las veces todas que comulgaba, se trasportaba o enajenaba de los sentidos como se entraba allá, dentro el alma, con todas sus potencias, a hacer estado a la Majestad de su Rey y Esposo, y junto con esto le quedaba un dulzor extraordinario, y de otra quintaesencia en la boca, garganta y corazón, que le duraba un espacio de cuarenta días, que del supremo gusto del alma quería Dios le alcanzasen aún en esta vida tales relieves al cuerpo. Certificaba la santa al prior que si no fuera por evitar la singularidad, no comiera en todo este tiempo, ni a su parecer tenía necesidad dello. Hacésenos Hácesenos a nosotros estas cosas como imposibles porque estamos muy lejos dellas.
El día octavo de la Resurrección, estando orando, vio cómo vino a ella un varón anciano, de aspecto venerable, cubierto de una capa de seda colorada y le dijo:
Estaba a esta sazón el general de la Orden haciendo Inquisición contra unos religiosos del linaje de los judíos que habían recebido allí el hábito, hombres perversos y que pretendían más dañar y engañar a otros que hacer ellos la vida que profesaban de fuera, siendo perniciosísimos judaizantes enemigos de Jesucristo y que burlaban desvergonzadamente de los sacramentos, en especial de la Eucaristía y la Penitencia. Y entre otros testigos que fueron preguntados en la causa, fue esta sierva de Dios uno, y leí yo en el proceso un dicho suyo en que descubrió cómo, estándose confesando una vez con uno destos, no permitió el Señor que fuese engañada y le descubrió la burla y el escarnio que aquel fraile judío estaba haciendo de su confesión, poniéndose a oírla de confesión en una postura tan deshonesta que sola ella bastara para quemarle mil veces.
Estaba esta sierva de Dios otra vez comunicando con otro religioso de esta Orden, de gran ejemplo (aunque estas hablas eran muy raras y las más breves que ella podía, y solo con personas graves), y vino a decirle cómo conocía él un religioso de santísima vida, a quien Nuestro Señor hacía muchas mercedes, por la gran pu- [491] -reza de su alma. Preguntole ella quién era y cómo se llamaba, el religioso no se lo quiso decir porque el otro le había rogado que, en tanto que él viviese, ni descubriese cosa suya a hijo de hombre. Entonces ella le dijo: “Pues, padre, bien se yo cómo se llama y quién es: lllamase ansí (y nombrole), tiene mucha parte con el Señor, por ser verdadero religioso, y tiene un alma muy puesta en lo que toca al servicio de Dios y de los hermanos”. Maravillose de oírle esto, preguntole cómo lo sabía, y díjole que Nuestro Señor se lo había revelado allí, porque él no se lo quiso decir.
Estando otra vez elevada en espíritu, vio cómo sacaban el Santo Sacramento de la iglesia mayor, con grande acompañamiento, para comulgar a un enfermo, y llegose a ella un mancebo vestido de ropas blancas y en un caballo blanco, y díjole con palabras airadas: “Corre, ve y di a los clérigos que se tornen con el Sacramento a la iglesia, porque aquel enfermo a quien se le llevan es hereje”. Fue ella y díjolo a uno de aquellos que ella conocía, y respondiole él: “Calla, no oses decir tal cosa que nos matarán a todos”. El del caballo blanco se llegó y le dijo: “No tengas miedo y di en todo caso se torne el Santo Sacramento a la iglesia, porque aquel hombre es un pernicioso hereje”; y vuelto a la santa le dijo: “En señal que lo que te digo es verdad, verás hoy en la misa destilar sangre de la Hostia”; y los que llevaban el Santo Sacramento se tornaron a la iglesia, y ella vio después, estando oyendo misa, la Hostia llena de sangre cuando la levantaba el sacerdote, para que la adorase el pueblo; esto pasó todo en espíritu.

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