Isabel Portocarrero
Nombre | Isabel Portocarrero |
Orden | Franciscanas |
Títulos | Monja del convento de la Concepción de Torrijos; abadesa y fundadora del convento de la Concepción de la Puebla de Montalbán |
Fecha de fallecimiento | Primera mitad del siglo XVI |
Lugar de nacimiento | ¿Medellín? |
Lugar de fallecimiento | La Puebla de Montalbán, Toledo |
Contenido
Vida impresa
Ed. de María González-Díaz; fecha de edición: febrero de 2021.
Fuente
- Salazar, Pedro de, 1612. Crónica y historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado Padre San Francisco. Madrid: Imprenta Real, 495-497.
Criterios de edición
El relato aparece en el libro octavo de la Crónica y Historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla, impreso en 1612, en el que se narra la fundación de la Orden de la Concepción y los conventos que de ella se fundaron en Castilla. Concretamente, la vida de Isabel Portocarrero aparece en el capítulo decimoquinto, donde se explica la fundación del convento de la Concepción de la Puebla de Montalbán.
Se han adoptado los criterios de edición de vidas impresas estipulados en el catálogo, esto es, se han eliminado las consonantes geminadas y se ha modernizado la ortografía (sibilantes, b/u/v, j/g, chr/cr, qu/cu, empleo de h, etc.), aunque se respeta la morfología de las palabras con interés morfológico o fonológico (“ansí”). Además, se han ajustado a los criterios actuales del español la unión y separación de palabras (“desta”, “dello”, etc.), el uso de mayúsculas y minúsculas, y la acentuación y la puntuación. Asimismo, se han expandido las abreviaturas, primordialmente la expansión de las nasales con la virgulilla encima de la vocal y la abreviación de “que” o “qual”, también con el uso de la virgulilla o la diéresis. Del mismo modo, se han introducido las comillas para delimitar las intervenciones dialógicas de los personajes y se han desarrollado las siglas. Para terminar, cabe decir que se han respetado los párrafos que aparecen en el impreso.
Vida de Isabel Portocarrero
Capítulo XV
[495] […] Del convento de la Concepción de la Puebla de Montalbán
Hay en la Puebla de Montalbán un monasterio de la Orden de San Francisco Nuestro Padre y es de monjas de la Concepción. Es la advocación la Concepción de Nuestra Señora. Hay cuarenta monjas. Fundó este convento el señor don Juan Pacheco, señor de la villa de Montalbán y de su tierra, año de 1522. Fundose con licencia y autoridad del papa León Décimo, que dio para ello sus bulas. Recibiéronle, a la obediencia y perpetua protección de la orden, el padre fray Andrés de Écija, ministro provincial de la provincia de Castilla, y los difinidores: el padre fray Juan de Marquina, guardián del convento de San Francisco de Guadalajara, y el padre fray Diego de Cisneros, guardián de la Salceda, y el padre fray Barnabás, guardián de San Francisco de Alcalá. Los cuales estaban juntos en Santa María de Jesús de Torrijos para cierto negocio de la orden, a instancia y petición del señor don Alonso Téllez, señor de la villa de la Puebla.
Hay una cosa digna de ser advertida para quitar el escrúpulo o dificultad que se podría tener y es que el breve del sumo pontífice es concedido a don Juan Pacheco y a doña Leonor Chacón, su mujer. Y este don Juan Pacheco es hijo mayor y mayorazgo de don Alonso Téllez. Y este caballero, don Alonso Téllez, ofreció la casa a los padres de la provincia y entre ellos se hizo el concierto y escrituras, y a él se le concedió lo que con tanto espíritu y devoción les pedía. La razón o causa porque se fundó este convento fue que el señor don Juan Pacheco, que era muy devoto y gran cristiano, tuvo una manera de revelación que veía una hija suya ser monja en un monasterio de esta villa. Asentósele esto en el corazón y aún entonces no tenía hijo ni hija; y luego le nació una hija. Insistiendo en su revelación, fundó este monasterio y fue monja en él aquella señora hija de don Juan Pacheco, y se llamó doña Luisa Fajardo, y fue muy devota y bendita religiosa.
Vinieron a fundar este monasterio monjas de la Concepción de Torrijos, que fueron: María Calderón por abadesa, y Catalina Vázquez por vicaria, y Catalina de Saavedra, y Catalina de San Francisco, y María de Saavedra, y doña [496] Isabel Portocarrero [1], y Leonor Calderón, y Catalina del Espíritu Santo. Estas fueron las fundadoras de esta santa casa.
[…] Cuando me determiné de hacer este memorial, yo me resolví solamente de hacer caudal de aquellas cosas que fuesen tan apuradas que, hecha bastante diligencia, pareciesen ser verdaderas; y que la cierta relación las hiciese muy creederas y que, todo lo que no fuese de esta manera, callarlo y con silencio disimular con ellas por faltarle la autoridad que suele ser necesaria. Y, por esto, lo que con razón no se debiere callar, procuraré hacer memoria de ello. Entre las monjas que en este bendito convento ha habido muy señaladas en virtudes especiales, hubo [497] una monja que fue admirable en la virtud de la humildad. Acostumbraban estas señoras a hacer sus abadesas perpetuas porque, la que una vez elegían, reelegían siempre hasta que moría. Murió una bendita monja que había sido mucho tiempo abadesa y, queriendo hacer abadesa de nuevo, pusieron todas los ojos en aquesta santa mujer para que fuese su prelada (porque a las muy señaladas en virtud elegían en aquellos dichosos tiempos). Vino a hacer esta elección el reverendísimo padre fray Aloísio Puteo, generalísimo de nuestra Orden, y vino en su compañía el reverendísimo padre fray Francisco de Guzmán, comisario general de nuestra familia cismontana. Entendiendo por algunas conjeturas esta bendita monja que la querían elegir, lo cual ella por su humildad rehusaba y temía porque más quería ser mandada y regida que regir y mandar, acordó de esconderse, creyendo con santa sinceridad que esto sería bastante medio para no ser elegida. Y hizo con una amiga suya de quien se fiaba mucho que la cubriese en un hueco de un altar, donde había quitado una tabla, y aquella su amiga la tornó a poner como estaba. Entrados a la elección, sin faltarle un voto, fue elegida por abadesa. Llamáronla y no vino ni parecía. Buscáronla por toda la casa y no la hallaban. Puesto en congoja el general y los que estaban con él, dijo una monja al general: “Vuestra Paternidad Reverenda, mande por obediencia a aquella monja (y señaló una monja) que es muy amiga suya, que diga dónde está que ella lo sabe”. Y llamada y puesta la obediencia, luego dijo dónde estaba. Y sacáronla quitando la tabla y salió muy llena de telarañas y polvo. Y con tan profunda humildad y lágrimas se excusaba de aceptar el oficio que el general y el comisario general, admirados y enternecidos, derramaron muchas lágrimas y estuvieron algún espacio de tiempo que no la pudieron hablar. Al fin, pareció al general que, la que tan de veras huía de la dignidad, puesta en ella sería muy ayudada de Dios y que con su religión y virtud administraría el oficio con zelo de aprovechamiento de espíritu y edificación. Mandole y rogole encarecidamente que por el servicio de Nuestro Señor lo aceptase y ella, compelida, lo hizo. Ejemplo por cierto muy evidente de la profunda humildad y gran santidad que entre aquellas señoras benditas se usaba, y de lo mucho que se preciaban de la virtud y obras santas, y del servicio de Nuestro Señor. Esta monja se decía doña Isabel Portocarrero, de la casa de los condes de Medellín. […]
Notas
[1] En el texto aparece nombrada como “Isabel Puertocarrero” [496] y como “Isabel Portocarrero” [497]. Se ha optado por la segunda opción.